Julián merodeaba por su cuarto, inquieto, consciente de que su insomnio se debía a qué Sophy no estaba durmiendo en la alcoba contigua. Donde debía estar. Se pasó la mano por su ya despeinada cabellera, preguntándose en qué momento había llegado al punto en que ya no podía dormir si Sophy no estaba cerca.
Se desplomó sobre la silla que había encargado al joven Chippendale pocos años atrás, cuando él y el ebanista se habían dedicado a emplear el estilo neoclásico en sus trabajos. La silla era el reflejo del idealismo de su juventud, pensó Julián, en un extraño momento de meditación.
Durante aquella misma época, que ahora le parecía tan remota, Julián solía quedarse hasta muy tarde en la noche, discutiendo los clásicos griegos y latinos, e involucrarse en la política de los Whigs, liberales reformistas. Hasta creyó necesario balear a dos hombres que se habían atrevido a impugnar el honor de Elizabeth.
Cuánto había cambiado en los últimos años, pensó Julián. En esos días, no tenía tiempo ni deseos de discutir los clásicos. Había llegado a la conclusión de que los Whigs, hasta los más liberales, no eran menos corruptos que los lories. Y hacía tiempo también que había decidido que el concepto de que Elizabeth tuviera honor era irrisorio.
Ausente, pasó las manos por los apoyabrazos de caoba, bellamente trabajados. Con cierta sorpresa, descubrió que parte de él todavía respondía a los motivos puros y clásicos del diseño.
Del mismo modo que una parte de él, también, había insistido en escribir algunos versos para acompañar el brazalete y el tratado de botánica que había regalado a Sophy. Pero el poema había resultado extraño y de mala calidad.
No había escrito poesía desde sus días en Cambridge y desde los comienzos de su relación con Elizabeth. Honestamente, reconocía que no tenía ningún talento para ello. Después de uno o dos intentos, terminó por hacer una bola con la hoja de papel donde había escrito la poesía y prefirió redactar una nota, que finalmente colocó junto a los regalos.
Pero, aparentemente, allí no terminó la cuestión. Esta noche había recibido evidencia, clara e inquietante, de que parte de su idealismo juvenil aún sobrevivía a pesar de todo lo que había hecho por aplastarlo con todo el peso de una concepción cínica y realista del mundo. No podía negar que algo en él había respondido a la exigencia de Sophy por una prueba que demostrara que él respetaba su honor.
Julián dudó de la inteligencia de haberle permitido que se quedara a pasar la noche en casa de Fanny y Harriette. Claro que después concluyó que no habría podido influir en su decisión tampoco. Desde el momento en que recibió el mensaje de Guppy, ella se puso firme en su determinación por acudir de inmediato en ayuda de Fanny.
Claro que Julián tampoco lo puso en tela de juicio, pues él también se preocupó mucho por la condición delicada de su tía.
Fanny era excéntrica, impredecible y en ocasiones hasta brusca, pero Julián se dio cuenta de que la quería. Después de la muerte de sus ancianos padres, Fanny fue el único miembro del clan Ravenwood a quien Julián quiso genuinamente.
Después de recibir el mensaje, Sophy sólo se demoró para cambiarse y despertar a su dama de compañía. Mary hizo las diligencias correspondientes a toda prisa, empacando las pocas cosas que Sophy podría necesitar. Mientras tanto, la muchacha recogió su maletín con las medicinas y su preciado tratado de botánica de Culpeper.
– Hay hierbas que se me están terminando ya -le dijo Sophy a Julián en el carruaje que la condujo hacia la casa de Fanny-. En las boticas locales tal vez consiga manzanilla y ruibarbo turco. Es una pena que la vieja Bess esté tan lejos. Sus hierbas son las más fiables.
Ya en casa de Fanny, una Harriette completamente descolocada los recibió. Al ver a la mujer en ese estado, que normalmente se caracterizaba por su tranquilidad, Julián cayó en la cuenta de lo enferma que estaba su tía en realidad.
– Gracias a Dios que estás aquí, Sophy. He estado tan preocupada. Quise enviar por el doctor Higgs, pero Fanny no quiso saber nada. Dijo que es un charlatán y que no lo dejará pasar por la puerta. Y no puedo culparla por eso, ya que son más los pacientes que pierde ese hombre que los que salva. Claro que entonces no supe qué hacer, más que mandar a buscarte. Espero que no te importe.
– Por supuesto que no. Iré a ayudarla de inmediato, Harry,
– Entonces Sophy saludó rápidamente a Julián y subió corriendo las escaleras, mientras uno de los criados subía detrás de ella con el maletín de las medicinas.
Harriette se dirigió a Julián, quien aún estaba parado en el vestíbulo. Lo miró ansiosa.
– Gracias por permitirle venir a esta hora.
– No habría podido detenerla, aunque hubiese querido-dijo Julián-. Y sabe que quiero mucho a Fanny. Quiero que reciba la mejor atención. En cuanto al médico, estoy bastante de acuerdo. Los únicos remedios que Higgs conoce son el drenaje y los purgantes.
Harriette suspiró.
– Me temo que tienes razón. Nunca he tenido mucha fe en los drenajes y créeme que la pobre Fanny lo último que necesita es un purgante. Ya ha experimentado ese tratamiento lo suficiente, por causa de ese mal que contrajo. Entonces, sólo me quedaba Sophy y sus hierbas.
– Sophy es muy buena con sus hierbas -dijo Julián, tranquilizando a la mujer-. Puedo opinar por experiencia propia. Tengo el personal más sano y rozagante de toda la ciudad.
Harriette sonrió por compromiso, ante el intento de Julián de matizar con una nota de buen humor.
– Sí, lo sé. Nuestro personal también está muy bien gracias a las recomendaciones de Sophy. Y mi reumatismo es mucho más controlable desde que sigo sus indicaciones. ¿Qué haríamos sin ella ahora, milord?
La pregunta lo hizo tomar conciencia.
– No lo sé.
Veinte minutos después, Sophy apareció en lo alto de la escalera, para informar a tos presentes que creía que la indisposición de Fanny se debía al consumo de pescado en mal estado durante la cena. También dijo que le llevaría varías horas curarla y seguir el proceso.
– Definitivamente, Julián, me quedaré a pasar la noche aquí.
Sabiendo que ya no le quedaba más por hacer, Julián, con reticencia, decidió volver a su casa en su carruaje. Experimentó esa sensación de incomodidad no bien despidió a Knapton y se acostó en su solitaria cama.
Acariciaba la idea de bajar a la biblioteca, para entretenerse con algún libro aburrido, cuando recordó el anillo negro. Entre la preocupación por encontrar a Sophy en los jardines con Waycott y la enfermedad de Fanny, Julián advirtió que había olvidado el anillo negro por un rato.
Daregate tenía razón. Había que destruirlo de inmediato. Julián estaba decidido a sacarlo del joyero de Sophy sin más dilaciones. Lo incomodaba el solo pensar que ella lo tenía, pues era muy factible que la ¡oven cediera a la tentación de volvérselo a poner.
Julián tomó una vela y entró al cuarto de Sophy por la puerta que comunicaba ambas alcobas. Sin su presencia, el cuarto parecía vacío y triste. Ese detalle le hizo notar cuan acostumbrado estaba a tenerla en su vida. Aquella ausencia en su cama le hizo maldecir a todos los vendedores de pescado en mal estado de la ciudad. De no haber mediado la enfermedad de Fanny, en ese momento estaría haciendo el amor con su obcecada, delicada, apasionada y honorable esposa.
Julián se acercó al tocador y levantó la tapa del joyero. Se quedó de pie por un momento, estudiando las cosas de Sophy. El único elemento de valor que encontró fue el brazalete de diamantes que él le había regalado. Estaba cuidadosamente guardado, en un sitio de privilegio, sobre el interior de terciopelo rojo.
Julián decidió que Sophy necesitaría un par de pendientes que combinaran con el brazalete.
Después, la mirada se posó automáticamente en el anillo negro que estaba en un rincón del estuche. Estaba apoyado sobre un trozo de papel doblado. El solo verlo lo enfadó. Sophy sabía que ese anillo había sido un obsequio para su hermana, por parte de un patán descorazonado, que no había tenido reparos en seducir a una inocente. Pero lo que no sabía era lo peligroso que podía ser, ni lo que representaba.
Julián tomó la sortija y, con los dedos, tocó el papel que había debajo. Motivado por una nueva inquietad, lo tomó y lo abrió.
Había tres nombres escritos en él: Utteridge, Varley y Ormiston.
Las brasas de una serena inquietud se convirtieron en ardientes llamas de furia.
– ¿De verdad se pondrá bien? -Harriette estaba junto a la cama de Fanny, estudiando ansiosamente el rostro pálido de su amiga. Después de horas de vómitos espasmódicos y dolor intestinal, Fanny finalmente se había quedado dormida.
– Creo que sí -dijo Sophy, mezclando nuevas hierbas en un vaso de agua-. Ha eliminado la mayor parte de los alimentos en mal estado que tenía en el estómago y, como verá, ya no tiene tanto dolor. Velaré por ella toda la noche. Estoy casi segura de que lo peor ya ha pasado, pero no completamente, todavía.
– Me quedaré aquí contigo.
– No hay necesidad. Por favor, Harry. Vaya a dormir un poco. Se la ve tan exhausta como a Fanny. Harriette descartó la sugerencia sacudiendo la mano en el aire.
– Tonterías. No podría dormir sabiendo que Fanny todavía está en peligro.
Sophy sonrió, comprensiva.
– Usted es muy buena amiga de ella. Fanny tiene mucha suerte.
Harriette se sentó en una silla que estaba junto a la cama y se acomodó las faldas lilas.
– No, no, Sophy. Es al revés. Soy yo la afortunada al tener a Fanny como mi mejor amiga. Es la dicha de mi vida… es la persona a quien le puedo confiar cualquier cosa, por tonta o inteligente que sea. Es la única que puede compartirlo todo, desde el chisme más insignificante hasta la noticia más monumental. Es la única con quien puedo reír o llorar y hasta, a veces, permitirme el lujo de tomar un poco de jerez.
Sophy se sentó al otro lado de la cama y analizó la expresión de Harriette, comprendiendo todo repentinamente.
– Es la única persona sobre la faz de la tierra con la que se siente totalmente libre.
Harriette esbozó una sonrisa brillante por un momento.
– Sí. Correcto. La única persona con la que puedo ser libre.-Tocó la mano de Fanny, que caía sobre la sábana bordada.
Sophy siguió el gesto con la mirada y presintió el amor que se encerraba en él. Una familiar sensación de deseo se encendió dentro de ella, al pensar en la relación que mantenía con Julián.
– Es muy afortunada, Harry -le dijo suavemente-. Ni siquiera los matrimonios están unidos por los mismos lazos que usted y Fanny.
– Lo sé. Es triste, pero, quizá, comprensible. ¿Cómo podrían entenderse un hombre y una mujer del mismo modo que nos comprendemos Fanny y yo?
Sophy entrelazó sus dedos sobre su falda.
– Tal vez -dijo-, el entendimiento total no sea necesario si existe un amor genuino, un respeto mutuo y una disposición a la tolerancia.
Harriette la miró intensamente y luego le preguntó.
– ¿Eso es lo que esperas encontrar junto a Ravenwood?
– Sí.
– Como te dije antes, por como son los hombres en general, Julián es muy bueno, pero no sé si puede darte lo que buscas. Fanny y yo hemos sido testigos de cómo Elizabeth exterminó los sentimientos cálidos de él. En lo personal, no creo que ningún hombre sea capaz de ofrecer a una mujer lo que ella realmente necesita.
Sophy apretó los dedos.
– Es mi esposo y yo lo amo. No niego que sea arrogante, obstinado y difícil en exceso, a veces, pero como usted dijo, es un buen hombre. Un hombre honorable. Toma seriamente sus responsabilidades. Nunca me habría casado con él si no hubiese estado segura de todo eso. Por cierto, en un tiempo, creí que jamás me casaría.
Harriette asintió, comprendiendo la situación.
– El matrimonio es una aventura muy arriesgada para una mujer.
– Bueno, yo me he arriesgado. De un modo u otro, espero que me dé resultado. -Sophy sonrió al recordar la escena que había vivido horas antes, con Julián, en los jardines-. Cuando estoy convencida de que todo está perdido, Julián me muestra un haz de luz y con eso recupero mis fuerzas para seguir en esta aventura.
Fanny se movió y abrió los ojos poco después del amanecer. Miró primero a Harriette, que estaba roncando suavemente en una silla y sonrió con afecto. Luego giró la cabeza y vio a Sophy que bostezaba profusamente.
– Veo que he estado bien atendida por mis ángeles de la guarda -señaló Fanny, con una voz débil, pero sin dejar de ser por ello la misma de siempre-. Me temo que para vosotras esta ha sido una larga noche. Os ruego me perdonéis.
Sophy se puso de pie, con una sonrisa y estirándose preguntó:
– ¿Debo entender que se siente mucho mejor ahora?
– Infinitamente mejor, aunque juro que nunca más volveré a comer salsa de rodaballo frío en toda mi vida. -Fanny se acomodó sobre tas almohadas y extendió la mano para tomar la de Sophy-. No sé cómo agradecerte por toda tu gentileza, querida. Una indisposición tan desagradable, la que me ha tocado padecer. ¿Por qué no me habrá dado algo más refinado, como un ataque de nervios o un vahído, por ejemplo?
El suave ronquido que venía desde la otra silla se detuvo abruptamente.
– Oh, mi querida Fanny -anunció Harriette despertando de inmediato-. No es factible que tú tengas vahídos o ataques de nervios, ni nada por el estilo. -Se le acercó para tomarle la mano-. ¿Cómo te sientes, querida? Vaya susto el que me has dado. Por favor, no vuelvas a hacérmelo.
– Me encargaré de ello para que no se repita el incidente-prometió Fanny.
Sophy presenció la emoción sincera en las expresiones de ambas mujeres y se conmovió. Ese afecto existente entre ellas sobrepasaba los límites de la amistad. Decidió que había llegado la hora de regresar. No estaba muy segura de comprender plenamente la clase de sentimiento que las unía, pero ciertamente, debía dejarlas para que gozaran de cierta privacidad.
Se puso de pie y comenzó a guardar las hierbas dentro de su maletín.
– ¿Le molestaría mucho si pidiera a su mayordomo que me lleve en su carruaje? -preguntó a Fanny.
– Mi querida Sophy, debes desayunar -dijo Harriette de inmediato-. No has pegado un ojo en toda la noche y ciertamente, no te marcharás de esta casa sin comer nada.
Sophy miró el reloj que estaba en un rincón y meneó la cabeza.
– Si me doy prisa, podré desayunar con Julián.
Media hora después, cuando Sophy entró en su cuarto, volvió a bostezar y decidió que la cama le resultaba mucho más atractiva que el desayuno. Nunca había estado más cansada en la vida. Pidió a Mary que se retirara del cuarto, asegurándole que no necesitaba nada y se sentó al tocador. La noche en vela que había pasado se notaba claramente en su desarreglo personal. Su cabello estaba hecho un desastre.
Tomó su cepillo de mango de plata y el brillo de los diamantes le llamó la atención. Frunció el entrecejo. Le llamó la atención haber dejado abierto el joyero. Claro que la noche anterior había estado muy apurada. Accidentalmente, debió de haber dejado el estuche abierto cuando guardó el brazalete de diamantes.
Estaba por cerrar la cajita cuando, horrorizada, advirtió que faltaban el anillo negro y el papel con los tres nombres.
– ¿Buscas esto, Sophy?
Al escuchar la gélida pregunta de Julián, Sophy se puso de píe abruptamente y se volvió para mirarlo. Él estaba parado entre las dos habitaciones. Tenía puestos unos pantalones de montar y sus botas hessianas favoritas. En una mano, sostenía el anillo negro, en la otra, el famoso papel.
Sophy miró primero la sortija y luego los ojos de esmeralda de su esposo. Se sintió presa del pánico.
– No entiendo, milord. ¿Por qué has tomado el anillo de mi joyero? -Sus palabras sonaron valientes y serenas, pero el tono no reflejó sus sentimientos. Le temblaron las rodillas cuando advirtió lo que significaba que Julián hubiese descubierto el papel con los tres nombres.
– Por qué tomé ese anillo es una larga historia. Pero antes de entrar en los detalles pertinentes, preferiría que me digas cómo está Fanny.
Sophy tragó saliva.
– Mucho mejor, milord.
Julián asintió y entró al cuarto de Sophy, para tomar asiento en una silla que estaba junto a la ventana. Apoyó el anillo y el papel en la mesa que estaba a su lado. La luz de la mañana se reflejó lánguidamente en el metal negro de la sortija.
– Excelente. Eres una estupenda enfermera, madam. Ahora que hemos terminado con ese asunto, me gustaría que me explicaras qué hacías precisamente con esta lista de nombres en tu poder.
Sophy se acomodó mejor en su silla del tocador y entrelazó las manos sobre la falda, mientras trataba de pensar cómo manejaría ese inusitado giro que había dado la situación. Estaba un tanto turbada por no haber podido dormir en toda la noche.
– ¿Estás enojado conmigo, milord? ¿Otra vez?
– ¿Otra vez? -Arqueó las cejas del mismo modo intimidante de siempre-. ¿Estás sugiriendo que la mayor parte del tiempo que paso contigo estoy enojado?
– Eso parece, milord-dijo Sophy, infelizmente-. Cada vez que creo que progresamos en nuestra relación, surge algo que echa a perder todo.
– ¿Y de quién es la culpa, Sophy?
– No puedes echarme toda la culpa a mí -declaró ella, sabiendo que estaba al borde de sus límites. Todo era demasiado-. Dudo que tomes esto en consideración, pero me permito recordarte que he tenido una noche muy larga. No he podido dormir ni lo más mínimo necesario, de modo que no estoy en condiciones de someterme a un interrogatorio. ¿Crees que podríamos posponerlo hasta que haya dormido una siesta?
– No, Sophy. No pospondremos esta conversación ni un solo minuto. Pero si te sirve de consuelo, quédate tranquila porque estamos en las mismas condiciones. Yo tampoco pude dormir mucho anoche. Me pasé todo el tiempo tratando de imaginar cómo habrías elaborado esta lista y por qué la asociaste con este anillo. ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Cuánto sabes acerca de estos hombres? ¿Qué rayos planeabas hacer con toda la información que obtuvieras de ellos?.
Sophy lo miró, cansada, pero alerta. Por el modo en que Julián le formuló todas esas preguntas, se dio cuenta de que él sabía tanto o más que ella, respecto del famoso anillo.
– Te he explicado que ese anillo fue un obsequio para mi hermana.
– Eso ya lo sé. ¿Qué pasa con la lista?
Sophy se mordió el labio.
– Si te cuento lo de la lista, me temo que te enojarás mucho más conmigo de lo que ya estás, milord.
– No tienes alternativa. ¿De dónde sacaste esta lista?
– Charlotte Featherstone me la dio. -Ya no tenía sentido negarlo. No era buena para mentir, ni estando en óptimas condiciones y mucho menos esa mañana, que se sentía extenuada. Por otro lado, era evidente que Julián sabía demasiado.
– Featherstone. Maldición. Debí haberlo imaginado. Dime, querida, ¿crees que te quedará un ápice de buena reputación una vez que todos se enteren de que estás «sociabilizando» con una mujer de mal vivir? ¿O es que simplemente no te importa que las chusmas hagan una fiesta contigo cuando se corra la voz de todo esto?
Sophy se miró las manos.
– No hablé con ella directamente. Una amiga mía mandó el mensaje. La señorita Featherstone respondió con mucha discreción. Ella es muy agradable, en realidad, Julián. Creo que probablemente me habría gustado ser su amiga.
– Y tú le resultarías muy divertida, claro -dijo Julián brutalmente-. Una interminable fuente de diversión, para alguien tan desfachatada como ella. ¿De qué trataba ese mensaje que mandaste?
– Yo quería saber si ella había visto alguna vez un anillo como éste y de ser así, a quién se lo había visto puesto. – Sophy lo miró desafiante-. Debes notar que todo esto se relaciona con el proyecto del cual te hablé en su momento.
– ¿Y qué proyecto es ése?
– Para empezar, no me escuchas ni la mitad de las veces, ¿no? Estoy refiriéndome al proyecto que te dije que me mantendría ocupada y fuera de tu camino. Te informé que quería atender mis propios intereses, ¿lo recuerdas? ¿Recuerdas también que te dije que sería la clase de esposa que querías? ¿Que me apartaría de tu camino y que no te ocasionaría problemas? Te lo prometí después de que me dejaste bien claro tu falta de interés por mi amor y mi cariño.
– Maldita sea, Sophy. Nunca dije eso. Deliberadamente, malinterpretaste mis intenciones.
– No, milord, no te malinterpreté.
Julián se tragó un improperio.
– No vas a sacarme del tema con eso, ahora. Por Dios, hablaremos luego de eso. En este momento, sólo me interesa saber la información que obtuviste acerca de este anillo.
– Por todas las investigaciones que llevé a cabo en la biblioteca de lady Fanny, descubrí que ese anillo era un símbolo que llevaban los miembros de cierta sociedad secreta.
– ¿Qué tipo de sociedad secreta, Sophy?
– Tengo la impresión de que ya conoces la respuesta a eso, milord. Era una sociedad cuyos miembros, probablemente, tomaban como presas a las mujeres. Una vez que supe eso, envié el mensaje a Charlotte, para pedirle datos sobre los hombres que hubieran podido usar esos anillos. Supuse que ella se movía dentro de un círculo de la sociedad en el que podía toparse con esa clase de hombres. Y tuve razón. Ella conoció a tres hombres que llevaron esa insignia en su presencia.
Julián entrecerró los ojos-
– Dios nos proteja. Estás tratando de llegar al hombre que sedujo a Amelia, ¿no? Debí haberlo supuesto. ¿Y qué demonios creías que harías con él una vez que lo hallaras?
– Arruinarlo socialmente.
Julián pareció hipnotizado.
– ¿Qué?
Sophy se movió en su silla, inquieta.
– Obviamente, él es uno de los cazadores sobre los cuales me advertiste en su momento, Julián. Uno de los miembros de la alta sociedad que se aprovecha de las mujeres jóvenes. Estos hombres valoran su vida social por encima de todas las cosas, ¿no? Sin ella no son nada, pues no tendrían acceso a las «presas» que buscan, ¿cierto? Mi intención es la de privar a todos los que usen ese anillo de sus conexiones sociales; de ser posible, claro.
– Por Dios. Juro que tu audacia me deja sin aliento. No tienes ni la más remota noción de lo que es el peligro y, mucho menos, sientes temor ante él, ¿verdad? No sabes en qué te metes. ¿Cómo puedes ser tan inteligente en ciertos aspectos, como para preparar medicinas a base de hierbas, por ejemplo, y tan estúpida en otros, donde tu reputación y hasta tu propia vida quedan en juego?
– Julián, aquí no hay riesgos, te lo prometo. -Sophy tenía la esperanza de hacerlo entrar en razón-. Estoy siendo muy cauta con esto. Planeo encontrarme con estos tres hombres e interrogarlos.
– Interrogarlos. Dios querido, interrogarlos.
– Muy sutilmente, por supuesto.
– Por supuesto. -Julián meneó la cabeza. No podía creerlo-. Sophy, permíteme informarte que tu talento para la sutileza se parece mucho al mío para el bordado. Por otra parte, los tres hombres de esa lista son unos canallas irrefutables…, patanes de la peor calaña. Hacen trampas en los juegos de naipes, seducen a cuanta mujer se les cruza por el camino y su sentido del honor es más bajo que el de un perro. De hecho, me atrevo a aventurar que un perro tiene más sentido del honor que los tres juntos. ¿Y tú pensaste interrogarlos a los tres?
– Pienso aplicar la lógica deductiva para determinar cuál de ellos es el culpable.
– Cualquiera de los tres te cortaría en pedacitos sin vacilar ni por un instante. El culpable te arruinaría a ti mucho antes que tu pudieras arruinarlo a él. -La voz de Julián estaba cargada de furia.
Sophy levantó el mentón.
– No podrá hacerlo mientras yo tenga cuidado.
– Dios, dame fuerzas-dijo Julián entre dientes-. Tengo frente a mí una mujer loca.
Lo que quedaba del autocontrol de Sophy desapareció. Se puso de pie y aferró el primer objeto contundente que encontró a mano. En ese caso, el cisne de cristal que estaba sobre su tocador.
– Maldito seas, Julián. No soy ninguna loca. Elizabeth era una loca, pero yo no. Puedo ser tonta, estúpida e inocente, a tu criterio, pero no loca. Juro por Dios, milord, que te obligaré a no confundirme más con tu primera esposa, así sea lo último que haga en esta vida.
Arrojó el adorno que tenía en la mano con todas sus fuerzas. Julián, quien ya había empezado a ponerse de pie desde el principio, apenas logró esquivar el misil. Le pasó por encima del hombro y se estrelló contra la pared detrás de él. Ignoró el impacto y atravesó el cuarto en sólo tres pasos largos.
– No tengas miedo, madam -le dijo ferozmente, mientras la levantaba en sus brazos-. No te confundo con Elizabeth. Sería algo completamente imposible. Créeme que eres, Sophy, totalmente única. Eres una paradoja en tantos aspectos que desafía a toda posible descripción. Y tienes razón. No estás loca. Soy yo el que está convirtiéndose en un firme candidato para el manicomio.
Caminó hacia la cama y la arrojó sin ninguna ceremonia, sobre ella. Mientras Sophy rebotaba contra el colchón, su cabellera se soltó completamente. Julián se sentó en el borde de la cama y empezó a quitarse las botas.
Sophy estaba hecha una furia.
– ¿Qué crees que estás haciendo?
– ¿Y a ti qué te parece? Estoy buscando la única cura que se me ocurre para mi problema. -Se puso de pie y desabrochó sus pantalones.
Sophy lo miró, impactada, cuando su miembro quedó libre. Ya estaba magníficamente erecto. Un tanto aturdida, la joven trató de escabullirse por el otro extremo de la cama. Julián la atrapó, poniéndole una de sus enormes manos sobre la cintura, deteniendo, efectivamente, la retirada.
– No, madam, todavía no te irás a ningún lado.
– No querrás… acostarte ahora conmigo, Julián -dijo Sophy, irritada-. Estamos en medio de una pelea.
– Ya no tiene caso seguir peleando. No puedes entrar en razón. Y parece que yo tampoco. Por consiguiente, sugiero que busquemos una manera alternativa para poner punto final a esta discusión desagradable. Si no conseguimos nada más, al menos obtendré un poco de paz por un rato.