En medio de la barra, Cullen levantó la vista ante el sonido de la puerta principal del club abriéndose. Justo a tiempo. Dos puntos para ella, pensó de mala gana.
La irritación quemó en sus intestinos cuando Antonio llamó para cobrarse su favor de esta manera. Es cierto, el reportero le había provisto suficiente información para acorralar el pirómano que Cullen había estado investigando, y había puesto al bastardo tras las rejas, pero no le gustaba que su trabajo como Investigador de Incendios Provocados tocara a Shadowlands.
Ni que alguien jodiera su programa de entrenamiento. Normalmente él y Z escogían a las aprendices entre las integrantes que hacía mucho tiempo que estaban en el club, sumisas que querían sumergirse más profundamente dentro del estilo de vida, así como también conocer a Doms sin compromisos. Las novatas no eran escogidas.
Z no se había mostrado complacido. Un eufemismo. Él había estado jodidamente cabreado.
Eso dejaba a Cullen con el culo al aire ahora. Así que esta amiga de Antonio era mejor que fuera la mejor aprendiz que él haya visto alguna vez -y se adapte bien dentro de Shadowlands- o sería mejor que se echara atrás rápidamente. Sé lo que yo escogería. De hecho, él simplemente podría ayudarla un poco. Con un pequeño trabajo de su parte, ella podría decidir que el club no era para ella.
La mujer entró en el salón principal del club y se detuvo, probablemente para permitirles a sus ojos acostumbrarse a la tenue luz, similar a la de las velas, emitida por los apliques de hierro. Luego de un segundo, caminó hacia adelante. Alta y musculosa. Le recordó a una sub masoquista con la que se había enfiestado; el recuerdo no era uno agradable. Apoyó un brazo sobre la superficie de la barra y la observó acercarse. Ceñidos pantalones de látex… que quedaban muy hermosos sobre esas largas piernas. Cabello castaño claro que se encrespaba furiosamente encima de su cabeza en un estilo no-te-metas-conmigo. Maquillaje sutil. Sólo un pequeño crucifijo como único accesorio. Las botas de tacones de aguja altas hasta las pantorrillas gritaban “Domme”, al igual que la chaqueta de motorista de mangas largas. Postura arrogante, barbilla levantada.
¿Qué mierda de clase de sub Antonio lo había inducido a tomar? Sólo a primera vista, sintió ganas de sacarla a patadas.
– Hola. -Su voz suave y baja con un dejo de acento español fue agradable para sus oídos-. Soy Andrea Eriksson.
Examinándola, no dijo una palabra, simplemente la miró fijamente a la cara. La mayoría de las subs bajarían la vista, pero no ésta. En lugar de eso sus labios se apretaron ligeramente, y su barbilla se elevó otro poquito.
– Puedes llamarme Maestro Cullen o Señor. Estoy a cargo de los aprendices en Shadowlands. -Señaló un taburete de la barra-. Siéntate.
Una vacilación. ¿Una sub a la que no le gustaba obedecer órdenes? Ella se deslizó encima del taburete y apoyó los antebrazos en el mostrador. Otra postura agresiva.
¿Domme o sub? Bastante fácil de averiguar. Tomándose su tiempo, abandonó la barra para pararse delante de ella… para cernirse sobre ella. El destello en sus ojos le dijo que deseaba levantarse para ponerlos en un nivel más equitativo.
Colocó un dedo debajo de su barbilla y le inclinó el rostro hacia arriba.
Sus músculos se apretaron, e intentó apartarse.
– Quédate quieta.
Ante su dura orden, ella se congeló, y entonces él lo vio… sus ojos se dilataron y un rubor le tiñó las mejillas.
El placer lo invadió. Nada atraía más a un Dom que esa instintiva rendición de un cuerpo debajo de sus manos.
– Así que hay una sumisa sepultada allí dentro después de todo, -murmuró-. La agarró del pelo y la sujetó en el lugar mientras pasaba un dedo por un marcado pómulo, a través de un aterciopelado labio, y bajando a su vulnerable garganta… y sintió el convincente estremecimiento que la recorrió.
Muy agradable. Movió los dedos bajando la cremallera de su chaqueta de motorista. ¿Ahora qué podría estar escondiendo debajo?
Ella no se movió. Los grandes ojos castaño-dorado contenían inquietud, y sus manos se apretaron con fuerza de los papeles que sujetaba. Ella lo estaba intentando. Se requería coraje para enfrentar a un club extraño y a un Dom desconocido al mismo tiempo.
Sintió una punzada de compasión, así que ahora una parte de él quería sacar su culo a patadas por la puerta, y la otra parte quería abrazarla y reconfortarla. Maldita sea. Pero ninguna de las dos conseguiría lo que quería.
Con un suspiro, le soltó el pelo y dio un paso atrás.
– Dame tus papeles. -Cuando extendió los papeles, sus ligeramente bronceadas mejillas se ruborizaron ante la forma en que los había arrugado.
Él los alisó y comenzó con la ficha médica… libre de enfermedades, saludable, control de natalidad. Ningún problema allí. Dio vuelta a la siguiente página. Había completado y firmado el formulario básico de las reglas para los miembros de Shadowlands. También las reglas para los aprendices. El año pasado, una novata había firmado los papeles sin leer, cuando había quebrantado una regla, el castigo resultante la había conmocionado ridículamente.
– ¿Los leíste?
Asintió con la cabeza.
– En este club, una sumisa responde con, “Sí, Señor o Señora”.
– Sí, Señor.
Mejor. Asintió con la cabeza en aprobación. A pesar de que ella no exhibiera ninguna avidez para complacer como una sub estándar, las diminutas líneas al lado de sus ojos se atenuaron ligeramente. Su buena opinión le importaba, aunque se rehusara a demostrarlo. ¿Y por qué no?
La estudió durante un momento. Postura rígida, barbilla levantada, manos apretadas juntas. Pero la había sentido derretirse bajo su toque. ¿No era ella un intrigante acertijo? A pesar de sentirse molesto, no podía dejar de pensar que sería justo el tipo de desafío que a él le gustaría.
Cuando le extendió la lista con los puntos del acuerdo, ella se puso rígida, y sus mejillas se sonrojaron con evidente vergüenza. La diversión hormigueó a través de él, levantándole el ánimo. Podría disfrutar de hacer que superara esa timidez. Tal vez asignándole un Dom diferente para cada punto donde hubiera indicado interés: sexo oral, azotes, cepo, consoladores…
Cuando se encontró con sus ojos grandes, ella tragó. La perceptiva pequeña sub había captado las nefastas intenciones del Dom.
Le sostuvo la mirada durante un minuto. ¿Cómo se verían esos ojos cuando estuvieran brillantes por la pasión e inconscientes por la necesidad? Infierno, no tendría que sentir interés por doblegarla, amarrarla en el cepo y… recorrió con la mirada la parte del sexo anal del formulario. Ninguna experiencia anterior, pero había tildado el casillero “Dispuesta a intentar al menos una vez”. Sí, él disfrutaría enseñándole el disfrute del juego anal.
Si ella se quedara. Los votos no estaban decididos por eso todavía.
Sólo Doms. Así que no era bisexual. Eso decepcionaría a Olivia. A continuación recorrió con un dedo bajando a las preguntas referidas al dolor. Aparentemente la chica no era una masoquista como Deborah.
– Definitivamente no quieres ser flagelada, perforada, cortada ni golpeada. -Ella se tensó con sólo escuchar las palabras y negó con la cabeza.
– No te oí.
Se aclaró la voz.
– No, Señor.
– No te sientes segura sobre los azotes, los latigazos suaves y las palas. -Esas largas piernas parecían diseñadas para un látigo. ¿Lloraría o gemiría? Si la tuviera bajo su mando, no le daría la oportunidad de esconder sus respuestas. La miró atentamente-. Conseguirás poner a prueba algo de eso durante tu permanencia con nosotros.
Sus labios temblaron.
– Sí, Señor. -Su voz salió como un susurro.
Él sofocó una sonrisa. ¿Teniendo cada vez más problemas para permanecer desafectada, pequeña sub?
– Estás cómoda con el bondage, según parece. Y no has descartado el sexo, ¿correcto? -Sus mejillas se encendieron, y su espalda se enderezó.
– Correcto, -dijo en una voz tan afilada que podría haberlo cortado por la mitad.
Agresiva. Interesante. Pero inaceptable. Le dirigió una severa mirada.
Ella bajó la vista instantáneamente.
– Sí, Señor. Es correcto. -Una sub con una actitud que se correspondía con su tamaño. Maldición, era adorable.
Sacó un juego de puños de entrenamiento de debajo de la barra. Manteniendo uno en alto, se lo mostró.
– Dame tu muñeca. -Sus ojos subieron de golpe y se ampliaron al ver los puños de cuero dorado en su mano. Hasta apretó los blancos dientes sobre su labio inferior demostrando cómo luchaban sus miedos en contra de sus deseos. Le temblaban los dedos cuando colocó la muñeca en la palma de su mano abierta.
El primer provisorio regalo de confianza.
– Buena chica, -le dijo suavemente.
Sonrió al sentir la sensación maciza de su brazo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había tenido a una mujer por la que no tuviera que preocuparse en lastimarla con su tamaño? Del firme músculo sobresalía un delicado pulso que martillaba rápido.
Muy bonito.
Ciñó el primer puño. Cuando sus ojos de color whisky se encontraron con los suyos, la inesperada expresión de vulnerabilidad acarreó sus protectores instintos de Dom a un primer plano. ¿Toda esta dura postura escondía a una pequeña gelatina por adentro?
La oleada de satisfacción al ponerle los puños lo asombró, y se esforzó en regresar a los negocios.
– Los puños dorados indican que eres una aprendiz, -le dijo-. Pondremos listones coloridos en tus puños para que todos conozcan tus límites. El rojo mostraría que disfrutas del dolor severo como una dura azotaina. El amarillo es para un dolor intermedio.
Todavía sujetándole la muñeca con una mano, tiró fuertemente de su pelo, complaciéndose por su sobresalto.
– Como has leído en las reglas del club, cualquier sumisa, aprendiz o no, que meta la pata puede ser zurrada o azotada. La cinta amarilla simplemente indica que podemos ser más creativos.
Ella dijo,
– Oh, estupendo, -por debajo de su aliento, y él apenas logró refrenar la risa.
– El color azul es para el bondage. El verde para el sexo. Una aprendiz que lleve puesta una cinta verde podría ser entregada a cualquier Dom de aquí, tanto como recompensa… o como castigo. -El diminuto pulso debajo de su pulgar se incrementó, su labio inferior tembló, y su respiración se detuvo. Definitivamente le intrigaba la idea.
Como a él. ¿Qué expresión mostraría cuando le encadenara los brazos sobre la cabeza con sus piernas abiertas y la restringiera, dejándola desnuda para su vista y su toque? ¿Su cuerpo se estremecería? ¿Sus ojos se dilatarían? ¿Su coño se pondría caliente y resbaladizo?
Sus ojos estaban muy amplios y vulnerables ahora mientras le inmovilizaba la mirada con la suya.
– Pero por ahora, no llevarás ninguna cinta, -le dijo suavemente y observó a sus músculos relajarse-. Esta noche servirás bebidas a los miembros del club para acostumbrarte a cómo funcionan las cosas en Shadowlands. ¿Entendido, Andrea?
Ella asintió con la cabeza, entonces agregó un apresurado,
– Sí, Señor.
– Muy bien. Si en cualquier momento deseas irte, sólo avísame. ¿Te gustaría una bebida antes de empezar?
Mientras sus nervios protestaban como si hubiera caído dentro de una guerra entre pandillas, Andrea sorbía su 7 &7 [3].
– Quédate allí, Andrea, – había dicho el Maestro Cullen después de darle la bebida, y entonces se había marchado.
Su partida había sido un gran alivio. Dios mío*, no había esperado que el amigo de Antonio la abrumara tan completamente. Se estremeció, recordando la sensación de la mano en su pelo, cómo la había mantenido en el lugar. Ese… control… había enviado emociones por ella como un cable eléctrico. Esto era completamente lo que ella quería… hablando de dominación instantánea… ¿así que por qué la aterrorizaba al mismo tiempo?
Porque él era demasiado. Había esperado que el entrenador fuera… bueno, más dominante que los Doms del club. Alguien que la hiciera estremecerse por dentro… no uno que convirtiera su fuerza de voluntad en gelatina.
Bufó. Antonio probablemente llamaría a esto “ La Historia de Rambolita y los Tres Doms”. El Dom del club no tenía lo suficiente, este Dom de aquí tenía demasiado -excesivamente demasiado- ¿Así que tal vez el siguiente sería el indicado? Bien, el lujoso Shadowlands le daría la mejor oportunidad para conocer al Dom Perfecto, por lo tanto no importaba qué tan intimidante pudiera llegar a ser el Maestro Cullen ni cuánto él quisiera que ella se fuera, sería la mejor aprendiz que él alguna vez hubiera tenido. Sus hombros se enderezaron.
Tomó otro sorbo, y los puños de cuero que le había puesto atrajeron su mirada. Suavemente cubiertos por dentro, pero ceñidos, como las manos de un hombre envolviéndose firmemente alrededor de sus muñecas. Una espeluznante… excitante… sensación.
Estaba aquí. Haciendo lo que había soñado. Dios ayúdame..
Apartando la mirada de los puños, se tomó el tiempo que el Maestro Cullen le había dado y miró alrededor. Tan intimidante por dentro como lo aparentaba por fuera. Sacudió la cabeza, recordando su primera impresión del lugar. El macizo edificio de tres pisos construido con pesadas puertas de roble y ornamentos negros de hierro que lo hacían verse como un castillo medieval ubicado en la pantanosa zona rural de Florida.
Adentro, el salón principal del club abarcaba toda la planta baja. El bar circular de madera oscura donde se encontraba sentada estaba ubicado en el centro de la habitación. Una larga mesa de bocadillos ocupaba un rincón de la parte trasera y una pequeña pista de baile, el otro. La luz de los apliques de hierro parpadeaban sobre los equipamientos ubicados cerca de las paredes: cruces de San Andrés, bancos de azotes, caballetes, y estacadas.
Cada cosa dentro de un área más iluminada y cercada. Suaves sillones de cuero y sillas creaban áreas para sentarse donde la gente podría observar las escenas o simplemente charlar.
Todo en el lugar gritaba rico, rico, rico y la hacía sentirse como que podría ensuciar algo.
Un ruido sordo de pasos sonó dentro del silencio del bar, y el Maestro Cullen apareció por las escaleras del rincón más alejado. Mientras cruzaba el cuarto en dirección a ella, lo estudió, y sus dedos se apretaron en el vaso. Algunos hombres se movían como gatos, algunos como soldados, otros como que nunca habían dominado el arte de caminar, pero ella nunca había visto su estilo antes. No en un hombre…
El año pasado cuando fue a hacer excursionismo en Colorado, había sido testigo de una avalancha en la montaña. Arrasando con todo en su camino, la avalancha no le había hecho gracia, pero todo ese poder había sido sorprendentemente hermoso.
Tomó un gran trago de su bebida cuando él se acercó. Con cueros descoloridos y botas, seguro que no era un fanático de la ropa como Antonio, y seguro que era mucho más grande. Los pantalones de cuero color chocolate se aferraban a sus largas piernas, y el chaleco se abría sobre un pecho muy musculoso. Su cuello con gruesas venas, sus brazos sólidos. Una banda dorada rodeaba un oscuramente bronceado bícep. Su rostro… Ella frunció el ceño. Todo curtido y de facciones muy marcadas, se veía como el rudo Boromir del Señor de los Anillos.
Su boca se mantenía estable en una línea firme. ¿Y no era simplemente increíble que ella hubiese terminado con Boromir? Al menos Aragorn tenía sentido del humor.
Él se detuvo frente a ella, y Andrea miró hacia arriba e incluso más allá, sintiéndose como un diminuto hobbit [4] viendo a un gnomo por primera vez. Ningún hombre nunca se había elevado sobre ella de esta manera ni la había hecho sentirse tan perturbada. ¿Las mujeres bajitas se sentían así? Comenzó a ponerse de pie… nunca los dejes verte vulnerable… y él apoyó la mano sobre su hombro, manteniéndola en el lugar. Fácilmente.
Ella tragó en contra del calor que crepitó por todo su cuerpo.
Sus ojos se estrecharon ligeramente como si pudiera ver el efecto que tenía sobre ella.
– En tus papeles figura que has estado en un par de clubes de Tampa antes… y hablaremos de tus experiencias después… pero tengo una curiosidad. ¿Algunos de los subs te confundió con una Domme? -Oh, siempre lo hacían. En un lugar, un hombre encadenado con un arnés había caído sobre sus rodillas, diciendo “éste le suplica el honor de…” Andrea hizo una mueca. Solamente porque midiera un buen metro setenta y tuviera un poco… bueno, un montón… de músculos no quería decir que fuera una dominatrix. Eso sólo significaba que era dueña de una empresa de artículos de limpieza y pasaba mucho tiempo trabajando duro.
– Lo hicieron. Um, sí, Señor.
– No me sorprende.
– Pero…
Sostuvo en alto un dedo pidiendo silencio, y para su propia sorpresa, obedeció. Sin preguntar, él abrió la cremallera de su chaqueta de motorista y la miró severamente cuando ella se retorció. Sólo llevaba puesto un sostén debajo.
– Las pequeñas subs nunca deberían llevar puesta más ropa que los Doms, -le dijo distraídamente. Sus nudillos rozaron la piel desnuda debajo de su sostén, y ella se sobresaltó, ganándose otra adusta mirada.
Él se movió más cerca, agarrándola de la nuca y manteniéndola quieta. Su otra mano quitó los clips que sujetaban su pelo encima de su cabeza. Los lanzó sobre la barra.
– Te ves, te vistes y actúas como el estereotipo de una Domme.
Su pelo cayó, los mechones incontrolablemente rizados rozando en contra de su cuello y de sus hombros. Lo peinó con los dedos, dejándolo desordenado. Alborotado.
– Una aprendiz de este lugar debe verse como el mero epítome de una sumisa. Eres un ejemplo para las otras subs tanto con el vestuario como con la conducta. Y la obediencia.
Oh, estupendo. Usualmente tenía problemas obedeciendo… bueno, tal vez no con este Dom, pero con los otros… pero lo haría.
– Sí, Señor.
– Mejor. Eso suena como a una sub. Ahora hagamos que te veas como una. -Puso algo de tela en sus manos-. El Maestro Z mantiene un surtido de ropa para jugar en los cuartos privados del piso de arriba. Te vestirás con esto esta noche.
Agarrándola de la parte superior de sus brazos, la levantó del taburete de la barra.
– Cámbiate. Y quítate esas botas estupendas. -Al parecer él podía sonreír después de todo, al menos un poquito. Seguro que no ayudaba mucho.
Ella miró alrededor, buscando el cartel del cuarto de baño, y comenzó a dirigirse en esa dirección.
– No, Andrea. Aquí mismo.
¿Enfrente de él?
– Oh, Dios mío*, -susurró. La vergüenza la abrumó, calentándole el rostro y el cuello. Mirando por encima, se percató de que él estaba casi esperando a que se rehusara, y que no le importaría particularmente si lo hiciera. Antonio le había advertido que el jefe de los aprendices había maldecido hasta por los codos por tener que recibirla.
Cerró los ojos y tomó una profunda respiración. Sabía que me darían instrucciones para hacer este tipo de cosas, ¿así que por qué es tan difícil? Difícil y aún… excitante.
No lo miró mientras luchaba por quitarse las mangas de la chaqueta por encima de sus puños. Su chaqueta de motorista cayó al piso, y recogió lo que esperaba que fuera una camisa. No tuvo tanta suerte. Le había dado un minivestido negro de látex, con corte bajo y delgadas tiritas en los hombros. Sus pantalones no servirían, y su sostén tendría que irse también.
Él se apoyó en contra de la barra, sus ojos verde mar desconcertantemente encendidos en su bronceado rostro, y cruzó los brazos sobre su pecho. Esperando para ver lo que ella haría, sin duda.
¿La sacaría a patadas si le diera la espalda? No podría arriesgarse. Se inclinó y abrió la cremallera de sus botas, se las quitó empujando con la punta del pie, entonces se contoneó y se quitó los pantalones de látex, oliendo el talco de bebé que había usado para ponérselos. Mientras los doblaba sobre una silla, el sudor goteó por el hueco de su columna vertebral.
– El tanga puede quedarse, -le dijo.
Ella apretó los dientes y se quitó el sostén. Joder, necesitaba ese sostén. Sus pechos grandes como melones necesitaban soporte.
Casi desnuda. Parada en medio de un bar. Y él seguro que no era un caballero dado que no había apartado la vista. ¿Por qué esto la hacía sentir tan aterrada?
Pero ella sabía… El aire que rozaba sobre su piel desnuda se sentía demasiado parecido a… entonces. Casi podía oír su camisa desgarrarse, podía sentir la fría valla en contra de su espalda. Sus libros de texto habían yacido en el barro hasta que los chicos de la escuela secundaria los habían pateado afuera del camino. Carlos le había agarrado sus pechos desnudos, y ella lo había golpeado en su huesuda barbilla, gritando cuando sus dedos se quebraron. Incluso mientras ellos desistían, los culeros [5] habían clavado los ojos sobre sus pechos desnudos, burlándose, llamándola puta gorda y fea.
Puta.
Su espalda se puso rígida.
– ¿Estás disfrutando de esto? -le preguntó a Carlos y a sus amigos-. ¿Quieres que de una vueltita para ti?
– ¿Cómo?
Ella pestañeó, y el pasto del vacío descampado se transformó en un piso de madera. El club. Le había dicho eso al Maestro Cullen… Cuando lo miró, vio su boca apretada y su rostro impasible, cerró los ojos por el horror. ¿Qué había hecho? Podría disculpase rápidamente…
– Eres nueva, Andrea. Normalmente no aceptaríamos a una aprendiz sin más experiencia, pero como sabes, Antonio no me dejó elección. -Su voz retumbaba en el bar, profunda y fría, como dentro de una caverna-. Voy a darte tres opciones y tu primera muestra de disciplina en Shadowlands. Uno: puedes servir a los miembros esta noche vestida justo como estás ahora. Dos: puedes escoger una pala de la pared, inclinarte sobre un taburete de la barra, y recibir cinco golpes. Tres: puedes irte.
Él no se movió. Su expresión no cambió mientras esperaba su respuesta.
Y lo odió con cada célula de su cuerpo. Tal vez aun más porque ella sola se había buscado esto.
Espantosamente horribles opciones. ¿Pasearse desnuda toda la noche? Dios, no. El exiguo vestido ya era suficientemente malo.
¿Irse? ¿Renunciar e irse a casa? Eso es lo que él quería. No.
¿Ser azotada? Papá nunca la había zurrado, pero esto no podría ser más doloroso que las magulladuras que él le había dejado, intentando fortalecerla. Se humedeció los labios, intentando hablar a pesar de su boca seca.
– Optaré por los azotes.
– Entonces tráeme una pala.
Forzando sus hombros hacia atrás, cruzó la enorme habitación, sintiendo sus ojos sobre ella.
La humillación competía con el desconcertante calor de estar desnuda delante de un hombre… de este hombre.
Se había estado preguntando acerca de la dominación instantánea. Bueno, ahora la conocía. Él la tenía a montones.
Llegó a la pared y se detuvo. Diversos “juguetes” colgaban entre las áreas para escenas. Barras de hierro para separar piernas, correas de cuero, puños, sogas. Y látigos, floggers y palas. Se acercó más a la selección de palas. Desde tamaños gigantes hasta pequeñas y rectangulares. Una tenía agujeros.
¿Cómo hacía alguien para escoger? Se frotó sus manos húmedas juntas. Cuando papá le enseñó karate, le había dicho que el golpe dolía más en una mujer porque la fuerza impactaba en un área más pequeña. Entonces, en este caso, más grande podría ser mejor para ella. Tomó la pala más grande.
Caminando de regreso a través del cuarto, sintió a sus pechos llenos rebotar y se dio cuenta de que sus pezones estaban claramente erectos… como si estuviera excitada. El aire acondicionado no estaba encendido aún, así que no podría decir que la temperatura del cuarto era la causante de su reacción. Sí, admítelo, Andrea… este intimidante y perverso Dom te excita.
La mirada de él la recorrió, demorándose en sus pechos, y un pliegue apareció en su mejilla. Sus pezones se apretaron hasta doler.
Cuando le entregó la pala de tamaño monstruoso, él realmente sonrió.
– Buena elección. -Señaló el respaldo de un sofá cercano, la diversión obvia en su voz-. Asume la posición. -Mordiéndose los labios, se dirigió hasta el sofá y se inclinó, apoyando el estómago sobre el alto respaldo.
– Más. Mantente en equilibrio sobre tus manos.
Maldito sea, ¿no era esto ya lo suficientemente horrible? Se retorció hasta que su montículo presionó en contra del cuero frío. Sus pies colgaban en el aire, y apoyó los antebrazos en contra de los cojines.
Pasó una caliente mano hacia abajo por su espalda.
– Tienes un hermoso cuerpo, Andrea. Como aprendiz, se esperará que lo desnudes cuando sea ordenado, rápidamente y sin desafíos. ¿Está claro?
– Sí, S-Señor*.
– ¿Señor*? -Se rió bajo y ahogadamente-. Bien, esa es una agradable alternativa para “Señor” Puedes usarla si lo deseas. -Acarició bajando por su trasero y sus muslos. Su toque podría realmente haberla confortado… si tuviera más ropa encima, y si no la estuviera amenazando con una pala.
– ¿Por qué estás siendo castigada?
Su primera respuesta incluía una ofensiva forma de dirigirse a él, y la refrenó. Mira, Maestro Cullen, puedo aprender.
– Porque fui grosera.
– Muy bien. -Le palmeó el trasero-. Cuenta para mí ahora. Dado que no aliento a las subs a mentir, no esperaré un agradecimiento a continuación-. Un segundo después, la pala volvió a golpear en contra de su trasero.
– Uno. -Picó pero no fue demasiado malo.
Paf.
– Dos.
Paf.
– Tres.
La picadura se volvió un fuerte ardor. Dios, dolía.
Paf.
– Cuatro.
Paf.
– Cinco. -Con el último golpe, su trasero se sintió como si hubiese vertido gasolina sobre él y le hubiese incendiado la piel. Sentía las lágrimas caer de sus ojos y pestañeó furiosamente, odiándolo con todo su corazón.
Madre de Dios*, ¿podría hacer esto en realidad? ¿Sería así ser una aprendiz?
Sus manos la agarraron por la cintura, y la ayudaron a ponerse de pie. Respirando con agitación, ella dejó caer la mirada para que él no viera su furia.
Él se rió.
– Eres una pequeña cosita testaruda, ¿verdad? -Antes de que pudiera alejarse, la empujó dentro de sus brazos.
– ¡Ey! -Intentó apartarlo a empujones.
Él chasqueó,
– Quédate quieta.
Se detuvo, permaneciendo rígida dentro de su abrazo.
Resoplando una risa, el Maestro Cullen apoyó la espalda en contra del sofá, empujándola hacia él. Ella se dio cuenta de que su nariz llegaba sólo a la parte superior de su hombro. Otra sorpresa.
– Relájate, pequeña sub, -murmuró-. Aquí hay otra lección que aparentemente nadie te enseñó… después de la disciplina, tienes que ser abrazada.
A pesar de su desnudez, él no intentó hacer nada más que sostenerla. Su cálida mano acariciando lentamente hacia arriba y hacia abajo de su espalda.
Cuando sus músculos se relajaron, ella comenzó a temblar. Indudablemente él podría sentirlo, pero no dijo nada. Sólo le presionó la cabeza en el hueco de su hombro. Un brazo la mantenía en su contra, lo suficientemente firme como para que no pudiera escaparse, pero no tanto como para inquietarla. El liso chaleco debajo de su mejilla se sentía suave pero no podía esconder los músculos duros como una piedra que había debajo. No se había puesto ninguna empalagosa loción para después de afeitarse, y su aroma a cuero, jabón, y a hombre olía de perlas.
Su pecho se elevaba y caía lentamente, y él parecía capaz de permanecer con ella dentro de sus brazos toda la noche.
Su furia se desvaneció junto con las sacudidas. Ella definitivamente le había faltado el respeto, después de todo. Conocía las reglas. Y no la había castigado cruelmente. Sólo cinco golpes, y con todos sus músculos, podría haberla lastimado realmente. No lo hizo. Suspiró y se apoyó completamente contra él, algo desconcertada ante la sensación poco familiar de alguien más grande y más fuerte ofreciéndole consuelo.
– Allá vamos, -él murmuró-. Mucho mejor.
Justo cuando estaba comenzando a disfrutar de ser abrazada, la puerta en el extremo del cuarto rechinó al abrirse y los ruidos de pasos retumbaron sobre el piso de madera.
– Vuelve a lo tuyo, -le dijo el Maestro Cullen y la soltó.
Dios, alguien había entrado. Sus manos subieron velozmente para cubrirse los pechos.
Con un estallido de risa, el Maestro Cullen le agarró los dedos, sus nudillos rozándole los pechos en el proceso.
– Aprendiz, este cuerpo es mío para desnudarlo o cubrirlo. -Sus duros labios se curvaron-. Pero puedes ponerte el vestido ahora si lo deseas.
Oh, sí, lo deseaba. Salió rápidamente hacia la barra, tomó de un tirón la prenda, y se volvió de espaldas a la puerta, lo que la dejó de frente al Maestro Cullen, pero al menos él ya había visto todo.
Su destello de sonrisa la sorprendió, pero entonces lo arruinó diciendo,
– Esa modestia es algo en lo que trabajaremos también.
Oh, mierda*. Entró apresuradamente en el vestido. Bajando la mirada, se dio cuenta de que el ruedo apenas le tapaba el trasero y el busto le levantaba los pechos a un nivel impúdico. Más bien sexy. Pero el resto… Dos franjas acordonadas del ancho de una mano bajaban por el vestido con sólo una demasiado pequeña franja de vinilo en el medio cubriéndole la entrepierna. Con suerte. Si no se moviera demasiado.
Habiendo tomado asiento sobre un taburete de la barra, el Maestro Cullen tomó su mano y la empujó entre sus piernas extendidas.
– Ataré los cordones por ti.
Con una inquietante habilidad, apretó los lazos a cada lado hasta que el vestido se ajustó más ceñidamente que incluso su piel. Al terminar, la giró hacia un lado y hacia el otro como a una muñeca para admirar su trabajo. Aparentemente se veía bien, pues sonrió abiertamente. Cuando las líneas al lado de sus ojos se estrecharon y su mejilla se arrugó, su cuerpo entero se sintió como si se hubiera puesto de puntillas, a pesar de que no se había movido en absoluto.
Dio un paso atrás y se concentró en recobrar su aliento. Madre de Dios*, el hombre tenía un infame efecto sobre ella.
Sus ojos se entrecerraron, pero quien fuera que se había acercado a la barra, rompió la atención del Maestro Cullen sobre ella.
El hombre se veía lo suficientemente inofensivo vestido con una camisa negra de seda con las mangas enrolladas hacia arriba y holgados pantalones negros de diseño, pero ella no había sobrevivido a los barrios bajos sin la habilidad de ser capaz de reconocer a un hombre que podría ser letal.
Se retiró hacia atrás un poquito y miró a los dos hombres. El Maestro Cullen se veía igual de letal, de hecho, pero el bueno probablemente la mataría silenciosamente, mientras que el entrenador probablemente disfrutaría haciendo mucho bullicio.
– Maestro Cullen, -dijo el hombre mientras sus oscuros ojos grises evaluaban a Andrea-. ¿Ésta es nuestra nueva aprendiz?
– Es Andrea, -dijo el Maestro Cullen-. Andrea, el Maestro Z es el dueño del club. -El hombre tenía cabello negro con destellos plateados en las sienes, por lo que quizás fuera algunos años mayor que Cullen. Una débil sonrisa tocó sus labios cuando le extendió la mano.
Ella la estrechó.
En lugar de sacudir su mano, él curvó los calientes dedos alrededor de los suyos fríos. La apreció un minuto sin hablar, entonces miró a Cullen.
– Un interesante desafío para ti, te diré. -Los ojos grises cambiaron nuevamente en dirección a ella, el impacto como un puñetazo en su pecho-. Andrea, hablaré contigo mañana si regresas. -Su labios se retorcieron-. Buena suerte.
¿Buena suerte?