15. Como echarlo todo a perder

El martes por la mañana, Jane entró en la oficina del editor de deportes KirkThornton en el Seattle Times. Desde que había ocupado el puesto de Chris Evans, sólo se había encontrado con Kirk en una ocasión. Esa mañana, él estaba sentado tras su escritorio cubierto de periódicos desordenados y fotografías deportivas. Tenía el teléfono en una mano y una taza de café en la otra. Alzó la vista hacia ella, frunció el entrecejo y apretó los dientes. Separó un dedo de la taza y señaló una silla vacía.

Jane se preguntó si siempre estaba de mal humor o si sólo lo estaba cuando la veía. De repente, ya no parecía buena idea haber vuelto por la redacción. Ella tenía la regla, no se sentía demasiado bien, y no quería mostrarse desagradable con él.

– Noonan cubrirá el partido de los Sonics -dijo Kirk al teléfono-. Tengo a Jensen para el partido de esta noche de los Huskies.

Jane se volvió y miró a través del cristal de la puerta hacia la redacción, donde se afanaban los otros periodistas deportivos. Nunca sería uno de ellos. Se lo habían dejado claro. Pero no pasaba nada. Ella no quería ser uno de ellos. Ella quería ser mejor. Su mirada se posó en la mesa vacía de Chris Evans. Ese trabajo no duraría siempre; Chris volvería a ocupar su puesto. Pero cuando todo acabase, ella tendría una estupenda experiencia que añadir a su curriculum y encontraría algo mejor. Tal vez en el Seattle Post-Intelligencer.

– ¿En qué puedo ayudarte? -le preguntó Kirk.

Jane se volvió hacia él.

– ¿Por qué no sacaste mi entrevista a Pierre Dion?

Él bebió un sorbo de café y después meneó la cabeza.

– El Post-Intelligencer publicó una entrevista un día después de que firmase el contrato.

– La mía era mejor.

– La tuya, a esas alturas, era agua pasada. -Kirk miró los papeles que había sobre su mesa.

Ella no le creyó. Si alguno de los chicos hubiese hecho la entrevista, habría sacado en lugar de enterrarla en su crónica habitual.

– ¿Alguna otra cosa?

– Tengo una entrevista con Luc Martineau.

Eso llamó la atención de Kirk.

– Nadie puede entrevistar a Martineau.

– Pues yo lo he hecho.

– ¿Cómo?

– Se lo pedí.

– Todo el mundo se lo pide.

– Me debía un favor. -Jane bajó la vista hasta sus pies, después volvió a alzarla. Kirk era demasiado listo para decir lo que pensaba, pero ella lo sabía.

– ¿Qué favor te debía?

Estuvo tentada de decirle a Kirk que se había acostado con Luc, pero después de la entrevista. Así pues, técnicamente no había intercambiado favores sexuales para conseguirla.

– Cuando me despidieron, sólo puse una condición para volver: hacerle una entrevista exclusiva a Luc.

– ¿Y te la concedió?

– Sí. -Jane le tendió una copia impresa de la entrevista junto con un disquete. Podría habérsela enviado por correo electrónico como hacía con las crónicas, pero quería verle la cara cuando la leyese. Estaba orgullosa de lo que había hecho y recordaba de memoria cada palabra de la entrevista


MARTINEAU ENTRE LOS TRES PALOS


La controversia no le es ajena al portero de los Chinooks Luc Matineau. Tanto su vida privada como su carrera profesional han sido diseccionadas y debatidas, y se ha escrito tanto sobre él que nadie sabe ya cuál es la verdad. El propio Martineau afirma que la mayor parte de lo que han escrito sobre su vida personal es pura ficción y que no tiene nada que ver con la realidad. Realidad o ficción, asegura que su pasado sólo le pertenece a él, y que en la actualidad sólo le interesa lo que sucede entre los tres palos.

Cuando me senté a entrevistar a este enigmático portero, descubrí que es una persona franca y distante a partes iguales. Relajada e intensa. Contrastes que hacen de este antiguo ganador del trofeo Conn Smythe uno de los mejores cancerberos de todos los tiempos en la NHL.

Lo que está fuera de duda es que hace dos años se dijo de él que estaba acabado, que sus días en la liga nacional de hockey estaban contados. Qué equivocados estaban aquellos que afirmaron algo semejante. Situado actualmente en el segundo puesto del ranking de porteros, Martineau es el líder de la liga en paradas, con un promedio de 2,00. Unas veloces manos y un frío autocontrol son las marcas de la casa de este portero de primera línea. Demuestra siempre tanta habilidad como carácter, y cuando está entre los tres palos, su atómica mirada intimida…


Al tiempo que Kirk iba avanzando en la lectura, fue apareciendo en su rostro una media sonrisa. Una muestra de respeto, si bien reticente, suavizaba las líneas de su rostro, y su humor cambió casi al instante. Jane no quería deleitarse con el cambio de actitud de Kirk Thornston respecto a ella. Pero lo hizo. Sólo al final supo lo mucho que se había deleitado, y se sintió orgullosa. Kirk miró su agenda.

– Haré un hueco para esto en la edición del domingo; no de éste, sino del siguiente.

Estaría de viaje ese domingo.

– Es un buen artículo, ¿verdad? -le preguntó para asegurarse.

– Sí.

Cuando Jane salió del edificio, el sol brillaba radiante, las montañas se alzaban a lo lejos y la vida era una fuente de bondad. Mientras caminaba por John Street hacia su Honda, se permitió disfrutar de su momento de triunfo. Tanto si la querían entre ellos como si no, los cronistas deportivos tendrían que tomársela un poco más en serio a partir de ahora. O, como mínimo, no podrían denigrarla con facilidad por ser la autora de las estúpidas columnas de «Soltera en la ciudad». La Associated Press adquiriría la entrevista con Luc, y todos se enterarían. No hacía falta decir que eso facilitaría las cosas en las salas de prensa. También cabía la posibilidad de que ocurriese lo contrario, pero a ella no le importaba. Había hecho la entrevista por la cual todos ellos estarían dispuestos a matar.

Sí, la vida era hermosa. El día anterior había sido otra historia. El dial anterior se había sentado en casa delante del teléfono como una quinceañera, esperando una llamada. Tras salir del Key Arena el domingo por la noche, estaba segura de que Luc la llamaría. Después de haberla arrastrado al cuarto de la limpieza y obligarla a plantearse de nuevo su decisión de no acostarse nunca más con él, esperaba que la telefonease o apareciese por su casa. Se dijo que habían establecido una conexión personal, que habían hablado de temas importantes que iban más allá de la ropa interior, y estaba segura de que él había conectado con ella.

Pero no era así, y mientras se quedaba sentada en el sofá viendo reportajes sobre pájaros en el Discovery Channel, descubrió que enamorarse de Luc era la mayor tontería que había cometido en su vida. Por supuesto, sabía de antemano la estupidez que entrañaría lo que ya era un hecho, pero no había tenido fuerza suficiente para oponerse.

Jane condujo hasta la lavandería y lavó su ropa sucia en cuatro máquinas a la vez. Bajo la ropa llevaba unas bragas corrientes. Aunque importaba bien poco, ese detalle ilustraba su vida en aquel momento.

Mientras observaba la ropa dar vueltas en la secadora, Darby llamó a su teléfono móvil para pedirle consejo. Al parecer, también él había perdido la chaveta por la persona equivocada.

– ¿Crees que Caroline querría salir conmigo? -preguntó.

– No lo sé. ¿Cómo fue lo de ir a tomar una copa con ella? -le preguntó, a pesar de que Caroline le había llamado la mañana siguiente para contarle todos los detalles.

La velada había empezado bien pero luego había caído en picado.

– Creo que no la impresioné demasiado.

– Le contaste que perteneces a MENSA…

– Sí, ¿y qué?

– Te dije que no lo hicieses. A los que tenemos un coeficiente intelectual estándar no nos gusta oír hablar de tu enorme cerebro.

– ¿Por qué?

Jane puso los ojos en blanco.

– ¿Te gustaría oír a Brad Pitt hablando de lo guapo que es?

– No es lo mismo.

– Sí que lo es.

– No. Brad Pitt no necesita hablar de lo guapo que es. Todo el mundo puede apreciarlo.

Jane tuvo que admitir que estaba en lo cierto acerca de Brad.

– De acuerdo. ¿Qué te parece una estrella porno? ¿Te gustaría oír hablar a una estrella del porno de su enorme paquete?

– No.

Jane se pasó el teléfono a la otra oreja.

– Mira, si quieres impresionar a una mujer, y en particular a Caroline, no le digas lo listo que eres. Deja que tu inteligencia se manifieste de manera sutil.

– No se me da muy bien la sutileza -dijo él, y no estaba bromeando.

– A Caroline la impresionan los tipos que saben qué vino hay que pedir.

– ¿Eso no es de maricas?

¿Y una camisa con llamas y calaveras estampadas no lo es?

– No. Llévala a algún sitio bonito.

– ¿Y aceptará?

– Tú proponle un sitio realmente bonito. A Caroline le encanta vestirse bien. -Reflexionó por un instante y preguntó-: ¿Eres miembro del Columbia Tower Club?

– Sí.

Lo había supuesto.

– Llévala allí. Eso le dará una razón para ponerse el vestido de Jimmy Choos que acaba de comprarse. Y si empieza a hablar de zapatos y de moda, fínge estar interesado.

– Estoy muy puesto en diseñadores de moda -dijo él.

Jane sonrió.

– Buena suerte.

Tras colgar, llamó a Caroline a Nordy's y la avisó que Darby iba a llamarla. Se sorprendió de que su amiga no pusiera grandes reparos a una cita con él.

– Pensé que te había agobiado con su charla sobre MENSA -le recordó Jane a su amiga.

– Me agobió, pero también me hizo gracia -repuso Caroline, y Jane decidió que lo mejor era mantenerse al margen. Como no tardó en recordarse, tenía sus propios problemas.

Esa noche, en el partido entre los Chinooks y los Lightning, Luc apenas le prestó atención a Jane cuando le llamó pedazo de tonto. No se metió con ella ni le recordó la noche que habían pasado juntos. En la portería, estuvo casi perfecto, deteniendo los tiros con sus rápidas manos y su ancho cuerpo. El partido acabó en empate, y luego no quiso meter a Jane en un cuarto de la limpieza ni besarla hasta perder la cabeza.

Tampoco lo hizo dos noches después, cuando contra los Oilers consiguió mantener la portería a cero por sexta vez esa temporada. En el vuelo a Detroit a la mañana siguiente, apenas le echó un vistazo cuando pasó por su lado, y para ella se hizo evidente qué Luc intentaba evitarla en la medida de lo posible. Se preguntó qué habría hecho para que él tuviese esa actitud, y analizó una y otra vez la conversación que mantuvieron en el cuarto de la limpieza. Lo único que se le ocurrió fue que Luc había descubierto lo que ella sentía por él e intentaba salir corriendo en la dirección contraria. Se había pintado los labios de rojo y se había comprado una blusa roja sólo por él. Era una mujer patética, pensó. Luc le dijo que había tenido fantasías con ella imaginando que le hacía el amor sobre la mesa de la sala de prensa y ella le había creído. ¡Qué tonta había sido!

Y después él intentaba evitarla del todo, y ella estaba sorprendida de lo mucho que le dolía su actitud. Habían hecho el amor y ella creía que lo habían pasado realmente bien. No le había pedido nada, y él la había metido en el cuarto de la limpieza y le había hecho creer que quería algo más que una noche de pasión.

Había añadido que no la veía como a una de sus admiradoras, pero el hecho era que de pronto la trataba como si fuera una cualquiera. A Jane no sólo le dolía, sino que la irritaba. La irritaba hasta tal punto que le hacía odiarlo. Incluso llegó a pensar que lo mejor sería dejar el trabajo para no tener que enfrentarse a su desinterés. Pero segundos después se dijo que no iba a perjudicarse a sí misma por culpa de un hombre. Ni siquiera por el hombre que amaba con todo su corazón. Ni siquiera cuando cada vez que lo viera se sintiera desdichada.

Una vez en su habitación ese mismo día, intentó escribir una agria columna de «Soltera en la ciudad», pero en lugar de escribir se quedó mirando el lago Michigan desde su ventana. Su relación con Luc habría acabado igualmente, se dijo. Mejor pronto que tarde. Como mínimo, de ese modo no se sentiría culpable por el artículo de «Bomboncito de Miel». Pero eso no tranquilizó su conciencia.

Unas cuantas horas después, al ver que el teléfono no sonaba, intentó convencerse diciéndose que Luc estaba demasiado ocupado con las cosas del equipo para llamar. O para encontrarse con una de sus muñequitas Barbie. No quería pensar en él con otra, pero no podía evitarlo. Y al imaginar a Luc besando o tocando a una mujer que no fuese ella temía enloquecer.

A las seis de la tarde, se encontró con Darby en uno de los restaurantes del hotel. A lo largo de la cena, se bebió dos martinis mientras le escuchaba hablar de Caroline.

Después de la cena, fueron al bar del hotel. Cinco de los jugadores de los Chinooks estaban sentados bebiendo cerveza, picando algo, y viendo cómo los Denver les daban a los Kings un repaso. Luc estaba entre ellos. Al verlo, sintió aprensión y alivio a la vez. No estaba con ninguna Barbie.

– Eh, Tiburoncito -la saludaron. Todos menos Luc.

Su entrecejo fruncido y la fría mirada de sus ojos azules le hicieron saber que Luc no se alegraba de verla, lo que la descorazonó aún más.

Se sentó entre Daniel y Fish, y tuvo mucho cuidado de no cruzar la mirada con Luc. Temía que todos los jugadores sentados a la mesa descubrieran que estaba enamorada del portero. Que él también se diese cuenta y se mostrase incluso más distante, lo que con toda probabilidad era imposible.

Sin embargo, no podía obligarse a hacer caso omiso de él, y acabó mirando hacia el otro lado de la mesa. Se lo veía muy relajado. A excepción de su intensa mirada, que parecía dispuesta a atravesar el cerebro de todo aquel que se pusiese delante. Alargó el brazo para coger su vaso y bebió un trago de agua. Mantuvo un cubito de hielo en la boca y una gota le quedó colgando del labio. Sorbió el hielo y ella apartó la mirada.

– He leído tu columna «Soltera en la ciudad» -le dijo Fish-. Creo que estás en lo cierto al decir que los chicos buenos son los que acaban llevándose el gato al agua. Yo soy un chico bueno, y tuve que dejarle mi casa en Mercer a mi ex esposa.

– Eso fue porque te pilló con otra mujer -le recordó Sutter-. Eso la jodio mucho.

– Sí, no me lo recuerdes -gruñó Fish, y miró a Jane-. ¿Qué estás escribiendo ahora?

Jane no tenía nada entre manos. Nada sobre lo que quisiera hablar, en cualquier caso, pero dijo:

– ¿Los rollos de una noche son buena idea? -preguntó.

Se arrepintió de inmediato.

– Yo creo que sí -repuso Peluso desde el otro extremo de la mesa.

– Sí.

– Yo creo que sí.

– A menos que estés casado -apuntó Fish-. No estarás pensando en experimentarlo, ¿verdad?

Ella se encogió de hombros y se forzó a mostrarse distante y fría. Ajena. Como un hombre.

– Estoy dándole vueltas al asunto. Hay un periodista deportivo de Detroit que no está nada mal. Hablé con él la última vez que estuve allí.

Luc se puso en pie, y ella le vio acercarse a la barra. Vestía una camisa de rayas azules y blancas y llevaba el trasero enfundado en unos Levi's.

– Si alguna vez necesitas ayuda con tus columnas, podemos explicarte qué pensamos los tíos en realidad -dijo Peluso.

Jane prefería no saberlo. Le asustaba demasiado.

– Tal vez te lo pregunte cuando tenga claro el enfoque que quiero dar a la columna.

– Estupendo.

Jane alzó la vista justo para ver a Luc regresar con los dardos.

– Me debes el desquite -le dijo-. Juguemos con las mismas reglas de la vez anterior.

– Creo que no -repuso ella.

– Pues yo sí. -La cogió del brazo y la hizo levantarse-. Elige los que te parezcan mejores -añadió poniéndole los dardos en la palma de la mano. A continuación le susurró al oído-: No me obligues a arrastrarte hasta la línea.

Su mirada tenía un brillo feroz, demencial. De acuerdo. Ya que no podía patearle el culo, le daría una buena paliza con los dardos.

– Recuerda las reglas -dijo Luc mientras ella examinaba los dardos-. Después no podrás llorar como una niña si pierdes.

– No podrías ganarme ni en tu mejor día. -Jane meneó la cabeza y escogió los tres mejores dardos-. Éste no es un deporte para mariquitas como tú, Martineau, y aquí no tienes casco ni compañeros que te protejan.

– Eso ha sido un golpe bajo, Tiburoncito -le dijo Sutter.

– Así es como habláis vosotros -replicó Jane.

– Lo que has dicho no está bien -señaló Fish.

– La última vez, muchachos, me llamasteis lesbiana -les recordó. Todos se encogieron de hombros-. Jugadores de hockey… -dijo y recorrió la distancia que la separaba de la zona de dardos. Rozó el brazo de Luc con el hombro y sintió el contacto en todo su cuerpo. Amplió la distancia entre ellos.

– ¿Qué estás haciendo aquí con él? -preguntó Luc cuando se detuvieron en la línea.

– ¿Con quién?

– Con Darby.

– Hemos cenado juntos.

– ¿Te estás acostando con él?

De no haberse sentido tan contrariada, Jane se habría echado a reír.

– No es asunto tuyo.

– ¿Y qué hay del periodista de Detroit?

No había ningún periodista de Detroit, pero no iba a decírselo.

– ¿Qué pasa con él?

– ¿Te estás acostando con él?

– Creí que no te interesaba con quién me acostaba o en qué posturas prefería hacerlo.

Él la miró fijamente, después dijo entre dientes:

– Empieza a tirar de una maldita vez.

Jane alzó la vista para mirarlo a los ojos, que parecían lanzar llamas azules, como cuando un contrario pretendía meterle un gol. Era evidente que estaba enfadado con ella, desquiciado.

– Apártate -le dijo cuando se preparó para lanzar el primer dardo-. Te voy a dar una paliza. -El primer lanzamiento consiguió un doble y acabó anotando ochenta puntos en total.

Luc anotó cuarenta y le entregó los dardos con brusquedad.

– La luz aquí es una mierda.

– No. -Ella sonrió y, con gran placer, añadió-: Capullo.

Él entornó los ojos. Las consecuencias de semanas de rabia y dolor afloraron sin que ninguno de los dos pudiera ni quisiera evitarlo.

– Peor aún… -añadió Jane-. Eres un quejica.

Los compañeros de Luc soltaron un silbido.

– Lucky se va a comer viva a Tiburoncito -dijo Sutter desde un costado.

Por acuerdo tácito, ambos fueron a sus respectivos rincones. Jane lanzó para anotar sesenta y cinco. Luc anotó treinta y cuatro.

– Refréscame la memoria. ¿Por qué te llaman Lucky, el afortunado? -preguntó Jane, mordaz, mientras iba en busca de los dardos.

Él los arrancó de la diana lentamente, al tiempo que aparecía en su boca una sonrisa licenciosa. Una sonrisa que le hizo saber a Jane que estaba recordándola de rodillas besando su tatuaje..

– Estoy seguro de que, si te esfuerzas, obtendrás la respuesta por ti misma.

– No. -Jane negó con la cabeza-. Hay cosas que no merece la pena recordarlas.

Tendió la mano y él depositó los dardos en su palma.

En lugar de ir donde estaban sus compañeros, Luc se quedó junto al ella y le dijo:

– Podría hacértelo recordar.

– No, gracias -dijo ella. A continuación obtuvo un triple ocho y un triple veinte-. Una vez fue suficiente.

– ¿Ah sí? -dijo él-. Entonces, ¿por qué lo hicimos tres veces?

– ¿Qué problema tienes? -Lo miró por encima del hombro-. ¿Tu ego necesita un poco de estímulo esta noche?

– Sí. Entre otras cosas.

Luc había decidido hablar con ella, seguro de que caería rendida a sus pies y volvería a besar su tatuaje. Fue un error de cálculo.

– No me interesa. Búscate a otra.

– No quiero a nadie más. -Sus palabras parecieron una tierna caricia cuando añadió-: Te quiero a ti, Jane.

La rabia desapareció, dando paso a un profundo dolor. Jane sintió un nudo en el estómago y que le daba un vuelco el corazón. Antes de echarse a llorar como una niña, le entregó los dardos.

– Mala suerte -dijo antes de volverse sobre sus talones y salir del bar.

Llegó a su habitación en el piso veintiuno antes de que se le emborronase la visión. No quería llorar delante de Luc Martineau, se dijo mientras se enjugaba los ojos con un pañuelo de papel. Diez minutos después de llegar a su habitación, él llamó a su puerta con fuerza. Temiendo que el estruendo alertara a los de seguridad, le dejó entrar.

– ¿Qué quieres, Luc? -preguntó con los brazos cruzados, marcando las distancias.

Él entró en la habitación y la obligó a retroceder unos cuantos pasos.

– A ti -respondió mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

– No me interesa.

Luc se acercó tanto a ella que los antebrazos de Jane le rozaron el pecho. Estaba invadiendo su espacio de manera deliberada, y ella siguió reculando hacia el otro lado de la habitación, lejos del perfume de su colonia.

– Me dijiste que no pensabas en mí como si fuese una más, pero así es como haces que me sienta.

– Lo lamento. -Luc bajó la vista-. No quería que te sintieses así.

– Ya es demasiado tarde. No puedes irte a la cama conmigo y después darme de lado, como si no fuese nadie.

– Nunca he pensado que no fueses nadie. -Volvió a mirarla de frente con sus profundos ojos azules-. No he dejado de pensar en ti ni un instante, Jane.

– ¿Cuándo? ¿Mientras estabas con otras mujeres?

– No he estado con nadie desde que estuve contigo.

Jane se sentía aliviada, pero al mismo tiempo furiosa.

– ¿Pensabas en mí mientras intentabas ignorarme?

– Sí.

– ¿Y cuando me rehuías?

– En todas esas ocasiones y en todos los momentos intermedios.

– Sí, claro.

– He estado pensando en ti, Jane, te lo juro. -Avanzó hacia ella hasta detenerse a pocos centímetros de su cuerpo-. Todo el tiempo.

Semanas atrás le había dicho exactamente lo mismo, y le había creído. Pero esta vez no.

– Ya me conozco esa historia, y no te creo -replicó ella, pero algo en lo profundo de su ser quería creerle. Mala señal. Dio un paso atrás y chocó contra el borde de la cama.

– Es verdad. Dormido o despierto, no puedo sacarte de mi cabeza. -La cogió por los hombros y la obligó a tumbarse en la cama-. Eres una complicación innecesaria para mí. -Colocó las manos a ambos lados de la cabeza de Jane y la rodilla entre sus muslos-. Pero eres la complicación que quiero, que voy a asumir.

Jane apoyó sus manos sobre el pecho de Luc para detenerlo. A través del algodón de su camisa sintió el calor que desprendía su pecho.

– No creo que sepas lo que quieres.

– Sí lo sé. Te quiero a ti, y estar contigo es un millón de veces mejor que estar sin ti. No voy a luchar más contra eso. -La besó entre las cejas-. No voy a luchar contra lo que siento por ti. Es una batalla perdida, y no voy a librarla.

Aquellas palabras hicieron que la rabia que Jane sentía se desvaneciese, pero el miedo seguía oprimiendo su corazón.

– ¿Qué es lo que sientes? -preguntó, aunque no estaba completamente segura de querer conocer la respuesta.

Luc le rozó la frente con los labios.

– Siento como si me hubieses golpeado entre los ojos con un stick.

No había dicho que estuviese enamorado de ella, pero lo de sentirse golpeado por un stick en la cabeza sonaba bastante bien. En lugar de apartarlo de su lado, le acarició el pecho con las manos.

– ¿Y eso es bueno?

– No lo parece. Has convertido mi vida en un caos.

Le gustó oír eso, porque ella también se sentía sumida en el caos. Intentó mantenerse en el recuerdo del dolor, pero lo que hizo fue sacarle la camisa de los pantalones. Lo miró a los ojos y después contempló su boca.

– ¿Cómo te hiciste esa cicatriz en el mentón? -le preguntó.

– Me caí de la bicicleta cuando tenía unos diez años.

– ¿Y la de la mejilla? -Ella deslizó las manos bajo su camisa y le tocó los marcados músculos y la carne prieta.

– Una pelea en un bar, cuando tenía veintitrés años -respondió él en voz muy baja-. ¿Alguna otra pregunta antes de que te desnude?

– ¿Te dolió cuando te hicieron el tatuaje?

– No lo recuerdo. -Se inclinó sobre ella y la besó-. Estaba bastante perdido por aquel entonces.

Silenció cualquier otra pregunta con un beso que fue haciéndose más y más profundo. El beso fue suave, cariñoso, pero Jane no estaba de humor para suavidad y cariño. Le hizo rodar sobre la cama y se colocó encima de él, como si se tratase de una montaña que ya había conquistado pero que estaba dispuesta a explorar otra vez. El beso se hizo más apasionado a medida que le desabotonaba la camisa. Con las manos bajo la cabeza, Luc observó a Jane desde abajo mientras ella recorría su cuerpo con las manos y la boca. Al llegar a sus hombros, él le apartó el pelo de la cara y la atrajo de nuevo hacia sí para besarla. Entonces fue él quien la hizo rodar hasta dejarla boca arriba y la desnudó mientras la besaba: los hombros, el cuello, los pechos. Yacieron abrazados, y cuando ya no pudieron resistirlo más ella desenrolló un preservativo en su erecto miembro y de nuevo se colocó a horcajadas sobre él. Cuando Jane descendió para encajarse en él, Luc alzó las caderas para adentrarse hasta lo más profundo de su interior.

– Jane -susurró-, no te muevas.

Ella apretó los músculos alrededor de Luc, de cuyo pecho brotó un gemido. Luc cerró los ojos, y cuando volvió a abrirlos, la lujuria brillaba en los ojos de Jane. Él deslizó una mano por su nuca y con la otra la cogió por la cadera mientras la besaba en los labios con dulzura. Su lengua apenas rozó la de Jane. Recorrió su espalda con una mano y volvió a bajarla hasta la cadera, acariciándola, encendiendo un poderoso fuego en su interior. Jane apartó su boca al tiempo que Luc aceleraba el ritmo de sus movimientos. En sus ojos azules se reflejaba la pasión. Susurró su nombre como si de una suave caricia se tratase. La ardiente tensión de su interior hizo que Jane apretase con fuerza hasta llegar al clímax en un arrebato incontrolable de placer.

Su orgasmo excitó aún más a Luc, que clavó los dedos en las caderas de Jane mientras entraba y salía de ella sin parar, cada vez con mayor intensidad hasta llegar al orgasmo.

Jane se desplomó encima de Luc, y él la abrazó con fuerza, respirando de forma entrecortada. La apretó contra su pecho sudoroso como si quisiese retenerla ahí.

– Dios mío -susurró al oído de Jane respirando con dificultad-. Ha sido mejor que la última vez. ¡Y la última vez fue de sobresaliente!

Ella asintió con la cabeza; estaba demasiado arrobada para hablar. Había pasado algo. Algo diferente. Algo mejor. Algo que iba más allá del placer físico. Algo que no podía describir.

– Jane.

– ¿Sí?

– Nada. Sólo quería asegurarme que seguías viva.

Ella sonrió y le dio un beso en el cuello. Ese algo venía a decir que él también la sentía en su interior. No era tan tonta como para decirse que se trataba de amor. Pero era algo. Se quedó con eso, porque, fuera lo que fuese, era muchísimo mejor que no tener nada en absoluto.

Загрузка...