8

Eve siguió la recomendación de Mira y pidió almejas, luego se permitió el lujo de comer un poco del auténtico pan de levadura de la cesta de plata que había sobre la mesa. Mientras comía, ofreció a Mira un perfil de Fitzhugh y los detalles de su muerte.

– Y quieres que te diga si pudo quitarse la vida. Si estaba predispuesto emocional y psicológicamente.

Eve arqueó una ceja.

– Ésa es la idea.

– Por desgracia no puedo hacerlo. Digamos que todos somos capaces de ello, dadas las circunstancias y el estado emocional adecuados.

– No lo creo -replicó Eve con tal firmeza que Mira sonrió.

– Tú eres una mujer fuerte, Eve. Te has vuelto fuerte, racional, tenaz e inflexible. Eres una superviviente. Pero recuerdas el desespero, la impotencia y la inutilidad.

En efecto, Eve lo recordaba demasiado bien, con demasiada nitidez. Cambió de postura en la silla.

– Fitzhugh no era un hombre inútil.

– Las apariencias pueden ocultar una gran confusión-. -La doctora levantó una mano antes de que Eve pudiera interrumpirla-. Pero estoy de acuerdo contigo. Dado su perfil, sus antecedentes, su estilo de vida, no lo definiría como un posible candidato al suicidio, y menos con un carácter tan violento e impulsivo.

– Era violento -asintió Eve-. Me enfrenté a él en los tribunales poco antes de que esto ocurriera. Era un tipo arrogante y pagado de sí mismo que se daba muchos aires.

– Estoy segura de ello. Sólo puedo decir que algunos… muchos de nosotros, en momentos de crisis, al hacer frente a un problema personal, ya sea del corazón o la mente, optamos por poner fin a nuestra vida antes de pasar por ello o cambiarlo. Ni tú ni yo sabemos qué crisis podía estar sufriendo Fitzhugh la noche de su muerte.

– Eso no es una gran ayuda que digamos -murmuró Eve-. Está bien, déjame explicarte dos casos más. -Brevemente, con la falta de pasión característica de un policía, describió los otros suicidios-. ¿Pautas?

– ¿Qué tenían esas personas en común? -preguntó Mira-. Un abogado, un político y un tecnólogo.

– Tal vez una lesión en el cerebro. -Tamborileando con los dedos en el mantel, Eve frunció el entrecejo-. Aún me quedan muchas teclas por tocar para obtener todos los datos, pero podría ser el motivo. Detrás de todo esto podría haber un motivo fisiológico antes que psicológico. Si existe una conexión, tengo que encontrarla.

– Te estás alejando de mi terreno, pero si encuentras datos que relacionen esos tres casos, estaré encantada de colaborar.

Eve sonrió.

– Contaba con ello. No tengo mucho tiempo. El caso Fitzhugh no puede tener prioridad indefinidamente. Si no consigo algo pronto y lo utilizo para convencer al comandante de que mantenga abierto el caso, tendré que pasar a otro. Pero por ahora…

– ¿Eve? -Reeanna se detuvo junto a la mesa, deslumbrante en un vestido largo con los colores del arco iris-. Oh, qué agradable sorpresa. Estaba comiendo con un socio y me ha parecido reconocerte.

– Reeanna. -Eve sonrió forzada. No le importaba parecer una vendedora ambulante junto a esa atractiva pelirroja, pero le molestó que interrumpiera el almuerzo-consulta-. La doctora Mira, Reeanna Ott.

– Doctora Ott. -Mira le tendió una mano con elegancia-. He oído hablar de su trabajo y lo admiro.

– Gracias, y lo mismo digo. Es un honor conocer a una de las mejores psiquiatras del país. He leído varios artículos suyos y me han parecido fascinantes.

– Qué halagador. ¿Por qué no se sienta con nosotras para los postres?

– Me encantaría. -Reeanna miró interrogante a Eve-. No estaré interrumpiendo algún asunto oficial, ¿verdad?

– Parece que hemos terminado con esa parte del programa. -Eve miró al camarero que acudió ante una discreta llamada de Mira-. Un café solo, de la marca de la casa.

– Lo mismo -dijo Mira-. Y un trozo de bizcocho de arándanos. Soy débil.

– Yo también. -Reeanna sonrió radiante al camarero como si éste fuera a preparar personalmente el plato escogido-. Un café con leche y una ración de tarta de chocolate. Estoy tan harta de la comida procesada que cuando estoy en Nueva York procuro atracarme -confesó a Mira.

– ¿Y cuánto tiempo piensa estar en la ciudad?

– Depende en gran medida de Roarke -sonrió a Evey cuánto tiempo crea útil tenerme aquí. Presiento que dentro de unas pocas semanas nos enviará a Olympus.

– Tengo entendido que es una gran empresa -comentó Mira-. Todas las imágenes que he visto en las noticias y en los canales de entretenimiento me han parecido fascinantes.

– A él le gustaría tenerlo terminado y en pleno funcionamiento para primavera. -Reeanna recorrió con una mano las tres cadenillas que llevaba alrededor del cuello-. Ya veremos. Roarke suele conseguir lo que se propone. ¿No estás de acuerdo, Eve?

– No estaría donde está si se conformara con un no.

– En efecto. Acabas de estar allí. ¿Te diste una vuelta por la galería Autotrónica?

– Muy breve. -A Eve le temblaron ligeramente los labios-. Teníamos… mucho que ver en muy poco tiempo. -Reeanna sonrió con malicia.

– Lo imagino. Pero supongo que probaste algunos de los programas instalados allí. William está muy orgulloso de esos juegos. Y mencionaste que habías visto la habitación holograma en la suite presidencial del hotel.

– Así es. La utilicé varias veces. Es impresionante.

– La mayor parte fue obra de William, me refiero al diseño, pero yo también tuve parte de mérito. Pensamos utilizar el nuevo sistema para mejorar el tratamiento de la adicción y de ciertas psicosis. -Cambió de postura mientras le servían el café y el postre-. Puede que esto le interese, doctora Mira.

– Sin duda. Suena fascinante.

– Lo es. Terriblemente caro en estos momentos, pero esperamos mejorarlo y abaratarlo. Claro que para el Olympus Roarke quería lo mejor… y lo está teniendo. Como la androide Lisa.

– Sí. -Eve recordó la asombrosa androide de voz sensual-. La he visto.

– Estará en relaciones públicas y en servicio al cliente. Es un modelo muy superior que llevó meses perfeccionar. Sus chips de inteligencia no son comparables a ninguno en el mercado. Tendrá capacidad para tomar decisiones y unas aptitudes muy superiores a los modelos que puedes adquirir en la actualidad. William y yo… -Se interrumpió con una risita-. Qué horror, no puedo olvidar el trabajo.

– Es fascinante. -Mira tomó con delicadeza un trozo de bizcocho-. Su estudio sobre los patrones de las ondas cerebrales y la influencia genética en la personalidad, y su aplicación en la electrónica son convincentes, incluso para una psiquiatra convencida como yo. -Vaciló y miró a Eve-. Pensándolo bien, su experiencia tal vez pueda dar otro enfoque al caso concreto que Eve y yo estábamos discutiendo.

– ¿Sí? -Reeanna pescó con el tenedor un trozo de chocolate y se lo quedó mirando.

– Hipotético. -Mira extendió las manos, muy consciente de la prohibición de hacer consultas extraoficiales.

– Por supuesto.

Eve tamborileó de nuevo en la mesa. Prefería el enfoque de Mira, pero tras considerar las alternativas decidió mostrarse más expansiva.

– Aparentemente se trata de autodestrucción. Motivo desconocido, predisposición desconocida, sin estímulo de drogas, ni historial familiar. Patrón de conducta normal hasta el momento de la defunción. No hay indicios de depresión o fluctuaciones de personalidad. El sujeto es un varón de sesenta y dos años de edad, profesional de éxito, muy culto, financieramente solvente, bisexual, con una relación estable con un miembro del mismo sexo.

– ¿Impedimentos físicos?

– Ninguno. Historial médico limpio.

Reeanna entornó los ojos concentrada tanto en el perfil del fallecido como en el postre que iba comiendo despacio.

– ¿Algún problema psicológico o tratamiento?

– Ninguno.

– Es interesante. Me encantaría ver el patrón de las ondas cerebrales. ¿Está disponible?

– Es material confidencial en estos momentos.

– Hummm. -Reeanna bebió un sorbo de su café con leche pensativa-. Sin ninguna anomalía física o psiquiátrica conocida, ni adicción o consumo de sustancias, me inclinaría hacia un problema cerebral. Tal vez un tumor. Pero supongo que no ha aparecido nada en la autopsia.

Eve pensó en el pequeño orificio, pero negó con la cabeza.

– Un tumor no.

– Hay clases de predisposición que escapan al escáner y la evaluación genética. El cerebro es un órgano complicado y sigue despistando a la más elaborada tecnología. Si pudiera ver su historial familiar… Bueno, lo primero que me viene a la cabeza es que el individuo en cuestión tenía una bomba de relojería genética que no se detectó en los análisis normales. Había llegado a un momento de su vida en que se agotan los fusibles.

Eve arqueó una ceja.

– ¿Y estalló?

– Por así decirlo. -Reeanna se inclinó hacia ella-. Todos somos programados en el seno materno, Eve. Cómo y quiénes somos. No sólo el color de los ojos, la estatura y la pigmentación de la piel, sino también la personalidad, gustos, intelecto o escala emocional. El código genético en el momento de la concepción. Puede modificarse hasta cierto punto, pero lo esencial permanece inalterable. Nada puede cambiarlo.

– ¿Somos tal como éramos al nacer? -Eve pensó en una mugrienta habitación, una luz roja parpadeante y una niña acurrucada en una esquina con un cuchillo sangriento.

– Exacto. -Reeanna sonrió radiante.

– Se olvida del entorno, del libre albedrío, del instinto básico del hombre de mejorar -objetó Mira-. Al considerarnos criaturas meramente físicas sin corazón ni alma ni una serie de decisiones que tomar a lo largo de nuestra vida, nos rebaja a la condición de animales.

– Eso somos -repuso Reeanna agitando el tenedor en el aire-. Comprendo su enfoque como terapeuta, doctora, pero el mío como fisióloga va por otros derroteros, como quien dice. Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida, lo que hacemos, cómo vivimos y en qué nos convertimos fue grabado en nuestros cerebros mientras nadábamos en el útero. El sujeto en cuestión, Eve, estaba destinado a quitarse la vida en ese momento, en ese lugar y de esa forma. Las circunstancias podrían haberlo cambiado, pero el resultado habría sido a la larga el mismo. Era su destino.

¿Destino?, pensó Eve. ¿Había sido su destino ser violada y maltratada por su padre? ¿Convertirse en menos que un ser humano, y luchar para escapar de ese abismo?

Mira meneó la cabeza.

– No estoy de acuerdo. Un niño que nace en la miseria en Budapest, que es separado de su madre al nacer y criado en un ambiente privilegiado en París, rodeado de amor y atenciones, reflejaría esos cuidados, esa educación. El entorno afectivo y el instinto humano básico de mejorar no pueden dejarse de lado.

– De acuerdo hasta cierto punto -repuso Reeanna-. Pero la impronta del código genético, lo que nos predispone al éxito o al fracaso, al bien o al mal, anula todo lo demás. Aun en los hogares donde hay más amor y mejores atenciones crecen monstruos; y en los rincones más sórdidos del universo, la bondad, incluso la grandeza, sobrevive. Somos lo que somos, y lo demás son apariencias.

– Si suscribo tu teoría -dijo Eve despacio-, el sujeto en cuestión estaba destinado a quitarse la vida. Ninguna circunstancia ni cambio en el entorno podría haberlo impedido.

– Exacto. La predisposición estaba allí, oculta. Seguramente lo desencadenó un hecho en concreto, pero podría tratarse de una nimiedad, algo que pasaría fácilmente por alto en otro patrón de ondas cerebrales. La investigación que está llevando a cabo el Instituto Bowers ha aportado pruebas consistentes del patrón genético del cerebro y su indiscutible influencia en la conducta. Puedo conseguirle discos sobre el tema, si lo desea.

– Os dejo con vuestros estudios sobre el cerebro -dijo Eve-. Tengo que volver a comisaría. Te agradezco tu tiempo, Mira. -Se puso en pie-. Y tus teorías, Reeanna.

– Me encantaría discutirlas con más tiempo. En otra ocasión. -Reeanna le estrechó la mano-. Dale recuerdos a Roarke.

– Lo haré. -Eve se volvió ligeramente cuando Mira se levantó para besarla en la mejilla-. Ya te llamaré.

– Eso espero, y no sólo cuando tengas un caso que discutir. Saluda a Mavis de mi parte.

– Claro.

Se echó el bolso al hombro y se encaminó a la salida, deteniéndose brevemente para sonreír con desdén al maitre.

– Una mujer fascinante -comentó Reeanna lamiendo despacio la parte posterior de la cuchara-. Con un gran autodominio, algo irritable, y poco acostumbrada y algo reacia a las demostraciones espontáneas de afecto. -Rió al ver a Mira arquear una ceja-. Lo siento, son gajes del oficio. Saca de quicio a William. No era mi intención ser desagradable.

– Estoy segura. -Mira sonrió y la miró con afecto y comprensión-. A menudo me sorprendo haciendo lo mismo. Y tiene razón, Eve es una mujer fascinante. Se ha hecho a sí misma, lo que me temo que puede hacer tambalear su teoría de la impronta genética.

– ¿De veras? -Intrigada, Reeana se inclinó hacia ella-. ¿La conoce bien?

– Tanto como es posible. Eve es muy reservada.

– Veo que le tiene mucho afecto -observó Reeanna asintiendo con la cabeza-. Espero que no me interprete mal si le digo que no era lo que me esperaba cuando me enteré que Roarke se iba a casar. Que se casara me pilló por sorpresa, pero imaginé que su esposa sería el colmo del refinamiento y la sofisticación. Una policía que lleva un arma como cualquier otra mujer lleva un collar de familia no era la idea que tenía del gusto de Roarke. Sin embargo armonizan. -Y añadió con una sonrisa-: Podría decirse que estaban hechos el uno para el otro.

– En eso estoy de acuerdo.

– Y dígame, doctora Mira, ¿qué opina de los cultivos de ADN?

– Oh, verá… -Mira se acomodó para entregarse a una animada discusión.

Sentada ante el ordenador de su escritorio, Eve reorganizaba los datos reunidos sobre Fitzhugh, Mathias y Pearly. No lograba encontrar un nexo, un terreno común. La única correlación real entre los tres era el hecho de que ninguno había presentado tendencias suicidas con anterioridad.

– Probabilidades de que los casos estén relacionados -pidió Eve.

TRABAJANDO. PROBABILIDAD DEL 5,2 POR CIENTO.

– En otras palabras, nada. -Eve resopló y frunció el entrecejo cuando un aerobús pasó con gran estruendo, haciendo vibrar la pequeña ventana-. Probabilidades de homicidio en el caso de Fitzhugh partiendo de los datos conocidos hasta el momento. SEGÚN LOS DATOS CONOCIDOS HASTA EL MOMENTO, LA PROBABILIDAD DE HOMICIDIO ES DE 8,3 POR CIENTO.

– Ríndete, Dallas -se dijo en un murmullo-. Déjalo estar.

Se volvió con parsimonia en su silla y observó el denso tráfico aéreo al otro lado de la ventana. Predestinación. Destino. Impronta genética. Si creyera en algo de todo eso, ¿qué sentido tendría su trabajo… o su vida? Si no había alternativa ni posibilidad de cambiar las cosas, ¿para qué luchar por salvar vidas o hacer justicia a los muertos cuando la lucha fracasaba?

Si todo estaba fisiológicamente codificado, ¿se había limitado a seguir siempre unas pautas al venir a Nueva York, al luchar por salir de la oscuridad y convertirse en alguien? Y si en ese código había habido realmente una mancha que había borrado esos primeros años de su vida, ¿seguía incluso ahora borrando pequeños trozos?

¿Y podía ese código reaparecer en cualquier momento y convertirla en un reflejo del monstruo que había sido su padre?

No sabía nada de su familia. Su madre era un espacio en blanco. Si tenía parientes, tíos o abuelos, todos estaban perdidos en el oscuro vacío de su memoria. No tenía a nadie en quien basar su código genético, salvo el hombre que la había maltratado y violado siendo niña hasta que, deshecha de terror y dolor, le había plantado cara.

Y lo había matado.

Las manos manchadas de sangre a los ocho años. ¿Por eso se había convertido en policía? ¿Intentaba lavar esa sangre con leyes y lo que algunos seguían llamando justicia?

– ¿Teniente? -Peabody apoyó una mano en el hombro de Eve, sobresaltándola-. Lo siento. ¿Estás bien?

– No. -Eve se apretó los ojos. La discusión durante el postre le había perturbado más de lo que había supuesto-. Me duele la cabeza.

– Tengo los calmantes del departamento.

– No, gracias. -A Eve le asustaban los fármacos, incluso en las dosis oficialmente admitidos-. Ya me pasará. Se me están agotando las ideas sobre el caso Fitzhugh. Feeney me ha transmitido todos los datos conocidos sobre el joven del Olympus. No logro encontrar ninguna conexión entre él, Fitzhugh y el senador. No tengo nada más que estupideces que echar en cara a Leanore y Arthur. Podría pedir un detector de mentiras, pero es inútil. No conseguiré mantener el caso abierto veinticuatro horas más.

– ¿Sigues creyendo que están relacionados?

– Quiero que lo estén, y eso es otra historia. No estoy siendo muy eficiente en tu primera misión como mi ayudante.

– Ser tu ayudante es lo mejor que me ha podido ocurrir. -Peabody se sonrojó un poco-. Aunque nos quedáramos atascadas en los mismos casos los próximos seis meses, todavía estarías enseñándome.

Eve se recostó en la silla.

– Te contentas fácilmente.

Peabody desplazó la mirada hasta encontrarse con los ojos de Eve.

– De eso nada. Cuando no consigo lo mejor me vuelvo insoportable.

Eve se echó a reír y agitó una mano en el aire.

– ¿Lamiéndome el trasero, oficial?

– No, teniente. Si así fuera, haría una observación personal, como que salta a la vista que el matrimonio te sienta bien. O que nunca has tenido mejor aspecto. -Peabody sonrió cuando Eve resopló-. Así sabrías que te estoy lamiendo el trasero.

– No suelen salir policías de la Free Age. Artistas, granjeros, de vez en cuando un científico, y montones de artesanos, pero no policías.

– No me gustaba tejer esteras.

– ¿Sabes hacerlo?

– Sólo si me amenazas con un láser.

– ¿Qué pasó entonces? ¿Tu familia te cabreaba y decidiste romper el molde y meterte en un terreno alejado del pacifismo?

– No, teniente. -Confundida ante esa clase de interrogatorio, Peabody se encogió de hombros-. Mi familia es estupenda. Todavía estamos muy unidos. No comprenden qué hago o qué quiero hacer, pero nunca han intentado ponerme trabas. Simplemente decidí ser policía, del mismo modo que mi hermano quiso ser carpintero y mi hermana granjera. Uno de los principios más firmes del movimiento es la expresión personal.

– Pero tu no encajas con el código genético -murmuró Eve y tamborileó en el escritorio-. No encajas. La herencia, el entorno, las pautas genéticas… todo eso debió influenciarte de distinto modo.

– Ya les gustaría eso a los criminales -repuso Peabody con seriedad-. Pero aquí me tiene, manteniendo la ciudad sin peligros.

– Si de pronto sientes una necesidad imperiosa de tejer esteras…

– Descuida, tú serás la primera en saberlo…

El ordenador de Eve emitió dos pitidos anunciando la entrada de datos.

– El informe adicional sobre la autopsia del joven. -Eve le hizo señas de que se acercara y ordenó-: Enumerar cualquier anomalía en el cerebro.

ANOMALÍA MICROSCCSPICA, HEMISFERIO DERECHO DE LA CORTEZA CEREBRAL, LÓBULO FRONTAL, CUADRANTE IZQUIERDO. INEXPLICABLE. CONTINÚA INVESTIGÁNDOSE Y ANALIZÁNDOSE.

– Bien, creo que acabamos de hacer un descubrimiento. Visualizar el lóbulo frontal y la anomalía. -En la pantalla apareció el corte transversal del cerebro-. Aquí está. -Se le hizo un nudo en el estómago mientras señalaba la pantalla-. Esta sombra, ¿la ves?

– Muy mal. -Peabody se inclinó hasta quedar mejilla con mejilla con Eve-. Parece un defecto de la pantalla.

– No; es un defecto del cerebro. Incrementar cuadrante seis al veinte por ciento.

La imagen cambió, y la sección con la anomalía llenó la pantalla.

– Parece más bien una quemadura que un agujero, ¿no crees? Apenas se ve, pero ¿qué clase de influencia podría tener en el comportamiento, la personalidad y la toma de decisiones?

– Solían suspenderme en fisiología anormal en la academia. -Peabody encogió sus fornidos hombros-. Salí mejor parada en psico, y mejor aún en tácticas. Pero esto me supera.

– A mí también -admitió Eve-. Pero hay una conexión, la primera que tenemos. Visualizar la sección transversal de la anomalía cerebral de Fitzhugh, archivo 12871. Dividir pantalla con la imagen.

La pantalla se volvió borrosa. Eve soltó una maldición y le dio una palmada con el dorso de la mano haciendo aparecer en el centro una imagen temblorosa.

– Hijo de perra. El trasto que tenemos que utilizar aquí… Me pregunto cómo logramos cerrar un caso. Trasvasa todos los datos al disco, cabrón.

– Tal vez si lo enviases a mantenimiento -sugirió Peabody y recibió un gruñido por toda respuesta.

– Se suponía que iban a revisarlo en mi ausencia. Esos cabrones no rascan bola en todo el día. Voy a utilizar uno de los ordenadores de Roarke. -Sorprendió a Peabody arqueando una ceja y golpeó el suelo con el pie mientras esperaba que la máquina trasvasara los datos-. ¿Algún problema, oficial?

– No, teniente. -Peabody se mordió la lengua y decidió no mencionar la serie de códigos que Eve se disponía a infringir-. Ninguno.

– Bien. Haz los trámites necesarios para acceder al escáner del cerebro del senador y compararlo.

Peabody dejó de sonreír.

– ¿Pretendes que me dé cabezazos con East Washington?

– Tienes la cabeza lo bastante dura para soportarlo. -Eve sacó el disco y se lo guardó en el bolsillo-. Lláma me en cuanto lo tengas.

– Sí, teniente. Si encontramos una conexión, necesitaremos a un experto.

– Sí, y puede que tenga uno. -Eve pensó en Reeanna, luego se volvió y añadió-: Muévete.

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