Con la limpieza casi terminada, Andrea puso las manos en sus caderas y examinó la sala de estar de su cliente más reciente. Todo brillaba, desde las ventanas hasta los pisos de madera.
La satisfacción la colmó como una ola caliente. Había hecho un maldito buen trabajo. Miró los techos. Ninguna telaraña. Su mirada se disparó al polvo en los bordes de las paletas del ventilador del techo. Carajo*, ahí definitivamente se necesitaba una buena limpieza.
Una mirada a su reloj la hizo respingar. Tarde. Iba a ser mejor que terminara rápidamente, se duchara y se cambiara, para llegar a Shadowlands a tiempo. Su corazón se saltó un latido. Ésta era su primera noche de regreso desde que el Maestro Dan la había echado. No había querido regresar el fin de semana anterior, y su Señor lo había comprendido tan completamente que le había dicho al Maestro Z que no los esperara a ninguno de ellos.
El comportamiento del Maestro Cullen le asombraba. Y la asustaba un poco también. ¿Y si el Maestro Z la culpaba porque había tenido que preocuparse en encontrar a un barman?
Pero oh, le había encantado pasar un poco de tiempo a solas con el Maestro Cullen. Habían jugado en su casa de la playa. Nadado y dado largas caminatas. Incluso él encendió una hoguera una noche, y habían hecho el amor junto a ésta. La arrastraba de la cama cada mañana para ejercitarse en el gimnasio de la playa. También le había mostrado la otra parte del área de entrenamiento y la encadenó a los anillos del gimnasio. Era abrumador cuánto ejercicio una persona podría hacer sólo corriéndose una y otra vez. Y otra.
Era tan fácil estar con él… ya sea cocinando o limpiando o jugando… que casi parecía como si fuera Antonio. Un amigo de verdad.
Sólo que entonces la miraría con esos ojos… esos ojos de Dom… y le ordenaría. “Desnúdate”. “Arrodíllate”. “Inclínate”.
Presionó una mano sobre su estómago cuando todo su interior se derritió con el recuerdo.
Por supuesto, habían tenido algunas discusiones, principalmente cuando él pensaba que ella debería pedir ayuda y no lo hacía. Como cuando su furgoneta se paró y ella no lo había llamado para que fuera a buscarla. La había regañado con dureza.
Desafortunadamente, al día siguiente se había comprado un sofá para su sala de estar, y él había llegado temprano y la había encontrado tratando de empujarlo hacia adentro.
Sus ojos se habían vuelto fríos, y su mandíbula se tensó, y oh, ella se había dado cuenta de que acababa de joder un buen momento. Le preguntó si incluso había pensado en llamarlo, y realmente lo había hecho, pero algo la detuvo. Maldición si ella sabía qué. Bien, quizás porque no quería molestarlo. O tal vez porque… Bueno, pedir cosas sencillamente la hacían sentirse rara. Inestable. Nerviosa. Así que no lo hacía.
Se volvió. Si se apresuraba, tendría tiempo para limpiar las paletas de ese ventilador. Había visto una escalera justo afuera de la parte trasera.
Cullen trabajaba con la enorme demanda de órdenes de bebidas. Como siempre al principio de la noche, las áreas de escenas y pista de baile esperaban a que las primeras almas osadas, me-importa-un-carajo-quién-me-mire, se animaran a comenzar. Algunos pocos los seguirían, y una vez que el número mágico fuera alcanzado, el resto se incorporaría. Entretanto, los integrantes atestaban el bar, poniéndose al día con las novedades.
Una Coca-Cola Diet para una Domme, entonces un tequila sunrise [29] para una nueva sub. Sólo agua para Dan. Éste asintió con la cabeza en agradecimiento y preguntó,
– ¿Andrea no regresará?
– Sí. Esta noche. -Y está retrasada.
– Bien. Quería disculparme. La traté como la mierda esa noche. -Dan frunció el ceño por un segundo antes de preguntar-, ¿Entonces, cómo vas a manejar la situación con ella siendo una aprendiz?
– Tendrá que renunciar al programa. -Cullen se volvió, ignorando la resplandeciente sonrisa en la cara de su amigo. Cabrón. Tan típico de él ir directamente al punto.
El cuerpo de un aprendiz estaba disponible para los Maestros, y hasta cierto punto, para los otros Doms. Estaría maldito si quisiera que alguien tocara a su sub. Sabía que ella no querría seguir como aprendiz, pero debería haber hablado con ella antes de que regresara.
Mientras preparaba un Glenlivet con hielo, consideró los últimos días. Se habían divertido conociendo todos los pequeños detalles acerca del otro. A ella le gustaba el café muy dulce, limpiaba cada gota derramada, y prefería las duchas a las bañeras.
De hecho, se había unido a ella en la ducha esta mañana y la tomó tan de sorpresa que le había asestado un par de puñetazos. Había logrado contener la risa, y como castigo por pegarle a su Dom, la inclinó y la tomó tan duro y plenamente que ambos habían necesitado otra ducha después.
Frunció el ceño, recordando cómo Andrea había respingado cuando él le lavó el coño. Tenía que darle una noche de descanso. Y ella tenía que aprender a decir claramente si estaba dolorida.
Entregó el whisky, entonces le sonrió a una sub con collar y esperó a que su amo ordenara por ella. Agua mineral. La vertió en un vaso, recordando cómo Andrea había rechazado una botella, diciendo que ella quería que su agua supiera a agua. A ella le gustaba la comida china, adoraba a Héctor y le encantaba la restricción absoluta. Su clítoris era sensible al principio, y una vez estimulado, un pellizco en el momento oportuno provocaba resultados explosivos.
Una pequeña vara aplicada muy ligeramente allí abajo podría ser divertido…
Con sus pantalones de cuero incómodamente apretados, atendió la siguiente ronda de bebidas. ¿Y dónde diablos estaba ella de cualquier manera?
Jessica trotó hasta el bar, vistiendo un par de pantalones de tiro bajo y nada más. O bien había cabreado a Z, o el Maestro estaba sintiéndose lo suficientemente generoso como para compartir los atributos de su sub. Tenía unos pechos preciosos aunque todavía se sonrosara por la vergüenza. Como Andrea aquel primer día cuando la parte superior de su vestido finalmente se había resbalado hacia abajo. Su vergüenza y excitación habían sido una de las combinaciones más atractivas que alguna vez había visto.
Mantente centrado, Cullen.
– ¿Qué puedo ofrecerte, dulzura?
– Oh, nada, -dijo Jessica-. El Maestro Z me envió. Aparentemente Andrea dejó un mensaje en el contestador automático más temprano diciendo que no vendría esta noche.
– ¿Por qué?
– No lo aclaró. Z dijo que la llamaría mientras tú convences a alguien para que se encargue del bar.
A la mierda con eso. Cullen divisó a Dan a través del lugar.
– Dan, el bar es tuyo.
Sin esperar una respuesta, se volvió a Jessica.
– Lo del bar está arreglado. Dile a Z que no llame, yo iré a su apartamento.
El personal de la sala de emergencias fue sorprendentemente eficiente, pensó Andrea, considerando que habían tenido el flujo normal de ataques al corazón, peleas de bar, bebés con resfriados, y neumonías así como también un montón de personas heridas a causa de un choque múltiple en Dale Mabry. El doctor chasqueó la lengua al ver el corte en la frente de Andrea, miró sus ojos con una luz, le pidió una radiografía y le vendó el tobillo, mientras le recetaba algún medicamento para el dolor. La enfermera trajo muletas y se las ajustó, entonces le dijo que su familia podría llevarla a casa.
¿Qué familia? Pero había logrado llegar a su apartamento por sí misma, aunque probablemente debería haberse detenido para comprar el medicamento. Oh bueno, había sufrido peores dolores antes. Con un suspiro, se reclinó en su nuevo sofá e intentó ignorar las palpitaciones en su cabeza y en su tobillo.
Un poco después, alguien golpeó la puerta del apartamento. El ruido aporreó dentro de su cerebro como un martillo, saltó sorprendida encima de su pierna, y el punzante dolor le atravesó el tobillo.
¡Carajo! Hijo de puta*.
Cuando se levantó con la ayuda de las muletas, toda su sangre se precipitó hacia abajo, y su tobillo se hinchó tanto que parecía como si la piel pudiera agrietarse y desprenderse.
¿Qué clase de cabrón* golpearía a la puerta de una mujer en su lecho de muerte?
Sólo una persona le vino a la mente. Sus primos raras veces la visitaban aquí, usualmente se encontraba con sus empleados en lo del cliente o en un restaurante cercano, y Antonio nunca golpearía nada. Eso dejaba al Señor.
Torpemente se abrió camino hacia la puerta y miró por la mirilla. Hombros anchos, pecho musculoso, chaleco de cuero marrón. ¿No había recibido el mensaje que había dejado en Shadowlands?
Abrió la puerta y se tambaleó para echarse hacia atrás.
Él entró y la miró de arriba a abajo. Su mandíbula se apretó.
¿Estaba enojado porque no había aparecido?
– No estaba realmente en condiciones…
– Si no estuvieras tan evidentemente herida, te pondría sobre mis rodillas aquí y ahora mismo. -Su ruda voz contenía la amenaza suficiente como para que ella se estremeciera. ¿Qué lo había enojado tanto? Él miró su tobillo vendado.
– ¿Qué tienes?
– Sólo un esguince.
Le ahuecó la mejilla, inclinándole la cara, la gentileza de su mano se contradecía con la furia en sus ojos.
– ¿Y en la cabeza?
– Un corte.
– ¿Alguna otra cosa?
– Magulladuras aquí y allá. Orgullo herido. Estaba limpiando un ventilador de techo y pisé mal sobre la escalera. -Intentó una sonrisa.
En lugar de reírse, él gruñó y la levantó en sus brazos. Las muletas cayeron encima de la alfombra.
– Ey. Puedo caminar.
Cuando ella se contoneó, él liberó una mano lo suficiente como para abofetear ligeramente sobre su muslo desnudo.
– Podemos hacer esto de dos formas. Puedes quedarte quieta, y te llevaré a tu silla. O puedes cabrearme todavía más, y te azotaré el culo durante un rato y entonces te llevaré a tu silla. ¿Qué decides, amor?
Comparado a cómo sentía la cabeza y el tobillo, su palmada apenas picó, su reprimenda había sido más para sorprenderla que por el dolor en sí. Levantó la mirada hacia él. Había líneas en el contorno de su boca, otras formándose entre sus ojos.
No empujes al peligroso Dom, Andrea. Tragó y apoyó la cabeza en su pecho.
– Muy bien. -Él atravesó caminando la sala de estar tan seguro y a una velocidad tan constante como si no estuviera acarreando cuarenta y cinco kilogramos de mujer. La ubicó sobre su sofá y le levantó la pierna tan cuidadosamente que el latido no aumentó en absoluto-. Necesitas almohadas debajo de esto. -Fue a buscar dos almohadas de su dormitorio y las puso debajo de la parte inferior de sus piernas-. ¿Sin bolsa de hielo?
– Ah. No. -La enfermera de emergencias había mencionado eso, pero le había parecido demasiado trabajo y demasiado dolor como para molestarse.
Cullen le dirigió otros de esos ceños fruncidos y se dirigió a la cocina. Ella oyó el sonido de gavetas y armarios abriéndose y cerrándose. Deslizándose hacia abajo, apoyó la cabeza contra el brazo del sofá e intentó identificar los extraños sentimientos que la atravesaban. ¿Satisfacción?
Tenía a un Dom enojado en su pequeño apartamento, todo su cuerpo le dolía como el infierno, ¿y se sentía contenta?
Idiota. Idiota feliz.
El Señor* regresó, envolviendo un paño de cocina alrededor de una gran bolsa de plástico llena de hielo. La colocó encima de su tobillo.
– Gracias.
Un gruñido fue su único reconocimiento. Vagó a través de la sala de estar, su tamaño empequeñecía el mobiliario, haciendo que el techo se sintiera más bajo. Arrastrando a su sillón favorito cerca del sofá, se sentó al lado de ella. Después de examinar el corte en su cara otra vez, golpeó ligeramente el vendaje que le hicieron en el hospital alrededor de su muñeca.
– Fuiste a la sala de emergencias. ¿Cómo lograste llegar allí, y cómo volviste a casa?
La obstinada pequeña tigresa miró a Cullen como si a él le faltara un tornillo.
– Conduje.
Cuando su furia creció, sus dientes se apretaron con tanta fuerza que deberían haberse roto. Ella condujo. Y actuaba como si todo el mundo conduciría para ir a emergencias y regresar.
– ¿No fue complicado con eso usar los pedales? -Considerando que se había torcido el tobillo derecho.
– Usé el pie izquierdo. -Cambió de posición en el sofá para mirarlo mejor. Los músculos en su cara, cuello, y hombros parecían tensos, su piel ligeramente húmeda, su mandíbula apretada. Definitivamente estaba dolorida. Si había vuelto a casa por sí misma, ¿se habría detenido?
– ¿Compraste algo para el dolor?
– Me dieron una receta médica.
– ¿Dónde está la botella?
– Yo… -algunas vetas de color aparecieron en sus pálidas mejillas al admitir-, no me detuve a comprarlo. -Se encogió de hombros.
Cullen cerró los ojos y exhaló un suspiro para contener la rabia, aunque eso no ayudó una mierda. Le preguntó,
– ¿Consideras que no soy confiable para ayudar?
Sus ojos se ampliaron.
– No. Por supuesto que no.
Pero definitivamente era así. Y ella se veía ocupándose de los demás pero nunca a la inversa. Un dolor se instaló en sus tripas, calmando su temperamento, pero doliendo peor.
– Andrea, ¿te gustaría si yo estuviera herido que no te llamase?
Ella pestañeó, y entonces dijo lentamente,
– Bueno, no.
– Exactamente. -Cullen acarició con un dedo bajando por su mejilla y se levantó-. ¿Tu apartamento tiene reglas acerca de las visitas de mascotas?
– ¿Qué? Creo que no.
– Bien. ¿Dónde está la receta?
El Señor regresó una hora después con las píldoras para el dolor y Héctor. El perro se lanzó a saludarla, y Andrea se encogió de miedo, sujetándose, pero Héctor se detuvo instantáneamente y se acercó a ella tan lentamente como un caracol.
Ella le acarició, y suspiró de gratitud, apoyándose contra el lado del sofá.
– ¿Cómo supo él que tenía que ser cuidadoso? -preguntó, recordando cómo la había arrojado sobre su trasero el primer día.
– No mucho después de adoptarlo, tuve una pelea, -el Maestro Cullen dijo desde la cocina-, y cuando él me embistió, duplicó el dolor. Nunca lo volvió a hacer desde entonces. -Regresó, trayendo algunas tostadas y zumo de naranja-. No sé si reconoce el olor de un hospital o el dolor.
Ella se comió casi una tostada entera, arrojándole pedazos a Héctor que los aceptaba con tanta dignidad como un mayordomo estirado. Dado que había traído a Héctor aquí, ¿pensaba quedarse a pasar la noche?
El Señor* le extendió un par de píldoras.
– Te llevaremos a la cama, -le dijo, su bronca había desaparecido como si nunca hubiera estado, pero ninguna sonrisa iluminaba sus ojos tampoco. Algo dentro de ella la inquietó.
– Si me alcanzas las muletas, estaré bien, -le dijo y sólo se ganó una mirada desapasionada.
– ¿Necesitas ir al cuarto de baño? -le preguntó.
¿Por qué esa pregunta se sentía tan personal? Pero lo necesitaba desesperadamente. Suspiró.
– Sí. -Entonces la acarreó hasta el cuarto de baño. Después de colocarla sobre sus pies delante del inodoro, ella se equilibró con una mano encima del fregadero-. Puedo arreglarme ahora, -le informó.
Él sólo bufó y le bajó los pantalones cortos hasta sus tobillos antes de que ella pudiera protestar.
– Ahora puedes arreglarte, cariño. Llámame cuando termines. -Rozó los nudillos sobre su mejilla y la dejó.
El alivio de vaciar la vejiga momentáneamente apagó los latidos en su tobillo, pero estuvieron de regreso lo suficientemente pronto. Logró levantarse los pantalones cortos, teniendo que equilibrarse una sola vez, se lavó las manos y la cara, y se cepilló los dientes.
Él obviamente había oído el sonido del lavabo, pues abrió la puerta… sin llamar, el cabrón*… y la levantó. ¿Era miserable de parte de ella esperar que él tuviera un dolor de espalda en la mañana?
En el dormitorio, la desnudó de manera desafectada y la metió en la cama con su tobillo levantado sobre las almohadas.
– Duermo con pijama. -Señaló el tocador.
– No cuando te acuestas conmigo. -Se inclinó para darle un duro beso, entonces salió del cuarto, apagando la luz a su paso.
La televisión se encendió en la sala de estar, un bajo murmullo, y Andrea levantó la mirada a la oscuridad del techo. Bien, él definitivamente pensaba quedarse a pasar la noche. Se acurrucó por debajo de las cubiertas, y sonrió.
En la mañana, se sentía mucho mejor. El dolor de cabeza había desaparecido, y el dolor en su tobillo había pasado a ser una molestia menor.
De hecho, en algún momento durante la noche, se había despatarrado encima de su Señor*. Ahora sus brazos y piernas colgaban fuera del cuerpo de él, haciéndola sentirse como una estrella de mar desinflada. Después de quitarse el cabello de sus ojos, apoyó los antebrazos sobre su pecho. El oscuro rastrojo en su barbilla le daba un aspecto peligroso, y ella le sonrió.
Él le devolvió la sonrisa… o su boca lo hizo. Sus ojos no lo hicieron.
– ¿Cuánto tiempo hace que te despertaste? -preguntó ella.
– Un momento. -Sus grandes manos acariciaban hacia arriba y hacia abajo por sus brazos.
El sombrío tono de su voz se correspondía con su mirada, y la aprensión se extendió dentro de ella y se alojó debajo de sus costillas.
– ¿Qué te pasa?
Su mano le ahuecó la mejilla.
– Estuve pensando sobre nosotros.
Ella tragó.
– ¿Y?
– No puedo continuar así, Andrea.
– ¿Así cómo? -Quería sentirse enojada… ¿no tenían un sexo genial y todo eso?… pero la ansiedad alejó su enfado. Los ojos de Cullen permanecían demasiado serios, y tenía esa cara de Dom.
– No me contaste sobre tu lesión.
Dios, ¿eso otra vez?
– Ya sé. Pero lo manejé bien y…
– No, ese no es el punto. -Él no le soltó la cara, sujetándola para que no pudiera apartar la mirada-. Cuando una sub tiene problemas, un Dom quiere solucionarlos. Tú me aliviaste de una depresión, ¿recuerdas? ¿Disfrutaste al hacerlo?
Ella asintió con la cabeza.
– A los Doms nos gusta ayudar también. Es parte de lo que hace una relación Dom-sub. En verdad, cualquier relación necesita dar y recibir. Especialmente una en lo que yo estoy involucrado. ¿Comprendes lo que quiero decir?
– Pero estaba bien.
– No. No estabas bien. Condujiste cuándo no debías hacerlo y estabas dolorida. -Sus ojos parecían demasiado oscuros para ser verdes-. Hablamos de esto antes, y me dijiste que lo intentarías.
– Pero…
– No te vi intentando nada, y puedo ver que sigues sin entender. Piensas que no hiciste nada mal. Esto no funcionará, Andrea. -Mientras la boca de Cullen se tensaba, sus ojos mostraban su dolor. Él se había visto así después del fuego, sólo que esta vez en lugar de ayudar, ella había causado su dolor.
Su voz salió ronca e inestable cuando dijo,
– No puedo obligarte a cambiar, pero ahora sé, después de lo sucedido ayer, que no puedo vivir en una relación unilateral.
Ella no podía encontrar ninguna palabra, su cerebro parecía haberse revestido en hielo, cada pensamiento congelado en el lugar.
– Pero… Tal vez…
Él suspiró.
– No, Andrea. Se acabó. No tenemos nada que discutir, y no haremos esto más largo. No te volveré a llamar, no me llames. -La hizo rodar fuera de él y se puso de pie.
Con las puntas de los dedos le tocó la mejilla, una caricia suave como una pluma. Entonces luego de recoger su ropa, salió del dormitorio. Un minuto después, oyó una orden en voz baja y un quejido de Héctor. La puerta del apartamento se abrió y se cerró, dejándola en silencio. Y vacía.
El indicio del amanecer brillaba a través de las cortinas, y el ruido progresivo del tráfico indicaba que la hora punta había comenzado.
Él me dejó.
– No te vayas, -susurró cuando la sensación helada comenzó a derretirse, dejando dolor detrás-Te necesito.
Él probablemente diría que ella no actuaba así. ¿Por qué no lo llamó? Porque no lo hizo. Punto.
Sus puños se cerraron, tapándose con el cobertor. ¿Por qué no podía aceptarla como era? La mayoría de los tipos se quejaban de sus pegajosas y necesitadas novias y esposas, diciendo que demandaban demasiado. Él debería haber apreciado su independencia, no la debería haber rechazado.
Rechazado.
Se incorporó y se inclinó sobre su estómago, sintiéndose como si él hubiera taladrado sus entrañas, dejando sólo un hueco detrás. Se había ido de su apartamento… de su vida. ¿Habían estado juntos tanto tiempo, como para que le doliera como si hubiera perdido a una parte de sí misma?
Cabrón*.
Él no debería querer cambiarla. Estoy bien justo de la forma en que estoy..
Se levantó de la cama y cojeó hasta el cuarto de baño, la alfombra amortiguando el sonido de sus pies.
El espejo reflejó su rostro demacrado y los ojos hundidos por el dolor. Apoyó las manos en el mostrador, manteniéndose erguida, queriendo sólo dejarse caer al piso en una bola miserable. Debería haber sabido que cualquier relación que ella iniciara no duraría. Pero cómo podría haberse imaginado que la dejaría por una razón tan… estúpida.
Agachó la cabeza mientras el vacío crecía en su interior hasta que podía atragantarse con él.
Dolía, dolía mucho.