Capítulo 18

Normalmente, después de un evento que duraba todo un día, como el Festival de Otoño, Pia terminaba agotada. Pero ya que había pasado exactamente medio día sentada, se sentía descansada y preparada para la fiesta del baile-cena. Bueno, para disfrutar con calma y tranquilidad y proteger a los bebés.

Terminó de aplicarse máscara de pestañas y se apartó para comprobar el maquillaje en el espejo. Había seguido el consejo de la doctora sobre las escaleras y las había subido al volver a casa para arreglarse. Allí tenía toda su ropa y el maquillaje bueno. Raúl la recogería y la llevaría al baile y después volverían a su casa.

Se atusó el pelo y ahora la gran pregunta era qué ponerse.

Últimamente se sentía especialmente hinchada y por mucha agua de limón que estaba bebiendo, los pantalones le quedaban estrechos. Tenía un par de vestidos que sabía que tampoco le valdrían, pero tenía uno de corte imperio. Ese estilo le iría bien…

Se detuvo en la puerta de su dormitorio y comenzó a reírse. No estaba hinchada, estaba embarazada. ¡Qué idiota!

Se tocó el vientre, se quitó la bata y se giró para ver el abultamiento de su barriga.

– ¿Cómo estáis? -preguntó-. ¿Todo va bien? Yo estoy bien. Aún triste, pero recuperándome. Todo saldrá bien y quiero que lo sepáis. Voy a cuidar muy bien de vosotros. Lo prometo.

No hubo respuesta, y eso fue positivo. Sintió cierta paz, tranquilidad por la decisión que había tomado. Iba a tener los hijos de Crystal y lo más importante era que esos bebés también serían suyos. Tal vez no tuvieran su ADN, pero estaban creciendo en se interior y, cuando nacieran, ella sería su madre a ojos de todo el mundo.

– Será genial -susurró.

Abrió el armario y sacó el vestido negro. La parte del escote era de un ligero terciopelo con una marcada V y la falda empezaba justo debajo del pecho en una tela más ligera, más sutil, y terminando justo por encima de la rodilla.

Ya se había aplicado una crema iluminadora en las piernas y después de ponerse el vestido, se subió la cremallera lateral. Se colocó delante del espejo para ver si le sentaba bien.

– Madre mía.

Aunque había tenido pecho desde que tenía trece años, nunca había estado así, pensó mientras veía el escote que llenaba la V del vestido.

– Por lo menos ahora sé qué aspecto tendría si me pusiera implantes.

Por suerte, el vestido llevaba a juego una chaqueta corta; se la puso y vio que no cubría prácticamente nada. Raúl tendría que ser fuerte.

Había elegido unas sandalias negras de tacón medio y apenas se las había puesto cuando alguien llamó a la puerta.

– ¡Adelante! -gritó al llegar al salón.

La puerta se abrió y Raúl entró.

Nunca antes lo había visto con traje y le sentaba a la perfección. Era elegante, era guapo y era suyo.

Eso último era tan difícil de creer como el hecho de que estuviera embarazada. ¿De verdad iban a casarse?

Él la recorrió con la mirada, empezando por sus zapatos. Cuando llegó a su pecho, Pia vio cómo se tensó. Se acercó, le tomó la cara entre las manos y la besó con una pasión que hizo que a Pia le temblaran las piernas.

Su boca se movía sobre ella reclamándola, excitándola, haciéndole promesas.

Sin pensarlo, ella le tomó las manos y las posó sobre sus pechos. Él le apartó la chaqueta y los cubrió, acariciando sus tersos pezones.

A Pia la invadió un intenso fuego. Estaba húmeda y preparada en cuestión de segundos. Se quitó la chaqueta y se bajó la cremallera. Él la ayudó y le bajó el vestido. Al instante, se deshicieron del sujetador y él ya estaba besándole los pechos.

Sentir sus labios y su lengua, esas caricias, casi la llevó al borde del placer. Respiraba entrecortadamente y el deseo amenazaba con asfixiarla. Se aferró a él para no caerse.

Él deslizó una mano entre sus piernas, se coló bajo sus braguitas y encontró el centro de su placer con una caricia mientras su boca seguía en sus pechos y a Pia le temblaban tanto las piernas que le costaba mantenerse en pie.

Llegó al éxtasis sin previo aviso y al instante ya temblando y rozándose contra sus dedos, gimiendo y diciendo su nombre. Las sacudidas se disiparon y el mundo pareció volver en sí.

Se puso derecha y él también. Se quedaron mirándose y el esbozó una masculina sonrisa de satisfacción.

– Estás muy guapa. ¿He tenido oportunidad de decírtelo?

Ella aún seguía aturdida… ¿de dónde había salida ese orgasmo? Quince minutos antes, cinco minutos antes, habría jurado que no volvería a pensar en el sexo, al menos hasta que hubieran nacido los bebés.

Se detuvo y comprobó que se sentía bien.

Le sonrió.

– No.

Él bajó la mirada hasta sus pechos.

– Son nuevos.

– ¿Te gustan?

– Los otros eran geniales, pero éstos también serán divertidos.

Ella se quitó los zapatos.

– Te toca a ti.

Raúl vaciló.

– Tal vez no deberíamos.

Pia podía ver su erección contra la tela de sus pantalones.

– La doctora me ha dicho que no pasa nada, que los bebés no pueden ver nada. ¿Y si jugamos un poco hasta que estés casi y después terminas dentro de mí? Así salimos ganando todos -le dijo mientras le desabrochaba el cinturón.

– No quiero poneros en peligro.

– Yo tampoco.

Le desabrochó los pantalones y se los quitó y, cuando deslizó la mano sobre su erección, él apretó los dientes y comenzó a respirar entrecortadamente.

Se acercó, la besó y le acarició los pechos mientras ella cubría su miembro y comenzaba a excitarse también.

– Raúl.

Él debió de oír la desesperación en su voz porque puso una mano sobre su muslo y la coló entre sus piernas.

Rápidamente, ella se bajó la ropa interior y él la llevó al sofá.

– Ahora -dijo Pia y lo adentró en ella.

Él se hundió en su cuerpo despacio y con cuidado y ella lo agarró por las caderas y lo llevó más hacia sí. Mientras Raúl se movía dentro y fuera de ella, deslizó una mano entre los dos cuerpos y volvió a encontrar ese punto mágico. Pia solo tardó un segundo en volver a temblar de placer y perderse en esa ardiente sensación. Él volvió a hundirse en ella una vez más y se estremeció.

Se quedaron abrazados el uno al otro, respirando entrecortadamente.

Cuando ella finalmente pudo hablar, le preguntó:

– ¿Ha ido bien?

Raúl la besó.

– Ha sido genial. ¿Cómo te sientes tú?

– Bien, muy bien -no sabía cómo explicárselo, pero de pronto tuvo la sensación de que todo iría bien de ahora en adelante.

Miró el reloj de la cocina y exclamó:

– ¡Vamos a llegar tarde! Tenemos que damos prisa.

– Sí, señora.

Él se apartó y se vistió en cuestión de segundos. Pia tardo un poco más, pero en menos de cinco minutos estaban saliendo por la puerta.

Al final de las escaleras, él la acercó y volvió a besarla mientras ella se permitió sentir la calidez de su abrazo, la seguridad de verse en sus brazos. Y en ese momento supo que se había enamorado.


La cena-baile se celebró en el centro de convenciones. Había mesas dispuestas en el centro y la pista de baile estaba situada junto al escenario. Un DJ de la zona fue el encargado de la música durante la cena antes de que llegara la banda que tocaría en vivo. El baile se extendió hasta medianoche.

– Impresionante -dijo Raúl cuando entraron.

Ella se rio.

– Estás burlándote de nuestros esfuerzos.

– Yo jamás haría eso. Es encantador.

– La América de pueblo en todo su esplendor.

Se abrieron paso entre la multitud y se detuvieron a charlar con los que conocían. Pia vio muchos hombres desconocidos entre los asistentes y se le hizo extraño. Durante los festivales, la mayoría de los visitantes eran familias.

Dakota fue a saludarlos.

– Estás preciosa -le dijo a Pia-. Resplandeciente.

Pia intentó no sonrojarse ya que tenía la sensación de que todo ese resplandor era fruto de lo que acababa de hacer con Raúl más que del embarazo, pero eso no hacía falta que lo supiera nadie.

– Gracias -respondió-. Tú también estás genial.

Dakota se giró para mostrarle su vestido azul.

– No tengo pareja, así que he venido para la cena. Después me iré a casa para volver a mi vida de solterona.

Raúl miró a su alrededor.

– Por aquí hay muchos solteros. Ve a encontrar uno.

Ella arrugó la nariz.

– Esta semana no. No estoy de humor. Nevada y Montana van a venir a dormir a casa y tendremos un maratón de pelis de chicas. Además, comparados contigo, no son tan interesantes.

– Oh, por favor -exclamó Raúl, en absoluto impresionado.

Pia se rio.

– Si veo a alguien especial, te lo enviaré.

– Por favor, no lo hagas.

Se separaron y fueron hacia la mesa. Pia vio a un hombre alto y delgado hablando con la alcaldesa Marsha.

– Vamos a ver de qué se trata -dijo ella.

Cuando llegaron, el hombre acababa de irse y la alcaldesa los recibió con un abrazo y un suspiro.

– Estoy demasiado mayor para este trabajo. ¿Reconocéis a ese hombre?

– No.

– Yo tampoco lo había reconocido, y se ha sentido profundamente insultado. Al parecer, es un productor de Hollywood.

– ¿De películas?

– De televisión. Según sus palabras, ahora mismo tenemos mucha fama.

– Que suerte -murmuró Pia.

– Eso mismo he dicho yo. Quiere hacer un programa sobre los solteros que están viniendo a Fool’s Gold y me dará todos los detalles en un día o así.

– ¿Queremos tener un reality show en el pueblo?

– No, pero no sé cómo quitármelo de encima. Si no bloquea el tráfico ni se entromete en nuestro día a día no hay mucho que pueda hacer. California tiene leyes comprensivas en lo que se refiere a las grabaciones.

– ¿Quieres que le dé una paliza por ti? -le pregunto Raúl.

Marcha sonrió.

– Qué dulce eres. Deja que lo piense. En este momento me apetece más tomarme una copa de vino y no saber nada de esto hasta mañana -les sonrió-. Pasadlo bien.

– Lo haremos -respondió Raúl.

– Un reality show -dijo Pia cuando encontraron su mesa y se sentaron-. Es repelente.

– Pero podría reportaros muchos ingresos.

– Y gente rara. Como ha dicho Marsha, dejaremos las preocupaciones para mañana.

La envolvió con sus brazos.

– ¿Te he dicho lo preciosa que estás?

– Unas tres veces, pero no me canso.

– Estás impresionante.

– Gracias. Tú también estás guapísimo.


Después de la cena comenzó el baile y Pia se excusó para ir al lavabo. Junto con la barriga abultada, venía la necesidad de hacer pis cuarenta y siete veces al día. Charity fue con ella.

– ¿Qué tal? -le preguntó su amiga.

– Bien. Me encuentro mucho mejor.

– Me alegro.

– Antes no estaba preparada, pero creo que ahora sí lo estoy. ¿Quieres que vayamos de compras otra vez?

Charity sonrió.

– Me encantaría. Aún tengo que decidirme con lo del calentador de toallitas… Podemos charlar sobre ello mientras nos tomamos un chocolate caliente y unas galletas para recuperar fuerzas antes de enfrentamos a la tienda de ropa premamá y de bebés.

– Tenemos una cita.

Llegaron al lavabo y se encontraron con la típica fila.

– Sabía que hacían falta más lavabos de señoras cuando hicimos la remodelación -refunfuñó Pia-. ¿Pero me escuchó Ethan?

– Quéjate a Liz. Ella lo castigará.

Una mujer más mayor salió del lavabo y se detuvo junto a Pia.

– ¿Cómo te encuentras, querida?

– Bien.

– Sentí mucho lo de tu pérdida. Yo sufrí dos abortos antes de tener a mi Betsy. Sé que es triste, pero tienes que confiar en que vendrán días más felices.

– Gracias -dijo Pia.

La mujer que tenían delante se giró.

– Yo también perdí un bebé. A los cuatro meses. Fue terrible, pero sales adelante. Es duro, pero seguir moviéndote te ayuda a superar el dolor.

Una mujer de cabello blanco que usaba bastón se detuvo y le dio una palmadita en el brazo.

– Asegúrate de que cuidas a ese semental en el dormitorio. Mi George y yo, que en paz descanse, estuvimos haciéndolo hasta dos semanas antes de que diera a luz. En los seis embarazos. En cuanto el médico nos daba luz verde, allá que íbamos otra vez -le guiñó un ojo-. En una ocasión un poco antes de lo que debimos.

Pia se quedó boquiabierta.

– Sí, señora. Gracias por la información.

– Eres una buena chica, Pia. Ten mucho sexo. Ayuda.

La mujer se alejó arrastrando los pies y apoyándose en su bastón.

Junto a Pia, Charity estalló en carcajadas.

– No sé qué es peor. Que llame semental a Raúl o los detalles íntimos de su matrimonio.

– Yo sí sé qué es peor, pero intento no pensar en ello.

Después de utilizar el lavabo, volvió a la mesa. Raúl se levantó.

– ¿Qué pasa? -preguntó preocupado.

– Nada.

– Pareces… Impactada.

– Las señoras mayores están diciéndome lo impórtame que es tener sexo contigo de forma habitual.

Él sonrió.

– ¿Alguna vez te he dicho cuánto me gusta este lugar?


Volvieron a casa de Raúl poco después de las diez y Pia estaba agotada después de un día tan largo.

Raúl la rodeó con sus brazos y apoyó la frente contra la suya.

– Quiero que esta noche compartamos mi cama -le dijo con una sonrisa-. No intentaré nada contigo, solo quiero asegurarme de que estás bien.

Nunca le había pedido eso antes, pensó, tentada y asustada por la invitación. En teoría, se casarían pronto y después de eso, compartirían un dormitorio como toda pareja. No era para tanto. No había razón para ponerse nerviosa por ello.

– Claro -dijo ella ignorando la voz que le lanzó una advertencia dentro de su cabeza-. Sería genial. No serás de los que se quedan con toda la manta, ¿verdad?

– Puedes quedarte con toda la que quieras.

Una invitación encantadora, pero lo que a Pia le interesaba era mucho más que la manta. Lo deseaba a él. Todo de él. No quería únicamente una propuesta de matrimonio por razones prácticas. Quería su corazón y quería su alma. Quería ser lo más importante de su vida y la mejor parte de sus días. Quería que la amara.

Temiendo que él sintiera lo que estaba pensando, dio un paso atrás.

– Voy a prepararme para meterme en la cama.

Para cuando se había desmaquillado y se había puesto un camisón, casi se había convencido de que todo iría bien. Que estaba exagerando. Dormir con Raúl no debería ser para tanto. Probablemente era mejor que se acostumbraran el uno al otro. Podía verlo como unas prácticas.

Pero cuando salió del baño y lo encontró ya en la cama, el corazón le dio un vuelco. Aunque habían compartido cama aquella primera noche que hicieron el amor, de algún modo esto parecía más íntimo.

Se quitó su bata y se metió en la cama.

– ¿Cansada?

– Agotada.

– .¿Duermes boca arriba o de lado?

– De lado.

– Ponte cómoda -le dijo él mientras apagaba la lamparita de noche.

Se colocó tras ella y la rodeó con un brazo; tenía los muslos apoyados sobre la parte trasera de sus piernas y el pecho contra su espalda. La rodeó por la cintura y la abrazó como si no quisiera soltarla jamás.

– Buenas noches -murmuró.

– Buenas noches.

Pia se sentía más despierta cada vez. No estaba acostumbrada a dormir con nadie y se sentía extraña estando tan cerca de él… además de asustada. En lo más hondo de su corazón sabía que acabaría gustándole, que no tardaría en querer estar a su lado todo el tiempo. ¿Pero entonces qué? ¿Se pasaría el resto de su vida amando a un hombre que no la correspondía? ¿Se volcaría en exceso en la vida de sus hijos para no ver la realidad de su matrimonio?

La respiración de Raúl le dijo que se había quedado dormido y ella no supo cuánto tiempo pasó allí conteniendo las lágrimas y luchando contra una tristeza que le decía que su compromiso era un error.


Raúl leyó la magnífica propuesta que había recibido. Un estudiante le había sugerido vincular los programas de Matemáticas y Ciencias del instituto con ciertas industrias. Las industrias cubrirían los costes de esos programas de estudios con la idea de que la mayoría de los alumnos quisieran formarse en ese campo y volver al pueblo a trabajar en esas empresas en cuestión una vez hubieran terminado la universidad.

Raúl anotó algunos comentarios en el margen de la hoja de propuesta; llamaría a algunos amigos que se dedicaban a la ciencia aeroespacial, uno de los campos sugeridos, y les pediría opinión sobre la idea.

La puerta de su gran despacho se abrió y allí apareció Pia.

Se levantó y le sonrió, contento de que se hubiera pasado por allí. Los últimos días habían sido mejores de lo que podría haberse imaginado. Le gustaba tener a Pia cerca, se llevaban bien. Lo hacía reír y siempre tenía un punto de vista interesante que ofrecer.

Ahora, sin embargo, parecía seria y preocupada.

Fue hacia ella.

– ¿Va todo bien? ¿Los bebés?

– Estamos bien -respiró hondo-. Sé por qué Crystal me dejó los embriones.

– Dime -sabía que ése había sido un tema que a Pia le había preocupado.

– Creía en mí. Sabía que podía confiar en mí para que cuidara de sus hijos, para que los criara como si fueran míos. La única persona que tenía dudas al respecto era yo. No podía creer en mí misma. No pensaba que fuera capaz. Y por eso opté por el camino más fácil.

Se puso derecha.

– Me he ido de tu casa, Raúl. Lo he hecho esta mañana. Liz me ha ayudado. Vuelvo a mi apartamento.

– No lo comprendo. ¿Por qué has hecho eso?

¿Por qué lo había dejado? No podía hacer eso. Quería tenerla a su lado; incluso era posible que necesitara tenerla en su vida…

Pia se quitó el anillo de compromiso y se lo dio.

– No voy a casarme contigo.

Raúl miró el anillo, que resplandecía bajo las luces del techo.

No podía estar hablando en serio. Lo necesitaba. Se necesitaban el uno al otro.

– Vamos a ser una familia. Te ayudaré con los bebés. ¿Qué ha cambiado? -habían hecho planes. Iban a criar a esos niños juntos y a tener sus propios hijos. Creía que eso era lo que ambos querían.

– Agradezco la oferta, eres un tipo fantástico -se detuvo un segundo-. Pero no es suficiente. No quiero una solución práctica a un problema difícil. Quiero lo que tienen Hawk y Nicole. Quiero estar enamorada y que me amen. Quiero un matrimonio apasionado, ya sea práctico o no. Lo quiero todo.

Lo quería todo… lo cual significaba que quería que le entregara su corazón, pero ¿entonces qué? No había promesas, no había garantías de nada.

Pia quería más de lo que él estaba dispuesto a dar.

Su boca se curvó en una triste sonrisa.

– Por tu cara puedo ver que la noticia no te ha hecho mucha gracia y no me sorprende. Aunque tenía esperanzas, claro.

– Podemos hacer que funcione de otro modo. No tenemos que estar enamorados para ser felices.

– Demasiado tarde. Yo ya estoy enamorada de ti y no estaré con nadie que no sienta lo mismo por mí.

¿Lo amaba? Imposible. ¿Intentaba tenderle una trampa? No, no podía ser, ya que había sido él el que se había acercado a ella, el que había querido que formaran una familia, el que quería formar parte de las vidas de los bebés.

Sin embargo, no podía creer lo que había oído y, por supuesto, no daría el siguiente paso. No, eso ya lo había hecho una vez y se negaba a que lo traicionaran una vez más.

– ¿Qué pasa ahora? -preguntó él tenso.

– Seguimos igual que antes. La gente sabía lo del compromiso, así que tendrás que responder unas cuantas preguntas. No te preocupes. Voy a dejar claro que esto ha sido decisión mía. Nadie te echará del pueblo.

Volvió a acercarle el anillo, pero él no lo aceptó, así que Pia lo dejó sobre la mesa.

– No quieres arriesgar nada -le dijo ella en voz baja-. Estás buscando una solución fácil a un problema difícil -repitió-. No puedes jugar a ser una familia, Raúl. Si quieres ser feliz, tendrás que darlo todo, arriesgarlo todo. La vida lo requiere así. Crees que si eres lo suficientemente lógico puedes asegurarte de que nadie vuelva a hacerte daño, pero lo único que hace que la vida merezca la pena es amar y que te amen.

Suspiró.

– No pretendía enamorarme de ti. Ha sucedido sin más. Si cambias de opinión, si quieres correr el riesgo, me encantaría ser esa chica.

Y con eso se giró y se marchó, dejándolo solo en el despacho vacío. Todo lo que había querido se había esfumado y lo único que le quedaba era el anillo de compromiso que había comprado para la mujer que acababa de perder.

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