CAPÍTULO 06

Poco después de la misa del domingo, Andrea condujo a través de Tampa hacia el área de Park Drew donde los ruinosos edificios de apartamentos se codeaban con las casas pequeñas. El agua de la lluvia de anoche formaba charcos en los baches de las calles angostas, y le hizo virar la furgoneta para evitar uno muy profundo. Después de reducir la velocidad para evitar chocar contra una frondosa palmera al otro lado de la carretera, se detuvo en la banquina. Bolsa en mano, caminó por la acera llena de grietas hasta la pequeña casita blanca de su tía.

Cada domingo, desde que se había mudado a los dieciocho años, regresaba para cenar con su familia. Hoy, la rutina parecía inmensamente reconfortante después del extraño fin de semana.

Iglesia y familia… así que tal vez la parte oscura no se había apoderado completamente de ella. Aunque no hubiera decidido realmente lo que… exactamente… debería incluir dentro de su confesión la próxima semana.

Sonriendo, trotó entrando en la casa y se anunció con un grito.

La tía Rosa asomó la cabeza por la parte trasera de la cocina, su cabello con vetas plateadas caía fuera del moño desalineado.

– No habré terminado la cena hasta dentro de otra hora. Mamá todavía está en su cuarto. Se cayó ayer, por lo que no se mueve demasiado rápido ahora.

Madre de Dios*.

Rosa levantó una mano.

– No, no. Está bien. Sólo tiene un golpe en su cadera y un poco de rigidez. -La ansiedad retorció el estómago de Andrea de todas formas, y se detuvo sólo lo suficiente para decir:

– Iré a visitarla un ratito, y luego vendré a ayudar.

Caminó a través del pasillo donde el olor a pintura todavía permanecía. La semana pasada, los niños de Julio, Miguel y Graciela, la habían ayudado a pintar las paredes de un bonito azul con la esperanza de que, habiendo pasado todo un día de juegos, los niños se limitaran a plasmar sus obras de arte sobre un papel. No obstante, todos se habían divertido mucho, los niños probablemente no habían aprendido demasiado.

¿Sería ella alguna vez bendecida con niños? ¿Con un marido? Andrea tocó la pintura y suspiró, antes de continuar avanzando por el pasillo.

– ¿Abuelita*? -Su “abuelita” se había encogido mucho estos últimos años, por lo que el término cariñoso realmente se ajustaba a ella. Andrea golpeó ligeramente en la puerta del dormitorio.

Mija*, entra, -dijo una voz anciana, todavía fuerte y clara.

La visión de su abuela, sentada en su silla mecedora con sus ojos marrones parpadeando, estrujaron el corazón de Andrea.

– ¿Entonces, en qué estabas pensando, cayéndote y chocando en contra de las cosas? -la regañó y se inclinó sobre el frágil cuerpo para abrazarla.

– Bah. Tanto lío por nada*.

Después de una discusión sobre la caída, sobre que usara su bastón y acerca de cómo el buen Señor debería hacer que la gente mayor fuera más estable, Andrea buscó dentro de su bolsa.

– Te traje algunos camisones nuevos. -La semana pasada había oído los comentarios burlones de Rosa acerca de que podría traslucirse su mano a través de la delgada tela.

A la abuelita* no le gustaba gastar; si tenía la oportunidad arreglaba su ropa hasta que terminaban siendo andrajos.

– Oh, son preciosos, mija*. -Su abuela sonrió de placer, y sus envejecidas manos acariciaron el suave algodón.

Manos secas. Andrea frunció el ceño e hizo una nota mental para recordar traer loción la próxima vez. Dado que Rosa no aceptaría dinero, Andrea traía regalos en lugar de eso. Cosas triviales para facilitar la vida de su abuela e indirectamente aliviar la carga de Rosa.

– Traje algunas golosinas también. -Había celebrado su aceptación en Shadowlands haciendo galletas con pedacitos de chocolate. Abuelita podría compartirlas con todos los primos, salvo tal vez Estelle, que usualmente estaba tan drogada que no comía nada. Pero bueno, perder sólo a un niño a causa de las drogas parecía un milagro-. Algunas galletas.

– Buena chica.

Cullen le había dicho eso con una voz tan profunda y ronca que había resonado hasta sus huesos.

Andrea sacudió la cabeza. Nada de pensar en Shadowlands aquí. Mantén el lado oscuro donde pertenece. Le sonrió a su abuela.

– ¿Te duele algo? ¿Tal vez deberíamos llevarte al médico?

Las gruesas y azules venas parecían adornos en la delgada mano que palmeó la rodilla de Andrea.

– Mi Rosa me llevó ayer. Ella es tan mandona como tú.

– Bien, eso es bueno. Eres tan testaruda que alguien necesita ser mandón. -Andrea arrastró su silla más cerca-. ¿A qué te estás dedicado ahora?

– Estoy haciendo un suéter para Estelle. Esa chica está demasiada delgada, nada de grasa para mantenerla caliente.

– Es una buena idea. -Andrea se estiró debajo de su silla y levantó su cesto de costura-. ¿Y cómo le está yendo a Miguel en el colegio?

Un rato después de recibir las últimas novedades, Andrea guardó la suave manta rosada que había comenzado para su primo que estaba por nacer. La labor de punto mantenía sus manos ocupadas y complacía a su abuela que era quien le había enseñado. Eso obviamente no habría complacido a todo el mundo. Sonrió al deslizar la canasta debajo de la silla.

– Sabes, papá habría estado horrorizado de verme tejiendo.

Los arrugados labios de su abuelita* se curvaron hacia abajo.

– Tu padre debería haberte llevado a casa en Tampa cuando mi María murió, no mantenerte con él.

Era cierto, pero papá no aceptaba ayuda de otros, y no podría haberse valido por sus propios medios. Solo y medio lisiado, le faltaba una mano y su pierna. Andrea respingó ante el recuerdo de su padre repantingado sobre el piso de cocina, sangrando, vidrios rotos a su alrededor, y el hedor a alcohol llenando la habitación. Ella había tenido nueve años y se había aterrorizado por el sonido de su llanto de borracho. Hasta entonces, había pensado que los adultos, especialmente su padre, podrían manejar cualquier situación. Se había quedado en un rincón y había llorado también.

Nunca se había sentido tan perdida otra vez. Tal vez papá nunca aprendió a resistir, pero yo lo hice.

Andrea se encogió de hombros.

– Él lo intentó, ya sabes, y me hizo fuerte e independiente. -Cocinar, hacer la compra, limpiar. Hacía todo eso para cuando cumplió los doce. Y le habían gustado las lecciones de lucha… los días que él estaba sobrio.

Forzó una sonrisa en sus labios.

– Podía darle una paliza a cualquiera en Miami antes de cumplir los quince.

– Una chica necesita a su familia. -Las agujas de tejer de la abuelita* sonaron con enojo mientras ella se mecía hacia adelante y hacia atrás.

Andrea sonrió y no respondió. Tenía un antecedente a causa de esta “familia”. Gracias a Dios que el juez lo había sellado, y la gente rica de Shadowlands no lo sabía. Tal vez a algunos no les importara demasiado, pero otros, como la malvada Vanessa, tomarían completa ventaja.

Su abuela sorbió.

– Julio y Tomás nunca deberían haberte dejado para que te encontrara la policía. Tus primos eran mayores, eran hombres. Tú no deberías haberlos protegido.

– Ey, yo protejo a todo el mundo. -Primero a papá y a Antonio, entonces a la familia de mamá aquí en Miami. Andrea se puso de pie y se inclinó para besar la mejilla de su abuela, la firmeza había quedado atrás pero seguía siendo suave con la dulce fragancia a gardenias-. Voy a ir a ayudar a Rosa. No puedo quedarme mucho tiempo después de la cena. Tengo una reserva para limpiar una clínica. -Luego tal vez haría algunas compras para el próximo viernes. Podría comprarse algo sexy.

Y, oh, Dios, ¿cómo se ocupaba alguien de afeitarse sus partes privadas?

Ese maestro de los aprendices era terriblemente mandón. Sus labios se curvaron. Y a ella le encantaba eso. La forma en que su voz bajaba cuando… Su mirada descendió a la canasta de labores debajo de la silla. Si papá habría odiado el pasatiempo femenino, ¿qué pensaría acerca de Shadowlands?

Su piel pareció enfriarse. Le había enseñado a salir en defensa de sí misma, a derribar a quien intentara maltratarla. Y aquí estaba ella, casi rogándole a alguien que la dominase. Papá la odiaría por esto.

Levantó la barbilla. Él había tomado suficiente de su vida. No tomaría esto también.


***

Andrea se las arregló para dar un paso dentro del cuarto cuando el ruido de Shadowlands explotó sobre ella como un recipiente de aceite caliente, escaldando por su intensidad. Gritos, gemidos de clímax, órdenes. La música profunda y retumbante se mezclaba con los sonidos de palmadas y gemidos. Justo pasando la abarrotada pista de baile, una Domme usaba una enorme pala sobre un hombre encadenado a la cruz de San Andrés.

Los músculos del trasero de Andrea se apretaron cuando recordó cómo el Maestro Cullen la había azotado con una. ¿Por qué la gente decía que se sentía erótico? Había dolido.

Bien, vayamos por partes. Tenía que hacer acto de presencia ante el jefe. Tal vez no la castigara por su retraso. Miró la pared llena de palas. Seguramente el Maestro Cullen no haría eso otra vez.

Considerando las noticias que habían reportado el enorme accidente en cadena en la Avenida, cualquiera que viniera desde el área de Tampa llegaría tarde, él probablemente le daría un respiro.

Tomando aire para juntar coraje, notó cómo los olores a sudor y cuero, dolor y sexo, se sobreponían sobre las fragancias menos perceptibles a colonia y perfumes. Sacudiendo la cabeza… Antonio tenía razón, debería haber escogido una perversión más simple… se dirigió hacia la enorme barra circular en el centro de la habitación.

Las áreas acordonadas para las escenas estaban todas ocupadas ya: una alta y delgada mujer zurrando a un fornido hombre sujeto a un borriquete, un hombre en una estacada estaba siendo azotado con una vara, un Dom sostenía una vela sobre el cuerpo desnudo de su sub.

Andrea respingó ante este último, incluso mientras se detenía para observar. Nunca le habían chorreado cera caliente sobre sus partes femeninas. ¿Era algo bueno o malo? Por el sudor que caía del rostro de la sub y su respiración acelerada, llegaría al clímax pronto… aparentemente, para ella, la cera caliente era algo bueno.

Tal vez tenga una oportunidad de saberlo.

¿Pero confiaría ella en alguien hasta ese punto?

La multitud se había alejado de la barra, quedando sólo algunas personas charlando y algunas otras bebiendo solas. Andrea sonrió ante la vista de un hombre canoso con un traje negro alimentando con trozos de piña a una mujer mayor con un brillante collar azul. La pareja debería tener por lo menos setenta años de edad.

La risa profunda del Maestro Cullen se oyó, y Andrea sintió mejorar su estado de ánimo. La gente que estaba alrededor de él siempre pasaba un buen rato. ¿Por qué ella no podía ser tan relajada y sociable?

Esperó en la parte de la barra que se utilizaba para servir y lo observó hablando con una Domme, aconsejándole sobre disciplina. Ay caray*, él era grande, pero tan perfectamente proporcionado y musculoso, que una persona no sería notada hasta que el Señor* se parara a la par de alguien más. Sus brazos oscuramente bronceados eran sólo un tono más suave que su chaleco marrón de cuero. Sus increíblemente anchos hombros hacían que su trasero se viera pequeño. Por supuesto, por la forma en que los pantalones de cuero se ajustaban…

Él se volvió entonces, y a pesar de que ella levantó la vista rápidamente, obviamente había notado la dirección de su mirada. Sonrió, y el impacto de su penetrante mirada la hizo retroceder un paso.

– Por fin. -Salió de detrás de la barra. Después de apoyar una cadera sobre un taburete, chequeó su vestuario, entonces hizo un movimiento trazando un círculo con su dedo para que ella girara en el lugar.

El resto de la gente en la barra comenzó a observar, y sus mejillas llamearon por el calor. Ella podría tener la altura de una modelo, pero seguro que no tenía su delgadez. Y se había esforzado en ponerse algo que al Señor* le gustara, lo que significaba ropa escasa. Había escogido un top de látex negro parecido a un sujetador deportivo, y unos pantalones cortos haciendo juego que caían bajo sobre sus caderas y terminaban justo debajo de sus nalgas. Si ella se inclinara, bien, él podría ver que…

– Inclínate, -le dijo.

– ¿Qué? -Dio un paso atrás.

La sonrisa desapareció.

– Contestación equivocada, sub. Había pensado ser agradable, pero… No importa. Disfrutaré más de esto, al igual que todos los demás. -Hizo una pausa el tiempo suficiente como para que toda la sangre se disparara de su cabeza-. Bájate los pantalones. Quiero ver si obedeciste mis instrucciones de la semana pasada. -Mierda. Ninguna cordialidad se evidenciaba en su rostro ahora, sólo la absoluta autoconfianza y autoridad de Dom.

Ella no vaciló, si bien sus dedos temblaban mientras se abría la cremallera de los pantalones. Se contoneó para salir de ellos. Y expuso su coño recién afeitado.

Él no dijo nada por un larguísimo momento, dejando a la gente en la barra llenarse las miradas.

– Buen trabajo, -dijo-. Súbelo.

Su aliento salió en un suspiro de alivio, y se apresuró a levantar sus pantalones cortos. Hacía un minuto, se habían sentido mucho más diminutos, ahora parecían una maravillosa cobertura.

Esperó a que ella hubiera terminado, entonces dijo,

– Estarás atendiendo el bufet del área lateral con Heather, y tendrás el fin de la noche libre otra vez. Antes de que empieces sin embargo, el Maestro Z quiere hablar contigo. -Cullen le indicó-. Está en la zona de la estacada. -¿El Maestro Z? Se mordió los labios y se frotó las manos repentinamente húmedas en sus muslos. ¿Pensaba sacarla a patadas, no? Pero no quería irse. Había aprendido mucho acerca de sí misma y el pensamiento de nunca volver aquí otra vez… nunca volver a ver a su Señor*…

– ¿Hice algo malo, Maestro Cullen? ¿El está…? ¿Tengo que irme? -Sus oscuros ojos verdes se suavizaron. Se levantó y colocó las grandes manos sobre sus hombros, apretando suavemente.

– No, dulzura, no va a pedirte que te vayas. Es sólo una charla. El Maestro Z examina a todos los miembros de vez en cuando, especialmente a los aprendices. Considera que están bajo su cuidado y protección.

La ráfaga de alivio la mareó. ¿Pero el Maestro Z?

– ¿No estamos bajo tu cuidado? ¿Señor*? -Los ojos de Cullen se estrecharon, e inclinó la cabeza hasta que sus labios se detuvieron a sólo un aliento de los de ella.

– Mío también, Andrea, -susurró, y entonces la besó, larga, lenta y profundamente. Sus rodillas perdieron las fuerzas, y él tuvo que empujarla en contra de sí para sostenerla. Todo en él era macizo y duro, desde sus brazos de hierro alrededor de su cintura hasta la apremiante erección en contra de su estómago.

Cuando la soltó, ella sólo pudo mirarlo. Jesús, pero nadie jamás la había besado antes de esa manera. El piso se mecía como si estuviera en un pequeño bote empantanado en una ola homicida.

Le golpeó ligeramente la mejilla con un dedo.

– El Maestro Z, pequeña sub. Ve a hablar. -Cuando él se alejó, ella intentó desterrar el zumbido de su cerebro y pensar claramente, pero la excitación todavía burbujeaba a través de sus venas. Quiero más besos, decía su cuerpo. Respiró profundamente, entonces otra vez. Maestro Z. En la estacada. Fue en esa dirección, aliviada de estar descalza. Por la forma en que sus piernas temblaban, los tacones altos la habrían matado.

El dueño de Shadowlands ocupaba un sofá mientras observaba la escena cercana donde una mujer tenía la cabeza y manos restringidas en la estacada. Su canosa Domme empujó hacia arriba la falda de la mujer y alzó una delgada vara con algo aplanado en el extremo. Qué vara de apariencia más interesante.

El Maestro Z debió haberla visto fruncir el ceño.

– Se llama fusta. -Se puso de pie, un hombre elegante y perfectamente arreglado, el opuesto directo del Maestro Cullen que siempre tenía la desarreglada apariencia de quien acababa de moler a golpes a alguien. Y todavía, al igual que con el Señor*, el poder radiaba del Maestro Z como un horno en un día frío.

– Por favor, siéntate. -Se unió a ella en el sofá, completamente a gusto. Un brazo descansando a través del cojín trasero mientras se volvía en su dirección, y su rostro bajo la luz parecía delgado y peligroso. Él no la asustaba, pero de verdad, de verdad, la ponía muy nerviosa-. Relájate, -murmuró-. Ya he tenido mi cuota de bonitas sub para el desayuno. -Su sonrisa iluminó sus ojos oscuros y lo hizo verse… casi… humano-. Tuviste dos días de ser una aprendiz y entonces una semana para pensar. Regresaste. -Hizo una pausa.

Ella asintió con la cabeza.

– Entonces, pequeña, ¿disfrutaste de ser disciplinada? ¿Atada en la cruz de San Andrés? ¿Tu cuerpo a disposición de alguien que acababas de conocer?

Ella se lamió los labios, sintiendo su cara enrojecerse.

– Yo… -Levantó la barbilla. Si quería hacer esto, entonces tendría que reconocerlo-. Sí, Señor. Lo hice.

– Chica valiente. -La estudió-. ¿Y cuando el Maestro Marcus te excitó, deseabas más? -Dios, todavía podía recordar la manera en que se había sentido, cómo todo su cuerpo había deseado su toque. Las manos de él sobre ella habían parecido inapropiadas en cierta forma, y todavía, si él hubiera continuado un poco más de tiempo, la habría tenido suplicando.

– Sí, Señor.

– Bien, entonces. -Le tomó la muñeca, un dedo frotando sobre su puño-. ¿Estás lista para un listón verde?

La pregunta la sorprendió. Aunque ahora que pensaba en la conversación, pudo ver que él había planeado llegar a esta pregunta todo el tiempo. A esto. Básicamente, ¿ella quería incluir al sexo como parte de su entrenamiento?

– ¿Podría ser con cualquiera en el club? ¿No tengo nada que decir sobre eso?

– Siempre tienes una palabra de seguridad, gatita. -Sus ojos eran grises, recordó. Gris oscuro, no negros-. Pero cualquier Maestro de aquí te puede tomar. Cualquier otro tiene que pedirle permiso al Maestro Cullen. Sólo el Maestro Cullen o yo podemos asignarte a alguien que no sea un Maestro. -Cualquier Maestro podría tener sexo conmigo. Ella incluso no los había conocido a todos, todavía. Pero los que había conocido eran verdaderamente dominantes. A diferencia de lo que sucedía con los Doms de los clubes del centro de la ciudad, ella no había considerado discutir ni con el Maestro Marcus, ni con el Maestro Dan. Y quiso esa dominación.

¿Pero ir más lejos? ¿Ponerse un listón verde?

Entonces el Maestro Cullen podría tomarme. El estremecimiento de excitación la golpeó como un pequeño seísmo. El Maestro Z sonreía débilmente mientras esperaba. Él probablemente sabía con sólo mirarla lo que había decidido.

– Estoy lista para el verde, -dijo firmemente.

Él le inclinó la cabeza hacia arriba, su mano estaba caliente. La estudió durante un largo momento, y entonces asintió con la cabeza.

– Sí, lo estás. -Sacó un listón verde de su bolsillo y lo añadió a los que estaban ensartados en sus puños dorados-. Muy hermosa. Muy preparada para el Día de San Patricio en un par de semanas.

Ella bajó la mirada a su nuevo listón, y repentinamente el aire abandonó sus pulmones. La música amainó hasta que el sonido de su corazón retumbando dentro de su caja torácica llenó su mundo. ¿A qué había accedido? ¿Y si la agarraban y…?

– Andrea. -El Maestro Z le levantó la barbilla otra vez y la obligó a mirarlo-. Esto no es un burdel. La mayoría de los Maestros tienen a sus propias subs, e incluso a los que no, nunca les faltan compañeras. Aunque disfrutemos de tener aprendices aquí, podríamos fácilmente prescindir de ellos. -Su pulgar le acariciaba la mejilla con un lento y reconfortante toque-. Lo que hagas en Shadowlands, sexo, bondage, disciplina o cualquier otra cosa, es por ti, pequeña. Y nos esmeraremos en darte lo que necesitas. -Después de sostenerle la mirada durante un largo momento, se puso de pie, levantándola con él.

Bien, eso estuvo bien. Sí, deme un listón verde, había dicho, para luego entrar en pánico como un bebé.

Levantó la vista hacia él.

– Gracias, Maestro Z.

Su mejilla se frunció.

– De nada. Vete y sigue con tus deberes. -Ella asintió con la cabeza y se dirigió hacia el otro lado del cuarto, extremadamente consciente de sus puños.

Aunque sabía que el listón verde no se había vuelto fluorescente, brillando para que todos lo notaran, seguro que se sentía de esa forma.

Pero la noche siguió bien. Varios Doms miraron sus puños e intentaron entablar una conversación. Habló con ellos pero no pudo reunir ningún entusiasmo. Maldita sea, no quería a ninguno de ellos. Pero no debía obsesionarse con el entrenador de Shadowlands. Tanto Antonio como las subs le habían dejado claro que el Maestro Cullen no se comprometía con ninguna sub, especialmente no con una aprendiz.

Muy bien. Afirmó su boca. Tiempo de conocer a otros Doms.


***

Con el codo apoyado en la barra, Cullen observaba a Andrea charlar con uno de los Doms más jóvenes. Bien. Estaba conociendo gente y sintiéndose en casa. Exactamente lo que él quería para ella. Con dificultad reprimió un gruñido cuando el Dom pasó la mano acariciándole el brazo.

– Ey, Cullen. -Con el brazo alrededor de su sub, Dan se volvió para seguir su mirada-. Bonita aprendiz, aunque tenga un problema de actitud.

Más que un problema. Saber que había sido atacada y casi violada cuando era más joven enfurecía a Cullen. ¿Por qué carajo él no había estado allí?

– Ella aprenderá, -le respondió.

Después de levantar a su bajita sub encima del taburete de la barra, Dan tomó asiento al lado de ella.

Kari empujó hacia atrás su largo cabello castaño y le sonrió a Cullen, demostrando la dulzura que había cautivado a su amigo.

– Ella tiene un tamaño acorde para ti.

– Así es. -Después de darle a Dan un vaso con agua helada, Cullen mezcló ron y Coca-Cola Diet para Kari-. Ustedes, pequeñas subs, me ponen nervioso. Tenerlas alrededor es demasiado parecido a entrar en un cuarto lleno de diminutos gatitos e intentar no pisar a ninguno.

Dan bufó.

– Muy cierto. Están todo el tiempo debajo de los pies.

Kari le hundió la punta de un dedo en el costado.

– Eso es grosero.

Ella chilló cuando Dan la agarró del pelo.

– ¿Hincaste a tu Dom con un dedo? -gruñó.

Los ojos de Kari se volvieron enormes.

– No. Sí. Lo sient…

Cayendo en la cuenta, Cullen agarró sus bebidas justo antes de que Dan levantara a Kari colocándola boca abajo sobre la barra.

– ¡Ey! -Sus piernas desnudas pateaban frenéticamente cuando Dan empujó la ceñida falda hacia arriba y le impartió tres punzantes golpes repentinos a su redondo trasero.

– ¡Ay!

– ¿Quieres más? -Dan pasó una mano acariciando sobre las mejillas enrojecidas.

– No, Señor. Maestro. No.

– Abre para mí.

Con un alto suspiro de vergüenza, Kari separó las piernas. Los dedos de Dan se deslizaron a través de su coño y regresaron agradablemente mojados.

– Bien. -Le sonrió a Cullen-. Creo que esta pequeña sub y yo iremos a jugar sobre el banco de nalgadas.

El pequeño estremecimiento que atravesó a Kari obviamente no tenía nada que ver con el miedo, y entonces Dan la levantó de un tirón de la barra y la puso encima de su hombro. Se alejó acarreando a la pequeña y curvilínea mujer como si ella no pesara más que la cartera de una señora.

Cullen sacudió la cabeza. Él disfrutaba de ese tamaño… infierno, disfrutaba de cualquier tamaño… pero tomaría una más grande algún día.

Sostener a Andrea había sido increíblemente satisfactorio. En lugar de que su cabeza apenas le alcanzara el pecho, la mejilla se ajustaba en contra de su hombro. Y a diferencia de Deborah, otra sub grandota con quien él había jugado, Andrea se había acurrucado como un gatito, tomando, obviamente, el placer de la comodidad que le ofreció.

Suspiró, arrojó a la basura las dos bebidas sin tocar, y limpió la superficie de la barra. A través del cuarto vio a Dan que terminaba de sujetar a Kari a un banco de azotes tipo borriquete. A pesar de su excitación, ella aparentemente había objetado haciendo bastante ruido, por lo que Dan ahora la amordazó, algo que él raras veces le hacía a la pequeña maestra.

Cullen sonrió, envidiando a su amigo. El exuberante culo de Kari estaba hecho para azotarlo.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que él había zurrado a alguien? Cullen se frotó la barbilla. ¿La semana pasada con Andrea? Pero un azote para disciplinar es muy diferente de uno erótico.

Recorrió con la mirada la reducida multitud. En una hora más, quedaría liberado de la barra y la encontraría.

Realmente debería enseñarle la diferencia entre los dos tipos.

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