La carta perfumada con el elegante sello lila llegó a un costado de la bandeja con el té para Sophy, la mañana siguiente. Ella se sentó en la cama, bostezó y miró con curiosidad la misiva.
– ¿Cuándo llegó esto, Mary?
– Uno de los criados ha dicho que la trajo un muchachito, hace como media hora. -Mary, presurosa, comenzó a abrir las cortinas y extrajo del guardarropa un precioso vestido matinal que Fanny y Sophy habían escogido pocos días atrás.
Sophy bebió el té y rompió el sello del sobre. Distraída, ojeó los contenidos y luego frunció el entrecejo al ver que en un principio, no tenían sentido. No había firma, sólo iniciales al pie. Debió leerla por segunda vez para captar la esencia de la carta:
«Querida Señora:
En primer lugar, permítame comenzar esta carta brindándole mis más sinceras felicitaciones por su reciente boda. Si bien nunca he tenido el honor de ser presentada ante usted, siento que tenemos cierto grado de familiaridad por intermedio de un amigo en común. También estoy convencida de que usted es una mujer sensata y discreta ya que nuestro amigo no es persona de cometer en su segundo matrimonio el mismo error que cometió en el primero.
Como tengo fe en su discreción, creo que, una vez que haya leído esta carta, deseará tomar la sencilla medida que le asegurará que mi asociación con nuestro amigo en común, en la que ambos estuvimos muy de acuerdo, quede en el seno de nuestra privacidad.
Yo, Señora, actualmente estoy abocada a la ardua tarea de asegurarme la paz y tranquilidad necesarias para mi vejez. No deseo verme forzada, a vivir de la caridad en los últimos años de mi vida. Estoy logrando este objetivo a través de las publicaciones de mis Memoirs. ¿Le resultan familiares mis primeros fascículos, tal vez? Se publicarán muchos más en un futuro cercano.
Al escribir estas Memoirs, me he fijado como meta no la de humillar ni avergonzar a nadie, sino, simplemente, la de reunir los fondos suficientes que me avalen un futuro no tan incierto.
En el marco de todo esto, estoy ofreciendo la oportunidad a todos aquellos involucrados, de asegurarse que ciertos nombres específicos no aparezcan impresos, ahorrándose de ese modo chismes desagradables. Esta misma oportunidad también es para mí, pues obtengo lo que deseo sin necesidad de revelar detalles Íntimos de relaciones pasadas. Como verá, la propuesta que le hago en este momento es beneficiosa para todos los involucrados.
Bien, Señora, iré al grano: si para mañana a las cinco de la tarde me envía doscientas libras esterlinas, podrá descansar en paz, ya que unas cuantas cartas encantadoras que su esposo me escribió alguna vez, no aparecerán en mis Memoirs.
Para usted, esta suma de dinero es una nimiedad, menos de lo que cuesta uno de sus vestidos. Para mí, representa un ladrillo más con el que me construiré una pequeña y acogedora casa, llena de rosales, en Bath, donde pronto habré de retirarme.
A la espera de una pronta respuesta, saluda a usted muy atentamente,
C.V.
Sophy releyó la carta una tercera vez, con manos temblorosas. Estaba asombrada por la ira incontrolable que ardía dentro de ella. No se trataba de que Julián hubiera tenido relaciones con esa mujer alguna vez. Tampoco fue la amenaza de tener ese romance ventilado públicamente y en detalle, por embarazoso que fuera, lo que la había dejado temblando.
Lo que la ponía rabiosa era la noción de que Julián se hubiera tomado el tiempo de escribir canas de amor a una cortesana profesional en su momento y que, en el presente, no se hubiera molestado en garabatear siquiera algún poema para su esposa.
– Mary, guarda ese vestido matinal y saca mi traje de montar verde.
Mary la miró sorprendida.
– ¿Ha decidido ir a cabalgar esta mañana, señora?
– Sí.
– ¿Lord Ravenwood irá con usted? -preguntó Mary mientras ponía manos a la obra.
– No, no irá. -Sophy pateó las mantas de la cama y se puso de pie, aún apretando en el puño la carta de Charlotte Featherstone-. Anne Silverthorne y Jane Morland van de paseo a caballo al parque, casi todas las mañanas; Creo que me reuniré con ellas.
Mary asintió.
– Avisaré que le tengan preparado un caballo y un cuidador para cuando usted baje, señora.
– Por favor, Mary.
Poco tiempo después, un cuidador vestido con librea la ayudó a subir a una estupenda yegua zaina. El joven tenía su pony al lado de ésta. De inmediato, Sophy salió para el parque, dejando que el cuidador la siguiera como pudiera.
No le resultó difícil encontrar a Jane y a Anne quienes estaban paseando por el sendero principal. Sus respectivos escoltas las seguían a una distancia prudencial, conversando en voz baja entre ellos.
Los brillantes rizos rojizos de Anne resplandecían con la luz del sol y sus ojos vivaces se encendieron al ver a Sophy.
– Sophy, cuánto me alegra que hayas decidido reunirte con nosotras esta mañana. Acabamos de llegar, prácticamente. ¿No es un día hermoso?
– Para algunos, tal vez -contestó Sophy con pesimismo-. Pero no para otros. Debo hablar con las dos. La perpetua mirada seria de Jane se puso aun más oscura de preocupación.
– ¿Sucede algo malo, Sophy?
– Muy malo. Ni siquiera puedo explicarlo. Está fuera de todo lo imaginable. Nunca he sido tan humillada. Tomen. Lean ésto. -Sophy entregó la carta de Charlotte a Jane, mientras las tres mujeres disminuían la marcha de los caballos.
– ¡Dios Santo! -exclamó Jane, despavorida cuando terminó de leer la nota. Sin agregar ni una palabra más, entregó la carta a Anne.
Anne también la leyó rápidamente y levantó la vista, tan conmocionada como tas demás.
– ¿Va a imprimir las cartas que Ravenwood le escribió?
Sophy asintió, con la boca apretada por la ira.
– Eso parece. A menos, por supuesto, que le pague doscientas libras.
– Es vergonzoso -declaró Anne con voz chillona.
– Supongo que era de esperar -dijo Jane, más prosaica-. Después de todo, Featherstone no ha vacilado en nombrar varios miembros del Beau Monde en los primeros fascículos. Hasta mencionó un duque real, ¿lo recuerdan? Si Ravenwood tuvo relaciones con ella en el pasado, era lógico que tarde o temprano su nombre apareciera.
«Cómo pudo ser capaz», pensó Sophy, apretando los dientes. Jane la miró, comprensiva.
– Sophy, querida, tú no eres tan inocente. Así conciben el mundo la mayoría de los hombres de la sociedad. Es como un deber tener una amante. Por lo menos, no sostiene que Ravenwood sea un admirador actual. Debes sentirte agradecida al menos por eso.
– Agradecida. -Sophy casi no podía hablar.
– Has leído los primeros fascículos de las Memoirs junto con nosotras. Has visto unos cuantos nombres famosos relacionados con ella en una u otra época. Y la mayoría de ellos estaban casados cuando se involucraron con Charlotte Featherstone.
– Eso quiere decir que muchos hombres llevan doble vida-Sophy meneó la cabeza, muy enojada- Y tienen el coraje de sermonear a las mujeres sobre el honor y el comportamiento apropiado. Me enfurece.
– Es terriblemente injusto-agregó Anne vehemente-. Es precisamente el ejemplo ideal para explicar por qué siento que el casamiento no tiene nada que ofrecer a una mujer inteligente.
– ¿Por qué tuvo que escribirle todas esas cartas de amor?-preguntó Sophy, angustiada.
– Si él puso sus sentimientos por escrito, quiere decir que el romance tuvo lugar bastante tiempo atrás. Sólo un jovencito podría cometer ese error -observó Jane.
– “Ah, sí", pensó Sophy. «Un jovencito.» Un jovencito que todavía era capaz de tener emociones fuertes y románticas. Aparentemente esa clase de sentimientos se habían borrado de Julián. Esos sentimientos que Sophy tanto deseaba escuchar, expresar por parte de él, se habían desperdiciado años atrás, en mujeres como Charlotte y Elizabeth. Parecía que nada hubiese quedado para Sophy. Absolutamente nada.
En ese momento, la muchacha odió a Charlotte y a Elizabeth con toda su alma.
– ¿Por qué Featherstone no habrá enviado esta nota directamente a Ravenwood? -preguntó Anne.
Jane esbozó una sonrisa reticente.
– Probablemente porque sabía que Ravenwood la habría mandado al diablo. No me imagino al esposo de Sophy pagando una extorsión. ¿Y vosotras?
– Yo no lo conozco muy bien -admitió Anne- pero por lo que se cuenta, no, no lo veo enviándole las doscientas libras a Featherstone. Ni siquiera para evitar a Sophy el bochorno que implicará la publicación de esas cartas.
– Entonces -concluyó Jane-, sabiendo que tendría muy pocas posibilidades de conseguir el dinero directamente de Ravenwood, decidió extorsionar a Sophy.
– Nunca le pagaré a esa mujer -juró Sophy, tirando tan abruptamente de las riendas, sin querer, que su yegua echó la cabeza hacia atrás, asustada, a modo de protesta.
– Pero ¿qué otra cosa te queda por hacer? -preguntó Anne-. Seguramente no querrás que esas cartas aparezcan publicadas. Sólo pienso en todos los chismes que correrán.
– No será tan malo -dijo Jane, tratando de calmarla-. Todos sabrán que ese romance pasó hace mucho tiempo, antes de que Julián estuviera casado con Sophy.
– La época en que tuvo lugar no importará -dijo Sophy-. Habrá comentarios y todas lo sabemos. No serán chismes lo que Featherstone estará repitiendo. Va a imprimir cosas que Julián realmente escribió. Todos hablarán de esas malditas cartas de amor. Citarán partes de ellas textualmente en las fiestas y en las óperas, sin duda. Toda la alta sociedad se preguntará si Julián me habrá escrito cartas similares a mí, plagiándose a sí mismo en el proceso. No puedo soportarlo, les digo.
– Sophy tiene razón -dijo Anne-. Y se siente más vulnerable porque está recién casada. La gente apenas empieza a conocerla, lo que dará un toque muy desagradable a los comentarios.
No había modo de refutar esa verdad tan simple. Las tres se quedaron calladas por unos minutos, mientras sus caballos seguían paseando por el sendero. Sophy estaba aturdida. Sentía que no podía pensar con claridad. Cada vez que quería ordenar sus ideas, advertía que en lo único que reparaba era en que Julián alguna vez había escrito cartas de amor a otra mujer.
– Ustedes saben, por supuesto, lo que sucedería si esta situación fuera a la inversa -dijo Sophy finalmente, después de un rato.
Jane frunció el entrecejo y Anne miró a Sophy tratando de adivinar sus pensamientos.
– Sophy, no te inquietes por esto -dijo Jane-. Muestra la carta a Ravenwood y deja que él maneje el asunto.
– Tú misma has dicho que él manejaría la situación mandándola al diablo y el resultado sería que esas cartas aparecerían impresas.
– Ésta es una situación de lo más denigrante -declaró Anne-. Pero no le encuentro solución obvia.
Sophy vaciló un momento y luego dijo tranquilamente.
– Decimos eso porque somos mujeres y por lo tanto, estamos acostumbradas a no tener poder. Pero existe una solución si una mira todo esto como lo vería un hombre.
Jane la miró confundida.
– ¿Qué estás pensando, Sophy?
– Esto -declaró Sophy, con un nuevo sentido resolutivo- es claramente una cuestión de honor.
Anne y Jane se miraron entre sí y luego a Sophy.
– Estoy de acuerdo -dijo Anne lentamente-, pero no entiendo en qué cambia las cosas verlo de ese modo.
Sophy miró a su amiga.
– Si un hombre recibiera una carta extorsiva debido a una indiscreción pasada de su esposa, entonces el hombre en cuestión no vacilaría en retar a duelo al chantajista.
– ¡Retarlo a duelo! -Jane estaba fuera de sí-. Pero Sophy, ésta no es la misma situación.
– ¿No?
– No, no lo es -dijo Jane rápidamente-. Sophy, esto te involucra a ti y a otra mujer. No es posible que consideres este medio de solucionar las cosas.
– ¿Por qué no? -preguntó Sophy-. Mi abuelo me enseñó a usar una pistola y sé dónde puedo conseguir un par de armas para el evento.
– ¿Y de dónde conseguirías un par de armas para duelo?-preguntó Jane con cierta incomodidad.
– Hay dos en un estuche, montado sobre una pared, en la biblioteca de Julián.
– Dios querido -exhaló Jane.
Anne inspiró profundamente, con la expresión cargada de determinación.
– Tienes razón. Jane. ¿Por qué no retar a duelo a Charlotte Featherstone? No hay duda de que ésta es una cuestión de honor. Si invirtiéramos la situación de manera que la indiscreción hubiera sido de Sophy, indudablemente Ravenwood tomaría una decisión violenta.
– Necesitaré padrinos -dijo Sophy, pensativa, mientras la idea empezaba a tomar forma en su cabeza.
– ¿Qué tal una madrina? Yo me ofrezco -declaró Anne, con toda lealtad-. Sucede que sé cómo cargar una pistola. Y Jane también se ofrecerá para ser madrina, ¿verdad, Jane?
Jane lanzó un improperio.
– Esto es una locura. Simplemente, no puedes hacerlo, Sophy.
– ¿Por qué no?
– En primer lugar, porque tienes que lograr que Featherstone acepte el duelo. Y lo más probable es que no lo haga.
– No estoy tan segura de que se niegue -murmuró Sophy-. Esa mujer es de lo más inusual y muy aventurera. Todas hemos coincidido en ese punto. No llegó adonde está hoy por ser una cobarde.
– Pero ¿por qué habría de arriesgar su vida en un duelo?-preguntó Jane.
– Si es una mujer honorable, lo hará.
– Pero ése es precisamente el punto, Sophy. Esa mujer no tiene ningún honor -exclamó Jane-. Es una mujer de la vida, una cortesana, una prostituta profesional.
– Eso no implica que no tenga honor-dijo Sophy-. Algo que escribió en sus Memoirs me ha llevado a la conclusión de que esa mujer tiene un código y que se rige por él.
– La gente honorable no envía cartas de chantaje -comentó Jane.
– Tal vez. -Se quedó callada por un momento-. Quizá lo hagan, bajo determinadas circunstancias. Sin duda, FeatherStone siente que los hombres que alguna vez la usaron le deben una pensión para su vejez. Simplemente, ella trata de recaudarla.
– Y según los rumores, está cumpliendo su palabra de no mencionar a aquellos que pagaron el chantaje -dijo Anne-. Sin duda eso implica cierta clase de comportamiento honorable.
– No me digas que de verdad estás defendiéndola. -Jane parecía atónita.
– No me interesa cuánto te paguen los demás, pero ciertamente no permitiré que las cartas de amor que Julián le escribió aparezcan en público -dijo Sophy categóricamente.
– Entonces envíale tas doscientas libras -imploró Jane-. Si es tan honorable, no publicará las cartas.
– Eso no sería correcto. Es deshonesto y cobarde pagar a un chantajista -dijo Sophy-. Así que, como verás, no me queda Otra alternativa más que retarla a duelo. Es exactamente lo que un hombre haría en una circunstancia similar.
– Dios querido -murmuró Jane, desolada-. Tu lógica me sobrepasa. No puedo creer que esto esté sucediendo.
– ¿Ambas me ayudaréis? -Sophy miró a sus amigas.
– Puedes contar conmigo-dijo Anne-. Y con Jane también. Es sólo que ella necesita cierto tiempo para adaptarse a la situación.
– Dios querido -repitió Jane.
– Muy bien -dijo Sophy-, lo primero es averiguar si Featherstone aceptará batirse conmigo en el campo de honor. Hoy mismo le enviaré el mensaje.
– Como tu madrina, me encargaré de que lo reciba.
Jane la contempló, azorada.
– ¿Estás loca? No puedes retar a duelo a una mujer como Featherstone. Podrían verte. Te arruinaría rotundamente frente a la sociedad. Te verías obligada a regresar al campo de tu padre. ¿Eso quieres?
Anne se puso pálida y, por un instante, el pánico asomó a sus ojos.
– No, indudablemente no quiero eso.
Sophy estaba alarmada por la violenta reacción de su amiga ante la perspectiva de tener que volver al campo. Frunció el entrecejo, preocupada.
– Anne, no quiero que te arriesgues innecesariamente por mi culpa.
Anne meneó la cabeza e, inmediatamente, sus mejillas recobraron el color de siempre y sus ojos, el brillo habitual.
– No hay cuidado- Enviaré a un muchacho por tu nota para Featherstone y le pediré que me la traiga directamente a mí. Después, yo iré disfrazada a casa de Featherstone y esperaré la respuesta. No te preocupes, nadie me reconocerá. Cuando me disfrazo, realmente parezco un muchacho joven. Ya lo he intentado antes y me divertí mucho.
– Sí -dijo Sophy, pensándolo-. Eso dará resultado.
La ansiosa mirada de Jane se movía desde Anne hacia Sophy y luego a la inversa.
.-Esto es una locura.
– Es mi única opción honorable -dijo Sophy con toda sobriedad-. Debemos tener esperanza en que Featherstone acepte el desafío.
– Yo, por mi parte, rezaré para que lo rechace -dijo Jane.
Cuando Sophy regresó a su casa media hora después, se enteró de que su esposo deseaba verla en la biblioteca. Su primer instinto fue el de mandarle a avisar que no iría porque se sentía indispuesta. Sabía que no podía enfrentarse a su esposo con cierto grado de cordura. La carra de desafío hacia Charlotte Featherstone quedaba por redactarse.
Pero esquivar a Julián habría sido una cobardía y ese día, menos que ningún Otro, ella no deseaba ser una cobarde. Tenía que practicar para lo que la aguardaba.
– Gracias, Guppy -le dijo al mayordomo-. Iré a verlo de inmediato. -Giró sobre los tacones de sus botas y salió con paso decidido rumbo a la biblioteca.
Julián levantó la cabeza de su libro de contabilidad cuando la sintió entrar. Se puso de pie gentilmente.
– Buenos días, Sophy. Veo que has estado cabalgando.
– Sí, milord. Era una bonita mañana para hacerlo. -Su mirada se posó directamente en las pistolas de duelo que estaban montadas en su estuche correspondiente, sobre una de las paredes detrás de Julián. Se trataba de armas letales, de caño largo y cargador pesado, creadas por Mantón, uno de los fabricantes de armamento más famosos de Londres.
Julián sonrió a Sophy.
– Si me hubieras informado que tenías deseos de ir a cabalgar hoy, me habría sentido muy feliz de acompañarte.
– Fui a pasear con algunas amigas.
– Ya veo. -Arqueó vagamente las cejas, como siempre lo hacía cada vez que estaba un tanto molesto-. ¿Debo entender con eso que no me consideras tu amigo?
Sophy lo miró y se preguntó si alguna vez una persona arriesgaría su propia vida sólo por un simple amigo.
– No, milord. Tú no eres mí amigo. Eres mi esposo.
Julián apretó los labios.
– Quiero ser ambas cosas, Sophy.
– ¿De verdad, milord?
Julián se sentó y lentamente cerró el libro.
– Parece que no crees que esa condición sea muy posible.
– ¿Lo es, milord?
– Creo que podríamos lograrlo si ambos nos esforzamos por ello. La próxima vez que desees cabalgar por la mañana, debes permitirme ir contigo, Sophy.
– Gracias, milord. Lo tendré en cuenta. Pero realmente, no quería robarte tiempo de tu trabajo.
– No me importaría si es para distraerme un poco. -Le sonrió-. Siempre es una inversión de tiempo si lo usamos bien, como por ejemplo, para hablar de técnicas de manejo agropecuario.
– Me remo que ya hemos agotado el tema de cría de ganado lanar, milord. Ahora, si me disculpas, debo retirarme.
Incapaz de soportar durante un momento más ese enfrentamiento con Julián, Sophy dio media vuelta y salió rápidamente de la biblioteca. Se levantó las faldas y enaguas para subir las escaleras a toda velocidad. Una vez arriba, corrió por el pasillo hasta llegar a la privacidad de su alcoba.
Estaba caminando de aquí para allá, redactando mentalmente la carta para Featherstone cuando Mary golpeó a la puerta.
– Adelante -dijo Sophy e hizo una mueca cuando su dama de compañía entró en el cuarto con su gorro de montar verde en la mano-. Oh, Dios, ¿se me cayó en el pasillo, Mary?
– Lord Ravenwood dijo a uno de los criados que lo había perdido hace pocos minutos en su biblioteca, señora. Hizo que se lo trajeran para que no se preocupara por averiguar dónde estaba.
– Ya veo. Gracias. Bien, Mary, necesito estar sola. Tengo que ponerme al día con mi correspondencia.
– Por supuesto, señora. Le diré a todo el personal que la señora no desea que la molesten por un rato.
– Gracias -repitió Sophy y se desplomó sobre la silla de su escritorio para escribir la carta para Featherstone. Lo intentó varias veces, pero al final, se sintió satisfecha con el resultado:
«Estimada Señorita C.F.:
He recibido su escandalosa carta referente a nuestro amigo en común, esta mañana. En ella usted amenaza con publicar ciertas cartas indiscretas a menos que yo me someta a su chantaje. No haré semejante cosa.
Debo permitirme informarle que me ha insultado gravemente, por lo que exijo una compensación. Propongo por este medio arreglar esta disputa mañana al amanecer. Por supuesto que tiene libertad de escoger las armas, pero yo propongo pistolas porque puedo conseguirlas.
Sí su honor la preocupa tanto como la pensión para su vejez, entonces me responderá sin dilaciones y en forma afirmativa.
Sin otro particular, saluda a usted muy atentamente,
S.»
Sophy cerró la carta muy cuidadosamente y la selló. Las lágrimas ardían en sus ojos. No podía sacarse de la cabeza esas cartas de amor escritas a una cortesana. Cartas de amor. Sophy sabía que habría estado dispuesta a vender su alma con tal de obtener una muestra similar de afecto por parte de Julián.
Y ese hombre había tenido el coraje de decir que aspiraba a sentimientos de amistad por parte de ella, además de los privilegios conyugales de los que gozaba.
Sophy pensó que era una ironía el hecho de que al día siguiente pudiera perder la vida por un hombre que no la amaba o que era incapaz de hacerlo.
La respuesta de Charlotte Featherstone al desafío de Sophy llegó esa misma tarde. La trajo un muchachito harapiento, con la cara sucia y cabellos rojizos, que rué directamente a la cocina de los Ravenwood. La nota fue breve y concisa. Sophy contuvo la respiración cuando se sentó a leerla:
«Señora:
Acepto que sea mañana al amanecer, así como también acepto las pistolas. Sugiero Leighton Field, que queda muy cerca de Londres, dado que a esa hora lo más probable es que esté desierto.
Hasta el amanecer. La saluda, atentamente,
C.f.»
Las emociones de Sophy eran caóticas a la hora de retirarse a su cuarto- Sabía perfectamente que Julián estaba irritado por el silencio que ella había guardado durante la cena, pero realmente, le había resultado imposible mantener una conversación inusual. Y cuando Julián se retiró a la biblioteca, ella aprovechó para subir directamente a su cuarto.
Una vez en el interior del santuario de su alcoba, leyó y releyó la aterradora y breve nota de Featherstone, preguntándose qué había hecho. Pero sabía que no había modo de echarse atrás ahora. Al día siguiente, su vida quedaría en manos del destino. Sophy cumplió con el ritual de prepararse para ir a acostarse, aunque sabía perfectamente que no podría dormir. Después de que Mary le diera las buenas noches, Sophy se quedó con la mirada clavada en la ventana, preguntándose si horas después, Julián no tendría que hacer los arreglos necesarios para su funeral.
Tal vez sólo resultase herida, se dijo, mientras su imaginación se abigarraba con toda clase de escenas fatales. Tal vez, su muerte llegaría luego de una larga fiebre, producto de su herida de bala.
O quizá fuera Charlotte Featherstone la que muriese. La idea de tener que matar a otro ser humano le produjo náuseas. Tragó saliva, dudando de poder controlarse hasta el momento en que su honor quedara satisfecho. No se atrevió a prepararse ningún tónico por temor a que le condicionara los reflejos para el día siguiente.
Luego trató de consolarse con la idea de que, con suerte, sólo resultarían heridas, ella o Charlotte. O tal vez, tanto ella como su oponente errarían el blanco y nadie resultaría herido.
Por supuesto que ése sería un final feliz para toda esa situación. Pero con cierta desazón, Sophy concluyó en que era muy improbable que las cosas terminaran tan felizmente. Últimamente, su vida no había sido tan feliz.
Tenía tanto miedo que sentía escalofríos. «¿Cómo hacen los hombres para sobrevivir a esta ansiedad que provoca el peligro de muerte?», pensó, mientras seguía caminando de aquí para allá. Ellos debían enfrentarse a ese riesgo no sólo en la víspera de un duelo sino en el campo de batalla y también en alta mar. Sophy se estremeció.
Sintió curiosidad por saber sí Julián alguna vez habría experimentado esa dolorosa espera y recordó la historia que le habían contado, sobre aquella vez que había tenido que batirse a duelo para salvar el honor de Elizabeth. Y ciertamente debieron de haber existido momentos similares, cuando se vio obligado a soportar las largas horas antes de la batalla. Pero tal vez, el hecho de ser hombre le confería un temple imputable ante ese temor inminente. O quizás, habría aprendido a controlarlo.
Por primera vez, Sophy decidió que el código de honor masculino era algo muy arduo, rígido y exigente. Pero al regirse por ese código aseguraba a los hombres el respeto de sus pares y por lo menos, una vez que todo eso llegara a su fin, Julián estaría obligado a respetar a su esposa, al menos en cierto aspecto.
¿Sería así? ¿Respetaría un hombre a una mujer que se había valido de su propio código de honor, o simplemente calificaría la idea de ridícula?
Ante tal conjetura, Sophy apartó la vista de la ventana. Sus ojos acudieron directamente al pequeño joyerito que estaba sobre su tocador y recordó la sortija negra que éste contenía.
Un temblor de arrepentimiento se apoderó de ella. Si moría al día siguiente, ya no quedaría nadie que vengara a Amelia. «¿Y qué era más importante?», se preguntó. «¿Vengar a Amelia o impedir que se publicaran las cartas de amor de Julián?"
Realmente, no había opción. Sophy se dio cuenta de que sus sentimientos por Julián eran mucho más fuertes que su antiguo deseo por hallar al seductor de su hermana.
¿Acaso su amor por Julián estaba haciéndola perder el honor por la memoria de su hermana?
De pronto todo se complicó terriblemente. Por un instante, la enormidad de la crisis la devastó. Sintió la necesidad de salir corriendo y esconderse hasta que su vida se arreglase. Estaba tan envuelta en sus pensamientos que no escuchó que la puerta que comunicaba con el cuarto de Julián se abría.
– ¿Sophy?
– Julián. -Se dio vuelta-. No te esperaba, milord.
– Nunca me esperas. -Se metió lentamente en la habitación, con ojos alertas- ¿Sucede algo malo, querida? Parecías perturbada en la cena.
– Yo… no me sentía muy bien.
– ¿Dolor de cabeza? -preguntó Julián secamente.
– No, tengo bien la cabeza, gracias. -Habló automáticamente y luego se dio cuenta de que se había apresurado a responder. Tenía que haber aprovechado esa excusa. Frunció el entrecejo, ante su incapacidad de encontrar otra excusa sustituía-. Tal vez el estómago…
Julián sonrió.
– No te molestes en inventar ninguna enfermedad oportuna en este breve tiempo. Ambos sabemos que no eres muy buena para esas cosas. -Caminó hacia ella para pararse frente a frente-. ¿Por qué no me dices la verdad? Estás enojada conmigo, ¿no?
Sophy alzó los ojos hacia los de él. Por su mente pasó un caleidoscopio de emociones, mientras trataba de acertar cómo se sentía hacia él esa noche. Ira, amor, resentimiento,, pasión y por sobre todas las cosas, un miedo terrible de que tal vez no volvería a verlo más, de que nunca más volvería a descansar entre sus brazos, como aquella primera noche de intimidad que habían compartido.
– Sí, Julián, estoy enojada contigo.
Julián asintió, como si la comprendiera completamente.
– Fue por esa escena en la ópera, ¿no? No te gustó que te prohibiera leer las Memoirs.
Sophy se encogió de hombros y jugueteó con la tapa de su pequeño joyero.
– Hicimos un pacto en cuanto a mis hábitos de lectura, milord.
Los ojos de Julián se posaron primero en la cajita que Sophy tenía bajo la mano y luego en el rostro de la joven, que no lo miraba directamente.
– Parece que estoy destinado a decepcionarte como marido, Sophy, tanto en la cama como fuera de ella.
Sophy levantó la cabeza de inmediato y abrió los ojos desmesuradamente.
– Oh, no, milord. Jamás fue mi intención insinuar que eres una… decepción en la cama. Es decir, lo que pasó la otra noche fue bastante -carraspeó-… bastante tolerable y hasta agradable en ciertos momentos. No me gustaría que pensaras lo contrario.
Julián le tomó el mentón y le sostuvo la mirada.
– Me gustaría que te resulte más que tolerable en la cama, Sophy.
Y de pronto, Sophy se dio cuenta de que Julián quería hacerle el amor otra vez. Ése era el verdadero propósito de su visita al cuarto de ella. El corazón se le detuvo. Tendría una oportunidad más de tenerlo entre sus brazos y gozar de aquella dichosa intimidad.
– ¡Oh, Julian! -Sophy se tragó un sollozo cuando él la estrechó entre sus brazos-. Nada me agradaría más que te quedases un rato conmigo esta noche.
Julián la rodeó inmediatamente con sus brazos, pero hubo cierto toque de diversión y sorpresa en su voz cuando le murmuró al oído:
– Sí ésta es la bienvenida que obtengo cada vez que te enojas conmigo, entonces me esforzaré para que te enfades mucho más seguido.
– No bromees esta noche, Julián. Sólo abrázame fuerte como lo hiciste la otra vez -murmuró ella contra su pecho.
– Esta noche, tus deseos son órdenes para mí, pequeña.-Le deslizó la bata por los hombros y le besó el cuello-. En esta oportunidad, me esmeraré para no decepcionarte.
Sophy cerró los ojos mientras, lentamente, Julián la desvestía. Estaba determinada a disfrutar de cada instante de lo que bien podría ser la última noche juntos. Ni siquiera le importaba que el verdadero acto de amor en sí no fuera placentero. Lo que buscaba era esa única sensación de proximidad que ello implicaba. Esa cercanía sería todo lo que podría lograr de Julián.-Sophy, eres tan bella y tan suave al tacto -susurró
Julián cuando la última prenda de la joven cayó alrededor de sus pies. Sus ojos devoraron ávidamente el cuerpo desnudo de Sophy y luego sus manos lo recorrieron.
Sophy tembló y arqueó el cuerpo contra él cuando Julián le tomó los senos en sus manos. Deslizó los pulgares sobre sus senos, incitándola a una respuesta y cuando lo logró, exhaló un suspiro de satisfacción.
Deslizó las manos sobre las caderas de la muchacha y luego asió sus firmes nalgas.
Sophy le apretó los hombros con los dedos, aferrándose a él.
– Tócame, cariño -la urgió él, con voz ronca-. Desliza las manos por el interior de mi bata y tócame.
Sophy no pudo resistirse. Pasó las palmas de las manos por debajo de las solapas de seda de la bata y apoyó los dedos extendidos sobre su pecho.
– Eres tan fuerte -murmuró, maravillada.
– Tú me haces sentir fuerte -dijo Julián-. Y también tienes la facultad de hacerme sentir muy débil.
Julián te rodeó la cintura con el brazo y la levantó en el aire, de modo que ella lo mirase desde arriba. Ella se tomó de los hombros de él, convencida de que se ahogaría en las profundidades de esmeralda de sus ojos.
La bata de Julián se abrió cuando bajó a Sophy, siempre contra su cuerpo, hasta que nuevamente ella apoyó los pies en el piso. Ese contacto íntimo la excitó. Cerró los ojos cuando él volvió a levantarla en sus brazos.
La llevó a la cama y la colocó en el centro. Luego se acostó a su lado, entrelazándole las piernas con las suyas. La masajeó lentamente, cerrando las manos en cada curva, investigando cada hoyo con los dedos. Y le hablaba… Eran palabras sensuales, persuasivas, que la hacían arder en deseo. Sophy creyó en cada promesa, obedeció cada una de las tiernas órdenes y se excitó con las descripciones de lo que Julián pretendía hacerle esa noche.
– Temblarás en mis brazos, querida. Haré que me desees tanto que me implorarás que te posea. Me hablarás de tu placer y entonces el mío será completo. Quiero hacerte reliz esta noche.
Se colocó sobre ella, descendiendo su boca sobre la de la joven, exigente. Sophy reaccionó ferozmente, ansiosa por reclamar de él tanto como pudiera. «Quizá no haya otra posibilidad», se recordó. Para cuando saliera el sol, probablemente estaría muerta sobre el pasto, en Leighton Field. Sophy tocó la lengua de Julián con la de ella. Él representaba la vida y ella instintivamente se aferraba a esa vida.
Cuando Julián le pasó la mano entre los muslos, Sophy gimió y levantó las caderas como buscando sus dedos.
El acalorado placer ante la respuesta de Sophy fue evidente en Julián, aunque también era obvio que en esa oportunidad se controlaría.
– Despacio, pequeña. Entrégate a mí. Ponte a mi merced. Abre un poco más las piernas, querida. Así, de ese modo quiero que me recibas. Dulce, húmeda y dispuesta. Confía en mí, cariño. Esta vez será bueno.
Las palabras parecían flotar alrededor de Sophy, envolviéndola en una marea de excitación y necesidad que desconocía límites. Julián la persuadía para que siguiera adelante, conduciéndola a un gran desconocido que cada vez ganaba más magnitud en el sensual horizonte de Sophy.
Cuando Julián le tocó los erectos pezones con la punta de la lengua, Sophy creyó que se quebraría en cien pedazos. Pero cuando él descendió y ella sintió primero sus dedos y luego su boca sobre el exquisito triángulo que ocultaba entre las piernas, pensó que se partiría en un millón de pedazos.
Se aferró a la cabeza de Julián.
– Julián, no, espera. No deberías…
Sophy hundió los dedos en la oscura cabellera de su esposo y volvió a gemir. Julián tomó sus caderas entre sus manos enormes, ignorando los intentos de Sophy por sacarlo de allí.
– Julián, no. No quiero… Oh, sí, por favor, sí.
Una convulsiva sensación de alivio, que la hizo estremecer por completo, se apoderó de ella. En ese momento se olvidó de todo: del duelo, de sus temores ocultos, de la extrañeza de hacer el amor de ese modo…, de todo excepto del hombre que estaba tocándola tan íntimamente.
– Sí, cariño -declaró Julián satisfecho mientras la cubría rápidamente con su cuerpo. Sus manazas desaparecieron en la cabellera de Sophy mientras introducía profundamente la lengua en la boca de ella.
Sophy todavía estaba temblando por las secuelas de su propia experiencia cuando Julián penetró en su acalorada estrechez, para gozar su clímax.
Increíblemente, el cuerpo de Sophy se convulsionó suavemente alrededor de él, inmerso en ese éxtasis desconocido. Sophy pronunció las palabras que guardaba en su corazón:
– Te amo, Julián. Te amo.