Tris se paseaba por Nun’s Chase con una sonrisa bajo su bigote y una hurí del brazo, asqueado por lo revuelto y desordenado que estaba todo. Para llevar a cabo su plan había tenido que invitar a algunos de los hombres que habían estado en Stokeley, y muchos ya llegaron borrachos.
Era interesante saber que decían de Crofton. Algunos se lavaban las manos, pero otros dudaban de la veracidad de lo que se contaba.
– A Croffy le gustan los pimpollos -dijo Billy Ffytch-, pero no era necesario que secuestrara a una niña de buena familia.
– A algunos depredadores -dijo Tris- no les gustan las presas mansas.
Ffytch asintió.
– Claro, eso debió ser. Aunque es una vergüenza. Croffy va pasar momentos difíciles. -Miró a Tris con los ojos legañosos-. Se dice que tu has tenido algo que ver, Saint Raven. Que se la tenías guardada desde el incidente de Hatfield.
– ¿Hatfield? -Tris se permitió dudar momentáneamente como si estuviera rebuscando en lo más profundo de su mente-. Ah, sí, cuando se despacho con esa pobre señorita Mandeville. Me temo que estaba desequilibrado. Pensó que yo tenía una cita con ella en esa posada tan vulgar, cuando tengo esta casa bastante cerca de allí. Creo que le pidió la mano y ella le rechazó, y por eso estaba tan enfadado. Por supuesto, antes de que su padre perdiera todo su dinero.
Ffytch evidentemente estaba teniendo problemas para seguir este punto de vista diferente.
– Eso hace que todo sea distinto -dijo al fin.
– Creo que Mandeville tenía una reserva de piedras preciosas. Hay que alegrarse por él.
– Sí claro. Y casi me hubiera valido la pena seducir a su hija. Si no hubiera estado casado, por supuesto -explicó y dio un trago al ponche de ron que le hizo fruncir el ceño-. Ya sabes que Croffy tenía algo más que eso en mente, pues siguió diciendo que tu delicia turca era la señorita Mandeville. -Se inclinó hacia adelante para estudiar a la hurí que iba del brazo de Tris-. Tienes razón Saint Raven, ese hombre estaba loco.
Ffytch se fue dando tumbos hasta un grupo en el que había unas acogedoras ninfas de la noche, y para impresionar, Tris se acercó a Miranda y la besó a través del velo.
– Estás cumpliendo perfectamente con tu actuación. Gracias.
Ella tenía una complexión parecida a la de Cressida y llevaba una gran peluca, pero Tris estaba sorprendido por lo bien que reproducía su manera de comportarse. Con cierta audacia, pero insegura. Nadie podría adivinar que era La Coop.
– Me divierto haciendo de inocente -dijo ella-. ¿De verdad te quieres casar con la señorita Mandeville? Una mujer así te va a cortar las alas.
– Si te refieres a fiestas exclusivas como ésta, entonces estaré encantado.
Ella soltó una risilla.
– Tal vez por eso me voy a Francia. Sería tremendamente trágico ver un fuego salvaje como el tuyo encerrado en un único horno.
– ¿No tendrás restricciones? ¿O Jean-Marie? ¿Saldrá con todas la mujeres que llamen su atención?
Ella estrechó los ojos y después se rió.
– Eres un demonio. Lo bueno es que ninguno de los dos somos convencionales.
Tris se rió y entonces Miranda añadió:
– Recuerdo a esa hurí… Quizá no estés tan loco como pareces.
Él no respondió a eso.
– Creo que ya todo el mundo está lo suficientemente relajado y bebido como para que pasemos a la siguiente fase del plan.
Tris dio unas palmadas para que todo el mundo le prestara atención.
– Como las flores a la fruta madura, así es la novedad al amor… y a la lujuria, amigos míos. Para que disfrutéis de un placer novedoso esta noche, aquí tenéis ¡danzas del país!
Los hombres se miraron los unos a los otros confundidos. Tras un gesto de Tris abrieron una cortina que escondía a un trío de músicos ciegos que eran muy conocidos en Londres, tanto en las fiestas normales como en las escandalosas. Comenzaron a tocar, Tris volvió a dar una palmada y entraron diez putas al salón, especialmente elegidas por Miranda porque podían parecer damas jóvenes, guapas e inocentes. Iban vestidas casi como si estuvieran asistiendo a una fiesta en Almack. Pero el casi consistía en que sus elegantes trajes eran de la gasa más fina, y debajo no llevaban nada salvo un tinte escarlata en los pezones, y medias a rayas sujetas con ligas rojas. Sus joyas eran perlas de doncella, artificiales, pero convincentes, y en el pelo llevaban coronas de rosas blancas.
Con mucha coquetería cada una eligió a un hombre y lo sacó a bailar. Tris observó divertido lo bien que estaba funcionando su plan. Lo había preparado todo para que sus invitados relacionaran esa escena con un baile de Londres, aunque evidentemente acentuando el erotismo. Los hombres tenían los ojos vidriosos ante la visión de ese perverso simulacro de una reunión de damas jóvenes y virtuosas a las que no debían tocar a menos que tuvieran pensado casarse con ellas.
Los hombres parecían contentos de estar bailando en ese momento, exactamente como si estuviera en Almack. Tris se paseaba con su hurí por el salón asegurándose de que los viera todo el mundo; y cuando terminó el primer baile y nuevos hombres se apresuraron para emparejarse con las putas, bailó con ella un buen rato. Sus adornos de bisutería brillaban sobre el ligero vestido claro.
Los hombres que había allí nunca dudarían, u olvidarían, que habían visto a Saint Raven con su hurí en el mismo momento en que la señorita Mandeville se exhibía en su propio baile en Londres. Miró buscando a su primo, que desempeñaba un papel importante en la siguiente parte del plan. Cuanto antes quedara todo establecido, antes podría alejarse del centro de la escena. La fiesta podría desmadrarse sin necesidad de que él estuviera allí, y al día siguiente podría irse a Londres. Y cuando fuera una hora decente visitaría a Cressida. Aunque una hora decente significaba, maldición, después del mediodía, sin embargo, en cuanto la viera, el escándalo se acallaría.
Quería cortejarla de manera convencional aunque rápida. Le encantaba hacer de Lochinvar y una vez más cabalgar con ella, aunque nada que provocara nuevas habladurías. De todos modos la gente comentaría que la sencilla señorita Mandeville había atrapado al duque de Saint Raven, aunque no debía haber el menor atisbo de escándalo. Siempre ardían brasas debajo de las cenizas, y con un simple soplido podían volver a convertirse en fuego.
Era un inconveniente que los Mandeville estuvieran a punto de irse de Londres, pero una vez que adquiriera la condición de pretendiente, podría viajar con ellos. Plymouth no estaba lejos de Mount, y podrían hacer una corta visita allí. Debido al viaje de sus padres la boda tendría que celebrarse rápidamente. En nueve días, Cressida sería suya, y todo se organizaría a partir de eso.
La música terminó y Jean-Marie entró en la pista de baile.
– ¡Me acabo de dag cuenta de algo! ¡El estúpido de Crofton confundió a la pobge señoguita Mandeville con esta maravilla! ¡Observad este encanto amigos, y magavillaos! -dijo cogiendo a Miranda de la mano para que se diera una vuelta.
Lord Blayne, que estaba en el sofá tumbado con una puta, se puso de pie.
– ¡Croffy necesita anteojos tanto como ella! -Se tambaleó mirando a Miranda con lascivia-. Pensar que esa pálida papilla de avena era este plato tan sabroso.
Miranda hizo un movimiento serpenteante y le lanzó un beso. Algo que Cressida nunca hubiera hecho. Cuidado, Miranda.
– Tengo entendido -continuó Jean-Marie-, que los Mandeville están celebgando un baile en Almack antes de pagtig a la India. La señoguita papilla está allí bailando con nuestgas adogables señoguitas, mientgas Saint Raven disfguta de este sabroso plato. ¡Y un loco relacionó su nombge con el de ella! ¡Qué locuga!
– ¡Eso es! -Gritó Jolly Roger-. Quien haya pensado eso debería estar en el manicomio de Bedlam.
– Saint Raven no hubiera perdido el tiempo con una chica tan aburrida -dijo otro riéndose.
Tris apretó los dientes detrás de la sonrisa y comenzó una nueva rueda de baile.
– Excepto por su dote. Su padre es rico de nuevo, y ella es su única heredera. Un hombre eso lo tiene en cuenta.
Aunque todo el mundo creería que se iba a casar con ella por su dinero, Cressida sabría la verdad. Y con el tiempo verían que habría surgido el amor.
– Qué tonto he sido -dijo Tiverton, que era soltero-. ¡Me parece una vergüenza dejar que un premio tan valioso se vaya a la India!
– Ahí enseguida se la llevará alguien -dijo lord Peterbrook-. Hay un montón de hombres con hambre de tetas blancas.
Un desagrado intolerable hizo que Tris se pusiera en acción. Lanzó una mirada a Jean-Marie y declaró:
– ¡Mi primo me ha hecho una apuesta!
Todo el mundo prestó atención. A esos hombres les importaban muy pocas cosas, pero todos respetaban y se acordaban de las apuestas.
– Apuesta mil libras a que no puedo pasar de los brazos de mi delicia turca a los de la señorita Papilla antes de medianoche.
Los ojos de Jean-Marie expresaron diversión y alarma, y enseguida los demás se animaron y se pusieron a hacer apuestas paralelas.
– ¿En un solo caballo, Saint Raven? -preguntó un hombre.
– En cabriolé, y con los mismos caballos hasta Londres.
Las apuestas cambiaron instantáneamente a su favor.
– ¿Vas a intentarlo con ella? -le preguntó Tiverton-. Es muy injusto. Pensaba intentarlo yo.
Muy útil.
– Entonces haz una carrera conmigo, Tiverton. Tienes aquí tu vehículo, ¿verdad? También tendrás tu oportunidad.
– ¡Contra un duque!
– Tengo la impresión de que la señorita Mandeville no quiere tener nada que ver con la clase alta. ¿Juegas? -Tris miró a los otros hombres-. Apostad si Tiverton, yo, o nadie de aquí conseguirá la mano de la dama antes de que se vaya de Inglaterra.
Algunos pidieron un libro para registrar las apuestas. Tris dejó que Jean-Marie y Cary se ocuparan de ello, y corrió a ponerse un traje de noche. No era apropiado para conducir, pero un doble cambio le iba a tomar demasiado tiempo. Tiverton no tenía ropa de noche, de modo que iba a tener que cambiarse en Londres. Alegó que eso era injusto mientras corría hacia su cabriolé. Tris le permitió adelantarse, pero después bajó a toda prisa y se subió a su propio vehículo.
Jean-Marie salió a verlo partir.
– Deséame suerte -dijo Tris.
– ¿Cuándo hay mil libras en juego? Creo que no lo haré, amigo mío, aunque es muy inteligente que haya un testigo de todo. -La suerte me lo ha puesto entre manos. -Entonces buena suerte, primo. Por lo menos en el amor.
Tris alcanzó a Tiverton cerca de Ware, pero no intentó adelantarlo. Jolly Roger tendría que cambiarse. El verdadero peligro era tener un accidente, pero la luna iluminaba lo suficiente como para ver bien el camino, y éste estaba en buenas condiciones.
Debieron haber disminuido el paso al llegar a las calles de Londres, pero Tiverton se arriesgó para llevar la delantera, y Tris tuvo que conducir como un loco para mantenerse cerca, y que su amigo no sospechara que todo era una farsa. Había poco tiempo, pero la apuesta no le importaba.
Tiverton le gritó una maldición al girar hacia su residencia consciente de que había perdido la carrera. Aún así iba a intentar probar suerte con Cressida. Pobre hombre. Tris llegó a las puertas de Almack un cuarto de hora antes de la medianoche, un poco cansado, pero excitado por la emoción de la carrera y por tener a Cressida cerca. Le entregó las riendas a un sobresaltado lacayo, se sacudió el polvo y entró a grandes zancadas en el edificio. Otro lacayo intentó pedirle una invitación, pero Tris le dijo su nombre, le lanzó una mirada de duque, y el sirviente se inclinó a su paso. Se detuvo bajo el arco de la sala de baile pensando en las veces en que había estado allí sin esperar más que aburrimiento, interrumpido por la irritación que le producían las mujeres que se comportaban como perros en una cacería. Pero ahora todo era diferente porque Cressida estaba allí.
Ella bailaba dando vueltas con un robusto caballero y resplandecía encantada. Obviamente le encantaba bailar, algo que desconocía. Era muy guapa, aunque eso sí lo sabía desde siempre. Se recordó a sí mismo que debía parecer aburrido. Inclinó la cabeza ante sir Arthur Mandeville, que se acercó a él enseguida.
– Su excelencia, nos honra mucho que al final haya podido venir.
¿Los ojos de ese hombre no eran demasiado penetrantes? No importaba.
– El otro compromiso no era demasiado largo y quería despedirme de usted y de su familia. Fueron sumamente generosos regalándome las estatuillas.
– Oh, así lo quiso Cressida -dijo el hombre con ingenua inocencia y se volvió a ver cómo terminaba ese baile-. Vaya a agradecérselo usted mismo.
Tris hablaba para que lo escuchara la gente que tenía a su alrededor. Todos sabrían la razón de su visita, y ahora su padre le daba un motivo para hablar con Cressida. El cielo estaba de su parte.
– ¡Saint Raven! -Se dio la vuelta y vio cómo se acercaba lord Harry Monke con su hermosa esposa-. ¿Qué diablos haces aquí? Ah, sí, conociste a la señorita Mandeville en Hatfield.
Tris besó la mano de la hermosa lady Harry.
– Le presté un pequeño servicio.
– He oído decir que Crofton va de un sitio a otro por el extranjero. Qué tenga buen viaje.
– Un hombre horrible -reconoció lady Harry, y después sonrió al padre de Cressida.
– Qué fantástico que se haya podido recuperar de su encuentro con él, sir Arthur. Ahora Saint Raven -dijo poniendo una mano sobre su brazo- me va a salvar de ser provinciana y de estar pegada a mi marido sacándome a bailar.
Estaba atrapado y no podía negarse, y tal vez lo mejor sería no llegar directamente hasta Cressida. Miró a su alrededor y se encontró con sus ojos sorprendidos. Más que sorprendidos ¡atónitos! Rogando para que no lo arruinara todo, le hizo una pequeña inclinación de cabeza y siguió charlando con lady Harry.
– ¿Cómo conoció a los Mandeville? -preguntó. -En el Patronato de Damas Benefactoras de la Inclusa. A diferencia de muchas otras mujeres, las Mandeville están genuinamente comprometidas con las obras de caridad, más que en divertirse, o en intentar codearse con gente de mayor categoría social.
Mayor categoría. Estuvo insensatamente tentado a preguntarle cómo podía alguien tener más categoría que Cressida. -Qué provinciano -dijo arrastrando las palabras. Ella lo sorprendió con una mirada de desaprobación. -La pobreza y el sufrimiento existen en todas partes, Saint Raven. Estaba intentando sacarte dinero y solicitar tu patronazgo.
Comenzó la música y se pusieron en su puesto cara a cara. Tris estaba verdaderamente sorprendido por su respuesta. Tal vez había más gente de buen corazón entre la aristocracia de lo que pensaba. Y de ese modo Cressida no estaría tan fuera de lugar.
Miró la línea donde Cressida iba a empezar a bailar con un joven vestido de militar. Ella le sonreía radiantemente. Maldición. De pronto se vio calculando cuándo se iban a encontrar después de progresar a través de las filas.
Cressida, muy sonriente, tenía la atención puesta en el teniente Grossthorp, pero su mente estaba centrada en Saint Raven. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿Iba a arruinar todo en el último momento revelando la relación que tenían? Lo había visto junto a su padre y temió que se le acercaran, pero en ese momento lady Harry le pidió un baile.
Casi se saltó un paso, así que volvió a concentrarse en el baile. Pero, oh Dios, ella y Grossthorp subían por la fila, y Tris y lady Harry bajaban. En unos segundos estaría a la misma altura. Tendría que ofrecerle sus brazos y girar con él. Se suponía que su deber era mirarlo a los ojos y sonreír…
Volvió a mirar a su pareja sonriendo, y vio que sus ojos y su sonrisa expresaban sorpresa. ¿Qué mensaje le estaba enviando? Maldición, Tris Tregallows. Él no tenía su atención puesta en Cressida, pero era consciente de ella como si fuera un sonido más de la música, o una luz brillante que iluminaba el rabillo de su ojo. Se acercaban cada vez más.
Entonces advirtió que la dama que le correspondía tenía los ojos abiertos como platos, así que hizo que su mente se concentrara en el momento. Su encuentro con Cressida llegaría, y mientras tanto, era consciente de que bailar con un duque era una emoción inolvidable para muchas de aquellas damas, incluso para una sensata madre de mediana edad como ésa.
Él le sonrió, e intercambiaron un comentario. Cuando le tocó una joven señorita con la mirada arrobada, le dijo un pequeño cumplido, pero le envió un mensaje con los ojos que expresaba «si hubieras sido un poco mayor»… Y a una abuela llena de energía le dijo directamente:
– Si hubiera sido más joven…
Ella se rió y le contestó:
– Granuja travieso.
Después venía Cressida, pero se quedó sin palabras. Unieron sus brazos, giraron mirándose a los ojos y se dieron la vuelta. Enseguida acabaría ese momento y aún no había dicho ni una maldita palabra. Sonó el reloj y consiguió decir algo:
– Medianoche.
¿Eso era lo mejor que podía hacer? Ella lo miró fijamente y le dijo:
– ¿Qué haces aquí?
– Bailar contigo -respondió, y con esa sandez se acabó su encuentro.
Tris quería soltar un aullido y echarse a reír o llorar. ¡No había sido tan zopenco y corto en palabras desde que tenía dieciséis años!
– Medianoche -dijo lady Harry en cuanto se volvieron a encontrar-. Has tenido suerte de que ésta no sea una de nuestras recepciones, pues no te hubieran dejado entrar tan tarde. Y tampoco has venido con calzas.
– Si esto hubiera sido una recepción, hubiera venido antes y vestido de manera adecuada.
– Es verdad. Aparentemente sir Arthur organizó el baile en este lugar porque su esposa y su hija nunca tendrían acceso. Así podrán decir que antes de irse de Londres estuvieron bailando en Almack.
Su expresión no era cruel, pero ella reconoció, igual que él, que sir Arthur no se había dado cuenta de ese detalle. Cuando bailabas en Almack, lo importante no era el lugar, pues lo alquilaban a todo el mundo, sino haber estado en una de las exclusivas recepciones semanales que se celebraban durante la temporada. A Tris no le importaban demasiado las costumbres aristocráticas, pero se dio cuenta de lo naturales que eran para él y los de su clase. ¿Cressida podría aprender sus extrañas, y a veces incomprensibles, costumbres y valores? Tendría que hacerlo. Y podría. El iba a ser su guía experimentado.
En cuanto terminó ese baile vio que entraba Tiverton y se ponía a mirar por toda la sala buscando a su presa. Tris se acercó a él y le entregó a lady Harry. A ella no le importó porque consiguió una pareja de baile joven y guapo.
Tris se dio la vuelta y vio que Cressida estaba rodeada de cuatro hombres que rivalizaban por ser su pareja. Maldición. Ella no podía saber que él estaba haciendo lo posible para librarla del riesgo de un escándalo, de modo que si le pedía que bailaran tal vez podría rechazarlo.
Buscó la ayuda de sir Arthur.
– Por desgracia, sir, su hija está rodeada de posibles parejas. Tal vez usted pueda allanarme el camino.
– Su camino está lleno de hojas de fresas, señor duque-dijo el hombre haciendo que quienes estaban cerca se rieran, pues las hojas de fresa decoraban la corona ducal-. Pero si desea la aprobación de un padre…
Eso suscitó algunas miradas. De modo, pensó Tris, que el padre de Cressida tenía ideas, y no se oponía a la unión.
Sir Arthur se acercó al pequeño grupo que rivalizaba por la mano de Cressida.
– Os podéis marchar. Saint Raven solicita un baile, y un duque es un duque al fin y al cabo.
Los hombres se dispersaron refunfuñando y Tris se inclinó ante ella incapaz de impedir que su mirada fuera alegre.
– Señorita Mandeville, a menos que sea absolutamente contraria a que bailemos…
– No va a ser tan tonta. Bailar con usted es un triunfo, aquí y en la India.
Cressida lo miraba a los ojos con sus redondas mejillas ruborizadas. Todo el mundo pensaría que estaba emocionada, pero ¿en realidad estaba enfadada? Bajó la mirada e hizo una pequeña reverencia.
– ¿Cómo me voy a negar, su excelencia?
Su padre los dejó solos en medio de la muchedumbre, que observaría cada movimiento y cada expresión por el simple hecho de quién era él. Tris hizo que apoyara la mano en su brazo y se pusieron a pasear mientras comenzaba el siguiente baile.
– Es la primera vez que estamos juntos en sociedad -dijo Tris mirando hacia adelante como si estuviera diciendo cosas intrascendentes.
– Sí. -Ella sin duda hacía lo mismo. Iba a llevar la situación correctamente, como era de esperar de su intrépida señorita Mandeville-. ¿Por qué has venido? Es tan peligroso.
– No. Confía en mí. Yo… -Casi le soltó su proposición allí mismo, pero todavía le quedaba un poco de sensatez-. Crofton se ha ido del país.
– Oh, qué bien. -Pero la mirada que le lanzó mostraba preocupación-. Me temo que ha dejado veneno tras él. -No después de esta noche… La música indicó que comenzaba el baile.
– Confía en mí, Cressida -dijo suavemente mientras se movían entre las filas.
Era un vals, lo que significaba que estarían juntos durante todo el baile, y que pasarían un rato girando el uno en los brazos del otro. Mucha gente pensaba que era una danza escandalosa, y ahora Tris entendía la razón. Lo volvía loco de placer. Pronto, muy pronto, ella estaría en sus brazos como su esposa.
Al dar las primeras vueltas del vals en brazos de Tris, y aunque le gustara, sintió como si estuviera bailando rodeada de espadas. Aunque según avanzaba el baile, y nadie se ponía a gritar escandalizado, comenzó a soñar. Si podían bailar, ¿tal vez podrían encontrarse, salir en coche por el parque, o pasear por un jardín? Todas las cosas normales que hacen hombres y mujeres…
Pero después se acordó de que tales placeres podían ser un tormento inútil. Ese hombre fascinantemente travieso era un disoluto. Como su padre, era adicto a los lugares salvajes. Incluso después de profesarle su amor, no había podido evitar ir al establecimiento de Violet Vane.
«Puede cambiar», le susurró la esperanza.
«Los hombres nunca cambian», le insistió el sentido común.
Pero estaba ahí, y eso tenía que significar algo. Y él sentía algo por ella. Lo veía en sus ojos, aunque estuvieran blindados por su propia seguridad. Lo sentía a través de su tacto. El amor podía cambiar a la gente, y tal vez con Crofton lejos, no había tanto riesgo de que se produjera un escándalo. Quizás hasta sería posible que se casaran.
Tris estaba ahí, y eso tenía que significar algo.
En esos momentos sus ojos aturdidos vieron que Lavinia se golpeaba su abanico cerrado sobre los labios. Reconocía la señal. Lavinia tenía que contarle algo ahora mismo en el salón de las damas. Oh, Dios. Era algo sobre Saint Raven. Al fin y al cabo, Matt Harbison se encontraba allí, y por la expresión de Lavinia tenía que ser algo malo. Deseó darse la vuelta e ignorar su llamada, pero debía de ser algo que tenía que saber.
Sin decir nada, se escapó tras su amiga, y en cuanto entraron en el salón, Lavinia la arrastró al sofá. Cressida miró a su alrededor, pero por ahí no había nadie excepto las doncellas. Tendría que tener cuidado con lo que dijera, pues sabía que los comentarios de los sirvientes volaban.
– Es fantástico que haya aparecido el duque -dijo Lavinia radiantemente, tal vez también con las doncellas en mente-. ¡Y es tan guapo de cerca como en la distancia!
– Es verdad. ¿Qué me tienes que decir, Lavinia? La actitud alegre de su amiga se apagó.
– Lo siento… Es que recordé que me dijiste que tenías sentimientos positivos hacia él…
Cressida advirtió que se estaba ruborizando.
– ¿Te da miedo que mi corazón se rompa por un baile?
– No, pero… El asunto, Cressida, es que según Matt todo esto es por una apuesta.
– ¿Una apuesta? Los caballeros apuestan por cualquier cosa.
– Sí, pero…
– ¡Por favor, cuéntamelo!
Lavinia se mordió un labio, y después se puso a hablar en susurros.
– Sir Roger Tiverton vino con el duque, y Matt lo conoce muy bien, así que le contó toda la historia. Saint Raven estaba haciendo una fiesta salvaje en Hertfordshire. Estaban simulando una recepción en Almack; te puedes imaginar algo más tonto. Y entonces alguien apostó que el duque no podía pasar de estar bailando con una prostituta a bailar contigo antes de medianoche. Y ésta -añadió con tristeza- es la única razón por la que ha venido. Pensé que debías saberlo…
A Cressida le dolía incluso respirar aunque no imaginaba la razón. Nunca se había hecho ilusiones acerca del tipo de persona que era. Jamás le había prometido reformarse, y ella realmente no esperaba que lo hiciera. Pero otra orgía, y una apuesta. Una apuesta relacionada con ella, a pesar de que había pensado que se preocupaba por su reputación. Forzó una sonrisa radiante y se levantó.
– La mayoría de la gente no lo sabe, así que el hecho de que haya venido y que baile conmigo será una flor para mi ojal. En la India me beneficiaré dejando caer en las conversaciones que bailé con el duque de Saint Raven.
Lavinia se levantó.
– Me siento tan aliviada. No quería herirte. Cressida incluso consiguió reírse.
– Claro que no estoy herida. Cuando te dije que amaba a Saint Raven, me refería a un amor ligero. Como un juego. Como nuestra ingenua adoración por el actor Kean.
Lavinia se relajó y le sonrió.
– No hay más que ver esta noche lo tonto que se ha puesto todo el mundo con él. ¡Incluso mi madre está nerviosa como una colegiala! La gente intenta repetir la manera en que dice «buenas noches» para comentárselo a su amistades menos afortunadas. Y Deb Westforth se quedó tan abrumada por un comentario halagador que se tuvo que recostar en la antecámara con un trapo empapado de vinagre en la cabeza.
– Pobre hombre -dijo Cressida sabiendo lo que decía.
Lavinia se cruzó de brazos.
– Probablemente le gusta. Vamos. Si me pego a ti tal vez me pida un baile y me suelte un par de comentarios lisonjeros. Eso sería algo que podría contar a mis nietos.
Cressida prefería escaparse a su casa, pero así no haría más que echar leña al fuego. En cuanto regresó a la sala de baile lo vio, como si fuera la única persona real que estaba ahí y los demás no fuesen más que figuras de cera. Se acercó a ella, y ya no pudo escaparse. Se dijo a sí misma que estaba obligada ante Lavinia porque quería conocerlo, pero no estaba segura de si sus pies iban a poder moverse. Y de todos modos, por la manera de mirarla sospechaba que la iba a seguir.
¿Qué quería?
Probablemente había ganado su apuesta, y aunque había puesto su reputación en juego, parecían haber evitado el desastre. O la apuesta consistía en que debía lograr algo más. ¿Un beso? ¿Más que eso? Estaba tan guapo con su traje de noche oscuro y la perfecta camisa blanca. Nunca lo había visto vestido así antes. Le gustaba tanto porque su loca mente se había quedado atrapada en aquellos días en los que su atención de mariposa estaba exclusivamente centrada en ella. Cuando creando la ilusión de que estaban unidos, o más que eso, la había llevado hasta la más intensa de las locuras.
Le sonrió, charlaron un momento, y finalmente hizo que le pidiera un baile a Lavinia. Vio como arrugaba la frente, pero los buenos modales no le dejaban escapatoria. Entonces se acercó su madre, que le ofreció a Roger Tiverton como pareja. A ella también los buenos modales la dejaron sin escapatoria, pero él se comportó correctamente, e incluso se disculpó por su comportamiento en Hatfield.
– Quiero que sepa, señorita Mandeville, que nadie ha hecho caso de las locuras de Crofton. Especialmente ahora que sabemos que ese hombre evidentemente está loco.
– Entonces tendría que sentir lástima por él. Es una pena que no esté recibiendo la atención médica adecuada.
– Es verdad -dijo mientras la dirigía hacia las líneas que se estaban formando-. Bien, señorita Mandeville, dígame que saldrá conmigo mañana.
¿Qué manera de empezar era ésa? ¿Había más gente incluida en la apuesta? Malditos todos. Sin embargo, le sonrió fríamente.
– Lo siento, sir Roger, voy a estar demasiado ocupada. Nos vamos a Plymouth pasado mañana.
– Plymouth, ¿eh? Me interesan los asuntos náuticos, señorita Mandeville. ¡Podría ir allí de excursión!
Cressida apretó la mandíbula y rogó que algo lo impidiera, a pesar de que era el menor de sus problemas. Observó dónde estaba Tris bailando con Lavinia y se aseguró de ponerse en la otra línea, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza aterrorizado por lo que pudiera ocurrir después. Terror, o deseo terrorífico. A pesar de toda lógica, una parte de ella anhelaba ser débil y que volvieran a jugar con ella y la trataran con lascivia.
Tris observaba cómo bailaba Cressida, pero con cuidado para no mostrar demasiado interés. Una pequeña atención era el tono adecuado, y cualquier atisbo de su enfervorizada pasión, no. Deseaba quedarse y centrarse por completo en ella, capturarla hasta después de la cena, y quedarse rezagados hasta que sonaran los compases finales del último baile. Sin embargo, eso no lo llevaría a ningún lugar relevante y aumentarían las posibilidades de que se produjera un desastre.
Ahora ella estaba segura de que no habría un escándalo. Tiverton estaba de acuerdo en que no había absolutamente ninguna posibilidad de que la señorita Mandeville llevara una vida secreta asistiendo a orgías con trajes extraños. Le parecía claro que Crofton había inventado toda la historia en despecho por haber sido rechazado. Tris se había encontrado con Pugh y le había llevado a hacer la misma afirmación.
Tiverton estaba dedicado a su cortejo, lo que era un fastidio para Tris, pero nada preocupante. Ya se había establecido el escenario, y la manera de resolverlo era comportarse con la máxima formalidad. Al día siguiente escribiría a sir Arthur pidiéndole permiso para cortejar a su hija, y si se lo daba, para viajar con ellos a Oriente.
Para todo el mundo iba a ser un cortejo rápido, pero no extraño; y en el momento en que lo anunciara formalmente en Saint Raven, nadie se sorprendería.
Como ya estaba todo preparado, lo mejor era marcharse, pues bailar con otras mujeres no le daba ningún placer. Cressida vio irónicamente divertida cómo Tris se iba. Ya había cumplido con su apuesta y por lo tanto se marchaba. En realidad era mejor tener claro lo poco que significaba para él. Y su espalda recta y sus anchos hombros desapareciendo detrás del arco, era lo último que iba a ver de él.
No negaba que tenía el corazón roto, pero sabía que mejoraría. Y si no era así, era preferible ese dolor que vivir día a día como lady Pugh, que agradecía las migajas que ocasionalmente le daban fingiendo ante todo el mundo que no sabía que su marido se divertía con prostitutas.
Ya en su habitación a punto de amanecer, dejó que su doncella la preparara para acostarse. El cansancio la debilitaba, y su memoria viajaba a la última vez en que se había quitado el vestido color verde Nilo.
Luchando con los cierres y el corsé.
Tris le ponía las manos en la espalda.
Ese primer beso. «De verdad que deberías ir…»
Él siempre había sido tan honesto sobre sí mismo, que en realidad no lo podía culpar de nada. Nunca la obligó a hacer nada. La noche de pasión había sido una decisión suya, no de él. Recordaba cómo Tris se había asegurado de que ella comprendiera que eso no significaba nada en el futuro. Era injusto culparlo por no ser como los caballeros convencionales de Matlock con los que se hubiera casado. Era ridículo suponer que él hubiera estado contento con una forma de vida diferente. Si ella no quería la vida de él, ¿por qué Tris iba a querer la suya?
Cressida dejó que la doncella se marchara y se metió en la cama decidida a pensar solamente en lo que tenía que hacer al día siguiente para que el viaje a Plymouth fuera más cómodo. Sin embargo, su mente no obedecía y, a pesar del agotamiento, no podía dormir. Al final puso una dosis del Elixir de Morfeo del doctor Willy en un vaso de agua y se lo bebió. Se recostó luchando por controlar su mente, pero no volvió a saber nada hasta que la despertó la doncella a la mañana siguiente.