CAPÍTULO 08

El maestro Cullen empujó hacia abajo sus hombros cuando los dedos de la otra mano tocaron su coño, incendiando cada nervio. Dios, ¿qué le estaba haciendo? Se retorció, pero sus dedos nunca se detuvieron. Acarició cada centímetro de la tierna carne, una y otra vez, hasta que su clítoris se hinchó, y todo su coño se sintió apretado.

Cuando introdujo un dedo en su interior, incluso más nervios se sacudieron a la vida. La sensación de plenitud la sobresaltó, pero bueno, no había tenido un amante por mucho tiempo.

– Ha pasado un tiempo para ti, ¿verdad? -él murmuró, su dedo deslizándose más adentro, entonces saliendo y acariciando sobre su clítoris otra vez, hasta que estuvo ahogándose en un ardiente placer.

Intentó moverse, y él le presionó los hombros hacia abajo sin piedad, de la misma manera en que su dedo entraba en ella otra vez. Inmovilizada, invadida. La sensación de impotencia envió calor bramando a través de ella, intensificando cada sensación.

Cuando abandonó a su coño, Andrea gimió por la pérdida. Resbaladizos dedos le tocaron las nalgas. Y luego él abofeteó su trasero. Más duro, mucho más duro que antes, y ella gritó, entonces gimió como, si en cierta forma, el dolor se hubiese trasladado dentro de su sensible coño, enviándola incluso más alto en la necesidad.

– Quiero…

– Pequeña sub… -La mano abierta cayó sobre su trasero haciendo un sonido de bofetada, y el mordaz impacto ardió directamente en su clítoris-. Conseguirás sólo lo que te doy. -Dos implacables palmadas más y su trasero ardía como el fuego.

Volvió a llevar la mano a su coño.

Oh, sí. Intentó abrir un poco más las piernas, y la barra la detuvo, recordándole su impotencia. Su clítoris latía, pulsando intensamente. Sólo un toque, uno más, y ella se correría.

– Por favor…

– Si te oigo hablar otra vez, te amordazaré y te ataré a la pared, -dijo Cullen e introdujo dos dedos en ella.

– Oh oh oh. -Trató de arquearse ante el intenso placer y no pudo moverse. Dios. Él movió hacia atrás los dedos y empujó más duro. Sus nervios estallaron cuando su vagina se estiró alrededor de él. La palpitante excitación se profundizó en su interior, tratando de llegar a su clítoris. Oh, Dios, casi. Oyó un lloriqueo. El suyo. Apretó con fuerza los labios.

Dos repentinas bofetadas más la llevaron más alto, cada impacto creando una candente ola directa a su coño. Sus piernas, sujetadas y firmemente separadas por la barra, temblaban.

Los dedos se deslizaron en su interior otra vez. Adentro, fuera, rodeando a su clítoris, adentro, fuera. Todo dentro de ella se volvía más y más oprimido, y entonces se tensó. Sus uñas rasguñaron el piso. Nada para sostenerse. Lo agarró del tobillo, clavándole las uñas.

– Resiste, dulzura, -él murmuró. Sus dedos entrando en ella nuevamente, presionando profundamente, más profundo.

La mano sobre sus hombros desapareció, y entonces la abofeteó en el trasero tan duro que un brillante fuego se disparó por ella.

– Córrete para mí, mascota. -Un dedo se deslizó sobre su clítoris, justo por encima, frotando, las exquisitas sensaciones eran tan… tan…

La explosión se exteriorizó en ardientes olas de placer. Enterró la cara en contra de su brazo cuando los gritos escaparon de ella. Sus caderas se sacudían debajo de la mano masculina.

Antes de que los espasmos interiores hubieran cesado, sus dedos la penetraron, y le abofeteó el trasero, sagaces y punzantes golpes… y se corrió otra vez, convulsionando con fuerza. Su espasmódica vagina parecía colisionar contra la gruesa intrusión de su interior, enviando más convulsiones a través de ella.

Cuando sus caderas se contonearon, él la inmovilizó con una dura mano encima de su trasero, manteniéndola quieta, mientras sus dedos empujan adentro y afuera. El inquebrantable control le provocó otro pequeño temblor.

Cullen retiró la mano cuando su estremecimiento amainó. En el momento en que quitó los dedos de su interior, ella no pudo reprimir el quejido mientras todo su cuerpo se estremecía, desde los dedos de sus pies hasta sus hombros. Su corazón palpitaba con tanta fuerza que podía sentir el impacto en contra de sus costillas. Dios mío*. No intentó moverse, simplemente yació allí como un ragdoll [15] sobre sus rodillas mientras él acariciaba su espalda.

– Eres hermosa cuando te corres, amor. -Su voz baja la estremeció por dentro como si él hubiera entrado en ella otra vez-. Incorpórate ahora.

La levantó y la sentó en su regazo, sus grandes manos tranquilizándola tan fácilmente como si ella fuera ese ragdoll.

Su piel, húmeda por el sudor, comenzaba a enfriarse, y se estremeció. Con la boca seca, se sentó rígidamente mientras él se estiraba hacia abajo y quitaba la barra que sujetaba sus piernas separadas. Ésta cayó provocando un desagradable ruido sordo sobre el duro piso de madera, y ella juntó las rodillas, escondiendo sus partes hinchadas.

¿Qué estaba haciendo aquí sobre el regazo de un extraño? Esto estaba mal. En medio de un cuarto lleno de gente, se sintió espantosamente sola. Su piel se volvió más sensitiva, y las miradas de los miembros alrededor del área de la escena se deslizaron sobre ella como un cepillo de cerdas duras. Bajó la mirada a sus manos apretadas en su regazo. Me quiero ir a casa ahora.

¿Por qué se sentía tan molesta? Conseguí lo que quería, y estuvo genial. Un orgasmo alucinante. ¿Pero no debería haber más? Su pecho se sentía vacío, demasiado vacío incluso para las lágrimas que picaban en sus ojos. Dios, ella… no debería… quebrarse y llorar.

Él comenzó a empujarla más cerca, y ella se resistió. Cullen se quedó quieto. Una gran mano acariciando ligeramente sobre sus dedos firmemente entrelazados, y entonces le levantó la barbilla.

Andrea quitó la cara de su agarre y apartó la mirada.

– No, amor, mírame. -Con su mano le ahuecó la mejilla, el pulgar debajo de su barbilla ejercía una presión constante a la vez que su voz se profundizaba-. Mírame. -Sabiendo que sus ojos debían estar acuosos, ella se encontró con su mirada entrecerrada-. Ah. ¿Cómo es eso? -Ignorando su intento de echarse hacia atrás, la empujó contra su pecho, los fuertes brazos envolviéndola en su calor-. Austin, -llamó-. Una manta, por favor.

Un segundo después, su abrazo se aflojó, y envolvió una mullida y suave manta a su alrededor. Se levantó, alzándola, sus bíceps hinchándose por el esfuerzo.

Su cabeza daba vueltas, e inhaló profundamente.

– ¿Qué…?

– Shhh, pequeña sub. -Caminó a través del cuarto hacia una de las áreas más retiradas y escogió una silla baja, reclinándose de manera que ella descansara en contra de su pecho. Le presionó la cabeza en el hueco de su hombro. En este lado del club, la música gregoriana palpitaba como un latido del corazón; las voces y el ruido del cuarto opacadas a sólo un murmullo.

– Voy a irme. -Su voz salió imprecisa, como si se hubiera bajado una botella de ginebra.

– No. Tienes que dejarme abrazarte por algún rato hasta que te recuperes. -Podía sentir a su barbilla frotarse sobre la parte superior de su cabeza, la presión de sus labios-. Tuviste una noche difícil, pero no esperaba que te desplomaras de esta manera. -Una suave risa ahogada-. ¿Qué vas a hacer después de una flagelación o de un juego con cera?

Ella estaba tan… en otro sitio… que las palabras ni siquiera le provocaron un buen susto. Ubicó la mejilla en contra de su suave chaleco de cuero y respiró su perfume masculino. Él apretó los brazos a su alrededor, aferrándola tan firmemente que ella no podía moverse, y su fuerza le infundió comodidad más que miedo.

Mientras su mano le acariciaba el cabello y ese lugar vacío de su interior comenzaba a llenarse, ella pudo sentir sus pies y sus brazos. Como si hubiera podido meterse dentro de su cuerpo otra vez.

Ruido de pasos. Austin susurró,

– El Maestro Z dijo que les trajera esto. Dijo que a su gatita le gusta el chocolate.

Algo cayó sobre la manta en el regazo de Andrea.

– Gracias, Austin, -la voz del Señor retumbó debajo de su oído-. Regresa donde está el Maestro Z y dile, “Gracias, Mamá”.

– Señor, -Austin sonaba consternado-. No puedo hacer eso.

– Haz exactamente eso.

Cuando el ruido de los pasos de Austin amainó, el Maestro Cullen se estiró dentro de la manta y sacó el brazo de Andrea. Puso un agua mineral en su mano, curvándole los dedos a su alrededor, y guiándola hacia su boca. Ella bebió un sorbo, y el agua quedó atorada antes de finalmente bajar.

– Otra vez, -le dijo, y volvió a beber. Repentinamente su boca se sentía tremendamente seca, el agua como un extraño tesoro, y ella se incorporó y comenzó a beber codiciosamente.

Una risa retumbante.

– Allá vamos.

Cuando se terminó casi toda el agua, se detuvo con un suspiro.

– Gracias.

Él colocó la botella sobre el final de la mesita ubicada al lado de la silla y tomó algo de su regazo.

– Abre grande.

Sintiéndose como una beba, y con sólo ese pensamiento sintiendo picar sus ojos otra vez, Andrea obedeció.

Chocolate… Hershey [16]. El rico sabor se arremolinó a través de su boca, y ella gimió, entonces levantó la vista para ver al Señor estudiándola, una débil sonrisa en su rostro.

Ignorando su mano, la alimentó con otro cuadrado de chocolate. Cuando ella suspiró de placer, sus ojos se estrecharon.

– Puedo ver una forma fácil para recompensarte de ahora en adelante. -Ella apoyó la cabeza contra su pecho, el vacío de su interior había desaparecido, reemplazado por una cálida satisfacción.

– El chocolate es mejor que el sexo algunas veces.

Oh, descarada, se dio cuenta cuando la diversión le iluminó los ojos. Sus cejas se levantaron, trayéndole de vuelta el recuerdo de sus dedos acariciándole el clítoris, luego llenándola.

Se estremeció, y sus mejillas se calentaron.

– Bien, eso pensé. -Su risa llenó el lugar, y la manera en que la acurrucó más cerca superaba completamente su cronómetro de felicidad.


Qué día tan precioso. Andrea salió un momento al balcón de Antonio y se detuvo. Mientras las espléndidas y prominentes nubes flotaban a través de un cielo azul oscuro, las palmeras que rodeaban el complejo del apartamento se bamboleaban con la fría brisa cargada de sal. Una fila de gaviotas estaba alineadas en el techo del siguiente edificio con precisión militar, en marcado contraste con su mejor amigo que estaba encorvado en una silla.

– ¿Noche difícil? -Puso una taza de café delante de él.

– Estoy poniéndome demasiado viejo para las fiestas, ¿y no es eso una mierda? -Antonio murmuró. Con círculos oscuros debajo de sus ojos, su color casi gris, y su aliento lo suficientemente fétido como para matar a un rinoceronte, él definitivamente se había excedido-. ¿Por qué estás tan asquerosamente risueña? ¿No fuiste a Shadowlands anoche?

Ella le frotó el hombro con compasión y tomó asiento al otro lado de la pequeña mesita de café redonda.

– Fui. Pero el lugar tiene un límite de dos bebidas. Aunque quisiera emborracharme, no me dejarían. -Aunque un par de bebidas fuertes antes de irse podrían haberla ayudado a olvidar las manos despiadadas del Señor sujetándola, controlándola. Los recuerdos la habían mantenido despierta y excitada la mayor parte de la noche. Cambió de posición en la silla, incómodamente consciente de sus tiernas partes íntimas y de su trasero.

Especialmente de su trasero.

– ¿Las cosas están yendo bien? -Él sorbió el café con la determinación de un drogadicto necesitando una dosis.

– Bastante bien. -No, ella le debía a Antonio más que una respuesta de compromiso. Mordió la dona glaseada todavía caliente. Mucho azúcar, cafeína, un amigo con quien hablar, un hombre especial para ver esta noche… ¿quién podría pedir algo mejor?- Muy bien, en realidad. Gracias por hacerme entrar allí, aunque no estoy muy segura de cómo lo hiciste. ¿Tú y el M… Cullen son amigos?

– Conocidos. Tenemos un par de intereses en común. -Antonio apoyó su taza vacía-. ¿Logró sobreponerse a su enojo?

– Oh, sí. -Por la forma en que su mirada se había suavizado, por cómo la había sostenido, por sus besos… todo en ella simplemente se derretía al pensar en él.

Los ojos de Antonio se estrecharon.

– Andrea, ¿no estarás enamorándote de él, verdad?

– Por supuesto que no.

– Oh, maldición, -Antonio masculló por lo bajo. Se inclinó hacia adelante, tomándole la mano a través de la mesa. La mirada preocupada de sus ojos enrojecidos era desalentadora-. Escucha, chica*. Cullen es realmente muy conocido en la comunidad BDSM. Él comenzó el programa de entrenamiento allí, lo ha estado haciendo durante años, y le encanta. Él nunca, jamás se compromete con ninguna de las subs. Sí, liga en el club, pero nunca se cita con ellas. Infierno, ni siquiera se involucra por más de algunos pocos meses con alguien. El tipo es un jugador incorregible, y es absolutamente honesto sobre eso.

El bollo dulce en su estómago se convirtió en un duro nudo, y apartó los restos de la dona. Hizo un esfuerzo para ahogar las protestas que manaban de su interior. A él realmente le gusto, sin embargo. Esto es diferente. Cambiaría por mí. Dios, pero había sido una estúpida. Una completa estúpida.

Levantó la vista al cielo, pero el sol no había desaparecido… sólo la esperanza que no se había dado cuenta que había estado abrigando.

– No estoy enamorándome de él, -dijo firmemente. Ya no más-. Tuvo mucha paciencia conmigo. Y es divertido tener alrededor a alguien realmente más grande que yo, ¿sabes?

– Oh, sí, él es más grande. -Antonio meneó las cejas y dirigió una expresión de “Yo soy gay y guapo, y tienes suerte de que no vaya detrás de tus hombres”.

– Idiota. -Ella frunció el ceño mirando a sus pies, pensando en cómo se había pintado las uñas preguntándose si el Señor lo notaría. Si le gustaría ese color. Estúpida-. Pero todos los Maestros que he conocido hasta ahora son tipos grandes. ¿Es algún requisito para ser Dom?

– Nah. El porcentaje de tipos grandes que hay allí se debe probablemente a que el dueño tiene un montón de amigos ex militares y policías.

¿Policías? Oh, por favor, no. Se estremeció ante el horrible pensamiento de las manos de un policía sobre ella, de uno ejerciendo control sobre ella. Eso no podía ocurrir, simplemente no podía. Debía haber conocido a los tipos ex militares sin embargo; algunos de ellos… incluyendo al Maestro Cullen cuando no estaba sonriendo… definitivamente tenían ese aura de jode-conmigo-bajo-tu-propio-riesgo.

– Bien, hace que sea agradable para mí.

– Bien. -Antonio frunció el ceño, y Andrea podía verlo preocupándose por ella como un perro con un hueso-. Pero, Rambolita, hablo en serio acerca de Cullen. Ustedes dos no encajan. ¿Comprendes*?

Su primo manejaba el arte de leer a las personas, así que él debía de saber algo acerca del entrenador que ella desconocía. Tomó un sorbo de café, y le supo como barro.

Comprendo*. -Tiempo de irse de aquí. De encontrar un lugar dónde pudiera patear algo realmente duro-. Tengo que irme. -Se puso de pie y se detuvo-. ¿Cómo estuvo anoche para ti? ¿Conociste a alguien agradable?

– Un tío llamado Steven. Me recordó a ti, en cierto modo. Pelo grueso y rubio, y tu misma coloración también, sólo que un poco más clara. -Sus labios se curvaron.

Ella bufó.

– Su padre sueco probablemente no se casó con una mujer hispana. -Rodeó la mesa y presionó un beso en su mejilla-. Sólo sé precavido. No es un mundo seguro el de allí afuera, y no puedo darme el lujo de perder a mi mejor amigo.

Él ni siquiera intentó ponerse de pie.

– No te preocupes. Además, ya no me necesitas. Tienes a todos esos Maestros para darte una paliza ahora, ¿verdad?

– Oh, tienes razón. -Molesta, ella le dio una bofetada en la cabeza y sonrió cuando él aulló.

Pero esta noche habría un Maestro menos zurrándola. No más ilusiones sobre el Maestro Cullen para mí.

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