Tris estaba sorprendido por lo mucho que le estaba costando volver a la casa. No era su tipo de fiesta, pero nunca antes había sentido tal rechazo. Era como tener que saltar a una alcantarilla. El ruido había bajado, tal vez a causa del estupor más que de la calma.
Un olor lo hizo detenerse. Vómito. Lo esquivó a tiempo. Este tipo de fiestas eran típicas de Crofton, donde el exceso sustituía la excelencia, aunque no estaba seguro de que sus propias fiestas acabasen de manera mucho más decorosa. Por lo general sí, pero no siempre. Él nunca servía ese tipo de brebaje que Crofton había repartido tan generosamente, una poción diseñada para que la gente perdiera la cabeza lo más rápidamente posible, lo cual mostraba la inseguridad de un anfitrión.
Tris deseó que Crofton se fuera al mismo infierno que estaba recreando, y se arrepintió de haber llevado allí a Cressida. En su momento, podía haberla persuadido para que se quedase en Nun's Chase, pero entonces le había parecido una buena idea. Ni siquiera se había detenido a pensar en proteger la inocencia de su mente, pues no le había parecido importante. De hecho, si se lo hubiera preguntado hubiese respondido que la inocencia es peligrosa porque equivale a la ignorancia. Por lo visto, el tema de la pureza tampoco se le había cruzado por la cabeza. No, pensó al detenerse ante a la puerta principal, pureza no es la palabra adecuada, suena demasiado a sermón. Ta se refería a la belleza. A la belleza de una flor en su mejor momento, o una fresca mañana de verano, o una sábana de lino blanca y fina. Algo que había que atesorar y no ensuciarlo.
Se rió de sí mismo. La misma naturaleza marchita las flores y hace que las mañanas se terminen, y el lino está hecho para ensuciarse y lavarse después. Todo es parte del orden natural, aunque no se debía precipitar por una fiesta como ésta que ni siquiera tendría que existir. Era extraño pensar así, ya que tal vez Crofton se había inspirado en sus propias fiestas en Nun's Chase. Se sacudió todos estos pensamientos de la cabeza y entró en la casa.
Al abrir la puerta lo golpeó un olor terrible y tropezó con las piernas de un gladiador que roncaba. Debajo de él había una mujer gorda y casi desnuda que también dormía. Tris lo empujó para evitar que la ahogara. No vio nada con lo que cubrirla, pero se imaginó que a ella no le importaría, ya que evidentemente era una prostituta. Avanzó entre los otros invitados hacia el escritorio y desgraciadamente no estaban todos inconscientes. Además, algunas de las chicas eran claramente demasiado jóvenes, y todo eso le quitaba del todo las ganas de copular a cualquiera.
Abrió la puerta del escritorio sintiéndose aliviado, pero ahí se encontró a su amigo Tiverton disfrazado de pirata y copulando con la prostituta que antes reclamaba un pene. Ahora estaba despatarrada encima del escritorio, con expresión de aburrimiento o fatiga. No parecieron darse cuenta de que cogió la daga de la sabiduría, lo cual fue casi un acto de caridad, ya que la espada parecía estar a punto de pincharle el trasero.
– ¡Venga ya! -Se quejó ella-. O sigues o lo dejas.
Tris echó un vistazo. El pirata no estaba en condiciones de seguir y no entendía por qué insistía. De cualquier manera, no era su problema. Se estaba alejando cuando la chica se quitó a Tiverton de encima.
– ¡Déjame en paz ya, gandul impotente!
– ¡Cierra la boca!
Tris actuó por instinto. Cogió el brazo de Tiverton en el momento en que lo levantaba, y lo sujetó firme tras su espalda. Lo mantuvo alejado de la chica mientras ésta se levantaba como podía. Aunque parecía joven, tenía un amenazador herpes en los labios. De hecho Tiverton no la hubiese tocado nunca estando sereno, y mucho menos le hubiera pegado. Maldito Crofton.
– Déjala que se marche -le dijo Tris tranquilamente.
– ¡La mato! -gritó Tiverton liberándose de Tris-. ¡No soy un maricón asqueroso!
Se giró para enfrentarse a Tris, balanceándose borracho. No había manera alguna de hablar coherentemente con él, así que decidió tumbarlo de un puñetazo. A continuación se frotó los nudillos, aún doloridos tras su última pelea. ¿Había sido acaso esa misma mañana? El duque de Saint Raven estaba haciendo una estupenda carrera asaltando los caminos, intentando seducir a una joven inocente, y participando en reyertas de borrachos… Un gong lo sacó de sus pensamientos. Se escucharon las campanadas del reloj. Medianoche.
Tiverton estaba roncando y la chica se había escapado. Tris se puso la espada de la sabiduría en la faja y se dirigió al salón. Esperaba poder quedársela después, ya que le hacía falta sabiduría y de cualquier modo Crofton era un caso perdido.
Por el ruido que hacía la gente supo dónde se celebraba el concurso. Los aullidos, risotadas y chillidos que soltaban los invitados de Crofton parecían los de unos animales salvajes enjaulados. Finalmente, el evento se iba a llevar a cabo en el vestíbulo y se utilizarían las escaleras y el descansillo a modo de galería. Habían colocado más velas, cuya luz contrastaba con la oscuridad rojo fuego, lo que le hizo pensar que Stokeley Manor podía convertirse en un auténtico infierno antes de que la noche terminase. Tal vez haría falta fuego para poder limpiar el suelo, ya que las bebidas que se habían derramado y otras sustancias lo habían dejado pegajoso.
Crofton, el demonio rojo, presidía el evento desde los peldaños inferiores, y animaba a sus invitados con los ojos brillantes. Por lo menos habían dejado de beber, lo cual explicaba por qué había tantos que aún estaban conscientes. Seguro que se debía más a que se habían acabado las reservas que a su sano criterio de anfitrión.
Las estatuillas estaban en una pequeña mesa al comienzo de 1as caleras. Tris intentó ignorar la cacofonía y el jaleo del lugar central del acto y se concentró en la mesa. Tal vez le iba a resultar más fácil de lo había pensado. Las estatuillas ya no estaban ordenadas en una línea, por lo que podría sacar la que buscaban y vaciarla sin que nadie se diese cuenta. Comenzó a moverse en esa dirección, cruzándose con todos los borrachos, intercambiando una palabra o dos cuando fuese necesario, pero manteniendo el mínimo contacto.
De pronto un cuerpo se pegó a él. Miró hacia abajo y se encontró a Violet Vane, la reina de la noche, con los ojos muy pintados con kohl y apestando a su habitual poudre de violettes, trepando con los dedos por su abdomen.
– ¿Dónde está su delicia turca, Saint Raven? ¿Necesita algo más fuerte ahora?
Le agarró la mano.
– Ha acabado conmigo, por el momento…
Ella sonrió.
– Lo dudo, he escuchado historias sobre usted, mi señor duque. Necesita una mujer de verdad, una que tenga su fuerza…
El pegajoso perfume comenzaba a darle nauseas. ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo actuando como un caballero con una mujer como ésta?
– No, no esta noche -dijo haciendo que se diera la vuelta y dejándola en manos de un senador romano. Ignoró su ristra de insultos y se acercó hacia la mesa. Pero, maldita fuera, ahora todo el mundo lo estaba mirando.
– Ah, St Raven -dijo Crofton-. ¿Has venido a participar después de todo?
– Sólo a observar -contestó Tris apoyándose sobre la escalera con los brazos cruzados.
Estaba a poca distancia de la mesa y rezaba para que la atención se volviera hacia las tres parejas que estaban imitando una postura horizontal cuando una ovación indicó que una de ellas lo había conseguido. Tris miró a su alrededor. Nadie parecía fijarse en él y Crofton miraba el concurso con avidez. Era el momento de actuar.
Estudió las estatuillas de la mesa. La pierna derecha levantada. Sombrero y cinturón…
¡No estaba allí! Con el corazón acelerado, volvió a mirar y no estaba. Para asegurarse las contó. Ocho. Maldita sea. ¿Habría comenzado antes el concurso? Si había sido así ¿por qué demonio sido ésa la primera estatuilla y quién la había ganado? Ignorando la ovación general, miró hacia el recibidor y la escalera, buscando a la persona que tuviera el trofeo. No la encontró. Pero cerca de 1ª puerta principal reconoció a un hombre que iba vestido de bufón. Era Dan Gilchrist, amigo suyo y una persona bastante decente. Se preguntó qué hacía allí, pero agradeció al cielo haberlo encontrado. Intentando no perder la calma, Tris avanzó entre la gente.
– Qué noche más salvaje -le dijo al llegar.
– Demasiado, si me lo preguntas -contestó Dan sonriendo.
Era un joven amistoso, más bien gordito, que trabajaba para el Ministerio de Interior y tenía reputación de ser inteligente y trabajador. Esa noche había elegido un traje de bufón, pero parecía sobrio e incluso aburrido.
– Entonces, ¿por qué sigues aquí? -le preguntó Tris, si querer entrar directamente en el tema.
– Vine con Tiverton, y algunos más. Imagino que no se querrán marchar hasta que acabe.
Tris pensó en Tiverton, que seguramente seguía inconsciente en el escritorio, por lo que estuvo a punto de ofrecerse para llevar a Dan a casa. Pero recordó que estaba con Cressida y mientras menos gente la reconociera, mejor. ¡Oh, Dios, Cressida! ¿Cómo iba a decirle que la estatuilla había desaparecido? Había sido por llegar tarde, por haber perdido el control y querer seducirla, porque la había interpretado mal, porque no la había cuidado lo bastante y se había tomado esa maldita poción. Nunca se había sentido tan derrotado.
Pero no estaba todo perdido, aún podía ejecutar el plan.
– ¿Ha empezado hace mucho el concurso?
– Comenzó a la hora de las brujas. -Gilchrist sonrió e hizo tintinear su bastón de cascabeles-. Debo admitir que tengo ganas de ver a alguien intentar la postura sobre la cabeza.
Tris volvió a mirar hacia la mesa, pero incluso desde ahí 1as podía contar. Seguía habiendo ocho.
– Me da la impresión de que una de las estatuillas ha desaparecido. Estoy seguro de que había nueve.
– Miranda Coop convenció a Crofton para que le diera una, o hizo algún trueque para obtenerla. -Gilchrist tintineó sus campanillas otra vez.
Tris se esforzó por no mostrar reacción alguna.
– Me pregunto qué habrá tenido que hacer. Crofton está totalmente entregado a su concurso.
– Era una de las más simples. Estoy seguro de que La Coop puede hacer algo lo bastante interesante como para persuadir a un hombre.
– Yo también. -Tris blasfemó para sus adentros.
Miranda no era de las más fáciles, pero algo podía hacer.
En el peor de los casos, podría ofrecerle algo que le interesase para convencerla. Hacía meses que intentaba clavarle sus garras. La idea de tener que seguirle el juego le revolvía el estómago, pero debía corregir unas equivocaciones suyas.
– ¿Dónde está? Me gustaría saber qué es lo que le propuso.
– Entonces tendrá que seguirla hasta Londres. Se ha marchado ya.
Tris miró a los ridículos concursantes con indiferencia.
– Sabia mujer. Creo que haré lo mismo.
Se alejó antes de que Gilchrist le pidiera que lo llevara de vuelta y se dirigió hacia el horno. Había predicho que nada de esto sería fácil y parecía tener toda la razón. ¿Qué maldita mala suerte había hecho que La Coop se encaprichara de esa figura en particular? ¿Y qué iba a decirle a Cressida ahora?
Un plan. Tenía que presentarle un nuevo plan. Hizo una pausa a la altura de los establos para pensar y por suerte se le ocurrió algo. Debería funcionar y aunque le obligara a hacer cosas que no deseaba, ése sería su castigo por todas las estupideces que había cometido.
Abrió la puerta del establo y se lo encontró lleno de sirvientes borrachos o dormidos. Sin embargo, había uno jugando a los dados en el suelo que parecía más o menos sobrio. Se puso rápidamente de pie.
– ¿Sí, señor?
Un tipo listo. Había imaginado que algunos invitados querrían sus carruajes y que serían muy generosos con quien estuviera 1o bastante sobrio como para ayudarlos.
– Ve al pueblo y diles a los hombres de Saint Raven que traigan su carruaje al final del camino y que te den una corona.
Los ojos del chico se abrieron como platos.
– ¡Sí, su excelencia! -Y partió a buscar su caballo.
Era agradable todavía poder impresionar a alguien. Tris continuó hacia el horno. Dudó unos instantes antes de entrar, intentando inventar alguna buena historia, pero no le quedaba más que contarle la verdad.
– Soy yo -dijo al abrir la puerta, e hizo bien en hacerlo porque la hurí tenía el rollo de amasar listo para el ataque.
– ¡Ya la tiene! -exclamó deleitada.
– No, ya se la habían llevado.
Cerró la puerta y le quitó el rollo de las manos, a pesar de que más bien parecía que lo iba a dejar caer en vez de golpearlo.
– Lo siento. Por lo visto Miranda Coop tuvo unas negociaciones privadas con Crofton antes de que comenzara el concurso. No hubiésemos podido evitarlo aunque hubiéramos estado allí.
Aunque fuese verdad, no dejaba de sonar como una excusa.
– Entonces tenemos que quitársela. ¿Dónde está?
– Camino de Londres.
Aunque no la viera sintió su consternación.
– ¿Le Corbeau? -le sugirió tímidamente.
– Lo haría si pudiese, pero nos lleva mucha ventaja. Para cuando llegara a Nun's Chase y me pusiera el traje, ella ya estaría en casa. Pero no está todo perdido, sabemos adónde va. A menos que La Coop sepa el secreto, las joyas no están en peligro. Las recuperaremos.
– ¿Está seguro?
Sonaba a súplica lastimosa. Tras haber ido tan lejos y hecho tanto para cumplir su plan, ahora la voz de la valiente señorita Mandeville de Matlock temblaba.
– Lo estoy. -Por Hades, no le iba a fallar-. Al menos ya nos podemos marchar de aquí. He ordenado que nos traigan el carruaje la entrada. Vamos.
Al verla tan consternada por la noticia, puso su brazo alrededor de ella para conducirla hacia la noche, sin pensar que tal vez rechazaría su proximidad. No fue así, pero tal vez fue consecuencia de su asombro y decepción.
¿Por qué diablos no tenía una varita mágica para solucionarlo todo? ¿De qué le servía ser duque si no podía ayudar a sus… amigos? De hecho, podía y debía hacerlo. Si no conseguían las joyas, encontraría una manera de darle dinero y de que sus padres lo aceptasen. Pensó en un conocido que había ganado la lotería, tal vez podía arreglar algo.
– Siento haberte traído aquí -le dijo. Cada paso que lo alejaba de la casa parecía una bendición. -No, se lo agradezco. Podía haber funcionado y sin duda ha sido muy educativo.
– Hay muchas lecciones que es mejor desaprender.
No eran palabras sabias. Evidentemente, las lecciones que ya había desaprendido eran las que hacían que se mantuviera a una distancia de él, por lo que no intentó acercarse, pero se sintió absurdamente aliviado cuando ella volvió a tomar su brazo. Entonces avanzaron por el camino que llevaba al portón de la casa como un caballero y una dama dando un paseo. La luna llena estaba parcialmente cubierta por nubes, pero aún así iluminaba sus pasos. Al alejarse del ruido y volver a encontrar la paz, parecía una escena cotidiana, excepto por su ropa. La seda de su camisa no parecía la protección adecuada para el brazo desnudo de ella…
– No estoy segura de que sea verdad.
Tuvo que hacer un esfuerzo para recordar de qué hablaba. ¡ Ah, sí! Aprender.
– El conocimiento siempre es útil -continuó-, incluso aunque sólo sirva para advertirte de lo que debes evitar. A hombres como ése, para empezar.
– Y qué se debe cambiar -continuó-. He estado pensando…
Él evitó quejarse temiendo lo que iba a decir.
– No creo que esas prostitutas sean mujeres que actúan como niñas.
Había una sola respuesta posible.
– Tal vez no.
– Y no sólo estaban haciendo las poses, en el pasillo…
– Sí, pero nadie las obligaba a ello.
– Más que la pobreza.
– Tal vez. -Gracias al cielo el tema no iba de lo que había ocurrido entre ellos-. Cressida, no hay nada que hacer, el mundo es un lugar brutal y la gente sobrevive lo mejor que puede. Por eso estoy intentando hacer lo posible para recuperar tu fortuna.
– Yo no corro ese peligro.
Su silencio, tras decirlo, mostraba que sabía que lo había estado, y tal vez que él por lo menos había salvado a un cordero del matadero.
– Aún tengo la daga de la sabiduría. ¿La quieres?
– No especialmente.
Lo había dicho sólo para distraerla, pero evidentemente se lo había tomado como una reprimenda. No era de sorprender. Ellos dos eran como mezclar ácido y leche, una mezcla que siempre se estropea.
– O tal vez pueda pagarle a tu padre por lo que valga. Me gustaría quedármela, pero no quiero parecer un ladrón.
Y además sería una pequeña cantidad para sus arcas.
– Tómela como un regalo, su excelencia. Como una recompensa por su noble servicio.
Su excelencia. Le dolió, pero se abstuvo de protestar. Ya estaban llegando a la carretera que los llevaría de vuelta a la realidad, donde la leche y el ácido fluían adecuadamente por diferentes canales.
Cressida se había dado cuenta de que él no se hacía preguntas sobre el bien y el mal, y también que se estaban distanciando. Había pasado de estar en sus brazos a ir agarrada a él formalmente; la distancia era desgarradora y cada centímetro entre ellos frío y doloroso, pero era lo correcto.
Todavía deseaba cosas que no debería, pero cada paso que la alejaba de Stokeley Manor la acercaba a su mundo decente, lo cual era algo que deseaba cada vez más. Había visto y experimentado cosas, pero ahora quería volver a ser de nuevo la señorita Mandeville de Matlock, incluso si eso conllevaba no ver al duque Saint Raven nunca más.
Pensó en Miranda Coop, que tenía su estatuilla. Había dicho que podían recuperarla. ¿Podían? ¿Acaso su relación no se había roto aún? Un sentimiento de excitación traicionó su sentido común. Atravesaron el portón y se dispusieron a esperar.
– ¿Cómo recuperaremos la estatuilla? Imagino que no será posible visitar a la señorita Coop por la mañana temprano…
– Difícil, pero yo sí. Puede que sea tan sencillo como eso.
Después de todo no se refería a los dos. Miró la carretera plateada, deseando que se apresurara el carruaje. No podía seguir así mucho más tiempo. Luego se dio cuenta de que todavía les quedaban dos horas de viaje juntos. Gracias a Dios el señor Lyne iría en el coche. Pero ¿acaso debía volver a la casa de Saint Raven?
Un auténtico escalofrío la atravesó; estaba cansada y tenía frío.
– ¿Podría llevarme a Londres?
– ¿Vestida así?
Se frotó los brazos desnudos.
– Tal vez no.
– Tu equipaje está en Nun's Chase, Cressida, y no me parece apropiado pasar a buscarlo para llevarte a casa a altas horas de la madrugada. Podrás dormir bien, vestirte correctamente y volver a Londres por la mañana.
Tenía razón, por supuesto, pero en su mente desesperada, Nun's Chase le parecía casi tan intolerable como Stokeley Manor.
– Confía en mí.
Se volvió para mirarlo. Él tenía la vista fija en la carretera, y su expresión era fría bajo la pálida luz de luna-. Ella le importaba, lo sabía. Era descuidado con muchas cosas, pero no con ella.
– Por supuesto -le contestó suavemente-. Confío en usted.
Vio cómo, de pronto, se relajaba y se alegró de al menos poder darle eso, hasta el punto de querer llorar. Fue un alivio que no cayeran esas lágrimas, ya que él se dio la vuelta y extendió sus brazos.
– Tienes frío. ¿No quieres compartir mi calor?
Fue hacia sus brazos y se acurrucó a su lado. Era una sensación cálida y reconfortante, que le provocaba emociones aún más peligrosas.
– Nunca te he preguntado qué excusa usaste para marcharte con Crofton, o cómo pensabas volver. Espero que todavía podamos usar ese plan.
Tenía la mejilla apoyada en su chaqueta de seda.
– Se supone que estoy visitando a Cecilia, una amiga casada que vive cerca de Londres, y que me llevó un amigo que iba para allá.
– Pero de hecho viajaste con Crofton. ¿Acaso nadie cuestionó ese detalle?
– Mi madre está demasiado ocupada con mi padre como para enterarse de nada, y casi todo el servicio se había ido. Además, Cecilia existe.
– ¿Y sabe ella esta historia?
Alzó la cabeza para mirarlo.
– Claro que no. Algo así le hubiese parecido fatal.
Cressida inmediatamente deseó tragarse esas palabras, Era verdad, pero lo que decía también era una crítica evidente a sus gustos y modo de vida. Aunque lo cierto era que en sus momentos de lucidez también condenaba sus gustos y estilo de vida.
El ruido metálico del vehículo y de las herraduras la alivió. Se acercaba el carruaje y quería que todo aquello acabase, el evento, la intimidad, todo. Se separó nuevamente de él. Desde ese momento tendrían compañía y una vez en Nun's Chase echaría el pestillo y se iría directamente a dormir. El vehículo se detuvo y el señor Lyne bajó para ayudarla a subir, y una vez dentro se sentó. Saint Raven le dijo algo a su amigo, se acomodó al lado de ella, cerrando la puerta con un firme golpe. Ella sintió que se le revolvía el estómago.
– ¿No viene con nosotros?
– Se queda para asegurarse de que la historia sobre La Coop es cierta.