– ¿Vas a acosarme sexualmente?
Luc se cruzó de brazos y la miró a los ojos.
– ¿Sería un problema para ti?
– Sí. Estoy aquí para entrevistarte para el Times.
Maldición, pensó Luc. Tenía los hombros erguidos, su mirada era directa, estaba concentrada por completo. Eso no era nada bueno. Quería acosarla.
– Siéntate.
Hacía mucho tiempo que Luc no veía a una mujer en su propia casa aparte de Gloria Jackson. Desde que Marie se había ido a vivir con él.
Horas antes, cuando llegó Jane y estuvieron en el salón, le había resultado extraño verla, rodeada de sus cosas. Como le sucedió poco después de conocerla, cuando miraba alrededor y la veía sentada en el avión en que viajaba el equipo o en el autobús, le parecía fuera de lugar. Esta vez, sin embargo, encajaba a la perfección con el entorno. Como si siempre hubiese estado ahí.
Luc se sentó en un extremo del sofá y Jane se sentó en el medio. Varios rizos le caían por las sienes y las mejillas mientras miraba el bloc de notas y la grabadora que tenía en el regazo. Vestía pantalones negros y blusa blanca, y Luc sabía que su piel era tan suave como parecía.
– ¿Hay algún aspecto de tu pasado del que quieras hablar? -preguntó Jane, manteniendo la cabeza inclinada sobre el bloc de notas mientras lo hacía.
– No.
– Se ha escrito mucho sobre ti. Podrías aclarar algunas cosas.
– Cuanto menos diga sobre el pasado, mejor.
– ¿Qué es lo que más te molesta de lo que se ha escrito sobre ti? ¿Las verdades? -Lo miró de reojo-. ¿O las invenciones?
Nunca nadie le había hecho esa pregunta, y pensó la respuesta durante un segundo.
– Probablemente lo que no es cierto.
– ¿Aunque resulte halagador?
– ¿A qué te refieres?
– Bueno, no lo sé. -Jane respiró hondo-. Las mujeres. Las noches enteras de sexo.
Estaba un poco decepcionado por la forma en que Jane llevaba la entrevista. Como no había puesto en marcha la grabadora, dijo:
– Nunca ha habido noches enteras de sexo. Si permanecí alguna noche despierto fue porque estaba colocado.
Ella bajó la mirada de nuevo y se mordió el labio inferior.
– La mayoría de los hombres se sentirían halagados si se hablase de ellos como atletas del sexo.
Luc pensó que debía confiar en ella, o no le habría dicho lo que acababa de decirle. Y tampoco lo que iba a añadir:
– Si me pasaba toda la noche colocado, no era por el sexo. No sé entiendes lo que quiero decir.
– ¿O sea que no te resultan halagadores todos esos comentarios sobre ti y las mujeres con las que has estado?
Luc supuso que le hacía aquella pregunta porque era un poco mojigata y se sentía intrigada por esa clase de cosas.
– En realidad, no. Estoy intentando rehacer mi carrera y toda esa mierda enturbia lo verdaderamente importante.
– Oh. -Jane puso en marcha la grabadora-. En el ranking de los cincuenta mejores jugadores de esta temporada elaborada por Hocke News, ocupas el sexto puesto, el segundo entre los porteros -dijo cambiando de tema-. El año pasado no aparecías en la lista. ¿Qué crees que ha contribuido a esa brillante mejora respecto de la temporada pasada?
Debía de estar bromeando.
– No he mejorado nada. El año pasado apenas jugué.
– Se han dicho muchas cosas este año respecto a tu recuperación. -Parecía tensa, como si estuviese nerviosa, lo cual no dejaba de ser sorprendente. Luc no creía que hubiese muchas cosas capaces de ponerla nerviosa-. ¿Cuál ha sido el mayor obstáculo que has tenido que superar? -preguntó.
– Conseguir que me diesen otra oportunidad para jugar.
– ¿Cómo están tus rodillas?
– Al cien por cien -mintió él. Sus rodillas nunca volverían a estar como antes de la lesión. Mientras siguiese jugando tendría que convivir con el dolor y la preocupación.
– He leído que cuando empezaste a jugar en la liga infantil en Edmonton lo hacías de central. ¿Qué te llevó a convertirte en portero?
Aparentemente, su investigación había ido más allá de su vida sexual. Por alguna extraña razón, eso no lo irritó como solía irritarle.
– Jugué de central desde los cinco años hasta los doce. El portero de nuestro equipo nos dejó a media temporada y el entrenador nos miró a todos y dijo: «Luc, ponte entre los palos. Eres el portero.»
Ella rió, aparentemente más relajada.
– ¿En serio? ¿No naciste con el ferviente deseo de pararlo todo?
A Luc le gustaba su risa. Era sincera, y hacía que sus ojos verdes brillasen.
– No, pero pronto me convertí en un buen portero.
Ella anotó algo en el bloc de notas.
– ¿Alguna vez has tenido la tentación de volver a tu posición original?
Él negó con la cabeza.
– Qué va. En cuanto me puse entre los tres palos, ya no quise salir de allí. Nunca me lo he planteado siquiera.
Ella volvió a mirarle.
– ¿Te has dado cuenta de que a veces tienes un fuerte acento francés?
– ¿Todavía? He trabajado mucho para evitarlo.
– No lo hagas. A mí me gusta.
Y a él le gustaba ella. Quería dar respuestas inteligentes, pero al mirarla, con su brillante pelo y sus labios rosados, de repente no le importó mostrarse inteligente.
– Entonces, supongo que no seguiré trabajando en ello…
Jane sonrió, y volvió a centrar su atención en el bloc de notas.
– Algunas personas dicen que los porteros son diferentes del resto de jugadores, que sois totalmente diferentes. ¿Estás de acuerdo?
– Seguramente es verdad, hasta cierto punto. -Luc apoyó la espalda en el sofá y estiró los brazos sobre el respaldo-. Jugamos un partido diferente del que juegan los demás jugadores. El hockey es un deporte de equipo, excepto para los porteros. Un portero siempre juega, por decirlo de algún modo, un uno contra uno. Si se equivoca, se perjudican todos.
– No se disparan los flashes ni grita la multitud cuando a uno le meten un gol desde la banda, ¿no es eso? -preguntó ella.
– Exacto.
– ¿Cuánto te cuesta superar una derrota?
– Eso depende del tipo de derrota. Estudio la grabación del partido intento comprender cómo podría hacerlo mejor en el próximo y, por lo general, al día siguiente ya lo he superado.
– ¿Cuáles son tus rituales anteriores a los partidos?
Permaneció en silencio hasta que, finalmente, ella volvió la cabeza hacia él, entonces preguntó:
– ¿Aparte de que me llames pedazo de tonto?
– No voy a publicar eso.
– Hipócrita.
Ella se encogió de hombros.
– Confía en mí.
Había unas cuantas cosas que podía imaginarse en relación con ella, pero confiar no era una de ellas.
– La noche anterior al día de partido como un montón de proteínas y hierro.
– El portero retirado Glenn Hall dijo en una ocasión que odiaba todos los minutos que había jugado. ¿Qué te parece semejante opinión?
«Interesante pregunta», pensó él mientras echaba hacia atrás la cabeza y estudiaba a Jane. ¿Qué le parecía? A veces jugar tanto le desagradaba, en efecto. Otras, sin embargo, eran mejores que el sexo.
– En la pista mi concentración es total y soy muy competitivo. No hay nada mejor para mí que estar entre los tres palos, deteniendo disparos. Sí, me encanta lo que hago.
Ella anotó algo en el bloc de notas, después pasó la página. Alzó el bolígrafo y lo llevó hasta sus labios, atrayendo la atención de Luc hacia su boca.
Había algo en Jane que le intrigaba más de lo que lo había hecho cualquier otra mujer. Algo más que las contradicciones existentes entre la mojigata y la mujer que le había besado como lo haría una reina del porno.
Algo que le hacía desear acariciar sus brillantes rizos y cogerle la cara entre las manos. Luc había estado con muchas mujeres hermosas en su vida, mujeres físicamente perfectas, pero siempre había podido controlar su deseo. Con Jane era distinto. La menuda Jane, con su escaso pecho, su cabellera salvaje y aquellos profundos ojos verdes que podían atravesarlo. Desde la noche del banquete, cuando la besó, se imaginaba desnudándola y explorando su cuerpo con la boca y las manos. Había intentado evitarla y, en lugar de eso, había estado a punto de hacer el amor con ella contra la pared de un aparcamiento. Y el deseo que sentía por ella no hacía sino crecer día tras día.
Al observarla en aquel momento, con su suave piel y su brillante pelo, se preguntó por qué no había podido evitarla. Se había colado en su vida. No iba a ir a ninguna parte, y él tampoco. Ambos eran adultos. Si acababa besándole los pechos al tiempo que se adentraba en la cálida profundidad de su cuerpo, bueno, no habría nada condenable en ello, pues no serían más que dos adultos proporcionándose placer mutuamente. De hecho, eso era probablemente lo que los dos necesitaban. Bajó la mirada hasta sus pequeños pechos. Sabía que, como mínimo, era lo que él necesitaba.
El teléfono que había junto al sofá empezó a sonar. Luc levantó el auricular. Era Marie para decirle que pasaría la noche con Hanna.
– Llámame por la mañana -le dijo él, y colgó.
– ¿Era Marie?
– Sí. Se quedará en casa de Hanna.
Jane se volvió hacia él, apoyando una rodilla en el sofá y el hombro en el cojín que tenía más a mano.
– ¿Quieres hablar de Marie?
– No. No quiero decir nada que pueda complicarle aún más la vida.
– Muy inteligente de tu parte. -Jane le echó un vistazo al bloc de notas y después volvió a mirarlo-. Cuando piensas en el futuro, ¿cómo te ves a ti mismo?
A Luc no le gustaban las preguntas como ésa. Estaba intentando sobrevivir a esa temporada sin lesionarse, y no le apetecía pensar más allá de eso. Una jugada, un partido, una temporada… No iba más allá.
– Supongo que cuando me retire tendré tiempo para decidir qué hacer con mi vida.
– ¿Y cuándo crees que sucederá?
– Espero que, como mínimo, dentro de cinco años. Quizá más.
– Se sabe que no concedes entrevistas. ¿Por qué te molesta tanto hablar con los periodistas?
Luc acarició con sus dedos el brazo de Jane.
– Porque suelen formular las preguntas equivocadas.
Ella observó las puntas de sus dedos camino de sus hombros, y separó ligeramente los labios para respirar.
– ¿Cuáles son las preguntas adecuadas?
Luc apoyó los dedos bajo su barbilla y la obligó a mirarlo.
– Pregúntame otra vez por qué no quiero que viajes con el equipo.
– ¿Por qué?
Él rozó con el pulgar su labio inferior.
– Porque me pones como una moto.
– Oh -susurró Jane.
Él estiró la mano y apagó la grabadora.
– Creí que si te esquivaba podría olvidarme de ti. Creí que si te rehuía lograría sacarte de mi cabeza. Pero no funcionó.
Le quitó la libreta y el bolígrafo de las manos y los arrojó al suelo. Tras eso se acercó a Jane y enredó los dedos entre sus rizos a la altura de las sienes.
– Te deseo, Jane. -Se inclinó hacia ella y cogió su cara entre las manos. Apoyó su frente en la de ella, y para asegurarse de que le entendía a la perfección, añadió-: Quiero desnudarte y besar todo tu cuerpo.
Jane abrió los ojos desmesuradamente.
– Anoche estabas muy enfadado conmigo.
– A decir verdad, estaba enfadado conmigo mismo por haberte hecho sentir como una admiradora más. -Rozó con su boca la de Jane-. Quiero que sepas que ni por un segundo pensé en ti en esos términos. Sé quien eres, y a pesar de todos mis intentos por hacer caso omiso de ti, no lo he logrado. -La besó con suavidad en los labios, después se apartó para poder mirarla a los ojos-. Quiero hacerte el amor, y si no me detienes ahora, eso es exactamente lo que va a suceder.
– No creo que sea buena idea -dijo Jane, pero no lo apartó de sí.
– ¿Por qué?
– Porque soy periodista y viajo contigo, con los Chinooks.
Él le besó la comisura de los labios y sintió que ella se estremecía.
– Tendrás que darme una razón más convincente en los próximos tres segundos o vas a estar desnuda antes de lo que imaginas.
– No soy una de tus muñequitas Barbie. No tengo las piernas largas ni el pecho abundante. No puedo competir en eso.
De nuevo, Luc retrocedió para mirarla a los ojos, y se habría echado a reír de no haber comprobado que Jane hablaba en serio.
– Esto no es una competición -dijo colocándole un mechón de pelo tras la oreja.
Jane lo cogió de la muñeca y agregó:
– No soy el tipo de mujer que suele inspirarle lujuria a un hombre como tú.
Esta vez sí se echó a reír. No pudo evitarlo, ya que su tremenda erección demostraba lo contrario.
– Desde aquella primera mañana en que subiste al avión del equipo no he dejado de preguntarme cómo serías desnuda. -Luc deslizó la mano por su garganta hacia los botones de su blusa-. Me has hecho perder la cabeza desde entonces. -Las puntas de sus dedos acariciaron su piel desnuda y también el sedoso material del que estaba hecha la blusa mientras la desabotonaba-. Me has inspirado toda clase de cosas, pero especialmente lujuria. -Se inclinó hacia ella y le besó el lóbulo de la oreja-. Un montón de pensamientos lujuriosos y fantasías húmedas que te pondrían los pelos de punta.
Le sacó los faldones de la blusa de dentro de los pantalones y observó el top de seda.
– La otra noche, cuando pasé por la sala de prensa y te vi, me imaginé que te tumbaba encima de la mesa y que lo hacíamos allí mismo, encima de las bandejas con las pastas.
– Suena un poco… sucio.
– Y divertido. Pienso en todos los interesantes lugares en los que podríamos enrollarnos limpiamente.
Jane parecía estar reteniendo el aliento cuando dijo:
– Pero tú no tomas azúcar.
Él rió.
– Quiero comerte a ti -dijo justo antes de besarle el cuello-. ¿Te suena raro, Jane?
Jane contuvo un gemido. Claro que le sonaba raro, pero no por lo que Luc creía. Que él tuviera fantasías con ella, en la sala de prensa, era muy raro. Su cálido aliento sobre su cuello hizo que un escalofrío recorriese su espalda, y el contacto de la mano de Luc hizo que se le erizara la piel. El calor también se instaló entre sus piernas. Sus pezones se erizaron dolorosamente mientras intentaba apretar los muslos. Deseaba a Luc. Lo deseaba tanto que se le nublaba la vista y apenas podía respirar. Oh, sí, le deseaba tanto como él la deseaba a ella, pero tenía miedo de lo que pudiera resultar de todo aquel deseo. Si hubiese sido simplemente una cuestión sexual, a esas alturas ambos ya se habrían desnudado. Pero se trataba de más. Al menos para ella. No importaba cuánto lo desease, su corazón también estaba implicado en el asunto.
Jane respiró hondo y separó los labios para decirle que no podía hacerlo, que tenía que irse a casa de inmediato, pero una de las enormes manos de él se cerró sobre uno de sus pechos, calentando su piel a través de la seda.
– Jane, te deseo -le susurró Luc al oído.
A continuación la besó en la boca y ella sintió que quedaba sin aliento. Percibió su olor a limpio, y a sexo.
Diecinueve pisos más abajo, un camión de bomberos pasó a toda velocidad, haciendo desaparecer el mundo real, llevándose las últimas reservas de Jane a su paso. El buen juicio de ésta se esfumó. Deseaba a Luc tanto como él la deseaba a ella. Tal vez más, y ya tendría tiempo de arrepentirse después. En ese momento lo único que le interesaba era sentir su mano acariciándole el pezón, y aquellos tórridos besos que la mareaban y que hacían que se pusiera tensa. Se le escapó un gemido cuando le besó, devorándole con una pasión superior a su habilidad para controlar los gemidos. Todas sus inhibiciones y reparos se convirtieron en cenizas bajo la abrasadora necesidad de hacer el amor de un modo salvaje y brutal con Luc Martineau.
Lo besó con ardor, después se arrodilló en el sofá y se puso a horcajadas sobre su regazo. Estaba perdida, completamente perdida, arrastrada por sensaciones que la superaban. Le levantó el jersey y la camiseta dejando su pecho al descubierto, y sus bocas se separaron sólo el tiempo necesario para sacarle ambas prendas por la cabeza. Pudo posar entonces sus manos en él. Tocarle allí donde deseaba hacerlo. Sus poderosos pectorales y sus hombros. Con los dedos recorrió su piel y acarició su esternón. Se sentó sobre él, y notó la presión de su erección y su calor abrasador. Con el corazón galopándole en el pecho y en los oídos, se apretó más fuerte contra él. Deslizó las manos por su plano vientre y él le agarró las muñecas.
– Maldita sea -murmuró Luc, respirando con dificultad-. Para un poco o me voy a correr antes de empezar. Si sigues así, no duraré ni cinco segundos.
Jane captó su mensaje. Cinco segundos de Luc le parecían mejor que cualquier cosa que hubiese probado antes. Mejor que cualquier cosa que pudiese probar en el futuro.
Luc le abrió la blusa, dejando que se deslizase por sus hombros y sus brazos. Acabó tirándola al suelo y pasó al top de seda.
– ¿Es esto lo que te pones en lugar de sujetador? -dijo.
Jane meneó la cabeza y recorrió con las manos su cálido pecho y sus hombros.
– A veces, ni siquiera llevo eso. -A pesar de la lujuria, Jane recordó por un segundo el tanga que se había puesto por la mañana, y dio gracias a Dios por haber elegido uno de los más atractivos que tenía.
– Lo sé -gruñó Luc-. Saber que ibas por ahí sólo con parte de tu ropa interior me ha traído algunos problemas. -Rodeó la cintura de Jane con sus grandes manos y descendió hacia sus rodillas, después la reclinó hacia atrás y enterró la cara en su vientre. Levantó el top de seda y su aliento tibio le calentó la piel al hablar-. Quítate esto -dijo, y pasó a darle húmedos besos en el estómago.
Jane se sacó el top por la cabeza y lo dejó a su lado en el sofá. Luc echó la cabeza hacia atrás para contemplarla. Recorrió sus pechos con la mirada, tras lo que tomó aliento sin pronunciar palabra.
Jane se asentó de nuevo en su regazo y dijo, cubriéndose con las manos:
– No es a lo que estás acostumbrado, ¿verdad?
– Los pechos grandes a menudo son una gran decepción. Eres hermosa, Jane. Eres mejor que en mis fantasías. -Le apretó las muñecas y le llevó las manos hacia atrás, haciéndole arquear la espalda y dejándole los pechos muy cerca de la cara-. He esperado mucho tiempo para verte así. Para hacer esto -susurró sobre uno de sus pezones.
Se lo metió en la boca y procedió a chaparlo con suavidad. Le soltó las muñecas, y ella llevó sus manos hasta la cabeza de Luc.
Sin dejar de chupar su pezón, Luc le rozó el vientre con los dedos y desabotonó sus pantalones, tras lo cual introdujo la mano en ellos. Alcanzó su pubis por encima del tanga de encaje mientras ella gemía de placer.
– Estás húmeda, Jane -dijo al tiempo que apartaba sus minúsculas bragas y tocaba su piel caliente y mojada. Habría sido sumamente fácil sucumbir en ese preciso instante. Permitirle que la llevase al orgasmo. Pero no quería alcanzar éste sola, quería llegar con él.
– Un momento -le dijo agarrándole de la muñeca.
Él deslizó la mano desde su estómago a sus pechos, jugueteando con ellos, rodeando los pezones. Después lo hizo con la boca. De la garganta de Luc surgió un sonido de intensa masculinidad, primaria y posesiva, llevándola tan al límite que Jane temió alcanzar el orgasmo con el simple contacto de su boca en el pecho.
– Para -suplicó.
Él apartó la cabeza y le dirigió una mirada cargada de pasión.
– Dime qué quieres.
Eran muchas las cosas que deseaba, pero como tal vez no volviera a disponer de otra oportunidad, dijo:
– Quiero lamerte el tatuaje.
Luc parpadeó varias veces como si no diese crédito a lo que había oído, después abrió los brazos.
Jane se apartó de su regazo e hizo que Luc se pusiese en pie. Se quito los zapatos y los calcetines y se bajó los pantalones. Vestida únicamente con el tanga, le besó los hombros y el pecho. Acarició su fuerte musculatura y descendió por su cuerpo dejando una senda de besos. Entonces se arrodilló frente a él, apoyó las manos a los lados de su cintura sobre los pantalones, y apoyó la cara en su liso vientre. Lamió los extremos del tatuaje saboreando su piel con la lengua.
– No he dejado de preguntarme cómo sería de grande tu herradura -susurró mientras le besaba el ombligo-. He querido hacer esto desde hace mucho tiempo.
– Tendrías que habérmelo pedido antes. Te habría dejado hacerlo. -Luc enredó sus dedos entre los rizos de Jane, apartándolos de su cara-. La próxima vez no tendrás que pedírmelo.
Ella sonrió, y lo habría mordido de no haber sido porque su carne estaba tensa como la piel de un tambor. Le desabrochó los pantalones y los hizo descender por sus caderas y sus muslos. Él estaba de pie frente a ella la herradura negra desaparecía bajo los calzoncillos blancos. Una impresionante erección llenaba aquella prenda de algodón, y ella la besó pon encima de la tela. Entonces bajó el calzoncillo. Liberado, el pene apuntó hacia ella, y Jane descubrió que el resto de la herradura desaparecía bajo el vello pubiano para alcanzar la base de aquél. Había un tatuaje en forma de cinta justo por encima del oscuro vello rubio, uniendo ambos lados de la herradura. LUCKY, escrito con gruesas letras negras, era lo que podía leerse en la cinta.
Ella se echó a reír y besó la aterciopelada punta de su pene.
– ¿No vas a pedirme que lo haga?
– ¡No! -gimió él.
Por primera vez desde que él la besó, Jane sintió que tenía el poder y el control en sus manos. Abrió la boca e introdujo en ella todo lo que pudo, sintiendo el peso de sus testículos en la palma de su mano. Nunca le había hecho algo así a un hombre en un primer encuentro, pues temía sentar un mal precedente, pero con Luc no le importó. Deseaba hacerlo. No por él, sino por ella misma. Y no le importaba que después quizá se arrepintiese, pues sabía que no tenía futuro con Luc. Así pues, no había precedente que sentar. Iba a llevarse por delante todo lo que pudiese. En ese momento era Bomboncito de Miel. Iba a poner toda la carne en el asador para intentar dejarlo en estado de coma.
Luc la agarró por los hombros y la hizo ponerse en pie. Atrajo su cara y le metió la lengua en la boca. Llevó las manos hasta el trasero de Jane, la alzó en volandas y ella le rodeó la cintura con las piernas. Su dura carne desnuda presionó en su entrepierna a través del tanga, y con un par de patadas se acabó de librar de sus pantalones y sus calzoncillos. No dejó de besarla apasionadamente mientras salían del salón en dirección a su oscuro dormitorio. Las luces que se colaban por el enorme ventanal caían sobre la cama, y él la posó con delicadeza sobre el edredón azul. Ella se apoyó en los codos, incorporándose un poco, para observar cómo Luc se movía entre sombras. Abrió un cajón de la mesilla de noche y después se colocó frente a ella.
– Creo que tengo que disculparme antes de que entremos en faena -dijo mientras hacía rodar el preservativo de látex sobre el glande y después por el resto de su grueso pene.
Ella se quitó el tanga y lo arrojó lejos de sí. La luz del exterior iluminaba uno de los lados de la cara de Luc.
– ¿Por qué?
Él la cubrió con su cálido cuerpo, descansando el peso en los codos.
– Porque no creo que dure demasiado.
Entonces, ella sintió la punta de su glande, suave, dura y caliente, y pensó que Luc no tenía por qué preocuparse, ya que ella tampoco iba a tardar demasiado. Empezó a penetrarla, pero Jane sintió que su cuerpo se resistía a la intrusión. Colocó sus manos en los hombros de Luc y le detuvo, tomó su cara entre las manos y lo besó con cariño. Luc se retiró y después volvió a empujar adentrándose un poco más.
– Me estás apretando muy fuerte -jadeó.
Ella le besó robándole el aliento mientras él se salía de ella casi por completo, sólo para clavarse tan adentro que ella le sintió en el cuello del útero. Del pecho de Luc surgió un profundo gruñido que abrazó el corazón de Jane.
Ella le rodeó la cintura con una de sus piernas.
– Luc -susurró justo cuando él empezaba a moverse, alcanzando el ritmo perfecto del placer-. Mmm, eso está muy bien.
– ¿Cómo lo quieres? -preguntó él.
– Tal como lo estás haciendo.
El atlético y entrenado cuerpo de Luc se tensó. Cada una de sus células parecía concentrada en la labor de embestir.
– ¿Más?
– Sí. Dame más -gruñó Jane, y él la complació. Más rápido, más fuerte, con mayor intensidad. Su áspero aliento rozaba las mejillas de Jane con cada nueva embestida, empujándola hacia arriba en la cama. Y justo en el punto en que creía no poder resistir más, Jane gritó y apretó los puños. Su clímax fue tan intenso que no vio ni oyó nada más allá de los latidos de su corazón y de las conmovedoras sensaciones que recorrían su carne. El fuego que él había encendido en su interior arrasó su cuerpo, y sus músculos internos se apretaron, arrastrándole aún más hacia dentro hasta que también él alcanzó el clímax. Una explosión de maldiciones salió de la garganta de Luc.
Ninguno de los dos dijo nada durante un buen rato, hasta que su respiración y su corazón alcanzaron el ritmo normal. Luc se dirigió al cuarto de baño. Jane lo veía alejarse entre las sombras. Su mente todavía estaba demasiado obnubilada para pensar en lo que acababa de hacer, pero su corazón lo sabía a la perfección. Amaba a Luc Martineau con una intensidad que la asustaba.
Cuando oyó el agua del váter, miró hacia la puerta del lavabo. Luc caminó hacia ella, desnudo y bello, rodeado por las manchas de luz que recorrían el dormitorio. Al mirarlo, Jane sintió una presión en el pecho, como si fuese a sufrir un ataque cardiaco.
– ¿A qué hora tienes que irte? -preguntó él.
La realidad cayó sobre ella como un jarro de agua fría. Luc ni siquiera había esperado a que se desvaneciese su sensación de bienestar. Simplemente había hecho el amor de forma salvaje y ya estaba preparado para que se marchase. Jane se sentó y miró alrededor en busca de su ropa interior, esperando no desmoronarse y echarse a llorar antes de salir por la puerta.
– No tengo que obedecer ningún toque de queda. -Giró sobre sí y alcanzó el extremo opuesto de la cama. No vio las bragas-. Me iré en cuanto encuentre mi ropa interior. Sin duda tienes que descansar para el partido de mañana por la noche.
Él la cogió por el tobillo y tiró de ella.
– Mañana estaré en el banquillo -dijo-. Lo que te preguntaba era si te apetecía quedarte.
Luc hizo que Jane se diese la vuelta y la miró a la cara.
– ¿En serio?
– Había calculado que lo haríamos un par de veces más antes de acompañarte a la puerta.
– ¿Un par más?
– Sí. -Él la apretó de nuevo contra su cuerpo, por lo que ella pudo sentir que seguía excitado-. ¿Supone un problema para ti?
– No.
– Bien, porque tenía planeado marcar tres goles.