17

Jess Barrow empezó a hablar despacio y a trompicones de sus experimentos e investigación, de su fascinación por la influencia de los estímulos externos sobre el cerebro humano, de los sentidos y la agudización de los mismos por medio de la tecnología.

– Aún no hemos rascado siquiera la superficie de lo que somos capaces de hacer para obtener placer o dolor -explicó-. Eso quería hacer yo. Rascar la superficie y colarme por debajo. Los sueños, Dallas. Los deseos, los temores, las fantasías. En toda mi vida la música ha sido el motor de… todo: el hambre, la pasión, la tristeza, la alegría. ¿Cuánto más intenso sería todo si pudiéramos entrar y utilizar realmente la mente para explotar y explorar?

– Así que te volcaste en el tema -lo instó ella-. Te consagraste a ello.

– Tres años. Más en realidad, pero tres dedicados exclusivamente al diseño, experimentación y perfeccionamiento. Cada penique que tenía lo dedicaba a ello. Ya no me queda prácticamente nada. Por eso necesitaba apoyo, os necesitaba a vosotros.

– Y Mavis era tu vínculo conmigo y con Roarke.

Jess levantó las manos y se frotó el rostro, luego las dejó caer sobre la mesa.

– Escucha, me gusta Mavis. Tiene chispa. Es cierto que también la habría utilizado aunque fuera insípida como una androide, pero no lo es. Y no la he perjudicado en nada. Antes bien le he dado un empujón. Tenía el ego por los suelos cuando nos asociamos. Oh, sí, le iba muy bien, pero había perdido la confianza en sí misma por lo ocurrido antes. Yo le inyecté una gran dosis de confianza.

– ¿Cómo?

Él vaciló y decidió que había sido peor el remedio que la enfermedad.

– Está bien. La empujé suavemente en la dirección apropiada con ayuda de subliminales. Debería estarme agradecida. Y trabajé con ella, le mejoré su material, la pulí sin quitarle su toque natural. Ya la has oído. Está mejor de lo que nunca ha estado.

– Experimentaste con ella sin su conocimiento ni consentimiento -replicó Eve.

– No fue como si se tratara de una rata androide. Por Dios, había perfeccionado el sistema. -Señaló a Feeney con un dedo-. Tú sabes que es inmejorable.

– Es hermoso, sí, pero eso no lo hace legal -repuso Feeney.

– Mierda, también eran ilegales la ingeniería genética, la fecundación en vitro o la prostitución. ¿Adónde nos llevó todo eso? Hemos recorrido un largo camino, pero seguimos en la edad de las tinieblas, tío. Esto es un avance, una forma de acercar la mente a los sueños y hacer realidad lo que soñamos.

– No todos queremos que nuestros sueños se hagan realidad. ¿Qué te da derecho a decidir por otra persona? -Jess levantó una mano.

– Está bien. Tal vez me entusiasmé demasiado en algunas ocasiones. Te dejas llevar. Pero todo lo que hice contigo fue ampliar lo que ya estaba allí. De modo que aumenté tu potencial sexual aquella noche en el estudio. ¿Qué daño hice? En otra ocasión abrí unas cuantas cerraduras y di rienda suelta a tus recuerdos. Quería ser capaz de demostrar lo que podía hacerse, para cuando llegara el momento acudir a ti y a Roarke con una propuesta. Y anoche…

Se interrumpió, sabiendo que había calculado muy mal.

– Está bien, anoche fui demasiado lejos. Me dejé llevar por la música. Actuar ante un verdadero público es como una droga. Te excita. Tal vez me excedí. Fue un error bienintencionado. -Trató de sonreír de nuevo-. Mira, lo he utilizado en mí mismo docenas de veces. No tiene secuelas, nada permanente. Sólo es una alteración temporal del estado de ánimo.

– ¿Y tú escoges el estado de ánimo?

– Con un equipo corriente no tienes tanto control, ni la misma profundidad de campo. Con lo que he desarrollado puedes encenderlo y apagarlo como si se tratara de una luz. Deseo o satisfacción sexuales, euforia, melancolía, energía, relajación. Lo nombras y listos.

– ¿Como un deseo de morir?

Jess negó con la cabeza.

– Yo no juego con esas cosas.

– Pero para ti todo es un juego, ¿verdad? Aprietas botones y la gente se pone a bailar. Eres el dios de la electrónica.

– Se te escapa la visión de conjunto -insistió él-. ¿Sabes cuánto estaría dispuesta a pagar la gente por la capacidad de sentir lo que quiera?

Eve abrió el dossier que Feeney había traído y sacó unas fotografías.

– ¿Qué sentían ellos, Jess? -Le lanzó las fotos de los cuatro cadáveres en el depósito-. ¿Qué es lo último que les hiciste sentir para que se mataran con una sonrisa?

Él palideció, y se le vidriaron los ojos antes de que lograra cerrarlos.

– Ni hablar. De ninguna manera. -Doblándose en dos, vomitó el desayuno que había tomado en el centro médico.

– Que conste en acta que el sospechoso se ha indispuesto momentáneamente -dijo Peabody secamente-. ¿Llamo a mantenimiento y a un asistente sanitario, teniente?

– Por Dios, sí -murmuró Eve mientras Jess seguía vomitando-. Se interrumpe el interrogatorio a las diez y cuarto. Teniente Dallas, Eve.

– Mucho cerebro, pero el estómago débil. -Feeney se acercó a la máquina expendedora y seleccionó un vaso de agua-. Aquí tienes, muchacho, intenta tragar un poco de esto.

A Jess se le saltaron las lágrimas. Tenía el estómago dolorido y el pulso le temblaba tanto que el agua se agitó en el vaso y Feeney tuvo que ayudarle a llevárselo a la boca.

– No podéis cargarme con eso -balbuceó.

– Eso ya lo veremos. -Eve se apartó para que el asistente que acababa de entrar lo llevara a la enfermería-. Necesito un poco de aire -murmuró y salió.

– Espera, Dallas. -Feeney corrió tras ella, dejando a Peabody dirigir la operación y recoger el dossier-. Tenemos que hablar.

– Lo más cercano es mi despacho. -Eve maldijo en silencio al sentir que le palpitaba la rodilla. El vendaje de hielo se estaba derritiendo y le urgía cambiarlo, y el dolor de las caderas era insufrible.

– Te dieron bien ayer en la oficina de cambio, ¿eh? -Feeney sonrió compasivamente al verla cojear-. ¿Ya te lo han examinado?

– Más tarde. No he tenido tiempo. Le daremos una hora a ese pelotillero de mierda para que se recupere, luego volveremos a golpear. Todavía no ha llamado a un abogado, pero todo vendrá. Para entonces ya no nos importará que las ondas cerebrales coincidan con las víctimas.

– Ése es el problema. Siéntate y descansa esa pierna -le aconsejó él mientras entraban en el despacho.

– Es la rodilla. Se me está poniendo rígida de tanto estar sentada. ¿Cuál es el problema? -preguntó Eve yendo por café.

– Que no coinciden. -Feeney la miró abrumado cuando ella se volvió hacia él-. No coincide una sola en todo el lote. Muchas siguen sin identificar, pero tengo las huellas de todas las víctimas, y no dispongo de la de Devane, pero sí la de su última revisión médica. No coinciden, Dallas.

Esta vez Eve se sentó pesadamente. No era preciso preguntarle si estaba seguro. Feeney era tan concienzudo como un androide doméstico sacando el polvo por las esquinas.

– Está bien, las tiene en otra parte. ¿Tenemos una orden judicial para registrar su estudio y vivienda?

– En estos momentos está en ello un equipo. Aún no he recibido el informe.

– Podría tener una caja fuerte o algo parecido. -Eve cerró los ojos-. Mierda, Feeney, ¿por qué iba a guardarlas después de terminar con ellos? Probablemente las destruyó. Es arrogante pero no estúpido. Podían comprometerlo y él lo sabía.

– Hay muchas probabilidades de que así fuera. Pero también podría haberlas guardado como recuerdo. Nunca deja de sorprenderme lo que la gente es capaz de guardar. ¿Recuerdas ese tipo que despedazó a su mujer el año pasado? Conservó los ojos en una maldita caja de música.

– Sí, lo recuerdo. -¿A qué venía ese dolor de cabeza?, se preguntó Eve, frotándose en vano las sienes para aliviarlo-. Así que tal vez tengamos suerte. Si no, tenemos otras muchas pruebas. Y una buena baza para desalentarlo.

– Ése es el problema, Dallas. -Feeney se sentó en el borde del escritorio y se metió la mano en el bolsillo en busca de su paquete de almendras garrapiñadas-. No pinta bien.

– ¿Cómo que no? Lo tenemos pillado.

– Es cierto, pero no por asesinato. -Pensativo, Feeney masticó una almendra-. No consigo comprenderlo. El tipo que diseñó ese equipo es brillante, algo retorcido y egocéntrico. Y el tipo al que acabamos de zarandear es todo eso, y puedes añadir infantil. Para él es un juego con el que pretende hacer una gran fortuna. Pero tanto como asesinar…

– Lo que pasa es que te has enamorado de esa consola.

– Desde luego -reconoció él sin avergonzarse-. Es un hombre débil, Dallas, y no sólo de estómago. ¿Cómo va a hacerse rico matando gente?

Ella arqueó una ceja.

– ¿Has oído hablar de asesinos a sueldo?

– Ese muchacho no tiene agallas ni para eso. -Comió otra almendra-. ¿Y dónde está el móvil? ¿Sacó a esa gente de un sombrero? Además, su descubrimiento requiere estar cerca para intervenir en el subconsciente. No puedes colocarle en todos los lugares de los hechos.

– Dijo algo de la posibilidad de control remoto.

– Sí, tenía uno muy bueno, pero, que yo sepa, no se seleccionó esa opción.

Eve se recostó en su asiento.

– No me estás animando mucho que digamos.

– Sólo te invito a reflexionar. Si está metido en esto, tiene un ayudante. U otra unidad personal portátil.

– ¿Podría adaptarse a unas gafas de realidad virtual? -La idea lo intrigó e hizo que sus ojos abatidos brillaran.

– No puedo decirlo con seguridad. Buscaré tiempo para averiguarlo.

– Espero que lo encuentres. Es lo único que tenemos, Feeney. Si no logro demostrar nada, saldrá impune de los asesinatos. No me conformo con encerrarlo de diez a veinte años por lo que tenemos. -Resopló-. Pedirá un examen psicológico y hará lo que sea para salir del atolladero. Tal vez Mira sepa encasillarlo.

– Envíaselo después del descanso -sugirió Feeney-. Deja que ella se ocupe unas horas de él, y hazte un favor y ve a casa y duerme un poco. Si sigues así, caerás.

– Puede que lo haga. Mientras tanto hablaré con Whitney. Un par de horas libres tal vez me despejen. Debe de escapárseme algo.

Por una vez Summerset no estaba al acecho. Eve entró en la casa furtivamente como un ladrón y subió las escaleras cojeando. Dejó tras de sí una estela de ropas al encaminarse al dormitorio, y suspiró de placer al caer en la cama.

Diez minutos más tarde yacía de espaldas, mirando el techo. El dolor era intenso, pensó de mal humor. Pero el efecto del estimulante que había tomado horas atrás no había terminado. Estaba pasando, dejándola mareada de cansancio, mientras su organismo seguía rebosante de energía.

Era incapaz de conciliar el sueño.

Se encontró separando las piezas del rompecabezas para a continuación volverlas a juntar. Cada vez formaba una figura diferente hasta convertirse en una confusa mezcolanza de hechos y teorías.

A ese paso no hablaría con mucha coherencia cuando se reuniera con Mira.

Se planteó tomar un largo baño caliente en vez de dormir. Inspirada, se levantó y se envolvió en el albornoz. Tomó el ascensor con el propósito de evitar a Summerset, y bajó en la planta inferior donde se hallaba el sendero ajardinado que conducía al solárium. Una sesión en la piscina sería la solución, decidió.

Tiró al suelo el albornoz y se acercó desnuda a la oscura agua contenida por un muro de auténtica piedra y rodeada de flores fragantes. Al sumergir un pie el agua le pareció agradablemente caliente. Se sentó en el primer escalón y pulsó los mandos de chorros y burbujas. En cuanto el agua empezó a agitarse se ocupó de programar la música. Con una mueca, decidió que no estaba de humor para melodías.

Al principio se limitó a flotar, agradeciendo que no hubiera nadie alrededor para oír sus gemidos cuando los chorros de agua actuaban en sus partes doloridas. Inhaló el aroma de las flores y flotó a la deriva, abandonándose a los más simples placeres.

El conflicto entre el cansancio y el estimulante se compensó dando paso a la relajación. Las drogas eran excesivamente sobrevaloradas, decidió Eva. El agua obraba maravillas. Se dio lentamente la vuelta y se puso a nadar, despacio al principio, mientras se le calentaban los músculos. Luego puso más energía, confiando en librarse del exceso del estimulante y reanimarse con el ejercicio.

Cuando sonó el reloj automático y el agua se calmó, ella siguió dando largas brazadas, sumergiéndose hasta casi rozar el brillante fondo negro, hasta que se sintió como un embrión en un útero y salió a la superficie con un gemido de satisfacción.

– Nadas como un pez.

Eve buscó instintivamente el arma que llevaba en el costado y se encontró con sus propias costillas. Se apresuró a secarse los ojos y vio a Reeanna.

– Es un decir, pero en tu caso es cierto. -Se acercó al bordillo de la piscina. Luego se quitó los zapatos, se sentó y sumergió las piernas en el agua-. ¿Te importa?

– Adelante. -Eve no se consideraba muy pudorosa, pero se sumergió un poco más. Odiaba que la sorprendieran desnuda-. ¿Buscabas a Roarke?

– La verdad es que no. Acabo de dejarle. Él y William siguen arriba en su oficina. Yo tengo hora en la peluquería. -Se tiró de sus encantadores rizos pelirrojos-. Tengo que hacer algo con esta mata de pelo. Summerset ha comentado que estabas aquí abajo, y pensé en saludarte.

Summerset. Eve sonrió forzada. La había visto, después de todo.

– Tenía un par de horas libres y se me ocurrió aprovecharlas.

– ¿Y qué lugar más maravilloso para hacerlo? Roarke tiene muchísima clase, ¿no te parece?

– Ya lo creo.

– Sólo quería decirte lo bien que lo pasé anoche. Apenas tuve ocasión de hablar contigo… con tanta gente. Y luego te llamaron.

– Los policías son negados para el trato social -repuso Eve, preguntándose cómo salir y recuperar su albornoz sin sentirse como una idiota.

Reeanna alargó la mano hasta tocar el agua.

– Espero que no fuera nada… desagradable.

– No murió nadie, si a eso te refieres. -Ella sí era pésima para el trato social, se dijo Eve sonriendo para sí. Y se obligó a hacer un mayor esfuerzo-. A decir verdad tuve un golpe de suerte en el caso en que estoy trabajando. Detuvimos a un sospechoso.

– Eso es bueno. -Reeanna ladeó la cabeza con expresión intrigada-. ¿Te refieres al suicidio que discutimos en otra ocasión?

– No estoy autorizada a responderte.

Reeanna sonrió.

– Así habla un poli. En fin, de un modo u otro, he estado pensando mucho en ello. Tu caso, o como lo hayas llamado, sería un artículo fascinante. He estado tan absorta en temas tecnológicos que llevo mucho sin escribir nada. Espero discutir contigo el asunto una vez lo resuelvas y se divulgue.

– Seguramente podremos, si es que lo resuelvo -respondió Eve cediendo un poco. Después de todo, esa mujer era una experta y podía serle de ayuda-. Pues para que sepas, el sospechoso está siendo analizado por la doctora Mira. ¿Alguna vez has hecho evaluaciones de comportamiento y personalidad?

– Desde luego. Desde distinto ángulo que Mira. Podría decirse que somos las dos caras de una misma moneda. Nuestra diagnosis final a menudo sería la misma, pero utilizaríamos un método distinto y un punto de vista diferente.

– Es posible que necesite dos puntos de vista antes de que termine este asunto -murmuró Eve, midiéndola con la mirada-. ¿No tendrás por casualidad autorización para acceder a información confidencial?

– Da la casualidad de que sí. -Reeanna siguió balanceando las piernas despacio, pero tenía una expresión alerta, interesada-. Nivel cuatro, clase B.

– Casi. Si se diera el caso, ¿qué te parecería trabajar para tu ciudad en calidad de asesora temporal? Puedo garantizarte muchas horas, malas condiciones y pésimo sueldo.

– ¿Quién podría declinar una oferta así? -Reeanna rió echándose el cabello hacia, atrás-. La verdad, me encantaría tener la oportunidad de volver a tratar con pacientes. Llevo demasiado tiempo encerrada en laboratorios, trabajando con máquinas. A William le encanta, ya sabes, pero yo necesito a la gente.

– Pues es posible que te llame -concluyó Eve. Y decidiendo que era más estúpido permanecer en el agua que salir con naturalidad, se levantó.

– Ya sabes dónde encontrarme… Por Dios, ¿qué te ha pasado? -Reeanna se puso de pie-. Estás negra y azul.

– Gajes del oficio.

Cogió una de las toallas amontonadas cerca del bordillo y se disponía a envolverse cuando Reeanna se la arrebató.

– Déjame echarte un vistazo. No te han tratado -dijo tocándole la cadera.

– ¿Te importa?

– Por supuesto. -Impaciente, Reeanna levantó la mirada-. Oh, estáte quieta. No sólo soy mujer y conozco personalmente el cuerpo femenino, sino que también tengo una licenciatura en medicina. ¿Qué te has puesto en la rodilla? Tiene muy mal aspecto.

– Un vendaje de hielo. Está mejor.

– Pues me habría muerto si lo hubiera visto peor. ¿Por qué no has ido al centro médico o a un puesto de asistencia?

– Porque los odio. Y no tenía tiempo.

– Pues ahora lo tienes. Quiero que te tumbes en la mesa de masajes. Iré al coche por mi maletín de emergencia y me ocuparé de esto.

– Escucha, te lo agradezco, pero sólo son cardenales. -Eve tuvo que alzar la voz porque Reeana ya se estaba lejando presurosa.

– Tendrás suerte si no te has astillado un hueso de esa cadera. -Con ese triste vaticinio, Reeanna entró en el ascensor.

– Oh, gracias. Me siento mucho mejor ahora.

Resignada, Eve se quitó la toalla, se puso el albornoz y se acercó de mala gana a la mesa situada debajo de una pérgola llena de glicinias en flor. Apenas se había instalado cuando Reeanna volvió con un pulcro maletín de cuero.

Esa mujer sabía actuar, pensó Eve.

– Creía que tenías hora en la peluquería.

– He llamado para que me la cambien. Échate, nos ocuparemos primero de la rodilla.

– ¿Cobras extra por las visitas a domicilio?

Reeanna sonrió mientras abría el maletín. Eve echó un vistazo al interior y volvió la cabeza. Por Dios, odiaba la medicina.

– Esta es gratis. Considérala una práctica. Llevo casi dos años sin trabajar en seres humanos.

– Muy alentador. -Eve cerró los ojos cuando Reeanna sacó un miniescáner y le examinó la rodilla-. ¿Por qué lo dejaste?

– Hummm. No está rota, eso ya es algo. Sólo está dislocada e hinchada. ¿Por qué? -Volvió a revolver en su maletín-. Roarke es parte del motivo. Nos hizo a William y a mí una oferta imposible de declinar. El sueldo era generoso, y Roarke sabe qué teclas tocar.

Eve silbó al sentir en la rodilla algo frío y que escocía.

– ¡Me lo vas a decir a mí!

– El sabía que yo llevaba tiempo interesándome en los patrones de conducta y en los efectos de la estimulación. La oportunidad de crear nueva tecnología con fondos literalmente ilimitados era demasiado tentadora para dejarla escapar. La vanidad no me permitió rechazar la oportunidad de participar en algo nuevo, y con el respaldo de Roarke sin duda iba a ser un éxito.

Eve se dio cuenta de que había sido un error cerrar los ojos, porque empezaba a flotar. Las palpitaciones en las caderas se atenuaron a medida que los delicados dedos de Reeanna esparcían algo frío. Recibió el mismo tratamiento en el hombro. La ausencia de dolor era como un tranquilizante y la llevó a ir aún más lejos y añadir:

– Al parecer nunca fracasa.

– No, al menos desde que lo conozco.

– Tengo una reunión dentro de un par de horas -se apresuró a decir Eve.

– Descansa primero. -Reeanna le retiró el vendaje de la rodilla y comprobó que la hinchazón había disminuido-. Voy a ponerte otro vendaje ultracicatrizante, y luego uno de hielo para terminar de bajarla. Es probable que sigas sintiéndola un poco rígida. Te aconsejo que la mimes los próximos dos días.

– Claro. La mimaré.

– ¿Te hiciste todo esto anoche, cercando a tu sospechoso?

– No, antes. Él no me dio problemas. El muy cabrón. -Eve arrugó las cejas-. No consigo hallar pruebas contra él.

– Estoy segura de que lo harás -repuso Reeanna mientras continuaba con el tratamiento-. Eres rigurosa y te implicas en los casos. Te vi en uno de los canales de noticias. En el tejado con Cerise Devane, arriesgando la vida.

– Fracasé.

– Lo sé. -Reeanna untó las contusiones con una crema anestesiante-. Fue horrible. Y más aún para ti, imagino. Tendrías que haber visto su cara y sus ojos de cerca cuando saltó.

– Sonreía.

– Ya lo vi.

– Quería morir.

– ¿Tú crees?

– Dijo que morir era agradable. La experiencia máxima.

Satisfecha de haber hecho todo lo que estaba en su mano, Reeanna cogió otra toalla y la extendió sobre Eve.

– Hay quienes consideran la muerte como la experiencia humana suprema. No importa lo avanzadas que estén la medicina y la tecnología, nadie puede escapar a ella. Y dado que estamos llamados a morir, ¿por qué no ver la muerte como un objetivo en lugar de un obstáculo?

– Estamos llamados a luchar. Cada trecho del camino.

– No todo el mundo tiene la energía o la necesidad de luchar. Algunos la aceptan tranquilamente. -Reeanna le cogió una mano y le tomó el pulso-. Otros se resisten. Pero todos mueren.

– Alguien la incitó y eso lo convierte en un asesinato. Y allí entro yo.

– Sí, supongo que sí. Duerme un poco. Le diré a Summerset que te despierte para la reunión.

– Gracias.

– No es nada. -Reeanna le tocó el hombro-. Entre amigas.

Estudió a Eve unos momentos más, luego echó un vistazo a su reloj con incrustaciones de diamantes. Tendría que darse prisa si quería llegar a tiempo a la peluquería, pero todavía debía ocuparse de un detalle.

Volvió a guardar el equipo y tras dejar en la mesa un tubo de crema anestesiante para Eve, se apresuró a salir.

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