CAPÍTULO 07

Andrea respingó ante el chasquido del látigo… de una sola cola alguien lo había llamado. Se veía amenazador para ella, y seguro que dejaba grandes marcas rojas. La Domme lo maniobraba bien, ubicando cada marca cuidadosamente, y nunca golpeando sobre las bolas colgantes de su sub. Cuando era niña, Andrea les había envidiado a los tipos sus atributos. Podían orinar haciendo grandes arcos y no tenían que ponerse en cuclillas. Pero esa parte masculina parecía terriblemente vulnerable. El látigo subió por los muslos del hombre, y los músculos del sub se apretaron. No, el intercambio no valdría la pena.

Cuando Andrea se apartó de la escena, un tipo enorme la agarró del brazo. Con un conmocionado gruñido, ella le quitó la mano de un empujón y lanzó un puñetazo, incapaz de detenerse cuando se percató…

Él le atrapó el puño con una mano dura como una roca tan fácilmente como si ella le hubiera lanzado una pelota de tenis. Intentó dar un paso atrás, pero él no se lo permitió.

– El Maestro Cullen está haciendo un pésimo trabajo de entrenamiento estos días. -Su voz sonaba como un triturador de basura que tenía atascada una cuchara, sólo que este tipo probablemente podría masticar la cuchara por sí mismo. Estaba vestido con ropa de cuero negro, una camiseta negra sobre un pecho musculoso, y Madre de Dios*, llevaba el brazalete dorado de los Maestros.

Oh, mierda*, lo había hecho otra vez.

– Lo siento, -se apresuró a decir-. Señor, lo siento mucho, mu…

– Silencio. -Los implacables ojos negros se estrecharon.

Ella se atragantó conteniendo el resto de sus disculpas.

Él le liberó la mano.

– Creo que el castigo es la ropa. Desnúdate. -Dios, ¿iba a terminar desnuda todas las noches? Con una sensación de resignación, se bajó sus recientemente comprados pantalones cortos y la parte superior, y permaneció de pie delante de él. Un cuerpo sin ropas, y ahora, había añadido un afeitado… desnudo… coño. Mantuvo las piernas apretadamente juntas.

– ¿Cullen no te ha enseñado algunas posiciones?

¿Posiciones?

– No, Señor, -le dijo, con extrema cortesía.

Él gruñó y volteó la cabeza.

– Beth. Demuéstrale. -Una delgada pelirroja con una magnífica falda de látex acampanada y un top dorado se acercó.

Le dirigió a Andrea una simpática sonrisa, entonces se paró con una postura tipo militar y colocó las manos detrás de su cuello de manera que los codos apuntaran hacia afuera.

– Hazlo, -el Maestro le dijo a Andrea.

Ella observó a Beth e imitó la pose.

– Casi aceptable. -Se paró frente a ella, de forma muy similar al Maestro Cullen durante la inspección, sólo que en este momento no llevaba puesto nada encima. Y ni siquiera conocía su nombre. Apenas logró evitar sobresaltarse cuando él puso un gran pie entre los de ella y le apartó de un empujón las piernas. Se movió para mirarla por detrás-. Entrelaza los dedos.

Reacomodó las manos, entonces se tensó cuando le empujó los codos más atrás, haciendo que sus pechos se elevaran y apretaran. Dios, qué humillación.

Hizo un círculo a su alrededor otra vez.

– Mejor. -Mirando a la otra sub, asintió con la cabeza-. Perfecto, dulzura. Gracias.

Cuando extendió el brazo, la pelirroja se acurrucó contra su lado sin vacilar.

Andrea parpadeó ante su valentía. El tipo parecía como si comiera rocas como aperitivo.

Los negros ojos examinaron a Andrea otra vez.

– Ven conmigo. -Oh, no. Llevaba los listones verdes en sus puños. Seguramente él no querría… ya tenía una sub.

Recogió su bolsa de juguetes y entró en un área de escena desocupada. De su bolsa, sacó una soga, todavía dentro de su embalaje.

¿Una soga? Andrea dio un paso atrás, entonces se congeló, esperando que él no lo hubiera notado.

Lo hizo. Un destello de humor apareció en sus ojos antes de que señalara un lugar en el centro del área.

– Párate allí, toma la posición que acabas de aprender, y no te muevas. -Cuando rasgó el plástico, Andrea oyó susurros desde la audiencia que se había reunido.

– Nolan… Shibari… aprendiz…

La pelirroja le sonrió a Andrea y se arrodilló graciosamente a un lado. El Dom miró a Beth y luego sacó una botella de agua de la bolsa y se reunió con ella.

– Bebe esto, dulzura. -Le acarició el pelo, y la ternura en su rostro lo cambió totalmente-. Jadeaste tanto en la mazmorra que probablemente estés deshidratada.

Beth le dirigió una mirada contrariada.

– ¿Y de quién fue la culpa de eso, maldito bastardo? -En vez de darle un golpe, él se rió.

Cuando se volvió a Andrea, dijo,

– Soy el Maestro Nolan. ¿Cuál es tu palabra de seguridad?

Sus brazos se sentían como si alguien le hubiera puesto pesas en sus muñecas.

– Rojo, Señor.

– Muy bien. El Maestro Cullen dijo que no tienes problemas médicos. -La inmovilizó con una oscura mirada-. ¿Eso es cierto?

– Sí, Señor.

– Bien. -Le envolvió la soga detrás del cuello dejando que los extremos colgaran entre sus pechos desnudos-. Esto se llama Shibari, y no es sólo bondage, pero puede ser erótico y hermoso. Intentaremos lograr esas tres cosas. -Mientras hablaba, sus manos trabajaban, atando la soga de formas intrincadas. Por arriba, entre medio, y debajo de sus pechos, oprimiéndolos. Estrechamente alrededor de su cintura, creando la sensación parecida a la de un corsé. Entonces a través de sus nalgas y alrededor de sus muslos, apretándolos como ceñidos pantalones cortos.

La estudió por un segundo antes de arrastrar la soga desde atrás hacia arriba entre medio de sus piernas.

Después de recorrer con la mirada a su coño, añadió un nudo y amarró el extremo de la soga rodeando su cintura. Cuando lo apretó, el nudo presionó directamente contra su clítoris.

¡Dios! La presión en el punto más sensible de su cuerpo envió ondas expansivas por ella.

– Ahora, el estilo japonés tiende a inmovilizar, pero pienso que el bondage es aún más erótico cuando se está en movimiento. -Le ató los brazos detrás de la espalda, no de manera incómoda, pero lo suficientemente apretados como para que sus pechos presionaran hacia adelante. Y lo suficientemente seguros como para que ella no pudiera tocar ninguna de sus sogas.

– Está listo. -Cruzó los brazos sobre su camiseta negra y bajó la mirada sobre ella-. Encuentra al Maestro Cullen y explícale por qué estás desnuda. No te quites las sogas por al menos una media hora. -Una sonrisa apenas perceptible cruzó su rostro-. Por supuesto, si el Maestro Cullen está molesto, las tendrás toda la noche.

Y entonces le dio una palmada en el trasero como si quisiera hacer mover a un caballo hacia adelante.

Ella dio dos pasos y se detuvo, completamente horrorizada. Cada movimiento raspaba la soga entre sus labios vaginales y arrastraba el nudo a través de su clítoris. Con las manos detrás de su espalda, no podía ajustarla ni apartarla. Miró por encima de su hombro al Maestro Nolan. Ninguna sonrisa manifiesta en su duro rostro, pero la risa destellaba en sus ojos.

Tal vez sólo me quedaré aquí durante la media hora y fingiré ser una estatua.

– Recibiste una orden, sub, -dijo él suavemente.

Oh, no. Intentó caminar lentamente, tratando de no mover las caderas, tratando de no respirar. Nada ayudaba. Cada paso movía el nudo, y todavía la estimulación nunca se intensificaba lo suficiente como para correrse.

Para cuando se acercó a la barra, su rápidamente inflamado clítoris ardía de necesidad. Se detuvo para tratar de recobrar la compostura. Como si eso fuera a ocurrir.

– Cabreaste al Maestro Nolan, ¿verdad? -dijo la profunda y áspera voz del Maestro Cullen.

Ella miró por encima y lo vio a él y a Marcus sentados en los taburetes de la barra.

El Maestro Marcus miró a Cullen.

– Ese es un gran trabajo. ¿Por qué crees que él está enojado?

– Añade el nudo de la entrepierna sólo por disciplina, – dijo el Maestro Cullen.

Andrea se ruborizó cuando la mirada de Marcus bajó a su ingle.

– Puedo ver cómo eso podría convertirse en algo un poquito incómodo, -dijo.

La risa de Cullen no la divirtió en absoluto.

Cullen plegó un dedo debajo de la soga de la entrepierna, haciendo más intensa la presión del nudo en su clítoris. Ella apenas reprimió un gemido.

Cuando la empujó entre sus piernas extendidas y apoyó las manos sobre sus hombros, Andrea deseó con tantas ganas que la abrazara que se estremeció.

– ¿Qué sucedió, encanto?

– Él me sobresaltó. -Ella bajó la mirada-. Amagué con golpearlo.

– Tipo equivocado para asestarle un golpe.

El eufemismo del año.

– Sí. -Consideró no mencionar el resto de las instrucciones del Maestro Nolan, sin embargo, las buenas chicas católicas no deberían suicidarse-. Dijo que quería que conservara las sogas por al menos media hora. -¿Tal vez el Señor pensara que era excesivo?

Él aplastó sus ínfimas esperanzas.

– Que sea media hora. -Cullen miró a Marcus-, Nolan prefiere el estilo japonés que no usa casi nudos. ¿Ves cómo las sogas se retuercen sin ser anudadas? -Los dedos del Maestro Cullen pasaron sobre las sogas, rozándole ligeramente la piel. Delineó la soga que pasaba alrededor de su hinchado pecho izquierdo, y el pezón se apretó tan duro que dolió-. Te ves hermosa con las sogas, Andrea, -le dijo-. Y veo que amarró tus brazos para que no puedas intentar golpear a nadie más… sin importar lo que hagan. -La miró directamente a los ojos y pasó los nudillos sobre la apretada punta de su pezón.

Un quejido escapó de ella, y sus brazos se sacudieron impotentemente a sus espaldas.

Los ojos del Maestro Cullen se estrecharon. En lugar de detenerse, él jugó con sus hinchados pechos, restregando los pulgares sobre los puntos duros y provocando que el calor la atravesara velozmente en ondas.

Cuando finalmente se detuvo, sus piernas temblaban como gelatina.

– Por la siguiente media hora, caminarás dando vueltas alrededor de la barra. Deteniéndote delante de mí en cada vuelta, -le dijo.

Carajo*. Ella lo miró.

Él levantó las cejas.

– Sí, Señor. -Ella se alejó. Cuidadosamente. Lentamente. Cabrón. Hijo de puta*.

Silbando con la música, su Señor regresó a su barra.

Una vuelta. Dos. Con cada vuelta y parada, él volvía a salir. Y cada vez, la provocaba, jugando con las sogas, acariciándole los pechos. Una vez movió la soga de la entrepierna, no quitándola de su clítoris, sino corriéndola sólo una fracción de centímetro hacia un lado para que presionara en un nuevo lugar. Ella se puso incluso más hinchada y sensible.

Casi veinte minutos más tarde, cuando comenzaba otra vuelta, se dio cuenta que su cabeza se sentía ligera. Oh, Dios, no. A veces, especialmente si se saltaba las comidas o no bebía suficientes líquidos, se mareaba. Sólo se había desmayado un par de veces, dado que usualmente tomaba consciencia de detenerse y sentarse hasta que pasara, y entonces solucionaba lo que lo había causado. Pero no podía sentarse, no esta vez. “Nunca muestres debilidad.”

Apretó los dientes, intentando alejar la negrura fluctuando en los bordes de su visión. Su boca tenía un sabor como si hubiera masticado papel metálico, y su cara se sentía caliente, entonces fría. Puedo hacer esto, maldita sea. Se tambaleó contra una mesa, sacudió la cabeza, y continuó caminando.

Una mano asió su barbilla, y ella pestañeó, intentando ver a través de la neblina.

– No. No necesito ayuda.

– Infierno que no.

Su cabeza comenzó a girar tan rápidamente que su estómago se retorció, y entonces se dio cuenta de que el Maestro Cullen la estaba llevando a cuestas. La colocó sobre un sofá.

Con sus pies hacia arriba, el mareo amainó, y la vergüenza la embargó. Había fallado. Ni siquiera podía caminar alrededor de la barra unas pocas veces.

– Heather, tráeme agua, -dijo el Señor. Cuando ésta llegó, apoyó la botella en contra de su boca.

Ella intentó agarrarla, pero él no le había liberado los brazos de detrás de su espalda.

– Bebe.

– Yo…

– Bebe, sub. Hablaremos en un minuto.

Bebió el agua, eliminando el sabor metálico. Cada vez que tragaba, bebía otro trago más hasta que la mayor parte de la botella se había vaciado.

Entonces el Maestro Cullen sacó unas tijeras de su bolsillo y cortó las sogas, dejándolas caer en un montón sobre el piso. En el momento en que la sangre regresó rápidamente a cada área comprimida, su piel hormigueó y ardió. Cuando él le empujó los brazos hacia adelante, ella gruñó.

– Pobre bebé. -Riéndose, la deslizó hacia abajo para que su cabeza descansara sobre el brazo del sofá, entonces masajeó sus doloridos músculos con fuertes manos. Su cuello, sus hombros, la parte superior de sus brazos, apretando hasta el punto del dolor.

Los nudos en sus hombros se relajaron, y ella suspiró. Pero que él estuviera atendiéndola se sentía equivocado.

Ese era el trabajo de ella. Intentó incorporarse.

Él la presionó hacia abajo, sujetándola allí con una dura mano entre sus pechos.

– No te muevas, sub.

Ella miró su severa expresión. Parecía muy enojado. Ahora le gritaría por haberlo jodido. Ella no podía ni siquiera caminar alrededor del cuarto sin acobardarse.

– Lo siento, Señor, -susurró.

Sus ojos se estrecharon.

– ¿Qué exactamente es lo que sientes?

Su mano todavía la presionaba en contra de los cojines, no permitiéndole apartarse.

– No hice lo que dijiste, no terminé de caminar mi media hora. Yo… -Soy un fracaso, una debilucha.

– Ya veo. -Sus nudillos acariciaron a lo largo de su mandíbula. Pero había dejado de mantenerla presionada, así que ella empezó a…

– Quédate quieta, -ordenó bruscamente.

Ella se dejó caer hacia atrás sobre los cojines, aunque no podía relajarse.

– Andrea, ¿notaste que estabas mareada?

– Sí. -Uy-. Sí, Señor.

– ¿Por qué seguiste caminando?

¿Qué tipo de pregunta era esa?

– Porque tú me lo dijiste.

Él bufó.

– Y si hubieras continuado otro minuto, habrías caído desplomada en contra del piso.

Ella se sonrojó y dejó caer su mirada. Perdida.

– Infierno. -Un dedo debajo de su barbilla le levantó la cara-. Mírame. -La contempló durante un largo minuto-. Encanto, espero mucho de mis aprendices, pero tú eres simplemente humana. Si te mareas, o si estás en un momento inoportuno del mes, o si te sientes débil, quiero saberlo. Eso es parte de la honestidad entre una sub y un Dom.

¿Cómo si él fuera a escuchar más de lo que lo había hecho su padre?

Él juntó las cejas, y su boca se puso rígida como si la hubiera oído.

– Y si por alguna razón, no estoy escuchando, sería adecuado oír la palabra “rojo”, saliendo de esos bonitos labios, alta y clara.

¿Admitir una debilidad? ¿Abandonar? No para mí.


Los músculos de la pequeña sub se habían tensado otra vez. Eso seguro que no era el aspecto de un acuerdo para Cullen. Y por qué diablos había continuado caminando a pesar de que obviamente estaba dirigiéndose a un desmayo. No había visto una determinación como esta desde sus salvajes días de bombero, observando a los candidatos pasar la prueba de los cinco kilómetros.

Había sabido que ella tenía un espíritu que nunca se rendía, ¿pero eso incluía un problema para pedir ayuda? Demasiados policías y bomberos a menudo tenían esa disposición mental, especialmente los idiotas machistas que creían que el hecho de pedir ayuda los convertía en maricones.

Sin embargo, nunca había visto una mierda como esta en una sub.

– ¿Por qué no estoy escuchando, “Sí, Señor. Si no me siento bien, le pediré ayuda”? -Cuando sus manos se apretaron en puños, él se dio cuenta de que había expresado la pregunta con un gruñido. No importa-. Respóndeme.

– No me gusta pedir ayuda. -Sus ojos se encontraron con los de él. Serios. Obstinados. La Señora Macho Todo Bien.

Momento de recordarle que… al menos en Shadowlands… los subs no tomaban decisiones ni decían, “no quiero”. Le inmovilizó el brazo izquierdo en contra de su cadera, asió su otra muñeca, y usó su mano libre para ahuecarle un pecho.

La sorprendida mirada en sus ojos lo gratificó. Intentó levantar los brazos, notando que no podía moverse, y sus ojos se dilataron. Pequeña sumisa. Jugó con sus pechos, rodeando los pezones con el pulgar, presionando la plenitud hacia arriba, disfrutando como era el derecho de un amo. La respiración de ella se incrementó, y un pulso martillaba en su cuello. Pero el placer que obtenía al ver su respuesta al ser restringida no tenía nada que ver con esta conversación.

– ¿Por qué no te gusta pedir ayuda si la necesitas?

Cuando su respuesta no llegó rápidamente, le pellizcó un tierno pico.

Ella apenas logró amortiguar el chillido, pero su espalda se arqueó.

– ¿Por qué? -Hizo rodar el pezón entre sus dedos, manteniendo la presión lo suficientemente dura como para que sus mejillas se ruborizaran. Pechos sensibles. Algún día tendría que comprobar si ella podía correrse sólo por la provocación en sus pechos.

– No sirve de nada. -Sus ojos tenían un destello de angustia.

Alguien la había decepcionado. ¿Tal vez varios “alguien”?

Ella añadió rápidamente,

– No. Quiero decir… digo, que a mi padre no le gustaba… Él era militar. No pedía ayuda.

Contoneó las caderas cuando su cuerpo se despertó al toque de Cullen. Este bufó, soltándole el pecho, y se movió al otro. El bajo gemido que ella exhaló deleitó a sus oídos, y su polla se endureció. Inclinarla sobre el sofá y tomarla por detrás los complacería a ambos, pero él necesitaba comprender este problema suyo.

– ¿Nunca estuvo en una brigada? ¿Nunca le pidió ayuda a un tipo de su grupo? ¿Desprovisto de un arma? ¿Qué tipo de trabajo de equipo es ese? -La pellizcó otra vez cuando ella obviamente trataba de encontrar las palabras correctas-. No pienses. Sólo contéstame.

Ella lloriqueó y dijo,

– Era un francotirador. No le gustaban los equipos. -¿Operaciones encubiertas sin respaldo? Eso apestaba y explicaba mucho. Esos tipos creían seriamente en la mierda depende-sólo-de-ti-mismo. Infierno.

– Dulzura, lo que él dijo acerca de depender sólo de ti misma no funcionará aquí. Necesitamos saber que usarás tu palabra de seguridad.

– Y-yo no…

No era la respuesta que él quería, pero al menos no le había mentido. Suavizó su toque y simplemente la acarició, desde su gracioso cuello hasta justo por encima de su coño. Hermoso desnudo coño donde su hinchado clítoris todavía asomaba entre los labios.

¿Así que debería sacarla de las aprendices? Su renuencia a rendirse creaba un problema de seguridad. Pero la pequeña Señorita Independencia era verdaderamente una sumisa, y el Dom en él quería arreglar esto.

Especialmente al pensar que ella podría terminar en alguna otra parte donde no conocerían sus inhibiciones o ni siquiera la cuidarían correctamente.

Mientras continuaba acariciándola, ella apretó las piernas con un pequeño contoneo. Su color subió. Él sonrió, al mismo tiempo en que su polla se ponía dura como una roca. Ella necesitaba correrse, desesperadamente.

– Voy a irme a casa ahora. -Su voz comenzó suave pero se afirmó al final.

Probablemente se estaba muriendo por encontrar alguna privacidad y correrse por sí misma, especialmente teniendo en cuenta que no pediría ayuda. Un día de éstos la conduciría derecho a ese punto… una y otra vez. Otra divertida lección que esperaba con anticipación.

Aparentemente había tomado la decisión de que permaneciera, después de todo. Ella se quedaría, y él trabajaría en el asunto de la palabra de seguridad junto con ella. Delineó la rosada línea de la soga en su lado izquierdo, bajando por su estómago hasta su montículo.

– No vas a irte a casa todavía.

Cerró los ojos, e inclinó las caderas dentro de su mano como un gato mendigando más. Él se rió entre dientes.

El Maestro Z llamaba gatita a su sub. Andrea no era una gatita, era una tigresa. Más grande, de garras más rápidas y más mortíferas, pero le gustaba mucho ser mimada de la misma manera.

Veamos simplemente cuánto…

– ¿Sabes?, más temprano esta noche me di cuenta de que te había mostrado sólo un lado de la lección aquella primera noche.

El rubor de la excitación le tiñó las mejillas. Él bajó el dedo deslizándolo una fracción dentro del pliegue entre sus labios exteriores, deteniéndolo justo encima de su clítoris. Tan excitada como ella se veía, cualquier estimulación la enviaría sobre el límite. Ella juntó las cejas mientras intentaba pensar.

– ¿Qué lección?

– Te zurré, ¿recuerdas?

– No soy propensa a olvidar cuando alguien azota mi trasero con un gran pedazo de madera. -Él se rió. Cuando Andrea curvó los labios en respuesta, se rindió al deseo y tomó su boca… con rudeza. Profundamente. Satisfactoriamente, en especial cuando ella entregó todo lo que tenía, participando completamente.

Cuando se echó hacia atrás, sus labios estaban tan hinchados y mojados como su coño.

– Voy a zurrarte ahora. -Le atrapó los brazos, anticipando su instintivo intento de alejarse-. Te di la primera azotaina para castigarte, ésta será por diversión.

– Tu diversión, tal vez. A mí no me gustó eso para nada. No. -Ella forcejeó de verdad, y él tuvo que sofocar su risa.

– Aprendiz -le dijo, con el tono suficiente como para que ella tuviera que mirarlo-. No te pedí permiso.

Ella se quedó quieta, su respiración más rápida. Sus labios se movieron… No… pero no salió ningún sonido.

Él dejó que su voz se suavizara con la aprobación.

– Muy bien. Ahora dame tu mano. -Ambos sabían que él podría doblegarla, pero eso no era sumisión. La sumisión era la guerra en sus ojos mientras su deseo a negarse luchaba en contra de la orden de su amo.

La sumisión era su mano apoyándose dentro de la de él.

Cruzaron el cuarto a través de los charcos de oscuridad que dejaban los atenuados parpadeos de los apliques. Un profundo canto gregoriano palpitaba por debajo del murmullo de los miembros, y de los sonidos de dolor que indicaban que Shadowlands habían pasado a los juegos nocturnos.

Mientras la llevaba al trono diseñado especialmente para azotes, Cullen supo que debería haberle encargado esa tarea a otro Maestro. Pero él quería mostrarle este lado del deseo… y llevarla al orgasmo en Shadowlands por primera vez.

Tomó una barra tensora de la pared.

– No te muevas. -Después de abrochar el puño en su tobillo izquierdo, apuntó al otro extremo de la barra de metal-. Pon el pie por acá.

Cuando ella se detuvo a considerarlo, él le abofeteó el muslo con fuerza. Sus piernas se separaron.

Abrochó el otro puño. La barra de metal le impedía cerrar las piernas y mantenía ese coño abierto y disponible. Cuando se arrodilló sobre una rodilla, pudo oler el intoxicante aroma de su excitación y ver la resbaladiza humedad entre sus muslos. Su abusado clítoris rosado, todavía demasiado hinchado como para retraerse detrás de su capucha, esperaba por su toque.

Estuvo tentado de abrirla aún más para usar su lengua, pero si lo hiciera, ella no tendría esta lección. Así que se levantó y tomó asiento en la silla, colocando los pies en los reposapiés de metal. La altura del pedestal de la silla dejaba a sus rodillas a la altura de la parte superior del estómago de ella. Le asió la muñeca y la empujó más cerca, sonriendo ante sus dificultosos pasos.

– Sobre mis rodillas, mascota. -Su mirada de incredulidad lo hizo sonreír. Podría explicarle la intimidad añadida de sobre-las-rodillas y de la zurra-con-las-manos-desnudas, pero ella lo descubriría lo suficientemente pronto. Él simplemente le sostuvo la mirada hasta que sus ojos bajaron, y ella se colocó encima de su regazo. Apenas. El estómago descansaba sobre sus muslos.

Él gruñó, divertido.

– No pienso zurrarte los hombros, amor. -Con una mano entre sus piernas, la reacomodó, cabeza abajo.

Aún con su altura, las puntas de sus dedos apenas rozaban el piso. Sus piernas en el otro extremo colgaban sin ningún apoyo. Cullen sonrió. Z le había encargado al carpintero que diseñara la silla con más altura sólo para inducir a ese sentimiento de impotencia.

Andrea tragó.

Y esa era justamente la respuesta correcta. Cullen presionó la mano izquierda sobre sus hombros, aumentando su sensación de desvalimiento. Con la derecha, le masajeó el trasero. Suave y redondo, con músculos duros por debajo. Perfecto.

– Tienes un precioso trasero, Andrea. -Pasó la mano sobre la parte baja de su espalda y dentro del hoyuelo de su columna vertebral.

Cuando el dedo tanteó la grieta entre sus mejillas, ella se tensó.

– No esta vez, tesoro, pero tengo la intención de darte una muestra de sexo anal un día de éstos. -Y él sabía que su expectativa y preocupación sólo aumentarían cuanto más tiempo se demorara.

Le palmeó el culo ligeramente para calentar la piel y sensibilizarlo. Entonces deslizó la mano entre sus piernas.

Dado que tenía sus hombros inmovilizados, ella sólo podía retorcerse impotentemente mientras pasaba un dedo a través de sus resbaladizos labios vaginales y sobre su clítoris. Estaba hinchado y demasiado sensible para la presión directa… al menos por ahora. Deslizó el dedo de arriba abajo por un lado, muy suavemente, sintiendo como siempre que sus manos eran demasiado grandes para un trabajo tan delicado.

Encontrando, como siempre, que no le importaba.

Lentamente, mientras él la provocaba, los músculos de la espalda de Andrea se apretaron formando largas líneas duras. Su respiración se incrementó.

Allá vamos. Abandonando su coño, le dio una bofetada a la mejilla derecha de su trasero, entonces a la izquierda. Sus piernas intentaron patalear, pero la barra tensora le impedía moverse demasiado. La abofeteó más duro, llevándola justo sobre el borde del dolor. Su piel dorada adquirió un matiz rosado.

Y entonces deslizó la mano otra vez entre sus piernas.

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