4

Julián escuchó que se abría la puerta de la recámara. Unos murmullos de voces femeninas intercambiaban algunas palabras. La puerta volvió a cerrarse y después oyó el ruido de la vajilla del desayuno sobre una bandeja que acomodaron en una mesita cercana.

Se desperezó lentamente. Era extraño en él sentirse tan letárgico. Tenía un gusto raro en la boca, como si hubiera estado comiendo alimento para caballos. Frunció el entrecejo, tratando de recordar cuánto oporto habría bebido la noche anterior.

Abrir los ojos constituía todo un esfuerzo y cuando al final lo logró, se sintió completamente desorientado. En apariencia, las paredes de su cuarto habían cambiado de color durante la noche. Contempló el empapelado chino, tan poco familiar para él, durante un rato y lentamente fue recuperando la memoria.

Estaba en la cama de Sophy.

Suavemente, Julián se acomodó sobre las almohadas, con la esperanza de recordar todo lo demás, que sin duda sería más que satisfactorio. Pero nada acudió a su memoria, excepto un remoto y molesto dolor de cabeza. Volvió a fruncir el entrecejo y se frotó las sienes.

No era posible que hubiera olvidado el acto de hacer el amor a su flamante esposa. La anticipación había sido la responsable de tenerlo tan ansioso y excitado tanto tiempo. Julián había sufrido diez largos días esperando el momento oportuno. El desenlace, indudablemente, tendría que haberle dejado un recuerdo mucho más agradable.

Miró a su alrededor y vio que Sophy estaba parada junto al guardarropa. Tenía puesto el mismo camisón que la noche anterior. Le daba la espalda y él sonrió fugazmente al ver que uno de los volados de la prenda se había metido accidentalmente dentro del cuello. Julián sintió incontenible impulso de levantarse y acomodárselo. Pero después decidió que lo mejor sería quitarle el camisón y llevársela de nuevo a la cama.

Trató de recordar la imagen de sus senos pequeños y curvados a la luz de las velas, pero todo lo que le vino a la mente fueron sus oscuros y erectos pezones dibujándose sobre el género del camisón.

Deliberadamente, Julián insistió en recordar todo pero sólo obtuvo una vaga figura de su esposa, acostada sobre su cama, con el camisón levantado por encima de las rodillas. Sus piernas desnudas se le antojaron gráciles y elegantes. Recordó la excitación que había experimentado al conjeturar cómo se sentiría si ella lo rodeaba con esas piernas.

También recordó el momento en que se quitó su camisón, cuando la pasión ardió dentro de él. Sophy había expresado cierta incertidumbre y conmoción al verlo, expresión que lo había irritado. Seguidamente, Julián se metió en la cama, decidido a tranquilizarla y a convencerla de que lo aceptase.

Sophy se había mostrado nerviosa y algo cansada, pero él sabía que lograría que ella se relajase y disfrutara del acto de amor. Sophy ya le había demostrado que era capaz de responderle.

Él la había abrazado y luego…

Sacudió la cabeza, como para poner en orden sus ideas. Seguramente no habría pasado el papelón de no poder cumplir con sus obligaciones maritales. Se había muerto de ganas de hacer suya a Sophy durante mucho tiempo. Simplemente, no podía haberse quedado dormido en la mitad del proceso, por más que hubiera bebido litros y litros de oporto.

Asombrado por ese blanco que tenía en la memoria, Julián apartó las mantas. Tocó con el muslo una parte dura de la sábana, un manchón algo húmedo que se había secado durante la noche. Julián sonrió aliviado y satisfecho. Miró hacia abajo, y supo que lo que encontraría allí probaría que no se había humillado como hombre.

Pero un momento después su satisfacción desapareció para dar paso a una gran sensación de descreimiento. La mancha marrón-rojiza que estaba en la sábana era demasiado grande.

Imposiblemente grande.

Monstruosamente grande.

¿Qué le había hecho a su delicada esposa? La única experiencia que había tenido con vírgenes había sido en su noche de bodas, con Elízabeth y con la amarga experiencia que había adquirido al cabo de los últimos años, Julián había empezado a cuestionarse esa ocasión también.

Pero según los comentarios de los demás hombres, Julián se había enterado de que lo normal era que las mujeres sangraran, pero no como un cordero degollado. Más aun, algunas mujeres no sangraban en absoluto.

Para provocar semejante hemorragia, un hombre tendría que atacar literalmente a su mujer. Y él debió de haberla lastimado seriamente para que sangrara de ese modo.

Una sensación nauseabunda lo asaltó cuando siguió observando la evidencia de su brutal torpeza. Sus propias palabras volvieron a su memoria: «Por la mañana me lo agradecerás". Por Dios, cualquier mujer que hubiese sufrido lo que Sophy había soportado, sin duda no estaría de humor para agradecer al hombre que la había agraviado tan despiadadamente. Debía de odiarlo esa mañana. Julián cerró los ojos, tratando de recordar con desespero qué le había hecho exactamente. Ninguna escena incriminatoria apareció en su confusa mente, pero las evidencias eran irrefutables. Abrió los ojos.

– ¿Sophy? -Su voz sonó extraña. Hasta a él mismo le pareció así.

Sophy se sobresaltó como si él le hubiera dado un latigazo. Se dio vuelta y lo miró con una expresión tal que Julián apretó los dientes.

– Buen- buen día, milord. -Tenía los ojos abiertos desmesuradamente, cargados de una incomodidad muy femenina.

– Tengo la sensación de que esta mañana particular pudo haber sido mucho mejor de lo que es. Y yo tengo la culpa. -Se sentó en el borde de la cama y extendió el brazo para tomar su camisón. Se tomó su tiempo, mientras analizaba cuál sería la mejor manera de manejar esa situación. Ella no estaría para nada dispuesta a escuchar sus palabras de consuelo. Por el amor de Dios, cómo deseaba que la cabeza no le doliera tanto.

– Creo que su ayuda de cámara ya está listo con todos sus accesorios para afeitarlo, milord.

Julián ignoró el comentario.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó en voz baja. Comenzó a avanzar hacia ella pero se detuvo al ver que la muchacha retrocedía inmediatamente. Al chocarse contra el guardarropa, no pudo seguir reculando, aunque su expresión delató su profundo deseo por seguir huyendo de él. Sophy se quedó allí, aferrándose a una de sus enaguas y mirándolo con gran ansiedad.

Julián inhaló profundamente.

– Oh, Sophy, pequeña. ¿Qué te he hecho? ¿De verdad me comporté como un monstruo anoche?

– Se enfriará el agua para afeitarse, milord.

– Sophy, no me preocupa la temperatura de mi agua para afeitar. Me preocupas tú.

– Ya le dije que estoy bien, milord. Por favor, debo vestirme.

Julián gimió y trató de alcanzarla, por más que ella intentó zafarse de él de mil maneras. La tomó suavemente por los hombros y miró sus atormentados ojos.

– Debemos hablar.

Sophy rozó sus labios con la punta de la lengua.

– ¿No está satisfecho, milord? Pensé que lo estaría.

– Dios -suspiró él, llevando la cabeza de Sophy contra su hombro-. Me imagino cuánto habrás deseado satisfacerme. Estoy seguro de que no quieres afrontar la idea de pasar otra noche como la de anoche.

– No, milord, preferiría no volver a pasar una noche como esa por el resto de mi vida. -Si bien su voz se oyó sofocada, contra el camisón de Julián, era evidente que lo deseaba con todo fervor y ese detalle no escapó a su esposo.

Se sentía culpable. Le masajeó la espalda, como para serenarla.

– ¿Serviría de algo si yo te jurase por mi honor que la próxima experiencia no será tan terrible?

– ¿Su palabra de honor, milord?

Julián maldijo vehementemente y apretó aún más la cabeza de la muchacha contra su hombro. Sintió la tensión que la invadía pero no tenía ni la más remota idea de cómo combatirla,

– Sé que probablemente ya no crees en mi palabra de honor, pero te prometo que la próxima vez que hagamos el amor no sufrirás.

– Yo preferiría no pensar en una próxima vez, Julián.

Él exhaló lentamente.

– Claro, lo entiendo. -Sintió que ella quería liberarse de él, pero no estaba dispuesto a permitírselo todavía. Aún debía encontrar el modo de demostrarle que no era el monstruo que ella había creído la noche anterior-. Lo siento, mi pequeña, pero no entiendo qué me pasó. Ya sé que te resultará difícil de comprender, pero no puedo recordar exactamente qué pasó anoche. Pero debes confiar en que nunca fue mi intención hacerte daño.

Sophy se movió contra el cuerpo de su esposo, haciendo un débil intento por separarse de él.

– Preferiría no discutir el tema.

– Pero debemos hacerlo, o de lo contrario, toda esta situación empeorará mucho más de lo que ya está. Sophy, mírame.

Sophy levantó la cabeza con lentitud. Vaciló y se atrevió a mirarlo rápidamente, pero de inmediato desvió la vista.

– ¿Qué quiere que haga, milord?

Otra vez la apretó. Tuvo que concentrarse para poder relajarse.

– Me gustaría oírte decir que me perdonas y que no dejarás que mis actos de anoche te formen una idea equivocada de quién y cómo soy en realidad. Pero creo que eso es demasiado pedir por hoy.

Sophy se mordió el labio.

– ¿Su orgullo está satisfecho, milord?

– Olvida mi orgullo. Sólo estoy tratando de hallar el modo de disculparme contigo y de hacerte saber que la próxima vez no será tan… tan… incómodo para ti. -Rayos, incómodo era un término demasiado suave para calificar lo que Sophy debió de haber sentido la noche anterior mientras él la montaba como si hubiera sido una hembra en celo-. Las relaciones sexuales entre marido y mujer se supone que deben ser algo placentero. Debió haber sido un placer para ti. Ésa era mi intención. No sé qué ha pasado. Debo de haber perdido todo el sentido de autocontrol. Demonios, debo de haber perdido la razón.

– Por favor, milord, esto es algo tan vergonzoso. ¿Debemos discutirlo?

– Te darás cuenta de que no podemos dejar las cosas como están.

Se produjo una pausa llamativa y después ella preguntó con toda cautela.

– ¿Por qué no?

– Sophy, debes ser razonable, cariño. Estamos casados. Haremos el amor muy a menudo. No quiero que vivas atemorizada por esta primera experiencia.

– Me gustaría sinceramente que no se refiriera a eso diciendo «hacer el amor» porque no es nada por el estilo -repitió ella.

Julián cerró los ojos y convocó a toda su paciencia. Lo menos que se merecía su esposa en esos momentos era eso. Pero desgraciadamente, no era la paciencia uno de los fuertes de Julián,

– Sophy, dime una sola cosa- ¿Me odias hoy?

Sophy tragó saliva y mantuvo la vista fija en la ventana.

– No, milord.

– Bueno, al menos, es algo. No mucho, pero algo. Maldición, Sophy, ¿qué te hice anoche? Puede que haya incursionado en ti con todas mis fuerzas, pero te juro que no recuerdo qué pasó después de que me acosté contigo.

– De verdad no puedo hablar de ello, milord.

– No, no creo que puedas. -Se pasó la mano por el cabello. Pero ¿cómo podía pretender que ella le diera un detalle minucioso de todo lo que él había hecho? Ni él quería escuchar esa historia escalofriante. No obstante, necesitaba saber desesperadamente qué le había hecho. Tenía que saber cuan diabólico había sido. Ya se estaba torturando imaginándose las cosas de las que pudo haber sido capaz.

– ¿Julián?

– Sé que esto no es excusa, cariño, pero me temo que anoche bebí mucho más oporto del que creí. Nunca más me acostaré contigo en condiciones tan deplorables. Fue imperdonable. Por favor, acepta mis disculpas y confía en que la próxima vez será muy distinto.

Sophy carraspeó.

– En cuanto a lo de la próxima vez…

Julián hizo una mueca.

– Sé que no deseas que llegue esa segunda vez, pero te aseguro que no te presionaré para que vuelva a suceder. Claro que debes comprender que eventualmente tendremos que hacer el amor otra vez. Sophy, esta primera vez ha sido para ti algo así como caerse de un caballo. Si no vuelves a intentarlo, es probable que nunca más vuelvas a montar en tu vida.

– No estoy tan segura de que sea un destino tan negro-farfulló ella.

Sophy.

Sí, claro, queda esa pequeña cuestión de su heredero. Discúlpeme, milord, se me escapó de la mente.

Julián sintió un profundo desprecio por si mismo.

– No estaba pensando en mi heredero. Estaba pensando en tí -gruñó.

– Nuestro trato fue de tres meses -le recordó ella con toda tranquilidad-. ¿Podríamos volver a lo pactado?

Julián expresó un denuesto por lo bajo.

– No creo que sea una buena idea esperar tanto. Tu inquietud natural adquirirá proporciones muy antinaturales si te tomas tres meses para revivir en tu mente lo que has pasado anoche. Sophy, ya te he explicado que lo peor ha pasado. No es necesario que caigamos nuevamente en ese acuerdo con el que tanto insististe.

– Supongo que no. Especialmente, teniendo en cuenta que usted me aclaró muy bien que tengo muy pocos medios como para exigir el cumplimiento del trato. -Se liberó de los brazos de Julián y caminó hacia la ventana-. Tenía mucha razón, milord, cuando dijo que una mujer tiene muy poco poder cuando se casa. Su única esperanza consiste en depender del honor de su esposo como caballero.

Nuevamente esa horrenda sensación de culpa se apoderó de él, casi sofocándolo. Cuando se recuperó deseó poder enfrentarse al demonio en lugar de a Sophy, pues de ese modo la pelea habría sido mucho más pareja y honesta.

La posición de Julián era intolerable. Era muy evidente que había sólo un medio honorable de salirse de esa situación y que él tendría que cumplirlo, aunque ello representara dificultar mucho más las cosas para Sophy en última instancia.

– ¿Volverías a confiar en mi palabra si yo aceptase cumplir ese famoso trato de los tres meses? -le preguntó él de mala gana.

Ella lo miró por encima del hombro.

– Sí, creo que podría confiar en usted bajo esos términos. Esto es siempre y cuando se comprometa a no tratar de forzarme ni de seducirme.

– Anoche te prometí seducción y en cambio, te obligué. Sí, entiendo por qué quieres ampliar los términos del acuerdo original. -Julián inclinó la cabeza, en un gesto muy formal-. Muy bien, Sophy, Si bien mi razonamiento me indica que éste es el camino incorrecto que seguir, no puedo negarte ese derecho después de lo que pasó anoche.

Sophy hizo una reverencia con la cabeza, mientras apretaba fuertemente los puños.

– Gracias, milord.

– No me lo agradezcas. Estoy absolutamente convencido de que estoy cometiendo un error. Algo está muy mal en todo esto. -Julián volvió a sacudir la cabeza tratando una vez más de revivir lo que había sucedido la noche anterior. Pero sólo había un blanco. ¿Estaría perdiendo la razón?-. Tienes mi palabra de que no trataré de seducirte durante lo que resta del tiempo hasta cumplirse el plazo pactado. Y está de más decir que tampoco te forzaré a someterte. -Vaciló. Tenía deseos de acariciarla, pero no se atrevió a tocarla-. Por favor, discúlpame.

Julián abandonó la habitación, seguro de que ante los ojos de Sophy su imagen no podía caer más bajo de lo que ya había caído ante los propios.


Los dos días que siguieron debieron haber sido los más felices de la vida de Sophy. Finalmente su luna de miel estaba convirtiéndose en lo que ella tanto había soñado. Julián se mostraba amable, considerado y siempre muy suave. La trataba como si hubiera sido una muñeca de porcelana. Aquella amenaza silenciosa, sutil y sensual que la había atormentado durante días había desaparecido por fin.

Claro que el deseo no había desaparecido de la mirada de Julián. Aún estaba presente, pero las llamas de su pasión se controlaban cuidadosamente, de modo que Sophy ya no tenía que temer ninguna exacerbación.

Pero en lugar de relajarse y disfrutar de ese momento que tanto había planeado, Sophy se sentía muy desgraciada. Durante dos días había luchado contra su tristeza y su culpabilidad, tratando de convencerse de que había hecho lo correcto, de que había tomado la única salida que tenía, dadas las circunstancias.

Una esposa tenía tan poco poder que debía echar mano de cualquier medio que se le presentara para cumplir con sus objetivos.

No obstante, su propio sentido del honor le impidió mitigar su ansiedad con ese razonamiento.

La tercera mañana después de aquella ficticia noche de bodas, Sophy despertó convencida de que no podría continuar con la farsa otro día más; mucho menos, lo que restaba de los tres meses.

Nunca se había sentido peor en su vida. El autocastigo que se había impuesto Julián fue una responsabilidad demasiado grande para la joven. Era evidente que él se despreciaba más de la cuenta por lo que creía haberle hecho a su esposa. Y como en realidad no le había hecho nada, Sophy se sentía más. Culpable que él.

Terminó la taza de té que la criada le había llevado, apoyó ruidosamente el utensilio sobre el platito y corrió las mantas de la cama.

– ¡Vaya, qué hermoso día, señora! ¿Irá a cabalgar después del desayuno?

– Si, Mary, eso haré. Por favor, envía a algún criado a preguntar a lord Ravenwood si desea acompañarme.

– Oh, no creo que Su señoría tenga algún impedimento para negarse -dijo Mary con una amplia sonrisa-. Ese hombre aceptaría una invitación hasta América, si usted se lo pidiera. Todo el personal disfruta mucho de todo este cuadro, ¿sabe?

– ¿Qué cuadro?

– Verlo a lord Ravenwood deshacerse en atenciones con tal de complacerla. Nunca vi nada igual. Seguramente Su señoría debe de estar agradeciéndole a todos los santos por haberle mandado una esposa tan diferente de esa bruja con la que se casó primero.

– ¡Mary!

– Lo siento, señora. Usted sabe tan bien como yo lo que se decía de ella en el pueblo. No era secreto para nadie. Era mala hierba, eso era. ¿El traje marrón o el azul, milady?

– Creo que me pondré el marrón nuevo. Mary. Y no quiero escuchar nada más de la primera lady Ravenwood. -Sophy habló con lo que esperó que fuera firmeza. Ese día no estaba de humor para escuchar chismes sobre su predecesora. Los remordimientos que la acosaban la hicieron dudar si Julián, una vez que se enterase de la verdad, no concluiría que ella se parecía mucho a su difunta esposa en ciertos aspectos calculadores.

Una hora después encontró a Julián en el vestíbulo principal, esperándola. Parecía muy cómodo con su elegante atuendo de montar. Los ajustados pantalones claros, las botas de caña alta y la chaqueta a medida enfatizaban su poderosa figura.

Julián sonrió al ver a Sophy bajando las escaleras. Tenía en la mano una pequeña canasta.

– Le pedí al cocinero que nos preparase un almuerzo para comer al aire libre. Pensé en explorar el viejo castillo en ruinas que vimos en la colina, el que daba al río. ¿Le atrae la idea, madam? -Se acercó para tomarla por el brazo.

– Muy considerado de su parte, Julián -dijo Sophy humildemente luchando con todas sus fuerzas por mantener la sonrisa. La ansiedad de Julián por complacerla era conmovedora y sólo servía para hacerla sentir más desgraciada.

– Pide a tu dama de compañía que suba a tu cuarto y te traiga uno de esos lamentables libros que lees. Soy capaz de tolerar cualquier cosa menos Wollstonecraft. Ya tomé algo de la biblioteca para mí. ¿Quién sabe? Sí hay sol, podríamos pasar la tarde leyendo bajo algún árbol o por el camino.

Sophy sintió que el corazón se le hundía por un momento.

– Eso suena maravilloso, milord. -La realidad volvió a abofetearla. Julián no estaría de humor para sentarse bajo ningún árbol una vez que ella le confesara toda la verdad.

Salieron a gozar del sol radiante de primavera. Había dos caballos ensillados aguardándolos: un bayo y Ángel. Los cuidadores de los animales estaban de pie junto a las cabezas de éstos.

Julián observó cuidadosamente el rostro de Sophy cuando le rodeó la cintura con las manos para subirla a la montura. Pareció aliviado al comprobar que ella no se resistía al contacto de su piel.

– Me alegro de que estuvieras con ánimos de ir a cabalgar hoy -dijo Julián mientras montaba su caballo y tomaba las riendas-. En estos dos últimos días he echado de menos nuestros paseos matinales. -Le dirigió una mirada fugaz, para ver su reacción-. ¿Segura de que te sentirás, eh… cómoda?

Sophy se ruborizó y urgió a su yegua a emprender el trote.

– Muy cómoda, Julián. -«Hasta que encuentre el valor de decirte toda la verdad y entonces me sentiré de lo peor.» Hasta se preguntó si Julián la golpearía.

Una hora después llegaron a las ruinas de un antiguo castillo normando que una vez se había erguido junto al río. Julián bajó de su caballo y caminó hacia el de su esposa. La levantó por la cintura para sacarla de la silla, pero cuando los pies de Sophy tocaron el suelo, él no la soltó de inmediato.

– ¿Sucede algo, milord?

– No. -Su sonrisa fue extraña-. Nada en absoluto. Sacó las manos de la cintura de Sophy y cuidadosamente, acomodó la pluma del pequeño sombrero de plumas de Sophy, la cual le caía sobre el rostro. La pluma le había estado colgando en un ángulo muy precario, como siempre le sucedía.

Sophy suspiró.

– Esa fue una de las razones por las que fui un rotundo fracaso en mi temporada de presentación en sociedad en Londres. Por más que mi dama de compañía se esmerase en peinarme o en arreglar mi ropa, yo siempre me las ingeniaba para llegar al baile o al teatro con un aspecto tan espantoso que cualquiera habría creído que acababa de atropellarme un carruaje. Creo que debí haber nacido en otra época, en la que la vestimenta fuera más simple y no tuviera que preocuparme tanto por ella.

– No me importaría vivir contigo en una época así. -La sonrisa de Julián se amplió mientras observaba el atuendo de su esposa. Sus ojos verde esmeralda denotaron alegría-. Te verías muy bien corriendo por allí con poca ropa.

Sophy se dio cuenta de que otra vez estaba ruborizándose. Rápidamente, se apartó de él y se encaminó hacia la pila de rocas caídas que constituían lo último que quedaba del castillo. En cualquier otro momento, Sophy habría pensado que las ruinas eran pintorescas, pero ese día no podía concentrarse en ese detalle.

– Bonita vista, ¿no? Me recuerda ese viejo castillo en las tierras Ravenwood. Debí haber traído mi cuaderno de dibujos.

– No quise avergonzarte, Sophy -dijo Julián con voz suave, mientras se le acercaba-. Ni atemorizarte haciéndote recordar lo de la otra noche. Sólo trataba de hacer una broma. -Le tocó el hombro-. Discúlpame por mi falta de delicadeza.

Sophy cerró los ojos.

– No me asustó, Julián.

– Cada vez que te alejas de mí de esa manera, me parece que te he dado una nueva razón para que me tengas miedo.

– Julián, basta. Termine con eso de una vez. No le tengo miedo.

– No necesitas mentirme, pequeña-la tranquilizó-. Me doy perfecta cuenta de que pasará mucho tiempo antes de que pueda resarcirme ante tus ojos.

– Oh, Julián, si vuelve a decir otra palabra de disculpas creo que gritaré. -Se apartó de él. No se atrevía a mirar atrás.

– ¿Sophy? ¿Qué demonios está pasando ahora? Lamento que no te importen mis disculpas, pero no tengo otro recurso honorable más que el de tratar de convencerte de que son genuinas,

Lo máximo que Sophy pudo hacer fue echarse a llorar.

– Usted no entiende -dijo ella, angustiada-. La razón por la que no quiero escuchar más disculpas es que son… totalmente innecesarias.

Se produjo un silencio y luego Julián dijo en voz baja:

– No tienes obligación de facilitarme las cosas.

Sophy apretó su fusta entre ambas manos.

– No estoy tratando de facilitarle las cosas- Sólo quiero aclararle algunos puntos de los que yo deliberadamente le hice creer una cosa que no era cierta.

Se produjo otro silencio.

– No entiendo. ¿Qué estás diciendo, Sophy? ¿Que nuestro acto de amor no fue tan malo como yo creo? Por favor, no te molestes. Ambos conocemos la verdad.

– No, Julián. Usted no conoce la verdad. Sólo yo la sé. Tengo una confesión que hacerle, milord, y me temo que se enfadará excesivamente.

– No contigo, Sophy. Nunca contigo.

– Ruego que recuerde eso, milord, pero el sentido común me indica que no lo hará. -Reunió todo su valor pues aún no se atrevía a darse la vuelta y mirarlo a los ojos-. La razón por la que no necesita disculparse por lo que cree haberme hecho la otra noche es que, en realidad, no ha hecho nada.

– ¿Qué?

Sophy se llevó el dorso de su mano enguantada a los ojos. Con ese gesto, tanto la pluma como el sombrero volvieron a caerle sobre el rostro.

– Es decir, no hizo lo que cree que hizo.

El silencio a sus espaldas fue ensordecedor, hasta que Julián lo rompió nuevamente.

– Sophy… la sangre. Había tanta sangre.

Sophy se apresuró a continuar, antes de que su coraje la abandonara por completo,

– En mi defensa, debo aclarar que su intención fue la de quebrar el espíritu de nuestro pacto en lo que a mí concernía. Yo estaba muy ansiosa y muy, pero muy enfadada. Espero que lo tome en cuenta, milord. Usted, especialmente, sabe lo que es ser víctima de un feroz temperamento.

– ¡Maldita sea, Sophy! ¿De qué rayos estás hablando? -su voz se oyó demasiado serena.

– Estoy tratando de explicar, milord, que usted no me atacó la otra noche. Usted sólo, bueno, eh… se quedó dormido.

Finalmente, Sophy se dio vuelta para mirarlo a la cara. Julián estaba a una corta distancia, con las piernas ligeramente separadas y su fusta al costado de uno de los muslos. Su mirada de esmeralda, más fría que nunca.

– ¿Me quedé dormido?

Sophy asintió con la cabeza y dejó la vista fija en algún lugar, por encima del hombro de Julián.

– Yo puse algunas hierbas en su té. ¿Recuerda que le dije que tenía métodos más efectivos que el oporto para inducir el sueño?

– Lo recuerdo -dijo él, con una suavidad terrible-. Pero tú también bebiste el té.

Sophy meneó la cabeza.

– Simplemente fingí tomarlo. Usted estaba tan ocupado quejándose del libro de la señorita Wollstonecraft que ni siquiera notó lo que yo estaba haciendo.

Se acercó un paso a ella y la fusta golpeó inexorablemente contra su muslo.

– La sangre- Estaba derramada en la sábana.

– Más hierbas, milord. Después que usted se durmió, yo las agregué a lo que había quedado del té y con esa preparación rojiza manché las sábanas. Claro que no sabía cuánta cantidad debía usar. Estaba tan nerviosa que derramé mucho líquido y la mancha se hizo más grande de lo que yo quería.

– Entonces derramaste té -repitió él lentamente.

– Sí, milord.

– Lo suficiente como para hacerme creer que te había desgarrado como un salvaje.

– Sí, milord.

– ¿Me estás diciendo que esa noche no pasó nada? ¿Nada en absoluto?

Parte del natural espíritu de Sophy revivió.

– Bueno, usted aclaró que me seduciría a pesar de mi insistencia en que yo no deseaba que lo hiciera y también se metió en mi cuarto a pesar de mis objeciones, por lo que realmente me sentí amenazada, milord. Entonces no es como si nada hubiera pasado, ¿entiende lo que digo? Nada pasó porque yo tomé medidas para impedirlo. No es usted el único que tiene carácter, milord.

– Me drogaste. -En su voz se oyó una mezcla de descrédito y rabia a la vez.

– Simplemente fue un tónico para dormir, milord.

La fusta que Julián llevaba en la mano estalló sonoramente contra el cuero de sus botas, interrumpiendo las explicaciones de Sophy.

– Me dopaste con una de esas malditas pociones que preparas y luego armaste todo un escenario para hacerme creer que te había violado salvajemente.

En realidad, no podía decir nada frente a todas esas verdades que Julián le echó en cara. Sophy bajó la cabeza. La pluma se sacudía frente a sus ojos mientras ella clavaba la vista en el suelo.

– Supongo que podría tomarlo así, milord. Pero nunca quise que usted pensara que me había… que me había lastimado. Sólo quería que pensara que había cumplido con lo que usted creía ser su obligación. Parecía tan ansioso por hacer valer sus derechos de esposo.

– ¿Y creíste que si yo pensaba que ya había ejercido esos derechos una vez te dejaría en paz por unos cuantos meses?

– Se me ocurrió que podía sentirse satisfecho por un tiempo, milord. De ese modo, tal vez, estaría dispuesto a cumplir con los términos de lo pactado.

– Sophy, si vuelves a mencionar ese estúpido pacto una vez más, no dudes que te ahorcaré. Y como mínimo, te azotaré en el trasero con mi fusta de montar.

Sophy se irguió con bravura.

– Estoy preparada para la violencia, milord. Todos saben que tiene usted el temperamento del demonio.

– ¿Sí? Entonces me sorprende que hayas tenido la valentía de traerme aquí, a este lugar tan solitario, para hacerme tu gran confesión. No hay nadie que acuda en tu ayuda al escuchar tus gritos si yo decido castigarte en este mismo momento.

– No me pareció justo involucrar a los sirvientes -murmuró ella.

– Qué noble de tu parte, querida. Sabrás disculparme si no creo que una mujer que sea capaz de dopar a su esposo vaya a perder su tiempo preocupándose por lo que el personal doméstico pueda pensar, -Entrecerró los ojos-. Dios. ¿Y qué pensaron cuando te cambiaron las sábanas la mañana siguiente?

– Le expliqué a Mary que había derramado té en las sábanas.

– En otras palabras, eso significa que soy el único de la casa que creía que era un violador sádico. Bueno, es algo, por lo menos.

– Lo lamento, Julián. Lo digo con sinceridad. En mi defensa, sólo puedo señalar una vez más que estaba muy asustada y enojada y por eso lo hice. Pensé que estábamos llevándonos bien, aprendiendo a conocernos mutuamente y después empezó a amenazarme.

– ¿La idea de que te haga el amor te asusta tanto que llegas a esos extremos para evitarlo? Demonios, Sophy, no eres ninguna adolescente. Eres toda una mujer adulta y sabes bien por qué me casé contigo.

– Ya se lo expliqué antes, milord. No es el acto de amor en sí lo que me atemoriza -dijo ella ferozmente-. Sólo quiero un poco de tiempo para conocerlo. Quiero tiempo para que los dos aprendamos a tratarnos como marido y mujer. No quiero que se me trate como una yegua de cría a la que use para su conveniencia y a la que después abandonará en medio del campo para que se las arregle por las suyas. Debe admitir que ésa era la única idea fija que tenía en la mente cuando se casó conmigo.

– No admito nada. -Golpeó con la fusta su bota una vez más-. A mi entender, eres tú la única que violó los entendimientos básicos de nuestro matrimonio. Uno de ellos era, según recordarás, que jamás me mentirías.

– Julián, yo no le mentí. Probablemente, lo induje a creer algo que no era cierto, pero seguramente, notará que yo…

– ¡Tú me mentiste! -la interrumpió brutalmente-. Y si yo no hubiera estado atormentándome con mi culpabilidad durante estos últimos dos días, me habría dado cuenta de inmediato. Los signos estaban todos presentes. Ni siquiera has podido mirarme a los ojos. Si no hubiera estado convencido de que era porque no me soportabas después de lo que te había hecho, al instante me habría dado cuenta de que estabas engañándome.

– Lo lamento, Julián.

– Lo vas a lamentar mucho más, madam, antes de que terminemos. No me parezco en nada al indulgente de tu abuelo y es hora de que lo aprendas. Pensé que tenías la inteligencia suficiente como para darte cuenta del hecho desde un principio, pero ahora descubro que tengo que darte la lección bien clarita.

Julián.

Monta tu caballo.

Sophy vaciló.

– ¿Qué va a hacer, milord?

– Cuando lo haya decidido, te lo diré. Mientras tanto, te daré una muestra de la exageradamente desagradable experiencia de tener que preocuparte por ello.

Sophy avanzó lentamente hacia su caballo.

– Sé que está furioso, Julián. Y quizá me lo merezco. Pero quiero saber cómo va a castigarme. En verdad, no creo ser capaz de soportar el suspense.

Julián le rodeó la cintura con las manos tan inesperadamente que ella se sobresaltó. La subió a la silla de montar con una violencia apenas contenida. Luego se quedó allí parado, mirándola con gran frialdad.

– Si va usted a hacerle trampas a su marido, Señora Esposa, le aconsejo que aprenda a soportar el suspense de preocuparse por su venganza Y yo me tomaré la mía, Sophy. Nunca lo dudes. No es mi intención permitirte que te conviertas en la misma perra que fue mi primera esposa. Una perra incontrolable.

Antes que ella pudiera responder, Julián dio media vuelta y subió a su corcel. Sin formular una sola palabra, emprendió el galope de regreso a casa, dejando a Sophy atrás. Ella llegó media hora después que él y, para su desazón, descubrió que el personal alegre y ruidoso que había habitado la casa en los últimos días se había alterado mágicamente. Eslington Park se había convertido en un lugar sombrío y prohibido.

El mayordomo la miró con ojos muy tristes cuando apareció en el vestíbulo.

– Estábamos preocupados por usted, milady -le dijo suavemente.

– Gracias, Tyson. Como verá, me encuentro bien. ¿Dónde está lord Ravenwood?

– En la biblioteca, milady. Ha dado órdenes de que no se lo moleste.

– Ya veo. -Sophy caminó lentamente hacia las escaleras, mirando con nerviosismo las puertas ominosamente cerradas de la biblioteca. Vaciló un momento. Se levantó las faldas y subió las escaleras a toda velocidad, sin importarle las miradas preocupadas de los sirvientes.

Julián salió a la hora de la cena, para anunciar su venganza. Cuando se sentó a la mesa, con una implacable mirada, Sophy se dio cuenta de que había tramado la venganza en compañía de una botella de rosado.

Un silencio prohibitivo reinó en el comedor. Sophy tuvo la sensación de que todas las imágenes pintadas en el cielorraso la miraban con expresiones acusadoras.

Estaba haciendo lo imposible por tragarse su pescado cuando Julián despidió al mayordomo y al otro criado con un gesto de su cabeza, indicándoles que se retirasen. Sophy contuvo la respiración.

– Me marcharé a Londres por la mañana -dijo Julián, hablando por primera vez.

Sophy alzó la cabeza, con una luz de esperanza encendida en sus ojos.

– ¿Iremos a Londres, milord?

– No, Sophy. Tú no irás a Londres. Yo voy. Tú, mi querida y calculadora esposa, te quedarás aquí, en Eslington Park. Te concederé tu más preciado deseo: podrás pasar lo que queda de estos tres adorados meses en absoluta tranquilidad. Te doy mi palabra solemne de que no te molestaré.

Entonces Sophy cayó en la cuenta de que la abandonaría allí, en esas tierras de Norfolk. Tragó saliva, visiblemente azorada.

– ¿Me quedaré sola, milord?

Julián sonrió con salvaje civilidad.

– Prácticamente, si te refieres a acompañantes o a un marido acosado por la culpa que cae rendido a tus pies para complacerte. Sin embargo, tendrás un personal excelente y muy eficiente a tu entera disposición. Tal vez puedas entretenerte curándoles las carrasperas y los ataques de hígado.

– Julián, por favor. Prefiero que me golpee y que terminemos ya con todo esto.

– No me tientes -le aconsejó secamente.

– Pero yo no quiero quedarme aquí sola. Parte de nuestro acuerdo era que no me iba a dejar aquí abandonada mientras usted iba a Londres.

– ¿ Y te atreves a mencionar ese loco acuerdo después de lo que has hecho?

– Lamento que no le agrade, milord, pero usted me dio su palabra respecto de ciertos aspectos antes de casarnos. En mi opinión, ha estado a punto de quebrantar un juramento y ahora va a hacerlo otra vez. No es… honorable de su parte, milord.

– No intentes sermonearme respecto del honor, Sophy. Eres una mujer y poco sabes del tema -gruñó.

Sophy se quedó mirándolo.

– Estoy aprendiendo rápidamente.

Julián maldijo y arrojó a un lado su servilleta.

– No me mires como si pensaras que no tengo honor. Te aseguro que no estoy violando mi juramento. Irás a Londres pero no hasta que cumplas con tus obligaciones de esposa.

– Mis obligaciones.

Cuando termine el tan mentado plazo de los tres meses regresaré aquí a Eslington Park para discutir el asunto. Confío en que para entonces habrás decidido que puedes tolerar que te toque. De una manera u otra, madam, tendré lo que quiero de este matrimonio.

– Un heredero y nada de problemas.

Julián esbozó una triste sonrisa.

– Ya me has causado unos problemas muy serios, Sophy. Disfrútalo ahora mientras puedas, porque jamás volveré a permitirte que crees más dificultades de esta magnitud en mi vida.


La mañana siguiente, Sophy estaba de pie, deprimida, entre las estatuas de mármol del vestíbulo, con la cabeza levantada en gesto desafiante, mientras observaba a su esposo prepararse para la partida. Mientras el mayordomo se encargaba de cargar el equipaje en el carruaje, Su señoría despedía a su esposa con fría formalidad.

– Es mi deseo que disfrute de su matrimonio en estos dos meses y medio venideros, madam.

Amagó a retirarse pero se detuvo abruptamente, con un improperio, al advertir que una de las cintas del cabello de Sophy se había salido de su lugar. Se detuvo para reacomodarla con un movimiento rápido e impaciente y luego se marchó. El ruido de sus botas quedó haciendo eco en los pisos de mármol.

Sophy aguantó una semana del duro castigo y luego su espíritu natural revivió. Cuando esto sucedió, no sólo decidió que ya había padecido lo suficiente por su delito, sino que además había cometido un error táctico en el trato con su nuevo esposo. El mundo tomó un brillo diferente cuando tomó la determinación de seguir a Julián a Londres.

Si ella tenía que aprender algunas cosas respecto de un esposo con autoridad, bueno, él también tendría que aprender otras tantas de una esposa autoritaria. Sophy decidió empezar el matrimonio de nuevo.

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