Tres horas más tarde, fue a atender la puerta, el regocijo floreciendo en su interior… él regresó… sólo para ver a Antonio y a su nuevo novio, Steve. Traían grandes tazas de café y una bolsa de donas. Mientras intentaba disimular la desilusión, los dos hombres buscaron platos y dispusieron todo afuera, en su diminuto balcón bajo el sol de la mañana. Antonio le hizo levantar el pie sobre otra silla.
Andrea tragó algunos mordiscos. Con un poco de suerte los chicos pensarían que el dolor en su tobillo había causado su falta de apetito y le había enrojecido los ojos.
Su compañía era una buena distracción. Por supuesto que lo era. No desperdiciaría más lágrimas en Cullen. El culero*, el desgraciado*, el hijo de puta*. No la merecía a ella.
Por supuesto que no.
Steve la escudriñó.
– ¿Te duele, dulzura?
Andrea respingó. No uses la palabra que usaba mi Señor. Logró sonreír.
– No. Estoy bien. -Tomó su café y lo bebió de un sorbo.
Más musculoso que Antonio, Steve vestía una camiseta y vaqueros, y era definitivamente el dominante en la relación. Ella había deseado que Antonio encontrara a alguien agradable, pero hoy… hoy dolía verlo.
Antonio apoyó su café y se aclaró la voz.
– Pasé por lo de Rosa la semana pasada y escuché algunos chismes sobre tu maravilloso nuevo novio. Guapo, muy semental y realmente caliente, según Jasmine.
Su comentario cortó a través de su duramente-ganada estabilidad como un cuchillo. Se quedó sin aire por un segundo, y entonces forzó un tono pragmático.
– Fue a la fiesta de cumpleaños de Abuelita. Pero no es mi novio. Nosotros n-no… -su voz se quebró-…ya no nos vemos más.
Antonio la miró con un ceño.
– ¿Pero volvieron a estar juntos después de que él pusiera en vereda a la otra sub, verdad?
– ¿Cómo sabes sobre eso?
– ¿Quién piensas que le dijo dónde vive la tía Rosa?
La dejó con la boca abierta.
– C-creí que lo había conseguido a través de sus conexiones con la policía.
Antonio bufó.
– Difícilmente. Estaba tan cabreado cuándo hablamos que pensé que él iba a usar la tortura. Y ahora te ves como el infierno, y no es a causa de tu tobillo. ¿Qué pasó?
– Él quiere que… -Sus ojos ardieron, y volteó la cara, pestañeando con fuerza. Mariquita, llorando por un bastardo-. No le gusta que sea tan independiente. Dijo que si no recurría a él por ayuda, entonces no quería estar conmigo.
Antonio apoyó el tenedor suavemente.
– Maldición.
– Sí, bueno, me importa un carajo*.
– Pura mierda. Sí que te importa un carajo.
– No, no me importa. Puedo arreglármelas sola. ¿Qué le da derecho a querer que dependa de él? -Intentó fortalecer la sensación de estar haciendo lo correcto y encontró sólo un miserable dolor.
– Escucha. No es así. Puedes ser independiente y aún así… -Steve la miró por encima de su café y lo apoyó sin beber-. ¿Sabías que tu indiferente novio llamó por teléfono a Antonio esta mañana? ¿Antes de que el sol saliera incluso?
– ¿Qué?
– Sí. Muy preocupado por ti. Quería asegurarse de que Antonio estuviera cerca. -¿El Señor* había llamado a Antonio después de irse? El calor la traspasó, entonces se fue, dejándola más fría que antes.
– Bien.
– Ese no es el punto del que estoy hablando, sin embargo. -Las cejas de Steve se juntaron, y apretó el hombro de Antonio-. Tu novio dijo que te habías lastimado bastante como para ir a la sala de emergencias. Y que no habías llamado a nadie. ¿Sabes lo enojado que estaba Antonio?
El golpe verbal fue completamente inesperado, pegando como una bofetada a través de la cara. Su café cayó sobre la mesa, derramando líquido marrón sobre sus dedos. Miró a Antonio a los ojos y vio la verdad en sus ojos. Lo había lastimado.
– Pero…
– Sé por qué no lo haces, chica*, pero… ¿Cómo te sentirías tú si yo aterrizara en el hospital y no te llamara?
Herida. Enojada. Realmente dolida.
Empujó su silla hacia atrás, cojeó hasta la baranda, y se agarró de la madera. Con la visión borrosa por las lágrimas, observó cómo dos jóvenes corrían por la acera, esquivando a una anciana paseando a su yorkshire. La puerta de un coche se cerró de un golpe, y una mujer corrió hacia el edificio al otro lado de la calle, llevando una bolsa de verduras.
Sonidos y vistas habituales de la vida diaria. Detrás de ella sólo había silencio. El silencio de Antonio porque lo había lastimado. Igual que había herido a Cullen. Porque había querido hacer todo por sí misma.
Su labio se estremeció, y entonces lo mordió, usando el agudo dolor para contener las lágrimas.
Luego de un minuto, obligó a sus dedos a abrirse, soltando la baranda, y regresó a la mesa.
Steve tenía la mano sobre el hombro de Antonio, sujetándolo en la silla.
Ella sonrió, apenas sintió un poquito de diversión ante la furia en la cara de Antonio por ser retenido lejos de ella.
– Gracias, -le dijo a Steve-. Necesitaba un momento.
Él asintió con la cabeza y dejó caer su mano.
– Eso creí.
Se inclinó para darle a su mejor amigo un abrazo estrecho.
– Lo siento. No te lastimaría por nada en el mundo. -Pero lo había hecho.
Por culpa de papá. Le había permitido a su padre arruinarla más de lo que había creído, dejándolo proyectar su visión del mundo. Se sentó, vio los ojos enrojecidos de Antonio, y su corazón se oprimió.
Dios, lo jodí todo. ¿Cómo iba a arreglarlo?
– Lo intentaré, Antonio. -Pero le había prometido a su Señor lo mismo, y no lo había intentado para nada. No era extraño que se lavase las manos de ella-. De verdad lo haré.
Él asintió con la cabeza. Entonces miró con un ceño fruncido a Steve.
– Tú y yo vamos a tener una conversación más tarde, amigo*.
– De acuerdo.
Andrea pensó por un segundo que había causado una pelea, pero entonces la mano de Steve se deslizó debajo de la mesa, y Antonio se ruborizó de un rojo oscuro. No, probablemente no pelearían más tarde.
Cuando Steve se sentó nuevamente y levantó su café, Antonio le sonrió antes de mirarla.
– ¿Entonces qué vas a hacer respecto a Cullen? ¿Todavía lo quieres? -Más de lo que posiblemente pudiera decir.
– Sí.
Steve preguntó,
– ¿Tal vez si le dices que lo lamentas y…?
– Él dijo, “No me llames”. -Sólo recordar eso le daba ganas de ponerse a llorar.
Antonio respingó.
– Bastante contundente, chica*, pero nunca te vi abandonar sin una pelea.
– No. -Se quedó mirando la mesa. Pero no sé si puedo ser quien él quiere. No sé si quiero.
La semana pasó fluctuante, al igual que su modo de andar. Si bien su tobillo mejoró, el dolor por el rechazo del Maestro Cullen nunca se alivió, pulsando en su interior como una profunda gubia dentro de su corazón.
A causa de su lesión, sus empleados asumieron el control de sus trabajos, dejándole demasiado tiempo para pensar. O tal vez justo el tiempo necesario. Para la tarde del viernes, su bronca se había desvanecido. Cullen y Antonio tenían un buen punto. Su necesidad de demostrar independencia rayaba la locura.
Aunque a su mamá le gustaban las personas, su papá era un solitario, siempre prefiriendo hacer cosas por sí mismo. Y después de su despido de las fuerzas armadas, se había vuelto incluso más retraído. Aborrecía tener que pedir ayuda, y ella había absorbido esos sentimientos haciéndolos propios.
¿Por qué no se había dado cuenta de eso antes?
Bufó. Porque nadie nunca antes me había herido tan profundamente, haciéndome sangrar. Pero la gente necesitaba ayuda de vez en cuando, y eso no los hacía incapaces o inútiles.
Y había aún más que eso. Cuando papá le pedía algo, y ella podía cumplir con esa necesidad, se sentía bien… responsable e importante. En una relación, ambas personas debían sentirse responsables e importantes, y ella le había negado a Cullen esa satisfacción.
Ahora que sabía lo que había hecho mal, lo arreglaría. Si él se lo permitía.
“No me llames”, le había dicho. Perfecto. No lo llamaré.
Presionó las teclas de su teléfono y esperó, con el labio entre sus dientes. ¿Contestaría una secretaria? Podría decirle que era una desconocida qué…
– Shadowlands. -La voz del Maestro Z. Oh, Madre de Dios*, hubiera preferido muchísimo más hablar con una secretaria.
– Hola. Um, yo… -¿Se acordaría de ella? ¿O tal vez ya habían encontrado a un nuevo aprendiz que tomara su lugar? De ser así, el guarda no la dejaría entrar, ni siquiera a ver a Cullen.
Quiero regresar. No salió nada de su boca aún mientras se maldecía a sí misma en silencio.
– ¿Eres Andrea?
– Sí.
– ¿Vas a regresar con nosotros, pequeña?
Oh, se lo estaba haciendo fácil, y su voz era tan suave.
– Me gustaría regresar.
– Por supuesto. ¿Esta noche?
La oleada de anticipación por ver a su Señor le hizo temblar la mano.
– Oh, sí.
– Excelente. Tenemos una subasta, y los aprendices serán necesarios para inspirar al resto. Ponte sólo medias de red, un liguero y zapatos sexy. Tengo ropa adicional en el piso de arriba si la necesitas.
¿Una subasta? ¿Qué clase de subasta? Y aún así sabía exactamente qué clase. Un estremecimiento de excitación la traspasó. ¿El Maestro Cullen ofertaría por ella? ¿Y si no lo hacía?
– Ah… um. De acuerdo. Sí, Señor.
Oyó la diversión en su voz cuando dijo,
– Estoy deseoso de verte, pequeña.
Esa noche, Andrea colgó su largo vestido de punto en su casillero de Shadowlands. Después de los chillidos de alegría de Heather y Sally, de una palmada de Dara, y de chismorrear acerca de lo que le ocurrió a Vanessa, la conversación giró a la subasta.
– No tuvimos una en casi un año. -Parada frente a los espejos, Sally puso las manos en sus caderas y se meneó-. ¿Creen que puedo hacer que el Maestro Marcus oferte por mí?
– ¿Qué tienes para ofrecer? -le preguntó Dara.
– Todavía estoy tratando de decidirlo.
– ¿Qué significa eso? -Andrea se peinó con sus dedos y retocó su maquillaje. Se había maquillado más esta noche de lo habitual… porque sí. Mentirosa… porque vería al Maestro Cullen.
– ¿Qué oferta?
– Vamos, joven Skywalker [30], y te explicaremos. -Sally unió el brazo con el de ella-. Ante todo, no habrá una inspección esta noche, y no trabajaremos de camareras. Ahora mismo, tenemos que ir por nuestras cartas.
– ¿Cartas?
– Ellas mostrarán lo que tenemos para ofrecer en la subasta.
Al salir del vestidor, Andrea le sonrió a Ben cuando se sentó detrás de su escritorio.
El guarda le echó un vistazo rápido y sonrió, regalándole una aprobación levantando su pulgar. Cuando se volvió para ayudar al primero de los miembros a registrarse, Andrea y Sally entraron al bar.
Andrea se detuvo justo al traspasar la puerta, aspirando para llenarse los pulmones con la fragancia a cuero y un deje del cloro de la limpieza. En una hora más, el lugar olería a sudor, perfumes y sexo. La luz de los apliques de la pared titilaba sobre el brillo del bronce y la madera pulida mientras la dura música electrónica de Virtual Embrace arremetía contra sus tímpanos. Dios*, amaba este lugar.
¿Qué haría el Maestro Cullen cuando la viera?
“No me llames”. No podía quitarse esas palabras de la cabeza. Estaba a medio camino cuando se animó a mirar hacia el bar. Y se detuvo en seco.
El Señor* estaba parado en su barra, los brazos cruzados sobre su amplio pecho, y no tenía ninguna expresión en esa cara seria.
La semana pasada, ella había tocado ese rostro, había pasado los dedos sobre los huesos sobresalientes, y él había sonreído… esa sonrisa que el Maestro Cullen hacía… sólo para ella. ¿Y si nunca vuelve a hacerla otra vez? La hará.
De alguna forma ella lo lograría.
Cruzó el resto del camino, un milagro considerando que no podía sentir sus piernas.
– Yo… -Él levantó las cejas-. Y-yo vine. Quiero… Lo intentaré. Quiero intentarlo otra vez. -Andrea tragó en contra de la opresión en su garganta.
Su expresión permaneció seria, y pudo ver la reserva en sus ojos. No le creía. Le había dicho exactamente lo mismo antes. ¿Pero cómo podría probarle que había cambiado… que realmente intentaba cambiar… si él no le daba una oportunidad?
Cullen inclinó la cabeza.
– Únete a los otros, aprendiz.
La desilusión le apretó las entrañas. Había pensado que sencillamente la agarraría y la besaría y…
– Sí, Señor. -Susurró.
Pero la esperanza se encendió en su interior dejando a un lado algo de la desolación. No la había sacado a patadas. Todavía era una aprendiz.
No quiero ser una aprendiz.
Antes de que pudiera hacer algo estúpido, Sally la agarró del brazo y la alejó.
– Jesús, ¿no lo miraste el tiempo suficiente? Vas a terminar metida en un problema. Vamos. -En el extremo más alejado del cuarto, los rincones aislados para sentarse fueron mancomunados en un área grande, escoltada por altos maceteros-. Éste es el acogedor lugar de los subs para esta noche.
Sólo Kari y Jessica ocupaban el área. Vestidas con la ropa habitual de la mazmorra, aparentemente no pensaban participar de la subasta.
Cuando Jessica vio a Andrea, saltó sobre sus pies.
– ¡Andrea! Volviste. -Para cuando terminó de abrazar a la dos, Andrea pestañaba para refrenar las lágrimas.
Jessica sonrió y palmeó su hombro.
– Bueno, aflojemos con la cosa emocional. ¿Por qué, ustedes, chicas, no me cuentan qué van a ofrecer antes de lleguen las hordas?
Andrea tomó una profunda respiración.
– ¿Alguien me explicaría esta cosa del ofrecimiento?
– Yo no he visto una subasta antes tampoco, pero según el Maestro Z, tendrás que ofrecer tu tiempo y tu voluntad para negociar una escena… únicamente para hacerla aquí. -Jessica levantó una gruesa tarjeta de alrededor de 12x12 centímetros-. Escribo aquí lo que estás interesada en hacer con quienquiera que te compre. Puede ser cualquier cosa, desde atender a alguien trayéndole bebidas, o masajes de pies o espalda, y/o azotes y esa clase de cosas, y/o mamadas y sexo.
– Madre de Dios*.
Kari se rió.
– Eso es lo que yo pensé. Creo que sería divertido, pero sólo si Dan me comprara.
– Y tienes que recordar esto, -dijo Sally-. El Dom que te compra podría ser uno que no te guste especialmente. Por lo tanto, lo que pones en la tarjeta tiene que ser algo con lo que te sientas cómoda en dárselo a cualquiera. -Se encogió de hombros, su pelo voló hacia atrás de sus hombros-. Por supuesto, hablarás con ellos antes de realizar la escena, y éste no es un club donde cualquier tipo que pague el costo de admisión pueda entrar. El Maestro Z selecciona a los integrantes.
Andrea asintió con la cabeza.
– Y la idea es que casi cualquiera pueda comprarte…, -Sally soltó una risita-,… es lo interesante, ¿sabes?
– Eres una chica tan mala, -dijo Jessica-. ¿Qué debería escribir en tu tarjeta?
– Digamos que dos horas como límite. Sexo… de cualquier clase. Floggers o varas con dolor moderado. -Sally golpeó ligeramente un dedo en su barbilla y agregó-, más que un Dom está bien, o un Dom y su sub.
Andrea se quedó con la boca abierta.
Sally sonrió.
– Ey, es divertido agregar a otra chica. Y dos tipos pueden ser realmente muy calientes.
¡Jesús, María, y José! Andrea presionó una mano sobre su estómago inestable donde una balsa entera de sensaciones incómodas se había instalado. Tal vez debería irse ahora mientras pudiera.
La idea de permitirle a alguien que no fuera su Señor que la tocara casi le produjo náuseas.
Pero si se iba, la echarían del programa de aprendices, y nunca volvería a verlo. Si se quedara, tal vez podría convencerlo de que había cambiado. De alguna forma.
Pero tendría que dejar que alguien más jugara con ella. Apretó los labios, y enderezó los hombros. Muy bien. Lo había hecho antes, después de todo.
– ¿Andrea? -Jessica levantó una tarjeta-. ¿Qué pongo en la tuya?
– Dolor leve, con floggers o varas o palmadas. -Se mordió los labios y clavó los ojos en el listón verde de sus puños. ¿Y qué pasa con el sexo?
Jessica añadió a regañadientes,
– Para ustedes… los aprendices… Z dijo que se sentiría desilusionado si no pusieran todo de vuestra parte para que esto sea un éxito. Una buena parte de las donaciones que los Doms harán con sus dólares falsos irán al fondo de su fundación favorita para niños.
– Bien. Una mamada. -No consideraba que una mamada fuera demasiado íntimo.
Jessica escribió eso, y entonces levantó la vista, su pluma apoyada sobre la tarjeta.
Andrea negó con la cabeza.
– No puedo hacer más. -Tal vez debería irse. Dio un paso atrás.
Kari curvó un brazo alrededor de su cintura.
– Es suficiente. No tienes que hacer nada más.
Andrea asintió con la cabeza y Jessica ensartó un listón a través de la tarjeta y la pasó por su cabeza como un collar, de manera que ésta quedó rebotando entre sus pechos.