Ningún taburete vacío en la barra a la vista. Refrenando un gemido, Andrea Eriksson desvió su peso al otro pie y movió sus dedos entumecidos. Quién demonios fuera que hubiera inventado las botas de tacones de aguja debería arder en el infierno.
No obstante, algunas personas probablemente pensarían que el club de BDSM de Tampa era un infierno. Un hilito de sudor bajó por su espalda debajo de la chaqueta de motorista. Era definitivamente lo suficientemente caliente para ir al infierno.
Debería haberse quedado en casa, tomando un largo baño de espuma con música, poner algo de Enya, y disfrutar de su acogedor apartamento. Su refugio, lejos de los barrios bajos, y alquilado con su propio dinero.
Pero no. Quiso estar aquí en este club de BDSM ubicado en el centro de la ciudad. O algo así. Desafortunadamente, ya había recorrido el lugar dos veces, buscando posibles Doms. Sólo dos tenían esa mirada de absoluta seguridad de los auténticos Doms, y ambos ya tenían sumisas con ellos.
Sorbiendo su Coca-Cola Diet, contempló la escena cercana donde un hombre canoso vestido de traje estaba parado delante de una delgada mujer restringida en la cruz de San Andrés. Él golpeaba ligeramente una vara en contra de su pierna, simplemente demorándose y esperando mientras su sub se estremecía de expectación. Los ojos de la sub nunca abandonaban al Dom.
Un pequeño temblor atravesó a Andrea. Él controlaba la escena, por sí mismo, y a su sub completamente.
Ella deseaba ser esa sub, ser la que renunciara al control, la que confiara en alguien lo suficiente como para hacer eso.
– ¿Te gusta la escena?
Andrea se sobresaltó, y la bebida se derramó sobre su mano. Sacudiendo los dedos, dio un paso atrás del Dom que la había estado observando más temprano.
– Uh. Hola. ¿Qué me preguntaste?
– ¿Te gusta ser zurrada?
Zurrada. Restringida. Una gran mano abofeteando a su trasero desnudo. Una pesada anticipación subió por su cuerpo, seguida por cautela. Durante el mes pasado, ninguna de las escenas que había hecho con Doms había resultado. Por favor deja en paz a este tipo para que encuentre algo mejor.
Algunos años menor que ella, tal vez a principio de los veinte, el Dom estaba vestido con pantalones de látex y una camiseta negra. Se veía seguro, pero no le transmitía ninguna sensación de la clase de absoluta autoridad que exigiría su sumisión.
¿Era en realidad demasiado pedir una dominancia instantánea?
– Bueno… -respondió con evasivas. Si dijera que sí, y él intentara mangonearla sin tener éxito, entonces ella terminaría completamente mortificada y desafiándolo. Sabía demasiado bien cuán bochornoso eso podría ser.
– Hablemos un poco. -La agarró del antebrazo.
Ella le alejó rápidamente la mano y respingó ante su expresión de disgusto.
– Lo siento, -le dijo-. Demasiado karate cuando era más pequeña. -¿Por qué no podía lograr sobreponerse a estas reacciones? Ella quería someterse, quería que alguien simplemente asumiera el control. El pensamiento la puso necesitada y caliente, pero este tipo de lugar… lleno de tipos intentando ligar… le traía demasiados recuerdos y arrasaba con todas sus defensas. Papá la había entrenado demasiado bien. Que no te agarren. Que no te arrinconen. La mejor defensa es un buen ataque.
– No hay problema. Estuve con muchas sumisas nerviosas. -Su pecho se hinchó.
Oh, Dios. ¿Un poco pagado de sí mismo?
Ignorando la manera en que el Dom intentaba sostenerle la mirada, ella miró alrededor del club. El contingente gótico de Tampa estaba perfectamente representado con maquillajes en exceso y bizarros pelos de punta.
Las perforaciones y los tatuajes decoraban los lugares más increíbles e íntimos. Ay. Más allá de la parte trasera, la gente estaba apiñada alrededor de una escena de azotes.
– Me gustaría ponerte en un banco de azotes, -dijo él-. Creo que podrías correrte allí. -Ella se volvió a él, esperando, queriendo, tener una sensación de ansiedad interna, algo atípico que le dieran ganas de decir simplemente sí, y nada ocurrió. Él no era el indicado para ella.
– Gracias, pero no.
¿Cómo alguien podría encontrar alguna vez a una buena pareja en un lugar como éste?
Le dirigió al Dom una atenta sonrisa y salió del club. Antonio debería aparecer pronto; ella bien podría encontrarlo afuera.
Envolviendo su chaqueta de cuero más cerca para contrarrestar la depresión que reptaba a través de ella, caminó con pesadez hacia su furgoneta en el estacionamiento. Una piedra se cruzó en su camino, y la pateó lejos con sus estúpidas e incómodas botas. Esto sencillamente no era justo. Las otras mujeres no tenían tantos problemas para encontrar a un Dom. Y había observado a algunos Doms que ella había rechazado, y habían encontrado a otras sumisas fácilmente. Quizás el problema sea mío.
El aire húmedo de marzo rozó en contra de su cara, trayendo un fuerte aroma a mar con los vapores usuales de la hora punta de Tampa. Paseándose, observó a dos mujeres entrando en el club. Una pareja tomándose de las manos salió. Y finalmente, el Camaro rojo de Antonio zumbó en el estacionamiento y se dirigió a un espacio vacío. Antonio salió de inmediato.
– Ey. ¿Por qué no estás adentro?
Un trozo de basura le llamó la atención. Recogió el papel, lo arrugó cruelmente, y lo tiró dentro de un cercano cubo de basura.
– No encontré a nadie que… -que me hiciera bajar la cabeza-,… con quién quisiera jugar.
– Quisquillosa, quisquillosa. -La miró ceñudamente. La luz de una farola parpadeaba indecisamente, resaltando su cara como una luz intermitente-. Pobre chiquita* [1]. ¿Por qué no te inclinas por una perversión más fácil, tal vez tríos o sexo en público?
– Maldición si lo sé. -El aire de la noche era frío, y Andrea se abrazó-. ¿Por qué todos ustedes no son dominantes así yo no tendría que vérmelas negras para conocer a alguien? Y tú podrías ser heterosexual también. Heterosexual sería bueno.
Ella se apoyó al lado de él en el coche, su brazo rozándolo afablemente. Era su mejor amigo desde que ella podría recordar. A los cinco años habían ido a las cruzadas con varas como espadas, y un estropeado triciclo sacado de la basura como caballo. A los quince, cuando él se fue, ella había usado como paño de lágrimas a cualquier persona que sintiera pena. Después de que él terminó la universidad, había regresado aquí de Miami, convirtiéndose en un miembro extraoficial de su enorme familia.
– Soy quién soy. -Él sonrió y le tironeó uno de sus rizos-. Pero todavía sigue haciéndoseme difícil creer que eres sumisa. Nunca has permitido que nadie te diera órdenes. ¿Estás segura?
– Me temo que sí. -Después de leer una novela romántica que hablaba del BDSM, había convencido a un novio de intentarlo-. La sumisión es diferente dentro de… -su cara quemaba-, dentro del… sexo. Ir a la cama con muchos tipos es tan excitante como hacer el amor con… bueno, con un hermano o algo así. Puro bla, bla, ya sabes. ¿Recuerdas cuando te diste cuenta de que eras homosexual? Dijiste, “Es por eso que nada funcionó para mí antes. Necesito esto”. Bien, eso es lo que me sucedió a mí con el BDSM. Cuando alguien me dice que haga algo y puedo obedecer, me pongo toda cachonda por dentro.
Él bufó.
– Y si ellos no pueden conseguir que obedezcas, probablemente los desarmas, Rambolita.
– Yo sólo… -sólo quiero conocer al hombre correcto, uno que pueda provocarme ese profundo estremecimiento por dentro. ¿Cómo puedo enamorarme alguna vez de alguien que no me haga sentir eso?- Yo… bueno, no importa, ¿verdad? He probado de todo… clubes y grupos, y no he encontrado a nadie. Ni por asomo.
– Oh, no te des por vencida todavía. -Antonio encendió un cigarrillo y miró el extremo encendido durante un segundo-. En esa lista de clubes que hiciste, eliminaste a uno. El club privado que está en las afueras de la ciudad.
– Shadowlands, ¿dónde la cuota de socio requeriría el sueldo de un año entero y a mi niño primogénito? No puedo hacer eso. -La momentánea esperanza murió.
– Quizás yo pueda.
– Tierra a Antonio… Poseo un negocio de limpieza, no una compañía que figure en Fortune 500 [2].
– No estoy senil. -Él inhaló de su cigarrillo antes de explicar-. Un amigo de allí me debe un favor.
– ¿De verdad? -Un club privado. Gente más experimentada, más protección. Miró a Antonio atentamente.
Él le devolvió la mirada, levantando las cejas.
Dios, ella odiaba necesitar que otros tuvieran que ayudarla, incluso Antonio.
– ¿Él pasaría por alto una cuota de socio?
Antonio tiró el cigarrillo sobre el terreno y lo pisó.
– No exactamente. El tipo está a cargo de los aprendices, y ellos no pagan cuotas. Intentaré hacer que te tome como una. -La miró con el ceño fruncido-. Pero ser una aprendiz podría ser un infierno más intenso que lo que quieres. -Eso significaba que ella realmente estaría bajo órdenes y no tendría capacidad para escoger y elegir.
Se le secó la boca, pero su barbilla se levantó.
– Hazlo.