A la mañana siguiente, cuando Sophy despertó, lo primero que vio fue su chalina de gitana sobre la almohada, junto a ella. El brazalete de diamantes que Julián le había regalado el día anterior estaba sobre aquélla. Sus hileras de piedras blancas y plateadas brillaban con la primera luz del día. Debajo de ambos, había un paquete envuelto en papel y una nota entre el brazalete y la chalina.
Sophy se sentó muy lentamente, sin dejar de mirar en ningún momento la tentadora almohada. De modo que Julián la había descubierto la noche anterior en el baile de disfraces. Entonces se preguntó si la habría estado embromando con toda esa historia de que deseaba cambiar su suerte en el amor o si realmente habría estado tratando de decirle algo.
Inmediatamente, tomó la nota, la abrió y leyó el breve mensaje:
«Mi querida esposa:
Anoche, una fuente fiable me dijo que mi suerte estaba en mis manos. Pero eso no es del todo cierto. Le guste o no, a menudo la suerte de un hombre y su honor están en manos de su esposa. Estoy convencido de que, en mi caso, estas valiosas posesiones están seguras contigo.
No tengo talento para escribirte poemas o sonetos, pero me agradaría que usaras este brazalete como muestra de mi estima. Y quizá, cuando tengas ocasión de examinar el otro regalo, pensarás en mí.»
Le resultó difícil leer las iniciales de Julián al pie de la página. Dobló la hoja de papel lentamente y contempló el brazalete de espléndidos diamantes. Si bien la estima no era lo mismo que el amor, Sophy supuso que al menos representaría algo de afecto.
Los recuerdos de la calidez y la fuerza con las que Julián la había envuelto la noche anterior, entre las penumbras, acudieron a su memoria. Pensó que no debía tomar el camino incorrecto, dejándose llevar por la pasión que Julián despertaba en ella. La pasión no era lo mismo que el amor, tal como Amelia había descubierto, a expensas de su propia vida.
Pero si Sophy creía en esa carta, su esposo le brindaba algo más que pasión. No pudo apagar la luz de esperanza que comenzó a cobrar energías dentro de ella. La estima implicaba respeto, decidió. Julián podría estar irritado por lo sucedido en el incidente del día anterior, pero tal vez trataba de decirle que, a su manera, la respetaba.
Se levantó de la cama y, cuidadosamente, guardó el brazalete en su pequeño joyero, junto al anillo negro de su hermana. Tenía que ser realista con respecto a su matrimonio, se recordó firmemente. La pasión y la estima eran dos factores positivos, pero no bastaban. La noche anterior, Julián le había dicho claramente que su amor estaba muy seguro con él, pero de la misma manera le dio a entender que él jamás confiaría su corazón a ninguna mujer.
Cuando Sophy se alejó del joyero, recordó el otro paquete que estaba sobre la cama. Llena de curiosidad, se encaminó hacia ésta y lo recogió. Lo balanceó en la mano para calcular su peso. Parecía un libro y la idea la entusiasmó como no lo había hecho al recibir el brazalete. Ansiosa, eliminó el papel marrón que lo envolvía.
La dicha burbujeó en su interior cuando leyó el nombre del autor, impreso en las imponentes tapas de cuero del volumen que tenía en la mano. No podía creerlo. Julián le había regalado un magnífico ejemplar del famoso tratado de botánica, escrito por Nicholas Culpeper, llamado: Un médico inglés. Estaba ansiosa por mostrárselo a la vieja Bess. Era una guía completa de todas las hierbas y plantas de uso medicinal oriundas de Inglaterra.
Sophy atravesó corriendo la alcoba para llamar a su dama de compañía. Cuando Mary golpeó la puerta, pocos minutos después, se quedó boquiabierta al ver que Sophy estaba ya a medio vestir.
– Aquí estoy, señora. ¿Qué prisa hay? Permítame ayudarla. Oh, tenga cuidado, por favor, o reventará las costuras de ese vestido tan fino -comentó Mary, a toda prisa, haciéndose cargo del proceso de vestirse-. ¿Sucede algo?
– No, no, Mary. No sucede nada. Su señoría todavía está en la casa, ¿verdad? -Sophy se agachó para ponerse su fino calcado de cuero suave.
– Sí, señora, creo que está en la biblioteca. ¿Quiere que le mande a decir que desea verlo?
– Se lo diré yo personalmente. Está bien, Mary. Ya estoy vestida, puedes irte.
Mary la miró, conmocionada.
– Imposible. No puedo dejarla ir con el cabello suelto así, señora. No se vería bien. Quédese un momento y se lo recogeré como corresponde.
Sophy obedeció, despotricando impacientemente mientras la muchacha levantaba la cabellera con dos peinetas plateadas y varias horquillas estratégicamente ubicadas. Cuando hasta el último rizo estuvo en su lugar, se levantó de inmediato de la silla del tocador y tomó su preciado tratado sobre botánica. Prácticamente, salió corriendo de la alcoba, cruzó corriendo el corredor y también bajó corriendo las escaleras. Cuando llegó a la biblioteca, estaba sin aliento. Golpeó la puerta una sola vez y, sin aguardar respuesta, irrumpió en ella.
– Julián. Gracias. Muchísimas gracias. Eres tan amable. No sé cómo expresarte mi gratitud. Es el regalo más bello que recibí en toda mi vida, milord. Eres el esposo más generoso de Inglaterra. No, el más generoso del mundo.
Lentamente, Julián cerró el periódico que tenía en la mano y se puso de pie. Sus ojos confundidos se dirigieron primero a las muñecas desnudas de Sophy y luego al libro que con tanta fuerza aferraba contra su pecho.
– No veo señales del brazalete, por lo que debo asumir que toda esta conmoción se debe al Culpeper, ¿verdad?
– Oh, sí, Julián. Es magnífico. Tú eres magnífico. ¿Cómo podré agradecértelo? -Impulsivamente, Sophy acortó la distancia entre ellos y cuando estuvo frente a él, se paró en puntas de pies y sin desprenderse del libro, lo besó rápida y tímidamente. Luego retrocedió-. Gracias, milord. Este libro será mi tesoro más preciado por el resto de mi vida. Y te prometo que seré exactamente la clase de esposa que esperas. No te daré más problemas. Nunca.
Con una sonrisa radiante, Sophy se volvió y salió rápidamente de la sala. No advirtió que una de las peinetas plateadas se cayó sobre la alfombra.
Julián vio la puerta cerrarse detrás de ella y luego, pensativo, se tocó la mejilla donde Sophy lo había besado. Se dio cuenta de que se trataba del primer gesto espontáneo que Sophy había tenido hacia él. Se dirigió hacía el sitio donde estaba la peineta caída, la recogió y la apoyó sobre el escritorio, donde pudiera verla mientras trabajaba.
Con profunda satisfacción, decidió que lo del Culpeper había sido la obra de un genio. Debía a Fanny la recomendación, y mentalmente apuntó que tendría que agradecérselo. Su sonrisa se amplió mucho más al caer en la cuenta de que pudo haberse ahorrado las seis mil libras esterlinas que había gastado en el brazalete. Conociendo a Sophy, lo más probable era que lo perdiera la primera vez que se lo pusiera… Siempre y cuando se acordara de ponérselo.
Esa tarde, Sophy estaba de muy buen humor cuando envió un mensaje a Jane y a Anne para comunicarles que deseaba verlas.
Llegaron alrededor de las tres. Anne, con un espectacular vestido color melón, entró en la sala de recepción con la energía y el entusiasmo de costumbre. Seguidamente, apareció Jane, vestida, como era su costumbre, con colores más sobrios. Ambas mujeres se desataron las cofias mientras tomaban asiento y miraron a su anfitriona con gran expectación.
– ¿No os pareció encantadora la velada de anoche? -dijo Anne, mientras se servía el té-. No sabéis cuánto me agradan los bailes de disfraces.
– Eso es porque te encanta engañar a los demás -observó Jane-. Especialmente, a los hombres. Uno de estos días, ese pasatiempo te meterá en serios problemas.
– Tonterías. No le prestes atención, Sophy. Hoy es uno de esos días en los que tiene ganas de dar sermones. Ahora dinos por qué querías vernos con tanta urgencia. Espero que tengas algo que nos entusiasme.
– En lo personal -señaló Jane, mientras tomaba su taza de té con el platillo, preferiría un poco de paz y tranquilidad por un rato.
– Sucede que tengo una cuestión muy seria que discutir con vosotras. Tranquila, Jane. No serán más líos. Sólo busco algunas respuestas. -Sophy tomó el pañuelo de muselina en el que había envuelto el anillo negro. Desató el nudo y cuando el fino género cayó, reveló su contenido.
Jane se acercó para verlo, con curiosidad.
– Qué diseño tan extraño tiene este anillo.
Anne también lo observó y se aproximó para tocar la superficie grabada.
– Es muy extraño, y también muy feo. ¿No me dirás que tu esposo te regaló este anillo? Habría pensado que Ravenwood tenía mejor gusto.
– No. Era de mi hermana. -Sophy miró el anillo que tenía en la palma de la mano-. Un hombre se lo dio. Mi meta es encontrar a ese hombre. Por lo que a mí concierne, es culpable de homicidio. -Sophy les contó la historia con frases breves pero tajantes.
Cuando terminó, Jane y Anne la miraron durante un largo rato. Era predecible que fuese Jane la que respondiera primero.
– Si lo que dices es cierto, el hombre que regaló este anillo a tu hermana es ciertamente un monstruo. Sin embargo, no veo qué puedas hacer tu al respecto, aunque logres identificarlo. Desgraciadamente, hay muchos monstruos como él en la sociedad y todos se salen con la suya en materia de crímenes.
Sophy levantó el mentón.
– Quiero enfrentarlo a su propia maldad. Quiero que sepa que yo me he enterado de quién y qué es él.
– Eso podría ser peligroso -dijo Jane-. O al menos, bochornoso. No puedes probar nada. Simplemente, él se burlará de tus acusaciones.
– Sí, pero estará obligado a reconocer que la condesa de Ravenwood averiguó su identidad -dijo Anne, pensativa-. Sophy tiene cierto poder últimamente. Se está convirtiendo en una personalidad muy popular y posee influencia por ser la esposa de Ravenwood. Si ella decidiera echar mano de ese poder, tranquilamente podría arruinar socialmente al dueño de ese anillo. Sería un castigo muy serio para un hombre de la alta sociedad.
– Eso siempre y cuando él pertenezca a esa élite -corrigió Sophy-. No conozco nada de ese hombre, salvo que probablemente fue uno de los amantes de Elizabeth.
Jane suspiró.
– Si nos dejamos llevar por las habladurías, te prevengo que se trata de una larga lista.
– Puede acortarse si sólo buscamos al que se ponía este anillo -dijo Sophy.
– Pero primero debemos averiguar algo al respecto. ¿Cómo encararemos la tarea? -preguntó Anne. Obviamente, su entusiasmo ante el proyecto crecía rápidamente.
– Esperad las dos -imploró Jane de inmediato-. Pensad antes de lanzaros a otra aventura. Sophy, recuerda que hace pocas horas debiste experimentar la ira de Ravenwood. Si quieres mi opinión, te salió bastante barato. ¿Estás tan ansiosa por volver a encender su ira?
– Esto no tiene nada que ver con Ravenwood -dijo Sophy. Luego sonrió, al recordar el tratado de botánica. Además, ya me ha perdonado por lo de ayer.
Jane la miró, atónita.
– ¿De verdad? De ser así, eso es mucho más de lo que podía esperarse de él por su reputación.
– Mi esposo no es lo malvado que todo el mundo cree -dijo Sophy fríamente-. Pero sigamos con el tema del anillo. El hecho es que no tengo intenciones de molestar a Ravenwood con esto. Es una tarea que yo misma me asigné aun antes de aceptar casarme con él. Tontamente, en los últimos tiempos me permití distraerme con… con otras cosas. Pero ya terminé con esas sutilezas, de modo que me dedicaré de lleno a esto.
Anne y Jane la examinaban cuidadosamente.
– ¿Estás muy decidida con esto, no? -preguntó Jane finalmente.
– En este momento, lo más importante de mi vida es encontrar al dueño de este anillo. Es un objetivo que me he autoimpuesto. -Sophy miró a sus amigas-. Esta vez, no quiero exponerme a que alguna de las dos se sienta obligada a contar a Ravenwood lo que voy a hacer. Si sentís que no podéis apoyarme completamente, os pido que os vayáis ya mismo.
– Ni loca te dejaría conducir semejante tarea sola -declaró Anne.
– ¿Jane? -Sophy sonrió-. Comprenderé si sientes que no puedes tomar parte en esto.
Jane apretó los labios.
– Tienes razones para cuestionar mi lealtad, Sophy. No te culpo. Pero de verdad me gustaría demostrarte que soy tu amiga de corazón. Te ayudaré en esto.
– Bien. Entonces todo está dispuesto. -Sophy extendió la mano-. Sellemos el trato.
Solemnemente, las tres se estrecharon las manos, jurando silencio tácitamente y se sentaron a contemplar el anillo con detenimiento.
– ¿Por dónde empezamos? -preguntó Anne, después de meditarlo seriamente.
– Empezamos anoche -dijo Sophy y les contó lo del hombre de la capa negra con la capucha.
Jane estaba totalmente descolocada.
– ¿Reconoció el anillo? ¿Te hizo alguna advertencia? Dios santo, Sophy, ¿por qué no nos dijiste nada?
– No quise contaros nada hasta que no tuviera una promesa solemne por parte de vosotras de que me apoyaríais en esto.
– Sophy, esto significa que realmente existe algo misterioso acerca de este anillo. -Anne lo tomó para examinarlo de cerca-. ¿Estás segura de que tu compañero de baile no te dijo nada más? ¿Sólo que quien lo llevara descubriría la más extraña de las emociones?
– No sé lo que habrá querido decir con eso. Luego agregó que nos encontraríamos otra vez y se fue.
– Gracias a Dios que estabas disfrazada -dijo Jane, preocupada-. Ahora que sabes que hay cierto misterio en torno de este anillo, no debes usarlo en público. Sophy frunció el entrecejo.
– Estoy de acuerdo en que tal vez no deba usarlo hasta que me entere de algo más. Sin embargo, si exhibirlo es el único camino que tengo para llegar a lo que sea, entonces tendré que hacerlo.
– No -dijo Anne, mostrando una inusual cautela-. Estoy de acuerdo con Jane. No debes usarlo. Al menos, no sin consultar con nosotras primero. ¿Lo prometes?
Sophy vaciló, mirando un rostro preocupado y luego el otro.
– Muy bien -aceptó de mala gana-. Hablaré con las dos antes de ponerme este anillo. Ahora debemos pensar bien en esto y decidir con qué datos contamos.
– El hombre de la capa negra insinuó que la sortija sólo era conocida por ciertas personas, como él -dijo Anne-. Eso implica la existencia de un club o de una agrupación similar.
– También implica que existe más de un anillo -dijo Sophy, tratando de recordar las palabras exactas del hombre-.Quizá sea el símbolo de una sociedad secreta.
Jane se estremeció.
– No me gusta nada todo esto.
– Pero ¿qué clase de sociedad? -preguntó Anne, de inmediato-. Necesitamos saber qué fines tenía esa sociedad antes de indagar qué clase de hombre podría llevar el anillo.
– Quizá descubramos qué clase de sociedad usaba estos anillos si podemos desentrañar el significado de los símbolos que se hallan grabados en éste. -Sophy giró la sortija negra de metal entre sus dedos, estudiando el triángulo y la cabeza del animal-. Pero ¿cómo lo lograremos?
Se produjo una pausa antes que Jane tomara la palabra, con evidente reticencia.
– Se me ocurre un lugar donde empezar. Sophy la miró sorprendida.
– ¿Dónde?
– En la biblioteca de lady Fanny.
Tres días después, Sophy bajó las escaleras a toda velocidad, con la cofia en una mano y su bolso en la otra. Estaba cruzando rápidamente el vestíbulo, para llegar hasta la puerta que uno de los criados se apresuraba a abrirle, cuando Julián apareció en la puerta de la biblioteca.
Por la fría expresión de su mirada, Sophy se dio cuenta de que quería hablar con ella. Sofocó una queja y se detuvo lo suficiente como para obsequiarle con una enorme sonrisa.
– Buenas tardes, milord. Veo que hoy estás muy ocupado con tu trabajo -dijo ella, suavemente.
Julián se cruzó de brazos y apoyó un hombro contra el marco de la puerta.
– ¿Sales otra vez, Sophy?
– Sí, milord. -Sophy se puso la cofia sobre la cabeza y empezó a atar las cintas-. Sucede que he prometido a lady Fanny y a Harriette que las visitaría esta tarde.
– Esta semana has ido todos los días a visitarlas.
– Sólo las tres últimas tardes, milord.
Julián agachó la cabeza.
– Discúlpame. Estoy seguro de que tienes razón. Probablemente, sólo hayan sido tres tardes. Pero sin duda, perdí la cuenta porque cada vez que te sugería ir a cabalgar o ir a ver alguna exhibición, tú prácticamente salías corriendo.
– La vida de la ciudad es muy intensa, milord.
– Un cambio muy grande, comparado con el campo, ¿no?.
Sophy lo miró con suspicacia, preguntándose a qué querría llegar con todo eso. Estaba ansiosa por irse. El coche la aguardaba.
– ¿Querías algo, milord?
– Un poquito de tu tiempo, tal vez -le sugirió.
Sophy trabajaba torpemente con los dedos y el moño le salió torcido.
– Lo siento, milord. Pero he prometido a tu tía que estaría allí a las tres. Estará esperándome.
Julián miró por encima del hombro el reloj que estaba en la biblioteca.
– Tienes algunos minutos todavía. ¿Por qué no le dices al cuidador que saque a pasear el caballo un rato? Realmente me gustaría que me dieras tu consejo en algunas cosas.
– ¿Consejo? -Eso le llamó la atención. Julián no había pedido sus consejos desde que marcharan de Essington Park.
– Oh, se trata de negocios de Ravenwood.
– Oh. -Sophy no supo cómo responder a eso-. ¿Eso nos llevará mucho tiempo?
– No, querida. No mucho. -Julián se enderezó y le hizo un ademán para que entrara a la biblioteca. Luego miró al criado-. Informe al cuidador de caballos que Lady Ravenwood saldrá en pocos minutos.
Sophy se sentó frente al escritorio y luchó por desatarse las cintas de la cofia.
– Permíteme a mí, querida. -Julián cerró la puerta de la biblioteca y se acercó para hacerse cargo del enredo.
– Honestamente, no sé qué pasa con las cintas de las cofias-se quejó Sophy, ruborizándose ante la proximidad de Julián-. Es como si nunca quisieran juntarse.
– No te preocupes por esos detalles. Ésta es una de las habilidades que un esposo debe ejecutar con gran precisión. -Julián se agachó encima de ella. Sus manos grandes atacaban diestramente el nudo que la demoraba. Un minuto después, Julián le quitó la cofia y se la entregó con una reverencia.
– Gracias. -Sophy estaba sentada, muy tensa, con la cofia sobre la falda-. ¿Qué clase de consejo querías pedirme, milord?
Julián rodeó el escritorio y se sentó.
– Acabo de recibir algunos informes de mi administrador en Ravenwood. Dice que el ama de llaves se ha enfermado y que tal vez no se recupere.
– Pobre señora Boyie -dijo Sophy de inmediato, pensando en la robusta tirana que había gobernado la casa de Ravenwood durante tantos años-. ¿Tu administrador no dice nada respecto de si ha llevado a la vieja Bess para que la examine?
Julián miró la carta que tenía frente a sí.
– Sí. Aparentemente, Bess estuvo en la casa hace algunos días y cree que el problema de la señora Boyie es el corazón. Aunque tenga la suerte de recuperarse, ya no podrá hacerse cargo de sus antiguas responsabilidades, A partir de ahora, deberá llevar una vida tranquila.
Sophy meneó la cabeza y frunció el entrecejo, preocupada.
– Lamento tanto todo esto. Imagino que la vieja Bess le habrá recetado beber té de dedalera. Es muy útil en situaciones como la de la señora Boyie.
– Yo no sé nada respecto del té de dedalera. Lo que sí sé es que el retiro de la señora Boyie me… -Hizo una pausa y corrigió sus palabras de inmediato- nos enfrenta a un problema. Necesitamos designar una nueva ama de llaves de inmediato.
– Definitivamente. De lo contrario, Ravenwood estaría sumido en un caos.
Julián se reclinó sobre el respaldo de la silla.
– Contratar un ama de llaves es algo muy importante y, además, se extralimita de mi área de experiencia.
Sophy no pudo resistir esbozar una pequeña sonrisa.
– Por Dios, milord. No sabía que hubiera algo que quedara fuera de tu área de experiencia.
Julián sonrió brevemente.
– Hacía mucho que no te molestabas en bromear por mi lamentable arrogancia, Sophy. Acabo de descubrir que estaba echando de menos tus asperezas.
El rubor divertido de Sophy se destiñó de inmediato.
– Bueno, es que no estábamos en términos como para ponernos a bromear, milord.
– No, creo que no. Pero yo cambiaría eso.
Ella echó la cabeza hacia atrás.
– ¿Por qué?
– ¿No es obvio? -preguntó él-. Me parece que además de tus bromas, más bien echo de menos la relación que teníamos en Eslington Park, en aquellos días en los que te sentías obligada a desparramar té por toda la cama.
Sophy advirtió que se ponía colorada. Bajó la vista y la clavó en su cofia.
– Para mí no fue una relación tan fácil, milord. Es cierto que conversábamos más y que discutíamos cuestiones de interés mutuo. Pero nunca olvidaré que su único interés por mí residía en que querías que te diera un heredero. Me sentía presionada por eso, Julián.
– Ahora entiendo eso mucho mejor, porque he mantenido una charla con una gitana. Ella me explicó que mi esposa es una especie de romántica por naturaleza. Soy culpable por no haber tenido en cuenta ese detalle en mi trato con ella, pero me gustaría remediar ese error.
Sophy levantó la cabeza de inmediato, frunciendo el entrecejo, molesta.
– De modo que ahora propones consentir a mi famosa tendencia al romanticismo, ¿eh? Por favor, Julián, no te molestes. Los gestos románticos carecen de todo sentido sí detrás de ellos no se oculta un sentimiento genuino.
– Al menos, dame un poco de crédito por tratar de complacerte, querida. -Julián sonrió- Te gusta el tratado de botánica de Culpeper, ¿cierto?
Ella se sintió culpable.
– Ya sabes que nada pudo haberme complacido más, milord.
– ¿Y el brazalete?
– Es muy bonito, milord.
Julián hizo una mueca.
– Muy bonito, ya entiendo. Bueno, entonces me complacerá mucho vértelo puesto dentro de muy poco tiempo.
El rostro de Sophy se encendió, feliz de poder darle una respuesta positiva.
– Espero poder ponérmelo esta noche, milord. Iré a una fiesta en casa de lady St. John.
– Supongo que era demasiado esperar que no tuvieras planes para esta noche.
– Oh, tengo planes para cada noche de esta semana y de la próxima. Siempre hay tanto para hacer aquí en la ciudad, ¿no?
– Sí -dijo Julián, algo decepcionado-. Claro, pero tampoco tienes la obligación de asistir a cada acto al que te invitan. Pensé que desearías pasar una o dos noches tranquila, en casa.
– ¿Por qué demonios querría pasar una noche aquí, sola, milord? -murmuró Sophy, algo alterada.
Julián cruzó las manos frente a él, sobre el escritorio.
– Yo pensaba pasar la noche aquí.
Sophy forzó otra sonrisa. Se dio cuenta de que Julián trataba de ser gentil con ella. Pero ella no se conformaría con una simple gentileza por parte de él.
– Ya veo. ¿Otro gesto romántico para consentir a mis deseos? Muy generoso de tu parte, milord. Pero no te molestes. Soy plenamente capaz de entretenerme sola. Ahora que hace tiempo que estoy en la ciudad, comprendo mucho mejor cómo deben conducir sus vidas los maridos y las esposas de la alta sociedad Y ahora debo irme. Tu tía estará preguntándose dónde estoy.
Sophy se puso de pie rápidamente, olvidándose que tenía la cofia sobre la falda. Esta se le cayó al piso.
– Sophy, estás malinterpretando mis intenciones -dijo Julián, mientras se ponía de pie. Se dirigió al otro lado del escritorio para recoger la cofia-. Simplemente pensé que podríamos pasar una velada tranquila, los dos, en casa. -Le puso la cofia en la cabeza y te ató las cintas por debajo del mentón.
Ella lo miró. Deseó poder imaginar qué estaría pensando él exactamente.
– Gracias por tu gesto, pero en realidad, ni sueño con poder interferir en tu vida social. Seguramente, te aburrirías muchísimo si te quedaras aquí conmigo esta noche. Que tengas un buen día.
– Sophy.
La orden la sorprendió justo en el momento en que apoyaba la mano en el picaporte.
– ¿Sí, milord?
– ¿Qué haremos respecto de la nueva ama de llaves?
– Di a tu administrador que entreviste a Molly Ashkettie. Hace años que trabaja como empleada doméstica en tu casa y creo que será el reemplazo perfecto para la pobre señora Boyie.
– Sophy salió a toda prisa.
Quince minutos después, entró en la biblioteca de lady Fanny. Harriette, Jane y Anne ya estaban allí, muy ocupadas con una pila de libros que habían colocado sobre la mesa.
– Lamento llegar tarde -se disculpó Sophy cuando las otras mujeres levantaron la vista de su trabajo para mirarla-. Mi esposo quería conversar conmigo respecto de contratar una nueva ama de llaves.
– Qué extraño -comentó Fanny desde lo alto de una escalera, a la que se había subido para poder revolver entre los libros que estaban en el estante superior-. Ravenwood jamás se preocupa de contratar al personal. Siempre delega esa tarea al mayordomo o al administrador. Pero no importa, querida. Estamos haciendo algunos avances en tu proyecto.
– Es cierto -dijo Anne, cerrando un libro y abriendo otro-. Hace un rato, Harriette descubrió una referencia a la cabeza del animal que está en el anillo. Se trata de una criatura mítica, que aparece en un viejo libro de filosofía natural.
– Me temo que no es una referencia muy agradable -dijo Harriette, deteniéndose para mirar por encima de sus gafas-. Estaba asociado con una especie de culto muy desagradable de la antigüedad.
– Ahora yo estoy revisando algunos libros antiguos de matemática, para ver si encuentro algo del triángulo -dijo Jane-. Tengo la sensación de que estamos muy cerca.
– Yo también -dijo lady Fanny, mientras bajaba la escalera-. Aunque empiezo a preocuparme por lo que averiguaremos.
– ¿Por qué lo dice? -preguntó Sophy, mientras se sentaba y tomaba uno de los pesados volúmenes.
Harriette miró.
– Anoche, justo antes de ir a dormir, Fanny se quedó impactada por un viejo recuerdo que vino a su memoria.
– ¿Qué clase de recuerdo? -preguntó Sophy.
– Algo relacionado con una sociedad secreta de unos jóvenes libertinos, sin prejuicios -comentó Fanny lentamente-. Me enteré de su existencia hace algunos años. Nunca entré en detalles, pero creo que escuché que sus miembros usaban ciertos anillos para identificarse. Supuestamente, todo empezó en Cambridge, pero muchos de sus miembros mantuvieron el club aun después de haber dejado de estudiar. Al menos, por un tiempo.
Sophy miró a Anne y a Jane y meneó la cabeza casi imperceptiblemente. Habían convenido en no alarmar a Fanny y a Harriette con la verdadera razón por la que querían averiguar el secreto del anillo negro. Las mujeres mayores sólo sabían que Sophy tenía curiosidad por una reliquia familiar que había llegado a sus manos.
– ¿Dices que este anillo llegó a ti por intermedio de tu hermana? -pregunto Harriette, volteando las páginas lentamente.
– Sí.
– ¿Sabes dónde lo obtuvo ella?
Sophy vaciló, tratando de explicar razonablemente porqué Amelia tendría ese anillo. Como siempre, la mente se le ponía en blanco cada vez que quería urdir una mentira.
Anne acudió urgente a su rescate.
– Tú dijiste que a ella se lo había entregado una tía abuela que se había muerto hacía muchos años, ¿no, Sophy?
– Sí -dijo Jane, antes que Sophy se viera obligada a contestar-. Creo que eso fue lo que dijiste, Sophy.
– Sí. Cierto. Una tía muy lejana. Creo que yo ni la conocí -dijo Sophy.
– Hmm. Qué extraño -dijo Fanny, mientras depositaba dos pesados volúmenes más sobre la mesa y volvía a buscar más al estante-. Me pregunto cómo habrá obtenido ella ese anillo.
– Es probable que nunca lo sepamos -dijo Anne con firmeza. Trató de tranquilizar a Sophy con la mirada, al ver que la muchacha denotaba cada vez más su culpabilidad.
Harriette pasó otra página del libro que estaba mirando.
– ¿Le has mostrado el anillo a Ravenwood, Sophy? Por ser hombre, es más factible que sepa más de él que nosotras.
– Ya lo ha visto -dijo Sophy, feliz de poder decir la verdad, al menos en eso-. No lo reconoció.
– Bueno, entonces tal vez debamos insistir nosotras. -Fanny escogió otro libro del estante. Adoro los enigmas. ¿Y tú, Harry?
Harriette sonrió.
– Oh, claro que sí. Nada me hace más feliz que trabajar en un enigma.
Cuatro días después, Sophy y Jane, mientras investigaban en un viejo tratado de matemáticas, descubrieron el origen del peculiar triángulo.
– Eso es -dijo ella, entusiasmada, mientras las otras se reunían alrededor del libro-. Mirad. El triángulo es exactamente igual. Incluso tiene las mismas ondas extrañas en cada vértice.
– Tiene razón -dijo Anne-. ¿Qué dice del triángulo?
Sophy frunció el entrecejo, por el latín.
– Algo relacionado con que era útil en ciertas ceremonias negras, para controlar, a los demonios de las mujeres que tienen… -Se detuvo abruptamente, al darse cuenta de lo que estaba traduciendo-. Oh, Dios.
– ¿Qué pasa? -Fanny se asomó por encima de su hombro-. Ah, ya veo. «Una figura utilizada para controlar súcubos mientras se los disfruta de un modo carnal.» Qué fascinante. Deja que los hombres se preocupen por demonios femeninos que molestan a los pobres varones cuando duermen.
Harriette sonrió.
– Fascinante, por cierto. Demonios de prostitutas a las que pueden controlar al mismo tiempo que gozan de sus favores. Tienes mucha razón, Fanny. Definitivamente, una creación fantasiosa de un cerebro masculino.
– Hay aquí más evidencia de la fantasía masculina -anunció Anne, señalando otra figura mitológica que había estado investigando-. Aparentemente, la bestia de! triángulo posee poderes sobrenaturales. Puede, según dice, fornicar durante horas sin perder el vigor.
Fanny gimió.
– Creo que a estas alturas de nuestras indagaciones podemos sostener que el anillo de Sophy, sin duda perteneció a un hombre. Aparentemente, fue diseñado para que el hombre piense que su actuación en la alcoba fue excelente. Tal vez, estaba destinado a que le diera buena suerte en este aspecto de su vida. De cualquier manera no es la clase de joya que Ravenwood desearía que su esposa exhibiera en público.
Harriette rió.
– Si estuviera en tu lugar, Sophy, jamás diría a Ravenwood el significado de ese anillo. Guarda esa cosa y pide a tu esposo que te dé las esmeraldas de la familia para que las uses.
– Estoy segura de que es un consejo excelente -contestó Sophy serenamente, aunque sabía que no pediría esas esmeraldas a Ravenwood ni loca que estuviera-. Y realmente os agradezco mucho toda la colaboración que me habéis prestado para averiguar los detalles de este anillo.
– No tienes por qué -dijo Harriette, radiante-. Fue un proyecto fascinante, ¿no crees, Fanny?
– De lo más instructivo.
– Bueno, será mejor que nos marchemos -declaró Anne, mientras las mujeres empezaban a guardar los libros en los respectivos estantes-. Prometí a mi abuela que la ayudaría a atender a sus amistades, que vendrían a jugar naipes esta tarde.
– Y yo debo pasar a visitar a lady St. John -dijo Sophy, sacudiéndose el polvo de las manos.
Jane las miró sin articular palabra, hasta que estuvieron las tres sentadas en el carruaje de Sophy, fuera del ámbito donde Fanny y Harriette pudieran escucharlas.
– ¿Y bien? No me tengas en suspenso. Éste no es el final del asunto. Lo sé. ¿Qué harás ahora, Sophy?
Sophy miraba por la ventanilla, perdida en sus pensamientos por un momento.
– Me parece que sabemos dos cosas con seguridad, respecto del anillo. La primera es que perteneció a un hombre que era miembro de una asociación secreta, de la que pasó a formar parte en Cambridge, tal vez. Y la segunda es que esta asociación, indudablemente, se dedicaba a prácticas sexuales de muy baja reputación.
– Creo que tienes razón -coincidió Anne-. Tu pobre hermana fue la víctima de un hombre que usaba a las mujeres para sus maléficos fines.
– Ya sabíamos eso-dijo Jane-. ¿Qué sabemos ahora?
Sophy apartó la mirada de la calle y la concentró en sus amigas.
– Me parece que sólo hay una persona que puede conocer a los hombres que usaban estos anillos.
Jane abrió los ojos desmesuradamente.
– No te referirás a…
– Por supuesto -dijo Anne de inmediato-. ¿Por qué no pensamos en eso? Debemos contactarnos con Charlotte Featherstone de inmediato para ver qué puede decirnos ella acerca del hombre que pudo usar este anillo. Sophy, escribe la nota para ella esta tarde. Yo se la enviaré disfrazada otra vez.
– Tal vez ella decida no responder -comentó Jane, esperanzada.
– Quizá, pero es el último recurso que me queda, excepto el de volver a ponerme el anillo en público para ver quién reacciona.
– Es demasiado peligroso -dijo Anne de inmediato-. Cualquier hombre que lo viera y lo reconociera, podría pensar que tú estabas también involucrada en ese culto.
Sophy se estremeció, al recordar al hombre de la capa negra con la capucha. La más extraña de las emociones. No, debía ser muy cuidadosa en no atraer la atención de nadie más con ese anillo.
La respuesta de Charlotte Featherstone llegó pocas horas después. Anne se la llevó a Sophy de inmediato. Sophy rompió el sobre, en una mezcla de entusiasmo y excitación.
«De una mujer honorable a otra:
Me halaga al tener a bien solicitarme lo que ha dado en llamar información profesional. En su carta me comunica que está tratando de recabar datos sobre un recuerdo de familia y que sus investigaciones la han llevado a concluir que tal vez yo pueda colaborar con usted. Me complazco en referirle que le ofreceré la poca información que poseo, aunque permítame decirle que el familiar que le dejó ese recuerdo me merece muy baja estima. Quienquiera que haya sido, obviamente tenía malas intenciones.
En el transcurso de los años, recuerdo cinco hombres que han utilizado ese anillo en mi presencia. Dos de ellos han muerto ya y, para ser franca, el mundo nada ha perdido con esas muertes. Los otros tres son: lord Utteridge, lord Varley y lord Ormiston. No sé cuáles son sus planes para el futuro, pero le aconsejo cautela. Le aseguro que ninguno de esos tres es buena compañía para una mujer, y mucho menos para alguien que ocupa su lugar en la sociedad. Dudo en hacer esta sugerencia, pero quizá lo mejor sea que discuta este asunto con su esposo antes de seguir adelante por las suyas.»
La carta estaba firmada por C. F. El corazón de Sophy latía rápidamente. Al menos, tenía nombres. Uno de esos tres bien podría haber sido el causante de la muerte de Amelia.
– De alguna manera, tengo que ingeniármelas para encontrarme con estos tres individuos -dijo Sophy a Anne.
– Utteridge, Varley y Ormiston -repitió Anne, pensativa-. Oí hablar de ellos. Todos se mueven muy libremente en la sociedad, aunque tienen una reputación que no es de las mejores. No será difícil conseguir invitaciones para las fiestas y reuniones donde estos caballeros estén invitados también.
Sophy asintió y volvió a doblar la carta de Featherstone.
– Me temo que mi libreta de citas estará más llena que nunca.