– ¡Hola Tris!
Tris se estremeció. La lluvia había parado, así que se había bajado del carruaje para llegar a su casa caminando. Ahora tendría que pagar su excentricidad con un encuentro con lord Uffham, el heredero del duque de Arran.
Uffham era bien parecido y fuerte, pero también un tipo cada vez más pesado. Tris tuvo que contenerse para no volver a estremecerse cuando vio que su hermano de crianza llevaba un chaleco color verde virulento, y tantos relojes de bolsillo, que iba haciendo tal ruido metálico mientras caminaba, que le recordaba las angustiosas campanillas de GilchriSaint
Tris se lo había pasado bien con Uffham en su juventud, pero cada vez más era más obvio que eran muy diferentes en gustos y en naturaleza. Además, a Uffham parecía molestarle que Tris ya fuera duque, pues él, para serlo, aún tenía que esperar a que su rico padre muriera.
Pensaba que Uffham debía tener en cuenta las ventajas que tenía y disfrutar de su libertad. Por otro lado, admiraba al duque de Arran y no creía que Uffham estuviera preparado para administrar unas propiedades tan importantes. Consideraba que sus responsabilidades eran agotadoras, y sabía que había avanzado mucho más de lo que su viejo amigo Uffham lo haría nunca.
– No sabía que estabas en la ciudad -dijo Uffham- ¿Te has peleado?
Tris se había olvidado de sus magulladuras.
– Un desacuerdo menor.
– ¿Mientras ibas a White?
– Mientras iba a mi casa. -No tenía manera de evitarlo-. ¿Quieres venir? He llegado esta mañana a la ciudad y apenas he comido nada. Quisiera cenar.
– Me apunto -dijo Uffham acompasando su paso mientras balanceaba un bastón con empuñadura de oro-. ¿Una urgencia?
– Papeleos. ¿Y qué haces aquí en verano?
– Una invitación a una fiesta picante en casa de Crofton. Me equivoqué. Aunque fuese en su casa de Londres, los amigos deben avisar de manera más clara cuando hay cosas como ésas.
Tris no recordaba que la invitación fuese especialmente oscura.
– No fue un asunto bien llevado.
– ¿No? ¿Cuándo vas a hacer otra fiesta como ésa en Nun's Chase?
No le asombró que tuviera el impulso de decir nunca.
– De momento no. -Doblaron por Upper Jasper Street-. Al fin y al cabo es verano.
– El verano es un momento perfecto para hacer fiestas. Todo el mundo anda por ahí sin tener nada que hacer.
– Habla por ti mismo. O agradece que todavía no tengas que llevar un ducado -dijo, dejando caer esa indirecta deliberadamente.
Uffham se encogió de hombros y siguió a Tris por el vestíbulo de la casa de la ciudad de Saint Raven, que estaba decorado con paneles oscuros.
– Esto está muy lúgubre. Deberías pintarlo.
Tris entregó su sombrero y sus guantes a un sirviente estudiadamente impasible.
– ¿Decoración interior? Lo siguiente es que caigas en la trampa del clérigo.
Eso fue suficiente para que los ojos de Uffham se abrieran como platos ante el pánico.
– ¡Ni se te ocurra decir eso! Las zorrillas de los bailes están aún peor este año. Creo que has hecho que salieran todas. Eso y que Arden se casara con esa maldita institutriz. ¡Ahora todas creen que pueden tener una oportunidad!
– ¿Arden se ha casado con una institutriz?
Tris lo asimiló mientras daba instrucciones para que les trajeran una comida simple pero contundente. El marqués de Arden era heredero del duque de Belcraven, y si se había casado con una mujer de baja cuna sin que se produjera un desastre…
Tris hizo que se dirigieran al pequeño salón que usaba para él.
– Fue la comidilla de la ciudad hace un año más o menos -dijo Uffham-. Supongo que fue en la época en que heredaste y te fuiste al extranjero. Acaban de tener un hijo, lo que demuestra la fuerza de la sangre de los campesinos.
– ¿Campesinos? -le preguntó Tris mientras entraban en la habitación que estaba llena de libros y amueblada con sillas cómodas. Arden era un cabrón arrogante lleno de ínfulas aristocráticas como el que más.
Uffham tuvo la elegancia suficiente como para ruborizarse.
– No exactamente. Es la hija de un capitán o algo así, pero sin dinero. ¡Una empleada del seminario de Cheltenham! Tampoco había mucho donde elegir. Y por ella dejó a la cachorra Swinamer.
– Eso, por lo menos, demuestra cierta sensatez.
Como Uffham se quedó impasible, Tris decidió intentar plantar otra semilla. Phoebe Swinamer era exquisitamente hermosa si a uno le gustaban las muñecas de porcelana. Además, tenía tan poco corazón como ellas. Si Uffham se casara con ella se acabaría la paz en la familia Peckworth.
– La señorita Swinamer es una reina de hielo detrás de una corona, especialmente la de un ducado. Cualquier hombre que se case con ella sentirá sus garras toda la vida. Ha coqueteado conmigo, pero tengo la seguridad de que si fuese simplemente el señor Tregallows ni siquiera me sonreiría. Tampoco se fijaría en ti si fueras simplemente George Peckworth.
Uffham hizo un puchero y se puso como un niño al que le han prohibido comerse un caramelo, aunque tal vez eso quería decir que lo que decía le estaba calando hondo. Tris decidió añadir.
– Los hombres como nosotros -dijo acomodándose en su silla favorita- tenemos que elegir con mucho cuidado a nuestras esposas. Ser una duquesa es un trabajo muy exigente, por ello debe ser estar educada para ello, y ser fuerte e inteligente.
– Como un buen cazador.
Tris intentó no cerrar los ojos.
– Muy parecido. Y por otro lado, ocupar un rango elevado es una tentación para ser cruel y arrogante. Le debemos a nuestra familia y a las personas que están a nuestro cargo elegir una duquesa con un buen corazón. Y, por supuesto, con Devonshire como ejemplo, alguien con la que se pueda contar para no poner en juego nuestra fortuna.
Uffham se dejó caer en la silla de enfrente completamente despatarrado.
– Te estás poniendo demasiado prosaico y aburrido, Tris. Supongo que siempre habrá alguna querida atractiva para nosotros.
– Exacto.
Si ésa era la manera de hacer que Uffham eligiera una esposa adecuada para la familia Peckworth, bienvenida fuera.
– Es lo que hizo mi padre en su juventud. Mi madre no armó ningún lío. Supongo que te refieres a eso cuando hablas de una duquesa educada para ello.
– Mi tío tuvo tres que yo conociera. Una en Cornwall, otra en Londres, y otra en Francia, antes de la revolución.
Uffham se rió.
– Como un marinero travieso, ¡con una puta en cada puerto! No es mala idea.
Tris de pronto lamentó haber mantenido esa conversación. ¿Sería eso mejor para los Peckworth que Phoebe Swinamer como duquesa? Sí, desgraciadamente lo era. La infidelidad era preferible a que lo mandara una mujer fría y sin corazón. Él no tenía intención de casarse con una mujer así, pero siempre había asumido que se casaría con la mujer apropiada y no por placer. Era la educación que había recibido para ser duque.
El duque de Arran había comenzado con ese sistema y su tío lo había continuado fríamente. Le habían enseñado a beber sin perder la cabeza, a jugar sin dejarse desplumar y a acostarse con mujeres sin contraer la sífilis o tener desagradables bastardos. Y a hacerlo sin necesidad de avergonzar a una mujer decente. Y, por supuesto, a recordar que un duque está unos peldaños por debajo de Dios, y que lo mejor es que todo el mundo lo sepa. Esperaba que su tío se estuviera revolviendo en su ornamentado panteón.
El sirviente llegó con una bandeja con cerveza, pan, queso, fiambres y empanadas. Tris le dio las gracias. Uffham cogió un trozo de pastel de cerdo y una jarra de cerveza que quedó a la mitad tras el primer trago.
– Quiero tener una casa propia y que me traigan comida así, en vez de los elaborados platos que nos prepara el cocinero de mi madre.
– Pide lo que quieras.
– Para ti está bien…
Tris se sirvió un trozo de pan crujiente y queso en su punto y dejó que Uffham siguiera quejándose. Así estaba siempre en aquellos días: repitiendo constantemente que la vida había sido muy dura con él.
– ¿Y por qué has venido? -le preguntó Uffham limpiándose la boca con una servilleta; después eructó.
– Algunos asuntos rutinarios. Mi secretario está aquí.
– No debe haber mucho que hacer en verano.
– El trabajo nunca se acaba, te lo aseguro. ¿Dónde irás después?
– Pensaba pasarme por Lea Park. Hace tiempo que no veo a mis parientes. Después me acercaré a Brighton. Caroline y Anne están allí, ya lo sabes.
Tris bebió más cerveza para ocultar su expresión. En realidad, lady Anne, la hermana de Uffham, no estaba en Brighton. Ayudada por él se estaba dirigiendo a Gretna Green con un advenedizo que su familia no consideraría adecuado para ella. Podría terminar rompiendo con ellos para siempre, pero en el momento de tomar la decisión, mientras el amor brillaba entre ambos, parecía que valía la pena correr el riesgo. Pero si ése era el caso ¿por qué no había luchado para conseguir a Cressida?
– ¿Por qué no vienes? -le preguntó Uffham.
Tris tuvo que recuperar el hilo de la conversación.
– No me interesa Brighton. -Puedes venir a Lea Park.
– Mis asuntos me retendrán aquí unos días. Tal vez más adelante.
Anne estaba preparada para perder muchas cosas y hasta para que hubiera un escándalo, y aún así le había valido la pena. ¿Podía ocurrir lo mismo con Cressida y él? No. A diferencia de Anne y Race, él y su duquesa nunca podrían quitarse de encima la atención de todo el mundo.
– Volveré el fin de semana -dijo Uffham-. Ven a casa de Finsbury en Richmond. Debes de haber recibido una invitación.
– No lo he mirado. Pero ya me habré marchado.
Uffham volvió a llenar su jarra.
– Voy a cenar con Berresford esta noche; después iremos a casa de Violet Vane. Dicen que tiene carne tierna. ¿No te gustaría venir?
Tris casi se estremeció. Poudre de Violettes y muchachas risueñas. Siempre había evitado el salón de esa mujer, pero ahora se preguntaba sobre su negocio. Se especializaba en prostitutas de aspecto muy joven, pero ¿cuán jóvenes eran? Santo cielo, Londres estaba inundado de niños abandonados medio salvajes dispuestos a hacer cualquier cosa por unas monedas. Si no robaban o se prostituían, morían de hambre. Intentar cambiar eso sería como hacer que el Támesis fluyese a contracorriente.
Tris se levantó deseando que Uffham entendiese la indirecta.
– Estuve en casa de Crofton hasta la madrugada. Esta noche necesito dormir.
– ¡Estuviste, caray! Y ¿cómo fue?
Su anterior comentario pareció no haber afectado en absoluto a Uffham. Se había preocupado sinceramente por el ducado de Arran, para después verse obligado a regodearse en una descripción lasciva que había dejado a Uffham babeando. Por supuesto no mencionó a Cressida. ¿Cómo estaría? ¿Habrían aceptado su regreso sin sospechas? Maldición. Estaría esperando noticias, ¡y él ahí charlando!
– Estatuillas atrevidas ¿eh? -bromeó Uffham-. Me pregunto quienes las ganarían, y si no les importaría enseñarlas.
– Estoy seguro de que si preguntas por ahí, los encontrarás. Estaban Pugh, y Tiverton. También Hopewell, Gilchrist, Bayne… -Tris se acercó a la puerta-. Ahora debo ir a ver a mi tirano. Leatherhulme insiste en que debería leer unos documentos antes de firmarlos. -¡Dios mío! Despídelo.
– Lo he pensado. -Tris acompañó a su hermano de crianza por las escaleras, y hasta la puerta de la casa. Sin embargo, su mente enseguida volvió al asunto de Cressida. Le dijo a su amigo que estaba agotado. Pero al pensar en ella se excitó pensando en sus suaves y dulces curvas, su largo y sedoso cabello, sus grandes ojos grises, sus labios abundantes y seductores, sus hábiles manos y su franco entusiasmo. Nada más habían comenzado a explorarse…
Entonces se dio cuenta de que ahí, ante la puerta, el sirviente lo miraba con suspicacia.
«Cressida. ¡Espera noticias!»
– Vaya a buscar al señor Lyne y dígale que venga a mi estudio.
Qué rabia le daba no poder dirigirse a ella directamente. Y mientras subía las escaleras, a cada peldaño que pisaba, se iba dando más cuenta de lo imposible que había hecho mantener cualquier tipo de relación con ella en el futuro. Crofton era estúpido en algunos aspectos, pero no de esa manera. La señorita Mandeville había sido secuestrada por Le Corbeau. Crofton no podía permitir que se hablase de ello porque revelaría el repugnante chantaje que le había hecho. No obstante, probablemente suponía que la habrían violado.
Por eso, si se hacían comentarios sobre el duque de Saint Raven y la señorita Mandeville, especularía, y probablemente asumiría, equivocadamente, que Tris era Le Corbeau. También se daría cuenta de que ella era la hurí. El disfraz había sido muy bueno, pero no lo suficiente. Todo era un lío tremendo que ni siquiera se podía solucionar con un buen matrimonio. Era terrible dejar a una mujer como ella expuesta en el cruel pináculo de la sociedad. Imposible con un escándalo como ése.
Estaba mirando al vacío cuando apareció Cary.
– ¿Problemas?
Tris se rió.
– Un montón. Me acabo de dar cuenta del difícil trabajo que tenemos que hacer, ya que ahora la señorita Mandeville está en peligro.
– ¿Han comenzado los chismorreos?
– No, pero…
Tris ordenó sus pensamientos. Le hubiera gustado haber tenido más analizado el problema, pero comprobó que Cary lo aceptaba todo con tanta seriedad como él.
– Si se descubriera ella nunca tendría la oportunidad de llevar una vida decente -dijo Cary-. No es…
– Tienes razón. Maldición. Lo sé. Yo mismo podría haber ido por la figurilla. -Tris se pasó una mano por el pelo-. Lo hecho, hecho está. Ahora tenemos que cuidar de ella. No me pueden ver cerca de ella, pero a ti sí. Y no me puedo arriesgar a enviar una nota.
Le contó lo de su visita a la casa de La Coop.
Cary se rió.
– Es una mujer llamativa, perfecta para ti. -Si la quieres, quédatela.
– No, gracias. No vamos a dejar que se salga con la suya, ¿verdad?
Tris respondió a su sonrisa con otra.
– Claro que no. Espero que tengas habilidad en eso de allanar casas.
– No, pero estoy dispuesto a aprender. De todos modos, nos puede traer más problemas.
– Maldita sea, ya lo sé. Creo que ya es hora de que me tranquilice. Tal vez me esté haciendo viejo.
– Muérdete la lengua. ¡Si eres un año más joven que yo! La vida te regala un saco lleno de años salvajes, pero al final se vacía.
– Entonces, ¿qué sabemos? ¿Muertos de hambre en medio de un desierto? -Tris negó con la cabeza a su pregunta-. Pronto estaré comiendo pan amargo y langostas. Que son tan malas como las cochinillas.
¿Qué?
Tris se rió.
– Ve a ver a la señorita Mandeville. Asegúrale que tendrá sus joyas esta misma semana. Lo prometo.
Cary se despidió irónicamente y se marchó.
Tris sabía que podía contar con Leatherhulme, pero después de que su amigo se fue, se quedó meditando un rato. Había llegado a la conclusión de que nunca más la vería. Esperaba que fuera así ¿O no? Entonces, ¿por qué la frase que había dicho le parecía ahora tan deprimente?
«Qué pena que nunca le pueda contar a mis nietos que una vez tuve al duque de Saint Raven a mis pies».
Nietos. Eso significaría que se casaría con otro hombre. Otro hombre que le proporcionaría mucho placer, y ella lo llevaría al éxtasis. Se metió la mano al bolsillo y sacó el trozo de velo blanco manchado de rojo por sus labios. Cuando se lo llevó a la cara sintió un suave perfume. Lo apretó y se empezó a llenar de pensamientos enloquecedores. Pero, Dios, ¿estarían condenados a pasar el resto de sus vidas separados?
Condenados no. Ella por lo menos, no. Pronto volvería al mundo en el que se sentía cómoda, y seguramente tendría la inteligencia de casarse con el hombre adecuado. Podría llevar una vida cómoda como esposa de un profesional próspero, tal vez de un caballero con una propiedad pequeña pero agradable. Podría llegar a ser una esposa y una madre alegre y enérgica, una bendición para su comunidad…
En cuanto a él… Volvió a meterse el trozo de seda en el bolsillo. Como dijo la duquesa de Arran, hay que proponerse establecer vínculos con la persona adecuada.
Cressida apuntó con esmero cada libro de la biblioteca de su padre. No era un gran lector, así que la mayoría de ellos hablaban de negocios. Directorios de ciudades, comerciantes, bancos, almacenes, puertos, barcos… Sabía que no serviría de mucho, pero anotar mecánicamente le adormecía la mente. Libros de viajes. Algunos sobre la India, pero la mayoría de otros lugares. China, Japón, Mongolia, Rusia… ¿todavía soñaba su padre con viajar a lugares aún más exóticos?
No tenía ninguna copia de los viajes de sir John Mandeville, aunque le había enviado una en su décimo cumpleaños. Siempre le enviaba cartas y ocasionalmente regalos y, claro, el dinero con el que vivían. Pero para ella era tan real como la reina de las hadas. ¿Por qué había vuelto para estropearlo todo? Entonces llegó al mismo libro sobre Arabia que le había prestado Saint Raven, y no pudo evitar sacarlo y hojear sus páginas.
¿Dónde estaría ahora? ¿Ya habría regresado a su casa después de ir a ver a Miranda Coop? ¿Cuándo lo sabría? La parte más razonable de su mente estaban nerviosa ante este hecho, pero la parte más profunda no se preocupaba porque sabía que él no podría traerle noticias. ¿Qué problema por un puñado de joyas, si no…?
«¡Qué locura!» Cerró el libro de golpe y lo volvió a poner en la estantería. Pero el siguiente era el directorio de Londres. Debía aparecer la dirección de Saint Raven. Le parecía raro desconocer su dirección… Casi contra su voluntad, sacó el libro sencillamente encuadernado. ¿Saldrían listas de casas con el nombre de sus propietarios? No, por dirección y ocupación. Se rió. Era difícil que hubiera una lista de «pares del reino» ¿O no? Revisó el índice, pero evidentemente no la había. ¿Entre «pasteleros» y «mercaderes de pimienta y especias?
Pero mientras hojeaba el libro se dio cuenta de que comenzaba con una sección sobre las mansiones de los grandes del reino. La primera página, por supuesto, la ocupaba la del rey. Su majestad, el rey Jorge. La lista continuaba con toda la familia real y los miembros del gabinete. Siguió leyendo y enseguida lo encontró. Su excelencia el duque de Saint Raven, calle Upper Jasper número 5. Bastó con eso para que su corazón se acelerara.
Otro libro. Un libro de planos con hojas que se desplegaban mostrando detalladamente los distintos barrios de Londres. Lo extendió en el escritorio y consultó el índice. Calle Upper Jasper. Ahí estaba, muy cerca de Saint James. Cada casa aparecía circundada por una línea con un número inscrito en su interior. El meticuloso dibujante de mapas incluso había dibujado los jardines traseros de las casas, dando a entender que tenían un macizo central de flores, aunque no se imaginaba cómo lo pudo haber sabido. La casa tenía una extensión de terreno por detrás que sólo medía la mitad de la zona principal. Debajo había una cocina, pero ¿qué había encima? ¿Un pequeño dormitorio? ¿Una salita?
Mientras se concentraba en esos detalles, le pareció que si encontraba una lupa, podría llegar a ver cómo era la casa en realidad. Y con una lo suficientemente grande, tal vez pudiera mirar por las ventanas, e incluso llegar a verlo…
Se apartó y enseguida volvió a doblar el mapa de cualquier manera y lo devolvió a la estantería. Ahí no había más que líneas de tinta.