Más tarde esa noche, Cullen se acercó a Nolan.
– ¿Puedes atender la barra un ratito? -Raoul está retrasado… tuvo que llevar a una sub asustada a casa… y necesito darle el alta al segundo turno de aprendices y dirigir una escena con la nueva aprendiz.
Su amigo miró con un ceño al Dom bocazas que estaba sentado en el extremo de la barra.
– No sé si podré soportar el ruido.
– lnfierno, si te acercas, él se callará. -A pesar de que Nolan se había suavizado después de tomar a Beth como su sub, el Maestro lleno de cicatrices todavía se veía como que preferiría destripar a un miembro más que servirlos.
– Bueno… -Nolan bajó el ceño fruncido sobre su delgada pelirroja, obviamente preguntándose qué hacer con ella. Raras veces la dejaba sola.
– Ella puede ayudar si quieres o sólo quedarse atrás de la barra. -Cullen sacudió la cabeza-. Considerando cuántas mujeres solías compartir, eres condenadamente territorial ahora.
– Hay algunas mujeres que uno no quiere compartir. -Nolan deslizó una mano dentro del aflojado corsé de Beth para ahuecar un pequeño pecho. La piel pálida de la sub se enrojeció.
– Uf. -Seguro que eso haría que las fiestas sean aburridas. Sus amigos se habían convertido en viejecitas, qué bien. Infierno, Dan ya se había casado con su sub y había obligado a Cullen a ser su padrino. Parecía que Z y Nolan pronto lo seguirían. ¿Cuántas veces tendría que alquilar un jodido esmoquin?- Ella te arruinó, amigo.
– No me parece, -Nolan dijo suavemente, besando la parte superior de la cabeza de Beth-. Pero, está bien, cuidaré tu maldita barra.
Una vez que Nolan se hubo hecho cargo, Cullen hizo un rápido recorrido a través del cuarto para comprobar a sus aprendices. Más temprano había visto a Heather acompañar a Jake al piso de arriba, pero ella había regresado con un bonito resplandor en sus mejillas. Si las cosas continuaban así, perdería a otra aprendiz. Igualmente, comprendía por qué a Z le gustaba emparejar a la gente; ver a dos personas formar una buena pareja, las necesidades y deseos de uno encontrándose con las del otro, se sentía extrañamente gratificante.
En la mazmorra, Austin le entregó una bebida a una Domme sentada en el trono de la Reina con un sub adorando sus brillantes botas rojas.
– Cullen. -Un Dom en su treintena detuvo su limpieza de la eslinga y asintió con la cabeza hacia Austin.
– ¿Puedo tenerlo otra vez si él está dispuesto?
– Su tiempo de servicio terminó, así que es decisión de él ahora. Ten en cuenta que él puede estar tan deseoso de agradar que puede no utilizar su palabra de seguridad apropiadamente.
Las cejas de Lawson se juntaron.
– Eso no es bueno. ¿Quieres que trabaje con eso?
– Por favor.
Volviendo al largo pasillo, Cullen comprobó a Dara. Una satisfecha mirada en su rostro, la bonita punk tenía franjas cruzándole los muslos, probablemente debido a una sesión en el cuarto de la oficina. Bastante bien.
Vanessa se había ido temprano. Encontró a Sally entreteniendo a dos Doms con sus travesuras de colegiala.
¿Y su nueva aprendiz? La divisó observando una escena con la varita violeta [14], sus ojos muy abiertos.
Cullen sonrió. Nuevas subs, uno tenía que adorarlas. Ahora a encontrar a Marcus… Cullen miró alrededor.
Allí.
Marcus estaba sentado lejos en un rincón, estudiando a Andrea aún más atentamente que a la escena de la varita.
Una extraña picazón hormigueó en el cuello de Cullen como si se hubiera rozado en contra de una telaraña. Habría preferido ser él mismo quien introdujera a Andrea en el bondage. Pero como el Maestro a cargo de los aprendices, caminaba por una cuerda floja entre crear el vínculo suficiente que las sub querían… necesitaban… para complacerlo, pero manteniéndose lo suficientemente distante como para que ellas pudieran integrarse con el Dom correcto cuando él apareciera. Andrea parecía especialmente vulnerable, fácilmente podría volverse muy cercana a él.
Y ella era demasiado intrigante para su propia paz mental. A diferencia de sus amigos, él no tenía ninguna intención de quedar atado a una mujer. O al menos no por mucho, mucho tiempo. Infierno, los integrantes del clan O'Keefe tradicionalmente encontraban a sus amores tarde, después de que pasaban sus treinta años.
Cullen frunció el ceño. Él había pasado la mitad de la treintena. Bien, simplemente me pondré en el final de la fila.
Después de atrapar la mirada de Marcus y de asentir con la cabeza, Cullen se dejó caer en una silla en el área de las cadenas. ¿Había leído correctamente a la pequeña sub?
Marcus se acercó a Andrea, se detuvo lo suficientemente cerca como para que ella diera un paso atrás, y entonces colocó una mano sobre su hombro. Ella la quitó, y sus manos se apretaron en puños.
Marcus chasqueó algo, y ella palideció y se dejó caer sobre sus rodillas, sus manos todavía formando puños.
Perfecto. Cullen caminó hacia ellos.
– ¿Problemas, Maestro Marcus? -preguntó y sonrió cuando los hombros de Andrea se tensaron al oír el título Maestro. Él casi podía oírla diciéndose a sí misma que estaba en un profundo lío ahora.
Oh, estoy tan jodida. Andrea bajó la mirada, viendo sólo sus muslos desnudos, sus rodillas, el piso de madera dura, unos zapatos de hombre. No botas. El hombre… el Maestro Marcus… llevaba un traje. Madre de Dios*, casi le doy un puñetazo.
Los hombres hablaban, sus voces demasiado bajas como para que ella oyera la conversación. ¿El Señor la sacaría a patadas? ¿Ordenaría que fuera castigada? ¿Estaba desilusionado con ella? Ese pensamiento produjo un dolor en su pecho como un pie pateándole las costillas.
– Andrea. -Dijo la voz del Maestro Cullen.
Ella levantó la mirada.
Su dura mandíbula estaba rígida, sus ojos del color de la esmeralda e iguales de fríos. Lo había decepcionado, lo había hecho enojar. Los ojos de ella se ensancharon, y bajó la mirada.
– Lo siento, Maestro, -susurró.
Él exhaló con fuerza, casi como si ella lo hubiera golpeado. Entonces suspiró. Cerró las duras manos sobre la parte superior de sus brazos y la levantó sobre sus pies. Su cara todavía se veía enojada, pero sus ojos ya no tenían la fría expresión que la aterraba.
– Andrea, tenemos un problema. Instintivamente golpeas a cualquier hombre que intenta acercarse. Mascota, esa no es una mala costumbre, especialmente en los barrios bajos, aunque incluso allí, podrías detenerte para asegurarte que no estás liquidando a algún pobre ciego que tropezó. -Su rostro llameó. Eso podría ocurrir fácilmente-. Como has mencionado, parte de la razón de que te sientas nerviosa es la atmósfera. El sexo y la violencia. Pero aquí en el club… o en cualquier parte del estilo de vida… golpear a alguien que te toca simplemente no será suficiente.
– Lo sé. -Iba a sacarla a patadas. Ella no podía controlarse…
– Por lo que trabajaremos con ese instinto de dos formas diferentes. Primero, si haces un movimiento agresivo hacia un Dom, perderás la ropa. -Le dio un golpecito a su top-. Quítatelo. -No va a echarme. Gracias, gracias, gracias. Ni siquiera prestó atención al número creciente de personas observando cuando tanteó los ganchos para abrirse el top. Después de arrojarlo sobre un sofá cercano, levantó la mirada hacia él. ¿Eso estuvo bien?
Su sonrisa aprobatoria la alivió.
– Muy agradable, dulzura, -le dijo suavemente-. ¿Estás lista para la parte más difícil?
La parte más difícil. Se quedó sin aliento, entonces asintió con la cabeza.
– Dado que ves a un hombre extraño como un enemigo primero y un posible amigo después, incrementaremos a tus amigos y disminuiremos a los desconocidos-. Eso no sonaba tan malo-. Maestro Marcus. -Cullen se volvió al hombre alto y delgado.
El cabello del Maestro Marcus era un tono más oscuro que el de ella, su bronceado más ligero, y sus afilados ojos azules mantenían una expresión intimidante. Llevaba puesto el brazalete de Maestro, pero la tela del traje lo tapaba… lo cual parecía bastante tramposo, ¿no? No obstante, ella no debería golpear a ningún Dom, ya fueran maestros o no.
El Maestro Cullen asió su mano.
– Ella es Andrea. Por favor llévala a la cruz de San Andrés para que se familiarice. -Colocó su muñeca dentro de la mano del otro Dom.
¿Cruz? ¿Familiarice? Pero… Andrea se quedó con la boca abierta. Pero, pero, pero…
– Gracias, señor, será un placer, -dijo el Maestro Marcus.
El Señor sonrió y se alejó. Se alejó. Ella dio un paso detrás de él y se sorprendió cuando los dedos del Dom se apretaron en su muñeca. Se volvió para mirarlo.
Estaba parado silenciosamente, dándole su tiempo para que recobrara la compostura.
Luego de un minuto, ella logró al menos cerrar la boca, aunque su respiración seguía… realmente acelerada. Probablemente le debía a este hombre una disculpa también, después de todo, casi lo había golpeado.
– Lo siento, Maestro Marcus, -le dijo, su voz apenas audible.
Miró detrás al Maestro Cullen una última vez, entonces levantó la vista hacia el Dom y se encontró con su aguda mirada. No era oscura, era de un azul más verdadero.
– Con toda seguridad estás perdonada, cariño, -le dijo, su voz lenta y ronca. La miró a los ojos mientras daba un paso adelante hasta que sólo los separaba un par de centímetros. Su mano libre le ahuecó la mejilla, el pulgar rozándole los labios.
Cuándo ella intentó dar un paso atrás, el agarre sobre su muñeca se apretó en advertencia, y ella se congeló.
Él sonrió, aliviando la expresión letal en su cara.
– Dado que eres nueva, lo tomaremos con calma. Di, “sí, Señor”.
– Sí, Señor. -Su corazón comenzó a martillar. El maestro Cullen tenía un firme poder, abrumador. En éste, era agudo como el filo de un cuchillo.
– ¿Cuál es tu palabra de seguridad?
– Rojo. Señor.
– Quiero que la uses si algo se vuelve demasiado para ti, ya sea física o psicológicamente. -Su mano le acarició la mejilla bajando hasta su cuello y a sus hombros desnudos-. ¿Alguna vez fuiste atada, dulzura? ¿Restringida?
Asintió con la cabeza.
– Un par de veces. En la cama. -Siempre se había escapado antes de llegar a eso en los clubes.
– Muy bien, entonces, eso es bueno. -La mano descendió a la parte superior de su brazo, sus ojos nunca abandonaron los de ella.
La sensación de ser tocada… sin ser capaz de devolver el toque… la dejaba inestable, y levantó el brazo, queriendo…
– No te muevas, dulzura, -le dijo, muy suavemente, y ella dejó caer la mano-. ¿Estar restringida te asustó o te excitó?
Intentó apartar la mirada. Hablar con el Maestro Cullen acerca de sus experiencias íntimas la había hecho sentirse lo suficientemente avergonzada, pero con este hombre… ni siquiera lo conocía.
– Contéstame.
– Me excitó. -Es por eso que había venido aquí-. Principalmente. Él no… Cuando me di cuenta de que a él no le gustaba eso…
– A él no le gustaba atarte, ¿así que no fue divertido para ti después de todo? -Ella asintió con la cabeza, avergonzada como el infierno-. Eres una buena chica al ser tan honesta. -Su sonrisa la recompensó-. ¿Tienes algún problema físico, en las articulaciones, artritis, o tendinitis?
– No, Señor.
– Está bien, entonces. -Nunca liberándola de su agarre, la condujo a través del cuarto lleno de gente, murmurando-, discúlpenos, por favor, -hasta que llegaron a la cruz de San Andrés cerca de la parte delantera. Un pequeño letrero diciendo reservado colgaba de la soga. El maestro Marcus se rió entre dientes y lo quitó-. Z mencionó que su entrenador siempre está preparado.
¿El maestro Cullen había planeado esto? Andrea frunció el ceño, sintió una agitación trepando en la boca de su estómago.
El maestro Marcus la ató en la cruz. La madera con una forma de gigante X se sentía suavemente satinada pero fría en contra de su piel desnuda.
El Dom se arrodilló, le agarró una pierna, y sujetó su tobillo a la parte inferior de la X. Después de moverse al otro lado, hizo lo mismo con su pierna derecha para que quedara firme con sus piernas ampliamente abiertas. Sin ropa interior y con esa falda demasiado pequeña, su coño parecía terriblemente vulnerable. El conocimiento envió calor a través de ella.
Y aún… ¿él recordaba que ella no llevaba un listón verde en sus puños?
Quería esto, sin embargo, hacer este tipo de cosas, ¿no? Y el hombre era un Maestro. Experimentado y todo. Sólo que, otra vez, su cuerpo se había desestimulado, justo como en los otros clubes. ¿Por qué no podría haber estado el Maestro Cullen en su lugar?
El Dom revisó los puños de cuero de los tobillos, pasando un dedo debajo de cada uno, entonces simplemente permaneció arrodillado. Su mano caliente se deslizó hacia arriba de su pantorrilla, luego bajó. Pasó un dedo sobre su tobillo.
– Tienes una piel muy suave, cariño, -le dijo, la mano subiendo por su pierna otra vez, más arriba ahora, deteniéndose en la cosquillosa área justo por encima de su rodilla.
Se puso de pie y abrochó cada puño de sus muñecas en las partes superiores de la X. Ella tironeó de ellos y se dio cuenta que no cedían. Sus piernas no se movían tampoco.
La ansiedad surgió dentro de ella como una ola gigantesca, llenándola completamente entre un aliento y el siguiente. Tironeó el brazo restringido con más fuerza.
– Yo… -Una firme mano le inclinó el rostro hacia arriba. Él se movió delante de ella, bloqueándole el cuarto, su mirada fija en la suya.
– Respira, cariño. Estoy aquí, y estás segura. ¿Recuerdas mi nombre?
Tomó aire, y el pánico se alivió como si él hubiera quitado un tapón.
– Maestro Marcus. -Abraza tu miedo, entonces da un paso atrás-. Y-yo no sé por qué reaccioné así. -La mano en contra de su rostro tranquilizaba sus nervios, y se quedó parado lo suficientemente cerca como para que ella pudiera sentir el aliento caliente en su sien.
– Es un miedo natural. Eres nueva, y no me conoces. -Jugueteó con su pelo, tirándole de un rizo y dejándolo volver atrás-. Me gusta tu pelo.
– Um. Gracias.
Su respuesta hizo que los ojos de él brillaran de risa. Entonces abandonó sus rizos para rodear con un dedo su oreja, provocando ligeramente. El toque bajó por su cuello y se hundió en el hueco de su clavícula.
– ¿Qué…? -tragó, sintiendo la boca seca-¿…qué estás haciendo? -Los brillantes ojos azules se encontraron con los de ella, más calientes, más brillantes, abrasándola.
– Me estoy complaciendo con tu pequeño cuerpo de sub.
– Pero…
– Andrea, guarda silencio.
Ella quería hablar, preguntar, detener el calor creciente en su cuerpo, y la forma en que sus manos despertaban a su piel, dejando cada área excitada y sensible. Bordeó sus pechos para rodearle la cintura con sus manos, tantear el hundimiento del hueco en su columna vertebral. Deslizó la mano debajo de su falda y un dedo rozó la grieta entre sus nalgas. Ella se congeló. No se suponía que él…
Le sonrió mirándola a los ojos y siguió adelante con sus atenciones. Subiendo y bajando las manos por la parte superior de sus muslos, cada vez deteniéndose justo antes de llegar a su coño, y su evasión causaba más vibraciones que si en verdad la hubiera tocado. Sus caderas se ladeaban hacia afuera involuntariamente.
Él no se dio por aludido. En lugar de eso, sus largos dedos le apretaron la cintura.
– Ahora, dulzura, -murmuró-. Aparentemente estos bonitos pechos no cuentan en la lista de prohibiciones del listón verde. -Le ahuecó un pecho, provocando un jadeo de ella que le hizo curvar los labios-. Ya sabes… -apoyó un brazo en el marco al lado de su muñeca restringida-…algunas mujeres tienen pezones sensitivos. -Le rodeó el pezón con un dedo, girando y girando, apenas tocándolo, hasta que simplemente el rastro de la punta del dedo sobre la aréola cada vez más fruncida le hizo curvar los dedos de los pies. Cambió al otro, y en un plazo de un minuto, ambos pechos estaban doloridos-. Creo que eres una de esas mujeres, -murmuró.
El cuarto se había calentado más allá de lo soportable, pero él parecía no darse cuenta mientras se demoraba jugando con sus pechos, provocando uno, luego el otro, hasta que se hincharon al punto del dolor, y sus pezones eran duras puntas de necesidad.
Con su cuerpo todavía a sólo algunos centímetros del de ella, deslizó la mano bajando por el interior de su muslo, trazando más círculos… y siempre deteniéndose justo antes de llegar a su coño. La furiosa tensión dejándola nerviosa como un alambre tirante.
Y entonces su firme boca se cerró sobre la de ella, tomando posesión tan velozmente que la hizo marearse. Su lengua zambulléndose adentro en el mismo momento en que su mano apretó la parte alta de su muslo, apenas rozando su vello púbico. Un pequeño temblor de necesidad sacudió todo su cuerpo, entonces otro.
Abandonó sus labios y se inclinó para capturar un pezón dentro de su boca. Tiró y chupó con fuerza, enviando una atormentadora sacudida de placer por ella, haciéndole arquear el cuerpo en la cruz.
Intentó moverse, tocarlo, pero sus brazos permanecían sujetos en la cruz. Ningún control, ella no tenía control sobre lo que estaba ocurriendo en absoluto. El conocimiento la calentó hasta que cada aliento parecía chamuscar sus pulmones.
En el momento en que se movió al otro pecho, las manos se deslizaron hacia arriba por debajo de su falda para amasar su trasero, abriéndole y cerrándole las mejillas. Su coño se contrajo cuando la presión incrementada arañó la necesidad.
Cuando regresó a su boca, ella casi podía sentir cómo sus labios la tocaban más abajo. La mano le acarició el pecho, suavemente, pero lo suficientemente duro como para que supiera que un hombre, un hombre poderoso, la tocaba. Un gemido escapó de ella.
Seguramente él no lo había escuchado. Pero ella no podía esconder cabalmente su excitación. Se había puesto progresivamente más mojada y se dio cuenta que, con sus piernas abiertas, todo el mundo podría verlo. Intentó cerrar las piernas, pero las restricciones la mantuvieron en el lugar y expuesta, y no podía hacer absolutamente nada acerca de eso. Sus entrañas parecieron derretirse.
Como si él hubiera oído sus pensamientos, se arrodilló y pasó las manos subiendo por sus muslos, entonces los presionó hacia afuera, diciéndole sin hablar cómo la abriría por sí mismo.
Sus dientes se acercaron a la suave piel interior de su pierna, mordiendo justo lo suficientemente duro como para sacarle un jadeo cuando la excitación se disparó como un rayo caliente directo a su coño. La boca, caliente y húmeda, se movió más arriba.
Cuando la lengua serpenteó sobre su piel, trazando círculos en su muslo, su clítoris latió, rogándole que fuera más arriba aún. Sus piernas temblaron.
Él se enderezó, el rostro a centímetros de su montículo, y su aliento le sopló el vello de allí. Reprimió el gemido que subía por su garganta. Entonces las manos apretaron sus piernas, los pulgares rozando el pliegue entre ellas y las caderas, tan, tan cerca de sus doloridos pliegues.
– Ah, puedo oler tu excitación, -le dijo, presionándole los muslos para distanciarlos tanto como las restricciones lo permitían-. Estás mojada, dulzura.
Oh, ella ya sabía eso. Podía sentir la humedad y lo hinchada que estaba allí abajo. Dios, quería que él la tocara.
El Maestro Marcus se levantó para mirarla a los ojos otra vez mientras los dedos rozaban la mera parte superior de su montículo, donde comenzaba el vello.
– Si fueras mi sumisa, querría a tu pequeño coño afeitado, resbaladizo y desnudo, -le dijo suavemente-. Probablemente lo haría yo mismo la primera vez, sólo para disfrutar de la rozadura de la hoja de afeitar sobre tu sensible piel. -Ella se estremeció, atrayéndole la mirada hacia sus pechos-. Y habría puesto adornos en estos bonitos pezones. -La mano presionó en contra de su dolorido pecho, y luego asió el pico duro, presionando un estable pellizco que le hizo arquear la espalda-. Los apretaría, de esta manera, para que cuando jugara con tu coño, cuando te estremezcas por lo que estoy haciendo, las pinzas tiraran de tus pechos. -El calor se agitó en el aire a su alrededor; los azules ojos masculinos perforando las ondas.
Cerró las manos en sus antebrazos y apoyó su peso en contra del marco, incrementando su sensación de restricción.
– Habría colocado tus piernas sobre mis hombros, abriéndote completamente, y tomaría a ese mojado coño una y otra vez hasta que… -le mordió el lóbulo, el punzante dolor exprimiendo un gemido de ella-. Hasta que ese sonido fuera todo lo que saldría de tus labios. -La besó entonces, profunda y minuciosamente. Cuando se echó hacia atrás, Andrea parpadeó la neblina de sus ojos y lo miró, cada parte de ella dolorida de necesidad. Él le sonrió y se apartó, ya no bloqueándola.
Las personas estaban paradas alrededor del área acordonada, y Dios la ayudara, el Maestro Cullen estaba sentado en una silla cercana. Sintió una ráfaga de sangre en su cara como una ola caliente.
– Creo que Andrea y yo nos hemos convertido en verdaderos conocidos. -El Maestro Marcus colocó una mano sobre su hombro-. ¿Hay otros a quien ella debería conocer ahora?
– No, puedes soltarla.
El Maestro Marcus desató las restricciones y puso un duro brazo alrededor de su cintura cuando sus piernas se doblaron.
– Tranquila, -murmuró. Le alzó la barbilla con su mano libre-. Me hubiese gustado verte con cadenas, cariño. Disfruté de convertirme en un conocido.
Ella le sonrió, insegura de si agradecerle por la lección o darle un puñetazo por dejarla tan, tan excitada.
Él obviamente vio ambas expresiones en su rostro, y se rió.
– Si pones una mano sobre mí, te ataré allí arriba otra vez y haré que sea mucho peor.
Madre de Dios*, simplemente el pensamiento hizo su dolor aún peor.
Pasó un dedo sobre sus labios hinchados.
– Di, “Gracias por la lección, Señor”.
– Gracias por la lección, Señor, -ella repitió, entonces agregó sinceramente-, De verdad.
– Eres muy bienvenida, dulzura. -La llevó hasta Cullen y la soltó.
Cullen palmeó el sofá para que Andrea se sentara a su lado. Su brazo la envolvió, musculoso y poderoso, provocándole un temblor. Después de un segundo, ella se apoyó en contra de su duro lado, acurrucándose en su abrazo, una sensación de seguridad envolviéndola.
– Hermoso trabajo, -oyó decir a Cullen.
– Fue un placer, señor. Gracias por confiármela. -Cuando Marcus se alejó, Cullen volvió la atención a la pequeña sub estremeciéndose a su lado. Observar a Marcus excitarla había sido definitivamente adorable. Su cara se había sonrojado, sus pechos llenos se habían hinchado, y su concentración se había desplazado hacia sí misma hasta que la habitación y los observadores habían desaparecido, obviamente, de su conciencia. Marcus había jugado con ella perfectamente.
Al mismo tiempo, ver a Marcus tocarla había ocasionado un apretado nudo en su intestino, uno que sólo comenzó a aliviarse cuando ella se acurrucó en contra de él. Joder, pero quería quedársela. Mía.
¿Qué diablos le pasaba? Él no se comprometía con las aprendices. Prefería no comprometerse con nadie en absoluto.
Y no tenía tiempo para examinar esta idiotez ahora. Aprendiz, Cullen, es una aprendiz. Vuelve a tus reglas, ya.
– ¿Entonces, pequeña sub, disfrutaste de la cruz? -Ella se incorporó, sus pechos todavía hinchados bamboleándose, suplicando su toque.
– Sabes, Maestro Cullen, que aparte de mi padre, eres la única persona que alguna vez me llamó pequeña.
¿Intentando evadir la pregunta, verdad? Pero iba a dejarla, por el momento.
– Eres pequeña. ¿Ves? -Cuando le levantó la mano y colocó su antebrazo junto al de ella, los gruesos músculos masculinos hicieron parecer a su tonificado brazo como un palillo de dientes.
Ella dijo con un bufido de risa.
– Comparada contigo, soy una enana.
– Ahora contesta mi pregunta. ¿Disfrutaste de estar restringida? -Eso le hizo ganarse una furiosa mirada por su persistencia. Entonces ella inmediatamente borró esa expresión de su cara.
Él resopló. Aparentemente había aprendido una lección, al menos. Una lástima. No le habría importado abofetear a su redondo culo algunas veces ahora mismo.
– Contéstame. Ahora.
– Uh. Sí. Yo… me asustó al principio, pero después, sí.
– Buena chica. -Honesta pequeña sub. Él ya conocía la respuesta. Su excitación había aumentado cada vez que había tratado de moverse y no pudo.
Y él no había sido inmune. Verla restringida le había provocado un infierno de erección.
– Muy bien. Más bondage. ¿Crees que golpearás al Maestro Marcus la próxima vez que se acerque? -Lo miró con ceño, y entonces se rió. Su voz, todavía ronca por la excitación, hizo que su polla se apretara al punto del dolor.
– Pienso que él está a salvo. Ese fue un castigo extraño, -ella agregó-. Pensé que tú probablemente me golpearías.
– Golpearte para que seas cautelosa con los hombres no sería práctico.
– Buen punto. -Ella se echó hacia atrás en contra de él con un suspiro, y él la empujó más cerca.
La mejilla descansaba sobre su pecho, y el pelo caía suelto, los colores cambiando desde un pálido whisky a un oscuro ron bajo las luces parpadeantes. Él metió un dedo dentro de un rizo, y lo levantó hasta que el peso arrastró la sedosa hebra hacia abajo. Cullen sacudió la cabeza. Estamos discutiendo disciplina. Bien.
– Deberías tener en cuenta que el castigo depende de la transgresión. No siempre será así de agradable, dulzura.
– Lo sé. -Sus labios se curvaron en una irónica sonrisa-. Me dolía el trasero todavía esta mañana. Y forcejear para quitarme los pantalones apretados en un cuarto lleno de gente realmente apesta.
Él se rió, disfrutando de la forma en que sus ojos se iluminaron ante el sonido. Una sub con un sentido del humor y una actitud. Podía estar en problemas aquí. Cuando le ahuecó la cara y ella restregó la mejilla en contra de su palma, el gesto de confianza descarriló sus pensamientos.
Cepillando el pulgar sobre sus aterciopelados labios, volvió la mente de regreso al asunto.
– Te das cuenta, mascota, que ser una aprendiz no es como una relación real Dom-sub. Lo que experimentes aquí es simplemente un panorama de lo que sentirás cuándo te establezcas en una relación y aprendas verdaderamente a someterte a tu Dom.
Extrañamente, su rostro se puso rígido por ese comentario. ¿Por qué?
– Cullen! -gritó Nolan desde la barra.
Maldición. Cullen se enderezó.
– Parece que Raoul no regresó todavía, y el Maestro Nolan ha alcanzado su límite de socialización. Tengo que sacarlo de eso. -Ella le sonrió, sus ojos del mismo marrón dorado que sus puños. Ojos de leona.
– Gracias por el abrazo.
Le besó la parte superior de la cabeza, inhalando el perfume cítrico a vainilla. Hasta olía comestible, maldita sea.
– Estás libre ahora, así que puedes observar o ponerte de acuerdo con alguien para jugar. Sin embargo, puedes jugar sólo con un Maestro de Shadowlands por ahora. Con nadie más. -Esperó su asentimiento-. Y depila ese bonito coño antes de regresar la semana próxima.
Sonrió ante su jadeo exasperado y se alejó.
Gracias a Dios que tenía una semana para lograr que su jodida cabeza volviera a funcionar correctamente.