Cullen entró caminando en Shadowlands unas buenas dos horas tarde y con un estado de ánimo de mierda. La única cosa peor que conseguir una desagradable quemadura y una visita a la sala de emergencias había sido llenar los formularios con el informe de las incidencias. Malditas reglas y reglamentos.
Para esconder el abultado vendaje de gasa, se había puesto una vieja camisa de sus días universitarios, cuando había pertenecido a un grupo de RCP. La apariencia medieval con mangas largas no se veía tan mal con sus pantalones de cuero, y el color verde se ajustaba perfectamente para el Día de San Patricio.
Cullen saludó con un asentimiento de cabeza a Ben que estaba en el escritorio del guarda, recibió un saludo simbólico, y entró al cuarto principal del club. Aparentemente Z se había decidido por un romántico tema céltico para esta noche, y la melodiosa música de Clannad [18] flotaba a través del cuarto en lugar del rudo ritmo del aggrotech [19]. No estaba mal. De hecho, la atmósfera se sentía casi como el bar irlandés de su abuelo… más allá de los sonidos de los látigos y cadenas, gritos y gemidos.
Cullen se metió rápidamente detrás de la barra y vio a Dan sirviendo los pedidos.
– Ya era hora de que llegaras, -dijo Dan, arrojándole un puñetazo en broma.
Cullen dio un paso fuera de su alcance y respingó cuando el apresurado movimiento tensó los vendajes.
Dan se quedó inmóvil.
– ¿Qué pasó?
– Sólo una quemadura. Nada malo. -Infierno, sólo hacía cinco minutos que había llegado y ya se había ido de la lengua.
– Ve a sentarte. Jugaré de barman esta noche.
– Ya lo tengo. -Cullen movió el brazo y suspiró. ¿A quién estaba engañando? Dolería como el demonio si hiciera una noche completa-. Por un par de horas más o menos.
Dan lo estudió, entonces asintió con la cabeza.
– Organizaré al resto de nosotros para hacer rotaciones después de ese tiempo hasta que Raoul llegue.
– Gracias. Te lo debo. -Cullen caminó alrededor de él y colocó una cerveza sobre la barra para Adrian.
– ¿Cómo están mis aprendices?
– Bastante bien. Coordinaron sus vestimentas, incluso Austin. -Dan señaló a través del cuarto.
– Bien, entonces, -murmuró al ver a Andrea sirviendo bebidas a un grupo de Dommes. Una monada, diría su abuelo. La falda de vinilo color chocolate estaba bien, pero los listones verdes anudados como macramé para cubrir sus pechos eran excelentes. Se había peinado con el cabello hacia atrás y más listones verdes se mezclaban con los mechones de sus rizos. Los diminutos moños atados alrededor de sus tobillos resaltaban sus bronceadas piernas.
– Muy hermosa.
Ella había tenido su semana para pensar. Esta noche le diría qué diablos había ocurrido en esa bonita cabeza suya. ¿Por qué se había enfriado de esa manera? Acurrucándose en su regazo una noche y evitándolo en la siguiente. ¿Y por qué carajo a él le importaba?
Otra sub, Cullen, ella es simplemente otra sub en una larga línea de subs. Y no quería a su entrenador. Miró a la siguiente persona que estaba esperando y chasqueó,
– ¿Qué quieres? -La joven morena sub palideció y dio un paso atrás.
Joder, ahora él estaba asustando a las pequeñas.
– Lo siento, amor, -dijo gentilmente-. ¿En qué puedo ayudarte?
Mirándolo con cautela, ella se acercó lentamente y comenzó a recitar su pedido.
Después de ella, Cullen se ocupó del trabajo de la barra, concentrándose en la música y en sus amigos, y lentamente su estado de ánimo se atenuó. Atender la barra en Shadowlands equilibraba la intensidad de su trabajo como investigador de los delitos de incendios provocados. Le gustaba atender las necesidades de la gente, ya sea sirviendo bebidas, hablando o aconsejando.
Cuando Cullen colocó un ruso blanco [20] enfrente de una nueva sub pelirroja, Marcus pasó detrás de la barra, diciendo,
– Dan me envió para ayudarte y aprender cómo atender la barra. -Los Doms podían ser unas mamás gallinas hinchapelotas. Cullen tenía el mismo defecto, pero eso no quería decir que tuviera que gustarle estar en el extremo receptor. Exhaló un suspiro y cedió.
– Las cervezas se almacenan en este refrigerador…
Una vez que terminaron de repartir las bebidas requeridas, Cullen se apoyó en la barra, Marcus a su lado.
En el área de las cadenas, Nolan se gratificaba flagelando a su bonita pelirroja… muy ligeramente, como siempre. Entonces se detuvo. Por la mirada irritada en su rostro, Beth le había hablado de manera impertinente. Arrojó el flogger a un lado y dio un paso delante de ella, enterrando el puño en su pelo. Cuando bajó la mirada sobre ella, el incremento de tensión sexual fue obvio desde el otro lado del cuarto.
– Ella es una pequeña cosita vigorosa, -comentó Marcus-. Pero yo tiendo a preferir a las más tranquilas.
– Usualmente yo también. -Al menos hasta hace poco, hasta que una pequeña amazona comenzó a causarle problemas.
– ¿Tienes en mente a alguien de aquí?
Marcus negó con la cabeza.
– Todavía estoy conociéndome con los miembros. -Nuevo abogado querellante, Cullen recordó. Los policías que lo habían visto trabajar frente a un jurado dijeron que era malditamente bueno-. ¿Vienes de Virginia, verdad?
– Quise tomar un poco de distancia después de mi divorcio.
Justamente, eso demostraba exactamente por qué un hombre no debería involucrarse.
– Tiene sentido. ¿Estás disfrutando de Shadowlands? -Cullen se volvió a la escena en el área de las cadenas.
Cuando Nolan tomó una vara, los ojos de Beth se ensancharon. La confianza era difícil para esa sub, y Nolan seguía empujando sus límites. Ahora estaba comenzando con suaves golpecitos hacia arriba de su cuerpo, calentándola, esperando a que ella se relajara. El primer chasquido suave a través de sus pechos la hizo levantarse en puntas de pie.
Cullen sonrió.
– Me gusta este club, -murmuró Marcus con una sonrisa idéntica-. Tiene un interesante grupo de aprendices también, aunque con una parece que te has encariñado bastante.
Cullen sintió a su estómago apretarse y mantuvo los músculos laxos.
– ¿Con Andrea?
– Sí, señor, justamente con ella. -Marcus lo miró fijamente-. Disfruté del momento que gentilmente compartiste con ella. Pero si llegó a ser importante para ti…
– El Maestro a cargo de los aprendices tiene que mantenerse distante de los subs, -dijo Cullen. Razón por la cual no plantaba su puño en la cara de Marcus ahora mismo. Se restregó la barbilla. Maldita sea, su posesividad seguía aumentando.
– Eso es lo que he escuchado, -dijo Marcus-. Pero incluso ese Maestro podría sentirse tentado.
Sí, y ese Maestro estaba jodido.
La energía de Andrea se había desvanecido como las bragas rosadas lavadas con cloro. Había pasado mucho tiempo anoche limpiando dos nuevos negocios y luego no pudo conciliar el sueño. Había estado demasiado excitada sobre esta noche. Había venido aquí toda preparada para poner en práctica el consejo de su abuela, pero el Maestro Dan se había ocupado de la barra en lugar del Maestro Cullen. Hablando de desilusión. A pesar de la alegría de la multitud y de la divertida música céltica, el fiasco había desvanecido la noche como una Pepsi expuesta al sol.
Exhalando un suspiro, Andrea escribió más órdenes de bebidas y volvió al bar. Apoyó la bandeja sobre la barra.
– Bonita ropa. -La profunda voz le quitó el aliento.
– ¡Maestro Cullen, viniste! -Dios, míralo. Realmente se había puesto una camisa en lugar de un chaleco y el estilo medieval de manga larga lo hacía verse incluso más grande, sus hombros aún más anchos. Las mangas enrolladas hacia arriba revelaban sus musculosos y bronceados antebrazos y sus muñecas.
– Estás muy observadora, amor. -Él no rodeó la barra como había hecho las veces anteriores, ni se inclinó sobre ésta. Sus intentos de mantenerse lejos de él habían funcionado demasiado bien.
“Ve tras él,” había dicho su abuela. “Muy bien, Abuelita, simplemente obsérvame trabajar”. Si él no se acercaba, entonces ella tendría que hacerlo. Apoyó los antebrazos sobre la barra en una imitación de la postura que adoptaba él habitualmente. Sólo que ella tenía pechos y sabía con bastante certeza que sus brazos los apretujaban, descubriendo un importante escote.
Él definitivamente lo notó.
– Tú te ves realmente bien también, -le dijo Andrea. Y todo en ella lo deseaba-. El color verde de tu camisa hace juego con tus ojos.
Esos ojos verdes se estrecharon.
Podía sentir su mirada mientras rebuscaba el trocito de papel que tenía plegado dentro de su sujetador simbólico. Considerando que los espacios descubiertos excedían en número a los listones que los cubrían, tenía suerte de que sostuvieran el papel.
– ¿Necesitas ayuda?
Levantó la vista, sabiendo que su perceptiva mirada captaría demasiado lo que ella quería. No es que quisiera esconderlo más.
– Bien, entonces, -él murmuró. Se inclinó a través de la barra y metió un dedo dentro de su sostén confeccionado con nudos celtas, paralizándola mientras sacaba el papel… y se tomaba el tiempo para restregar los nudillos sobre sus rápidamente endurecidos pezones. Ella había intentado acomodar los listones de manera que escondieran los pezones, pero sus pechos velozmente se habían sacudido hacia afuera.
No obstante, si a él le interesaban las cosas sobresalientes, llevaría puesto macramé cada noche.
Cerró los ojos cuando sus pezones se oprimieron para convertirse en sensibles puntas, y pudo sentirse humedecerse. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que él no miraba sus pechos. En lugar de eso estaba estudiando su rostro mientras la tocaba. En cierta forma eso simplemente empeoró el calor.
Él sonrió y pasó un dedo a través de sus labios.
– Una vez que termines con tus tareas, vamos a tener una conversación, pequeña tigresa.
– Sí, Señor.
Él se enderezó y dio un paso atrás, respingando como si sus hombros dolieran. Andrea frunció el ceño. Se movía de forma rara también. Rígido, como…
– ¡Maestro Cullen, lo hiciste! -Vanessa empujó a Andrea a un lado sin siquiera mirarla-. Me prometiste que usarías el flogger conmigo esta noche. He estado esperando ansiosamente.
– ¿Prometí eso, no? -Cullen miró los pedidos de Andrea-. Déjame preparar estas bebidas, y luego hablaremos.
En el sitio donde estaba la batidora, él se estiró para tomar una botella, respingó, y se acercó al mostrador antes de levantarla.
– Vi la forma en que lo miras, -susurró Vanessa, sus ojos sagaces como los de un gato salvaje-. No te hagas ilusiones. También vi la furgoneta que conduces, y puedo decirte que él no se interesaría en una criada.
El menosprecio de Vanessa llenó el aire como un hedor apestoso, y Andrea se alejó un paso. No había ninguna respuesta que pudiera darle.
– Tú no perteneces a este lugar, -masculló la otra sub antes de que su boca se curvara en una acaramelada sonrisa cuando el Maestro Cullen se acercó.
Él ubicó las bebidas delante de Andrea.
– Aquí tienes, dulzura. -Maldita sea, él todavía no se veía erguido. Las líneas de expresión junto a sus ojos y boca estaban tensas, y su fácil sentido del humor ausente.
– Vanessa, dame una hora para terminar aquí y yo…
– No, -Andrea lo interrumpió.
Sus cejas se juntaron en el momento en que volvió la mirada hacia ella. Oh, carajo*, estaba bien jodida. Pero no importaba. Se volvió a Vanessa.
– No sé lo que le pasó, pero su hombro o brazo no tiene un buen movimiento. Le duele. Así que no va a utilizar ningún flogger esta noche. -Andrea respingó ante la mirada que él le dirigió y agregó, casi por lo bajo-, apuesto a que es por eso que se puso una camisa.
Vanessa miró a Andrea y entonces se volvió al Maestro Cullen.
– No quisiera que te lastimaras, Maestro Cullen, -le dijo tan dulcemente que Andrea puso los ojos en blanco-. ¿Qué tal la semana próxima entonces, Señor?
El maestro Cullen le sonrió a la morena.
– Gracias, Vanessa. La próxima semana estaría bien.
Mientras él hablaba, Andrea agarró las bebidas y retomó el camino de regreso a su área. Tal vez después de que pasara un rato, él se olvidaría de cómo ella lo había interrumpido en su conversación y le había dicho “No”.
Podía sentir sus ojos en la espalda, y un escalofrío se extendió lentamente a través de ella. ¿Realmente pensaba que el barman que nunca olvidaba la bebida de nadie se olvidaría que una sub intentó mangonearlo?
– ¿Qué le ocurrió a tu hombro?
Todavía observando a su pequeña amazona, Cullen alejó la mirada y se dio cuenta de que Z se había sentado en la barra.
– Estaba debajo de un techo que se derrumbó. Me quemé un pedazo de piel.
– Ella te observa de cerca, ¿verdad?
No había un punto en fingir que no sabía a quién Z se estaba refiriendo.
– Aparentemente. -Sonrió. -Es una cosita audaz, ¿no? Imponiendo autoridad.
Era extraño tener a una sub que se atreviera a desafiarlo porque estaba preocupada por él. Había tenido subs impertinentes a las que había castigado, subs que lo desafiaron porque realmente no podían someterse, subs que simplemente no querían obedecer, pero Andrea… captó un vislumbre de ella a través del cuarto, moviéndose con ese gracioso y decidido paso… ella era completamente diferente.
– ¿Qué tienes pensado para ella esta noche? -preguntó Z.
Cullen le sirvió un trago y se lo alcanzó, entonces tomó una cerveza para sí mismo.
– No la empujé la semana pasada, por lo que debería hacerlo. Dado que lleva un listón verde, debería hacer una escena con uno de los Maestros que no tienen compromisos. Tal vez Marcus. -El pensamiento de Marcus tomando a Andrea no le sentó bien. O Sam o… La lata en la mano de Cullen se abolló, derramando cerveza por el borde. Infierno. No es mía. Aprendiz. Está aquí para aprender-. Marcus estaría bien.
Z tenía una leve sonrisa en su rostro, una que no parecía armonizar con la conversación.
– De acuerdo. -Se levantó y se detuvo el tiempo suficiente para decir-, Daniel llegará tan pronto como lo encuentre. Él y los otros atenderán la barra esta noche.
El tono lacónico indicaba que discutir sería inútil. No se les pagaba a los Maestros en Shadowlands, pero el dueño todavía dictaminaba la ley.
– Sí, jefe.
La noche había empezado como la mierda, se reanimó por unos cinco minutos, y había ido en línea recta hacia abajo desde allí. Primero había fastidiado al Maestro Cullen con su comportamiento insurgente… ¿ella realmente le había dicho lo qué él podía hacer? Madre de Dios*, se había vuelto loca. Entonces, antes de que pudiera regresar y disculparse, el Maestro Z se la había asignado a este… a este increíblemente aburrido Dom.
Completamente desnuda, con las manos encadenadas por encima de su cabeza, bajó la mirada al joven Dom de cabello color arena, que estaba usando un vibrador en ella. Seguramente eso debería hacerla correrse. Uno pensaría. Reprimió un suspiro.
Gary empujó el vibrador en su interior más duro y dijo,
– ¡Córrete ahora! -¿Él de verdad creía que podría ordenarle correrse?
No obstante, si lo hiciera, habría terminado con él, ¿verdad? Ya era suficiente. Andrea cerró los ojos y gimió, sacudiendo agradablemente las caderas para enfatizar.
Gary se puso de pie, una sonrisa complacida en su cara. Bien. Tal vez ahora la liberaría.
– Bueno, -dijo-. Pienso que…
– ¿Nos permites entrometernos en tu escena, Gary? -El Maestro Z entró dentro del área delimitada por la soga-. Creo que el Maestro Cullen necesita hablar unas palabras con su aprendiz. Y a mí me gustaría hablar contigo por un minuto.
– Oh. Bueno.
El Maestro Z la miró con un rostro inexpresivo, entonces escoltó al Dom fuera del área, dejándola todavía encadenada. Bien, él indudablemente parecía terriblemente disgustado.
A ella no le importó, no con el Maestro Cullen aquí mismo delante suyo. Lo miró… y se congeló. Su mandíbula estaba tensa, su boca apretada, todo humor había desaparecido de sus ojos mientras desataba sus restricciones.
– ¿Señor?
Él señaló el piso, y con el corazón martilleando, ella se dejó caer sobre sus rodillas y bajó la cabeza. Sus manos se sentían frías cuando las apoyó escrupulosamente sobre sus muslos en la posición que había aprendido la semana pasada. Podía ver sus botas enfrente suyo. Sin moverse. Él simplemente permaneció parado allí, y el peso de su mirada caía sobre sus hombros.
– ¿Sabes por qué estoy disgustado, aprendiz? -Incluso su profunda voz era helada.
Dios, ella realmente lo había cabreado. Asombroso que no le hubiera gritado más temprano.
– Porque le dije a Vanessa que no podía ser azotada.
– No. Intenta otra vez.
¿Pero qué podría haber hecho para enojarlo tanto? Sirvió las mesas bastante bien. No había intentado pegarle a nadie. Se comportó correctamente sumisa cuando el Dom la encadenó. Incluso fingió un… se quedó sin aire. Seguramente nadie había notado que lo había fingido. Ciertamente había engañado al Dom. No había engañado al Maestro Z o a Cullen. Madre de Dios*.
– Yo… lo siento.
– Dime lo que sientes.
– Haber fingido tener un orgasmo -murmuró mirando a sus propias manos.
– Mírame. -Un dedo debajo de su barbilla le inclinó la cara hacia arriba, pero ella no quería ver esos ojos verdes helados.
– Mí-ra-me.
Se sobresaltó y levantó la vista, él le sostuvo la mirada diciendo,
– La relación entre un Dom y una sub se basa en la honestidad. Si no puedes ser sincera acerca de algo tan básico como tu propio placer, no tienes nada que hacer aquí.
Sus palabras la golpearon en el pecho con más fuerza que cualquier golpe.
– No. Oh, no.
Se aferró a su muñeca, sujetándolo para obligarlo a escuchar.
– No pensé. Sólo quería… -Hacer que el Dom terminara. Manipularlo con una mentira. Le había mentido con su cuerpo, si bien no lo había hecho con sus palabras. Le ardieron los ojos cuando comprendió la enormidad de su error. Los cerró contra la falta de emoción en los de él.
Pero Cullen no se movió. No se alejó. ¿Todavía tendría una oportunidad?
– No arruinaré todo otra vez. Ahora que lo sé. -No podía decir la palabra que repercutía una y otra vez en su cabeza. Por favor, por favor, por favor.
Su mirada se suavizó ligeramente.
– Dulzura, tú… especialmente… no disfrutarás del castigo que usamos para algo así.
– Lo haré. Golpéame, azótame, lo que sea. -No me obligues a dejarte. No todavía, cuando ni siquiera he intentado comprobar si te gusto.
Él suspiró y la levantó sobre sus pies.
– Lo que sea es la expresión para esto, bien. -Cerró la mano alrededor de su nuca, empujándola a la parte trasera del cuarto principal y atravesando el pasillo más allá de las habitaciones temáticas, y entrando a la oscuridad de la mazmorra.
Nada de madera pulida ni brillos de bronce como en el resto de Shadowlands, la decoración de la mazmorra imitaba a una era anterior. Una brutal. Las cadenas empotradas en los muros de rocas sujetaban sumisos, varones y mujeres. A la derecha, un delgada sub se mecía en una eslinga, su amo martillando dentro de ella; a la izquierda había una mesa de bondage vacía. Una mujer colgada suspendida en el centro del cuarto, sus ojos entreabiertos, profundamente compenetrada mientras su Dom colocaba una fila de broches para ropa bajando por su espalda.
Andrea había comenzado a temblar para cuando llegaron a un rincón más alejado y se detuvieron. Una estatua tallada de un caballo marrón estaba situada sobre un soporte alto. Una silla de montar de cuero adornaba la estrecha parte trasera. Contra la pared, detrás, había una pequeña mesa con diversos consoladores. Una sensación de inquietud se apoderó del estómago de Andrea. Esto no se parecía a un área de azotes.
El maestro Cullen señaló el piso.
– De rodillas.
Se dejó caer y bajó la vista. Sus dedos temblaban con tanta fuerza que los apretó entre sus muslos. Sus piernas dolían por la aspereza del piso de cemento, y mientras bajaba los ojos a sus rodillas, escuchaba.
¿Qué estaba haciendo él? Un látigo chasqueó a través del cuarto. Órdenes en voz baja llegaban de una Domme en algún otro sitio. El gemido de un hombre. El sonido crujiente de una envoltura de condón muy cerca. Murmullos y susurros bajos, incrementándose y acercándose más. Hasta aquí. Oh, Dios, su castigo se había convertido en un espectáculo público.
¿Qué era exactamente esa cosa del caballo?
Como si la hubiera oído, el Maestro Cullen dijo,
– Este potro de madera es un pariente de la Sybian [21], y tú vas a montarlo, aprendiz. -La asió por la parte superior de sus brazos, la puso de pie, y la empujó hacia la estatua.
Ella miró el aparato y se sacudió un paso hacia atrás. Una larga pieza de plástico se extendía por la falsa silla de montar con un consolador cubierto con un condón asomando en el centro. El Maestro Cullen vertió un tubo de lubricante sobre el consolador, entonces empujó una grada de madera más cerca al dispositivo.
– Sube, sub. -Ella negó con la cabeza, su estómago hecho un nudo. Esto… No podía hacer esto. Hizo otro paso hacia atrás.
Con el rostro inexpresivo, él cruzó los brazos sobre su pecho y esperó.
Sólo tenía dos opciones. Aceptar su castigo… montar esta cosa… o irse de Shadowlands y nunca regresar.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. No quiero hacer esto. Y entonces dio un paso arriba de la caja de madera y balanceó una pierna a través de la silla de montar, intentando cruzar el consolador. Éste golpeó contra la parte interna de su muslo.
– Arriba, pequeña tigresa. -La asió por la cintura y la levantó encima del aparato, entonces la hizo descender, dejándola acomodarse por sí misma. El consolador se deslizó en su interior, apabullándola. Era mucho más pequeño que un hombre, pero ella no había tenido nada allí adentro durante mucho tiempo… a excepción de los dedos de él. Con los dientes apretados, lo hizo entrar completamente, y descubrió que el plástico curvado hacia arriba que estaba ubicado delante del consolador, presionaba la superficie rugosa en contra de su clítoris.
El Maestro Cullen pasaba las manos subiendo y bajando por sus brazos, su cercanía y su toque tan cálidos y reconfortantes que una lágrima se derramó. Agachó la cabeza y cerró los ojos. Ya era suficientemente malo que hubiera mentido, ¿y ahora una llorona? Lo que debía pensar de ella.
– Oh, dulzura. -Sus dedos le acariciaron la mejilla húmeda, y luego le ahuecó la cara-. Mírame, Andrea.
El frío había desaparecido de su voz.
Ella levantó la vista, las lágrimas no derramadas emborronaban su visión.
– Lo siento, Señor, -susurró.
– Lo sé, cariño. -Su voz la envolvió, retumbando como un trueno a la distancia. Él se inclinó en contra de la silla de montar justo delante de su pierna, haciéndola mucho más consciente de la cosa que estaba en su interior. ¿Por qué no podría ser él quien estuviera dentro de ella?
– Lo que sucederá ahora es que vas a montarlo hasta que yo quede convencido de que conoces la diferencia entre una mentira y la verdad, y entre un orgasmo falso y uno real. ¿Cuál es la palabra de seguridad aquí?
– Rojo, Señor.
– Úsala si la necesitas.
Nunca. Él vería que ella podría soportar cualquier cosa.
Sus ojos se estrecharon. Entonces suspiró. Después de acomodarle los pies descalzos en los estribos, ajustó la longitud para que ella pudiera empujarse hacia arriba de la silla de montar ligeramente, pero no lo suficientemente lejos como para liberarse del consolador.
Tomó un trémulo aliento y se esforzó por recobrar la compostura. Sólo estaba sentada sobre esta cosa, no era tan difícil. Pero si él pensaba que ella brincaría encima de esto para el entretenimiento de la gente que estaba observando, estaba mortalmente equivocado. No iba a suceder. Los orgasmos… sus orgasmos… no eran un espectáculo público.
Aquella vez cuando se había corrido con el Maestro Cullen, él la había abrumado tan profunda y rápidamente que ella no había notado nada excepto a él. ¿Pero ahora? Ahora podía ver a cada una de las personas que estaban paradas alrededor del lugar. Expectantes. Uff. Envolvió los brazos alrededor de sí misma y permaneció quieta.
El Maestro Cullen tomó algo de la mesa. ¿Una caja de controles? Repentinamente toda la silla de montar zumbó, y entonces el consolador comenzó a moverse, girando dentro de su vagina, lentamente dando vueltas y vueltas. Oh, querido Dios, ¿qué era esta cosa? Vueltas y vueltas. Se puso rígida, intentando no responder ni siquiera cuando el calor la colmó.
Un momento después, el área rugosa que presionaba contra su clítoris comenzó a vibrar. Se inclinó para alejarse de eso, pero ese movimiento provocó que el consolador acariciara con más fuerza sobre un sensible punto de su interior. No podía deslizarse hacia atrás tampoco.
Si empujara arriba de los estribos, se liberaría de las vibraciones al menos. Sus dientes se apretaron con más fuerza. Él quería que se corriera aquí, delante de todo el mundo. Esto no era como hacer el amor, ni siquiera nada que se le acercara. Se sentía absolutamente equivocado. Podría usar la palabra de seguridad… Nunca. No, montaría la cosa, pero maldición si iba a correrse para su entretenimiento o el de alguien más. No hoy. Puso las manos en el cuello del caballo para equilibrarse, se levantó, y se mantuvo tan lejos del vibrador texturado como pudo.
Un bufido de diversión sonó detrás de ella. Entonces su mano le abofeteó el trasero, y ella chilló.
– ¿Estás intentando hacer lo que yo quiero, sub? ¿De complacerme?
Sus preguntas le atravesaron el alma, sacudiéndola peor que un golpe. Ella conocía la respuesta. Estaba haciendo lo que ella quería. Desafiándolo. Arqueó la cabeza, y se dejó caer sobre la silla de montar.
Una llorona y una cobarde.
Las vibraciones golpearon sobre su clítoris, pero ya no tenía importancia. No sentía ninguna excitación, incluso menos que cuando el Dom había usado el vibrador.
– Tan obstinada pequeña sub, -murmuró Cullen. Sintió un gran alivio ante la falta de enojo en su voz-. Creo que te ayudaré un poco.
Repentinamente la silla de montar rechinó cuando él se subió detrás de ella. Se estiró a su alrededor y colocó una mano justo por encima de su montículo. Su otra mano aplanada sobre su pecho derecho.
La excitación la surcó tan rápidamente y con tanta fuerza que la hizo jadear.
Su musculoso pecho le calentaba la espalda. Cuando empujó con la ingle contra su trasero y la empujó hacia arriba contra el cojincillo rugoso, las vibraciones repercutieron dentro de su clítoris, despertándolo instantáneamente. Lo sintió hincharse y apretarse. Sus dedos hacían círculos alrededor de su pezón, luego hicieron rodar la punta, enviando más fuego crepitando directamente a su coño.
Su respiración se aceleraba mientras las vibraciones en contra de su clítoris y el consolador que giraba en su interior continuaban incrementando su excitación. Estaba cerca, más cerca, de un orgasmo inevitable. No había nada que ella pudiera hacer sobre eso. Sus piernas se presionaron alrededor de la silla de montar, sus manos se agarraron con fuerza al cuello del caballo.
De repente las vibraciones se detuvieron, y el consolador comenzó a girar más lentamente. Ella se quedó inmóvil por un segundo, sorprendida por la repentina interrupción, y sus labios se cerraron sobre un bajo lloriqueo de frustración. Todo su coño palpitaba, por dentro y por fuera.
Luego de algunos segundos, tomó un largo y tembloroso aliento. Bien. Esto era bueno. No quería correrse aquí delante de todo el mundo.
– Estaba sorprendido de que no te hayas corrido más temprano, considerando que el Dom tenía un vibrador. -Los dedos del Maestro Cullen frotaban suavemente contra la parte superior de su montículo. La pequeña caricia animó a su sensitivo nudo, y se quedó sin aire-. Pero no estuviste ni siquiera cerca, ¿verdad?
– No.
Su mano le masajeaba el pecho, se detuvo para jugar con su pezón. Su aliento caliente le rozaba el oído estremeciéndola.
– ¿Por qué, dulzura? ¿Por qué no sentiste nada con él?
Ella se encogió de hombros. No quería pensar en el otro Dom, no ahora. Inclinó la cabeza hacia atrás contra el fuerte hombro que tenía detrás, y pudo percibir su aroma: jabón, cuero y su propia esencia masculina. ¿Alguna vez alguien había olido más virilmente que este hombre?
– Bien, entonces. -Quitó la mano de su montículo, y las vibraciones comenzaron otra vez.
Todo su cuerpo se puso rígida cuando salió disparada directamente hacia la excitación. Esta vez, él usó sus propias caderas para mecerla en contra del cojincillo vibratorio, y los movimientos rítmicos combinados, volviéndose cada vez más fuertes y…
Las vibraciones se detuvieron, y ella gimió. Ser interrumpida de esta manera dolía, maldita sea.
Entonces le abofeteó el muslo con su gran mano, la palmada tan impactante como el aguijón que sintió.
– Andrea, ¿por qué tuviste que fingirlo? ¿Por qué no te corriste con él?
Ella sacudió la cabeza, su cuerpo temblaba, la mitad inferior dolía. El consolador todavía daba vueltas en su interior, pero demasiado lentamente, justo lo necesario para evitar que su excitación se apagara.
Le abofeteó la pierna otra vez. Andrea intentó levantarse, pero el inquebrantable brazo alrededor de su cintura la mantuvo en el lugar. Las vibraciones resurgieron, más fuertes, mucho más fuertes, y el consolador comenzó a girar más rápido.
– Oh, oh, oh. -Apretó las manos en el caballo, y se inclinó hacia la pieza que rozaba su clítoris. Sólo un poquito más.
Las vibraciones se detuvieron, y la golpeó con su mano otra vez, más arriba sobre su muslo. Dolió. Otra punzante palmada hizo que sus pensamientos se fragmentaran, y se estremeció cuando la excitación y el dolor se mezclaron en su interior, confundiéndola. ¿Qué quería de ella?
– ¿Por qué no te corriste con él? -Esperó, entonces le abofeteó el muslo otra vez, y las lágrimas llenaron sus ojos.
Las vibraciones empezaron, enviándola directamente hacia arriba. Casi… Se detuvieron. Incluso mientras ella lloriqueaba, él le abofeteó la pierna una vez más.
– ¿Por qué?
No podía pensar, no podía correrse, todo ardía y latía mientras la necesidad se agitaba en su interior. Él no la dejaba moverse. La sujetaba… la lastimaba… la cuidaba…
– ¿Por qué, Andrea?
– Porque no eras tú. -Las palabras explotaron desde su interior-. Confío en ti. -Su cabeza se arqueó cuando susurró-, sólo te quiero a ti.