12

El comandante Whitney se hallaba sentado ante su amplio y bien ordenado escritorio, escuchando. Apreció el hecho de que la teniente informara de un modo claro y conciso, y se admiró al verla omitir ciertos detalles sin parpadear.

Un buen policía debía tener sangre fría. Y Eve Dallas la tenía de hielo, se dijo con satisfacción.

– Así que hizo analizar los datos de la autopsia de Fitzhugh fuera del departamento.

– Así es, señor. -Eve no parpadeó-. El análisis requería un equipo más sofisticado del que disponemos en el departamento de homicidios.

– Y usted tuvo acceso a ese equipo más sofisticado.

– Me las arreglé para tenerlo.

– ¿Y usted misma analizó los datos? -preguntó él, arqueando una ceja-. La informática no es su fuerte, Dallas.

Ella lo miró a los ojos.

– Últimamente me he dedicado a ampliar mis conocimientos en este campo, comandante.

Él lo dudaba.

– Posteriormente consiguió acceder a los archivos del Centro de Seguridad Gubernamental, y una vez allí, cayeron en sus manos unos informes confidenciales.

– Así es. Preferiría no revelar mi fuente.

– ¿Su fuente? ¿Está diciendo que tiene un topo en ese centro?

– Los hay en todas partes -replicó ella con frialdad.

– Pues que éste desaparezca, o podría acabar usted ante un subcomité allá en East Washington -murmuró él. A Eve se le revolvió el estómago, pero mantuvo la voz firme.

– Estoy preparada.

– Más le vale. -Whitney se recostó, juntó las manos y apoyó la barbilla en la punta de los dedos-. Respecto al caso del Olympus, también tuvo usted acceso a los datos. Eso queda un poco fuera de su jurisdicción, ¿no le parece, teniente?

– Me encontraba allí durante el incidente e informé de mis averiguaciones a las autoridades interespaciales.

– Las cuales se hicieron cargo del asunto.

– Tengo autorización para solicitar datos cuando un caso externo está relacionado con uno interno, comandante.

– Eso está por demostrarse.

– Necesitaba los datos para demostrar tal relación.

– Eso se sostendría si se tratara de un homicidio, Dallas.

– Creo que se trata de cuatro homicidios, incluyendo el de Cerise Devane.

– Dallas, acabo de ver la grabación de ese incidente. Vi a una policía y a una suicida en un tejado. La policía trató de persuadir a la suicida, pero ésta decidió saltar. No recibió ningún empujón o coacción de ningún tipo, ni estaba amenazaba en ningún sentido.

– Mi opinión profesional es que actuó bajo coacción.

– ¿Cómo?

– No lo sé. -Y por primera vez Eve dejó entrever su frustración-. Pero estoy segura de que si pudieran recoger de la calle la cantidad suficiente de cerebro para analizarlo, encontrarían la misma quemadura en el lóbulo frontal. Lo sé, comandante. Sólo que no sé cómo llegó allí. -Hizo una pausa y añadió-: O la pusieron.

Él parpadeó.

– ¿Está insinuando que alguien induce a quitarse la vida a ciertos individuos mediante una especie de implante cerebral?

– No he hallado ninguna conexión genética entre los individuos. Ni grupo social, ámbito educativo o afiliación religiosa. No crecieron en la misma ciudad, ni bebían la misma agua, ni acudían a los mismos clubes o gimnasios. Pero todos tenían la misma tara en el cerebro. Eso es más que una coincidencia, comandante. Fue causada, y si al causarla se indujo a esa gente a poner fin a sus vidas, entonces se trata de asesinato. Y allí entro yo.

– Está caminando en la cuerda floja, Dallas -dijo Whitney-. Los muertos tienen familias, y las familias prefieren correr un tupido velo. Su investigación no hace sino prolongar su dolor.

– Lo lamento.

– También está haciendo plantearse interrogantes a la Torre -añadió, refiriéndose al jefe del Departamento de Policía y Seguridad.

– Estoy dispuesta a presentar mi informe a Tibble si así se me lo ordena. -Pero Eve confiaba en no tener que hacerlo-. Estaré a la altura de mi hoja de servicios. No soy un principiante que quiere desenterrar un caso ya cerrado.

– Hasta los policías más experimentados exageran y cometen errores.

– Entonces déjeme cometerlos. -Ella negó con la cabeza antes de que él pudiera replicar-. Fui yo la que estuvo en ese tejado, comandante. Vi la cara, los ojos de esa mujer cuando saltó. Y sé de qué estoy hablando.

El apretó las manos contra el borde del escritorio. Su cargo siempre le exigía llegar a compromisos. Tenía otros casos y necesitaba que ella se ocupara de ellos. El presupuesto era escaso, y nunca había tiempo u hombres suficientes.

– Le doy una semana, eso es todo. Si no tiene las respuestas para entonces, cerraremos los expedientes. Ella contuvo el aliento.

– ¿Y el jefe?

– Hablaré con él personalmente. Consígame algo, Dallas, o prepárese para seguir adelante.

– Gracias, señor.

– Puede retirarse -dijo él, y añadió cuando ella alcanzó la puerta-: Oh, si piensa volverse a salir de la esfera oficial para… investigar, ándese con cuidado. Y déle recuerdos a su marido.

Ella se ruborizó ligeramente. Whitney había adivinado la fuente, y ambos lo sabían. Eve murmuró algo y salió. Había esquivado el golpe, se dijo mesándose el cabello. Luego, murmurando una maldición, corrió hasta la parada de aerodeslizador más próxima. Iba a llegar tarde a la vista.

Casi era el final de su turno cuando regresó a su oficina y encontró a Peabody recostada ante su escritorio con una taza de café en la mano.

Eve se apoyó contra la jamba de la puerta.

– ¿Cómoda, oficial?

Peabody dio un brinco, derramó un poco de café y carraspeó.

– No sabía a qué hora volverías.

– Eso parece. ¿Algún problema con tu ordenador?

– Oh, no. Pensé que era más rápido introducir los nuevos datos directamente en el tuyo.

– Eso es un buen argumento, Peabody. No lo sueltes. -Eve se acercó a su Autochef y pidió un café. Era la mezcla de Roarke en lugar del veneno que servían en toda la planta, lo que explicaba que Peabody estuviera cómodamente instalada ante el escritorio de su superior.

– ¿Alguna novedad?

– El capitán Feeney ha comprobado todas las comunicaciones de los internexos de Devane. No parece haber ninguna conexión, pero está todo aquí. Tenemos su agenda personal con todas las citas y la mayoría de datos de la última revisión médica que se hizo.

– ¿Algún problema en ella?

– Ninguno. Era adicta al tabaco y se ponía inyecciones anticáncer con regularidad. No tenía ningún síntoma de enfermedad; ni física, ni emocional, ni mental. Tenía tendencia al estrés y al exceso de trabajo, lo que contrapesaba con calmantes y tranquilizantes. Según todos los informes cohabitaba felizmente con su pareja, aunque ésta solía estar fuera del planeta. Tienes también el nombre del pariente más próximo, el hijo de su anterior relación.

– Sí, ya he hablado con él. Trabaja en las oficinas de Tattler de New Los Ángeles. Viene para aquí. -Eve ladeó la cabeza-. ¿Cómoda, Peabody?

– Sí, teniente. Oh, lo siento. -Se apresuró a ponerse de pie y se acomodó en una silla a su lado-. ¿Qué tal la reunión con el comandante?

– Tenemos una semana -respondió Eve con brusquedad mientras se sentaba-. Aprovechémosla al máximo. ¿El informe del forense de Devane?

– Aún no está listo.

Eve se volvió hacia su telenexo.

– Veamos si podemos darle un pequeño empujón.

Eve llegó a casa tambaleándose. No había comido nada, cosa de lo que se alegró ya que había terminado la jornada en el depósito de cadáveres contemplando los restos de Cerise Devane.

Hasta el estómago de una policía veterana podía revolverse.

Y no iba a sacar nada de allí, nada en absoluto. Dudaba que ni siquiera el equipo de Roarke lograra reconstruir lo suficiente de Devane para ser de alguna ayuda.

Al entrar casi tropezó con el gato, que estaba espatarrado en el umbral, y reunió energías para agacharse y cogerlo en brazos. Él la miró echando fuego por sus ojos de dos colores.

– No te pisarían si pusieras tu culo gordo en otra parte, amigo.

– Teniente.

Eve cogió el gato con el otro brazo y vio a Summerset, quien, para variar, había aparecido de la nada.

– Sí, llego tarde -replicó-. Castígueme.

Él no respondió con su habitual comentario mordaz. Había visto las imágenes en el canal de noticias y la había observado en el tejado. Le había visto la cara.

– ¿Querrá cenar?

– No, gracias. -Quería acostarse y se encaminó a las escaleras.

– Teniente. -Summerset esperó a que ella soltara un juramento y volviera la cabeza con un gruñido-. Una mujer que camina por un tejado es o muy valiente o muy estúpida.

El gruñido se convirtió en una sonrisa burlona.

– No es preciso que me diga en qué categoría me ha puesto.

– No, no es preciso. -Él la observó subir y pensó que esa mujer tenía muchísimo coraje.

No había nadie en el dormitorio. Pensó en hacer un registro de la casa por ordenador para localizar a Roarke, pero cayó de bruces en la cama. Galahad se escabulló de sus brazos y se subió a su trasero para enroscarse e instalarse cómodamente en él.

Roarke la encontró allí espatarrada unos minutos más tarde, muerta de agotamiento y con un gato en forma de salchicha guardándole las espaldas.

Se limitó a observarla. Él también había visto las imágenes del informativo. Le habían dejado paralizado, con la boca seca y el estómago revuelto. Sabía con qué frecuencia ella se enfrentaba a la muerte, a la de ella y a la de los demás, pero se repetía que lo aceptaba. Sin embargo esa mañana había observado impotente cómo ella se paseaba al borde del abismo. La había mirado a los ojos y había visto agallas, y miedo. Y había sufrido.

Ahora estaba en casa, una mujer con más huesos y músculos que curvas, con un cabello que pedía a gritos unas tijeras y unas botas de tacones gastados.

Se acercó, se sentó en el borde de la cama y le cogió la mano que descansaba en la colcha.

– Sólo estoy cargando las pilas -murmuró ella.

– Eso ya lo veo. Iremos a bailar en unos momentos.

Ella consiguió soltar una risita.

– ¿Puedes sacar de mi trasero esa cosa?

Solícito, Roarke cogió a Galahad y le acarició el pelaje erizado.

– Has tenido una jornada dura, teniente. Has salido en todos los medios de comunicación.

Ella se dio la vuelta, pero permaneció con los ojos cerrados.

– Me alegro de no haberlo visto. Entonces ya sabes lo de Cerise.

– Sí, tenía puesto el canal 75 mientras preparaba mi primera reunión de esta mañana. Lo vi en directo.

Eve percibió la tensión de su voz y abrió los ojos.

– Lo siento.

– Me dirás que estabas haciendo tu trabajo. -Roarke dejó el gato a un lado y le apartó el cabello de la mejilla-. Pero fuiste más lejos, Eve. Podría haberte arrastrado consigo.

– Yo no estaba dispuesta a acompañarla. -Eve le cogió la mano que él había apoyado en su mejilla-. Mientras estaba allí recordé algo. Me vi de niña en un mugriento albergue de vagabundos, delante de una ventana que él acababa de hacer añicos. Entonces sí pensé en saltar y terminar de una vez con todo. Pero decidí no hacerlo y no he cambiado de idea.

Galahad bajó del regazo de Roarke y se extendió cuan largo era sobre el estómago de Eve. Roarke sonrió.

– Parece que los dos queremos tenerte aquí por más tiempo. ¿Qué has comido hoy?

Ella se mordió el labio.

– ¿Qué es esto, un interrogatorio? La comida no está en un puesto muy alto en mi lista. Acabo de regresar del depósito. El impacto contra el cemento después de una caída de setenta pisos tiene resultados poco atractivos en la carne y los huesos.

– Imagino que no habrá suficientes restos que analizar para compararlo con los demás.

A pesar de la desagradable imagen, Eve sonrió, se incorporó y le dio un sonoro y rápido beso.

– Eres un lince, Roarke. Es una de las cosas que más me gustan de ti.

– Creía que era mi cuerpo.

– También está alto en la lista -respondió ella mientras él se levantaba y se acercaba al Autochef empotrado-. No, no habrá suficientes restos, pero tiene que haber una conexión. Tú también lo ves, ¿no?

Roarke esperó a recibir la bebida de proteínas que había pedido.

– Cerise era una mujer inteligente y sensata que sabía lo que quería. Era a menudo egoísta y siempre vanidosa, y podía ser realmente pesada. -Se acercó de nuevo a la cama y le ofreció el vaso a Eve-. Pero no era de las que saltan del tejado de su propio edificio y deja que los medios visuales se adelanten a su propio periódico con la primicia.

– Lo incluiré en mis datos. -Eve miró con ceño la cremosa bebida de color verde que sostenía en la mano-. ¿Qué es esto?

– Nutrición. Bébelo. -Se lo puso en los labios-. Todo.

Ella bebió el primer sorbo con recelo, decidió que no era tan repugnante y lo terminó de un trago.

– ¿Te sientes mejor ahora?

– Sí. ¿Te ha dado luz verde Whitney para seguir?

– Tengo una semana. Y sabe que he estado utilizando tus… equipos. Aunque finge que no lo sabe. -Dejó el vaso y volvió a tenderse-. Se suponía que íbamos a ver vídeos, comer palomitas y besuquearnos.

– Eso me ha tenido en pie -respondió él-. Tendré que divorciarme de ti.

– Cielos, qué estricto. -Nerviosa de pronto, se frotó las manos-. Supongo que será mejor que desembuche ahora que estás de buen talante.

– ¿Has estado besuqueándote con otro?

– No exactamente.

– No te entiendo.

– ¿Quieres una copa? Tenemos vino aquí arriba, ¿verdad? -Eve empezó a levantarse de la cama, pero no se sorprendió cuando él la sujetó del brazo.

– Habla claro.

– Eso voy a hacer. Sólo he pensado que tal vez lo encajarías mejor con un poco de vino, ¿de acuerdo?

Trató de esbozar una sonrisa, pero comprendió que ésta se había quedado corta al ver la glacial mirada de Roarke. Él la ayudó a levantar y la condujo apresuradamente a la caja refrigerada. Ella sirvió las copas y se mantuvo a distancia.

– Peabody y yo hicimos el primer registro de la oficina y dependencias de Devane. Tenía una sala de relajación.

– Me lo imagino.

– Por supuesto. -Eve bebió un sorbo para aunar fuerzas antes de volver a su lado-. En fin. Vi que tenía unas gafas de realidad virtual en el brazo de la tumbona. Mathias había hecho un viaje antes de ahorcarse, y Fitzhugh también solía hacerlos. Era un nexo muy débil, pero supongo que era mejor que nada.

– Cerca del noventa por ciento de la población de este país posee una unidad de realidad virtual -señaló Roarke sin dejar de entornar los ojos.

– Sí, pero tienes que empezar por alguna parte. Se trata de una tara en el cerebro, y la realidad virtual conecta con el cerebro al igual que con todos los sentidos. Se me ocurrió que si las gafas tenían un defecto, intencionado o accidental, podría haber suscitado los deseos de suicidarse.

Él asintió despacio.

– Está bien. Hasta aquí te sigo.

– Así que las probé.

– Espera. -Alzó una mano-. ¿Sospechabas que las gafas la habían inducido a quitarse la vida y te las pusiste alegremente? ¿Has perdido el juicio?

– Peabody estaba allí para controlar, con órdenes de tumbarme si era necesario.

– Entiendo. -Disgustado, Roarke agitó la mano-. Eso está muy bien. Es perfectamente razonable. Te dejaría inconsciente antes de que saltaras del tejado.

– Eso es. -Ella se sentó a su lado y le pasó la copa-. Comprobé la última fecha en que se utilizaron las gafas. Había hecho un viaje minutos antes de salir al tejado. Estaba convencida de que iba a encontrar algo en aquel programa. -Se detuvo para rascarse la nuca-. Ya sabes, imaginé que sería algún programa de relajación. O tal vez de meditación, el clásico crucero por el mar o un paseo por el campo.

– Y no lo era.

– No. Era, esto… una fantasía. Ya sabes, una fantasía sexual.

Intrigado, Roarke ladeó la cabeza. Permaneció serio, con mirada inexpresiva.

– ¿De veras? -Bebió un sorbo de vino con aire de indiferencia-. ¿Que consistía en…?

– Bueno, salían los típicos tíos.

– ¿En plural?

– Sólo dos. -Eve sintió cómo le subían los colores y se indignó-. Era una investigación oficial.

– ¿Estabas desnuda?

– Por Dios, Roarke.

– Creo que es una pregunta razonable.

– Sólo durante un minuto, ¿de acuerdo? Estaba en el programa, y tenía que probarlo, y no fue culpa mía si esos tipos se abalanzaron sobre mí… y lo interrumpí antes, bueno, casi antes…

Se detuvo vacilante y vio con sorpresa que él le sonreía.

– ¿Te parece divertido? -Cerró el puño y le golpeó en el hombro-. Llevo todo el día sintiéndome como una canalla, ¿y te parece divertido?

– ¿Antes de qué? -preguntó él cogiéndole la copa de la mano antes de que ella se la volcara en la cabeza. La dejó junto a la suya y añadió-: ¿Interrumpiste el programa casi antes de qué, exactamente?

Ella entornó los ojos.

– Eran increíbles. Voy a conseguir una copia de ese programa para mi uso personal. Ya no volveré a necesitarte, porque voy a tener un par de esclavos amantes.

– ¿Quieres apostar? -La tendió en la cama y forcejeó con ella hasta lograr quitarle la camisa por la cabeza.

– Para. No te deseo. Me basta con mis esclavos. -Ella le tumbó y casi había logrado inmovilizarlo cuando él acercó la boca a uno de sus senos y le deslizó una mano hasta el fino ovillo de la entrepierna.

Una oleada de calor la recorrió como un rayo.

– Maldita sea -jadeó-. Sólo estoy fingiendo.

– Muy bien.

Entonces él le quitó los pantalones y la acarició con los dedos. Ella ya estaba húmeda, invitándolo a penetrarla. Él le mordisqueó un pezón hasta llevarla al éxtasis.

Esta vez no fue un orgasmo suave, sino que llegó como una rápida y potente ola que la arrolló, para a continuación arrojarla hacia la siguiente cresta.

Impotente, ella lo llamaba. Una y otra vez. Pero cuando alargó la mano hacia Roarke, éste la cogió por las muñecas y le sujetó los brazos por encima de la cabeza.

– No. -La miró jadeante-. Tómame.

Y se deslizó dentro de ella despacio, poco a poco, observando cómo la mirada se le nublaba y oscurecía. Conteniendo sus deseos de seguir el repentino y frenético movimiento de sus caderas, dejó que se abandonara y llegara ella sola al siguiente orgasmo.

Y al verla por fin jadeante y sin fuerzas, comenzó las largas y continuas embestidas.

– Toma más y más -murmuró, manteniéndola cautiva.

Eve sintió que todo el organismo se le sobrecargaba y se le aceleraba. Su cuerpo estaba siendo asediado, y tenía el sexo tan sensibilizado que el intenso placer estaba a un paso del dolor. Y él seguía moviéndose despacio, poco a poco.

– No puedo -logró decir ella, rindiéndose mentalmente aun cuando sus caderas seguían arqueándose pidiendo más-. Es demasiado.

– Déjate llevar, Eve -dijo él manteniendo a duras penas el control-. Una vez más.

Y no se permitió caer hasta que ella lo hizo.

A Eve le seguía dando vueltas la cabeza cuando logró incorporarse sobre los codos. Los dos seguían medio desnudos y tendidos sobre la colcha. En una esquina de la cama, Galahad permanecía sentado observándola con reprobación felina. O tal vez era envidia.

Roarke se había dado la vuelta y tenía una sonrisa satisfecha en los labios.

– Supongo que eso habrá aplacado tus testoteronas.

Su sonrisa se hizo aún más amplia. Ella le hundió un dedo en las costillas.

– Si querías castigarme, no lo has logrado.

Él abrió los ojos y la miró afectuoso y divertido.

– Querida Eve, ¿realmente creías que iba a considerar tu pequeña aventura como una especie de adulterio virtual?

Ella hizo un mohín. Por ridículo que pareciera, le había molestado que él no se hubiera sentido celoso.

– Puede.

Con un profundo suspiro él se incorporó y la sujetó por los hombros.

– Puedes abandonarte a las fantasías que quieras, por motivos de trabajo o no. No soy tu carcelero.

– ¿No te molesta?

– En absoluto. -Él le dio un beso amistoso y le sujetó la barbilla-. Pero pruébalo en carne y hueso, aunque sólo sea una vez, y tendré que matarte.

Ella abrió mucho los ojos y se sintió tontamente complacida.

– Oh, bueno, eso es justo.

– Es un hecho -se limitó a decir él-. Una vez aclarado este punto, deberías dormir un poco.

– Ya no estoy cansada. -Eve volvió a subirse los pantalones, haciéndole suspirar de nuevo.

– Supongo que eso significa que quieres trabajar.

– Si pudiera utilizar tu equipo sólo un par de horas, adelantaría un montón el trabajo de mañana.

Resignado, él se puso también los pantalones.

– Vamos entonces.

– Gracias. -Ella le cogió la mano mientras se dirigían al ascensor privado-. Roarke, ¿de verdad me matarías?

– Desde luego que sí. -Sonriendo, él la metió de un empujón en la cabina-. Pero, dada nuestra relación, me encargaría de hacerlo deprisa y de la forma menos dolorosa posible.

Ella lo fulminó con la mirada.

– Entonces tendré que decir que eso también va por ti.

– Desde luego. Ala este, planta tercera -ordenó él, y con un apretón de manos añadió-: No permitiría que fuera de otro modo.

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