19

Eve comía de pie, inclinada sobre el cuello de Roarke. Finalmente él se hartó y la pellizcó.

– Atrás.

– Sólo trato de ver -replicó ella, pero retrocedió-. Llevas media hora con eso.

Él imaginó que con el equipo disponible en comisaría, incluso Feeney habría tardado el doble de tiempo para llegar a ese mismo punto.

– Querida Eve, hay capas y más capas -repuso. Luego suspiró al ver que ella lo miraba con el gesto torcido-. Por eso es clandestino. He localizado dos de los nombres en clave que utilizó nuestro joven y experto en electrónica. Tendrá más, pero el ordenador tarda un poco en descodificar transmisiones.

Puso la máquina en automático para disfrutar de su comida.

– Son simples juegos, ¿verdad? -Eve cambió de postura para ver las cifras y extraños símbolos que iban apareciendo en la pantalla-. Niños grandes jugando a sociedades secretas. Sólo son clubes de alta tecnología.

– Más o menos. La mayoría de nosotros disfrutamos con ello. Juegos, fantasías, el anonimato de una máscara que nos permite fingir por un tiempo que somos otra persona.

Juegos, pensó ella. Tal vez todo se reducía a un juego, y ella no había estudiado con suficiente atención las reglas y los jugadores.

– ¿Qué hay de malo en ser quien eres?

– Para muchos no es suficiente. Y esta clase de cosas atrae a los solitarios y egocéntricos.

– Y fanáticos.

– Desde luego. Los servicios electrónicos, sobre todo los clandestinos, proporcionan a los fanáticos un foro abierto. -Arqueó una ceja y cortó un trozo de bistec-. También proporcionan un servicio educacional, informativo, intelectual… Y puede ser un pasatiempo perfectamente inofensivo. Recuerda que son legales. Aun cuando los clandestinos no pueden ser regulados muy de cerca. Y eso ocurre porque es casi imposible hacerlo. Y cuesta una fortuna.

– El departamento de electrónica los mantiene a raya.

– Hasta cierto punto. Fíjate en esto. -Roarke se volvió, pulsó varias teclas e hizo aparecer una imagen en una de las pantallas de la pared-. ¿Lo ves? No es más que una divertida diatriba sobre una nueva versión de Camelot. Un programa de rol multiusuario, con holograma optativo -explicó-. Todos quieren ser el rey. Y aquí -señaló otra pantalla- hay un anuncio muy directo en busca de pareja para Erótica, un programa de realidad virtual de fantasías sexuales, doble mando a distancia obligatorio. -Sonrió al ver a Eve fruncir el entrecejo-. Las fabrica una de mis compañías. Es muy popular.

– Estoy segura. -No le preguntó si lo había probado. Ciertos datos prefería ignorarlos-. No lo entiendo. Puedes pagar por tener compañía legal, probablemente por menos precio de lo que cuesta ese programa. Y tienes relaciones sexuales con alguien de carne y hueso. ¿Para qué necesitas esto?

– Fantasía, querida. Todo se resume en tener el control o renunciar a él. Y puedes ejecutar el programa una y otra vez, con casi infinitas variaciones. De nuevo es algo emocional y mental. Todas las fantasías lo son.

– Incluso las fatales -añadió ella-. ¿No es eso a lo que se reduce todo? A tener el control. El control supremo sobre el estado de ánimo y la mente de alguien. Ni siquiera saben que están jugando. Ése es el gran secreto. Todo lo que necesitas es un enorme ego y pocos escrúpulos. Mira dice que Jess no encaja.

– Ése es el problema entonces.

– No pareces sorprendido.

– Jess es lo que en mis tiempos callejeros en Dublín habríamos llamado un capón, un cruce entre cabrón y maricón. Un bocazas con pocos huevos. Nunca he conocido a ninguno capaz de derramar sangre sin lloriquear.

Eve acabó su bistec y apartó el plato.

– A mí me parece que para matar de ese modo no es preciso derramar sangre. Es cobarde, propio de capones.

Él sonrió.

– Bien dicho, pero los capones no matan, sólo hablan.

Eve se resistía a admitir que empezaba a estar de acuerdo con él y que se había metido en lo que parecía un callejón sin salida.

– Necesito algo más. ¿Cuánto crees que tardarás?

– Hasta que termine. Puedes entretenerte revisando los datos sobre la unidad de realidad virtual.

– Lo haré. Pero antes voy a pasar por la oficina de Reeanna. Le dejaré una nota si aún no ha vuelto de comer.

– Bien. -Roarke no trató de disuadirla. Tenía que permanecer activa, y él lo sabía-. ¿Volverás cuando termines o te veré en casa?

– No lo sé.

Eve lo observó y pensó que encajaba a la perfección allí sentado en su oficina súper elegante, pulsando teclas. Tal vez todo el mundo quisiera ser el rey, pero Roarke estaba satisfecho con ser Roarke.

Él se volvió y le sostuvo la mirada. -¿Sí, teniente?

– Eres exactamente lo que quieres ser. Y eso está muy bien.

– Casi siempre. Y tú también eres lo que quieres ser.

– Casi siempre -murmuró ella-. Antes de reunirme con Reeanna hablaré con Feeney y Peabody para ver si tienen algo. Gracias por la comida… y el tiempo.

– Sé cómo puedes pagarme. -Roarke le cogió la mano y se puso en pie-. Me gustaría mucho hacer el amor contigo esta noche.

– No tienes que pedirlo -respondió Eve incómoda, encogiéndose de hombros-. Estamos casados y todo eso.

– Digamos que pedirlo forma parte de la fantasía. -Él se acercó a ella, la besó dulcemente y susurró-: Déjame cortejarte esta noche, querida Eve. Déjame sorprenderte. Déjame… seducirte. -Le puso una mano en el corazón y lo sintió latir con fuerza-. Aquí ya he empezado.

Eve sintió que le fallaban las rodillas.

– Gracias. Es justo lo que necesito para concentrarme en el trabajo.

– Tienes dos horas. -Esta vez Roarke alargó el beso-. Luego nos dedicaremos a nosotros.

– Lo intentaré. -Ella retrocedió cuando estuvo segura de poder hacerlo, y se encaminó hacia la puerta. Luego se volvió y lo miró-. Dos horas. Entonces podrás terminar lo que has empezado.

Ella lo oyó reír al cerrar la puerta y corrió hacia el ascensor.

– Treinta y nueve, oeste -ordenó, y se sorprendió sonriendo.

Sí, tenían que dedicarse un poco de tiempo. Algo que Jess y su desagradable juguete había tratado de arrebatarles. De pronto se detuvo y su sonrisa se desvaneció. ¿Era ése el problema?, se preguntó. ¿Estaba tan obsesionada con ello, con una especie de revancha personal, que se le escapaba algo más grande, o más pequeño?

Si Mira tenía razón, y Roarke había dado en el clavo con su teoría del capón, entonces ella estaba equivocada. Había llegado el momento de dar un paso atrás y volver a enfocar, admitió.

Era un crimen tecnológico. Pero aun los crímenes tecnológicos seguían requiriendo el elemento humano: las emociones, la codicia, el odio, los celos y el poder. ¿Cuál de ellos, o qué combinación, podía ser el móvil? En Jess veía codicia y ansia de poder. Pero ¿era capaz de matar por ellos?

Se armó de valor y repasó mentalmente la reacción de Jess al ver las fotos del depósito de cadáveres. ¿Reaccionaría con tanta consternación el hombre que había causado tal horror, que había dirigido la acción? No era imposible, pero no cuadraba.

Además, Jess disfrutaba observando los resultados de su trabajo, recordó. Le gustaba reírse de ellos y anotarlos. ¿Había algo más que el equipo de recogida de pruebas había pasado por alto? Tendría que hacer una visita a su estudio.

Absorta en sus pensamientos, bajó del ascensor en la planta 39 y examinó las paredes de cristal oscuro de un laboratorio. Todo estaba silencioso, y los dispositivos de seguridad estaban en pleno funcionamiento, como indicaban las cámaras colocadas a plena vista y la luz roja de los detectores de movimiento. Si había algún esclavo todavía trabajando, estaba al otro lado de las puertas cerradas.

Apoyó la mano en el lector de palmas y recibió la verificación, luego pasó la prueba de la voz dando su nombre, y aprovechó para preguntar dónde estaba la oficina de Reeanna.

«Tiene autorización para acceder a los altos niveles, teniente Dallas, Eve. Diríjase a la izquierda del corredor de cristal, luego gire a la derecha y continúe hasta el final. La oficina de la doctora Ott se encuentra cinco metros más allá. No será necesario que repita el procedimiento para entrar. Dispone de autorización.»

Se preguntó si Roarke o Reeanna le habían autorizado el paso y siguió las indicaciones. El corredor la impresionó, pues ofrecía una vista panorámica de la ciudad desde todos los ángulos. Miró a sus pies y vio la vida que bullía en la calle de abajo. La melodía del hilo musical era animada, y le hizo pensar con amargura en la intención de algún musicólogo de infundir a los esclavos entusiasmo por su trabajo. ¿Acaso no era eso otro modo de controlar la mente?

Cruzó una puerta con una placa que la identificaba como de William. El experto en juegos, pensó Eve. Podía serle útil para obtener de él información, exprimirle el cerebro y sacarle unas cuantas hipótesis. Llamó y vio parpadear la luz roja de una grabadora para a continuación apagarse.

«Lo lamentamos, pero William Shaffer no se halla en estos momentos en su oficina. Si quiere dejar su nombre y algún recado, él le responderá tan pronto como le sea posible.»

– Soy Dallas. Oye, William, si tienes unos minutos cuando termines de comer, tengo algo que me gustaría que vieras. Voy a pasar por la oficina de Reeanna. Si no está, le dejaré una nota. Estaré en el edificio o en casa más tarde, por si tienes tiempo para hablar conmigo.

Al volverse, echó un vistazo a su reloj. Por Dios, ¿cuánto se tardaba en comer? Cogías comida, te la metías en la boca, masticabas y tragabas.

Encontró la oficina de Reeanna y vaciló unos segundos al ver que la luz verde de la grabadora parpadeaba y se abría la puerta. Si Reeanna no quisiera que entrara, la habría dejado cerrada, decidió Eve. Y entró en una auténtica oficina.

Tenía el mismo aspecto que Reeanna, pensó. Perfectamente pulida, con matices sexuales debajo del rojo intenso de los cuadros de láser que destacaban contra las paredes blancas.

El escritorio estaba situado de cara a la ventana para ver a todas horas el denso tráfico aéreo.

La salita de estar constaba de una chaise longue cuyos grandes almohadones seguían conservando las formas de su última ocupante. Las curvas de Reeanna eran impresionantes incluso en silueta. La mesa era de un material transparente duro como la piedra, y estaba intrincadamente labrada con formas romboidales que absorbían y refractaban la luz procedente de una lámpara en forma de arco y con una pantalla rosa.

Eve cogió las gafas de realidad virtual que había encima, vio que eran el último modelo de Roarke y volvió a dejarlas. Todavía le hacían sentirse incómoda.

Se volvió y estudió la terminal de trabajo al otro lado de la habitación. No había nada delicado o femenino en ese rincón. Todo estaba relacionado con el trabajo: un mostrador con la superficie blanca y pulida, y un equipo de primera calidad que seguía en funcionamiento. Oyó el débil rumor de un ordenador en automático y frunció el entrecejo ante los símbolos que se sucedían en el monitor. Se parecían a los que había tratado de descifrar en la pantalla de Roarke. Claro que todos los códigos informáticos le parecían iguales.

Intrigada, se acercó al escritorio, pero no había nada interesante a la vista. Una pluma de plata, unos bonitos pendientes de oro, un holograma de William vestido de piloto y sonriendo juvenil, y un breve listado escrito en esos desconcertantes códigos de ordenador.

Eve se sentó en el borde del escritorio. No quería dejar las marcas de su flaca y nervuda figura sobre las de Reeanna. Sacó el comunicador y llamó a Peabody.

– ¿Tienes algo?

– El hijo de Devane está dispuesto a colaborar. Está al corriente del interés que ella tenía por los juegos, sobre todo los de rol. No era un interés que él compartiera, pero afirma conocer a una de sus habituales compañeras de juego. Devane salió con ella durante un tiempo. Tengo su nombre. Vive aquí mismo en Nueva York. ¿Quieres que te transmita los datos?

– Creo que puedes hacerte cargo tú sola de ello. Concierta un encuentro y sólo llévala a comisaría si se niega a colaborar. Infórmame después.

– Sí, teniente. -La voz de Peabody se mantuvo seria, pero le brillaban los ojos-. Ahora mismo.

Satisfecha, Eve trató de ponerse en contacto con Feeney, pero su frecuencia estaba ocupada grabando. Tuvo que conformarse con dejarle recado de que la llamara.

Se abrió la puerta y Reeanna se detuvo al ver a Eve en su escritorio.

– Oh, Eve. No te esperaba aún.

– El tiempo es parte de mi problema.

– Entiendo. -Sonrió y dejó que se cerrara la puerta a sus espaldas-. Supongo que Roarke te ha autorizado la entrada.

– Supongo. ¿Te parece bien?

Reeanna hizo un ademán con la mano.

– Sí. Supongo que estoy un poco alterada. William no ha parado de hablar de ciertos problemas técnicos que le preocupan. Lo he dejado con su créme brúlée, dándoles vueltas. -Lanzó una mirada hacia el ordenador que zumbaba-. El trabajo no se termina nunca aquí. El trabajo de Investigación y Desarrollo te lleva las veinticuatro horas de los siete días de la semana. -Sonrió-. Como el de la policía, imagino. Bueno, no he tenido tiempo de tomarme un coñac. ¿Te apetece uno?

– No, gracias, estoy de servicio.

– Entonces un café. -Se acercó a un mostrador y pidió una copita de coñac y un café solo-. Tendrás que perdonar mi falta de concentración. Hoy vamos un poco atrasados con respecto al programa. Roarke necesitaba unos datos sobre el nuevo modelo de RV, desde su concepción hasta la fabricación.

– Es creación tuya. No tenía ni idea hasta que me lo ha comentado hace unos momentos.

– Oh, William hizo casi todo. Pero yo tuve una pequeña parte. -Le entregó el café, luego rodeó el escritorio con el coñac para sentarse-. Veamos, ¿qué puedo hacer por ti?

– Espero que consentirás en que te haga esa consulta. El individuo se halla en estos momentos detenido y en manos de su abogado, pero no creo que permanezca mucho tiempo allí. Necesito su perfil, desde el punto de vista de tu especialidad en particular.

– La impronta de los genes. -Tamborileó con los dedos-. Interesante. ¿Cuáles son los cargos?

– No estoy autorizada para hablar de ello hasta contar con tu consentimiento y fijar la sesión con mi comandante. Una vez hecho esto, me gustaría que realizaras la prueba a las siete de la mañana.

– ¿A las siete? -Hizo una mueca-. ¡Yo que aquí soy noctámbula y jamás madrugo! Si quieres que me levante a esa hora, dame un incentivo. -Esbozó una ligera sonrisa-. Supongo que ya has pedido a Mira que analice al sujeto y los resultados no han sido de tu gusto.

– No es tan insólito pedir segundas opiniones -repuso Eve. Se sentía a la defensiva. Y culpable.

– No, pero los informes de la doctora Mira son excelentes y muy raras veces se cuestionan. Lo quieres atrapar como sea.

– Necesito descubrir la verdad. Y para ello tengo que separar la teoría de las mentiras y los engaños. -Eve se apartó del escritorio-. Pensé que te interesaría hacer algo de este tipo.

– Y me interesa mucho. Pero me gustaría saber con qué voy a encontrarme. Necesitaría el escáner del cerebro del individuo.

– Lo tengo. Como prueba.

– ¿De veras? -A Reeanna le brillaron los ojos como los de un gato-. También es importante tener todos los datos disponibles de sus padres biológicos. ¿Se conocen?

– Accedimos a esos datos para el análisis de la doctora Mira. Estarán a tu disposición.

Reeanna se recostó y agitó el coñac.

– Debe de tratarse de un asesinato. -Torció el gesto al ver la expresión de Eve-. Después de todo, es tu especialidad. El estudio del proceso de dar muerte a alguien.

– Es una forma de expresarlo.

– ¿Cómo lo expresarías tú?

– La investigación de quienes quitan la vida a alguien.

– Sí, sí, pero para hacer eso has de estudiar a los muertos, la muerte en sí. Cómo ocurrió, qué la causó, qué ocurrió en los últimos momentos entre el asesino y su víctima. Es fascinante. ¿Qué clase de personalidad has de tener para estudiar la muerte de forma rutinaria, día tras día, año tras año, por vocación? ¿Crees que te ha dejado marcada o te ha endurecido?

– Me cabrea -respondió Eve cortante-. Y no tengo tiempo para filosofar.

– Lo siento, es una mala costumbre. -Suspiró-. William me dice que lo analizó todo hasta el final. -Sonrió-. No es que sea un crimen. En fin, me interesa ayudarte. Llama a tu comandante. Esperaré a ver si te dan la autorización. Luego podemos comentar los detalles.

– Gracias.

Eve sacó el comunicador, le volvió la espalda y ordenó visualizar. Tardaba más tiempo y le daba la impresión de que era menos efectiva la codificación de la información y de las peticiones. ¿Cómo ibas a expresar tus intuiciones o tus propósitos en una pantalla?

Pero hizo lo que pudo y esperó.

«¿Qué demonios te propones, Dallas, cuestionar a Mira?»

«Sólo quiero saber otra opinión, comandante. Está permitido hacerlo. Estoy contemplando todos los puntos de vista. Si no soy capaz de convencer al fiscal de que lo acuse de coacción al suicidio, no quiero que salgan los cargos menores. Necesito verificar que había un propósito de hacer daño.»

Era forzar la situación, y lo sabía. Eve esperó con un nudo en el estómago a que Whitney tomara una decisión.

Déme una oportunidad. Ese tipo ha de pagar.

«Tiene autorización para proceder, teniente. Pero más le vale no malgastar el presupuesto. Ambos sabemos que el informe de Mira tendrá mucho peso.»

«Comprendido y agradecida. El informe de la doctora Ott causará al menos dolor de cabeza a la abogada de Barrow. En estos momentos estoy concentrada en una conexión entre sospechoso y víctimas. Los resultados estarán listos a las 9.00.»

«Asegúrate muy bien. Me la juego contigo. Corto.»

Eve dejó escapar un largo y silencioso suspiro. Había conseguido un poco más de tiempo y eso era todo cuanto quería. Con tiempo podría investigar más a fondo. Si Roarke y Feeney no obtenían datos, no había nadie, fuera o dentro del planeta, que lo hiciera.

Jess recibiría su merecido, pero el asesinato quedaría sin vengar. Cerró los ojos unos instantes. Para eso estaba ella, para vengar a los muertos.

Abrió los ojos de nuevo y trató de recuperarse antes de confiar los detalles a Reeanna.

Fue entonces cuando lo vio en blanco y negro en la pantalla de su ordenador-tarjeta.

«Mathias, Drew registrado como AutoPhile. Mathias, Drew registrado como Banger. Mathias, Drew registrado como HoloDick.»

El corazón le dio un vuelco, pero no le tembló la mano cuando encendió el comunicador y llamó a Peabody y Feeney con el código uno.

«Necesito refuerzos. Responded inmediatamente a la fuente de la transmisión.»

Se guardó la tarjeta en el bolsillo y se volvió.

– El comandante me ha dado autorización para la consulta. De mala gana, de modo que voy a necesitar resultados, Reeanna.

– Los tendrás. -Bebió un sorbo de coñac, luego desplazó la vista a la pequeña y brillante terminal de encima de su escritorio-. Se te ha acelerado el pulso, Eve, y el nivel de adrenalina te ha ascendido vertiginosamente. -Ladeó la cabeza-. Oh, cielos -murmuró levantando una mano. Sostenía en ella el arma clásica del DPSNY conocida como paralizador-. Eso es un problema.

Varias plantas más arriba, Roarke revisaba los nuevos datos sobre Mathias tarareando. No estaban yendo a ninguna parte, pensó. Volvió a poner el automático y se concentró en los datos de la nueva unidad de realidad virtual. ¿No era extraño, e interesante, que algunos de los componentes de la mágica consola de Jess Barrow aparecieran casi exactos en su nueva unidad?

Murmuró una maldición cuando sonó el telenexo interno.

– No quiero interrupciones.

– Lo siento, señor. Pero está aquí una tal Mavis Feestone. Dice que querrá verla.

Puso el segundo ordenador en automático y bloqueó tanto el audio como el vídeo.

– Hazla pasar, Caro. Y puedes irte. Ya no te necesitaré.

– Gracias. La acompañaré personalmente.

Roarke frunció el entrecejo y cogió la unidad de RV que Reeanna le había dejado para que le diera su opinión. Unos cuantos ajustes y estaría lista para el nuevo lanzamiento. Estaba cargada de opciones subliminales, y eso explicaba la coincidencia. Pero le traía sin cuidado. Empezaba a considerar la posibilidad de que hubiera filtraciones en su equipo de Investigación y Desarrollo.

Se preguntó qué modificaciones había introducido William para la segunda serie de fabricación, e introdujo un disco en el ordenador supletorio. Podía seguir los datos mientras hablaba con Mavis.

La máquina emitió un pitido y empezó a cargar el disco cuando la puerta se abrió.

– Toda la culpa es mía, toda. Y no sé qué hacer.

Roarke rodeó el escritorio, cogió las manos de Mavis y lanzó una mirada de complicidad a su desconcertada ayudante.

– Vete a casa. Yo me ocuparé de ella. Oh, y deja el dispositivo de seguridad abierto para mi esposa, por favor. Siéntate, Mavis. -La condujo a una silla y le acarició la cabeza-. Respira hondo y no llores. ¿Qué ha sido culpa tuya?

– Jess. Me utilizó para llegar a ti. Dallas dijo que no era culpa mía, pero he estado dándole vueltas y sí lo es. -Sorbió ruidosamente por la nariz-. Tengo esto -añadió refiriéndose al disco que sostenía.

– ¿Y qué es?

– No lo sé. Tal vez sea una prueba. Quédatelo.

– Está bien. -Roarke lo cogió-. ¿Por qué no se lo has dado a Eve?

– Iba,a hacerlo… Pensé que la encontraría aquí. No creo que nadie sepa que lo tengo. No se lo comenté ni siquiera a Leonardo. Soy horrible -concluyó.

Otras mujeres histéricas se habían cruzado en su camino, pensó Roarke. Se guardó el disco en el bolsillo y ordenó un calmante suave.

– Aquí tienes. Bébetelo. ¿Qué clase de pruebas crees que puede contener, Mavis?

– No lo sé. No me odias, ¿verdad?

– Querida, te adoro. Bébetelo.

– ¿De veras? -Se lo bebió obediente-. Me gustas, Roarke, y no sólo porque nadas en créditos y demás. Me alegra que lo hagas, porque la pobreza es un asco.

– Desde luego.

– Y en todo caso la haces muy feliz. Ella no sospecha siquiera lo feliz que es porque nunca lo ha sido. ¿Entiendes?

– Sí. Ahora respira hondo tres veces. ¿Lista?. Uno.

– Está bien. -Mavis así lo hizo, muy seria, con los ojos clavados en él-. Sabes cómo tranquilizar a la gente. Apuesto a que ella no te deja hacerlo muy a menudo.

– Es cierto, no me deja. O no se entera cuando lo hago. -Roarke sonrió-. La conocemos bien, ¿eh, Mavis?

– Y la queremos. Lo siento tanto. -Mavis se echó a llorar de nuevo, pero esta vez silenciosamente-. Lo comprendí después de poner el disco que te he dado. Al menos lo comprendí en parte. Es una copia de la grabación del vídeo. La saqué a hurtadillas. Quería guardarlo para la posteridad, ya sabes. Pero hay un comentario después. -Se miró las manos-. Es la primera vez que lo pongo y lo escucho. Le dio una copia a Dallas, pero él hizo comentarios después de esta versión, sobre… -Se interrumpió y levantó los ojos, repentinamente secos-. Quiero que le hagas daño. Mucho daño. Ponlo a partir de donde lo he dejado.

Roarke se levantó y deslizó el disco en la unidad de recreo. La pantalla se llenó de luz y música, a continuación el volumen y la intensidad disminuyeron para dejar oír la voz de Jess.

«No estoy seguro de qué resultados tendrá. Algún día descubriré la llave para entrar en la fuente. De momento sólo puedo especular. La sugestión se realiza en la memoria. La recreación del trauma. Hay algo detrás de las sombras que pueblan la mente de Dallas. Algo fascinante. ¿En qué soñará esta noche después de escuchar el disco? ¿Cuánto tardaré en seducirla para compartir todo esto con ella? ¿Qué secretos esconde? Es tan divertido especular. Sólo estoy esperando que se me presente la oportunidad para intervenir en el lado más oscuro de Roarke. Oh, sí, tiene uno, y está tan cerca de la superficie que casi se ve. Imaginarlos juntos comportándose como animales me hace estremecer. No puedo pensar en dos individuos más fascinantes para este proyecto. Dios bendiga a Mavis por haberme abierto la puerta. Dentro de seis meses conoceré tan bien a los dos, adivinaré de forma tan clara sus reacciones, que seré capaz de conducirlos exactamente a donde quiero. Entonces no habrá límites para la fama, la fortuna y los halagos. Me convertiré en el padre del placer virtual.»

Roarke permaneció en silencio hasta que el disco acabó. No lo retiró, convencido de que lo estrujaría si lo hacía.

– Ya le he hecho daño -dijo al fin-. Pero no lo bastante, ni mucho menos. -Se volvió hacia Mavis. Esta se había levantado y permanecía de pie, pequeña como una hada, con un vestido de gasa rosa algo atrevido-. Tú no tienes la culpa de esto.

– Puede que sea cierto. Tengo que averiguarlo. Sólo sé que no habría llegado tan cerca de ella, o de ti, sin mí. ¿Crees que servirá para que siga encerrado?

– Creo que tardará mucho en salir. ¿Me lo dejas?

– Sí. Ahora me voy.

– Siempre eres bien recibida aquí. -A Mavis le tembló la boca.

– Si no fuera por Dallas, habrías corrido como un loco en dirección contraria la primera vez que me viste.

Él se acercó a ella y la besó en la boca con determinación.

– Y habría sido un error, y una pérdida. Te pediré un taxi.

– No tienes por qué…

– Te estará esperando en la entrada principal. -Ella se frotó la nariz.

– ¿Una de esas limusinas súper?

– Desde luego.

La acompañó hasta la puerta y esperó pensativo a que ésta se cerrara. Confiaba en que el disco bastara para agarrar un poco más firme a Jess. Pero seguía sin demostrar el asesinato. Volvió y ordenó a los dos ordenadores visualizar en pantalla.

Sentado tras su escritorio, cogió las gafas de RV y estudió los datos.

Eve miró el paralizador. Desde su ángulo no estaba segura de en qué posición estaba. Un disparo podía causar desde una ligera molestia y una parálisis parcial hasta la muerte, y ella lo sabía.

– Es ilegal que un civil tenga en su poder o utilice ese arma -replicó fríamente.

– No creo que sea particularmente relevante, dadas las circunstancias. Quítate la tuya despacio y con la punta de los dedos, y déjala en el escritorio. No quiero hacerte daño -añadió Reeanna al ver que Eve no se movía-. Nunca he querido. Pero haré lo que sea necesario.

Eve alargó la mano despacio hacia el arma que llevaba en el costado.

– Y no se te ocurra utilizarla. No he puesto esto al máximo, pero bastará para impedirte utilizar las extremidades durante días. Y aunque las posibles lesiones cerebrales no son necesariamente permanentes, son muy inoportunas.

Eve conocía muy bien el alcance de esa arma, y se quitó la suya con cuidado. La dejó en un extremo del escritorio.

– Tendrás que matarme, Reeanna. Pero tendrás que hacerlo en persona. No será como con los demás.

– Voy a tratar de evitarlo. Un viaje de RV breve, sin dolor, incluso agradable, y podremos amañar tu memoria y cambiar de blanco. Hacías bien en apuntar hacia Jess, Eve. ¿Por qué no sigues haciéndolo?

– ¿Por qué mataste a esas cuatro personas?

– Se mataron ellas, Eve. Tú misma estabas allí cuando Cerise Devane se tiró del edificio. Tienes que creer lo que ves con tus propios ojos. -Suspiró-. O casi todo. No sueles hacerlo, ¿verdad?

– ¿Por qué los mataste?

– Sólo los animé a poner fin a sus vidas de un modo y en un momento determinados. ¿Y por qué? -Reeanna encogió sus encantadores hombros y añadió-: Porque sabía cómo hacerlo.

Esbozó una sonrisa cautivadora y soltó su risa cristalina.

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