Después de desnudarse y ponerse su traje de baño, Cullen se lanzó a la piscina climatizada y tomó en sus brazos a su sub, ignorando el dolor en el hombro al levantarla. Desnuda y cálida, suave en todos los lugares apropiados, una encantadora y pesada mujer para abrazar. Tal vez debería empujarla hacia un lado y tomarla allí mismo.
– Bájala, Cullen, -dijo Dan-. Estamos jugando un juego aquí. Tendrás que esperar.
La dejó sobre sus pies, complacido cuando ella se apoyó en él, sin ninguna prisa por alejarse. Le quitó los puños y los lanzó hacia afuera, puso un beso sobre sus suaves labios, y la empujó hacia la parte donde el agua era menos profunda, del lado de la red de las subs.
Cuando Cullen se unió a los hombres, Z miró ceñudamente el gran vendaje, Dan lo fulminó con la mirada, y las cejas de Nolan se juntaron. Cullen sacudió la cabeza hacia ellos. Sobreprotectores Doms.
– Me cambiaré las vendas cuando salga.
– Juguemos a la pelota, -instó Z después de dirigirle a Cullen otro ceño fruncido. Sacó la pelota sobre la red.
Chillidos, risitas, carcajadas. Chapoteos. Pechos sacudiéndose y destellos entre las luces del jardín escondidas dentro de la vegetación. Dan anotó el primer tanto y le hizo acercarse a Kari. De la canasta que Z había dejado al lado de la piscina, Dan tomó un set de tenazas para pechos y las sujetó en los pezones de su mujer. Ella chilló, y él le frunció el ceño.
– ¿Estás un poco más sensible estos días?
– Debe ser, -dijo ella con los dientes apretados. Dan bufó y los aflojó.
A pesar de usar un solo brazo, Cullen hizo el siguiente punto. Ser alto tenía ventajas. Le hizo señas con un dedo a su sub.
Andrea caminó por el agua que le llegaba a la cintura, sus pechos oscilando justo por encima de la superficie del agua, en la parte más profunda, del lado de los Doms.
– ¿Cuál es tu color favorito? -le preguntó Cullen. Se había estado preguntando eso desde que se le había cruzado por la cabeza más temprano.
– El azul.
Revolvió rápidamente entre la joyería hasta que encontró un set de joyas azules. Apoyando una mano en su culo, la mantuvo quieta mientras se inclinaba para llevarse un pezón dentro de su boca. La aterciopelada textura, fría por el agua, rápidamente se apretó en una punta dura. Él chupó lentamente, poniendo al pico atractivamente largo.
Mirándola atentamente a la cara, aplicó la abrazadera de pinzas y deslizó el anillo hacia arriba hasta que los pequeños músculos alrededor de su boca y de sus ojos se tensaron. ¿La pequeña sub no era una gritona, verdad? Aflojó la abrazadera ligeramente, dejando sólo el dolor necesario para mantenerla consciente de sus pechos.
Hizo lo mismo con el otro pecho y dio un paso atrás para examinar su trabajo.
– Muy bonita, mascota. Tienes unos pechos bellísimos.
El cumplido la hizo sonreír; el suave tirón que él imprimió sobre las joyas la hizo abrir muy grande los ojos.
Madre de Dios, pero esto se sentía extraño, pensó Andrea mientras cruzaba la piscina otra vez hacia el lado de las subs. Nunca había intentado moverse con una cosa colgando de sus pezones antes. Las joyas se bamboleaban cuando caminaba, provocando calientes zumbidos por su cuerpo, recordándole la sensación de la boca del Maestro Cullen. Caliente. Absorbente. Él había puesto la mano en su trasero para impedirle que se retirase, y por qué eso parecía tan erótico, ella no lo sabía.
El juego continuó. Maldita sea, incluso levantar los brazos para atrapar una pelota hacía que las tenazas tironearan. Más zumbidos. Saltó para recibir un saque alto, bajando con impulso, y apenas logró amortiguar su chillido. Se agarró los pechos. Carajo, eso dolió.
– Eso pareció doloroso, -comentó Jessica-. Es por eso que ellos nos dejan la parte menos profunda…
– Gatita, -el Maestro Z la interrumpió-. ¿Tenías permiso para hablar?
– No, Señor, -dijo la rubia, añadiendo-, joder, joder, joder, -por lo bajo.
– Ven aquí.
Jessica caminó por el agua hacia el otro lado. Z la colocó sobre el borde de la piscina donde una roca redondeada formaba un reborde alto. Le palmeó enérgicamente el trasero tres veces y metió los dedos entre sus piernas hasta que ella se retorció.
Andrea se mordía los labios mientras observaba. Las pinzas en sus pechos le habían vuelto la piel tan sensible que hasta el agua lamiendo alrededor de su cintura se sentía como una caricia. Y observar cómo el Maestro Z zurraba y provocaba… Andrea tragó, recordando las grandes manos del Maestro Cullen entre sus piernas, su dedo… Incapaz de evitarlo, dirigió la vista hacia él.
Con los brazos cruzados, estaba apoyado en contra de un lado de la piscina, y en lugar de estar observando a Jessica y al Maestro Z, la estaba estudiando a ella, su delgado rostro ensombrecido por la luz tenue. Una oleada de calor la traspasó. Dios, lo deseaba; quería sus manos sobre ella.
Cuando sus labios se curvaron, ella se estremeció.
Jessica regresó al lado de las subs, su rostro oscurecido por la vergüenza.
El juego continuó. Andrea se dio cuenta de que los cabrones* deliberadamente se pasaban la pelota mutuamente para rotar al ganador entre ellos, y muy pronto cada sub llevaba puestas pinzas en sus pechos.
Su Señor hizo el quinto tanto.
Un pequeño temblor atravesó a Andrea cuando él sonrió y le hizo señas. Bueno, ya había conseguido esas cosas en sus pezones, ¿así que con qué podría decorarla ahora? Pero dudaba que él tuviera un collar en mente, no con la sonrisa que mostraba.
Registró la canasta y sacó un paquete, luego otro, antes de ubicarla encima de la piedra donde Jessica había sido zurrada.
– ¿Qué son…?
– Ahora, amor, acabas de sumar tres palmadas por hablar. -Ella cerró los ojos. Idiota*.
Su mano le ahuecó la mejilla, y Andrea lo miró.
– Ya sabes, está empezando a gustarme poner este suave culo tuyo todo rosado. -Sin esperar su respuesta, la levantó y la acostó, boca abajo, sobre la roca. Apenas había tenido posibilidad de adaptarse a los pellizcos de las tenazas de sus pechos antes de que la mano de Cullen cayera sobre su trasero. Con fuerza. El aguijón fue mordaz, entonces otro y otro. Sus nalgas ardían, y en cierta forma eso hizo que sus pechos realmente dolieran más.
– Abre las piernas, mascota.
¿Aquí? Oh, Dios. Duras manos se aferraron a sus muslos y los separaron, y él la tocó, deslizando los dedos entre sus pliegues, haciéndola temblar.
– Ya estás encantadora y mojada, -murmuró. El dedo se deslizó a través de su clítoris, y ella se contoneó ante el incontrolable placer. Trazó pequeños círculos alrededor del nudo progresivamente más sensitivo, una y otra vez hasta que éste latía de necesidad, y todo su cuerpo se tensó. Se mordió la parte trasera de la mano cuando un gemido amenazó con escaparse.
– Casi me olvido, estás aquí para ser decorada. -Usó los dedos para abrirle las nalgas. Cuando el frío lubricante chorreó en su grieta, ella jadeó. Él no lo haría. Seguro que no-. No has hecho esto antes. Pero no estaba en tu lista de límites estrictos, ¿cierto? -Más papel rasgándose, y entonces algo presionó en contra de su ano.
Ella apretó, intentando cerrarlo en contra de él.
– No funcionará, dulzura, -le dijo, una profunda comprensión en su voz grave-. Escogí uno realmente pequeño para que se deslizara fácilmente. Como este. -Presionó, entonces el duro objeto entró en ella.
– ¡Aaah! -No le gustaba la sensación. Su contoneo le ganó una enérgica palmada en el trasero justo encima de donde estaba la cosa.
– Quédate quieta.
Pero, pero, pero… él no se lo había pedido ni nada.
El dedo le tocó el clítoris, despertando a la bola de nervios otra vez, sólo que esta vez la excitación se entrelazó con la picadura de su trasero y las extrañas sensaciones en su ano.
Gimió, incapaz de distinguir una cosa de otra.
– Ese es un buen sonido, -susurró él. Las poderosas manos se cerraron alrededor de su cintura, y la puso sobre sus pies.
Ella no se movió. Esa cosa estaba encajada bien arriba dentro de ella, y la parte externa rozaba contra la parte interna de sus nalgas. Se sentía mal, y dar un paso lo empeoró.
Él abofeteó su trasero, el impacto sacudiendo el tapón otra vez, y ella lo miró furiosa.
– Pequeña sub, si todavía estás aquí dentro de diez segundos, encontraré un tapón más grande.
El pendejo*. Se apresuró, tanto como alguien que llevaba algo atascado en su trasero podría apresurarse. Se sentía como si estuviera caminando como un pato.
El juego se reanudó, y oh, Dios, ir detrás de la pelota ahora creaba un baile de sensaciones cuando las joyas tironeaban en sus pezones, el tapón interior la frotaba, y el agua salpicaba en contra de su hinchado clítoris y labios vaginales.
Exhaló un suspiro de alivio total cuando ellos perdieron, y el juego se detuvo.
Kari había sido afortunada y no había conseguido el tapón anal. Ella se veía increíblemente complacida por esa razón.
Cuando todos salieron, el Maestro Nolan abrazó a su sub, entonces le tocó ligeramente las mejillas.
– Estás fría, dulzura. -Volvió la mirada al Maestro Z-. ¿Está bien si utilizamos el Jacuzzi?
– Por supuesto.
El maestro Dan le sonrió a Z.
– Nosotros iremos al rincón del desayuno a usar esa mesa redonda. -Abrochó los puños de Kari y tomó su muñeca-. Ven, pequeña sub. Tengo algunos favores que cobrar.
Cuando se fueron, Z levantó las cejas al Señor.
– El aislamiento de la arboleda si no vas a usarlo, -dijo el Maestro Cullen.
– Todo tuyo. -Z entrelazó los dedos dentro del cabello húmedo de Jessica y tiró ligeramente-. Pienso atar a mi pequeña bocazas en la terraza. Si terminan antes de que lo hagamos nosotros, pueden observar. -La cabeza de Jessica se volvió inmediatamente para clavar los ojos en Z.
– Tú…
Se interrumpió cuando el Maestro Z juntó las cejas.
– Gatita, voy a disfrutar al oír los ruidos que haces cuando te corras con una mordaza en la boca.
Ignorando el jadeo horrorizado de Jessica, Z arrastró a su renuente sub detrás de él.
Andrea miró a Cullen.
¿Mordaza? No, por favor.
Su mejilla se frunció.
– Mira toda esa preocupación. No esta vez, amor. -La tomó de la muñeca-. No confías en mí lo suficiente todavía. La confianza para eso requiere de más tiempo. -Recogió los puños que había arrojado sobre el camino y los abrochó nuevamente en sus muñecas.
– Inclínate.
Cuando ella lo hizo, le quitó el pequeño tapón y lo lanzó dentro de un recipiente escondido entre los canteros de flores. Su trasero se sentía extraño y sensible sin eso.
Silenciosamente, el Maestro Cullen la condujo más profundo dentro de los jardines. Pareciéndose a linternas en miniatura, las luces solares iluminaban el sinuoso camino de piedra. Un arroyo gorgojeante corría al lado del paseo y debajo de un pequeño puente, terminando donde las flores se extendían sobre las rocas en la base de una diminuta cascada. Más flores, destellando blancas y azules bajo la luz de la luna, bordeaban el claro, y el perfume dulce del almendro flotaba a través del aire. Qué bonito.
La anticipación corrió por el cuerpo de Andrea cuando el Maestro Cullen la arrastró hacia un grupo de sillas y mesas. Se sentó sobre una amplia reposera y la empujó hacia abajo a su lado. Arrojándole el pelo hacia atrás con una mano, se inclinó y la besó ligeramente. Ella curvó las manos alrededor de sus musculosos bíceps cuando repentinamente la oleada de sangre en sus oídos ahogó el chapoteo de la fuente. Dios, se sentía como si hubiera estado esperando por su toque toda la vida.
Para su desilusión, él se echó hacia atrás y pasó un dedo sobre su labio inferior. Entonces la provocó con la lengua, los dientes y los labios a pesar de que sus manos intentaban acercarlo más.
– Por favor, -ella susurró.
Apretó el puño en su pelo, y tomó completa posesión de su boca. La dura demanda de sus labios derritió su columna vertebral y avivó cada lascivo deseo de su cuerpo.
Deslizó una mano debajo de una pinza de pezón y acarició la suave piel debajo de su pecho. Con cada movimiento la joya se bamboleaba y tiraba fuerte en su pezón. La sensación de su dura mano y los pellizcos de la pinza la hicieron gemir. Enlazó las manos detrás de su cuello e intentó empujarlo más cerca. Más, más, más.
Él explotó en una risa.
– Exigente pequeña sub. -La hizo girar alrededor y la acostó sobre la reposera. Cuando se recostó sobre ella, sus anchos hombros y amplio pecho le taparon completamente la visión del cielo.
– Dame tus muñecas, mascota.
Se quedó sin aliento. Pensaba atarla. Aquí afuera. Era diferente al interior el club, no había ningún guarda mirando por un monitor, listo para rescatarla. Él abrió la mano y la miró fijamente, esperando a que ella venciera sus dudas.
Confiaba en él, oh, lo hacía, y quería esto. Colocó las manos en la suya, y su aprobadora sonrisa la calentó.
Abrochó los puños de sus muñecas a una cadena en la parte alta de la reposera, y los clics de los ganchos parecieron terriblemente ruidosos… y ominosos… en el silencio del claro.
– ¿Hay restricciones por todas partes en este lugar?
En vez de reprenderla por hablar, él se rió ahogadamente.
– A Z le gusta el bondage. -Asiéndola de los muslos, la arrastró hacia abajo sobre la tumbona hasta que las cadenas tiraron sus brazos directamente por encima de su cabeza. Sus nalgas descansaban cerca del borde más bajo de la silla, dejando sus piernas colgadas hacia afuera del extremo con los pies sobre el pasto frío.
El Maestro Cullen le movió las rodillas hacia afuera, y el aire nocturno acarició su coño mojado.
– No quiero que te muevas. En absoluto. -Envolvió los dedos alrededor de sus muslos, y la sensación de sus fuertes manos envió calor directamente hacia su clítoris-. ¿Me entendiste, Andrea?
Su corazón se saltó una pulsación.
– Sí, Señor.
Le sonrió mirándola a los ojos y deliberadamente pasó un dedo a través de sus pliegues, la sensación fue tan exquisita que la hizo jadear. Y sus piernas temblaron por la necesidad de moverse. Sus ojos miraban fijamente a los suyos. Cuando tocó su clítoris, la sensación le hizo levantar los talones en el momento en que la oleada de excitación se disparó por ella. No te muevas. Obligó a sus pies a regresar al piso.
– Esa es una buena chica, -dijo suavemente. Cuando la mirada de Cullen cayó sobre su coño, se sintió muy, muy expuesta. Su cuerpo entero se sacudió con la anticipación, con la necesidad de él, y él no estaba haciendo nada. Absolutamente nada.
Apretó la mandíbula para refrenar la demanda incipiente. Tócame.
Los ojos masculinos brillaban como si ella hubiera hablado, y entonces él sonrió lentamente.
– He querido encadenarte desde el momento en que te vi, y, cariño, tengo la intención de tomarme mi tiempo y disfrutarlo. -Sus palabras le provocaron un pequeño temblor de excitación, y la sonrisa de él se intensificó. Se movió para sentarse a su lado. Con un dedo, jugueteó con la joya de su pecho. Las diminutas sacudidas zigzaguearon a través de sus pezones, descendiendo hasta que la hicieron retorcerse.
– Ha pasado bastante tiempo, y me estuve muriendo de ganas de chupar tus bonitos pechos. -Quitó la primera pinza. El flujo de sangre regresó a su pezón, y el dolor floreció tan repentinamente que la hizo chillar. Sacudió las manos con fuerza en las restricciones al intentar moverse y no pudo. Apretó los dientes en contra del quejido que intentaba escaparse.
La sonrisa de Cullen destelló antes de lamer sobre el palpitante pico, aumentando la erótica quemadura.
– Uhh. -Dijo jadeando cuando los labios se cerraron sobre su pezón. Su boca estaba caliente. Húmeda. Chupó y lamió el sensible nudo hasta que ella se arqueó incontrolablemente hacia arriba, el dolor y el placer tan entrelazados que no podía decir donde uno comenzaba y el otro terminaba.
Cullen se inclinó hacia atrás ligeramente.
La respiración de Andrea se había vuelto irregular. Cuando el aire frío rozó sobre su mojado y dolorido pezón, su pecho se sintió apretado e hinchado. En el momento en que Cullen se incorporó, ella suspiró y se relajó contra el respaldar, la exquisita tortura había terminado.
Los ojos masculinos se fruncieron.
– No debes haberte dado cuenta, -le dijo como si estuvieran conversando en una cafetería o algo así-, pero la última vez que lo comprobé, las mujeres tenían dos pechos.
¿Qué significaba eso? Ella frunció el ceño.
– Lo que significa que tienes dos pinzas.
Antes de que ella pudiera gritar que no, él desabrochó la otra.
– ¡Oh, Dios!
La ráfaga de flujo sanguíneo dolió aún peor esta vez, y sus manos se sacudieron incontrolablemente, intentando soportar el dolor. Cuando él cerró la boca sobre la quemadura, ella lloriqueó.
Su lengua, húmeda, caliente e implacable, azotó a través de la palpitante y sensible punta. Y mientras el dolor disminuía, la sensación seguía volviéndose cada vez más erótica, y su henchido coño comenzó a pulsar a ritmo con los latidos de su corazón.
Él curvó las grandes manos debajo sus pechos y los empujó hacia arriba, apretándolos, mientras chupaba un pezón, largo y duro, y entonces el otro.
Inclinó la cabeza hacia atrás, y los dedos de sus pies se curvaron. Necesitaba moverse, tocar, y sus brazos se tensaron, haciendo rechinar las cadenas en contra del bastidor metálico de la reposera. Nada cedió y el calor corrió a toda velocidad a través de ella.
– ¿Lindas esas cadenas, no? -Le sonrió a sus ojos y le aferró los codos, recostándose sobre ella, incrementándole la sensación de restricción. Sujetándola en el lugar. Tomó sus labios, chupándole la lengua como había hecho con sus pechos, y ella casi podía sentir la boca sobre sus pezones con cada tirón.
Su control le eliminó la habilidad para hacer cualquier cosa, dejándola únicamente sentir. Y deliberadamente él había abrumado sus sentidos.
Abandonando su boca, Cullen se movió hacia abajo. La mordió en la cintura, rodeando su ombligo con la lengua, y besó la parte superior de su montículo. Cada toque de sus labios salía disparado directamente hacia su coño.
Cuando él se arrodilló en el extremo del sillón, ella se tensó. La V entre sus piernas dolía de necesidad.
Pasó las cálidas manos sobre sus tobillos, apretándole las pantorrillas y los muslos. Un dedo trazó el camino hacia arriba, sobre su piel cada vez más sensible, y finalmente se detuvo en el pliegue entre su coño y su pierna.
Ella comenzó a incorporarse, apenas recordando que él le había dicho que no se moviera. Un estremecimiento la atravesó.
– Muslos tan suaves, -él susurró-, con todos esos músculos escondidos debajo. -Se inclinó, y sus labios tocaron la parte interior del muslo. El desgreñado cabello rozó contra sus labios vaginales durante un tentador segundo antes de que le mordiera la suave piel justo por debajo del pliegue. Ella gritó agudamente, entonces gimió cuando el aguijón salió disparado a su coño.
– Puedo ver que no vas a durar mucho, -le susurró y lamió su clítoris. Un zumbido le llenó la cabeza mientras su cuerpo entero se tensaba. Cuando levantó las caderas, él curvó las manos sobre sus piernas, presionándola en el almohadón, sumando una restricción más, manteniéndola justo donde la quería mientras hacía cualquier cosa que quisiera. Y todo lo que hacía empeoraba su necesidad.
Gimió cuando la lengua frotó un lado de su clítoris, luego el otro, hasta que el nudo se sintió demasiado apretado. Hinchado y vibrante. Oh, por favor… Iba a explotar en un segundo, y nada detendría eso. Las terminaciones nerviosas de su coño parecían haberse agrupado para prepararse mientras deslizaba la lengua sobre la parte superior de su clítoris, tan resbaladiza, tan caliente.
Él movió una mano para que su dedo pudiera acariciar la parte externa de sus labios vaginales, haciendo círculos en su entrada.
Ella tembló, intentando presionar hacia arriba, para apremiarlo a entrar dentro de lo que estaba convirtiéndose en un doloroso vacío.
La lengua serpenteó sobre su clítoris, y los dedos formaron círculos hasta que ambas sensaciones se fusionaron en un todo exquisitamente sensible, y en cualquier lugar… donde fuera… que tocaba la llevaba más cerca del borde. La presión se volvió insoportable. No podía reprimir los largos gemidos que se libraban de ella.
Cuando se detuvo, ella gimió. Más. Oh, por favor. Lo sintió moverse. Un ruido crujiente… ¿un condón? La lamió otra vez, justo sobre su clítoris, hasta que la hizo elevarse, más y más cerca, oscilando sobre el pico, esperando para…
La agarró de la cintura y la deslizó hacia arriba en el sillón. Y en ese entonces bajó sobre ella, su cuerpo pesado y tan duro. Las manos de Andrea se sacudieron en las cadenas, deseosas, necesitando tocarlo.
– Suéltame. Por favor, Señor.
La estudió por un largo momento. Entonces su mejilla se arrugó cuando colocó la mano en su pecho, moviendo los dedos deliberadamente sobre ella, haciendo rodar el pezón hasta que le hizo arquear la espalda.
– Por favor.
– No. -Se recostó completamente encima de ella, su tamaño sorprendiéndola, intensificando su sensación de estar siendo controlada. La erección presionó en contra de su abertura. Hizo girar la cabeza de su polla en su humedad, entonces empujó un poquito en su interior, justo lo suficiente para apretar la piel alrededor de su clítoris, avivando nuevas terminaciones nerviosas con la sensación de plenitud en su entrada. La provocó, deslizándose dentro y fuera a través de sus sensibles labios.
Entonces un dedo tocó su clítoris, ligeramente. Una pequeña caricia, dos. Sus caderas se elevaron cuando todo se apretó otra vez, su vagina intentando cerrarse alrededor de su polla. Dios, sólo un poquito…
– Córrete para mí, ahora, Andrea, -murmuró, y frotó un firme dedo justo encima de su resbaladizo clítoris… justo ese toque que ella había necesitado para empujarla sobre el borde… y al mismo tiempo, empujó profundamente en su interior, enorme y duro.
– ¡Oh, oh, oh! -Una indescriptible explosión de placer estalló a través de ella, arrasando hacia afuera hasta que incluso sus dedos se sacudieron. Sus caderas corcoveaban incontrolablemente en contra de la sorprendente dureza que empujaba dentro de su entrada.
Cuando los temblores secundarios se desvanecieron, Cullen la besó.
– Buena chica. Dios, eres preciosa cuando te corres.
Él había apoyado los antebrazos a cada lado de su cabeza, y ahora presionaba su erección hacia adentro, aliviando su entrada, centímetro a centímetro.
– ¿Lento? -ella preguntó, ni siquiera estando segura de lo que quería decir, y jadeó cuando su polla entró más profundamente en ella.
– No has hecho esto durante un tiempo, mascota. Rápido puede esperar. -Pero su polla no había dejado de avanzar, y ahora estaba comenzando a sentirse empalada. Ella quiso retirarse, pero las piernas masculinas entre las suyas la mantenían abierta. Su peso no la dejaba moverse. Sus ojos nunca dejaban de mirarla-. En este momento, Andrea, deberías estar diciendo “Amarillo”.
Ella podía tomarlo. Podía hacerlo. Jadeó. Es demasiado grande.
– Dilo, Andrea. -Su mirada fija en la de ella mientras se deslizaba aún más adentro, dolorosamente-. Ahora.
– A-amarillo.
Y él se detuvo.
– Muy bien, entonces. El mundo no se paralizó porque le dijiste a tu Dom que estabas sintiéndote abrumada. -Se apoyó sobre un brazo y le ahuecó la cara-. Necesito saberlo, dulzura, y tú necesitas ser capaz de decírmelo. ¿Entiendes?
Ella tragó y susurró,
– Sí, Señor.
– Encantador. -Ahora él retrocedió ligeramente, y ella se estremeció por el alivio. Su polla se movía dentro de ella, adentro y afuera con pequeños empujes, hasta que Andrea se relajó, y entonces él presionó hacia adelante otra vez. Ella gimió, la plenitud y la sensación de completa posesión sorprendiéndola de una forma que no lo había hecho nunca antes.
La pequeña sub definitivamente no había hecho el amor en mucho tiempo, pensó Cullen, sus manos apretando con fuerza el bastidor metálico mientras se contenía a sí mismo. Se sentía tan jodidamente apretada que el deseo de empujar dentro de ella se había vuelto casi insoportable. Sentía sus paredes vaginales acomodándose a su tamaño, y redujo aún más la velocidad, pero continuó con pequeños incrementos hasta que estuvo profundamente sepultado dentro de ella.
Sus bolas golpeaban en contra del pobre trasero femenino que indudablemente estaba un poco sensible como consecuencia del tapón anal.
Ella exhaló un gemido silencioso.
Dios, amaba los sonidos que ella hacía. ¿Cómo sonaría cuando la tomara por su culo?
La estudió durante un largo y lento momento. Su respiración era entrecortada, sus ojos estaban muy abiertos, los músculos de sus brazos tensos y todavía dando tirones en las restricciones. Ella necesitaba más tiempo. Por lo que se apoyó sobre un brazo y se desvió a un pecho. Lleno y sólido, llenaba su enorme mano perfectamente. El pezón se sentía duro dentro de su palma, y cuándo lo pellizcó, su coño se apretó con fuerza.
Le besó sus labios suaves, empujando su lengua adentro y afuera para ilustrarla sobre lo que pensaba hacer con su polla en el siguiente minuto. Ella se estremeció.
Reforzando las manos en el armazón de la reposera, empezó a moverse, saliendo un poco, empujando hacia adelante, hasta que pudo salirse casi completamente y luego empujar todo el camino hacia adentro. El cuerpo de Andrea se relajó y se puso incluso más resbaladizo y caliente. Dios lo ayudara.
Ella había cerrado los ojos, y su rostro ruborizado mostraba sólo la tensión del deseo creciente.
Cullen apretó los dedos en los costados, e intentó un duro empuje.
Su chica abrió los ojos de repente, y jadeó. Dos empujes más, y gimió, un sonido satisfactoriamente carnal.
Observó como su pequeña sub estaba excitada y lista. Y joder, él estaba igual. Estableció un ritmo constante, uno que satisfaría a ambos. No es que él pudiera continuar toda la noche. Había estado erecto todo el tiempo, y ella estaba exquisitamente apretada.
Se estiró hacia abajo y deslizó un dedo sobre su resbaladizo y diminuto nudo; ella libró un grito ahogado. Unos pocos roces más y su clítoris se endureció otra vez, sobresaliendo y suplicándole un poco más. Una petición que a un Dom le gustaba satisfacer. Atrapó su clítoris suavemente entre dos dedos. Empujando a su polla profundamente, levantó el sensitivo botón ligeramente cuando se retiró. Sus caderas intentaban seguirlo, y él empujó duro. Mientras continuaba, las piernas femeninas se estremecían debajo suyo, y ella inclinó la cabeza hacia atrás. Casi allí.
Cambió a un ritmo más duro, y su vagina se cerró a su alrededor como un puño caliente. El cuerpo de ella se apretó como una rígida línea, arqueándose hacia arriba.
Él definitivamente escuchó cuándo Andrea alcanzó su clímax. Su estridente grito rompió el silencio de la noche… la mejor música del mundo, y las exprimidoras convulsiones de su coño… la mejor sensación.
Cuando liberó su propio control, la presión explotó desde la base de su columna vertebral, golpeando duramente en sus bolas, y su polla liberó chorros del tipo Dios-voy-a-morirme. Rugió, el sonido ahogando los gritos femeninos y el bombeo de sangre en sus oídos.
Cuando sus ojos eventualmente volvieron a enfocarse, descansó sobre sus antebrazos. El suave cuerpo debajo del suyo se estremecía cada pocos segundos, su coño se oprimía con cada pequeño temblor. Aspiró un par de profundos alientos y sonrió bajando la atención sobre ella.
– Eres preciosa, dulzura, -murmuró.
Ella levantó la vista con ojos aturdidos, sus labios hinchados y tan irresistibles que volvió a tomarlos por un largo y lento beso. Podía sentir a su corazón retumbando dentro del pecho de Andrea.
Con una mano, le liberó las muñecas.
La sub envolvió los brazos a su alrededor con un suspiro de felicidad. Fuertes brazos y una fuerte mujer. Se movió dentro de ella, sólo para complacerse, y su vagina se contrajo, sacudiéndolo con temblores secundarios de placer. Delicioso.
Le mordió la barbilla y sonrió mirando a esos ojos dorados.
– No me importaría quedarme aquí, dentro de ti, durante mucho, mucho tiempo.
Sus labios se curvaron.
– ¡Vale!
La respuesta le oprimió el pecho, y la boca femenina se suavizó debajo de la suya cuando la tomó con otro beso.
¿Cómo podía esta pequeña amazona atravesar sus defensas con una sola palabra?
Después de un minuto, se retiró, sonriendo ante su gemido de disconformidad. Se deshizo del condón, acomodó sus pantalones cortos, entonces la levantó y apoyó la espalda en contra del respaldo de la reposera con ella extendida sobre él. La quemadura en su hombro dolía como una hija de puta por el ejercicio, pero no le importaba un carajo. Había esperado para tenerla aquí en sus brazos, y tenía la intención de saborear cada instante.
Ella se contoneó hasta que sus curvas llenas se acomodaron sobre él como una manta mullida. Su piel todavía estaba húmeda por el esfuerzo, y su aliento soplaba caliente en contra de su pecho.
Con ambas manos, le ahuecó las mejillas del culo, disfrutando de la combinación de la suave piel femenina y los firmes músculos. Muy parecido a su personalidad… determinada y fuerte, y aún tan vulnerable.
Y si él estaba pensando estas cosas, entonces estaba dentro de un jodido lote de problemas.
Ella colocó los antebrazos en contra de su pecho y se apuntaló a sí misma para poder bajar la vista sobre él. Todavía ligeramente húmedo, su cabello se envolvía alrededor de su cara, rizándose salvajemente en el aire húmedo.
– Um, ¿no…? Pensé…
Le acarició la mejilla, sonriéndole por su confusión. No se había sentido tan contento en años.
– Continúa, cariño.
– Uh, no importa.
Mmm. Estudió su rostro, los ojos esquivos. Bien, ¿a qué preocupaciones ese sinuoso cerebro se estaba aferrando ahora?
Mientras pasaba la mano subiendo y bajando por su espalda, reflexionó. Después del sexo, la mayoría de las mujeres querían establecer una conexión, lo cual era una razón por la que él accedía a tener sexo sólo durante las escenas en el club o con mujeres que no estaban interesadas en una relación seria. Había quebrantado esa regla esta noche. ¿Cuántas más rompería?
– Pregunta, Andrea.