20

Peabody o Feeney no tardarían en localizar la llamada, calculó Eve. Sólo necesitaba tiempo, y tenía el presentimiento de que Reeanna se lo daría. Ciertos egos, al igual que ciertas personas, se alimentaban de continua admiración. Reeanna encajaba en ambas categorías.

– ¿Trabajabas con Jess?

– ¿Con ese aficionado? -Reeanna descartó la idea con un gesto-. Era pianista. No es que careciera de cierto talento para la ingeniería elemental, pero le faltaba visión… y agallas -añadió con una sonrisa felina-. Por lo general, las mujeres tienen más coraje y son más maliciosas que los hombres, ¿no te parece?

– No. El coraje y la malicia no tienen sexo.

– Entiendo. -Decepcionada, Reeanna apretó los labios-. En cualquier caso, me carteé con él brevemente hace un par de años. Intercambiamos ideas y teorías. El anonimato de los servicios electrónicos clandestinos resulta muy útil. Yo disfrutaba con sus pedanterías y lo halagaba para que compartiera parte de sus descubrimientos técnicos. Pero estaba muy por delante de él. La verdad, jamás pensé que llegara lo lejos que parece haber llegado. Supongo que se trata de un alterador del ánimo con alguna clase de sugestión directa. -Ladeó la cabeza-. ¿Me acerco bastante?

– Tú has ido más lejos.

– Oh, kilómetros. ¿Por qué no te sientas, Eve? Las dos estaremos más cómodas.

– Estoy bien de pie.

– Como quieras. Pero unos pasos atrás, si no te importa. -Hizo un ademán con el paralizador-. No me gustaría que intentaras recuperar tu arma. Me vería obligada a utilizar ésta, y me molesta desaprovechar tan buen público.

Eve retrocedió un paso. Pensó en Roarke, varias plantas más arriba. No bajaría a buscarla. Al menos no tenía que preocuparse por él. Como mucho llamaría si daba con algo, de modo que estaba a salvo. Y ella podía entretenerla para ganar tiempo.

– Eres médico psiquiatra. Te has pasado años estudiando para ayudar la condición humana. ¿Qué sentido tiene quitar vidas cuando te han enseñado a salvarlas?

– Tal vez esté marcada desde el nacimiento. -Recanna sonrió-. Oh, ya sé que no te gusta esa teoría. Sólo la habrías utilizado para respaldar tu caso, pero no te gusta. No sabes de dónde vienes, ni de qué. -Vio brillar los ojos de Eve y asintió con la cabeza-. Estudié todos los datos disponibles sobre Eve Dallas tan pronto me enteré de que Roarke se había liado con ella. Estoy muy unida a él, y en un momento dado acaricié la idea de hacer de nuestro breve affaire algo más permanente.

– ¿Te dejó tirada?

A Reeanna se le heló la sonrisa en los labios.

– Esto ha sido un golpe bajo, indigno de ti. No, no lo hizo. Simplemente tomamos caminos diferentes. Me sentí intrigada cuando él se interesó tanto por una policía. La verdad, no eres su tipo. Pero eres… interesante. Y me lo pareces aún más después de haber tenido acceso a tus datos.

Se sentó en los brazos de la silla de relajación sin dejar de apuntar el arma.

– La niña maltratada, encontrada en un callejón de Dallas. Destrozada, magullada, confusa. Que no recordaba cómo había llegado hasta allí, quién la había golpeado, violado, abandonado. Con la mente en blanco. Me pareció fascinante. Sin pasado, sin padres, sin tener ni idea de dónde procedía. Voy a disfrutar estudiándote.

– No meterás mano en mi cabeza.

– Oh, claro que sí. Incluso me lo propondrás tú, una vez hagas uno o dos viajes con la unidad que acabo de prepararte. Me entristece saber que olvidarás todo lo que estamos discutiendo aquí. Tienes una mente tan despierta, y tal derroche de energía. Pero nos dará la oportunidad de trabajar juntas. Le tengo mucho cariño a William, pero es tan… corto de miras.

– ¿Está muy involucrado?

– No sabe nada. La primera vez que probé la unidad amañada lo utilicé a él. Fue un gran éxito y eso simplificó las cosas. Podía darle instrucciones para que adaptara todas las unidades que le pedía. Es más rápido y sabe más de electrónica que yo. En realidad me ayudó a perfeccionar el diseño y personalizar la unidad que envié al senador Pearly.

– ¿Por qué lo hiciste?

– Otra prueba. Vociferaba demasiado sobre el uso incorrecto de los subliminales. Le encantaban los juegos, como estoy segura de que has descubierto, pero no paraba de exigir una regulación. Una censura. Y metía las narices en pornografía, consintiendo los mandos duales para adultos, los anuncios comerciales, el uso de la sugestión, y toda clase de cosas. Lo consideré como mi chivo expiatorio.

– ¿Cómo tuviste acceso al patrón de sus ondas cerebrales?

– Fue cosa de William. Es muy inteligente. Le llevó varias semanas de trabajo intenso, pero logró burlar las medidas de seguridad. -Ladeó la cabeza, disfrutando del momento-. En las altas esferas del Departamento de Policía y Seguridad de Nueva York también. Inyectó un virus allí, sólo para tener ocupado a vuestro departamento electrónico.

– Y así es como accediste a mi cerebro.

– Por supuesto. Mi William tiene muy buen corazón, y habría sufrido terriblemente al saber que tomaba parte vital en la coacción.

– Pero lo utilizaste, le hiciste participar en ello. Y sin ningún escrúpulo.

– Es cierto, lo hice sin escrúpulos. William lo hizo posible, pero si no hubiera sido él, lo habría hecho otro.

– El te ama. Salta a la vista.

Reeanna se echó a reír.

– Oh, vamos. Es un crío. Todos los hombres lo son cuando se trata de una figura femenina atractiva. Se limitan a cruzarse de brazos y suplicar. Es divertido, de vez en cuando irritante, y siempre útil. No me digas que nunca has utilizado con Roarke tus armas de mujer.

– No nos utilizamos.

– Tú te lo pierdes. -Pero Reeanna lo descartó con un ademán-. La prestigiosa doctora Mira me etiquetaría de caso sociopatológico con tendencias violentas y una necesidad incontenible de detentar el control. Una mentirosa patológica con una fascinación insana e incluso peligrosa por la muerte.

– ¿Y estarías de acuerdo con el diagnóstico, doctora Ott? -preguntó Eve al cabo de unos instantes.

– Desde luego. Mi madre se suicidó cuando yo tenía seis años. Mi padre nunca lo superó. Me dejó al cuidado de mis abuelos y se marchó para curarse. No creo que nunca lo hiciera. Pero vi el rostro de mi madre después de haber tragado aquel puñado de pastillas. Estaba muy atractiva y se le veía muy feliz. Así que, ¿por qué no puede ser la muerte causada por uno mismo una experiencia placentera?

– Pruébalo tú, a ver qué tal. -sugirió Eve. Luego sonrió-. Si quieres yo te ayudo.

– Tal vez algún día. Después de haber finalizado mi estudio.

– Entonces somos simples ratas de laboratorio; ni juguetes, ni juegos, sino experimentos. Androides para diseccionar.

– Exacto. Lamenté lo de Drew porque era joven y tenía potencial. Le hice unas consultas, en un arrebato, ahora me doy cuenta, cuando William y yo trabajamos en el refugio Olympus. Y se enamoró de mí. Era tan joven que me sentí halagada, y William es muy tolerante con las distracciones externas.

»Sencillamente sabía demasiado, de modo que le envié una unidad modificada con instrucciones de que se ahorcara. La verdad es que no habría sido necesario, pero él se negó a dejar nuestra relación. Eso significaba que tenía que morir, antes de que sanara de la ceguera que el encaprichamiento causa a los hombres y mirara demasiado de cerca.

– Desnudabas a tus víctimas -añadió Eve-. ¿Se trataba de la última humillación?

– No. -Pareció sorprendida e insultada por la idea-. En absoluto. Se trata de un simbolismo elemental. Nacemos desnudos y desnudos morimos. Así completamos el círculo. Drew murió feliz. Todos lo hicieron. Sin sufrimiento ni dolor. De hecho, estaban alegres. No soy un monstruo, Eve, sino una científica.

– Te equivocas, Reeanna, eres un monstruo. Y hoy en día la sociedad pone a los monstruos entre rejas y los deja allí. Y no serías feliz entre rejas.

– No ocurrirá. Jess pagará el pato. Harás todo lo posible por encerrarlo después de mi informe de mañana. Y si no logras que se mantengan los cargos de coacción, siempre creerás que él fue el culpable. Y cuando haya otros, seré muy selecta y muy minuciosa, y me ocuparé de que se suiciden bien lejos de tu campo de acción. Así no volverás a preocuparte por ello.

– Pusiste dos en mi terreno. -Se le revolvió el estómago-. ¿Para llamar mi atención?

– En parte. Quería verte trabajar. Observarte de cerca para ver si eras tan buena como decían. Detestabas a Fitzhugh, y pensé: ¿por qué no hacer a mi nueva amiga Eve un pequeño favor? Era un petulante, un fastidio para la sociedad y un mal jugador. Quise que su muerte fuera sangrienta. Él prefería los juegos sangrientos, ¿sabes? Nunca le conocí personalmente, pero coincidía con él de vez en cuando en el ciberespacio. Era muy mal perdedor.

– Tenía familia -logró decir Eve-. Lo mismo que Pearly, Mathias y Cerise Devane.

Reeanna descartó la idea con un ademán.

– ¿Y qué? La vida sigue. Todo se adapta. Así es la naturaleza humana. En cuanto a Cerise, era tan maternal como una gata callejera. Era todo ambición. Me aburría mortalmente. Lo más divertido que hizo en su vida fue morir ante las cámaras. ¡Menuda sonrisa! Todos sonreían. Ésa era mi pequeña broma, y mi tributo a ellos. La última sugestión. Morir es hermoso, divertido y placentero. Morir y experimentar placer. Murieron experimentando placer.

– Murieron con una sonrisa helada en los labios y una quemadura en el cerebro.

Reeanna arqueó las cejas.

– ¿Qué quieres decir?

¿Dónde demonios estaban los refuerzos? ¿Cuánto tiempo más lograría entretenerla?

– ¿No lo sabías? Tu pequeño experimento tiene un ligero defecto, Reeanna. Produce una quemadura en el lóbulo frontal, dejando lo que podemos llamar una sombra. O una huella dactilar. Tu huella.

– Eso no es nada. -Pero su rostro traslució preocupación mientras lo consideraba-. Supongo que lo causa la intensidad del subliminal. Tiene que entrar con firmeza para vencer la resistencia del profundo instinto de supervivencia. Tendremos que revisarlo y ver qué puede hacerse. -La irritación ensombreció su mirada-. William tendrá que esforzarse más. No me gustan los errores.

– Pues tu experimento está lleno de ellos. Tienes que controlar a William para que continúe ayudándote. ¿Cuántas veces has utilizado el sistema con él, Reeanna? ¿El continuo uso ampliará esa quemadura? Me pregunto qué clase de secuelas tendrá.

– Tiene solución. -Reeanna tamborileó los dedos de su mano libre en una pierna, distraída-. Él lo solucionará. Le haré un nuevo escáner del cerebro y examinaré esa tara… si es que la tiene. Y la repararé.

– Oh, desde luego que la tendrá. -Eve se acercó, midiendo la distancia y el riesgo-. Todos la tenían. Y si no puedes reparar la de William, tendrás que terminar con él. No puedes arriesgarte a que esa tara se haga más grande y le cause una conducta incontrolada, ¿verdad?

– No, no. Me ocuparé de ello esta misma noche.

– Puede que sea demasiado tarde.

Reeanna le sostuvo la mirada.

– Se pueden hacer ajustes. Y se harán. No he llegado tan lejos y conseguido tanto para fracasar ahora.

– Y sin embargo, para tener pleno éxito tendrás que controlarme a mí, y no voy a ponerte las cosas fáciles.

– Tengo el patrón de las ondas de tu cerebro -recordó Reeanna-. Y ya he diseñado un programa especial para ti. Será muy sencillo.

– Te sorprenderé -prometió Eve-. Además, te olvidas de Roarke. No puedes fabricarlos sin él, y él lo averiguará. ¿Esperas controlarlo a él también?

– Ése será placer especial. He tenido que hacer cambios en el calendario. Esperaba divertirme un poco, hacer un breve viaje con él al plano de la memoria, por así decirlo. Roarke es tan creativo en la cama. No hemos tenido tiempo para intercambiar impresiones, pero estoy segura de que estás de acuerdo conmigo.

Esas palabras le dieron dentera a Eve, pero respondió con frialdad.

– ¿Utilizas tu juguete para obtener satisfacción sexual? Qué poco científico, doctora Ott.

– Y qué divertido. No soy un genio como William, pero disfruto con un buen juego creativo.

– Y así es como conociste a tus víctimas.

– Hasta la fecha. A través de circuitos clandestinos. Los juegos pueden ser relajantes y entretenidos. Y William y yo estábamos de acuerdo en que el procesar los datos de los jugadores nos ayudaría a desarrollar opciones más creativas para el nuevo modelo de realidad virtual. -Reeanna se ahuecó el cabello-. Claro que nadie tenía en mente lo que yo estaba creando.

Desplazó la mirada hacia el monitor y frunció el entrecejo al ver los datos que llegaban de la oficina de Roarke. Este estaba procesando en esos momentos las especificaciones de la unidad de RV.

– Pero ya tenías a Roarke indagando. Y no sólo sobre el joven Drew, sino sobre la unidad en sí. Me molestó, pero siempre hay un modo de esquivar las inconveniencias. -Esbozó una sonrisa-. Roarke no es tan necesario como crees. ¿Quién supones que heredará todo esto si le ocurre algo?

Volvió a reír de puro placer cuando Eve la miró sin comprender.

– Tú, querida. Todo será tuyo y estará bajo tu control, y por tanto bajo el mío. No te preocupes, no te dejaré viuda mucho tiempo. Encontraremos a alguien para ti. Lo escogeré personalmente.

Eve sintió que el pánico le helaba la sangre, le paralizaba los músculos, le atenazaba el corazón.

– ¿Has hecho una unidad expresamente para él?

– La he acabado justo este mediodía. Me pregunto si ya la habrá probado. Roarke es muy eficiente, y siempre se interesa personalmente en todo lo relacionado con sus propiedades. -Le disparó a los pies, adelantándose a Eve-. No lo hagas. O te dejaré inconsciente y el efecto tardará más.

– Te mataré con mis propias manos, lo juro. -Eve trató de respirar hondo y se obligó a pensar.

En su oficina, Roarke leyó los datos que acababa de obtener. Se le estaba escapando algo, pensó. ¿Qué era? Se frotó los ojos cansados y se recostó. Necesitaba un descanso, decidió. Despejar la mente y descansar la vista. Cogió la unidad de RV del escritorio y la giró entre las manos.

– No te atreverás. Si lo haces, y yo te dejo inconsciente, nunca llegarás a tiempo a él. Siempre está la esperanza de detenerlo, de salvarle la vida. -Reeanna volvió a sonreírle con sorna-. Como ves te comprendo perfectamente.

– ¿De veras? -preguntó Eve, y en lugar de abalanzarse sobre ella retrocedió.

A continuación ordenó a voz en grito que se apagaran las luces y recuperó el arma mientras la habitación se sumía en la oscuridad. Sintió un ligero escozor cuando Reeanna apuntó mal y sólo le rozó el hombro.

Se arrojó al suelo y permaneció, protegida tras el escritorio, apretando los dientes para soportar el dolor. Se había golpeado con fuerza la rodilla herida.

– En esto soy mejor que tú -dijo Eve con calma. Pero los dedos de la mano derecha le temblaban, obligándola a sostener el arma con la izquierda-. Aquí eres la aficionada. Si tiras el arma, puede que no te mate.

– ¿Matarme? -La voz de Reeanna era un susurro-. Estás demasiado programada como policía y sólo utilizas la máxima fuerza cuando fallan los demás métodos.

Acércate a la puerta, se dijo Eve conteniendo la respiración y aguzando el oído.

– Aquí no hay nadie más que tú y yo. ¿Quién se iba a enterar?

– Demasiados escrúpulos. No olvides que te conozco a fondo. He estado en tu cabeza. No serías capaz de superarlo.

Acércate a la puerta. Eso es, sigue. Sólo un poco más. Intenta salir, zorra, y te enterarás de lo que es bueno.

– Tal vez tengas razón. Tal vez sólo te deje lisiada. -Sujetando el arma con firmeza, Eve rodeó el escritorio a rastras. La puerta se abrió, pero en lugar de salir Reeanna, entró William.

– Reeanna, ¿qué estás haciendo a oscuras?

Mientras Eve se ponía de pie de un salto, Reeanna apretó el gatillo e hizo trizas el sistema nervioso de William.

– Oh, William, por el amor de Dios. -La voz de Reeanna traslució más irritación que preocupación.

Cuando él empezó a perder el equilibrio, Reeanna se abalanzó sobre Eve. Le clavó las uñas en el pecho mientras ambas caían al suelo.

Sabía dónde golpear. Le había curado cada herida y contusión, y ahora se las apretó y retorció. Con la rodilla le golpeó la cadera, y con el puño cerrado le alcanzó la rodilla herida.

Ciega de dolor, Eve lanzó el codo y le aplastó el cartílago de la nariz. Reeanna soltó un grito agudo y apretó los dientes.

– Arpía. -Eve la agarró del cabello y tiró de él. Luego, ligeramente avergonzada de aquel desliz, la golpeó con el arma por debajo de la barbilla-. Respira demasiado fuerte y te mato. Luces.

Jadeaba ensangrentada y con el cuerpo dolorido. Esperaba sentir satisfacción al ver el bonito rostro de su contrincante amoratado y manchado de la sangre que no cesaba de manarle de la nariz rota. Pero de momento estaba demasiado asustada.

– Voy a hacerlo de todos modos.

– No lo hagas -respondió Reeanna con voz serena, y esbozó una amplia y radiante sonrisa-. Lo haré yo -añadió. Y le torció la mano con que sostenía el arma hasta apoyarse el cañón en un lado del cuello-. Odio la cárcel. -Y sonriendo, disparó.

– Oh, Dios mío -exclamó Eve.

Se levantó tambaleante mientras el cuerpo de Reeanna seguía experimentando estertores, se acercó a William y le sacó del bolsillo el telenexo. Respiraba, pero le traía sin cuidado en ese momento.

Echó a correr.

– ¡Respóndeme, respóndeme! -gritó al telenexo encendiéndolo a tientas-. Roarke, oficina principal -ordenó-. Responde, maldita sea. -Y contuvo un grito cuando le fue negada la transmisión.

LÍNEA EN USO EN ESTOS MOMENTOS. POR FAVOR, ESPERE O VUELVA A INTENTARLO.

– Desbloquéate, hijo de perra. ¿Cómo se desbloquea este trasto? -Apretó el paso y corrió cojeando sin darse cuenta de que estaba llorando.

Oyó el eco de unos pasos que se aproximaban por el pasillo, pero no se detuvo.

– ¡Santo cielo, Dallas!

– Por aquí. -Pasó corriendo por el lado de Feeney y apenas oyó las preguntas de éste, presa del terror-. Peabody, ven conmigo. Deprisa.

Llegó al ascensor y aporreó los botones de llamada. -Deprisa, deprisa.

– Dallas, ¿qué ha ocurrido? -Peabody le tocó el hombro, pero se vio rechazada-. Estás sangrando. ¿Qué está ocurriendo aquí, teniente?

– Es Roarke. ¡Oh, Dios, por favor! -Las lágrimas le corrían por las mejillas, abrasándola, cegándola. Sudaba de pánico por todos los poros del cuerpo-. Lo va a matar. ¡Lo va a matar!

Peabody reaccionó y sacó el arma al entrar corriendo en el ascensor.

– Piso superior, ala este -gritó Eve-. ¡Vamos, vamos! -Lanzó el telenexo a Peabody y ordenó-: Desbloquéalo.

– Está estropeado. Se ha caído al suelo o algo así. ¿Quién tiene a Roarke?

– Reeanna. Está muerta. Muerta como Moisés. Pero va a matarlo. -Eve casi no podía respirar-. Lo detendremos. No importa lo que le haya dicho que haga, lo detendremos. -Volvió su mirada extraviada hacia Peabody-. No lo matará.

– Lo detendremos -respondió Peabody.

Ya habían cruzado las puertas antes de que estás se abrieran del todo. Eve fue aún más rápida pese a estar herida, pues el pánico le dio impulso. Tiró de la puerta, maldijo los dispositivos de seguridad y colocó bruscamente la mano en el lector de palmas. Chocó con Roarke cuando éste apareció en el umbral.

– Roarke. -Se arrojó a sus brazos y se habría fundido en él de haber podido-. Oh, Dios mío. Estás bien. Estás vivo.

– ¿Qué ha ocurrido? -Él la estrechó entre sus brazos mientras ella temblaba.

Pero Eve deshizo el abrazo con brusquedad, le sujetó el rostro entre sus manos y lo miró a los ojos.

– Mírame. ¿La has probado? ¿Has probado la unidad de realidad virtual?

– No. Eve…

– Peabody, túmbalo si da un paso en falso. Y llama a los asistentes sanitarios. Hemos de hacerle un escáner cerebral.

– Y un cuerno. Pero adelante, Peabody, llámalos. Esta vez sí va a ir al centro médico, aunque tenga que dejarla inconsciente.

Eve retrocedió un paso, luchando por respirar mientras lo medía con la mirada. No sentía las piernas y se preguntó cómo podía seguir de pie.

– No lo has probado.

– Ya te he dicho que no. -Roarke se mesó los cabellos-. Esta vez me apuntaba a mí, ¿verdad? Debí imaginarlo. -Le volvió la espalda y vio por encima del hombro a Eve levantar el arma-. Vamos, baja esa maldita arma. No voy a suicidarme. Sólo estoy cabreado. Me he salvado por los pelos. La he encendido hace cinco minutos. «Docmente.» Doctora Mente. Ése es el nombre que utilizaba para jugar. Y sigue haciéndolo. Mathias se puso en contacto con ella docenas de veces el año pasado. Y he estudiado el informe de datos sobre la unidad, la que ella acababa de darme, y las estadísticas de los archivos. No las habían ocultado lo bastante.

– Ella sabía que lo averiguarías. Por eso… -Eve se interrumpió y respiró hondo. La cabeza le daba vueltas-. Por eso preparó una unidad expresamente para ti.

– La habría probado si no me hubieran interrumpido. -Pensó en Mavis y casi sonrió-. Dudo que Ree se esforzara mucho en alterar los datos. Sabía que yo confiaba en ella y en William.

– William no ha hecho nada, al menos de forma voluntaria.

Él se limitó a asentir. Observó la camisa hecha jirones y manchada de sangre de Eve, y preguntó:

– ¿Te ha herido?

– Casi toda la sangre es suya. -O eso creía-. No quería que la encerraran. -Resopló-. Está muerta, Roarke. Se ha suicidado. No pude detenerla. O tal vez no quise hacerlo. Me explicó… lo de la unidad, tu unidad. -Volvió a jadear-. Pensé que no llegaría a tiempo. No conseguía hacer funcionar el telenexo y no podía llegar aquí.

No oyó a Peabody cerrar la puerta para dejarlos a solas. En esos momentos le traía sin cuidado la intimidad. Siguió mirando al vacío y se estremeció.

– No podía -volvió a decir-. La entretuve todo este rato para ganar tiempo y atar cabos, mientras tú podrías haber…

– Eve, no lo he hecho. -Se acercó a ella y la abrazó-. Y has llegado hasta aquí. No voy a dejarte. -Le besó el cabello cuando ella ocultó el rostro en su hombro-. Ya ha pasado todo.

Ella sabía que volvería a revivir un millar de veces en sus sueños esa interminable carrera, el pánico, la sensación de impotencia.

– No; habrá una investigación completa, y no sólo de Reeanna, sino de toda tu compañía, de la gente que colaboró con ella en el proyecto.

– Podré soportarlo. La compañía está limpia, te lo prometo. No te haré avergonzar teniéndome que arrestar, teniente.

Ella aceptó el pañuelo que él le entregó y se sonó.

– Qué desastre para mi carrera, casarme con un estafador.

– No tienes que preocuparte. ¿Por qué lo hizo?

– Porque podía. Eso es lo que dijo. Disfrutaba teniendo el poder, el control. -Se frotó bruscamente las mejillas-. Tenía grandes planes para mí. -Se estremeció brevemente-. Quería convertirme en una especie de animalillo doméstico, supongo. Como William. Su perrito amaestrado. Una vez muerto tú, se figuraba que yo heredaría todas tus propiedades. No vas a hacerme eso, ¿verdad?

– ¿Qué, morir?

– Dejarme todo esto.

Él rió y la besó.

– Sólo tú te enfadarías por eso. -Le apartó el cabello de la cara-. ¿Tenía una unidad preparada para ti?

– Sí, pero no tuvimos tiempo de probarla. Feeney está allí abajo. Será mejor que le explique lo ocurrido.

– Tendremos que bajar entonces. Ella desconectó el telenexo, por eso me disponía a bajar cuando te echaste encima de mí. Me inquieté al no poder hablar contigo. -Eve le acarició el rostro.

– Es duro querer a alguien.

– Me veo capaz de sobrellevarlo. Supongo que querrás ir a la comisaría para aclarar todo el asunto esta misma noche.

– Es lo que procede. Tengo un cadáver… y cuatro casos de asesinato que cerrar.

– Te llevaré después de pasar por el centro médico.

– No pienso ir.

– Desde luego que irás.

Peabody llamó a la puerta y se asomó.

– Disculpad, pero los asistentes sanitarios están aquí. Necesitan autorización para entrar.

– Me encargaré de ello. Haz que se reúnan con nosotros en la oficina de la doctora Ott, ¿quieres, Peabody? Pueden examinar a Eve antes de llevársela al centro para un tratamiento completo.

– He dicho que no voy a someterme a un tratamiento.

– Te he oído. -Roarke apretó un botón de su escritorio-. Autorizar la entrada de los médicos. Peabody, ¿llevas encima las esposas?

– Es la norma.

– ¿Me las prestarías para ver si puedo dominar a tu teniente hasta dejarla en el centro médico más próximo?

– Inténtalo, amigo, y verás quién necesita un médico. -Peabody hizo un esfuerzo por controlarse. Una risita en ese momento no sentaría nada bien a su teniente.

– Comprendo tu problema, Roarke, pero no puedo complacerte. Necesito el empleo.

– No importa, Peabody. -Roarke rodeó a Eve por la cintura y dejó que se apoyara en él mientras se dirigía cojeando a la puerta-. Estoy seguro de que puedo encontrar un sustituto.

– Tengo que presentar un informe y trabajo que terminar, además de un cadáver que trasladar. -Eve lo miró disgustada mientras él llamaba el ascensor-. No tengo tiempo para una revisión.

– Ya te he oído -repitió él, y se limitó a cogerla en brazos e introducirla en el ascensor-. Peabody, dile a los sanitarios que vengan armados. Es muy probable que trate de escapar.

– Déjame en el suelo, idiota. No pienso ir. -Pero Eve se reía cuando las puertas se cerraron.


***

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