CAPITULO 29

Tris estaba en su estudio en Mount Saint Raven, volviendo a leer la carta de negocios, que realmente no lo era, bebiendo brandy, lo que no era muy sensato, e ignorando el montón de trabajo que el nuevo ayudante de Leatherhulme le había entregado. Un lacayo llamó a la puerta y entró.

– Su excelencia, ha venido monsieur Bourreau y solicita que le conceda un momento de su tiempo.

Vaya, si Jean-Marie quería más dinero, ya podía ponerse a bailar sobre una nube para conseguirlo. Pero Tris dijo:

– Hágalo subir.

Dejó la carta y apuró su copa. Estaba bebiendo demasiado, pero qué diablos iba a hacer allí cuando simplemente se dedicaba a esperar que pasaran los días hasta que se celebrara la fiesta en la que se declararía a Phoebe Swinamer.

Cornelia lo había trastocado todo al organizar una fiesta allí, en su vieja casa. Ella llegaría en una semana. Una semana después aparecerían los numerosos invitados, incluyendo a los Swinamer. Entonces celebrarían un gran baile de máscaras. El había insistido en que lo hicieran así, a pesar de las objeciones de Cornelia. Ella consideraba que era algo vulgar. Y así era, pero quería presentarse a lo grande. Y de este modo, Cressida estaría segura.

Ahora ya sabía que era verdad que el marqués de Arden se había casado con una institutriz. Inventó una excusa para visitarlo en su encantadora casita, y confirmó que Beth Arden era una mujer normal, e incluso una reformista culta. En absoluto una duquesa típica.

Claro que Arden todavía no era duque, y probablemente no lo sería en décadas, lo que era una suerte. Sin embargo, a pesar de todo, el cielo no se había hundido sobre sus cabezas. Cuando trajeron a su bebé, y lo dejaron sin su cuidadora, observó cómo hasta Arden, ¡Arden!, lo acunaba con confianza y aparente placer. No se podía imaginar a la señorita Swinamer fomentando un comportamiento tan escandaloso. Tris se marchó después de una hora, consciente de que lo que quería eran cosas impropias, y que no tenía posibilidad de conseguirlas.

Lady Arden era pobre y de clase media, pero no había ningún escándalo en su historia. Aun así, se había comentado mucho sobre su matrimonio, y todavía era cuestionada su idoneidad para el título. Pero ella mostraba una gran confianza a la hora de afrontar el asunto. No estaba seguro de que Cressida la tuviera. Y lo que es más, Cressida sabía lo que quería: una vida tranquila, ordenada y anodina; y él no tenía manera de proporcionársela.

Jean-Marie entró sonriendo.

– Cousin -dijo en francés con una reverencia.

Tris inclinó la cabeza.

– ¿A qué debo este dudoso honor?

Jean-Marie levantó las cejas.

– A la buena voluntad. Te ruego que me creas.

– Pensaba que ya estarías en Francia.

– Tengo encargos, y soy un hombre de palabra, así que debo cumplir. También tengo amigos de los que despedirme.

– De Miranda -dijo Tris.

Estaba sorprendido por esa relación, especialmente porque La Coop parecía haber salido de la circulación desde hacía un tiempo.

– Ah, no. Miranda viene conmigo.

Tris se permitió mostrar sorpresa.

– ¿Has venido hasta aquí para darme esta alegre noticia?

Jean-Marie se paseaba por la habitación y se detuvo para examinar un cuadro.

– No, he venido hasta aquí para ofrecerte mi ayuda. -Se volvió hacia él-. Me he encontrado hace poco con tu señorita Mandeville. Tris estaba contemplando el brandy de su copa.

– ¿Y?

– Simplemente la vi. Miranda estaba conmigo. Estábamos decidiendo qué telas comprar en una pañería, y la señorita Mandeville la reconoció. Se escondió enseguida, pero lo hizo. Cuando le pregunté a Miranda, me contó lo de la fiesta de Crofton, y de tu presencia allí con una acompañante. También lo de tu interés por las estatuillas. Las cosas encajaban. Dime primo ¿qué había en esas figurillas?

Tris lo consideró, pero decidió contarle la verdad.

– Una fortuna en piedras preciosas.

Jean-Marie soltó una maldición, pero después se encogió de hombros.

– No me quejo. Ya tengo lo que necesito. Lo más sabio es saber cuando uno tiene suficiente. ¿Verdad?

– Así es. Pero lo más sabio a veces viene acompañado de espadas y fuego. -Tris miraba la espada de la sabiduría que estaba colgada en la pared de manera que siempre la veía desde su escritorio-. ¿Qué quieres, Jean-Marie?

– Quiero que organices una orgía en Nun's Chase.

Tris demostró que había mejorado el francés que le había enseñado su profesor en lugares de mala reputación. Y concluyó diciendo:

– En todo caso, el lugar está a la venta.

– Lo comprendo. Se trataría de celebrar una despedida -dijo levantando una mano para evitar que protestara-. Escucha. ¿Y si esto te ayuda a conseguir a la señorita Mandeville, junto a una parte de las riquezas de su padre, lo que hay que reconocer que sería algo muy positivo para ti, y la esperanza de obtener todo lo demás algún día?

Tris no pudo luchar contra una débil esperanza, pero mantuvo su voz fría.

– ¿En qué travesura estás pensando ahora?

Jean-Marie se acercó a él y cogió la copa que Tris tenía en la mano.

– ¿Sabes que los Mandeville se van a la India?

– ¿Qué?

La sensación de pérdida fue tan intensa como si le hubieran dicho que un ser querido había muerto. En Matlock, Cressida seguiría estando en su mundo. No habría nada que impidiera que el duque de Saint Raven pudiera visitar esa localidad, o que no pudiera aprovecharse de su pequeña amistad para hacer una visita…

– ¿Por qué?

– Por el señor Mandeville. Es un trotamundos. Y parece que su esposa quiere ir con él, y que su hija también los acompañará. Pero no creo que lo haga de corazón.

Tris lo agarró por la corbata.

– ¿Qué diablos sabes de su corazón?

Jean-Marie se liberó y puso una distancia prudente entre ellos. Tris exhaló.

– Es curiosa como una gata y le encanta meterse en problemas. Ella y la India están hechas la una para la otra.

– ¡Primo, primo! A menos que mis conjeturas sean completamente erróneas, la señorita Mandeville te ama tanto como tú a ella. ¡No lo niegues! Ella se marcha para defender su corazón, pero también para proteger el tuyo. Para darte libertad y que te puedas casar con quien debas. ¡ Ay, si es como una gran novela romántica de las mejores!

Tris le soltó una palabrota, se dejó caer en su asiento, y hundió la cabeza entre las manos. Le retumbaba un sólo pensamiento. No podía permitir que Cressida pusiera medio mundo por medio. ¿Y qué haría con la fiesta y con Phoebe? Al infierno con ambas. Miró hacia arriba y dijo:

– ¿Y qué beneficio me traería organizar una orgía en Nun's Chase? Ya no me gustan ese tipo de cosas.

– Excepto con una dama en especial ¿eh? El amor es muy bonito. En cuanto a esto, Miranda me ha ofrecido sus servicios profesionales.

Tris lo miró fijamente. -No, gracias.

– Sus servicios -dijo Jean-Marie-, para representar a una cierta hurí.

La esperanza y el dolor que sintió Tris hicieron que se mareara.

– Vamos.

– Vas por delante de mí ¿no? La razón por la que no puedes pedir en matrimonio a la señorita Mandeville es porque si la relacionan demasiado contigo, algunos hombres podrían acordarse de aquella hurí. Ya se está hablando de lo de Hatfield. Pero no ha tenido demasiada repercusión. La señorita Mandeville es tan normal y aburrida. Y vosotros, los ingleses, ¡no tenéis alma!

– Algunos ingleses. -Pero Tris recordó que no se había fijado en ella hasta aquella noche. Algo increíble.

– A propósito, primo, ¿qué hiciste con el desagradable Crofton?

Tris sonrió.

– Nada directamente, pero entiendo que consideró necesario abandonar Inglaterra. Por una muchacha de buena familia a la que engatusaron para que se fuera de su casa. Gracias a Dios tenía a Violet Vane comprada en ese momento y pude salvar a la niña.

– Gracias a Dios. ¿Crofton pagaba por ese material?

– Violet le proporcionaba muchachas, pero jura que lo hacían voluntariamente. A juzgar por las que me encontré en su casa, era verdad. Perder la virginidad con Crofton no era un gran placer, pero pagaba bien. Entonces escuché rumores de que había algunas que no estaban dispuestas, y después apareció Mary Atherton. En ese momento yo tenía a Violet Vane muy asustada, y vino a verme completamente conmocionada y horrorizada. Los hombres que secuestraron a Mary confesaron que Crofton les había pagado para hacerlo. Lo puse todo en un bonito informe, y aconsejé a Crofton que se fuera de Inglaterra.

– ¿Y no pensaste en que vuestros tribunales podían haberlo condenado?

– Podían, pero un vizconde es un vizconde. Tendrían que juzgarlo en la Cámara de los Lores, y a los pares del reino no les gusta que se les exponga a inspecciones ordinarias. Los secuestradores y Violet Vane podrían contar una versión distinta ante los tribunales, y claro, fuese lo que fuese lo que ocurriera, la pobre Mary Atherton quedaría con su vida arruinada a los trece años. Así que le dejé escapar.


Jean-Marie se apoyó contra la mesa.

– Comprendo tu razonamiento, amigo. Además, ya te ha provocado otros problemas. Tal vez empujado por la rabia, dejó caer acusaciones más abiertas. ¿Qué tenía que perder? Ahora hay varios hombres, de los que estuvieron en Stokeley, convencidos de que la señorita Mandeville estaba contigo, y que a su vez era mi amante. No es posible matarlos a todos.

– Maldición. ¿Se ha hablado abiertamente de eso?

– No, pero tarde o temprano se filtrará desde los clubes de hombres a sus esposas…

– Tal vez lo mejor es que se vaya a la India.

– La India no está lo suficientemente lejos.

Si se extendía el escándalo, ningún lugar estaría lo suficientemente lejos. Tris estaba en parte espantado, pero también pensaba que eso lo obligaba a casarse con ella, aunque fuese un matrimonio mancillado. Durante semanas había luchado contra su necesidad de casarse con Cressida, y ahora ésta reaparecía como un torrente.

– Has mencionado una orgía. En Nun's Chase. Miranda representando a una hurí. Pero no servirá, pues aún así podrían decir que era Cressida.

– Dentro de una semana -dijo Jean-Marie- los Mandeville van a dar una fiesta para celebrar el fin de su estadía en Londres, y el comienzo de su viaje a Plymouth, donde tomarán el barco. La mayoría de los invitados serán hombres de negocios, pero también habrá personas de la clase alta. Seguramente será un acontecimiento importante que aparecerá en los periódicos.

»Pues bien, esa misma noche tú debes organizar una fiesta en Nun's Chase, a la que asistirás con tu hurí. No saldrá en los periódicos, pero todo el mundo se enterará…

– Y así no quedará la menor opción de que Cressida pudiera haber sido mi acompañante en Stokeley. -Tris se puso de pie-. Dios mío, ¿por qué no pensé yo mismo en una estrategia como ésa?

– Porque eres un inglés aburrido, en vez de un francés con una gran inventiva.

Tris soltó un resoplido burlón y Jean-Marie se rió.

– Y este francés desea que tal vez prestando este servicio se abra una opción de amistad entre dos hombres que podrían ser tan cercanos como si fueran hermanos.

– Después de extorsionarme veinte mil libras, ¿sinvergüenza?

Jean-Marie de nuevo se encogió de hombros.

– ¿Qué hubieras hecho tú? Se lo juré a mi madre en su lecho de muerte. Y era lo correcto. Además, admito que me apetecía.

Tris se pasó las manos por la cara intentando pensar si estaba enloquecido por el brandy o se encontraba ante una opción real. Intentaba analizar lo que podía significar para Cressida. Seguramente serviría para liberarla de un escándalo, y todos sus otros problemas se reducirían.

– Y considera -dijo Jean-Marie alegremente-, que aunque involuntariamente le entregué a la señorita Mandeville un tesoro en joyas, al organizar tu matrimonio, hago que parte de su fortuna sea tuya, y así se estabilizarían tus finanzas.

– ¡Tu descaro es increíble!

– Es cierto, pero soy un genio.

Tris se dio una vuelta por la habitación.

– Tendré que invitar a una serie de hombres con los que no quiero volverme a relacionar…

– Y atraer la atención hacia la señorita Mandeville en Londres. Eso lo puedo hacer yo.

– Y tal vez aprovecharé para sugerir que Crofton se quedó resentido porque ella lo rechazó antes de que ocurriera el desastre de su padre. Nunca ha sido un hombre popular. Todo el mundo se lo creerá. Pero ¿qué pensarán si después la cortejo yo?

Jean-Marie lo consideró.

– Que te enamoraste de ella en Hatfield. Te rendiste ante su valentía frente al peligro, y quedaste prendado de su dignidad y su virtud. Las mujeres siempre quieren creer que los hombres se quedan hechizados ante la dignidad y la virtud.

Tris se rió.

– Y en este caso resulta que es verdad. -Pero entonces lo consideró y añadió-. Hasta cierto punto.

Se dio cuenta de que nunca había creído que el verdadero destino de Cressida fuese la vida convencional de Matlock. Había mostrado un interés muy pícaro en la orgía como para conformarse con eso. No, ella pertenecía a algún lugar fronterizo, y él podría crear un lugar para ella allí.

Jean-Marie lo observaba.

– Tal vez tu amigo el señor Lyne podría hacer correr la historia de tu secreta admiración. Y así, espoleado ante la inminencia de su partida, habrías entrado en razón lanzándote de rodillas ante ella consiguiendo su mano y su corazón. Ay, yo debería ser dramaturgo.

Pero Tris tenía que enfrentarse a algunos problemas.

– Dios, Cornelia…

Jean-Marie lo miró interrogante.

– Mi prima mayor, lady Tremaine. Me pidió que hiciéramos aquí una fiesta y que entre los invitados viniera la señorita Phoebe Swinamer, cuya mano y corazón ficticio yo tendría que conquistar.

– Una locura de la que ya te has recuperado. Planeabas una tragedia para ti, pero ahora puedes tener un final feliz. Cancélala.

– No conoces a Cornelia. Vendrá de todos modos, convencida de que es capaz forzar las situaciones a su capricho.

– Prohíbeselo.

– ¿Impedirle venir a su antiguo hogar? No, tengo que dejarla continuar. No le he dicho nada a los Swinamer, gracias a Dios, aunque estoy seguro de que Cornelia sí que lo ha hecho. -Pensó un momento y sonrió-. Invitaré a Cressida y a su familia. Estamos bastante cerca de Plymouth. Anunciaré nuestro compromiso en la mascarada, aunque evidentemente, ella no se disfrazará de hurí.

– Por desgracia. Me hubiera gustado verla así. Estás muy seguro de ti mismo, amigo mío.

Tris lo miró sorprendido.

– Ahora nada se interpone en nuestro camino.

– Y ella recuperará la cordura.

Evidentemente era una broma.

– Diablos, sé mejor que nadie que soy muy mal negociador, pero puedo hacer que se lo piense. No le puedo dar Matlock, pero convertiré Nun's Chase en un hogar, en un refugio. Y si no quiere eso, compraré un sitio nuevo. Nunca tendremos que ir a Londres a menos que ella lo desee, y tendremos muchas compensaciones. Tenemos todo el derecho del mundo a estar juntos. Jean-Marie, somos dos mitades. Lo sé casi desde que la conocí. Sin ella soy sólo medio hombre. Y a ella le pasa lo mismo.

– Eso espero, primo -dijo Jean-Marie levantando la copa que le había cogido de la mano-. Por una mujer perfecta y un amor perfecto.


Cressida se preparaba para el baile de despedida sin esperanzas de pasarlo bien. Había estado en contra de hacerlo, pero su padre se había mostrado inflexible. Él y su madre rebosaban entusiasmo y alegría, pero ella estaba con el mismo humor con que se va a un funeral.

Esa noche señalaba el fin de su vida en Inglaterra, aunque cada día que pasaba descubría cuánto la iba a echar de menos. Las especies no le atraían, y ni siquiera le gustaba la sopa de pollo al curry. Los saris que le había traído su padre eran muy bonitos, pero prefería los prácticos vestidos de algodón. Los templos de oro y diamantes sólo le hacían recordar las estatuillas picantes, lo que le hacía pensar en orgías, y eso la retrotraía directamente a Tris; lo que le producía mucha tristeza.

Y no era una tristeza que se pudiera aplacar con la distancia. La verdad, es que se estaba dando cuenta de que en la India se iba a encontrar con muchos recuerdos dolorosos. Sin embargo, ya estaba hecho. La casa de Matlock había sido vendida, y se habían despedido de los amigos que tenían allí. Había prometido enviar largas cartas, pero lo que realmente planeaba era hacer un corte rotundo. Si enviaba cartas desde la India haría que le remitiesen otras en respuesta, y desgraciadamente, su supuesto roce con un noble, hacía que todo el mundo imaginara que quería saber todo lo que pudiese sobre el duque de Saint Raven.

Que si había regresado de Cornwall para bailar en las bodas de sus medio hermanas. Que si había asistido a una fiesta en Bedfordshire. Que si había ganado una carrera de caballos improvisada en Epson con un premio de mil guineas. Sabía que había enviado invitaciones para un baile de máscaras en Mount Saint Raven, muy posiblemente para gente de alcurnia. Los rumores contaban que allí iba a anunciar quién sería su prometida, e incluso que podía ser Phoebe Swinamer.

Cressida lo descartó. No se llevarían bien, aunque la señorita Swinamer y su madre eran capaces de extender ese rumor para intentar obligarlo. Pero sabía que Tris no se iba a dejar manipular con una estratagema como ésa.

Esa noche por lo menos no lo tendría que ver. Su padre había insistido en enviarle una invitación, pero recibieron una amable disculpa. Cressida se dijo a sí misma que eso la hacía muy, muy feliz. Se miró en el espejo y se ajustó el turbante que se había puesto sobre sus cabellos cuidadosamente peinados. Deliberadamente se había puesto el atuendo que había usado cuando había salido con Crofton; el vestido de seda color verde Nilo y el turbante a rayas. Un final apropiado, pues después del baile se lo iba a regalar a la doncella. Esta vez, sin embargo, los tirabuzones eran reales, eso sí, con la pesada ayuda de las tenacillas de rizar. Puesto que los rizos eran parte de lo que hacía que fuese imposible que hubiera sido la hurí de Saint Raven, se armó de valor y se cortó el flequillo, y aguantó cada día las tenacillas de rizar.

Un atractivo de la India era que en su momento podría dejarse crecer el pelo. Y seguramente, una vez que estuviese tan lejos, poco a poco se iría desvaneciendo la nostalgia que sentía por un cierto duque desenfadado. Abrió el joyero, ahora lleno de piezas muy caras. Habían pasado varias semanas desde su aventura, y no se había visto golpeada por ningún escándalo, aunque ésa iba a ser su primera recepción importante desde la orgía de Crofton; y además iba a estar con gente de la alta sociedad. Incluyendo, seguramente, a algunos de los hombres que estuvieron en Stokeley Manor. Tenía que dar una buena impresión.

Sabía que se comentaban ciertos rumores en los clubes de hombres. Lavinia le había informado de nuevas historias que le había contado Matthew. Crofton se había ido del país por algo que tenía que ver con el intento de violación de una niña, asunto que había disgustado hasta a los más libertinos de la alta sociedad. Sin embargo, lo suyo tenía que ver con su salvaje ataque sobre ella en Hatfield; aunque Lavinia le aseguró que no se comentaba nada que la desacreditara, sin dejar de señalar que las manchas de hollín siempre dejan marcas.

Recientemente habían aumentado las especulaciones sin sentido, pero dañinas, y se estaban filtrando desde los círculos masculinos a los femeninos. Cressida había recibido miradas extrañas de ciertas damas, y podía imaginarse lo que había detrás. ¿Qué estaba haciendo exactamente la señorita Mandeville en Hatfield sin nadie que la acompañara? Más allá de la necesidad, ¿debía una dama arriesgarse a vender una estatuilla subida de tono a un extranjero que había estado varios días en la cárcel bajo la sospecha de ser salteador de caminos?

Por supuesto, el francés tenía una relación reconocida con el duque de Saint Raven, pero al mismo tiempo, estaba segura de que la madres aprovechaban su caso para señalar a sus hijas lo que ocurría cuando una joven se saltaba las normas de comportamiento. Hasta donde sabía, nadie había hablado abiertamente de que ella hubiera estado en la fiesta de Crofton vestida de hurí de un harén acompañada de Saint Raven. Pero esa idea debía planear en las mentes de algunos hombres. Podía ser su imaginación, pero le había dado la impresión de que en los últimos días algunos caballeros que habían venido de visita la habían mirado de manera inquisitiva. Había estado frunciendo los labios y poniéndose anteojos, pero esa noche iba a confirmar que era imposible que hubiera sido ella.

Tenía el cuerpo del vestido levantado y como el camisón le colgaba suelto, ofrecía una imagen muy poco elegante. Parecía que esos días no tenía ganas de nada. Se sacó el collar de esmeraldas y se puso su viejo collar de perlas pequeñas. Su padre lo encontraría extraño, pero así iba a ser. Se contempló en el espejo. Era una pena que no se pudiera poner los anteojos, pero nadie iba así a un baile. Y una extravagancia así podía levantar sospechas.

Era una pena que sus labios fuesen tan rosados. Era fácil enrojecer labios pálidos, pero ¿cómo crear palidez? Los apretó. Así, así estaba mejor. Intentó sonreír con los labios apretados pero lo único que consiguió fue hacer una mueca horrible. Mejor aún. Los pensamientos se suelen reflejar en la cara, y ella debía comportarse toda la noche como si al decir la palabra «pantalones» le pudiera dar un ataque, por no mencionar «bragueta de armadura» o «afrodisíaco».

Caray, eso la hacía ruborizarse por completo. Se concentró en sermones, papilla fría y la señora Wemworthy mientras intentaba hacer que su mañanita se convirtiera en un chal diáfano sobre sus hombros. Así, con los labios apretados y con la columna muy recta se fue a reunir con sus padres.

La fiesta se celebraba en los salones Almack Assembly Rooms, que habían alquilado para la ocasión. Pronto ella y sus padres recibirían allí a sus invitados. Los primeros en llegar fueron los hombres de negocios, mercaderes y profesionales, y sus familias, así como algunos de los amigos de la India de sir Arthur. Todos parecían envidiar el regreso que estaba preparando. Cressida se dijo a sí misma que tenía que poder disfrutar de la aventura. Después llegaron los invitados elegantes, más ligeros y aparentemente frágiles. Ésos eran los peligrosos, pues se aburrían tanto que les encantaban los escándalos. Cressida no reconoció a ninguno de los hombres, hasta que fueron anunciados lord y lady Pugh.

Lord Pugh, con su cara rechoncha, tenía un aspecto cómico con ese traje elegante, que no le disimulaba ni su gran barriga ni sus muslos hinchados. Sin embargo no la miró en absoluto de manera divertida. ¿Había venido justamente para verificar sus sospechas?

Wemworthy, pensó Cressida sonriéndole.

La pobre lady Pugh parecía satisfecha de que él estuviera a su lado. Debía haber algo muy equivocado en un matrimonio si la esposa se muestra tan encantada de estar con un mequetrefe. Después de mirarla un momento, lord Pugh negó con la cabeza, murmuró algo sobre perder el tiempo, y se dirigió a la sala de juegos. Lavinia cogió a lady Pügh del brazo y la sacó de allí. Qué manera tan triste de vivir; además, el matrimonio era para toda la vida.

Cuando comenzó el baile, Cressida le dio la mano al señor Halfstock, el hijo mayor de un rico comerciante de sedas que fingió que su partida le producía un gran dolor. Pero ella prefirió divertirse, aunque fácilmente podía haberle llorado en el hombro. ¿Qué sabría él de corazones rotos?

Al final del primer baile, se dio cuenta de que había dejado de ser "Wemworthy. Le encantaba bailar, y estaba sonriendo con los aires que se daba Tim Halfstock. Se dejaría llevar. Parecía haber satisfecho a Pugh, y seguramente su reputación iba a tener que actuar a su favor. Excepto por curiosidad, por saber cómo funcionaba el mundo, siempre había sido tomada por el tipo de muchacha que hace exactamente lo que debe. Y que se interesara por el suministro de agua, los metales o las formas de los sombreros, difícilmente la condenaba al infierno.

De este modo, le dio la mano a sir William Danby para ir al cotillón, y aunque se perdió con los pasos, dejó a un lado todo lo demás, incluido el hecho de que no quería marcharse de Inglaterra. Y que tenía razón, pues ya hacía mucho tiempo que había decidido que le interesaban las pequeñas aventuras, pero que no tenía ninguna afición ni por lo exótico ni por lo salvaje.

Excepto, tal vez, por un hombre…

Desnudo.

Brillando untado en aceites exóticos.

Con la mirada brillante después de haber satisfecho sus deseos… Deseando que pareciera que tenía la cara roja por el esfuerzo, bloqueó esos pensamientos y se centró en sus pasos.

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