9. Una jugada tonta

Jane se secó las manos con una toallita de papel y la arrojó a la papelera. Se miró en el espejo que había sobre el lavamanos y apenas logró reconocerse. No estaba segura de si eso era bueno o malo.

Abrió el pequeño bolso que le había prestado Caroline y sacó el brillo de labios. Marie se acercó a ella, y Jane la estudió mientras la muchacha se lavaba las manos. Luc y su hermana no se parecían en nada, excepto en que sus ojos tenían el mismo tono de azul.

Minutos atrás, al ver a Luc acompañado de una jovencita, se había sentido confusa. Su primer pensamiento había sido que merecía que lo arrestaran, pero todavía la confundió más el que la presentase diciendo que era su hermana.

– No soy buena en esto -confesó Jane mientras se pintaba los labios. Antes de la fiesta, Caroline le había aplicado una especie de carmín indeleble, por lo que Jane sólo tenía que darles brillo de vez en cuando. Pensó que lo había hecho bien, pero no tenía experiencia y no podía saberlo a ciencia cierta-. Dime la verdad. ¿Han quedado hechos un desastre?

– No.

– ¿Seguro? -Jane tenía que admitir que el asunto tenía su gracia. No era algo que le apeteciese hacer todos los días, ni siquiera a menudo.

– Seguro. -Marie tiró la toallita de papel a la papelera-. Me gusta tu vestido.

– Lo compré en Nordstrom.

– ¡Yo también!

Jane le pasó el brillo de labios.

– Una amiga me ayudó a escogerlo.

– Yo elegí el mío, pero Luc lo compró.

Siendo así, se preguntó por qué Luc permitió que su hermana se comprase un vestido tan pequeño. Jane no era una obsesa de la moda, pero no era difícil darse cuenta.

– Eso le honra. -Reflejado en el espejo vio que Marie se estaba poniendo demasiado pintalabios-. ¿Vives en Seattle?

– Sí, con Luc.

Conmoción número tres de la noche.

– ¿En serio? Debe de ser un infierno. ¿Te han castigado por algún motivo especial?

– No. Mi madre murió hace un mes y medio.

– Oh, lo siento. Quería dármelas de graciosa y he dicho algo inadecuado. Me siento una imbécil.

– No pasa nada. -Marie le dedicó una media sonrisa-. Y vivir con Luc no siempre es un infierno.

Marie le devolvió el brillo de labios y Jane se volvió para mirarla. ¿Qué podía decirle? Nada. Lo intentó igualmente.

– Mi madre murió cuando yo tenía seis años. De eso hace veinticuatro años, pero conozco… -Se detuvo, buscaba la palabra más adecuada. No encontró ninguna-. Conozco el vacío que debes de sentir.

Marie asintió con la cabeza y bajó la vista.

– A veces, no puedo creer que se haya ido.

– Sé cómo te sientes. -Jane guardó el brillo de labios en el bolso y rodeó los hombros de Marie con un brazo-. Si alguna vez quieres hablar con alguien, llámame.

– Eso estaría bien.

A Marie se le llenaron los ojos de lágrimas, y Jane le dio un apretón. Habían pasado veinticuatro años desde la muerte de su madre, pero a Jane no le costaba revivir las sensaciones de antaño.

– Pero esta noche, no. Esta noche nos lo vamos a pasar bien. Antes me presentaron a unos sobrinos de Hugh Miner. Son de Minnesota y creo que tienen tu misma edad.

Marie se enjugó las lágrimas con los dedos.

– ¿Están bien?

Jane recapacitó unos segundos. Si ella tuviese la edad de Marie, podría decir que sí, pero no tenía su edad, y pensar si unos muchachos adolescentes estaban bien la hizo sentir incómoda. Casi pudo escuchar la canción Mrs. Robinson en su cabeza.

– Bueno, viven en una granja -dijo mientras salían del lavabo-. Creo que se dedican a ordeñar vacas.

Marie la miró con los ojos como platos.

– Tranquila, que son unos chicos estupendos, y por lo que he podido ver, no huelen a granero.

– Eso está bien.

– Muy bien. -Jane miró por encima del hombro a Marie-. Me gusta tu sombra de ojos. Es muy brillante.

– Gracias. Te la puedo prestar cuando quieras.

– Creo que soy un poco mayor para esos brillos. -Se adentraron en la multitud y Jane encontró a los sobrinos de Hugh Miner mirando la ciudad y les presentó a Marie. Jack y Mac Miner eran gemelos y tenían diecisiete años, vestían idénticos esmóquines con fajas color escarlata, llevaban el pelo cortado a cepillo y tenían grandes ojos pardos. Jane tuvo que admitir que, de algún modo, eran guapos.

– ¿En qué curso estás? -preguntó Mac, o quizá fuese Jack, dirigiéndose a Marie.

La muchacha se ruborizó y se encogió de hombros. Miró a Jane, que, al apreciar la terrible inseguridad de la adolescencia, dio gracias a Dios por no tener que volver a pasar por ello.

– En décimo -contestó Marie.

– Nosotros hicimos décimo el año pasado.

– Sí, todo el mundo se mete con los de décimo.

Marie asintió con la cabeza.

– En Dumpsters se pasan un montón con los de décimo.

– Nosotros no. Al menos, con las chicas.

– Si estuviésemos en tu colegio, te protegeríamos -dijo uno de los gemelos, impresionando a Jane con su galantería. Eran pequeños caballeros, sus padres los habían educado bien y debían de sentirse orgullosos-. Décimo es una mierda -añadió.

Tal vez no fuese así. Tal vez alguien debería enseñarle a aquel muchacho que no debe de hablarse de ese modo delante de una dama.

– Sí, es una mierda -convino Marie-. Estoy deseando pasar de curso.

De acuerdo, tal vez Jane estuviese un poco desfasada. Al fin y al cabo, todo el mundo utilizaba ese tipo de expresiones.

Cuanto más hablaban Jack y Mac, más relajada parecía Marie. Hablaron de las universidades a las que irían, de los deportes que practicaban, y de la música que les gustaba. Todos coincidieron en que el trío de jazz que tocaba en el otro extremo de la sala no molaba.

Mientras Marie y los gemelos hablaban de cosas que eran una «mierda» o «no molaban», Jane le echó un vistazo a la sala, buscando un poco de conversación adulta. Reparó en Darby, que charlaba con el director deportivo Clark Gamache, y también vio a Luc, que estaba al final de la barra hablando con una rubia muy alta que llevaba un vestido blanco ceñido. La mujer tenía su mano apoyada en el brazo de Luc, que permanecía con la cabeza inclinada para escuchar lo que ella decía. Apartó el faldón de la chaqueta y mostró una mano en el interior del bolsillo de los pantalones. Los tirantes grises reposaban sobre los dobleces de la camisa, pero Jane sabía que bajo aquellas ropas tan formales Luc escondía el cuerpo de un dios y el tatuaje de una herradura en el vientre. Él rió al oír algo que la mujer le dijo, y Jane apartó la mirada. Sintió en el estómago la punzada de algo muy similar a los celos, y su mano apretó el pequeño bolso. No podía estar celosa. No tenía posibilidades con él y, además, no le gustaba. Bueno, eso no era del todo cierto. Lo que sentía era rabia, pensó. Mientras ella cuidaba de su hermana, Luc ligaba con aquella belleza vestida de blanco.

Rob Sutter la sacó a bailar y ella dejó a Marie al cuidado de los gemelos Miner. Martillo la condujo al centro de la pista y empezaron a bailar. Con una mano en su cintura, la guió de manera perfecta. De no haber sido por el morado en el ojo, incluso habría parecido un hombre respetable.

Después de Rob, bailó con Stromster, que se había teñido la cresta de color azul claro para que hiciese juego con el esmoquin. En un principio, la conversación con el joven sueco fue complicada, pero cuanto más lo escuchaba, mejor entendía lo que decía a pesar de su marcado acento. Cuando el trío hizo un descanso, le dio las gracias a Daniel y fue en busca de Darby, que estaba esperándola en un extremo de la sala.

– Lo lamento, Jane -dijo cuando ella se aproximó-, pero tengo que llevarte a casa ahora mismo. El fichaje en el que estábamos trabajando va a concretarse esta misma noche. Clark ya se ha ido a las oficinas del club. He quedado allí con él.

El Space Needle estaba a tiro de piedra del Key Arena y, según la hora del día, el trayecto hasta su apartamento era de poco más de media hora.

– Vete. Me iré en taxi.

Él meneó la cabeza.

– Quiero asegurarme que llegas bien a casa.

– Yo me aseguraré que llega bien a casa. -Jane se volvió al oír la voz de Luc.

– Marie está con los gemelos Miner -dijo-. Cuando bajen, te llevaremos a casa.

– Eso sería de gran ayuda para mí -dijo Darby.

Jane miró detrás de Luc en busca de la rubia, pero él estaba solo.

– ¿Estás seguro? -preguntó Jane.

– Sí. -Luc miró al ayudante del director deportivo-. ¿Quién es el fichaje?

– Lo mantendremos en secreto hasta mañana por la mañana.

– Claro.

– Dion.

Luc sonrió.

– ¿En serio?

– Sí. -Darby se volvió hacia Jane-. Gracias por haber venido esta noche conmigo.

– Gracias por invitarme. El viaje en limusina fue maravilloso.

– Os veré a los dos en el aeropuerto por la mañana -dijo Darby encaminándose hacia el ascensor.

Mientras Jane le observaba alejarse, preguntó:

– ¿Quién es Dion?

– Realmente no sabes mucho de hockey -repuso Luc. La cogió por el codo y, sin molestarse en preguntar, la arrastró hasta la atestada sala de baile. Metió en el bolsillo de su chaqueta el pequeño bolso de Jane, apretó una de las manos de ésta y la otra la puso sobre su cintura.

Con los zapatos nuevos de tacón, los ojos de Jane llegaban a la altura de la boca de Luc. Ella apoyó la mano en su hombro. La luz de la sala de baile proyectaba una sombra en diagonal sobre el rostro de Luc, y Jane observó el movimiento de los labios de éste mientras hablaba.

– Pier Dion es un goleador veterano -dijo-. Conoce muy bien este deporte. Cuando lo pilla bien, el disco vuela a una velocidad endiablada.

Al observar su boca, Jane sentía divertidos cosquilleos en sus terminaciones nerviosas. Alzó la mirada hasta sus ojos y dijo:

– Tu hermana parece una chica estupenda.

– ¿Lo dices en serio?

– ¿Te sorprende?

– No. -Luc miró por encima de la cabeza de Jane-. La cosa es que cambia de humor de un momento a otro, es impredecible, y esta noche iba a ser muy especial para ella. La habían invitado a un baile del instituto, pero el chico que debía llevarla decidió ir con otra en el último minuto.

– Eso es terrible. Qué cerdo.

Él volvió a mirarla a los ojos.

– Me ofrecí para ir a patearle el culo, pero Marie pensó que le resultaría embarazoso.

Por alguna extraña razón, Jane sentía que Luc empezaba a chiflarla. No podía evitarlo, y todo porque se había ofrecido a patearle el culo al que le había dado plantón a su hermana.

– Eres un buen hermano.

– Lo cierto es que no. -Luc acarició la espalda de Jane con un pulgar y la atrajo ligeramente hacia él-. Llora cada dos por tres y yo no sé qué hacer.

– Acaba de perder a su madre. No hay nada que puedas hacer.

La rodilla de Luc rozó la de Jane.

– ¿Te lo ha dicho ella?

– Sí, y sé cómo se siente. Yo también perdí a mi madre. Le he dicho que si necesitaba hablar con alguien que me llamase. Espero que no te importe.

– En absoluto. Creo que necesita una mujer con la que hablar. He contratado a una señora para que la acompañe mientras estoy fuera, pero a ella no le gusta. -Luc reflexionó por unos segundos y añadió-: Lo que ella necesita es alguien que la lleve de compras. Cada vez que le dejo mi tarjeta de crédito, vuelve con una bolsa de chucherías y algo dos tallas más pequeño.

Eso explicaba el vestido ceñido.

– Podría ponerla en contacto con mi amiga Caroline. Es una especialista ayudando en ese tipo de cosas.

– Eso sería estupendo. No sé nada de chicas.

Aun cuando no hubiese leído nada sobre él, Jane habría descubierto en menos de cinco segundos que sabía mucho de chicas. Había algo en su mirada y en su sonrisa que lo delataba.

– Querrás decir que no sabes nada de hermanas.

– No sé nada de mi hermana pequeña -puntualizó él en tono burlón-. Pero en una ocasión, tuve una cita con unas gemelas

– Ya. -Ella frunció el entrecejo-. Tú y tu sombra.

Él se echó a reír.

– Eres tan crédula -dijo justo cuando la música acababa y ella se detuvo. En lugar de soltarla, él la atrajo hacia su pecho. El trío empezó otra canción-. ¿Qué habéis hecho tú y Hogue en la limusina? -le preguntó acercando la boca a su pelo.

– ¿Cómo dices?

– Le has dado las gracias a Darby y le has dicho que el viaje en limusina fue maravilloso.

Ella y Darby habían bebido champán y no habían dejado el televisor en paz, mientras el conductor los paseaba por la ciudad como si de Bill y Melinda Gates se tratase. Pero suponía que no era eso lo que Luc quería saber. Tenía el cerebro en la entrepierna, por lo que decidió darle algo en que pensar.

– Hicimos cosas malas.

Luc la miró azorado.

– ¿Hiciste cosas malas con Hogue?

A Jane casi se le escapó la risa. Lo único malo en ella era su imaginación.

– Bajo toda esa gomina, se esconde un tigre.

– Cuéntame -pidió él, apretando su hombro con los dedos.

– ¿Quieres que te cuente los detalles?

– Sí, por favor.

Ahora Jane no pudo evitar soltar una carcajada. Él debía de haber hecho cosas que ni siquiera Bomboncito de Miel habría sido capaz de imaginar. Dudaba que pudiese sorprenderle aunque lo intentase.

– A menos que invente algo, me temo que te sentirás defraudado.

– Entonces invéntatelo.

¿Podía hacerlo? ¿Allí, en la pista de baile? ¿Podía convertirse en Bomboncito de Miel si cerraba los ojos? La mujer que hacía que los hombres ardiesen de deseo. Hombres como Luc.

– En realidad no fue tan malo -dijo ella-. Nada de látigos y cosas de ésas. No me va el dolor.

Resultaba muy atractivo estar tan cerca de Luc y fingir que era la mujer capaz de satisfacer a un hombre como él. La clase de mujer que susurra marranadas y hace que los hombres supliquen. Para su siguiente artículo para la revista Him, había pensado escribir sobre una fantasía compartida para Bomboncito de Miel. A los hombres les encantaban las fantasías compartidas.

– ¿Te gusta mirar?

– Soy más bien de los que participan -susurró él a su oído-. Me resulta más interesante.

Pero no podía hacerlo. Sola en su apartamento era una cosa, pero allí entre los brazos de Luc era otra cosa totalmente diferente. No podía deja volar su imaginación, y lo máximo que atinó a decir fue:

– Darby es insaciable. Nadie lo habría supuesto. De hecho, creo que voy a sentarme. Estoy agotada.

Luc le apretó el brazo y la miró a la cara.

– No me digas que tienes tan poca resistencia.

– Hablemos de otra cosa -dijo ella, que temía que sus defensas empezaran a flaquear.

Él se mantuvo inmóvil durante un momento, después dijo:

– Estás muy guapa esta noche.

– Gracias. Tú también lo estás.

Luc la atrajo una vez más hacia sí y ella puso de nuevo la mano en su hombro, sintiendo la suavidad de su chaqueta. Si se acercaba un poco más el olor de su colonia impregnaría su nariz.

– Y estás muy elegante. Me gusta tu peinado.

– Me he cortado el pelo esta mañana. Ahora está bien, pero la prueba definitiva será mañana por la mañana, cuando lo lave.

– Yo me lo lavo y lo dejo secar -susurró Luc.

Ella cerró los ojos. Bien, un tema seguro… y aburrido. El pelo.

– Me gusta tu vestido.

Otro tema seguro.

– Gracias. No es negro.

– Ya me he dado cuenta. -Luc deslizó la mano desde su cintura hacia su espalda, dejando los dedos y la palma cálida sobre la piel desnuda- ¿Crees que podrías ponerte alguna vez la parte de atrás hacia delante?

– No. Creo que no -repuso ella, sintiendo el calor de su mano.

– Qué lástima. No me importaría vértelo puesto de ese modo.

La música fluía alrededor de Jane como si todo estuviese detenido. Luc Martineau, con su malvada sonrisa y su tatuaje de herradura, quería verla desnuda. Imposible. Bajo la superficie, su piel tembló, caliente y viva, plena de sensaciones. El deseo y la necesidad se apretaban en su abdomen y se preguntaba si él se habría dado cuenta de que se había pegado a él justo para olerle el cuello. Justo por encima de su pajarita y del cuello de su camisa.

– ¿Jane?

– ¿Sí?

– Marie ha vuelto. Mañana tenemos que estar muy temprano en el aeropuerto, así que es mejor que nos vayamos.

Jane alzó la vista hacia la cara de Luc. Su mente estaba ocupada en impuros pensamientos, pero él parecía ajeno y distante. «No me importaría vértelo puesto de ese modo», había dicho. No cabía duda de que se estaba quedando con ella.

– Voy a buscar mi abrigo.

Apartó la mano de su espalda y el aire frío reemplazo el calor de su roce. La cogió por el brazo y, mientras abandonaban la pista de baile, le pasó el pequeño bolso de Caroline.

– Dame tu tíquet. Voy a por el abrigo de Marie y también traeré el tuyo.

Jane hurgó en el bolso y extrajo el tíquet. Mientras él retiraba los abrigos, Jane habló con Marie, pero seguía pensando en Luc, y no quería dejar de hacerlo. Había sentido que lo deseaba. Mala cosa. ¿Lo habría advertido Luc? Esperaba de todo corazón que no. Esperaba que nunca se lo imaginase. Su vida podría desarrollarse con total felicidad si nadie llegaba a saber que Jane Alcott había querido saltar encima del jugador de hockey Luc Martineau. Si él llegaba a sospecharlo, sin duda saldría corriendo en la dirección contraria.

Cuando estuvo de regreso, la ayudó a ponerse su abrigo negro. Los dedos de Luc rozaron su nuca mientras ajustaba el cuello del abrigo, y ella se preguntó a qué se parecería sentir sus brazos alrededor del cuerpo mientras se apretaba contra él. Pero aunque tuviese los arrestos para seguir sus impulsos, sería ya demasiado tarde; él se había alejado y mantenía abierto el abrigo de su hermana para que se lo pusiese sin problemas.

Mientras esperaban en la base del Space Needle a que el aparcacoches les llevara el Land Cruiser blanco de Luc, éste se abotonó la chaqueta y metió las manos en los bolsillos, con los hombros encorvados debido al frío. Hablaron del tiempo y del vuelo que tenían que tomar casi de madrugada. Nada importante. Marie les habló de las vistas desde el mirador, y Jane no dejó de echarle miraditas al oscuro perfil de Luc. La luz que llegaba de lo alto de la torre iluminaba un solo lado de su cara y sus anchos hombros, dibujando una alargada sombra en el hormigón.

Cuando regresó el aparcacoches, Luc abrió la puerta del acompañante para Jane y la trasera para su hermana. Se puso al volante, arrancó y tomó Bellevue. Tras unas cuantas manzanas, rompió el silencio.

– La señora Jackson está al corriente de que tiene que llegar antes de que te vayas al instituto -le dijo a su hermana-. ¿Necesitas dinero o alguna otra cosa?

Jane lo miró de reojo. Su perfil era poco más que una silueta negra dentro del interior oscuro del coche. La luz procedente del salpicadero rebotaba contra su reloj de pulsera lanzando destellos dorados sobre su chaqueta. Volvió la mirada hacia la ventanilla.

– Necesito dinero para comer y tengo que pagar la clase de cerámica.

– ¿Cuánto necesitas?

Jane escuchó su conversación, sintiéndose una intrusa, sentada en aquel asiento de cuero del todo terreno de Luc mientras éste hablaba con su hermana acerca de cuestiones de su vida cotidiana. Una vida en la que no estaba incluida. Era la vida de ellos. No la suya. Ella tenía su propia vida. Una hecha a su medida, y no guardaba relación con la de Luc. Cuando el vehículo se detuvo frente a su piso, Jane fue a abrir la puerta.

– Muchas gracias por traerme a casa -dijo.

Luc estiró la mano y la cogió del brazo.

– No te muevas. -Miró hacia el asiento trasero-. Ahora mismo vuelvo, Marie -añadió al tiempo que se apeaba.

Las farolas apenas le iluminaron mientras rodeaba el Land Cruiser y abría la puerta del acompañante. Ayudó a Jane a salir y caminó a su lado por la acera. En el porche iluminado, ella abrió el bolso y sacó las llaves, pero al igual que la noche en que él la había acompañado a su habitación en San José, él le quitó la llave y la introdujo en la cerradura.

Había dejado encendida una de las lámparas de suelo, y la luz iluminaba la moqueta y la puerta de entrada.

– Gracias de nuevo -dijo al tiempo que se adentraba en el piso. Estiró la mano para que él le entregase las llaves y él le agarró la muñeca, dejó caer las llaves en la palma de su mano y entró con ella.

– Esto no es una buena idea -dijo Luc, y con el pulgar le acarició la muñeca.

– ¿El qué? ¿Traerme a casa?

– No. -La atrajo hacia él y le rozó una mejilla con la suya-. Has estado volviéndome loco. No dejo de preguntarme qué debe de sentirse al enredar los dedos en tu pelo. -Aumentó la presión de sus manos contra la espalda de ella-. Tus labios rojos y tu vestido del color del fuego me han hecho pensar un montón de cosas disparatadas. No debería tener esa clase de pensamientos contigo, pero los tengo. Debería pasar de todo ello. -Sus ojos azules se clavaron en los de Jane, ardientes e intensos-. Pero no puedo -susurró contra su boca-. Dime una cosa, Jane, ¿tienes frío? -Sus labios se rozaron y él añadió entre jadeos-: ¿O estás excitada?

Entonces la besó, y el impacto la dejó conmocionada durante unos cuantos segundos. No podía hacer otra cosa más que quedarse allí quieta mientras él la besaba.

¿Qué quería decir preguntándole si tenía frío o estaba excitada? A todas luces, no tenía frío.

Él apretó su boca contra la de Jane y posó la mano libre en su cara, acariciándole la mejilla y enroscando los dedos en su pelo hasta rozar la sien. Un leve gemido escapó de la garganta de Jane, las llaves cayeron de su mano y ya no le importó qué significaba aquella pregunta sobre el frío. Recorrió con la palma de su mano la parte frontal de la chaqueta de Luc hasta llegar al cuello. Aquello no podía estar sucediendo. No a ella. No con él.

Los labios de Luc apretaron con más fuerza hasta que ella abrió la boca. Su lengua se deslizó dentro y tocó la suya, húmeda y tan esperada.

Para un hombre que se pasaba el tiempo trabando a otras personas y dándole golpes a un disco con su stick, sus caricias eran sorprendentemente suaves. Jane se sintió arrastrada por la pasión que recorría su piel, aferrándose en su pecho, y provocándole dolor entre los muslos. Se dejó caer en la lujuria que había estado intentando contener. La gran mano de Luc abarcó uno de sus pechos a través de la tela de su vestido y del abrigo, al tiempo que Jane se pegaba a su cuerpo. Rozó su pezón con el pulgar y éste creció entre sus dedos. No había más pensamiento que dejarse llevar, que hacer lo que había que hacer. Lo besó como si quisiese devorarlo. Su lengua se enroscó a la de Luc como si desease emborracharse de él.

Luc se apartó y la miró a los ojos y dijo con voz áspera:

– Haces que me den ganas de chuparte más que de besarte.

Jane se lamió los labios húmedos y asintió. Ella también lo prefería.

– Maldita sea -dijo Luc entre jadeos.

Después se dio la vuelta y se fue. Dejó a Jane aturdida y desconcertada. Conmocionada por cuarta vez aquella noche.

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