Epílogo

La boda de Matt fue perfecta. La mitad de los vecinos de Grand Hope se presentaron primero en la iglesia que estaba junto a la antigua estación de ferrocarril y más tarde en la fiesta del rancho, que habían decorado con velas y cientos de farolillos. Sólo habían transcurrido dos semanas desde la Navidad, lo suficiente para que a Slade le dieran el alta en el hospital.

Durante aquel tiempo, Jamie había cruzado los dedos para que no ocurrieran más desgracias como la del establo. Pero las cosas estaban muy tranquilas y Slade se recuperaba poco a poco.

La música sonaba en los altavoces que habían instalado en la casa, y los invitados charlaban y paseaban por el salón, el comedor, la cocina y el porche trasero, que habían aislado de las inclemencias del tiempo con unas lonas y calentado con varias estufas.

Matt, vestido con un traje oscuro, y Kelly, que llevaba un vestido centelleante, bailaban, se besaban, reían con el resto de los invitados y prestaban bastante atención a los padres de ella, que estaban presentes.

Jamie había oído que su relación había resultado algo problemática al principio porque la madre de Kelly, Eva, había trabajado para John Randall y habían tenido algún tipo de problema económico; pero los hijos de John habían solventado el problema y ahora se llevaban perfectamente. Hasta Karla, la hermana de Kelly, quien por lo visto había prometido que no volvería a acercarse a ningún hombre, estaba bebiendo champán y coqueteando con algunos de los solteros. Se había teñido el pelo de media docena de tonos rubios, y había resultado ser una dama de honor interesante y poco convencional.

Randi también se mezclaba y se divertía con el resto de los invitados; y para diversión de Jamie, Kurt Striker no le quitaba ojo. Por supuesto, las niñas se lo estaban pasando en grande; llevaban vestidos de terciopelo, de color rojo, con medias negras y zapatos blancos, y no dejaban de escabullirse entre los invitados, para disgusto de sus tíos.

Jamie era feliz. Pero cuando miraba hacia el establo y veía los restos ennegrecidos, o notaba la presencia de los muchos guardaespaldas y policías de incógnito, volvía a preocuparse.

En ese momento, oyó que alguien se acercaba por detrás. Era Slade, en su silla de ruedas.

– ¿Te apetece bailar?

Ella sonrió.

– ¿Con un bribón como tú?

Él la miró con malicia.

– Hasta los bribones tenemos esperanzas.

– Me encantaría.

– Excelente.

Slade se levantó de la silla, tambaleante.

– ¡Creía que era broma! -dijo ella.

Slade había mejorado mucho con la terapia, pero aquello le pareció excesivo.

– Oh, vamos -dijo él-. Seguro que no permitirás que me caiga.

– Claro que no.

– Pues vamos allá…

Él la abrazó, sonrió y añadió:

– Ya te tengo.

– Serás canalla… Pero tienes razón, Slade McCafferty, me tienes. Y no podrás librarte de mí.

– ¿Aunque lo intente?

– Sobre todo, si lo intentas.

Jamie le guiñó un ojo y pensó en las noches que habían estado juntos después de que le dieran el alta. Al principio hacían el amor con cuidado, pero con el paso de los días se iban relajando.

Bailaron un rato, hasta que ella notó el sudor de su frente.

– Vaquero, creo que ya has tenido bastante por hoy. Además, tienes que ahorrar fuerzas…

– ¿En serio? ¿Para qué?

– Para una fiesta especial que vamos a tener tú y yo más tarde, en la cama. Tenemos que celebrarlo, Slade.

Slade y ella estaban viviendo juntos en casa de la abuela de Jamie.

– Cierto. Matt ha dejado de ser un soltero.

– Sí, eso también.

– Y vamos a casarnos…

– En efecto, vamos a casarnos. Pero hay otro motivo.

– ¿Otro motivo? Ah, sí, que nadie ha destrozado la boda…

Ella lo ayudó a salir de la pista de baile. Cuando llegaron a la escalera del vestíbulo, Slade se apoyó en la barandilla.

– Bueno, en cierta forma.

– ¿Es que hay algo más?

– Algo especial. Pero no te lo daré hasta el verano que viene.

– ¿Tengo que esperar tanto tiempo?

– Me temo que sí -respondió ella-. Pero cuando llegue el verano, querido vaquero, vas a ser padre.

Jamie notó la emoción de sus ojos.

– Jamie, yo… no sabes lo que eso significa para mí. Ya he perdido a dos hijos. ¡Me has hecho el hombre más feliz de la Tierra!

Slade dejó de hablar y la besó con todas sus fuerzas, como si no quisiera separarse nunca de su boca.

Pero al final, lo hizo.

– Fuguémonos. Esta noche.

Ella sonrió.

– Pero Slade…

– Vamos, ¿y tu espíritu aventurero?

– Contigo.

– Entonces, nos vamos. Ya hemos perdido demasiado tiempo.

Él la tomó de la mano, la llevó entre los invitados y sólo se detuvo un momento para susurrar algo a Randi.

– No se lo digas a nadie hasta mañana.

– Slade, creo que estás loco -le contestó su hermana.

– Vaya novedad…

Slade rió y llevó a Jamie a la puerta.

Afuera estaba nevando. Era un enero especialmente frío y ventoso.

Pero Jamie ni siquiera lo notó. Su corazón ardía de felicidad y la calentaba por dentro. Faltaban pocas horas para que se convirtiera en la esposa de Slade McCafferty.

La aventura estaba a punto de empezar.

Загрузка...