Esa misma noche, más tarde, Sophy caminó de aquí para allá en su cuarto. Los hechos de la velada no dejaban de darle vueltas en la cabeza. ¡Habían sido tan excitantes y maravillosamente diferentes a los vividos cinco años atrás, en su única incursión en la sociedad!
Tenía plena conciencia de que su carácter de esposa de Ravenwood había tenido mucho que ver con todas las atenciones recibidas, pero, para ser honesta, sentía que había logrado arreglárselas muy bien por sí sola, con los distintos temas de conversación propuestos. Para empezar, a los veintitrés años de edad tenía mucha más confianza en sí misma que a los dieciocho.
Además, no se había sentido en exhibición, para ser entregada en matrimonio al mejor postor, como le había pasado entonces.
Esta noche ella se había podido relajar y disfrutar de la fiesta. Todo había salido a pedir de boca hasta que Julián llegó. En un principio, se alegró de verlo, de que él pudiera comprobar por sus propios medios que ella era capaz de manejarse muy bien en ese mundo. Pero después de bailar la primera pieza con él, se le ocurrió que Julián no había ido a la fiesta de los Yelverton sólo para admirar su nueva habilidad para manejarse en sociedad. El motivo de su presencia allí había sido su preocupación porque uno de los depredadores de la alta sociedad tratara de arrebatársela.
Fue deprimente llegar a la conclusión de que sólo la natural posesión de Julián lo había mantenido al lado de su esposa esa noche.
Hacía sólo una hora que habían vuelto a la casa y Sophy subió a su cuarto de inmediato, a prepararse para irse a dormir.
Julián no trató de detenerla. Le dio las buenas noches de un modo muy formal y se escurrió en su biblioteca. Pocos minutos después, Sophy escuchó sus pasos sordos sobre la alfombra que tapizaba el pasillo en el que estaba su habitación.
El esplendor que había caracterizado su primer acto social importante estaba marchitándose rápidamente y todo por culpa de Julián. Sentía que había hecho todo lo posible por empañar el placer que ella había experimentado.
Sophy giró en un extremo de su habitación y siguió avanzando hacia el tocador. Advirtió el pequeño joyero que iluminaba la vela del candelabro y sintió cierta culpa. Era innegable que, por toda su excitación de la primera semana como condesa de Ravenwood, Sophy había dejado de lado, por el momento, su objetivo de vengar a Amelia. Salvar su matrimonio se había convertido en el asunto más importante de su vida.
Sophy se dijo que no era porque hubiese olvidado su juramento de encontrar al seductor de Amelia, sino que se trataba de que otras cosas habían sido prioritarias, Pero no bien estabilizara su relación con Julián, regresaría a su proyecto de encontrar al responsable por la muerte de Amelia.
– No te he olvidado, hermana querida -susurró Sophy.
Estaba levantando la tapa de su joyero cuando escuchó que la puerta se abría a sus espaldas. Se dio la vuelta conteniendo la respiración y encontró a Julián, parado en la puerta que comunicaba ambos cuartos. Llevaba su bata de dormir, sin ninguna otra prenda. El joyero se cerró haciendo bastante ruido.
Julián miró la cajita y luego a Sophy. Sonrió.
– No tienes que decir ni una palabra, querida. Ya me había dado cuenta antes. Discúlpame por haber olvidado que debía darte ciertas joyas para que luzcas como es debido aquí en la ciudad.
– Yo no iba a pedirle ninguna joya, milord -dijo Sophy, molesta. Honestamente, ese hombre tenía un arte especial para imaginar conceptos irritantes-. ¿Deseaba algo?
Julián dudó un momento, pero se quedó donde estaba, sin denotar intención alguna de querer entrar.
– Sí, creo que sí -dijo finalmente-. Sophy, he estado pensando bastante en estos puntos que no han quedado muy claros entre nosotros.
– ¿Puntos, milord?
Julián entrecerró los ojos.
– ¿Preferirías que fuera más directo? Muy bien, he considerado mucho la idea de consumar nuestro matrimonio.
De pronto, Sophy experimentó la misma sensación con su estómago que había vivido un día, años atrás, cuando cayó de un árbol a una corriente de agua.
– Ya veo. ¿Fue esa conversación sobre la cría de ganado lanar la que lo inspiró?
Julián avanzó hacia ella, con las manos en los bolsillos de su bata de dormir.
– Esto nada tiene que ver con las ovejas. Esta noche, por primera vez, me he dado cuenta de que tu falta de experiencia en el lecho conyugal te pone en grave peligro.
Sophy parpadeó asombrada.
– ¿Peligro, milord?
Julián asintió con sobriedad. Tomó un pequeño cisne de cristal que adornaba el tocador de su esposa y jugó con él en la mano, distraídamente.
– Eres demasiado inocente e inexperta, Sophy. No posees la clase de conocimiento mundano que una mujer debe tener para entender las insinuaciones con doble sentido que ciertos hombres emplean en sus conversaciones. Es demasiado probable que alientes a esos hombres sin saberlo, simplemente porque no comprendes del todo bien sus verdaderas intenciones.
– Creo que empiezo a entender su razonamiento, milord-dijo Sophy-. ¿Quiere decir que el hecho de que aún no sea una esposa como corresponde en todo el sentido de la palabra puede ser una desventaja social para mí?
– Es un modo de expresarlo.
– Qué concepto horroroso. Es como tomar lo propio con la mano ajena, creo.
– Te aseguro que es algo más serio que eso, Sophy. Si fueras soltera, tu falta de conocimiento sobre ciertos aspectos sería una especie de garantía. Todo hombre que tratase de seducirte, sabría también que todos esperarían que se casara contigo. Pero como mujer casada, no gozas de tal protección. Y si cierta clase de hombres sospecharan que aún no has compartido el lecho con tu marido, no descansarían hasta conseguirte. Te verían como una conquista divertida.
– En otras palabras, ¿esta clase hipotética de hombre me consideraría un premio deseable realmente?
– Precisamente. -Julián apoyó su cisne de cristal y sonrió con aprobación a Sophy-. Me alegra que captes la situación.
– Oh, claro que sí -dijo ella, tratando de serenar su estupor-. Me está diciendo que finalmente ha decidido reclamar sus derechos maritales.
Julián se encogió de hombros con aparente ecuanimidad.
– Me parece que sería lo mejor para ti. Por tu bien, he decidido que nuestro matrimonio sea tan normal como los demás.
Sophy apretó el respaldo de la silla del tocador con sus dedos.
– Julián, yo le he dicho claramente que deseo ser una esposa completa para usted, pero permítame pedirle un favor antes que proceda esta noche.
Los ojos de esmeralda de Julián resplandecieron, traicionando su aparente calma.
– ¿Cuál sería ese favor, querida?
– Que deje explicar su lógica por hacer lo que quiere. El hecho de que me persuada de que todo esto es por mi bien está surtiendo el mismo efecto en mí que tuvo en usted el té de hierbas que le di en Eslington Park.
Julián se quedó mirándola por un momento, sin articular palabra. Después la asustó con una estruendosa carcajada.
– ¿Estás en peligro de quedarte dormida? -se movió con una rapidez que la espantó. La levantó en sus brazos y empezó a caminar hacia la ancha cama-. Señora, no puedo aceptar semejante cosa. Juro que haré todo lo que esté a mi alcance para obtener su más entera atención en este aspecto.
Sophy le sonrió trémulamente, mientras se aferraba de sus anchos hombros. Una gloriosa excitación recorría todo su cuerpo.
– Créame, milord, que tendrá toda mi atención ahora.
– Es como debe ser, porque yo estoy completamente concentrado.
Tiernamente, Julián la tendió sobre la cama, mientras le quitaba la bata. Su sonrisa sensual translucía una viril expectativa.
Cuando se quitó su bata, revelando su figura delgada y robusta a la luz de las velas, Sophy ya no tuvo dudas de que estaba haciendo eso motivado por un auténtico deseo y no sólo por el bien de ella. Estaba completamente excitado, erecto, con una profunda necesidad. Ella lo miró durante largos minutos, un tanto avergonzada e insegura, aunque su cuerpo empezaba a responder.
– ¿Te asusto, Sophy? -Julián se metió en la cama, a su lado y la tomó entre sus brazos. Sus manazas recorrieron las caderas de la joven, delineando sus formas por encima de! fino género de su camisón.
– Por supuesto que no me asusta. Ya le he dicho varías veces que no soy una adolescente bobalicona recién salida de la escuela. -Se estremeció casi imperceptiblemente cuando Julián le entibió la cadera con la palma de su mano.
– Ah, sí. Siempre me olvido que mi esposa, una muchacha de campo, es muy versada en materia de cría y reproducción.
– Le besó la garganta y volvió a sonreír al ver que ella se estremecía otra vez-, Veo que no tengo razones para preocuparme por la posibilidad de ofender accidentalmente tus delicadas sensibilidades.
– Creo que me está tomando el pelo, Julián.
– Yo creo que tienes razón. Pero… ¿por qué no dejas ya la formalidad del usted? Dadas las circunstancias… -La tendió de espaldas. Buscó las cintas delanteras de su camisón para desatarlas deliberadamente. No abandonó su rostro con la mirada en ningún momento, pues deseaba ver su expresión cuando liberó los senos a sus caricias.
– Qué tierna y femenina eres, pequeña.
Sophy estaba asombrada por la intensa mirada de Julián. Fascinada, observó cómo el sensual brillo de sus ojos se convertía en un sombrío deseo. Extendió la mano para tocarle la mejilla y se sorprendió de la reacción de él, ante la suave caricia.
Julián gimió y bajó la cabeza, hasta que su boca tocó la de ella. El beso fue caliente, hambriento y exigente, revelando completamente la profundidad de la excitación de Julián. Tomó el labio inferior de la muchacha entre los dientes y lo mordió suavemente. Cuando ella gimió, él deslizó la lengua en el interior de su boca mientras que, simultáneamente, acariciaba uno de los rosados pezones con el dedo pulgar.
Sophy reaccionó intensamente al contacto. Presionó su mano contra la de Julián que le acariciaba el seno. Sentía que su cuerpo latía y que rápidamente iba perdiendo el control de sí.
Una voz distante le envió una advertencia, pero ella la ignoró, asegurándose que esta vez todo estaba bien. Tal vez Julián no estuviera enamorado de ella, pero era su esposo. Había jurado cuidarla y protegerla y ella confiaba en que él cumpliría con su parte del trato. A cambio, ella sería una esposa como Dios mandaba, una buena esposa.
No era culpa de Julián que ella estuviera enamorada de él, así como tampoco lo era que el riesgo que Sophy asumía esa noche era mucho mayor que el de él.
– Sophy, Sophy, suéltate. Entrégate a mí. Eres tan dulce. Tan suave. -Julián interrumpió el beso apasionado y le quitó el camisón. Lo arrojó sobre el piso, sin cuidado alguno, con los ojos recorriendo la figura de su esposa, sumida en sombras. Le puso la mano sobre la pantorrilla desnuda y ascendió lentamente hacia la cadera. Al advertir su temblor, Julián se le acercó para besarla, aquietándola.
Pero su intención tranquilizadora rápidamente se convirtió en deseo exigente cuando Sophy entrelazó los dedos en el cabello de Julián para atraerlo hacia sí con todas sus fuerzas. La joven no dejaba de mover las piernas hasta que él apresó una de ellas con la suya. Y el resultado fue que Sophy se abrió más aun a sus caricias de modo que Julián, inmediatamente, empezó a explorar la cara interna de sus muslos.
Sophy giraba la cabeza de un lado a otro sobre la almohada. Escuchaba sus propios gemidos de placer y sentía que su esposo dibujaba pequeños círculos sobre su piel. Sus manos tan grandes le producían un gran placer corporal. Se sentía a salvo, mimada.
– Julián, Julián. Me siento tan extraña.
– Lo sé, cariño. Tu cuerpo no lo disimula. Me alegro. Quiero que te sientas así. -Se apretó contra ella para hacerle notar la figura de su virilidad contra la cadera.
Sophy se estremeció ante tanta potencia, pero cuando Julián le tomó los dedos y los guió hasta su erecto pene para que lo acariciara, ella no se resistió. Al principio, lo tocó vacilante, tratando de familiarizarse con su forma y tamaño.
– ¿Ves cuánto te deseo, Sophy? -La voz de Julián se oyó ronca-. Pero juro que no te tomaré hasta que tú me desees con la misma intensidad.
– ¿Y cómo sabrá… sabrás cuando llegue el momento?-preguntó ella, con los ojos entrecerrados.
Julián le sonrió y, deliberadamente, cerró la palma de la mano sobre el suave montículo que se elevaba entre las piernas de la muchacha.
– Me lo dirás a tu manera.
Sophy sintió una creciente calidez entre sus piernas y se movió impaciente una vez más, buscando un contacto más íntimo aún.
– Creo que el momento está aquí -susurró.
Lentamente, Julián deslizó uno de sus dedos en su interior. Abruptamente, Sophy se puso tensa, pero de inmediato notó que se humedecía.
– Pronto -prometió Julián con gran satisfacción. Sus labios recorrieron los senos de Sophy-. Muy pronto. -Volvió a insertar el dedo allí, pero sólo retiró parte de él.
Un tanto insegura, Sophy se movió contra el dedo inquisitivo y su cuerpo se tensó a su alrededor, como si de ese modo hubiera podido introducirlo dentro de ella una vez más.
Julián esgrimió un sonido de excitación y deseo.-Eres tan prieta y cálida -murmuró, con la boca contra la de ella-. Y tú me deseas. De verdad me deseas, ¿no es cierto, cariño? -Deslizó la lengua entre los labios de la joven, imitando los provocativos movimientos de su mano.
Sophy gimió y se aferró de sus hombros, atrayéndolo con fuerza hacia sí. Julián, con el pulgar, comenzó a explorar la exquisitamente sensible área oculta en el oscuro nido rizado y ella, inconscientemente, clavó las uñas en su espalda.
– Julián.
– Sí. Oh, Dios, sí.
Julián se subió sobre ella, colocando uno de sus musculosos muslos entre las piernas de Sophy, para hacerse un lugar.
Sophy abrió los ojos y sintió que él descendía, siempre sobre ella, le resultó pesado, devastadoramente más pesado que ella.
Se sintió deliciosamente aplastada y cuando lo miró a los ojos, experimentó un escozor que jamás había vivido en toda su vida.
– Levanta las rodillas, cariño -la urgió-. Eso es, querida. Ábrete a mí. Dime que me deseas.
– Te deseo, Julián. Oh, Julián, te deseo tanto. – Se sentía abierta y vulnerable, pero curiosamente a salvo. Ese hombre era su esposo y nunca le haría daño. Julián empezó a pujar contra su feminidad, humedeciéndose con la líquida miel que emanaba de ella. Instintivamente, Sophy bajó las piernas y se puso tiesa.
– No, querida. Será más fácil así. Debes tener fe en mí ahora. Juro que penetraré en tí muy lentamente. Llegaré tan lejos y tan rápido como tú quieras que lo haga. Puedes detenerme en cualquier momento.
Sophy sintió la tensión que había en Julián y sus manos resbalaron en el sudor de su espalda. Estaba mintiéndole, pensó ella, feliz. Eso o desesperadamente trataba de autoconvencerse de que realmente tenía la fuerza de voluntad necesaria para cumplir con las necesidades de ella. De un modo u otro, la joven presentía que Julián estaba tan a punto de perder el control como ella.
La idea la hizo sentir maravillosamente traviesa, femenina y fuerte. Era maravilloso saber que era capaz de poner en semejante aprieto a su poderoso y contenido marido. Al menos en eso estaban en igualdad de condiciones.
– No te preocupes, Julián. En este momento no te detendría, como tampoco se me ocurriría detener el curso del tiempo-le prometió, sin aliento.
– Me alegra mucho escuchar eso. Mírame, Sophy. Quiero verte los ojos cuando te haga mi esposa en todo sentido de la palabra.
Sophy abrió los ojos otra vez e inspiró profundamente al ver que Julián empezaba a penetrarla. Nuevamente, le clavó las uñas en la espalda.
– Está bien, pequeña. -Una fina línea de sudor perlaba sus cejas mientras, lentamente, pujaba hacia adelante-. Al principio será un poco duro, pero pasado el primer momento, todo será perfecto, como navegar en aguas serenas.
– No me veo como un barco en el mar, Julián -logró decirle, aunque estaba maravillada por la sensación que él creaba en su interior. Le clavó aun más las uñas.
– Creo que los dos estamos en el mar -señaló él, luchando por demorar la penetración-. Abrázame, Sophy.
Sophy sabía que el débil hilo del que pendía el autocontrol de su esposo estaba rompiéndose. Aunque ella se vanaglorió de ello, Julián gimió e incursionó profundamente en ella.
– Julián. -Azorada por esa feroz invasión, Sophy gritó y empezó a empujarlo por los hombros, como si pudiera desembarazarse de él de ese modo.
– Está bien, amor. Juro que todo estará bien. No forcejees conmigo, Sophy. Pronto terminará. Trata de relajarte. -Julián colmó sus mejillas de besos, mientras se mantenía inmóvil en el estrecho canal de su esposa-. Date un poco de tiempo, cariño.
– ¿El tiempo te disminuirá el tamaño? -preguntó ella con cierra aspereza.
Julián gimió y tomó el contrariado rostro de Sophy entre sus manos. La miró con ojos radiantes.
– El tiempo ayudará para que te adaptes a mí. Aprenderás a disfrutar de esto, Sophy. Sé que lo harás. Eres tan maravillosa y tienes tanta pasión dentro de ti. No debes ser tan impaciente.
– Es fácil decirlo para usted, milord. Creo que ya has obtenido lo que querías de todo esto.
– Casi todo lo que quería -coincidió con una sonrisa-.Pero no será perfecto para mí hasta que lo sea para ti. ¿Te sientes mejor?
Sophy consideró la pregunta con cautela.
– Sí -admitió finalmente.
– Bien. -La besó y luego empezó a moverse con lentitud dentro de ella, para poder deslizarse cuidadosamente hacia adelante y hacia atrás en ese pasaje.
Sophy se mordió el labio y esperó a ver si ese movimiento empeoraba la situación. Pero no fue así. De hecho, se dio cuenta de que ya no se sentía tan incómoda. Parte de la excitación anterior volvía a ella, aunque lentamente. En forma gradual, su cuerpo fue adaptándose a la forma de Julián.
Sophy estaba llegando al punto donde honestamente podría declarar que empezaba a disfrutar de aquella extraña sensación cuando Julián empezó a moverse con una urgencia que se incrementaba.
– Julián, espera, prefiero que te muevas más lentamente-se apresuró a decir, cuando presintió que Julián se abandonaba completamente a la fuerza que lo dominaba.
– Lo lamento, Sophy. Lo intenté. Pero no puedo esperar más -esgrimió entre dientes. Soltó un grito, flexionó las caderas y penetró al máximo.
Y luego Sophy sintió la densa y caliente esencia de él derramarse en su interior. Obedeciendo a un antiguo instinto, lo rodeó con brazos y piernas y lo mantuvo muy cerca de sí. «Es mío -pensó maravillada-. En este momento y para siempre, Julián es mío.»
– Abrázame. -La voz de Julián sonó desgarradora-. Abrázame, Sophy. -Lentamente, la rigidez de Julián fue disminuyendo y se dejó caer pesadamente sobre ella, bañado en sudor.
Sophy se quedó quieta durante largo tiempo, acariciándole la espalda y mirando fijamente el dosel de la cama. No podía decir gran cosa del acto final pero sí que le habían agradado mucho las caricias previas. También te atrajo sobremanera el abrazo posterior.
Presentía que Julián no bajaría la guardia frente a ella en ninguna otra situación.
Con cierta reticencia, Julián se incorporó sobre sus codos. Sonrió satisfecho y se regocijó al verla sonreír. Se agachó y le besó la punta de la nariz.
– Me siento un semental al final de una larga carrera. Puedo haber ganado, pero estoy exhausto y débil. Debes darme unos minutos para recuperarme. La próxima vez será mejor para ti, cariño. -Le apartó el cabello de la frente con un movimiento delicado.
– Unos minutos-exclamó ella, asombrada-. Hablas como si fuéramos a hacerlo varias veces más esta misma noche.
– Prefiero creer que sí -dijo Julián, con evidente anticipación. Su palma cálida se posó posesivamente en el vientre de Sophy-. He tenido que esperarte demasiado tiempo. Señora Esposa, de modo que quiero recuperar todas las noches desperdiciadas.
Sophy sintió cierto ardor entre sus piernas y se alarmó.
– Perdóname -se apresuró a decir-. Realmente quiero ser una buena esposa para ti, pero no creo poder recuperarme con la misma rapidez que tú. ¿Te molestaría mucho no volver a hacerlo tan pronto?
Julián frunció el entrecejo, preocupado.
– ¿Sophy, te he lastimado seriamente?
– No, no. Es sólo que no quiero que lo hagamos tan pronto de nuevo. Ciertas partes fueron… fueron bastante placenteras, te lo aseguro, pero si no te molesta, milord, preferiría esperar a otra noche.
Julian hizo una mueca.
– Lo lamento, cariño. Todo ha sido culpa mía. Mi intención era la de ir mucho más despacio contigo. -Giró sobre un lado y se paró junto a la cama.
– ¿Adónde vas?
– Pronto regresaré -le prometió.
Sophy lo vio caminar entre las penumbras hacia el tocador. Tomó un recipiente y vertió en él un poco de agua que sacó de una jarra. Luego tomó una toalla y la embebió en ella. Cuando Julián regresó a la cama, Sophy se dio cuenta de sus intenciones. Se sentó rápidamente y se tapó hasta el cuello con la sábana.
– No, Julián, por favor. Puedo hacerlo sola.
– Debes permitirme, Sophy. Éste es otro de los privilegios de un esposo. -Se sentó en el borde de la cama y suavemente, pero firmemente, jaló de la sábana que Sophy no quería soltar-. Acuéstate y déjame hacerte sentir más cómoda.
– De verdad, Julián, preferiría que no…
Pero no había nada que fuera a detenerlo. La obligó a acostarse boca arriba. Sophy barbotó un insulto por lo bajo que hizo reír a Julián.
– No hay razón para que te pongas reticente ahora, cariño. Es demasiado tarde. Ya he experimentado tu dulce pasión, ¿lo recuerdas? Pocos minutos atrás, estabas húmeda, cálida y muy receptiva. Me dejaste tocarte por todas partes. -Terminó de asearla y se deshizo de la toalla manchada.
– Julián, yo… debo preguntarte algo -dijo Sophy, mientras volvía a taparse con la sábana para guardar cierta modestia.
– ¿Qué deseas preguntarme? -Se acercó lentamente a la cama y se acostó al lado de ella.
– Tú dijiste que había maneras de evitar que esto terminara en la concepción de un bebé. ¿Usaste uno de esos métodos esta noche?
Un breve pero tenso silencio se produjo en el cuarto. Julián se acomodó contra las almohadas, con los brazos cruzados por detrás de la nuca.
– No -dijo él finalmente, con toda claridad-. No.
– Oh. -Trató de ocultar la ansiedad que sentía al asimilar la información.
– Sabías cuáles eran mis pretensiones cuando consentiste en ser una esposa como Dios manda, Sophy.
– Un heredero y nada de problemas. -Tal vez, la ilusión de la intimidad compartida momentos atrás había sido sólo eso, pensó: una ilusión. Era innegable que Julián había estado muy excitado cuando vino a ella esa noche, pero Sophy haría muy bien en no olvidar que su principal objetivo era el de procurarse un heredero.
Otro silencio invadió el lecho. Luego Julián le preguntó:
– ¿Sería tan malo darme un hijo?
– ¿Qué pasaría si te diera una hija, milord? -preguntó fríamente, evitando una respuesta directa a la pregunta.
Él sonrió inesperadamente.
– Una niña sería maravillosa, especialmente si se parece a su madre.
Sophy se preguntó cómo debería tomar el elogio, pero luego decidió no indagar muy profundamente.
– Pero necesitas un varón para Ravenwood.
– Entonces tendremos que seguir buscando hasta que lo tengamos, ¿no? -preguntó Julián. Extendió el brazo para tomarla y apoyarle la cabeza contra su hombro-. Pero no creo que tengamos muchas dificultades en concebir un varón. Los Sinclair siempre han tenido varones y tú eres sana y fuerte. Pero no me has contestado a la pregunta, Sophy. ¿Sería tan malo para ti haber concebido esta misma noche?
– Es muy pronto. Hace tan poco que nos casamos -señaló ella, vacilante-. Todavía tenemos que aprender muchas cosas el uno del otro. Me parece más prudente esperar. «Hasta que aprendas a amarme", agregó en silencio.
– No veo por qué esperar. Un bebé sería bueno para tí, Sophy.
– ¿Por qué? ¿Porque me concienciaría más de mis obligaciones y responsabilidades como esposa? -retrucó ella-. Te aseguro que ya las conozco.
Julián suspiró.
– Sólo quise decir que creo que serás una buena madre y que un bebé te pondrá más contenta en tu papel de esposa.
Sophy se quejó, molesta consigo misma por haber estropeado el clima de ternura e intimidad que Julián le había ofrecido después de hacer el amor. Trató de salvar el frágil momento con una cuota de buen humor. Acostándose sobre un lado, le sonrió con picardía.
– Dime, Julián, ¿todos los maridos están tan arrogantemente seguros de lo que conviene a sus esposas?
– Sophy, me has herido. -Hizo una mueca, tratando de dar un aspecto de lastimado e inocente. Pero en sus ojos había alivio y diversión-. De verdad me crees arrogante, ¿no?
– A veces no puedo evitar llegar a esa conclusión.
La mirada de Julián se puso seria otra vez.
– Sé que debo parecerte así. Pero, a decir verdad, Sophy, quiero ser un buen esposo para ti.
– Lo sé -murmuró ella-. Es precisamente porque lo sé que estoy tan dispuesta a tolerar tus arranques de superioridad. ¿Ves qué esposa tan comprensiva tienes?
La miró con los ojos entrecerrados.
– Una esposa ejemplar.
– No lo dudes ni por un instante. Podría dar lecciones.
– Oh, una idea que haría estremecer a los otros maridos de la alta sociedad. No obstante, te invito a que tengas muy presente esa intención cuando estés ocupada preparando pócimas somníferas o leyendo a esa maldita Wollstonecraft. -Se incorporó lo suficiente como para plantar un sonoro beso en el rostro de su esposa y luego se dejó caer pesadamente sobre las blancas almohadas-. Hay algo más que debemos discutir esta noche, mi querida esposa ejemplar.
– ¿De qué se trata? -Bostezó, consciente de que estaba quedándose dormida. Era extraño tenerlo en su cama, pero se sentía cómoda y abrigada con su presencia. Se preguntó si Julián pasaría toda la noche con ella.
– Cuando te dije que quería consumar nuestro matrimonio, estabas molesta -empezó lentamente.
– Sólo porque tú insistías que era por mi bien,
Julián sonrió vagamente.
– Sí, ya veo de dónde sacas la idea de que soy arrogante y de que tengo arranques de superioridad. Pero sea como sea, definitivamente es tiempo de que sepas el verdadero riesgo que corres cuando flirteas con Waycott y sus pares.
El somnoliento buen humor de Sophy desapareció en una décima de segundo. Se incorporó sobre un codo y miró furiosa a Julián.
– Yo no estaba flirteando con el vizconde.
– Sí, Sophy, sí lo hacías. Te admito que puedes no haberte dado cuenta de que estabas haciéndolo, pero te aseguro que él estaba mirándote como si hubieras sido una tarta de fresas cubierta con crema chantilly. Y cada vez que tú sonreías, él se relamía con cada migaja de la tarta.
– ¡Julián, estás exagerando!
Julián la atrajo nuevamente hacia su hombro.
– No, Sophy, no exagero. Y Waycott no era el único que baboseaba por tí esta noche. Debes tener mucho cuidado con hombres así. Pero sobre todas las cosas, no debes alentarlos, aun inconscientemente.
– ¿Por qué temes a Waycott en particular?
– No le temo, pero entiendo que es peligroso con las mujeres y no quiero que mi esposa se exponga a ese riesgo. Te seduciría en cualquier momento si lo creyera posible.
– ¿Por qué yo? Había bastantes mujeres mucho más bellas que yo esta noche en el baile de los Yelverton.
– Si las circunstancias lo favorecen, te escogería a ti por encima de todas las demás porque eres mi esposa.
– Pero ¿por qué?
– Él hace mucho tiempo que me odia, Sophy. Nunca lo olvidé.
Y de pronto cada pieza encajó en su lugar.
– ¿Waycott fue uno de los amantes de Elizabeth? -preguntó, sin detenerse a pensarlo.
Julián apretó la mandíbula y su expresión recobró la soberbia y prohibitiva máscara que le había conferido el apodo de demonio.
– Ya te he dicho que no hablo de mi esposa con nadie. Ni siquiera contigo, Sophy.
La muchacha empezó a alejarse de su brazo.
– Discúlpame, Julián, lo olvidé.
– Ya veo. -La abrazó con más fuerza cuando sintió que ella trataba de escaparse. Ignoró sus inútiles forcejeos-. Pero como eres una esposa ejemplar, creo que no volverá a suceder; ¿no?
Sophy abandonó sus intentos. Entrecerró los ojos y lo estudió minuciosamente.
– ¿Estás bromeando otra vez, Julián?
– No, señora, le aseguro que le hablo en serio. -Pero estaba sonriéndole, con la misma satisfacción que cuando había terminado de hacerle el amor-. Gira la cabeza, cariño- Quiero ver algo. -Con el pulgar le guió el mentón hasta ubicarla en un ángulo donde pudiera examinarle los ojos a la luz de las velas.
Luego meneó la cabeza lentamente-. Lo que me temía.
– ¿Qué sucede? -preguntó ella, ansiosa.
– Solía pensar que una vez que te hiciera el amor como correspondiese, perderías parte de esa clara inocencia en tus ojos, pero me equivoqué. Tus ojos son tan claros e inocentes como lo eran antes de que hiciéramos el amor. Será muy difícil protegerte de los depredadores de la sociedad, querida mía. Veo que sólo me queda una alternativa.
– ¿Cuál es esa alternativa, milord?
– Tendré que pasar más tiempo contigo. -Bostezó con la bocota muy grande-. De ahora en adelante, tendrás que darme una lista de todos los compromisos nocturnos que tengas. Yo te acompañaré siempre que me sea posible.
– ¿De verdad, milord? ¿Te agrada la ópera?
– Odio la ópera.
Sophy sonrió.
– Es una verdadera lástima. Tu tía, su amiga Harriette y yo tenemos planeado ir al teatro King mañana por la noche. ¿Te sentirías en la obligación de acompañarnos?
– Un hombre hace lo que debe -dijo Julián noblemente.