Tres días después del incidente en el aparcamiento, Jane estaba sentada en la cabina de prensa del Key Arena, mirando hacia la pista.
– ¿La comida y la bebida aquí son gratis? -le preguntó Caroline.
– Hay comida y bebida gratis en la sala de prensa. -Se había llevado a Caroline consigo para tener alguien con quien hablar. Alguien que le ayudase a mantener la mente alejada de los problemas con los hombres-. Yo no voy hasta un poco más tarde.
Caroline llevaba una camiseta de los Chinooks muy ceñida y unos vaqueros igualmente ceñidos. Ya había llamado la atención del operador de vídeo del estadio y había salido tres veces en la enorme pantalla del marcador.
Darby se reunió con ellas pocos minutos antes del espectáculo previo al partido. Llevaba el pelo engominado y la funda de plástico para los bolígrafos en el bolsillo de su camisa negra de seda. Jane le presentó a Caroline, y él abrió los ojos como platos y quedó boquiabierto cuando conoció a la hermosa amiga de Jane. A ésta no le sorprendió la reacción de Darby, pero sí le sorprendió que Caroline sacase a relucir todo su encanto y le diese cuerda.
Empezó el espectáculo previo al partido y Jane supo que en quince minutos tendría que bajar al vestuario y desear suerte a los jugadores. Tendría que volver ver a Luc, a quien no veía desde que se habían besado en el aparcamiento y ella había perdido los papeles. Afortunadamente, en el último minuto había recuperado el juicio y no se había ido con él a un motel. Eso habría sido muy malo en todos los sentidos.
No podía negar, sin embargo, que había perdido la chaveta por Luc. Estaba colada por él, como si fuese un gigantesco imán y ella un trozo de metal. Y al parecer no podía hacer nada al respecto.
Había pasado la semana anterior viajando por el país, evitándolo en la medida de lo posible. Evitando al hombre capaz de irritarla y enfadarla, y capaz de hacer también que se derritiese. Durante la mayor parte del tiempo había conseguido mantenerse ocupada. Entrevistó a Darby para la columna «Soltera en la ciudad», y escribió un artículo sobre los chicos buenos que acababan llevándose el gato al agua. Recomendaba a sus lectoras que evitasen a los tipos que hacen que a una le lata con fuerza el corazón y se lo pensaran dos veces antes de salir con los chicos buenos. Citó a Darby y le dio lustre a sus palabras y, a cambio, se suponía que él hablaría con los entrenadores, pues seguían sin quererla cerca.
Hizo caso de su propio consejo y lo llevó a la práctica con bastante eficacia, evitando al tipo que hacía latir con demasiada fuerza su corazón. Pero después él la había apoyado contra aquella pared y la había besado. Tendría que haberse sentido sorprendida y conmocionada, pero acercarse, con los párpados entornados y un brillo de lujuria en sus ojos azules, la había hecho sentir débil y excitada al mismo tiempo. En el momento en que sus labios la rozaron, sintió que las fuerzas la abandonaban y se dejó llevar por lo que con tanta desesperación deseaba: Luc.
A pesar de que sus sentimientos hacia él eran poco más que un caos, no podría ocultar por mucho tiempo la verdad. Deseaba a Luc. Deseaba estar con él, pero quería ser algo más que otra mujer a la que llevar a un hotel.
Algo más que una admiradora.
La había llamado «estrecha». No era una estrecha en absoluto. No le importaba que los hombres utilizasen palabras fuertes mientras hacían el amor. Era la autora de «Bomboncito de Miel», por amor de Dios, pero también una mujer decidida a conservar la dignidad, a luchar por ella. A luchar por no enamorarse como una colegiala de un tipo indeseable.
Si algún día él descubría que ella era Bomboncito de Miel, Jane suponía que no tendría que luchar nunca más. Lo más probable es que no volviese a hablarle, que la odiase incluso.
Después de presentarse en su habitación de hotel la semana anterior, en Denver, diciéndole que la había besado por culpa de aquel vestido rojo, ella envió el episodio que había escrito describiendo a un guapo portero de hockey de Seattle para el número de marzo. Había sentido tanta rabia, se había sentido tan herida, que apretó el botón de enviar y mandó lo que había escrito por el ciberespacio.
Si Luc topaba con la columna de marzo y la leía, sabría que había sido la última víctima de Bomboncito de Miel. Se dijo que debería de sentirse halagado. Que quizá se sintiese halagado. No todos los hombres de Estados Unidos tenían el honor de entrar en coma a manos de Bomboncito de Miel. Pero, a decir verdad, no creía que Luc fuese a sentirse un privilegiado, y eso hacía que se sintiese un poco culpable. Por descontado, no había modo de que él la relacionase con la autora de «Bomboncito». Nunca sabría que era ella la que escribía esas historias. Aun así se sentía culpable.
Darby rió debido a algo que Caroline le dijo, sacando a Jane de sus elucubraciones. Por unos segundos Jane sopesó la posibilidad de decirle a Darby que no era la clase de chico que le gustaba a su amiga, que con toda probabilidad ella le daría calabazas, pero Darby parecía muy feliz de sentirse capturado por la sonrisa de Caroline. En lugar de advertirle, Jane dejó que llegase a suponerlo por su cuenta. Colocó su maletín cerca de su silla y se obligó a ir hacia el ascensor para descender a la planta baja.
Estudió la americana color azul marino que llevaba puesta sobre el jersey de cuello de cisne blanco. Se abotonó la americana para asegurarse de que sus pechos quedaban a cubierto. Antes de que Luc le dijese que sus pezones siempre estaban erectos, ella nunca se había parado a pensarlo. Nunca le había prestado demasiada atención a sus pechos. Eran tan pequeños que siempre había dado por hecho que nadie los tenía en cuenta.
Nadie a excepción de Luc.
Aminoró la marcha a medida que se aproximaba al vestuario, y se detuvo ante la puerta a escuchar el inspirador discurso del entrenador Nystrom. Cuando terminó, alzó los hombros y entró en el vestuario. Evitó mirar a Luc, pero no necesitaba verlo para saber que estaba allí. Podía sentir su mirada. Y no le transmitía buenas vibraciones.
– Hola, Tiburoncito -le dijo Bruce.
– Cómo va, Fishy -repuso ella volviéndose hacia el resto del equipo. Ocupó su lugar en el centro de la estancia y comenzó con su ritual.
– Dejaos los calzoncillos puestos, tengo algo que deciros y sólo me tomará un minuto y no quiero que sincronicéis la bajada de vuestros calzoncillos. -O algo así-.Viajar con vosotros, muchachos, ha sido una experiencia que jamás olvidaré. Espero que este año ganéis la liga. -Se dirigió hacia el capitán, que en esos momentos estaba poniéndose la camiseta-. Buena suerte con el partido, Asesino.
Él le dio un apretón de manos. Aunque el corte de su labio sin duda dolía, sonrió.
– Gracias, Jane.
– De nada.
Rob se había recuperado y podría jugar esa noche, por lo que Jane hasta su taquilla.
– ¿Cómo te sientes, Martillo?
– De puta madre. -Se puso en pie y se alzó por encima de Jane con sus patines-. Es bueno estar de vuelta.
– Me gusta ver que es así. -Se volvió y caminó hacia Luc. Estaba sentado con el casco sobre una de sus rodillas, unos cuantos mechones rubios le caían por la frente. La observó acercarse con expresión gélida. Con cada paso, a Jane le crecía el nudo que se había formado en su estómago. Casi prefería verlo furioso. Se detuvo frente a él y tomó aliento.
– Pedazo de tonto.
– Gracias -dijo Luc con voz neutra.
– De nada. -Jane pensó que tenía que irse, pero no se pudo mover-. Entrevisté a Dion la semana pasada.
– ¿Y qué? ¿No te dijeron que no me molestases antes de los partidos?
De acuerdo. Al parecer no se había librado de todos sus sentimientos. Obviamente, estaba enfadado. Bien. Enfadado era mejor que indiferente.
– Sí. Y también me dijiste que tampoco te molestase después de los partidos.
– Entonces, ¿por qué sigues aquí?
– Lo tengo todo preparado para tu entrevista.
– Peor para ti.
Era el momento de mostrarse dura con él.
– Hicimos un trato, Martineau. Si no lo cumples, no volveré a llamarte pedazo de tonto nunca más. -Se puso en pie y la miró inclinando la cabeza hacia abajo.
– Vale. Mañana, cuando vuelvas a casa de acompañar a Marie a hacer compras, trae el cuestionario.
Ella sonrió.
– Estupendo.
Jane se marchó antes de que Luc cambiase de opinión. Cuando regresó a la cabina de prensa, Darby y Caroline parecían enfrascados en una profunda charla sobre el traje de Hermes que llevaba él.
Se dirigió a su asiento y retiró el maletín. Hurgó en su interior y sacó la agenda y un taco de notas adhesivas. «Entrevista a Luc», escribió en una de ellas y la pegó a la página correspondiente al día siguiente. Como si fuese a olvidarlo.
Durante el segundo periodo, Caroline se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
– Nunca había visto tanta testosterona junta.
Jane sonrió.
Los Chinooks perdieron contra los Panters de Florida en los últimos cuatro segundos del partido, cuando uno de los jugadores contrarios lanzó desde la línea azul. Luc se puso de rodillas, pero el disco se le coló por debajo. Volvió la cabeza hacia la portería y lanzó el stick contra el poste justo en el mismo momento que sonaba la bocina.
Cuando Jane volvió a entrar en el vestuario, mantuvo la cabeza alta y se acercó a Vlad Fetisov y su nariz rota. No sabía decir qué era peor, si mirarle por encima de los hombros o por debajo de la cintura.
Mientras interrogaba a Vlad sobre su lesión, echó una mirada subrepticia a unas cuantas taquillas de distancia. Luc le daba la espalda mientras se quitaba las protecciones hasta quedar completamente desnudo de cintura para arriba. Bajó la mirada por su espalda hasta llegar a su trasero. Él se volvió y a ella se le hizo un nudo en la garganta. Por encima de sus calzoncillos apareció, como si de una invitación al pecado se tratase, el tatuaje de la herradura. No le cupo la menor duda de que estaba colada por él. Fuera como fuese, aquel hombre era un bombón. Recordó cómo había perdido la cabeza cuando él la tocó. No había estado con nadie desde Vinny, al cual había despachado haría cosa de un año.
– … Son cosas del juego -acabó Vlad, y ella se alegró de haber grabado su respuesta porque no había oído una sola palabra de lo que había dicho.
– Gracias, Vlad.
Tal vez fuese el momento de encontrar pareja. Alguien que le ayudase a quitarse de la cabeza a Luc y su tatuaje.
A la mañana siguiente, una niebla grisácea pendía sobre Seattle cuando Jane pasó a recoger a Caroline y condujo hasta Bell Town. Debido a la entrevista que tenía que hacerle horas más tarde a Luc, Jane se había puesto unos pantalones de lana grises y una blusa blanca. Caroline llevaba unos pantalones de ante color rosa y un body rojo y rosa. Parecía estar preparada para acudir a la audición de un programa infantil con treinta y cinco años de retraso. En cualquier otra persona, aquel vestuario habría parecido totalmente inadecuado, pero a Caroline, de algún modo, le sentaba bien.
Recogieron a Marie en la puerta del edificio de Luc, justo a tiempo para llegar a la peluquería a la hora indicada. Vonda le cortó el cabello a la altura de la mandíbula y la peinó. El corte era juvenil y vistoso, y hacía que Marie pareciese cuatro años mayor.
Después de eso, pasaron por las tiendas Gap, Bebe y Hot Topic, donde Marie compró un cinturón de piel con tachuelas plateadas y una camisa Care Bear. Caroline se compró un nuevo aro para el ombligo y un esmalte de uñas color fresa. Jane compró una camiseta de Batgirl. Hablaron de chicos y música y de las actrices de Hollywood que estaban empezando a despuntar. En cada ocasión Marie pagó con la tarjeta Visa de Luc.
En la tienda MAC de Nordstrom, la artista del maquillaje aplicó los cosméticos necesarios para destacar los grandes ojos azules de Marie y realzar su suave cutis. Marie escogió un color de pintalabios rojo intenso que le quedaba realmente bien, pero que le añadió otro año. Jane no pudo evitar preguntarse qué pensaría Luc de que su hermana pareciese mayor de lo que era. No tardaría en descubrirlo.
En lo que a ropa se refería, Marie aceptó los consejos de Caroline sin rechistar. Caroline sabía conducir a la gente, evitándole pasos en falso, de un modo en que no se sentían conducidos, de ese modo no les irritaba que Caroline fuese alta y hermosa y vistiese como una supermodelo.
– Son pequeños para ti -le indicó a Marie cuando ésta escogió unos téjanos Calvin Klein-. Los modistos diseñan la ropa para chicas anoréxicas o muchachitos -dijo-. Gracias a Dios, no tienes aspecto de chico. -Añadió, pasándole una talla cinco.
Darby Hogue apareció en el departamento de calzado mientras Marie se estaba probando unas sandalias Steve Madden con un tacón de ocho centímetros.
– Le dije a Darby que le ayudaría a escoger un par de camisas -dijo Caroline, y si Jane no la hubiese conocido como la conocía, habría jurado que a su amiga se le habían subido un poco los colores. Pero eso era imposible, porque los pazguatos pelirrojos de MENSA no eran el tipo de Caroline. A ésta le gustaban altos, morenos y sin fundas de plástico para bolígrafos en el bolsillo de la camisa.
Caroline le señaló a Marie unas botas negras con unas grandes hebillas plateadas a los lados.
– Te quedarían geniales con la falda de camuflaje y el cinturón que te has comprado.
Jane, por su parte, pensó que las botas eran horrorosas, pero Marie exclamó, encantada:
– ¡Molan!
Jane entendió aquello como algo positivo. De nuevo, se sintió vieja al oír hablar a una adolescente. Para contrarrestar esa sensación, se probó unas sandalias con un tacón de cinco centímetros.
Se sentó junto a Darby para probárselas.
– ¿Qué te parecen? -le preguntó levantándose la pernera de los vaqueros y observando las sandalias desde diferentes ángulos.
– Parecen zapatos de espantapájaros.
Le echó un vistazo a Darby, ataviado con su camisa favorita de seda con calaveras estampadas y sus pantalones de cuero, y se preguntó de dónde habían salido esas palabras.
Se inclinó hacia ella y le dijo al oído.
– Necesito que le hables bien de mí a Caroline.
– Ni lo sueñes. Me has ofendido con lo de las sandalias.
– Si me consigues una cita con ella, te las compraré.
– ¿Quieres que haga de alcahueta?
– ¿Te supone algún problema?
Jane miró a su amiga, que estaba ante el mostrador de la tienda Ralph Lauren estudiando un par de pasadores para el pelo.
– Oh, sí -dijo Caroline.
– Dos pares de zapatos.
– Olvídalo. -Jane se quitó las sandalias y las metió otra vez en la caja-. Pero voy a darte un par de consejos: deshazte de la camisa de calaveras y no hables de MENSA.
– ¿Lo dices en serio?
– Totalmente.
Cuando acabaron en la sección de zapatería, ella y Marie subieron por las escaleras mecánicas a la sección de lencería, en tanto que Caroline y Darby se dirigieron a la sección de ropa masculina.
Jane y Marie iban cargadas de bolsas mirando los percheros de los sujetadores.
– ¿Qué te parecen? -le preguntó Marie mostrándole un sujetador de encaje color lavanda.
– Es bonito.
– Pero me apuesto lo que quieras a que no es nada cómodo. -Inclinó la cabeza hacia un lado-. ¿No te parece?
– Lo siento, pero no sé si podré ayudarte. Nunca llevo sujetador.
– ¿Por qué?
– Bueno, como puedes apreciar, no es que lo necesite mucho. Siempre he llevado tops… o nada.
– Mi madre me habría matado si sólo hubiese llevado tops.
Jane se encogió de hombros.
– Sí, bueno, cuando crecí, a mi padre no le gustaba hablar de cosas de chicas. Creo que durante un montón de años se limitó a fingir que yo era un chico.
Marie miró por encima la etiqueta del precio.
– ¿Sigues echando de menos a tu madre?
– Todo el tiempo, pero ya lo he superado. Sin embargo, te aconsejo que guardes todos los buenos recuerdos que tengas de tu madre antes de que enfermase. No pienses en las cosas malas.
– ¿De qué murió tu madre?
– Cáncer de mama.
– Oh.
Se miraron por encima de un perchero con brillantes sujetadores de encaje. Los grandes ojos azules de Marie se clavaron en los de Jane, y ninguna de las dos hizo comentario alguno sobre lo doloroso que era ver morir de ese modo a alguien que quieres. Conocían la experiencia.
– Eras más joven que yo, ¿verdad? -preguntó Marie.
– Tenía seis años, y mi madre estuvo enferma mucho tiempo antes de morir.
Tenía treinta y un años. Uno más que Jane en aquel momento.
– Yo conservo algunas flores del entierro de mi madre -dijo Marie-. Se han secado, pero de algún modo me hacen sentir que sigo conectada a ella. -Bajó la vista-. Luc no lo entiende. Cree que debería tirarlas.
– ¿Le has contado por qué las conservas?
– No.
– Deberías hacerlo.
Se encogió de hombros y descolgó del perchero un sujetador rojo.
– Yo tengo el anillo de compromiso de mi madre -confesó Jane-. Mi padre le dejó puesto el anillo de matrimonio, pero se quedó con el de compromiso; yo solía llevarlo colgado del cuello con una cadena. -No había vuelto a hablar de ese anillo, ni de lo que significaba para ella, desde hacía años. Caroline no lo entendía, ya que su madre se había fugado con un camionero. Pero Marie, sí.
– ¿Dónde lo tienes ahora?
– En el cajón de mi ropa interior. Dejé de llevarlo algunos años después de su muerte. Supongo que tú también te desharás de las flores cuando haya pasado el tiempo adecuado para ti.
Marie asintió con la cabeza y escogió un sujetador blanco con relleno.
– Mira éste.
– Parece resistente. -Jane también sacó uno del perchero y apretó el relleno. Era fuerte y se preguntó qué pensaría Luc respecto a que su hermana pequeña llevase un sujetador con relleno. Se preguntó también qué pensaría si ella llevase uno-. Tal vez a Luc no le guste que te compres un sujetador como éste.
– Qué va, a él le da igual. Probablemente ni siquiera se dé cuenta -dijo haciéndose con cuatro sujetadores y metiéndose en un probador. Mientras esperaba, Jane agarró todas las bolsas y se acercó a la sección de bragas.
Tal vez no supiese mucho de sujetadores, pero era toda una experta en bragas. Le gustaban los tangas. Al principio, los odiaba, pero después comenzó a sentir devoción por ellos. No había que subírselos como las bragas convencionales pues…, bueno, siempre estaban arriba. Mientras esperaba, compró seis pares de tangas de algodón y lycra con sus respectivos tops a juego.
Una vez hubo salido del probador, Marie dejó un montón de bragas y tres sujetadores en el mostrador. El teléfono móvil empezó a sonar en su bolso y ella contestó.
– Hola -dijo-. Humm… Sí, creo que sí. -Miró a Jane-. Se lo preguntaré. Luc quiere saber si tienes hambre.
¿Luc?
– ¿Por qué?
Marie se encogió de hombros.
– ¿Por qué? -le preguntó Marie a Luc. Le dio a la dependienta la tarjeta de crédito de su hermano, después se volvió hacia Jane-. Es su día de cocina. Dice que está cocinando y que, como vas a venir a entrevistarle, también preparará comida para ti.
Dos cosas acudieron de inmediato a la mente de Jane. La imagen de Luc cocinando y el que ya no se sentía enfadada con él.
– Dile que tengo mucha hambre.