Uno de los beneficios de su trabajo era que aunque Pia formaba parte del gobierno municipal, no tenía que participar en nada de los asuntos aburridos. Sí, una vez al año tenía que presentar un presupuesto, y justificar cada centavo, pero eso se hacía con un buen programa de ordenador. Cuando se trataba de las reuniones del consejo, era estrictamente una visitante, no una habitual. Así que cuando la alcaldesa la llamó y le pidió que asistiera a una sesión de emergencia, se sintió algo nerviosa al tomar asiento en la larga mesa de reuniones.
– ¿Qué pasa? -le preguntó a Charity, la planificadora de urbanismo-. Marsha parece nerviosa, y eso no es muy propio de ella.
– No estoy segura -respondió Charity-. Sé que quería hablar sobre el incendio.
Y tenía sentido, pero ¿por qué tenía que estar presente ella?
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó a su amiga.
Charity estaba embarazada de cuatro meses.
– Genial. Un poco hinchada, aunque parece que solo yo me doy cuenta -sonrió-. O están mintiendo. Cualquiera de las dos cosas me sirve.
Charity se había mudado al pueblo a comienzos de primavera y, en cuestión de semanas, se había enamorado del ciclista profesional Josh Golden, se había quedado embarazada y había descubierto que era la nieta de la alcaldesa.
Josh y Charity habían tenido una discreta boda y ahora esperaban la llegada de su primer hijo. Marsha estaba emocionada ante la idea de ser abuela.
«Un día más en Fool’s Gold», pensó Pia con alegría. Allí siempre pasaba algo.
Miró a las demás mujeres de la reunión. Estaban las sospechosas habituales, además de algunas sorpresas, como la jefa de policía Alice Barns. ¿Por qué tenía que asistir a una reunión del consejo la jefa de policía? Nancy East estaba sentada delante de todos; no había duda de que la superintendente de los colegios tendría información que todos necesitaban.
Antes de que Pia pudiera preguntarle a Charity, Marsha entró corriendo y tomó asiento en la cabecera de la mesa.
La alcaldesa iba muy bien vestida, como siempre. Le sentaban bien los trajes sastre y llevaba su melena blanca recogida en un cuidado moño.
– Lamento llegar tarde -dijo Marsha-. Estaba al teléfono. Gracias a todos por venir con tan poco aviso.
Se oyó el murmullo de la gente diciendo que no pasaba nada.
– Tenemos un informe preliminar sobre el incendio -dijo Marsha mirando las páginas que tenía-. Al parecer, comenzó en la caldera. Dados los días inusualmente fríos que hemos tenido a principios de semana, se encendió antes de revisarla. El fuego se extendió rápidamente, al igual que el humo.
– He oído que no hubo ningún herido -dijo Gladys. La mujer, que había sido la administradora del Ayuntamiento durante muchos años, estaba ahora ejerciendo de tesorera.
– Es verdad. Tuvimos algunos heridos que no revestían ninguna gravedad, pero a todo el mundo se le atendió allí y no hizo falta llevarlos al hospital -Marsha los miró, con su mirada azul cargada de preocupación-. Aún estamos valorando los daños, pero estamos hablando de millones de dólares. Tenemos un seguro y eso ayudará, pero no lo cubrirá todo.
– ¿Te refieres a lo deducible? -preguntó uno de los miembros del consejo.
– Eso es, pero hay otras cosas en las que pensar. Libros, planes de estudio, ordenadores, material… como he dicho, se cubrirá algo, pero no todo. El estado nos ofrecerá ayuda, pero eso lleva tiempo… lo cual me conduce a otro asunto. ¿Dónde metemos a todos estos niños? Me niego a que este fuego interrumpa su educación. ¿Nancy?
Nancy East, una mujer rellenita que rondaba los cuarenta años, abrió la libreta que tenía delante.
– Estoy de acuerdo con Marsha; que los niños sigan en el colegio es nuestra prioridad. Hemos pensado en repartirlos entre las otras tres escuelas elementales, pero no hay suficiente sitio. Ni siquiera con aulas portátiles, la infraestructura no puede soportar tantos añadidos. No hay espacio suficiente ni en la cafetería ni en el patio. No hay suficientes baños. Por suerte, tenemos una solución. Raúl Moreno ha ofrecido su campamento. Ayer estuve visitando las instalaciones y nos vendrá de maravilla.
Pia se recostó en su silla. El campamento fue una elección obvia, pensó. Grande y lleno de salas. Estaba cerrado en invierno, así que no molestarían a nadie.
– Hay cierta logística para nuestras clases -siguió diciendo Nancy-. Nuestro equipo de mantenimiento está allí ahora mismo, pensando en las mejores configuraciones. Hay un edificio principal donde tendremos reuniones y donde estará la cafetería. Hemos llamado a escuelas de todas partes pidiendo material extra como pupitres, pizarras, autobuses… También estamos haciendo un llamamiento a los abastecedores comerciales. Como ha mencionado Marsha, el estado ofrecerá algo de asistencia.
Se giró hacia Pia.
– Necesito tu ayuda, Pia.
– Claro. ¿Qué puedo hacer?
– Quiero celebrar una colecta de material este sábado en el parque. Necesitamos de todo, desde lápices hasta papel del baño. Nuestro objetivo es que los niños puedan volver al colegio el lunes.
Pia se mostraba calmada por fuera, pero por dentro su voz sonaba histérica y chillona.
– Es miércoles.
– Lo sé. Es todo un reto. ¿Puedes tener algo preparado para el sábado?
La respuesta obvia era «no», pero Pia se la tragó. Tenía un listín telefónico que rivalizaba con cualquiera creado por el gobierno y tenía acceso a una lista impresionante de voluntarios.
– Puedo empezar a correr la voz esta noche y anunciarlo en el periódico de mañana y del viernes. El viernes además saldrá en los medios y puedo tener algo preparado para el sábado por la mañana, digamos a las nueve. Necesito una lista de lo que necesitas.
Nancy había ido preparada y le pasó una carpeta.
– Si la gente quiere donar dinero, no les diremos que no.
– ¿Quién iba a hacerlo?
Pia abrió la carpeta y miró detenidamente las hojas escritas a máquina. La lista era detallada y, como Nancy había prometido, reflejaba todo lo que necesitaban, desde tizas hasta porcelana… bueno, no porcelana exactamente, sino platos para el campamento.
– Creía que el campamento ya tenía una cocina en funcionamiento. ¿Por qué iban a necesitar platos, vasos y utensilios?
– Zona de Niños albergaba a menos de cien campistas, incluso contando con los que no se quedaban a dormir. Nosotros vamos a enviar cerca de trescientos.
– Eso son muchas servilletas -murmuró Charity-. Me quedaré después de la reunión y así me dices qué puedo hacer para ayudar.
– Gracias.
No era el tamaño del proyecto lo que le preocupaba a Pia, sino la velocidad. Necesitaría un anuncio a toda página en el periódico local y a Colleen, su contacto en el Fool’s Gold Daily Republic, no le haría ninguna gracia.
– Tengo que hacer una llamada -dijo y se excusó.
Una vez estaba en el vestíbulo, sacó el teléfono móvil y marcó.
– Hola, soy Pia.
Colleen era una mujer de cierta edad… aunque nadie sabía qué edad era ésa. Le gustaba beber y fumar y detestaba hablar sobre trivialidades.
– ¿Qué quieres? -preguntó bruscamente.
Pia respiró hondo. Hablar rápido era esencial.
– Una página completa mañana y el viernes. El sábado vamos a celebrar una colecta para la escuela que se ha quemado; lo necesitamos para un colegio nuevo y material.
Maldita sea. Hablar con Colleen siempre la ponía nerviosa, y lo peor era que la otra mujer no tenía que decirle nada para ponerla frenética.
– Los niños irán al campamento mientras se repara la escuela. Necesitarán de todo desde libros hasta lápices y papel del baño. Tengo una lista. También nos vendrán bien donaciones económicas.
– Claro que sí. ¿Algo más? ¿Qué tal un riñón? Me han dicho que tengo dos. ¿Quieres que me lo corte y que os lo envíe?
Pia se apoyó contra la pared.
– Es para los niños.
– No estoy participando en ningún concurso de belleza; no tengo que preocuparme ni por los niños ni por la paz en el mundo.
Se hizo una larga pausa durante la que Pia oyó a la otra mujer exhalando humo.
– Tráeme el material en quince minutos y lo haré. De lo contrario, olvídalo.
– Gracias, Colleen -dijo Pia, corriendo hacia la máquina de fax de la segunda planta.
Redactó el titular y le sobraron dieciocho segundos. Cuando la copia y la lista del material necesitado había pasado por el fax, Pia volvió a la reunión y descubrió que no habían estado tan ocupados como ella.
– Charity, ¿es posible que hayas visto el trasero de Raúl Moreno? -estaba preguntando Gladys esperanzada-. ¿Podrías hacer una comparativa?
Pia se dejó caer en su silla.
– Sí, Charity. Deberías pedirle a Raúl que te concediera una ducha privada y a mí me gustaría estar presente cuando lo hicieras.
Charity volteó los ojos.
– No le he visto el trasero, y tampoco voy a pedirle que me lo enseñe. Por lo que a mí respecta, el de Josh es perfecto y no se puede mejorar.
– Eres su mujer -refunfuñó Gladys-. Tienes que decirlo.
Marsha se levantó de su silla.
– Debatir cuál de las dos celebridades del lugar es más atractivo puede ser un modo excitante de pasar el rato, pero aún tenemos cosas que discutir. Pia, ¿has conseguido el anuncio?
– Sí. Colleen publicará la hora, la lista de lo que hace falta y la información de contacto mañana y el viernes. Yo empezaré a hacer las llamadas esta noche. Colocaremos mesas para los que quieran hacer una venta de pasteles o algo parecido. Lo que solemos hacer siempre.
Marsha le entregó un papel.
– Aquí están los negocios locales que nos facilitarán refrescos y aperitivos. Les he dicho que nos los sirvan antes del sábado a las ocho de la mañana -miró a su alrededor-. Agradecería que las que tengáis una estrecha relación con Dios hablarais con él para que nos haga buen tiempo. Un sábado cálido y soleado sería lo mejor.
Gladys pareció impactada ante la petición, pero las demás se rieron a carcajadas.
Marsha se recostó en su asiento.
– Hay algo más que quiero discutir. Esperaba que no fuera importante, pero no he tenido tanta suerte. Soy consciente de que comparado con el incendio, esto parecerá una nimiedad, pero causará un impacto en nuestro pueblo y tenemos que estar preparados.
Pia miró a Charity, que se encogió de hombros. Al parecer, Marsha no le había hablado a su nieta de ese misterioso asunto.
– Puede que algunas recordéis a Tiffany Hatcher. Era una estudiante que vino a Fool’s Gold en primavera y que se dedicaba a la geografía humana, que estudia por qué la gente se asienta en un lugar u otro, por qué se traslada…
Pia vagamente recordaba a la joven guapa y diminuta que se había mostrado interesada en Josh. Aunque, ya que él solo había tenido ojos para Charity, nada había surgido de su flirteo.
– Intenté evitar que escribiera sobre nuestro pueblo, pero no tuve suerte y va a publicar su tesis. Me ha llamado para que sepa que hay un capítulo sobre Fool’s Gold y, más concretamente, sobre la escasez de hombres. Ha enviado extractos del capítulo a muchos medios de comunicación y se alegra de decirme que han despertado interés.
– No -dijo la jefa Barns-. No pienso permitir que un puñado de tipos de la prensa invadan mi pueblo y aparquen donde no deben. ¿Es que no hay suficientes noticias en el mundo sin tener que prestamos atención a nosotros?
Pia pensaba lo mismo, pero se temía que un pueblo con escasez de hombres era exactamente la clase de historia que atraería mucha atención.
– No creo que ayude mucho que le digamos a los medios que no los queremos aquí -dijo Charity.
– Me temo que en las próximas semanas vamos a tener que enfrentamos a este problema. Y no solo a los medios… -dijo Marsha.
Pia miraba a su jefa.
– Cuando se corra la voz, nos invadirán hombres buscando un pueblo lleno de mujeres solitarias.
– Eso podría ser divertido -dijo Gladys, intrigada-. Unas cuantas de vosotras necesitáis casaros.
Pia sospechó que Gladys se refería a ella, así que tuvo la precaución de mantenerse callada. Con menos de tres días para organizar un evento a lo grande, casarse o conocer a un hombre era lo último que le importaba. Y aunque no estuviera tan ocupada, teniendo en cuenta el tema de los embriones, lo de salir con algún hombre no es que fuera improbable, es que era imposible.
El sábado por la mañana amaneció perfectamente claro y la temperatura sería suave. Al parecer, Dios había respondido, pensó Pia mientras llegaba al parque poco después de las siete para ver que los trabajos ya habían empezado.
La cuadrilla de mantenimiento ya estaba montando largas mesas y cubos. Una imprenta había donado varios carteles y otros que se habían hecho a mano estaban dispuestos en su sitio. Pia había organizado dónde se recolectaría cada cosa.
Su milagroso listín telefónico había funcionado a la perfección, y unas cincuenta personas la habían llamado prometiéndole libros, material e incluso dinero en metálico. Liz Sutton, nativa de Fool’s Gold y una autora de éxito que acababa de regresar al pueblo para quedarse, había prometido cinco mil libros de niños para crear la biblioteca. Cuando Pia se había ofrecido a ir gritando a los cuatro vientos la impresionante donación que había hecho, ella había insistido en que todo se hiciera de manera anónima.
Y no fue la única que colaboró a lo grande. El héroe local, Josh Golden, ya había entregado un cheque por valor de treinta mil dólares, también con instrucciones de que no se diera su nombre. Además, la mañana anterior había llegado a su despacho un cheque por valor de diez mil dentro de un sobre que le habían colado por debajo de la puerta sin remitente.
Pia le había entregado el dinero a Nancy, junto con una lista del resto de donaciones.
Ahora, mientras bebía un poco de café, repasó todo lo que sucedería durante el día. El evento comenzaría a las ocho. Las donaciones se habían entregado el día anterior, y sus voluntarios estaban seleccionándolo todo. Para facilitar las cosas, se agruparon los artículos en función de precio en mesas de uno, tres, cinco y diez dólares.
La venta de pasteles y comida comenzaría al mediodía. La subasta sería a las tres y Pia aún esperaba la lista de lo que se ofrecería.
Durante todo el día tocarían bandas locales, el hospital estaría tomando la tensión y las clases de último curso del instituto harían lavados de coches. Pia no estaba muy segura de eso del «Desnudos por la causa», por mucho que el presidente de la clase le hubiera jurado que no irían desnudos, sino en bañador; sin embargo, en el punto en el que se encontraban, estaba dispuesta a aceptar todos los dólares que reunieran.
A las siete y media apareció una horda de voluntarios que se colocó en las zonas que se les habían asignado. Charity llegó quince minutos después, muy pálida.
– Siento llegar tarde -dijo colocándose el pelo detrás de las orejas-. No suelo vomitar por las mañanas, pero hoy ha sido uno de esos días. La buena noticia es que los chicos han hecho un gran trabajo instalando las baldosas del suelo.
– ¿Lo has visto muy de cerca?
– Durante casi una hora. Me duelen las rodillas, por no hablar del estómago -le dio una carpeta a Pia-. La información sobre la subasta.
– Gracias por hacer esto.
– Me alegra ayudar. Hay unos premios geniales -Charity se detuvo-. ¿Es un premio si tienes que pagarlo?
– No estoy segura.
Pia revisó la lista. Estaban las habituales tarjetas regalo de los restaurantes y de las tiendas locales. Ethan Hendrix había ofrecido un cheque por valor de cinco mil dólares para una reforma del hogar. Había también fines de semana en Tahoe y en la estación de esquí, clases de esquí, y un fin de semana en Dallas por cortesía de Raúl Moreno. Su paquete incluía los vuelos, dos noches en la Mansión Rosewood de Turtle Creek, una cena en el hotel y dos entradas para un partido de los Cowboys.
– Ese premio tiene mucho valor -dijo Pia, impresionada por la generosidad de Raúl.
– Lo sé. Casi se me han salido los ojos de las órbitas -apuntó Charity-. Ese hombre ya ha cedido su campamento, es más que suficiente.
– Es muy simpático -dijo Pia-. No puede evitarlo.
Charity se rio.
– Lo dices como si fuera algo malo.
– Puede serlo -aunque Raúl había dicho tener un pasado oscuro, eso, en lugar de molestarla, le había hecho verlo como más humano.
– Es muy guapo -dijo Charity.
Pia miró a su amiga.
– No vayas por ahí.
– Solo estoy diciendo que está aquí, que es guapo, que es un hombre de éxito y rico. Creo que no sale con nadie. Se divorció hace unos años.
Pia enarcó las cejas.
– ¿Es que has estado investigándolo?
– Oh, por favor. Estoy con Josh.
Como si eso explicara algo… aunque tal vez lo hacía. No solo era que Josh estuviera enamorado de su esposa, era más el modo en que él miraba a Charity lo que hacía que Pia se sintiera un poco perdida y triste. Además de adorar a su mujer, Josh la veneraba. Era como si hubiera estado esperando toda su vida a encontrarla y ahora que lo había hecho, no fuera a dejarla marchar.
Pia no se fiaba de esa clase de adoración, pero sí que era agradable pensar que existía.
– No me interesa -dijo con firmeza.
– ¿Cómo lo sabes? ¿Has pasado algo de tiempo con él?
Pia no estaba preparada para hablar de los embriones, pero lo cierto era que quedarse embarazada lo cambiaría todo. Muy pocos hombres estarían interesados en criar a los hijos de otro y, sobre todo, tratándose de trillizos. Y aunque hubiera algún hombre dispuesto a hacerlo, seguro que ése no era Raúl.
– Hemos hablado y, como te he dicho, es muy simpático, pero no es para mí.
Miró a su amiga; aún no se le notaba mucho la barriga, pero sabía mucho más sobre el embarazo que ella. Sin embargo, Pia aún no estaba preparada para hacer preguntas.
El reloj de la Iglesia de la Puerta Abierta marcó la hora y Pia miró su reloj.
– Tengo que irme corriendo. Tengo que ir a cincuenta sitios distintos.
– Vete, ya me ocupo yo de la subasta. No te preocupes.
– No lo haré. Fool’s Gold te debe una.
A las once quedó claro que todo el pueblo había acudido a apoyar a la escuela. Los artículos que se habían reunido para el mercadillo se habían vendido al completo y la mayoría de la gente había insistido en pagar dos o tres veces más del precio fijado. Los cubos de donativos estaban a rebosar, al igual que las mesas, y la gente no dejaba de llegar.
Pia pasó de zona en zona, comprobando cómo iban los voluntarios y descubrió que no la necesitaban. Todo transcurría con normalidad y sin problemas… tanto, que ella comenzó a ponerse nerviosa.
Se compró un perrito caliente y un refresco y le dijo al chico que se ocupaba de atender el puesto que quedara con el cambio.
– Todo el mundo está haciendo lo mismo -dijo él con una amplia sonrisa y metiendo los billetes de sobra en una gran lata de café a rebosar-. Ya hemos tenido que vaciarla dos veces.
– Buenas noticias -dijo ella antes de sentarse en uno de los bancos.
Estaba agotada, pero en el buen sentido. Ahora mismo, en mitad de ese soleado día y rodeada por sus vecinos, se sentía bien. Como si todo fuera a funcionar. Sí, la escuela se había incendiado, pero el pueblo se había unido y se había restaurado el orden.
Y a ella siempre le había encantado el orden.
Tres chicos vinieron corriendo y uno de ellos se sentó a su lado.
– Ahí hay limonada gratis -dijo señalando al otro lado del parque.
– Deja que adivine… tú ya te has tomado dos vasos.
– ¿Cómo lo sabes?
– Puedo ver el brillo del azúcar en tus ojos. Hola, soy Pia.
– Yo soy Peter -arrugó la nariz-. Iba al colegio que se ha quemado. Todo el mundo está haciendo esto para que podamos volver a la escuela.
– Y para ti eso no es muy divertido, ¿verdad?
– Supongo que me gusta el colegio…
Peter parecía tener unos nueve o diez años, tenía pecas y unos grandes ojos marrones. Era muy delgado, pero tenía una amplia sonrisa que hacía que quisieras sonreírle a él también.
– ¿Qué preferirías hacer en lugar de ir al colegio?
– Jugar al béisbol. Jugaba cuando era pequeño.
– ¿Estás en la Pequeña Liga?
Él negó con la cabeza.
– Mi padrastro dice que es demasiado caro y que hace perder mucho tiempo.
– ¿Te gustan otros deportes?
– Me gusta ver el fútbol americano. Hacen esas cosas divertidas con las manos. Intento fijarme en lo que hacen, pero es difícil.
– Todo eso se lo inventan. No hay una sola forma de hacerlo bien.
El niño abrió los ojos de par en par.
– ¿En serio?
– Ajá. Vamos -dejó el refresco en el suelo y tiró si papel del perrito y la servilleta a la basura antes de girarse hacia Peter-. Vamos a inventarnos uno. Yo doy un paso y tú otro.
Levantó el puño de la mano derecha y el niño repitió el gesto. Saltaron, chocaron los puños, y volvieron a chocar con las palmas abiertas. Él sacudió dos dedos y ella terminó dando una doble palmada.
– ¡Está bien! Vamos a hacerlo muy deprisa.
Repitieron la secuencia dos veces, sin cometer ningún error.
– Eres bueno -le dijo Pia.
– Tú también -el chico miró hacia otro lado y vio a sus amigos-. Tengo que irme.
– Diviértete. ¡Y no bebas demasiada limonada!
Él se rio y echó a correr.
Pia recogió su bebida y se levantó. Era momento de volver al trabajo. Mientras recogía sus papeles, vio a Jo cruzando el césped en dirección al puesto de subasta.
Su primer pensamiento fue ir tras ella y preguntarle por Jake, pero entonces recordó el cariño que el gato le había mostrado a su amiga y supuso que estaría muy bien en su casa.
Se giró y se chocó contra alguien alto y fuerte. Unas gotas de su refresco saltaron de su vaso de papel y cayeron sobre la camisa del hombre.
Pia gruñó y al alzar la mirada se encontró con la divertida mirada de Raúl.
– ¿Es una especie de rito de iniciación a la vida en un pueblo pequeño? -preguntó él.
– Lo siento -ella se apartó y le frotó el pecho en un intento de limpiarlo… algo que resultó más agradable de lo que se había imaginado-. Es light. No te dejará mancha.
– No pasa nada -le agarró la mano y no le soltó los dedos-. ¿Estás bien?
– Estoy muy bien. No soy yo a la que han empapado.
El roce de Raúl era suave, ligero, apenas perceptible, y, aun así, ella no podía centrarse en otra cosa. Su piel era cálida y en ella, Pia pudo captar el poder que contenía.
¿El poder que contenía? ¿Pero qué era eso? ¿Frases del guion de una peli mala? ¿Quién pensaba así?
Ella, al parecer. Estaba mirándolo a los ojos y descubrió que no quería apartar la mirada. Inmediatamente, se soltó de él.
– Bueno, gracias por tu donativo. Es impresionante. Ya has hecho bastante cediendo el campamento.
– No es para tanto. Me alegra haber ayudado.
– Bien. Todos deberíamos ayudar, sobre todo ahora.
– ¿Seguro que estás bien?
– Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
De ningún modo mencionaría que se sentía aturdida por el roce de su piel y por eso buscó otra explicación.
– He visto a Jo -dijo apresuradamente-. La amiga que se ha quedado con el gato.
Él asintió.
– Quería ir a preguntarle si Jake me echa de menos, pero es una tontería, ¿verdad? Está claro que la adora. No dejo de pensar que si no soy capaz de hacer feliz a un gato, ¿qué oportunidades tengo de que me quieran unos niños?
– ¿Vas a tenerlos?
– Sí. No. No estoy segura -suspiró-. Tal vez. Sé que eso es lo que quería Crystal. Y por muchas veces que me diga que no son responsabilidad mía, siento que lo son.
– ¿Vas a tener los hijos de otros y criarlos?
– No voy a tenerlos para luego darlos.
– ¿Por qué no?
Ella se quedó mirándolo.
– ¿Cómo dices?
– ¿Por qué no ibas a darlos? Hay cientos de parejas que están deseando tener hijos. Podrías elegir a la pareja tú misma, asegurarte de que los bebés estarán bien cuidados.
Nunca había pensado en eso. ¿Entregar a los bebés de Crystal y Keith? A pesar de lo cálida que era la tarde, la recorrió un escalofrío.
– No -dijo con rotundidad-. Si eso era lo que quería, lo habría mencionado en el testamento. Crystal se tomó la molestia de pagar tres años de conservación. Quería darme tiempo.
– No te advirtió sobre lo que iba a hacer.
– Lo sé y eso me confunde, pero no cambia la realidad. Si tengo a los bebés, me los quedaré. Y los criaré -por mucho que pensarlo hiciera que el estómago e diera un vuelco.
Él la miraba a los ojos como si estuviera buscando algo en ellos.
– No conozco a muchas mujeres que pudieran estar dispuestas a hacer algo así.
– ¿En serio? Porque yo no conozco a muchas que fueran a negarse.
– No puedes creerlo.
Pensó en sus amigas y en lo mucho que se cuidaban las unas a las otras.
– Estoy segurísima.
– ¿Tan segura como Crystal lo estaba de ti? Tú eres la que ella eligió.
– Y eso me hace preguntarme por qué -dijo con una carcajada-. Bueno, ya basta de asuntos personales por hoy. Tengo que comprobar cosas y tú tienes que ponerte al sol para que se te seque la camisa.
Se marchó antes de que él pudiera hacer algo peligroso, como rodearla con su brazo.
Era extrañísimo. Normalmente se ponía nerviosa cuando conocía a alguien, pero luego esa sensación iba desapareciendo. Con Raúl, le había pasado todo lo contrario. Cuanto más lo veía, más tensa se mostraba. Si seguía así, dentro de un mes verlo podría dejarla en estado catatónico. ¡Eso sí que le daría a Fool’s Gold algo de qué hablar!
Raúl estaba junto al edificio principal viendo cómo llegaban los niños para dar comienzo a su primer día de colegio en su campamento. El aparcamiento era una especie de caos organizado mientras los profesores distribuían a los niños por las clases.
En menos tiempo del que habría imaginado posible, el campamento había quedado transformado. Había pupitres, sillas, equipamiento para el patio de juegos, libros, papel y personas preparando el almuerzo.
Dakota se unió a ellos con una carpeta en la mano.
– Esto es genial -dijo-. Como el primer día de colé, pero mejor aún.
– Seguro que a los niños les habría gustado tener más tiempo libre.
Ella se rio.
– Tienes razón, pero la educación es lo importante -lo miró por el rabillo del ojo-. Todo el mundo cree que eres genial por haberle cedido al pueblo este lugar. Que eres un tipo muy majo y simpático.
– Se pueden ser peores cosas.
Ella parecía sorprendida.
– La mayoría de los chicos no quieren ser simpáticos. Eso evita que consigan a la chica.
Él nunca había tenido problemas para conseguir a La chica.
– Un tipo simpático cambió mi vida. Ser como él me haría un hombre muy feliz.
Hawk no era una persona fácil de tratar, sino un tipo duro que hacía lo correcto. Raúl dudaba que a su viejo amigo hubiera podido engañarlo Caro. La ironía era que él había hecho todo lo posible por asegurarse de que elegía a la persona correcta, pero aun así, había logrado estropearlo todo.
– Tengo que ir a hablar con unos profesores -dijo Dakota excusándose.
Llegaron tres coches más y aparcaron. Pia salió de uno de ellos y lo saludó.
Llevaba una falda oscura y unas botas y su jersey era del color de sus ojos. Raúl no solo se fijó en eso, sino que deseó echar a caminar hacia ella. Se juntaron a medio camino y al instante él los imaginó a los dos besándose y con mucha menos ropa encima.
No era muy buena idea, se recordó. Pia se movía en una dirección totalmente opuesta, y, además, él tenía unas reglas sobre los pueblos pequeños y sus mujeres residentes. Convertirla en una excepción supondría un desastre para los dos.
– ¿No es genial? -preguntó ella mientras se acercaba-. Había tráfico al subir la montaña. Me encanta ver que un plan funciona.
Llegó un autobús y cuando la puerta se abrió, los niños comenzaron a salir en bandada. Un chico muy delgado y pelirrojo corrió hacia Pia.
Raúl lo reconoció; era el chico que se había encogido de miedo cuando había intentado ayudarlo a salir de la clase llena de humo. Vio cómo Pia y el chaval se saludaron con un complicado juego de manos.
– ¡Te has acordado! -gritó el niño-. Lo sabía.
– Es nuestro saludo -dijo Pia con una carcajada-. Vamos, será mejor que vayas a clase. Diviértete.
– Lo haré.
Él se giró y salió corriendo.
– ¿Lo conoces? -preguntó Raúl.
– ¿A Peter? Nos conocimos el sábado en el parque. Estaba allí con sus amigos. ¿Por qué?
Pensó en la clase llena de humo y supuso que tal vez eso era lo que tenía al niño tan asustado. Tal vez lo había malinterpretado. A pesar de tener el presentimiento de que no era así, prefirió no decir nada hasta no tener más pruebas.
– Creo que estaba en la clase en la que yo estuve hablando cuando empezó el incendio.
– Oh, puede que sí. Es de esa edad -se pasó el bolso al otro hombro-. ¿Cómo tienes la agenda los próximos días? Técnicamente aún te debo una reunión.
– ¿Qué tal hoy?
– ¿A qué hora?
– Al mediodía. Almorzaremos juntos.
Ella vaciló.
– No tienes que invitarme a almorzar.
Él enarcó una ceja.
– Iba a dejarte pagar.
Ella se rio.
– Oh, bueno, en ese caso, claro. Iremos al Fox and Hound. Hacen una ensalada increíble y pareces un tipo al que le gusta la lechuga.
– Puede que te sorprenda.
Algo brilló en los ojos de Pia, pero tan pronto como apareció, se desvaneció. Ella asintió.
– Puede que sí.