Ella estaba aquí. Su pequeña sub… no, no era suya. Luchando por controlarse, Cullen siguió con su trabajo de la barra, entregando bebidas y aguas, Coca-Colas y té helado. Intentaba llevar mentalmente la cuenta de quiénes estaban tomando alcohol para así poder cortarles el suministro después de la segunda bebida, pero por primera vez en su vida, su cerebro se había desconectado. La única cosa que podía recordar era la mirada en la cara de Andrea, la alegría en sus ojos cuando lo vio, el ronco sonido de su voz. El dolor cuando él no había respondido.
El sufrimiento en su rostro casi había roto su determinación.
Estaba aquí en Shadowlands. El placer se extendió a través suyo, y él lo aplastó.
Maldita sea, ella había prometido intentarlo antes y no lo había hecho.
Se restregó la cara. Había deambulado estos últimos días como un tullido. Quizá comprendía mejor a su padre ahora que sabía cómo se sentía perder una parte esencial. Sus pesadillas habían empeorado además. El accidente de ella le había golpeado muy cerca, y ahora no sólo soñaba con la muerte de su madre, sino con la de Andrea también.
Cada noche se despertaba tratando de abrazar a su pequeña sub para encontrar sólo un lugar vacío. Estuvo a punto de llamarla un par de veces simplemente para asegurarse de que en verdad estaba viva. Estás tan jodido, amigo.
Pero ella había regresado a Shadowlands, quería intentarlo otra vez. ¿Debería ceder? ¿O eso los llevaría a los mismos hábitos inaceptables? Dudaba poder alejarse de ella dos veces. Puta, no podría sobrevivir una vez.
¿Qué debería hacer?
¿Comprarla? Entre los talleres que había dado y sus donaciones a la fundación local para niños, había ganado un montón de dinero falso.
Si él sólo tuviera una forma de saber si realmente ella había querido decir lo que dijo. “Lo intentaré.” ¿Lo haría de verdad?
Frunciendo el ceño, examinó a las sumisas en su lugar especial, ahora abarrotado de Doms interesados en ofertar. Después de leer la tarjeta, el Dom hablaría con la sub y tendría una idea de cómo podría establecer una escena. Cada vez que un Dom levantaba la tarjeta de Andrea y rozaba sus pechos desnudos, la mandíbula de Cullen se apretaba hasta que podía sentir los músculos anudándose.
Llegó al final de la barra y encontró a Jessica esperando, casi temblando por su necesidad de hablar con él.
Después de darle un margarita, él levantó una ceja.
– Escogió mamada y azotes suaves. -Jessica sonrió-. Incluso cuando le dije que Z había pedido que sus aprendices cumplieran con su deber, ella no pudo ir más lejos. Y dijo que ya no encajaba en este sitio.
– ¿Qué?
– No, no, cálmate. Kari la convenció de quedarse esta noche, pero se ve bastante miserable. -Jessica frunció el ceño-. Realmente me gusta. Sé bueno con ella, o te sacudiré.
La sub de Z tenía bastante carta blanca, pero en el club, amenazar a un Dom, aunque fuera una broma, no estaba permitido. Y ella no había estado bromeando. Cullen apoyó un antebrazo en la barra y bajó la mirada a la rubia bajita.
– Jessica, no me gusta tu actitud. -Jessica se puso rígida como si alguien hubiera pasado hielo por su espalda.
Él notó que Z estaba parado cerca. Z asintió con la cabeza.
Cullen se estiró a través del bar, levantó a Jessica por la parte superior de sus brazos, y la acostó boca abajo sobre la superficie de la barra.
Ella chilló.
Cullen le levantó la falda y le abofeteó el culo lo suficientemente duro como para que el sonido de carne contra carne se oyera a través del cuarto. Y volvió a ponerla sobre sus pies.
– Cómo… cómo te atreves…
– Maestro Cullen. -La suave voz de Z cortó el balbuceo de la sub-. Si mi mascota te da más problemas, tienes mi permiso para atarla y colocarla como un adorno del bar. -Z pasó un dedo bajando por la mejilla ruborizada de Jessica antes de volver la mirada a Cullen-. Puedes desnudarla primero si lo deseas.
Y él se alejó.
Cullen cruzó los brazos sobre su pecho.
– Oh mierda, oh mierda, oh mierda, -Jessica masculló, antes de mirar hacia arriba-. Lo siento.
Dios, era linda cuando se volvía toda sumisa. Pero no lo sentía. Todavía no. Clavó los ojos en él, y entonces su cara se frunció, las lágrimas brillando en sus ojos.
– Yo de verdad lo siento, Maestro Cullen.
Mucho mejor.
– Y de verdad estás perdonada, dulzura. -Le entregó la bebida-. Gracias por ayudar con Andrea.
Su sonrisa emergió como un rayo de sol. Dio dos pasos, poniéndose fuera de su alcance antes de decir,
– La pobre chica no tiene idea de lo perverso que es el Dom con el que se está metiendo. -Cuando Jessica salió disparando, Cullen ladró una risa. ¿Perverso? Comparado con algunos de los otros Doms, él era todo dulzura y suavidad. Si Jessica hubiera sido insolente con un sádico real, éste le cubriría el trasero con verdugones, y ella… Sus ojos se estrecharon.
Bien, ahora, tenía una idea.
Después de que la mayoría de los miembros habían llegado, Cullen le entregó la barra a Raoul y buscó a Karl y a Edward. Entonces estuvo recorriendo y hablando con cada Dom interesado en la subasta. Si se había olvidado de alguno, con suerte se correría la voz.
Finalmente él y Z discutieron sobre el futuro del programa de aprendices.
A las nueve y media, Jessica, Kari, y Beth agruparon a las subs que se habían ofrecido voluntariamente a ser subastadas sobre el escenario que Z había dispuesto para este evento especial. Los miembros se reunieron, arrastrando sofás y sillas, formando un semicírculo.
Z atravesó el escenario y se detuvo en el centro.
– Bienvenidos a la subasta de beneficencia de Shadowlands. Tenemos una excelente selección de sumisas que han ofrecido su tiempo. -Asintió con la cabeza hacia las subs alineadas en la derecha del escenario-. Démosles un aplauso, por favor, por su generosidad.
Después que los aplausos y la ovación se detuvieron, Z continuó.
– Recuerden, sus triunfos los faculta sólo a negociar con la sumisa por lo que está escrito en su tarjeta. Además, antes de que las lleven a un área para la escena, antes de incluso tocarla, tienen que entregarles sus dólares de Dom a mi sub. -Señaló a Jessica que estaba sentada en una mesa en el lado izquierdo del escenario.
Incapaz de soportar quedarse sentado, Cullen se dirigió a un lado del área. Realmente había una variedad encantadora de subs este año. Los pechos de una mujer rellenita se desbordaban fuera de su corsé… ella sería popular, no cabía dudas… y una tenía una cintura tan estrecha que probablemente nunca comiera más que tres galletitas en una comida. Un par de mujeres eran tan bajitas que Cullen podría llegar a pisarlas por accidente.
Pero Andrea… su maravillosa estatura y curvas cuadraban perfectamente. Quería arrojarla sobre su hombro y encontrar un lugar… cualquier lugar serviría… para saborear esas curvas, para ahuecar esos pechos llenos y provocar a sus rosados pezones hasta convertirlos en picos duros. Sus medias de red y el caliente liguero rosado enmarcaban perfectamente su coño, y no llevaba nada cubriéndolo.
Mientras observaba, notó que la mirada de la pequeña amazona fluctuaba sobre la multitud. Se frotaba las manos en sus muslos y desviaba su peso cada pocos segundos, incómoda de una manera que no se había sentido desde la primera vez que llegó a Shadowlands. Desafortunadamente para ella, él había planeado empeorarlo aún más.
La culpa se unió a la preocupación dentro de su mente. Pero ella necesitaba una oportunidad para ponerse a prueba a sí misma por los dos, lo que significaba que ninguno de los dos disfrutaría de esta subasta. Sacudiendo la cabeza, Cullen se apoyó en una silla y se dispuso a resistir el espectáculo del que usualmente disfrutaba.
Una serena sub con una dulce sonrisa fue la primera, ofreciéndose para azotes leves por un solo Dom. Era medianamente nueva en el club, Cullen notó.
Una subasta en Shadowlands servía para dos propósitos. Obras de beneficencia local dado que los miembros podían conseguir Dólares falsos para Dom por donar tiempo o dinero.
Casi más importante, la subasta proveía una forma para que los miembros con menos actividad o más nuevos hicieran amigos.
Los Doms que pensaban ofertar hablaban con todas las subs mientras examinaban sus tarjetas, y a su vez, las subs tenían la posibilidad de evaluar a los potenciales Doms. Si un Dom ganaba, él y la sub negociarían una escena. Si perdía, los dos siempre podrían encontrarse más tarde.
– Abro la oferta por cincuenta Dólares Dom. ¿Alguien me ofrece cincuenta por esta bonita sub? -Z miró alrededor-. Ah. Tengo cincuenta de Aarón. ¿Alguien da más?
Y la subasta arrancó. Con las siguientes dos subs, Z mantuvo el parloteo medianamente tranquilo, relajando tanto a la multitud como a las subs en el transcurso de las cosas. Sally era la tercera en la fila… una fila que Z organizaba cada año según alguna lógica arcana propia. La sub sonreía mientras subía los escalones del escenario.
– Aquí está Sally, una de nuestras propias aprendices de Shadowlands, y ella está ofreciendo… -las cejas de Z se levantaron cuando miró la tarjeta-,… pequeña, quizás deberías haber puesto lo que no ofreces.
La audiencia rió cuando leyó la tarjeta, y la licitación se volvió enérgica. Cuando se tranquilizó, Z tiró el pelo de la sub.
– Sally, creo que los Doms deberían ver el hermoso pequeño trasero que pueden conseguir para azotar o palmear. Vuélvete e inclínate.
Sally se rió, le dio la espalda a la audiencia, y se inclinó. Z acarició con la mano bajando por su trasero, y Cullen casi podía ver a los Doms inclinarse hacia adelante. Entonces Z abofeteó el culo de Sally lo suficientemente duro como para hacerla saltar, y la piel se enrojeció.
– La oferta comienza con setecientos veinte. ¿Alguien ofrece más por la oportunidad de azotar y follar este suave pequeño culo?
Las ofertas continuaron subiendo por otros cien.
Para cuando Andrea subió al escenario, cerca de las tres cuartas partes de las subs ya habían sido subastadas. La multitud se achicaba a medida que los Doms tomaban sus premios y se dirigían a las diversas estaciones. Con el estómago revuelto de miedo, subió los escalones, esperando que nadie notara que sus piernas temblaban. Una vez allí, miró a la audiencia por arriba, manteniendo la mirada alejada del lado izquierdo donde había visto que estaba parado el Maestro Cullen. Si viera esa fría mirada en sus ojos otra vez, probablemente se pondría a llorar.
Z le sonrió, levantó la tarjeta de entre sus pechos, y leyó,
– Andrea ofrece azotes o palmadas con dolor leve, y una mamada. Sólo un Dom. Tiempo ofrecido: a partir de ahora hasta el cierre.
¿Hasta el cierre? La mandíbula de Andrea se cayó. No. De ninguna manera. Ella no había especificado ningún tiempo en absoluto. ¿Por qué Jessica escribiría eso? Una hora… se había imaginado sólo una hora. Eso era más que suficiente.
Se volvió al Maestro Z.
– Maest…
– ¿Te di permiso para hablar, aprendiz?
Ella negó con la cabeza. Pero, pero, pero…
Un grandote Dom rubio con un corte de pelo militar abrió las ofertas. Andrea dio un paso atrás. Oh, Dios, él no. Antes de que la subasta empezara, él había leído su tarjeta y se había reído.
– ¿Una aprendiz y sólo quieres azotes leves? -Le había pellizcado la mejilla con la presión suficiente como para hacerle caer las lágrimas-. Seguro, seré suave contigo.
Que alguien más oferte, por favor.
Una voz suave gritó,
– Cincuenta.
Oh, gracias. Andrea miró al postor, y su visión se nubló cuando el horror se apoderó de ella. No él, por favor no él.
De voz suave, alto y delgado, tenía la apariencia de haberse escapado de una historieta de Dilbert. Pero cada fin de semana ella lo había visto con distintas subs; todas consiguieron horribles y enormes verdugones en su trasero y piernas gentileza de su látigo de una sola cola.
El primer Dom gruñó y levantó la oferta, y a continuación los dos continuaron una carrera de números ascendentes. Debería sentirse complacida de estar ganando dinero para caridad, pero, Madre de Dios*, no quería hacer esto así.
Otro Dom se incorporó a las ofertas… uno de los sádicos más implacables.
¿Por qué? ¿Tenía algún tipo de cartel que decía MALTRÁTENME pegado en la frente? El nuevo Dom comenzó a debatir sobre si una sub debería ser azotada primero o hacerle una mamada a su Dom primero. Uno señaló que después de los azotes una sub seguiría llorando y tendría la nariz congestionada, y la mamada se arruinaría. Ninguno de ellos estuvo en desacuerdo con la parte de los llantos.
Quienquiera que ganara la tendría hasta el cierre. La palabra de seguridad. Siempre podría usar su palabra de seguridad.
¿Por qué no encontraba eso reconfortante? ¿Debería simplemente irse ahora? Con las manos apretadas, cerró los ojos. ¿Nadie más ofertaría por ella? Mantuvo la mirada desviada de donde el Señor estaba parado. Él no lo haría. Debía ser alguien más.
Pero estos tres habían subido la oferta a una suma tan alta como la de Sally. Sus rodillas se aflojaron. Vete, estúpida. Vete a casa. Pero entonces perdería a su Señor con toda seguridad.
Otro Dom ofertó, un hispano más joven, y Andrea cerró los ojos por el alivio. Tal vez… Pero el rubio grandote escupió otra oferta, y cuando ella miró al hispano, éste estaba hablando con el Maestro Nolan.
Su mirada barrió sobre la audiencia, arrastrándose hacia donde Cullen había estado parado. No estaba allí.
La sensación de abandono la golpeó como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago. No se había quedado a ver su subasta. Tal vez a él no le importaba nada. Ni siquiera un poquito.
El Dom de voz suave levantó la oferta otros diez dólares y pasó los dedos sobre el látigo enroscado en su cinturón. Andrea se acobardó y alejó la mirada. Y vio al Maestro Cullen sentado allí mismo en la primera fila. La alegría la recorrió mientras bajaba la mirada sobre él.
Sus largas piernas extendidas, los brazos cruzados sobre su pecho, la mandíbula rígida. Sus ojos color jade se encontraron con los suyos.
Cómprame, cómprame, cómprame. Abrió la boca para pedírselo, pero no salió nada. ¿Y si decía que no? ¿Si la rechazaba?
El solo pensarlo la desalentó.
Oh Dios, ¿le daba miedo preguntar? La comprensión la golpeó tan duro que se tambaleó hacia atrás.
Había pensado que ella tenía todo resuelto, pero su necesidad de valerse por sí misma sólo había sido una parte de su problema. El resto era que temía que una vez que pidiera ayuda, esa persona la decepcionara.
Como lo hizo su padre.
Sus manos formaron puños a sus lados cuando los recuerdos la abrumaron. Desilusión tras desilusión… “iré a tu juego… a tu confirmación… a tu reunión de padres”… hasta que finalmente había dejado de pedírselo para ahorrarse la desilusión y el dolor inevitable.
Y ahora, por culpa de su padre, no tenía coraje para pedirle ayuda a nadie más.
Especialmente al Maestro Cullen. Si la defraudara, eso dolería mucho, mucho peor que cualquier cosa que un sádico pudiera hacerle.
Pero su Señor no diría que no. La certeza llegó junto con el recuerdo de su bronca cuándo ella lo necesitó y no lo había llamado. Todo lo que él siempre había querido hacer era cuidarla.
Los oscuros ojos verdes de Cullen se encontraron con los suyos. Estables. Directos. Controlados. Su padre había poseído coraje físico, pero no la valentía de atreverse al fuego emocional. Se había alejado de todo el mundo.
Especialmente de ella.
Pero el Maestro Cullen nunca se metería dentro de una botella para escapar de la vida. Y ella nunca lo había visto decepcionar a nadie, ni a sus amigos, ni a los aprendices, ni a su familia.
No la decepcionaría. Todo lo que tenía que hacer era pedírselo.
En ningún momento había dejado de mirarla.
A causa del rugido en sus oídos, no pudo oír su propia voz cuando las palabras perforaron el nudo de su garganta, liberándose al fin,
– Amo, por favor cómprame. -El placer y la aprobación llenaron los ojos del Dom.
– Esa es mi chica, -le dijo sólo a ella, su voz ronca. Temblorosa como nunca la había oído antes. Su potente voz llenó el cuarto-. Mil por mi valiente sub.
El alivio colmó a Andrea casi haciéndola caer sobre sus rodillas.
Z se rió.
– A la una, a las dos… Vendida al Maestro Cullen. Finalmente. -Puso una mano debajo de su brazo, y la ayudó a bajar las escaleras fuera del escenario.
Y allí permaneció de pie, sujetándose del borde de la plataforma, sintiendo como si el piso ondulara debajo de sus pies. Su respiración se estremeció en su pecho cuando el miedo clavó sus garras. Le había pedido ayuda, y él se la había dado. No llores, no llores, no llores.
Repentinamente unas poderosas manos sobre sus hombros la volvieron, y el Maestro Cullen la empujó dentro de sus brazos. Cuando sus piernas se doblaron, él apretó el agarre, moldeándola contra su enorme cuerpo.
Rodeada por su abrazo y su aroma a cuero y a hombre, la sensación de seguridad creció como una ola a través de ella, derrumbando toda su determinación. Un sollozo sacudió sus costillas y se liberó. Y entonces estaba llorando, horribles y espantosos sonidos que no podía detener.
– Estás a salvo, dulzura, -dijo con voz cavernosa, restregándose la mejilla en su pelo-. Pobre bebé.
Lloró hasta que se sintió vacía por dentro, y el pecho masculino estuvo mojado por sus lágrimas. Se le entrecortaba la voz al susurrar en contra de su piel,
– Gracias.
Sus brazos la apretaron y, aunque le dolían los huesos, sintió como si él hubiera traspasado una parte de su fuerza dentro de ella. Cuando la soltó, pudo permanecer de pie por sí misma.
Su dedo le levantó la barbilla.
– Veamos los daños, -murmuró él.
Dios, debía estar hecha un desastre. Cullen le entregó un pañuelito de papel.
– Sopla. -Se sonó la nariz y dejó caer el pañuelito dentro de la papelera del escenario. Entonces él utilizó otro para limpiarle la cara, incluso debajo de sus ojos donde el rímel indudablemente se había corrido. ¿Un hombre que sabía cómo limpiar el maquillaje de una mujer?
Sus ojos se estrecharon.
– Hace mucho tiempo que soy un Dom, dulzura. -Le volteó la cara, de un lado a otro, y gruñó en aprobación-. Mucho mejor.
Con una mano temblorosa, Andrea tomó otro pañuelo. Mientras secaba sus lágrimas del pecho de él, tocando el vello crespo, el duro relieve de sus músculos, el hueco de su hombro que siempre había parecido delineado especialmente para ella, permitió que la pequeña tarea colmara su mente y empujara todas sus dudas a un lado por el momento.
Cuando terminó, levantó la vista lentamente, contemplando el musculoso filo de su cuello, su mandíbula, los labios firmes que no contenían ninguna sonrisa. Las líneas que bordeaban su boca se habían profundizado, y delineó una con el dedo. Sus pómulos parecían más prominentes como si él hubiera perdido peso. Los ojos verdes, más oscuros que un bosque al atardecer, estaban enfocados en ella. Ojos de Dom.
Atrapada en su mirada, quedó paralizada, y su corazón comenzó a palpitar. Él se inclinó hacia adelante, un brazo a cada lado de ella, apoyando las manos en el escenario y atrapándola en el interior.
– ¿Lista para hablar?
– Sí, Señor. -Bajó la mirada.
Cullen puso un dedo debajo de su barbilla y la alzó, estudiando su cara por un largo momento.
– ¿Dudaste si te compraría?
– No. -Vaciló y se corrigió-, No, Señor. No una vez que me animé a pedírtelo. Tú… -tragó saliva-… te importo demasiado como para decepcionarme de esa manera.
– Allá vamos, -murmuró él. El dorso de sus dedos acariciándole la mejilla-. Estoy muy orgulloso de ti, amor. Sé que no fue fácil.
Su pecho se sintió apretado, como si él la estuviera abrazando, aunque sus brazos no se habían movido.
– Se pondrá más fácil. -Su mirada se intensificó-. Si continuamos. ¿Me aceptas como tu Dom… tu Amo?
La pregunta, el ofrecimiento, se sintió como una gran ola debajo de ella lanzándola hacia la costa.
– Oh, sí. Por favor, mi Señor. -Por favor, por favor, por favor.
Él sonrió.
– Me aseguraré de que practiques muchísimo eso de pedir ayuda. -Enredó la mano en su pelo, y tiró de su cabeza hacia atrás hasta que pudo capturar sus labios. Un beso duramente posesivo, no amable, y con esa falta de suavidad que le decía cuánto había significado para él su respuesta. Le mordió los labios y chupó el inferior dentro de su boca. Entonces su lengua entró rápidamente otra vez. El calor la bañó, difuminando sus miedos. Cuando él se inclinó hacia atrás, ella tenía los brazos alrededor de su cuello y el cuerpo aplastado contra el suyo.
Él se sentía tan bien. Tan perfecto.
– Vamos, cariño, -le dijo, envolviendo un brazo alrededor de su cintura-. Necesitas un poco de agua, y yo de verdad necesito una cerveza.
La subasta aparentemente había concluido, dado que el escenario estaba vacío y había gente moviendo sillas otra vez a los lugares habituales. A medio camino, el rubio grandote que había ofertado por ella le gritó a Cullen.
– ¿Ella exterminó tus Dólares de Dom?
Cullen se rió y dijo,
– Tú llevaste el precio muy alto, imbécil. -El hombre sonrió antes de mirar a Andrea.
– Lamento realmente que hayas ganado. Había comenzado a pensar que la disfrutaría yo mismo. -Una mirada de esos ojos color hielo azul la hizo estremecerse, y ella se apretó más cerca de Cullen.
Su Amo se rió y simplemente apretó el brazo. Segura. Protegida.
– Sigue soñando, Karl, -dijo Cullen suavemente-. Pero agradezco la ayuda.
¿Ayuda?
En el bar, Raoul y Marcus estaban sirviendo bebidas. Raoul levantó la vista y sonrió.
– ¿Cerveza y agua?
– Definitivamente. -El Maestro Cullen empujó a Andrea para unirse con Nolan y Beth.
Nolan asintió con la cabeza, entonces gruñó,
– Estuviste cerca de perderla por ese jovenzuelo. Por un momento allí, pensé que tendría que derribarlo, pero decidió entrar en razón. -Andrea se quedó con la boca abierta. ¿Nolan había evitado que el joven Dom la comprara? ¿Y el Dom sádico había estado… ayudando a Cullen? Hijo de puta*, ¿la había aterrado para que le rogara a él que la comprase? Frunció el ceño.
– Mira esa cara. -Cullen frotó los nudillos sobre su mejilla-. Sí, estaba arreglado. Pero la elección fue tuya. No tenías obligación de pedir ayuda.
– ¿Y si no lo hacía?
– Entonces el Maestro Marcus te habría comprado.
Una cálida sensación creció en su estómago.
– ¿Aunque no hubiera hecho lo que querías, igual me habrías protegido?
El pulgar le acarició la mejilla.
– Un Amo protege a su sub. En cualquier momento y en cualquier lugar. Siempre.
Suya. La oleada de alegría fue casi dolorosa. ¿Lo soy de verdad?
Como si le estuviera respondiendo, le levantó el brazo y desabrochó su puño de aprendiz dorado. La punzada de desilusión le quitó el aliento. ¿No la quería?
Pero entonces él miró hacia arriba.
– Nolan. -Levantó la mano y atrapó un par de puños de cuero en el aire. Los abrió y los abrochó en lugar de los puños de aprendiz. Andrea los miró. Estaban recubiertos con un vellón increíblemente suave. El cuero marrón hacía juego con el color del chaleco de Cullen y cada puño tenía grabadas las iniciales de él.
El Maestro Dan se acercó. Kari, vistiendo el delantal de la subasta, bailaba de excitación al lado de él. Cuando les sonrió a Cullen y a Andrea desbordaba de placer… y satisfacción.
Bien, carajo*. La boca de Andrea se abrió. Tanto Kari como Jessica habían tenido su parte en el plan. La habían empujado a entrar en la subasta y deliberadamente no determinaron un tiempo límite. Esas pequeñas diablillas tramposas. Pero su enojo disminuyó en el momento en que sus dedos acariciaron los puños. Suaves. Suyos.
El Señor se rió y le apretó la mano.
Dan le dio un empujón a Nolan con el hombro.
– ¿Por qué tengo la impresión de que él no va a compartir a su sumisa?
Cullen gruñó,
– La tocas, amigo, y te romperé la cara. -Nolan estalló de risa.
– ¿Ella no puede jugar, pero tú sí, oh, Maestro de los aprendices? -Andrea dio un paso atrás. Como el entrenador, Cullen tocaba a los subs todo el tiempo. Suavizó su expresión así, tal vez, él no notaría su molestia.
Cullen bajó la mirada. El semblante tenso alrededor de la boca de Andrea y el surco entre sus ojos mostraban explícitamente que estaba molesta. Casi se rió. La pequeña tigresa no quería compartirlo, lo consideraba suyo.
Había pasado años yendo de sub en sub, ahora se establecería con una, y se sentía condenadamente feliz por eso. Ella era suya, con problemas y todo. Tenía que asegurarse de permanecer en la parte superior en eso de pedir ayuda para sus problemas.
De hecho… le empujó la espalda en contra de su pecho y ahuecó sus senos, disfrutando de su silencioso jadeo.
– Creo que practicaremos en hacerte pedir ayuda para algo más, -le murmuró al oído-. Esta noche, averiguaré qué tan hermosa puedes ser rogando por tu liberación. Una y otra y otra vez. -En sus palmas, sus pezones se arrugaron, y pudo sentir incrementarse su ritmo cardíaco.
Presionó un beso sobre los rizos de su cabeza, entonces gritó,
– Maestro Marcus, te necesito, amigo. -Marcus se acercó al extremo de la barra. Su mirada dirigida al lugar donde estaban las manos de Cullen, desviándose hacia los puños de Andrea. Él sonrió.
– Te felicito, Maestro Cullen. Ella es un premio.
– Lo es, -dijo Cullen-. Pero dado que no quiero despertarme con mi garganta cortada alguna de estas noches, creo que será mejor si te haces cargo de esos. -Asintió con la cabeza en dirección a los puños dorados de aprendiz apoyados sobre la superficie de la barra.
Su pequeña sub lo miró por encima de su hombro, sus ojos amplios y preocupados. Adorable. Cullen le besó la mejilla.
– ¿Puedes definir detalladamente lo qué “te haces cargo” significa, por favor? -preguntó Marcus.
– Eres el nuevo Maestro de los aprendices. Será bueno para ellos tener un nuevo jefe. -Cullen esperó algún sentimiento de pérdida y la única sensación que llegó fue la de satisfacción. Había cumplido con su trabajo allí, era momento de seguir adelante, y hacia donde se estaba dirigiendo lo llenaba de anticipación.
Marcus estudió los puños por un minuto y entonces sonrió ligeramente.
– Me siento honrado.
– ¿Y, Marcus? Me temo que tendrás otra vacante en tu lista de aprendices. Esta pequeña sub está en serios problemas así que va a estar bajo mi atención personal. -Cullen acarició sus aterciopelados pezones, y Andrea hizo un ruido lascivo.
Marcus se rió e inclinó la cabeza antes de alejarse.
La tarjeta de subasta de Andrea seguía chocando en contra de los dedos de Cullen mientras él acariciaba sus pechos. Pensando en eso, la había comprado, ¿no? Levantó la tarjeta y la leyó, sonriendo cuando vio completamente en blanco el espacio a continuación de TIEMPO OFRECIDO. Aparentemente Z había añadido el “hasta el cierre” por las suyas, bastardo mentiroso. Tendría que agradecerle más tarde.
Cullen miró las ofertas.
– Veo que me he ganado una voluntaria para una mamada. Quizás empezaremos allí y nos abriremos paso por cada punto de esta lista cortísima. -Esos suaves labios envueltos alrededor de su polla sería una maravillosa forma de empezar la noche. Después quizás la encadenaría a la mesa de bondage con sus piernas muy abiertas y jugaría con ese sensible clítoris rosado suyo hasta que…
Su pequeña sub se volvió en sus brazos, desbaratando sus pensamientos. Sus ojos ya tenían los párpados caídos, sus mejillas ruborizadas por la excitación. Luego de un segundo, los labios, hinchados por su boca, se curvaron.
– ¿Puedo ser disculpada por un momento, Amo?
Amo. ¿Sabía ella cómo eso le derretía el corazón? Levantó una ceja al notar la mirada traviesa que brillaba en sus grandes ojos. Muy bien, déjale seguir con esto.
– Puedes. -Se unió a Kari para conversar durante un momento. Después de hurgar en el bolsillo de su delantal, Kari sacó un marcador y se lo entregó. Andrea le sonrió y escribió algo en su tarjeta de la subasta.
Cullen intercambió miradas con Dan que se veía igualmente confundido.
Cuando Andrea regresó, la mirada que le dirigió era una que él no había visto antes… una que había pensado que le ofrecería a otro Dom algún día. Completa Sumisión. Completa confianza.
Amor.
El regalo de una sumisa.
Se dejó caer sobre sus rodillas delante de él, y Cullen le tocó la cara, esperando que ella pudiera ver su aceptación a cambio.
Los ojos de Andrea brillaron con lágrimas durante un momento, y sus labios se estremecieron. Entonces sonrió y la travesura regresó cuando le ofreció su tarjeta de subasta.
¿Con qué saldría ahora? Cullen apoyó una mano sobre su hombro, para mantenerla en el lugar, disfrutando del pequeño temblor que la traspasó. Levantó la tarjeta, y su mirada cayó donde había dos líneas agregadas.
Se rió con la primera: Sexo. Montones y montones de sexo.
¿Cómo él podría haber sido tan afortunado como para encontrar a alguien con un sentido del humor tan parecido al suyo?
Leyó la última línea, entonces la levantó en brazos, su propia dulce sub para adorar, proteger y amar.
TIEMPO OFRECIDO: Para siempre.