– ¿Estás seguro de que quieres vivir aquí? -preguntó Nicole cuando contempló los acres cubiertos de nieve desde el porche mientras las gemelas, con abrigos iguales, jugueteaban por el jardín. Harold, el viejo perro, ladró y se unió a ellas como si fuera un cachorro. El ganado y los caballos salpicaban el paisaje. Slade, vestido con una gruesa cazadora de piel de borrego, estaba cerca del granero echándole un vistazo a los abrevaderos.
Era maravilloso estar allí y el corazón de Nicole estaba pletórico. Thorne tenía la pierna escayolada, pero habían planeado casarse cuando ya estuviera recuperado.
– Viviré aquí siempre que Randi me deje.
Randi era la única preocupación. Casi había pasado un mes desde el accidente y seguía inconsciente. Aunque Kurt Striker aún seguía investigando su hipótesis del otro coche involucrado, no había encontrado sospechosos y el avión de Thorne aún estaba siendo analizado. ¿Había sido una mala jugada de alguien? Thorne no lo creía, o eso decía, ya que debería haber hecho que le revisaran el avión antes de despegar, pero había estado tan impaciente por regresar a Montana que no lo había hecho.
– Por cierto -dijo-. Tengo algo para ti.
– ¿Qué es?
– Algo para hacer oficial nuestro compromiso.
– ¿Sí? -Nicole enarcó una ceja cuando él se metió la mano en el bolsillo de sus vaqueros. Despacio, sacó un anillo, una alianza de oro y plata.
– Era de mi padre, de cuando se casó con mi madre -explicó, y cuando se lo puso en el dedo a Nicole, ella se conmovió y sintió un nudo en la garganta-. Tal vez por nostalgia, la guardó incluso después del divorcio y mientras estuvo casado con la madre de Randi. Me lo dio antes de morir y ahora… por tradición, supongo, quiero que lo tengas -sonrió-. Aunque me parece que tendremos que ajustártelo -el anillo era demasiado grande para su dedo, pero Nicole lo rodeó fuertemente con su mano, sabiendo lo mucho que significaba para Thorne. Sabiendo que el que lo hubiera compartido con ella decía mucho.
– Es precioso.
– Y especial.
– Oh, Thorne, gracias -susurró, lo besó y él la abrazó.
– Y tú eres especial para mí, Nicole, y las niñas también.
Jamás, ni en sus mejores sueños, se había imaginado Nicole oír esas palabras de Thorne McCafferty, el hombre que la había usado para luego abandonarla.
Y como si él pudiera leerle el pensamiento, le dio un beso en la cabeza.
– Sé que cometí un error y me he torturado muchas veces por ello, pero quiero compensároslo, a ti y a las gemelas. Yo… jamás pensé que sentaría la cabeza, que tendría mi propia familia… -se detuvo un momento y contempló los campos cubiertos de nieve-, que viviría aquí, en el Flying M., pero lo estoy haciendo. Por ti -la miró-. Eres la única, Nicole. La mujer de mi vida.
Ella suspiró y miró el anillo. ¡Cuánto lo amaba! Conteniendo unas lágrimas de felicidad, le dijo con un susurro:
– Te quiero.
– ¿Seguro? -le respondió con una sexy sonrisa.
– Palabra de scout -Thorne le contagió la sonrisa-. ¿Es que no me crees?
– A lo mejor…
– ¿Pero a lo mejor no?
– Podrías demostrármelo.
Nicole se rió.
– ¿Y cómo quieres que lo haga?
Los ojos de Thorne resplandecieron con picardía.
– Bueno, se me ocurren muchas formas…
– Y a mí más.
Él se levantó con dificultad y la atrajo hacia sí.
– Entonces empecemos, ¿te parece? Como diría mi padre, «no hay que perder el tiempo». Y además, dijo que quería nietos.
– ¿Y qué pasa con J.R. y las gemelas?
– Eso es sólo un empiece.
– Tranquilo, Romeo -dijo ella riéndose.
– Ni hablar, señorita. Sólo tenemos por delante el resto de nuestras vidas.
Ella echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una carcajada.
– Te quiero, Thorne McCafferty, pero si aquí hay alguien que tenga que demostrar algo, ése eres tú.
– Muy bien -la levantó del suelo y ella gritó.
– ¡No, Thorne! ¡Tu pierna! ¡Suéltame! ¡Bájame!
Él la sostuvo con fuerza, apoyado contra la pared.
– Nunca -le juró antes de besarla. Nicole cerró los ojos, le devolvió el beso y se preguntó si alguien tenía derecho a ser tan feliz… Cuando él alzó la cabeza y la miró, volvió a decirle-: Jamás te dejaré, Nicole. Nunca más.
Y ella lo creyó.