Cuando se calmó, se dedicó a los preparativos para volver a Matlock con la esperanza de que se pudieran marchar inmediatamente. Como si esa corta distancia pudiera alejarla a otro mundo. Pero para su frustración, sus padres no tenían demasiada prisa. Estaban recibiendo a sus amigos y en unos días pensaban comenzar a salir para divertirse. Muchos de los caballeros del centro financiero tenían propiedades en el campo, cerca de Londres, a menudo junto al río, y Cressida se pasó muchas tardes impaciente, viajando en barco por el gran canal para llegar a alguna villa.
El tiempo de ocio le permitió pensar qué podía hacer por las prostitutas jóvenes, aunque eso le produjo más frustración que resultados. La mayoría de la gente importante estaba fuera de la ciudad, y los pocos con los que pudo hablar se quedaron espantados. No por las prostitutas, sino por la idea de que una dama tuviera algo que ver con ellas.
– El hollín siempre deja mancha -le dijo una mujer animándola a impedir tales cosas, dando más apoyo a las inclusas.
Un hombre podría hacer mucho más. Un hombre como el duque de Saint Raven. Pero tenía pocas oportunidades de encontrárselo, y debía estar contenta de que fuera así.
Poco después de la separación, leyó que él se encontraba en Lea Park, donde se celebraría una fiesta para anunciar los compromisos de dos de sus hermanas de crianza, lady Anne y lady Marianne. El periódico explicaba que el novio de lady Anne era el señor Racecombe de Veré, de Derbyshire.
¡Matlock estaba en Derbyshire!
Se pasó todo el día preocupada imaginándose a Tris visitando a su hermana adoptiva, cabalgando por la comarca y visitando los balnearios. De pronto Matlock había dejado de ser un refugio. Estaba intentando hallar algún argumento que darle a su familia para que se trasladaran a un lugar más seguro, quizás a las montañas de Gales, o las tierras altas de Escocia, cuando llegó a visitarla su amiga Lavinia Harbison.
– ¡Por fin un día cálido! -declaró Lavinia-. Demos un paseo por el parque.
Lavinia era corpulenta, simpática, divertida y práctica, y estaba muy satisfecha de estar comprometida con el capitán Killigrew. Ella era su escape ante los duques traviesos. El capitán Killigrew era un capitán mercante que actualmente estaba recorriendo el mundo para hacer fortuna; y Lavinia parecía sentirse contenta de poder esperarlo. Cressida a menudo pensaba que esa pareja iba a ser como la de sus padres. No comprendía la razón, pero le gustaba mucho estar en su compañía.
Pasear por el Green Park era una excelente idea. La devolvía a la realidad. Tris era lo suficientemente sensato como para evitar ir a Matlock. Los Mandeville no se movían en los mismos círculos de la sociedad que el duque de Saint Raven y la hermana del duque de Arran. Tris probablemente se quedaría en Chatsworth, el gran hogar del duque de Devonshire. Cressida había visitado esa mansión el día que se abría para todo el mundo.
– ¿Todavía no pensáis en trasladaros? -le preguntó Lavinia-. Por supuesto que no me gustaría que te fueras nunca de Londres, pero sé que echas de menos tu hogar.
– ¿Dónde está mi hogar? -preguntó Cressida sin pensar.
Lavinia la miró fijamente.
– ¿No está en Matlock?
Cressida se rió.
– No me hagas caso. No me siento demasiado bien. Pero Lavinia, cuando te cases con el capitán Killigrew, ¿dónde estará tu hogar?
– En su barco durante una temporada.
– ¿En su barco? Y ¿por qué no estás ahí ahora?
– El viaje que está haciendo es muy arriesgado, pues tiene que ir a muchos sitios para sacar los mayores beneficios, y así poder casarnos. Después Giles planea hacer rutas comerciales sencillas para mostrarme un poco de mundo. No sé si podré aguantar más esta espera.
– ¿Temes por él?
Su gran sonrisa disminuyó un poco.
– Un poco, pero ¿en qué me beneficia? Es un capitán muy experimentado, y me prometió lealmente que regresaría.
Cressida agarró la mano de su amiga y la apretó. Qué montón de emociones secretas subyacían a las relaciones sociales. Pero de pronto se vio impelida a decir:
– Me he enamorado del duque de Saint Raven. Un poco…
Le contó a Lavinia lo que había pasado en Hatfield. Al menos la versión pública que había creado por si la historia se divulgaba. Pero su amiga no pareció sorprenderse.
– No me sorprende. Recuerdo haberlo visto en el teatro y haber pensado lo maravilloso que sería ser lady Anne Peckworth. Aunque he leído en el periódico que ella se iba a casar con otro. ¿Le ha dejado con el corazón roto?
– No. -Demasiado tarde, pues Cressida sabía que debía haber dicho que no lo sabía-. Quiero decir que no mostró señales de estar así. Pero no tenía por qué decírmelo si éramos casi unos desconocidos… -balbuceó-. Pero ya no nos volveremos a ver. De lo contrario, enloquecería, y con el tiempo estoy segura de que me encontraré con alguien tan maravilloso como tu Giles.
Lavinia le apretó la mano.
– Eso espero. Pero vamos. No hay nada como un paseo enérgico para quitarse las bobadas de la cabeza.
El paseo enérgico y la charla alegre efectivamente hicieron que dejara de pensar tonterías. Como el impulso de impresionar a su amiga contándole que amaba al duque de Saint Raven de verdad, y qué habían hecho juntos y por qué.
Se detuvieron en Montel para pedir unos pasteles, y en cuanto se instalaron en sus sillas, Lavinia se levantó:
– ¡Winnie! ¿Qué haces en la ciudad?
En unos momentos Cressida se vio sentada en otra mesa con otras dos mujeres, una dama joven y elegante, aunque bastante nerviosa, y una señora con un gran busto, su madre. Resultaron ser la señora Scardon y su hija Winifred, lady Pugh. Cressida tuvo que hacer un gran esfuerzo para no mirar fijamente a la joven, que no era mayor que ella, y que ya estaba ligada al odioso Pugh. ¿Conocería las travesuras de su marido?
Aparentemente Lavinia y Winifred habían sido amigas antes de que esta última se casara. Lady Scardon hizo una leve referencia a lo mucho que estaba tardando Lavinia en casarse, lo que hizo que a Cressida le entraran ganas de darle una patada.
Lavinia y Winnie parecía que de verdad se caían bien mutuamente. La madre y la hija habían venido a la ciudad para comprar ropa de embarazada. Evidentemente, tenía que haber intimado con el odioso Pugh, pero la prueba de ello hizo que Cressida se sintiera indispuesta. También pensó con disgusto, que mientras Pugh se encontraba en Stokeley, su esposa estaba embarazada esperando a su primer hijo.
– Pugh está en Escocia -dijo la señora Scardon, lo que hizo que Cressida se preguntara si sus pensamientos habían sido tan evidentes-. Cazando urogallos, ya sabes. Estoy segura de que habrá algunos caballeros bastante inconvenientes invitados a la boda de los Arran.
– Oh, lady Anne y lady Marianne -dijo Lavinia-. He visto el anuncio. ¿Ya es la boda?
– Un asunto enredado -dijo la señora Scardon con una sonrisita-. Una se pregunta…
– ¿Qué se pregunta? -preguntó Cressida con maliciosa ingenuidad.
Lady Scardon la miró con desdén.
– Las bodas precipitadas siempre son sospechosas, señorita Mandeville. Ah -añadió falsa como una moneda de madera- y tú eres la joven que tuvo ese desafortunado incidente en Hatfield. Creo que el marido de mi hija llegó a ayudarte. Se preguntaba la razón por la que estabas allí sola.
¿Qué historia era ésa? Pensó en contarles la verdad, pero se haría daño a sí misma y a lady Pugh, y apenas le afectaría a su marido.
– Había varios caballeros -dijo Cressida con precisión-. Creo que lord Pugh era uno de ellos. Pero mi principal protector fue el duque de Saint Raven. Fue muy amable.
– Así suele ser, aunque, al parecer, venía borracho con lord Crofton y algunos otros. He sabido que venían de una fiesta salvaje.
Cressida casi se vio impelida a contarles la verdad, pero ¿cómo podía saber exactamente quién era quién?
– El duque estaba sobrio, señora Scardon. Se lo aseguro.
– Ese tipo de hombres disimulan muy bien sus borracheras, querida. Una dama joven como tú todavía no entiende de eso.
– Lo que sé es que estaba visitando a su primo. No llegó con lord Crofton.
– ¿No? Se rumorea por todas partes que estaba en la fiesta de Crofton.
«Entonces era lord Pugh.» Esas palabras la quemaban, pero por contra, bebió un sorbo de té. -De eso no sé nada.
La señora Scardon asintió con una sonrisa, pero en vez de parecer un elogio pareció un insulto. Que Dios la librase de la compañía de mujeres como aquella. Lanzó una mirada a Lavinia y se marcharon enseguida.
– Lo siento -dijo Lavinia mientras caminaban por la calle-. Es una mujer muy fría, pero Winnie suele ser muy divertida. No creo que su matrimonio haya sido positivo para ella.
Cressida se lo tenía que decir a alguien:
– Lord Pugh era uno de los borrachos que venían de la fiesta de Crofton.
– Oh, querida. Me alegro que no lo dijeras.
– Dudo que me hubieran creído.
– Oh, no -dijo Lavinia-. Estoy segura de que lo sabían. Cressida se dio cuenta de que su amiga tenía razón.
– Pobre lady Pugh.
– Sí. La animaron a casarse por el título. No sé si piensa que fue un negocio justo a cambio del dinero de su padre, pero yo no lo creo.
Cressida se preguntó si Lavinia esperaba que Giles fuese fiel, pero no sabía cómo preguntárselo. Seguramente sí que lo quería. ¿O es que sus expectativas eran absurdas?
– Escuché que Saint Raven estaba en la fiesta de Crofton -dijo Lavinia como si fuera un comentario casual-. No me sorprende, pues es conocido por esas cosas. Según Matt, su última costumbre hedonista es ir a la casa de una mujer llamada Violet Vane.
La reina de la noche que luchaba contra La Coop. Cressida disimuló su dolor poniendo cara de no saber nada.
– ¿Ah?
– Creo que es un burdel. Matt no ha sido claro, pero seguramente se refería a un burdel.
– No creo que tu hermano deba contarte esas cosas.
– Y si no ¿cómo me entero? ¿Preferirías no saberlo, Cressida?
Ella suspiró. Lavinia se lo estaba diciendo a propósito.
– No. Creo que es mejor saberlo. ¿Hay algo más?
– Sólo que Violet Vane parece que se especializa en prostitutas muy jóvenes, y Matt vio a Saint Raven allí con tres de las más pequeñas. Hasta él pensó que eso era excesivo. En estos momentos ha surgido una corriente en contra de este tipo de cosas. Como debería ser.
– Indudablemente.
Si Saint Raven no hubiera estado con ella, ¿le habría metido mano a esas muchachitas de la fiesta de Crofton? ¿Eso era lo que le gustaba realmente? ¡Y quería reclutarlo para que luchara en contra de ese tipo de comercio! Qué ingenua era.
Cressida estaba haciendo un esfuerzo tan grande para no mostrar lo que sentía, que probablemente se había quedado tan inexpresiva como una figura de cera. Y Lavinia lo sabía, igual que sabía que lady Pugh conocía lo que hacía su marido, de modo que todo eso no servía para nada más que para mantener un estúpido orgullo.
– El asunto de Crofton en Stokeley fue muy desagradable también, por lo que me contó Matt. Odio admitirlo, pero mi hermano estuvo allí. Llegó a casa bastante enfermo; había tomado brebajes y cosas raras orientales, y estaba muy enfadado porque ese lugar había sido tu hogar.
– Mi hogar no.
– Gracias a Dios. -Entonces después de un momento le dijo-: Pensé que debías saberlo.
Cressida se detuvo y se volvió hacia ella.
– Y yo te lo agradezco. El duque es atractivo y puede ser encantador. Fácilmente le puede robar el corazón a una mujer. Pero yo no soy tan insensata, te lo aseguro.
– Oh, Dios. No me gustaría nada que acabaras como Winnie.
Cressida se rió.
– Nunca pensamos en casarnos.
– Claro que no. Duquesa Cressida. ¡Te imaginas! Pero -suspiró- me hubiera gustado ser rescatada por él. Nunca he llegado a hablar con un duque.
– Dicen «buenos días» y «hace un tiempo espantoso ¿verdad?», igual que el resto de los hombres.
Lavinia se rió.
– Oh, claro que no. Qué decepción. -Miró a Cressida-. ¿Te puedo confesar algo?
– Claro que sí. Así podré tenértelo en cuenta para siempre.
– No creo que sea algo tan terrible como eso. Pero cuando Matt me contó lo de la terrible orgía, con gente medio desnuda haciendo indecencias por todas partes, me entraron ganas de haber estado allí, como una mosca, para observarlo todo desde una pared. Me gustaría ver verdadera lujuria por lo menos una vez en mi vida.
Cressida soltó una carcajada y se tuvo que apoyar en una barandilla para recuperarse. Reírse había sido sanador, y volvió a casa de mejor humor, aunque completamente determinada a regresar a Matlock cuanto antes. Matlock se había convertido para ella en una especie de corsé. Sólo cuando encajaba perfectamente se sentía segura de sus pequeños disparates, aunque sabía cuan profunda era su locura.
Cuando su nuevo lacayo le dijo que su padre quería hablar con ella, vio una excelente oportunidad para sacar el tema. Su padre parecía no tener ninguna prisa por marcharse, y ya era hora de presionarlo. No tenía sentido hablar con su madre, pues sólo haría lo que deseara su padre. Se dirigió rápidamente a su habitación para quitarse el sombrero y arreglarse un poco. Después fue al estudio planeando la mejor manera de planteárselo.
Él estaba en su escritorio, felizmente rodeado de libros de contabilidad y diversos documentos, pero en cuando ella llegó levantó un papel doblado.
– Es una carta de Saint Raven, Cressy, en la que me pide que le venda el resto de aquellas estatuillas. ¿Qué dices a eso?
Cressida miró la carta como si estuviera a punto de atacarla una serpiente.
– ¿Las estatuillas? -Fueron las únicas palabras en las que pudo pensar.
– Las eróticas. Le gustan ese tipo de cosas, evidentemente. ¿Qué dices? ¿Se las vendemos? A tu madre no le importa.
Abrió la nota con el sello heráldico y se la entregó. Ella tuvo que cogerla y mirar su escritura fuerte y fluida, así como su firma rotunda. Saint Raven. En su imaginación olía a sándalo.
Estimado señor:
Sin duda es consciente de que tuve el honor de conocer a su hija y de serle de cierta ayuda. En el proceso descubrí su serie de estatuillas de marfil. A su hija le compré una, y me encantaría tener la oportunidad de comprar el resto. Le estaría muy agradecido si me pudiera informar de que el precio que pagué es el adecuado. Tal vez la serie completa sea más valiosa.
También tengo en mi poder una daga que creo que se llama espada de la sabiduría. La compré en Stokeley Manor, por lo tanto asumo que es suya. Se la devolveré si lo desea, pero también me gustaría comprársela.
He sabido que ya se está recuperando de su dolencia, y me congratulo que así sea. Espero que la señorita Mandeville también se haya recuperado de su encuentro con ciertos hombres, que aunque sean considerados miembros de las clases superiores, se comportaron poco menos que como rufianes. Le aseguro que ella no debe temer que pueda haber repercusiones por ese incidente.
Por favor, respóndame directamente a Saint Raven's Mount, Cornwall.
Firmaba con una floritura, pero en lo escrito había mucha información. Estaba en Cornwall, a cientos de millas. Eso era tanto un alivio como una agonía. ¿Era consciente de que ella vería y tocaría esa carta? ¿Pretendía que eso fuese un deleite, o una tortura? ¿Qué quería?
– ¿Cressida?
Ella se obligó a reponerse.
– Creo que se las deberíamos regalar, padre. Me ayudó, y no valen demasiado ¿verdad?
– Ahora que están vacías, no. -La miró sagazmente-. Muy bien. ¿Y qué pasa con la espada de la sabiduría? Esa pieza sí tiene un cierto valor, y al fin y al cabo es tu herencia.
«Si no te la vuelves a malgastar la próxima vez que estés aburrido.»
– Si la consiguió por Crofton, legalmente es suya. No creo que debamos aprovecharnos de su honestidad.
Él levantó sus tupidas cejas.
– ¿Honestidad? ¿En un duque?
A Cressida no le importó habérselo revelado.
– Honestidad. ¿Su ofrecimiento no es prueba de ello?
– Puede ser una prueba de astucia. Sin duda piensa que se lo daré con la esperanza de obtener sus favores. Como si me importaran los favores de un duque. -La miraba levantando sus cejas espesas y tamborileando incesantemente con los dedos-. Muy bien, si quieres que se lo demos que así sea. Escríbele una respuesta tú misma, ¿no te importa?
Cressida se quedó helada. -Eso sería impropio, padre.
– Bah. Yo no tengo paciencia para hacer esas cosas. No te vas a ver comprometida por una carta de negocios, ¿verdad?
– Pero…
Cressida temía que seguir protestando pudiera generar mayores problemas. Podría sospechar acerca de sus sentimientos o de su picardía… Toda una vida en la India lo había hecho proclive a conseguir sus metas sin demasiados miramientos.
– Muy bien, padre. -Le hizo una pequeña reverencia y se retiró a su habitación con la preciosa carta en la mano. Respiró hondo, sacó una hoja de papel y afiló una pluma.
¿Cómo hacerlo?
Muy formalmente.
A Su Excelencia el Duque de Saint Raven
Saint Raven's Mount,
Cornwall
Mi señor duque:
En relación a su amable carta en la que expresa interés por las figuras de marfil que posee mi padre, considerando la ayuda que tan cortésmente me proporcionó, su deseo es que acepte gentilmente las figuras en expresión de nuestra gratitud.
En cuanto a la espada de la sabiduría, fue adquirida a lord Crofton en un momento en el que legalmente la poseía, de modo que mi padre no ve justificado aceptar que se la pague. Le recomienda que la considere justamente suya, y así se asegura de que ese tesoro tendrá un custodio adecuado.
«Porque necesitas sabiduría, Tris Tregallows», pensó con tristeza mientras limpiaba la pluma. La volvió a meter en la tinta, muy poco dispuesta a dejarla allí.
Por favor, permítame volverle a expresar mi agradecimiento por su amable ayuda durante mis recientes dificultades. Gracias a usted, en vez de sufrir angustia e incluso graves daños, ahora tengo una instructiva aventura que recordar.
Su excelencia, tengo el honor de ser su más obediente servidora.
La firmó, secó la tinta, y volvió al estudio.
– ¿Desea leerla, padre?
La miró desde otra carta que estaba escribiendo.
– ¿Qué? No, no. Estoy seguro de que le has explicado todo correctamente. Dóblala, séllala y despáchala.
Estaba metiendo el sello de su padre en el lacre fundido cuando él se aclaró la garganta. Al mirar hacia él, vio que se había echado hacia atrás en su silla y que la observaba.
– Cressy, hay algo de lo que tenemos que hablar.
Oh Dios, ¿lo sabía? ¿Se lo imaginaba?
Sacó el sello con cuidado y lo devolvió a su lugar.
– ¿Sí, padre?
Él apretó la boca un momento haciendo un gesto que mostraba que estaba incómodo con lo que tenía que decir.
– El asunto es que tu madre y yo… bueno, estamos pensando en viajar al extranjero.
Cressida sintió como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies.
– ¿Al extranjero? ¿Y qué pasa con Matlock?
– Sabemos que es tu hogar, querida, y tal vez encontremos una manera de quedarnos allí, pero nos gustaría que vinieras con nosotros a la India si te sientes capaz.
– ¡A la India! ¡Padre, no puede hacer eso! Mamá quiere regresar a Matlock.
– ¡No os estoy arrastrando a la fuerza, Cressy! Ella quiere venir, y yo estoy harto de Inglaterra. Echo de menos el sol y las especies.
¡Oh, eso era demasiado! Se inclinó sobre el escritorio.
– Mamá odia la India, lo sabe. Si se va con usted es por obligación y afecto. ¡Es injusto llevársela lejos de su casa y sus amigos porque usted es un trotamundos!
Esperaba que contestara con dureza su insolencia, pero él sólo movió la cabeza.
– Le dije que tenía que haberte dicho la verdad hace años. Cressida se estiró.
– ¿La verdad? ¿Qué verdad? Dígamelo ahora. Él suspiró.
– Tú eras una niña delicada, Cressy. Tenías muchas fiebres y muchas infecciones. Estuviste a punto de morir dos veces. Tuviste que regresar a casa, y tu madre decidió quedarse contigo. Yo preferí permanecer en la India más tiempo para hacer mi fortuna. Cada año me decía que regresaría cuanto antes, pero entonces sufrí un revés…
La cabeza de Cressida hervía de pensamientos. Tris tenía razón sobre su padre, pero ¿quién podría haber adivinado lo de su madre?
– Mamá estaba esperando a que me casara para reunirse con usted.
– Quizás, o yo tendría que volver a casa. Nunca lo dijimos abiertamente…
Cressida se llevó una mano a la cabeza, pues le daba vueltas. -Santo cielo, ¿toda mi vida he sido una carga? Él se levantó.
– No, no. No pienses eso. Nuestro matrimonio nunca se basó en un gran amor, y al cabo de los años no ha sido desagradable para ninguno de los dos. Pero ahora, bueno, tal vez hemos encontrado una afinidad mucho mayor de la que teníamos en nuestra juventud, y estamos listos para correr aventuras juntos. Pero queremos que vengas con nosotros. -Se inclinó hacia delante-. Ya no tienes mala salud, y te pareces lo suficientemente a mí como para disfrutar de todas esas maravillas. Te puedes vestir con saris y cabalgar sobre elefantes. Comer frutas y especias que nunca te has imaginado, ver templos incrustados de diamantes, que te den masajes con aceites exquisitos…
«Aceites. ¡Oh, Dios!»
Pero ¿por qué no? La India era un mundo en el que la tentación estaría muy lejos. Nunca tendría que temer que cualquier día al doblar una esquina se pudiera tropezar con Tris, o sentirse débil y correr a sus brazos perversos y desconsiderados.
– Y allí hay un montón de hombres ansiando encontrar una novia inglesa. Verás cómo te veremos casada en muy poco tiempo.
Cressida miró la carta, que había arrugado por los nervios, y tomó una decisión.
– Suena muy emocionante, padre. Creo que me encantará ir con ustedes.
TEXTO CORREGIDO POR CHC PARA SOÑANDO DESPIERTAS