Capítulo 11

Raúl no había planeado proponerle matrimonio, pero tampoco estaba absolutamente sorprendido por lo que le había dicho. Últimamente había estado pensando mucho en ella, en los bebés y en su futuro. La admiraba y la respetaba porque, a pesar de sus miedos y preocupaciones, había seguido adelante. Su deseo de ayudar era algo que él había aprendido de Hawk.

Por otro lado, tampoco había podido sacarse a Keith de la cabeza. Ese hombre había muerto por su país. Habría dado por hecho que Crystal seguiría adelante y tendría a sus hijos, habría pensado que su familia seguiría adelante. Y ahora, gracias a Pia, así sería. Pero no era correcto que ella lo hiciera todo sola.

Pia lo miraba con los ojos como platos y la boca abierta. Intentó hablar, tragó saliva y dijo:

– ¿Cómo dices? ¿Qué?

– Quiero casarme contigo.

Ella sacudió la cabeza ligeramente, como si no estuviera segura de lo que había oído. Parecía impactada y un poco mareada. Él se preguntó si debería meterla en el coche para que pudiera sentarse, pero Pia solucionó el problema abriendo la puerta y dejándose caer en el asiento.

Él fue al otro lado y entró.

– Lo digo en serio, Pia. Cásate conmigo.

– ¿Por qué?

Una pregunta razonable, pensó.

– Admiro lo que estás haciendo. La mayoría de la gente habría salido corriendo, pero tú no lo has hecho. Y no digas que tenías dudas y preguntas porque si no las tuvieras, no serías competente para tener a los niños. En mi vida me he encontrado con muchas clases de personas, los que dan y los que reciben. Las que piensan en los demás y los que piensan en sí mismos. Te he hablado de mi entrenador y de cómo me cambió la vida. Nicole me abrió su casa y su corazón. Me enseñaron lo que es importante y quiero hacer lo que ellos hicieron; hacer algo importante par otra persona.

La expresión de Pia pasó a una que se parecía mucho al enfado.

– Gracias, pero no me interesa ser tu obra de caridad de la semana.

– No, no es lo que quiero decir.

– Pues es lo que estás diciendo.

Él le agarró las manos, pero ella las apartó.

– No.

Estaba enfadadísima. Maldita sea. Lo había estropeado todo.

– Pia, quiero cuidar de ti. Eso es todo. Quiero estar a tu lado y al lado de los bebés. Quiero formar parte de vuestras vidas.

– Si tantas ganas tienes de ser marido y padre, ve a casarte con otra y ten tus propios hijos.

– Lo he intentado y fracasé.

– Un divorcio, eso le pasa a más de la mitad de los matrimonios. ¿Y qué? Inténtalo de nuevo.

– Eso es lo que quiero hacer. Contigo.

Eran unas palabras que Pia jamás se había imaginado que oiría. Una proposición de matrimonio. Pero la situación que la rodeaba no era la adecuada… Ni tampoco el hombre. Era increíble, sí, pero no quería que le pidiera matrimonio de ese modo, movido por un extraño sentido de la obligación hacia un antiguo mentor. No quería ser el proyecto de alguien.

– No puedes solucionar lo que te haya pasado casándote conmigo. Ve a terapia.

Pensó que esas palabras lo molestarían, pero Raúl sonrió.

– ¿De verdad crees que eso es lo que estoy haciendo?

– Sí. Tú no me quieres. Ni siquiera hemos salido -habían compartido aquella única noche, pero eso no era suficiente para cimentar una relación.

Suponía que en cierto modo debería sentirse halagada, pero más bien se sentía engañada. Aunque nunca había llegado al punto de «te quiero, cásate conmigo» en ninguna de sus relaciones, siempre había soñado que algún día sucedería. Que el hombre de sus sueños le pediría matrimonio.

Pero eso tendría que ser algo romántico, un momento mágico. No un ofrecimiento movido por la compasión en un aparcamiento.

– Pia, me gustas mucho -dijo él-. Te respeto y admiro. Eres inteligente, divertida, encantadora y te mueves por el corazón. Has renunciado a tu vida por tener los hijos de tu amiga. ¿Cuánta gente haría eso?

Él cambio de tema la sorprendió.

– Crystal me dejó sus embriones. ¿Qué iba a hacer? ¿Ignorarlos?

– Eso es lo que quiero decir. No podías. Tuviste que cuidar de tu amiga incluso después de que muriera. Puede que yo no conociera a Crystal, pero sí que conocí a su marido. No puedo explicarlo, pero sé que se lo debo. También son sus hijos y quiero cuidar de ti y de ellos.

Lo de Keith tenía sentido, pero lo del matrimonio…

– Apenas me conoces -aunque tenía que admitir que el modo en que la había descrito había sido de lo más halagador.

– Sé lo suficiente. ¿Lo dices porque tú no me conoces a mí? Pregúntame lo que sea. ¿Qué quieres saber?

Pia se sentía como si se hubiera adentrado en un universo paralelo.

– No sé qué preguntar.

– Pues entonces yo te lo diré -y en esta ocasión, cuando fue a tomarle la mano, ella se lo permitió-. Conoces partes de mi pasado, ya te he contado que tuve una novia en el instituto y que estuve loco por ella. Ni siquiera miré a otra chica mientras estuve con ella. Jamás la engañé. Sí, después de romper, tuve una época salvaje, pero Hawk me devolvió al buen camino y me calmé. Salí con muchas mujeres, pero de una en una. Cuando Caro y yo empezamos a salir, ahí terminó todo. Me volqué en ella.

Se movió como si quisiera acercarse a ella, como si las palabras no fueran suficientes para convencerla y necesitara el magnetismo de su presencia.

– Cuando me comprometo, me entrego al cien por cien. No importa si es en el fútbol americano, en el matrimonio o en los negocios. Estaré a tu lado.

Ella se sintió abrumada. Todo estaba sucediendo muy deprisa y lo peor de todo era que estaba tentándola. Oír que un hombre se volcaría en ella era suficiente como para dar el salto sin pararse a pensar.

No era amor. Eso Pia lo comprendía. Raúl quería una familia sin el trauma de tener que entregar su corazón. Quería ayudarlos a ella y a Keith y a cambio tener una familia sin arriesgarse mucho.

– Tengo mis defectos. Puedo ser impaciente, no tengo muy buen humor por las mañanas y puedo ser muy testarudo para salirme con la mía, pero también soy razonable -le acarició una mejilla-. Yo jamás te haría daño.

Pia tenía la sensación de que hablaba en serio, pero nadie podía prometer no hacerle daño a otro. Las cosas no funcionaban así.

– Raúl, estás siendo muy agradable, pero esto no va a suceder.

– ¿Por qué no?

– ¿El matrimonio? Es un gran paso y apenas nos conocemos.

– Te deseo.

– No, solo quieres hacer una buena causa.

– ¿Así que tú eres alguien que quiere a su amiga y yo no soy más que un tipo haciendo una buena acción? No eres la madre biológica de estos niños, pero estás renunciando a tu vida para cuidarlos. ¿Por qué no puedo yo hacer lo mismo? Eso es lo que ofrezco. Necesitas apoyo y un compañero. Yo quiero una mujer e hijos. Quiero ser su padre. Para siempre. Sí, casarnos es la solución más práctica para los dos, pero eso no la hace menos real.

Ella lo miró a los ojos deseando poder ver dentro de su corazón. ¿Hablaba en serio?

– Define «real» -dijo ella en voz baja.

– Un anillo, un juez, un pedazo de papel. Viviremos juntos, criaremos a esos niños juntos. Me gustaría que tomaras mi apellido, pero me parecerá bien si no lo haces. Apareceremos como los padres en las partida de nacimiento. Compraremos una casa, haremos el amor, discutiremos, haremos las paces, criaremos a lo» niños, compraremos un perro y envejeceremos juntos. No hablo de algo temporal, Pia. Te ofrezco todo lo que tengo. Seré un marido para ti y un padre a tiempo completo para esos niños. Y si decidieras dejarme, podrás hacerlo.

Estaba diciendo lo correcto y lo mejor de todo era que parecía creerlo… con lo que ella deseaba creerlo más aun.

Tenía que admitir que se veía tentada; desde el punto de vista práctico, tener a alguien de quien depender mientras criaba a los trillizos sería increíble. Raúl ya le había mostrado que era un hombre responsable y que le daba todo su apoyo. A nivel personal sí que le gustaba… probablemente más de lo que debiera. La idea de compartir una cama con él durante los próximos cincuenta años era bastante excitante.

Él no estaba ofreciéndole amor y al menos en eso estaba siendo sincero. Ella siempre había esperado enamorarse desesperadamente en algún momento, pero aún no había sucedido. Y una vez que tuviera a los niños, ¿qué probabilidades tendría? ¿Tan malo era un matrimonio práctico basado en una necesidad mutua?

– ¿Y qué pasa con tener hijos propios? -le preguntó ella.

– Espero que estés de acuerdo en tenerlos dentro de unos años. ¿No te gustaría tener tu propio bebé?

Ella asintió lentamente. Eso también había sido parte de su fantasía y Raúl le ofrecía unos genes magníficos.

– Hablo en serio. Estoy volcado al cien por cien, Pia. Estaré a tu lado pase lo que pase. Seré tu marido y compañero en todos los aspectos posibles. Te doy mi palabra. Podrás contar conmigo hasta que muera.

Ella sabía lo suficiente como para reconocer que era esa clase de hombre en quien se podía confiar. Le estaba ofreciendo todo… menos su corazón. Pia creía que la cuidaría y después de todo por lo que había pasado en la vida, eso era algo casi imposible de rechazar. Comparado con la seguridad, el amor quedaba en un segundo lugar.

Pero no se trataba solo de ella.

– Una cosa es casarse sin estar enamorado, pero lo de los niños es distinto. No puedes actuar de manera distinta con ellos solo porque no sean biológicamente tuyos.

– Lo sé. Ellos también tienen mi palabra. Cásate conmigo, Pia. Di que sí.

Ella lo miró a los ojos y supo que estaría a su lado en todo momento. Que por razones que no podía explicar, ese hombre quería cuidar de ella y de tres niños que no tenían ninguna relación con él.

La idea de no tener que hacerlo todo sola, de saber que alguien estaría ayudándola era de lo más tentadora. Y el hecho de que ese hombre en cuestión fuera Raúl, hacía que resultara irresistible.

– Sí -susurró ella.

Él la miró.

– ¿Sí? ¿Estás aceptando?

Pia asintió y una vez más se sintió como si fuera a desmayarse. Tal vez no era por el embarazo, tal vez era por él.

Y entonces Raúl la besó y ella ya no pudo pensar más. Solo pudo sentir la calidez y el afecto e incluso algo de pasión.

– No lo lamentarás. Voy a comprarte la casa más grande que haya, el diamante más grande. Me ocupare de todo.

Ella se apartó ligeramente y lo miró.

– ¿No irás a convertirte en uno de esos tipos controladores, verdad?

Él sonrió.

– No. ¿Estás poniéndole pegas al diamante o a la casa?

– Ha sido eso de «me ocuparé de todo» lo que me ha puesto un poco nerviosa.

– ¿Y qué tal sí te digo que me ocuparé de todo después de que tú tomes las decisiones?

– Eso me parece bien.

– Bien.

Volvió a besarla y después se puso recto y se abrochó el cinturón. Ella hizo lo mismo. Arrancó el coche y salieron del aparcamiento.

Pia observaba la carretera y se decía que todo iría bien, que esa sensación que tenía en el estómago no era temor, sino emoción. Casarse con Raúl era algo bueno. Jamás podría cansarse de mirarlo y a pesar de la fama y la fortuna, era un buen tipo. Y eso importaba mucho en los matrimonios.

Funcionaría, se dijo. Es más, estaba teniendo mucha suerte y estaba haciendo lo correcto para los bebés. Lo de su sueño de enamorarse y encontrar a su príncipe… bueno, dado todo lo que había sucedido en su vida, esto era lo que más podría acercarse a su fantasía.


Después de dejar a Pia en la oficina, Raúl volvió a su casa. Recorrió la vivienda de dos dormitorios y supo que ahí no podría vivir una familia de cinco. Había estado pensando en comprar una casa, pero antes no había tenido ninguna prisa. Ahora todo eso había cambiado. Ahora tendría una familia a la que darle un hogar.

Estaba emocionado con la idea. Estaba preparado para casarse otra vez, preparado para ser padre. Si las cosas con Caro hubieran salido bien, ya sería padre de al menos un hijo.

Cierto, su acuerdo con Pia no era nada tradicional, pero pocas cosas en su vida lo habían sido. Era un chico de la calle que había sido bendecido con la habilidad de pensar con los pies y lanzar un balón a metros de distancia. Por otro lado, Hawk y Nicole estarían emocionados de ser abuelos de trillizos. Hawk estaría orgulloso de que hiciera lo correcto.

Salió de su casa alquilada y se dirigió al centro. De camino, pasó por una joyería situada en una zona de tiendas exclusivas. Probablemente había pasado por allí cientos de veces y jamás se había fijado. Ahora, sin embargo, entró.

El interior era todo cristal y luz. Elegante y sofisticado, era la clase de lugar que te hacía sentir como si todo lo que compraras fuera especial.

Una guapa rubia se acercó.

– Hola. ¿Puedo ayudarle?

La última vez que se había comprometido, él mismo había diseñado el anillo movido por la idea de que tenía que representar quién era él y lo que quería que fuera su matrimonio con Caro. El anillo tenía que ser como una declaración de principios.

«Menudo chasco», pensó.

– ¿Se le da bien guardar secretos?

La mujer sonrió.

– Vendo anillos de compromiso. Tengo que saber hacerlo.

– Bien. ¿Conoce a Pia O’Brian?

Los azules ojos de la mujer mostraron sorpresa y alegría.

– Sí, claro. La aprecio mucho.

– Yo también. Quiero un anillo para ella. Algo que vaya con su gusto. Algo que le encante.

– Entiendo. ¿Y puedo preguntar para qué es el anillo?

– Ha accedido a casarse conmigo.

La mujer ladeó la cabeza y sonrió.

– Entonces es usted un hombre muy afortunado.

– Eso creo.

– Tengo un anillo. El diseño es único, pero clásico, Deje que vaya a por él.

Desapareció en la trastienda unos minutos y después volvió con tres anillos sobre una bandeja de terciopelo lavanda.

– Este es el anillo de compromiso -dijo sosteniendo un anillo de diamantes-. El centro tiene dos quilates y está rodeado por cuentas de diamante -lo giró-. Fíjese cómo la piedra refleja la luz, y como el borde evita que se enganche con cualquier cosa, por ejemplo con un jersey.

«O que arañe a un bebé», pensó él.

La mujer volvió a darle la vuelta al diamante para mostrarlo de perfil.

– A los lados tiene diamantes cuadrados y como puede ver tengo dos alianzas a juego.

– ¿Son las alianzas de boda?

Ella asintió.

– Pueden llevarse solas, si Pia lo prefiere.

Él agarró el anillo que resplandeció con la luz del techo y algo le dijo que a Pia le gustaría.

– Deje que le enseñe otras cosas para que pueda comparar.

Vieron las vitrinas, pero él ya había tomado una decisión.

– Quiero las primeras. Sí.

– Estoy de acuerdo. ¿Se va a desmayar cuando le diga el precio?

– No.

– Es un diamante de alta calidad.

– No pasa nada.

Quince minutos después, tenía los tres anillos en cajas dentro de sus vaqueros. Había rechazado la bolsa, ya que no quería que nadie lo viera con ella por el pueblo… se imaginaba cómo correría la voz.

Y ahora que tenía el anillo, había llegado el momento de ir a ver una casa.


Pia estaba delante de su calendario pizarra comprobando los eventos en su lista maestra. Algunos de los festivales requerían mínima preparación, pero otros llevaban semanas de planificación. Si hacía falta, decoración, había que sacarla del almacén e instalarla. Los trabajadores de mantenimiento de la ciudad agradecían que se los avisara con tiempo y ella sabía muy bien que no debía enfurecer al grupo musculoso de la operación.

Con Halloween a la vuelta de la esquina, tendría que pedir que cambiaran los banderines decorativos por los espantapájaros y los fardos de heno. Por cierto, habría que comprar heno fresco. El del año pasado ya no se podría utilizar.

Estaba levantando el teléfono cuando la puerta de su despacho se abrió y Liz Sutton y Montana entraron.

– ¡No me lo puedo creer! -gritó Montana-. ¿Nosotras aquí sentadas hablando de lo aburrida que es mi vida y tú tenías una noticia así? ¿Cómo has podido guardártelo? Jamás te perdonaré.

Pia no sabía de qué hablaba su amiga, pero el hecho de que estuvieran sonriendo como tontas significaba que no eran malas noticias.

Liz la abrazó.

– Felicidades. Parece muy dulce. Y está buenísimo, que siempre es algo positivo. Y yo eso lo sé, porque me entra un cosquilleo cada vez que veo a Ethan… y sobre todo cuando está desnudo.

– Eh, estamos hablando de mi hermano. No compartas los detalles.

– Lo siento -dijo Liz con una carcajada antes de dirigirse a Pia-. ¿Bueno?

– ¿Bueno, qué?

Montana y Liz se agarraron de la mano y empeoran a saltar. Pia dio un paso atrás, asustaban un poco.

– ¡Vas a casarte con Raúl!

– Voy a perdonarte no habérmelo contado si prometes darnos todos los detalles -dijo Montana-. Empieza por el principio y habla despacio.

¡Oh, no!

Pia se dejó caer en la silla y gruñó. Habían pasado… ¿cuatro horas? ¿Y ya se había corrido la voz?

Lo cierto era que apenas había asumido la proposición de Raúl y mucho menos el hecho de haber aceptado. La situación la había dejado demasiado confundida como para fingir que no había sucedido nada.

– ¿Pia? -le preguntó Liz-. ¿Estás bien?

– Estoy bien. Solo un poco confundida. ¿Cómo os habéis enterado?

Montana y Liz se miraron.

– Raúl ha ido a ver a Josh -dijo Liz- y Ethan estaba allí y se ha enterado de todo. Ha dicho que quería comprar una casa más grande, una con muchas habitaciones. Josh quería saber por qué y Raúl le ha dicho que ibais a casaros, pero que no se lo dijera a nadie. Josh y Ethan se lo han prometido y después Ethan me ha llamado.

Bueno, no era culpa suya. Seguro que había pensado que la información estaba a salvo con sus amigas.

– Me he cruzado con Montana de camino aquí y se lo he contado, pero no se te ve muy feliz. ¿Qué pasa?

Las dos amigas apartaron una silla y se sentaron, preocupadas. Pia quería salir corriendo, pero eran sus amigas. Si no podía explicarles la situación a ellas, ¿cómo podría asumirlo? Y no es que estuviera pensándoselo mejor… no. Solo que todo era muy complicado.

Respiró hondo.

– Crystal me ha dejado sus embriones -comenzó a decir antes de explicarles cómo había tomado la decisión de tener a los niños-. Al principio, Raúl se ofreció a ayudarme durante el embarazo.

– ¡Es muy dulce! -dijo Montana con un suspiro.

Pero Liz era más como Pia, menos romántica y más realista.

– ¿Por qué?

– Eso es lo que le pregunté. Resulta que conoció a Keith. Raúl estuvo allí con el equipo para animar a las tropas y Keith era parte de su escolta. Se hicieron amigos y Keith le habló de Crystal y de Fool’s Gold. Raúl estaba a su lado cuando murió.

– No lo sabía -dijo Montana con los ojos como platos-. ¿Por eso vino aquí?

Pia asintió.

– Hizo caso a nuestra invitación para participar es el torneo de golf porque reconoció el nombre del pueblo y quería visitarlo. Le gustó lo que vio y decidió mudarse aquí.

– ¿Habló con Crystal?

– No. No sabía qué decirle. Y no supo que estaba muriéndose y que me había dejado los embriones hasta que yo lo descubrí y tuve una especie de ataque de nervios delante de él. A partir de ahí todo ha ido muy rápido.

– Y ahora quiere casarse contigo -dijo Montana con un suspiro-. Es muy romántico.

Era más práctico que romántico, en realidad.

Pia se encogió de hombros.

– Quiere formar parte de esto y a mí me gustó la idea de no estar sola.

– No estás sola -le dijo Montana-. Nos tienes a nosotras.

– Lo sé y es genial… -vaciló.

Liz continuó por ella.

– Pero tener amigas con sus vidas no es lo mismo que tener a alguien que siempre estará a tu lado. Cuando me quedé embarazada de Tyler, estaba asustada y confundida. Y tú vas a tener trillizos.

– Intento no pensar en el número. Bueno, el caso es que Raúl ha estado conmigo cuando he tomado la decisión y me ha apoyado mucho. Y hoy, después de que la ecografía confirmara que los tres embriones se habían implantado, me ha pedido que me case con él.

– Vas a tener los bebés de Crystal -dijo Liz con los ojos llenos de lágrimas-. Es una bendición para los dos. Ella estaría emocionada.

Pia seguía confusa, pero sonrió de todos modos.

– Ahora estoy comprometida a hacerlo.

– Bebés -dijo Montana-. Y una proposición de matrimonio. ¿Ha sido bonito? ¿Se ha puesto de rodillas?

– Montana, no estamos enamorados. Raúl quiere casarse conmigo y formar parte de la vida de los niños porque quiere ser padre. Cuando le he preguntado por qué, me ha dicho que yo no soy la madre biológica y que nadie me está cuestionando. Estoy dispuesta a tenerlos por mi amiga, porque es lo correcto. Él quiere ser padre y que yo sea su mujer por Keith y porque es lo correcto.

Solo el hecho de pronunciar esas palabras ya era difícil… y más lo era creerlas.

– Al principio no sabía si aceptar, pero puede ser muy convincente. Nos gustamos y nos respetamos. Es un buen hombre y confío en él. No había podido decir eso de un hombre antes.

Liz la abrazó.

– Esto me da buena espina. Los matrimonios concertados han funcionado durante generaciones.

– Pero no estáis enamorados -dijo Montana-. ¿Es que no quieres estar enamorada?

– A veces hay que ser práctico -le dijo Liz-. El amor puede surgir entre ellos.

Pia no había pensado en eso.

– Puede que se enamore locamente de ti -le dijo Montana.

– No lo creo -dijo Pia con firmeza-. Hasta la fecha todos los hombres de mi vida me han engañado y prefiero saber la verdad de antemano. Raúl ha sido sincero y se lo agradezco.

– Supongo -sin embargo, Montana no parecía muy convencida-. Pero es que no es nada romántico.

– Lo romántico puede ser muy doloroso -le recordó Pia.

Liz se recostó en la silla.

– Entonces, ¿no está permitido el amor?

– No hemos hablado de las reglas -admitió Pia-, pero se da por hecho.

– Pues entonces tendrás que tener cuidado. El corazón es una bestia tramposa.

– Confía en mí. Tengo grandes planes de mantenerme emocionalmente entera. Por favor, ¿podríais no decir nada sobre la razón por la que vamos a casarnos? No me importa que se lo digáis a Charity, pero a nadie más.

– Claro que no diremos nada -prometió Liz-. Ahora mismo esas especulaciones es lo último que necesitas. Pero prepárate. Todo el mundo acabará enterándose. Vas a ser una estrella.

– Puedo con ello -Pia había sido el centro de atención en el pueblo una vez y había sido terrible. Ahora las razones eran distintas y estaba segura de que todo iría bien.

Raúl le había dado su palabra y ella había optado por creerlo. Se quedaría con ella y con los bebés. Tal vez no estaban locamente enamorados, pero no pasaba nada. Había muchas formas distintas de hacer feliz a una familia y ellos encontrarían la suya.

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