Grace se despertó con un estremecimiento, dándose cuenta de que se había separado de Ben en algún momento de la noche. Se habían quedado dormidos abrazados, exhaustos, encima del edredón, pero cuando perdió el contacto con su cálido cuerpo instantáneamente percibió el cambio.
– ¿Estás bien? -le preguntó él.
– Sí. Sólo tengo un poco de frío -eso era mejor que admitir que había echado de menos su contacto corporal A Ben le habría parecido algo ridículo, ya que había dormido a su lado durante las últimas horas. Lo último que quería era asustarlo con sus reacciones.
Aunque estaba oscuro, las luces de la calle se filtraban en la habitación y Grace pudo admirar su maravilloso cuerpo. Se estremeció de nuevo, en esa ocasión porque al mirarlo había tomado conciencia de lo afortunada que era al haber conocido a Ben Callahan. Era un hombre tan bondadoso y cariñoso como sexy, que la había aceptado tal cual era, sin tener en cuenta su apellido o su dinero.
– ¿Grace? Acabo de preguntarte si querías que nos metiéramos bajo el edredón -su voz interrumpió sus reflexiones.
– Oh, sí. Pero hay algo que quería hacer primero -se estiró para recoger las fotos que estaban sobre la mesilla de noche.
– ¿Es que ya no estás cansada?
– Tengo mucha resistencia. Con sólo que descanse un poco ya estoy recuperada. A no ser que tú prefieras dormir…
– Corazón, creo que en cuestión de aguante puedo estar a tu altura -replicó-. ¿Qué era lo que tenías en mente? ¿Acaso es… lo que me estoy imaginando? -inquirió con voz sensual.
Grace encendió la lámpara de la mesilla y se volvió para mirarlo.
– Quitarte esos pensamientos de la cabeza… al menos por el momento -había retirado el edredón y se había reunido con Ben en la cama, olvidándose de lo muy sola que se sentiría una vez que él no estuviera a su lado.
– ¿Qué es lo que tienes ahí?
Grace bajó la mirada al álbum que tenía en la mano, súbitamente avergonzada. Lo que en la oscuridad le había parecido una buena idea, no le parecía ya tanto con las luces encendidas. A oscuras se le había ocurrido que a Ben le gustaría ver las fotografías que había sacado en el parque. Había pensado que así comprendería lo que la arrastraba como un imán a reunirse siempre con aquellas madres trabajadoras y sus niños en el parque. Que estaría interesada en ella y en la pasión que la guiaba. Pero a la cruda luz de la lámpara, Grace podía ver su situación tal cual era.
Aquello era una simple aventura. Una aventura apasionada, desde luego, pero al fin y al cabo una intrascendente relación a corto plazo. Y un hombre que le había dejado claro que no estaba interesado en ninguna relación que entrañara un compromiso, tampoco estaría interesado en conocer en profundidad a Grace Montgomery.
Incluso aunque Grace hubiera cometido la estupidez de enamorarse de él.
De repente se quedó asombrada. Sí, se había enamorado de Ben. Apretó el álbum de fotos contra su pecho.
– Oh, no es importante.
– Lo dudo -delicadamente le quitó el álbum de las manos y abrió la cubierta-. Son tus fotos.
Grace sólo pudo asentir en silencio.
– En tus ojos puedo ver lo muy especiales que son para ti.
– Forman parte de mi ser. Demuestran que puedo conseguir lo que me proponga -se encogió de hombros-. Qué tontería, ¿verdad?
– No es ninguna tontería. Tampoco lo son las cosas que tú deseas, y eso es algo, por cierto, que me gustaría saber. ¿Qué es lo que deseas?
La pasión todavía brillaba en sus ojos y la respuesta brotó por sí sola.
– ¿Aparte de ti?
– Aparte de mí -sonrió Ben.
– ¿Has oído hablar alguna vez de la organización solidaria CHANCES?
– Vagamente.
– Se ocupa de los niños desfavorecidos. Me han contratado para hacer las fotos de su nuevo folleto, además de un reportaje para la revista Town and Country. Espero poder mostrar a mi familia y amigos cómo es la vida real, esa dura realidad que desconocen, y recaudar al mismo tiempo dinero para una buena causa -se echó a reír, algo avergonzada.
– Me gustaría verlas -un brillo de admiración se dibujó en los ojos de Ben.
– La mayor parte de las fotos son de críos. Adoro a los niños, y capturarlos en fotografía disfrutando de la vida, ajenos a los problemas de su ambiente… bueno, creo que no hay nada más bonito que eso.
– ¿Alguna vez has pensado en tener hijos?
– Sí, en varias ocasiones -desvió la mirada. Lo cierto era que le habría encantado tener una familia. Una familia unida y cariñosa, por completo distinta de la que ella había sufrido.
En aquel preciso instante se dio cuenta de que quería tener aquella familia con Ben. Con el hombre que no contraía compromisos. Tragándose el nudo de emoción que sentía en la garganta, volvió a mirar el álbum de fotos.
– Echa un vistazo a éstas -cambió deliberadamente de tema-. Les he dado copias gratis a los padres para que ellos también puedan disfrutar de las imágenes de sus hijos. Y eso es todo -señaló el libro-. Es una especie de amplio muestrario de la vida.
– Mi madre te comprendería tan bien… -le comentó Ben, acariciándole el cabello-. Amaba la vida. Incluso cuando peor nos iban las cosas económicamente hablando, cuando se pasaba todo el día fregando suelos para vivir, seguía valorando y apreciando las cosas pequeñas. Las mariposas en primavera y los cristales de nieve en invierno.
La atrajo hacia sí, y Grace se acurrucó contra su pecho. Tanto si lo supiera como si no, acababa de abrirle una ventana al interior de su alma. Colocó una mano sobre su pecho desnudo, sabiendo que Ben había escogido aquella oportunidad para abrirse porque había percibido la dificultad que, de pronto, ella había sentido de mostrarle aquellas fotos.
– Y ahora tu madre no puede ver aquellas cosas que tanto amaba…
– Sólo ve sombras -sacudió la cabeza. Una fugaz expresión de dolor atravesó su rostro.
– Ben, necesitas tener en cuenta que la vida continúa para ella de muchas maneras. Me refiero a todas esas cosas que lleva dentro, en su interior. Aquí -se dio un golpecito en el pecho, cerca del corazón-. Y aquí -se señaló la cabeza-. Incluso aunque nunca más vuelva a ver una puesta de sol, siempre la acompañará el recuerdo de su imagen.
Ben la miró fijamente. Lo primero que asomó a sus ojos fue la sorpresa, seguida de la gratitud.
– Debí de haber imaginado que lo comprenderías.
– No sé por qué pudiste pensar que no lo haría -le tomó una mano-. Hasta ahora sólo hemos hablado de tu madre, pero… ¿y tu padre? Nunca te he oído hablar de él.
– Era un buen hombre. Murió cuando yo tenía ocho años, de un ataque al corazón.
– Lo siento. Y yo que me he estado quejando de que mis padres me ignoraban… Al menos los tenía conmigo…
– No digas eso. Un niño tiene derecho a esperar amor y cariño por parte de sus padres -le apretó la mano, y Grace se dio cuenta de que no sólo estaban compartiendo confidencias, sino también consuelo. Era una maravillosa sensación.
Había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que había podido sincerarse con alguien. Durante su adolescencia, siempre había contado con el consuelo y el apoyo de Logan. Su pobre hermano había pasado demasiadas noches dándole masajes en las sienes para aliviarla de las jaquecas producidas por las incesantes discusiones entre sus padres. Discusiones al otro lado de las paredes, discusiones que creían que nadie más podía oír: porque el matrimonio Montgomery jamás discutía en público, ya que exteriormente siempre ofrecía una imagen perfecta. Cuando Grace creció, sin embargo, ya no tuvo a nadie en quién apoyarse.
Ahora tenía a Ben. Apoyó la cabeza en su hombro advirtiéndose al mismo tiempo de que no se acostumbrara demasiado a ello, pero su corazón parecía negarse a enfrentarse con la verdad. Hasta que se separaran, él era suyo.
– No estoy diciendo que tuviera una vida perfecta, pero comprenderás que he sido un poco ridícula al hablarte de mansiones y coches lujosos, de criados… -se interrumpió, suspirando-. Por mucho que suene a tópico, el dinero no puede comprar la felicidad.
– Yo no creo que hayas sido ridícula. Creo que has recorrido un largo camino para madurar. Pero has llegado hasta aquí y deberías sentirte orgullosa -señaló el álbum y comenzó a mirar las fotos, admirado.
Grace ya no estaba preocupada por lo que pudiera pensar Ben de sus fotos, si las aprobaría o no: ya lo sabía. Aprovechando aquel momento para reflexionar sobre la conversación que acababan de tener, comprendió que contaba tanto con su aprecio como con su respeto. La aceptaba tal cual era, sin secretos ni escondites. Y allí, en aquellas fotografías, estaba todo ante su vista.
Absorto en la contemplación de las fotos, Ben pensó que a esas alturas sabía ya más cosas sobre Grace de lo que debería. Sabía no sólo lo que la encendía y excitaba, sino también lo que motivaba sus actos. En aquellas instantáneas del parque, con los niños balanceándose en los columpios empujados por sus padres, o las madres sosteniendo a los críos en brazos, estaba descubriendo muchísimas cosas de ella. En realidad Grace quería todo aquello que no había tenido durante su infancia y adolescencia: una verdadera familia. Pero, mientras tanto, estaba intentando ayudar a la gente que más lo necesitaba, y no con dinero, sino con algo mucho más valioso. Estaba regalando a toda aquella gente de vida dura y sacrificada recuerdos que atesorar. El tipo de recuerdos que jamás se habían permitido el lujo de poseer.
– Hoy es domingo -la suave voz de Grace cortó sus reflexiones-. Hoy querrás visitar a tu madre, ¿no?
– Sí. A eso de las cuatro. Generalmente me quedo a cenar con ella -le habría encantado que Grace lo acompañara, pero no podía pedírselo. Con ello sólo le estaría asegurando un mayor dolor y decepción para cuando tuvieran que separarse.
También tenía que pensar en su madre: su batalladora madre que quería verlo casado y que incluso había recurrido a sus vecinas para recabar información acerca de sus hijas solteras. No había forma de que pudiera presentarse con Grace. Su madre había perdido la vista, no la inteligencia. Sacaría las conclusiones acertadas sobre Grace, y luego Ben tendría que explicarle por qué había tenido que dejarla marchar… con lo que recibiría una buena reprimenda por su impropio comportamiento.
En aquel instante contempló una fotografía tomada en un soleado y luminoso día, en la que destacaban los rostros felices de los niños del parque. No había ni rastro de tristeza ni desilusión en sus expresiones.
– Es increíble lo diferente que parece el parque visto a través de tus ojos.
La miró. Grace se había ruborizado: estaba resplandeciente de orgullo por su trabajo. Ben pasó la página siguiente del álbum. En la fotografía ya no se veía el parque, sino una avenida en sombras. En el centro de la imagen había un chiquillo de aspecto travieso saludando a la cámara, pero fue una mancha roja en el trasfondo lo que más llamó su atención. Cuidadosamente sacó la foto del álbum.
– ¿Qué estás haciendo?
– Observándola de cerca -acercó la instantánea a la luz-. Vaya, es curioso…
– ¿Qué pasa?
Sentada a su lado, Grace se apoyó en él para mirar la foto por encima de su hombro. Sus senos desnudos le rozaban la espalda. Sólo entonces se dio cuenta Ben de que estaban allí los dos, desnudos, hablando de sus vidas, compartiendo su pasado con toda comodidad. Como había visto hacer a sus padres en cierta ocasión, de niño, cuando una mañana entró en su habitación sin llamar. Como una veterana pareja de casados.
– ¿Y bien? ¿Qué es? -insistió ella.
Ben se obligó a concentrarse de nuevo en la fotografía.
– Si no me equivoco, se trata del mismo tipo que te atacó. ¿Cuándo tomaste esta instantánea?
– El día del ataque.
– Llevaba la misma camiseta roja raída. Fue en lo primero que me fijé después de oír tu grito. El fogonazo del rojo. Fíjate bien en lo que tiene en las manos.
– Es difícil verlo -Grace se acercó más-. Vi a Kurt, el niño pequeño, salir de la zona de juegos sin que su madre lo advirtiera. Le gusta irse detrás de su hermano mayor.
– ¿Lo encontró?
– No. Siempre se esfuma. Por lo que me dijo su madre, hace lo mismo en el colegio. Bueno, el caso es que seguí a Kurt hasta la avenida que está detrás del parque. Se volvió, me vio siguiéndolo y comprendió que lo habían pillado. Él sabía que yo iba a llevarlo con su madre, pero aquella expresión suya me pareció única, así que le saqué la foto.
– Y captaste mucho más que el rostro travieso de un niño. Parece que tu atacante lleva en la mano una bolsa de polvo blanco.
– Déjame ver -tomó la foto-. Yo no acierto a verlo. ¿Cómo puedes tú…?
«Pura intuición», se dijo Ben. Siendo un adolescente había sido testigo de demasiadas situaciones semejantes, y había tenido mucha suerte de no haber caído él mismo en aquellas tentaciones.
– Ya te dije que yo crecí en un barrio como éste. Esta foto es problemática.
– Eso explica lo de la nota -susurró Grace.
– ¿Qué nota? -le preguntó, súbitamente tenso.
Grace suspiró profundamente y se estiró para sacar una arrugada nota de papel de la papelera que estaba debajo de la mesilla. Después de entregarle la carta, se acurrucó contra él y le dio un beso en el cuello.
– No intentes distraerme, Gracie. ¿Cuándo recibiste esto?
– Esta tarde. Kurt me lo entregó cuando estaba sentada en la zona de juegos. Es tan inocente…
Ben musitó una maldición.
– ¿Y aun así tomaste el metro esta noche?
– Si te tranquilizas un poco y recuerdas bien, no llegué a salir de la estación. Di una vuelta completa… porque durante todo el tiempo sabía que tú me estabas siguiendo. Estaba a salvo.
– ¿Tienes alguna idea de lo que significa esta foto? -blandió la fotografía en el aire.
– Que el hermano mayor de Kurt está metido en líos de drogas, y que Kurt está viendo demasiadas cosas para su edad.
– Eso también. Pero también quiere decir que tú tomaste constancia de algo ilegal en una película fotográfica. Ellos lo saben, y no quieren correr el riego de que decidas hacer algo en contra suya. En otras palabras: eres un objetivo viviente -vio que se estremecía al escuchar aquellas palabras-. No deseo asustarte, sólo quiero que lleves cuidado.
– Bueno -deslizó las manos por su cintura-, me temo que has conseguido ambas cosas. Así que es una suerte tenerte a ti para que me protejas.
– Recuerdo muy bien que antes rechazaste mi ayuda…
– Soy una persona independiente, no estúpida. También conozco mis limitaciones.
Ben era consciente de la enorme concesión que acababa de hacerle Grace, después del esfuerzo que le había costado alcanzar su independencia. No era una persona que pidiera fácilmente ayuda. Incluso se había resistido a sus intentos de protegerla durante la semana anterior.
– ¿Sabes lo que me gusta de ti?
– ¿Qué? -los ojos de Grace brillaron de curiosidad.
– Que eres una mujer muy inteligente.
– ¿Porque admito que te necesito?
Ben sacudió la cabeza. No era tan sencillo.
– Porque estás deseosa de comprometer la independencia que tan duramente te has ganado hasta que resolvamos este asunto. Mañana me dedicaré a hacer algunas preguntas en el parque mientras tú trabajas allí. Con un poco de suerte, para la hora de la comida ya tendré algunas respuestas.
– ¿Cómo sabías que pretendía bajar al parque?
– Porque te conozco.
– ¿Y no vas a intentar disuadirme?
– ¿Serviría de algo? -le preguntó Ben, encogiéndose de hombros.
– De nada -rió ella.
– Por eso lo mejor que puedo hacer es bajar allí antes, vigilar el terreno y echarte un ojo. León, el chico de la cancha de baloncesto, tiene un montón de contactos. Descubriré algo. Tú procura tomar alguna precaución mientras estés allí.
Ben se dijo que lo que había empezado como una simple indagación de información para su abuela acababa de convertirse en algo mucho más personal: una cruzada particular para mantener a salvo a Grace.
Grace apoyó las manos sobre su pecho, deslizando las palmas por sus tetillas.
– Grace, esto es serio.
– Lo sé. Y mi detective privado se encargará de hacer frente a la amenaza. Mientras tanto, seré yo quien se encargue de ti.
Un timbre insistente sacó a Ben de su sueño. Envuelto en el calor de Gracie, no tenía deseo alguno de moverse. Unos golpes sistemáticos no tardaron en acompañar al timbre de la puerta. A su lado, Grace gruñó.
– ¡Fuera!
– Vaya, eres una persona de mal despertar, ¿eh? -Ben se inclinó para besarla en una mejilla-. ¿No vas a abrir tú?
Grace no contestó, como si hubiera vuelto a quedarse completamente dormida. Ben se rió entre dientes, dándose cuenta de que incluso le gustaba aquel malhumor matutino suyo. Se puso los vaqueros.
– ¿Seguro que no quieres abrir tú? Los vecinos podrían murmurar.
A modo de respuesta, Grace se tapó los oídos con la almohada. Ben no dejó de reír mientras se dirigía hacia la puerta… hasta que echó un vistazo por la mirilla. En el umbral había una joven y atractiva pareja, muy bien vestidos los dos: los reconocía porque había visto fotografías suyas en el apartamento de Grace. El hombre miraba preocupado su reloj mientras la mujer llamaba de nuevo.
Si antes Ben había tenido muy pocas ganas de abrir la puerta, muchas menos tenía ahora. Miró hacia el dormitorio.
– Vamos, abre, Grace -exclamó una voz masculina al otro lado de la puerta-. Soy yo, Logan. El portero nos dijo que estabas aquí…
Ben gruñó. No tenía elección.
Logan frunció el ceño con expresión sombría cuando la puerta se abrió de par en par y descubrió a Ben, descalzo y vestido únicamente con unos vaqueros.
Ben, por su parte, tampoco parecía muy complacido con la situación. No tenía hermanos, pero sabía sin lugar a dudas que si hubiera estado en el lugar de Logan, le habrían entrado ganas de matarlo. Aunque su hermana fuera ya una persona adulta…
– Oh -la mujer fue la primera en hablar. Era rubia e iba vestida con unos vaqueros y una camiseta negra-. Me llamo Catherine, soy la cuñada de Grace. Y éste es su hermano, Logan… -al ver que no decía nada, le dio un codazo en las costillas-. Y tú deja de fruncir el ceño. Grace es una mujer adulta: tiene tanto derecho como nosotros a vivir su vida -se dirigió de nuevo a Ben-. ¿Y tú eres…?
Ben sonrió. Otra vez se encontraba con un miembro de aquella familia que le caía bien desde el primer momento.
– Ben Callahan. Vecino de Grace -se dijo que bastaba con aquel mínimo de información, sobre todo cuando los detalles eran demasiado elocuentes…
Después de saludar a Catherine, le tendió la mano a Logan. Tras vacilar durante algunos segundos, el hermano de Grace acabó por estrechársela, reacio.
– Pero esto no significa que acepte la situación -musitó.
– Entonces menos mal que no necesito tu permiso -la voz de Grace resonó a espaldas de Ben.
Se volvió para mirarla, vestida con una larga bata azul. Mientras la veía saludar a ambos con un cariñoso abrazo, Ben sintió un nudo de emoción en la garganta: aquel gesto ilustraba lo mucho que amaba, y era amada, por su familia. Y la gran cantidad de cosas a las que había renunciado yéndose a vivir sola a Nueva York. Y también lo convencido que estaba de que, finalmente, Grace terminaría volviendo a la vida que había dejado atrás. Un día muy cercano. Incluso aunque ella misma aún no se hubiera dado cuenta de ello.
A Ben le había sido concedida aquella única noche. La claridad del día no tardaría en llegar.
– ¿Qué estáis haciendo aquí? -le preguntó a su hermano.
– ¿Creías que podías estar tanto tiempo sin comunicarte con nosotros y sin que supiéramos nada de ti?
– Lo siento. La verdad es que me alegro de que hayáis venido.
– Además -añadió Catherine-, no queríamos perdernos tu cumpleaños.
– ¿Cumpleaños? -repitió Ben.
– Sí, su cumpleaños. Mañana -Logan arqueó una ceja con gesto divertido y Ben captó en seguida su tácito mensaje: «¿Te has acostado con mi hermana y ni siquiera sabes que su cumpleaños es mañana? ¿Hasta qué punto conoces a Grace?».
«Lo suficiente», se contestó Ben. Demasiado bien, y un detalle tan pequeño como la fecha de su cumpleaños no podía cambiar lo que había sucedido entre ellos. Pero sabía muy bien cuándo debía retirarse, y aquél era sin duda el momento más oportuno. Mientras Grace hacía pasar a Logan y a Catherine al apartamento, regresó al dormitorio para terminar de vestirse. Se negaba a pensar o a analizar sus sentimientos mientras no hubiera salido de allí.
Cuando abandonó el dormitorio los encontró a todos sentados en el salón. La habitación todavía estaba sembrada de velas, aunque el surtido de artículos de seducción ya había desaparecido.
– Ven a hablar con Cat y con Logan, Ben -le invitó Grace-. Si tienes suerte, puede que te cuenten cómo llegaron a conocerse. Mi abuela escogió cuidadosamente a Cat, luego los hizo coincidir y se las arregló para encerrarlos juntos en un armario, en medio de una fiesta.
– Por lo que me has contado de ella, tu abuela debe de ser algo fuera de lo normal.
– Pues no sabes ni la mitad -palmeó el sofá, a su lado-. Anda, siéntate. Logan ya ha terminado su habitual sermón de hermano protector.
Ben vaciló, pero Grace no lo notó, o fingió no advertirlo. Su dulce risa flotó en la sala, desgarrándole el corazón. Sería ese sonido lo que más echaría de menos.
– Tengo que marcharme -se preguntó si su excusa parecería tan falsa como lo era en realidad.
– Oh, no. Todavía no. ¿Y si me visto y bajo a buscar algo para desayunar? -inquirió Grace.
Ben suspiró profundamente. Negarse le estaba resultando cada vez más difícil.
– ¿Y si bajara yo? Quédate tú aquí con Cat y Logan.
Resplandeciendo de alegría, Grace asintió con la cabeza; evidentemente suponía que Ben iba a quedarse a desayunar con ellos. Pero no lo haría. Abandonó el apartamento dando un portazo. Había entrado en la vida de Grace mediante una mentira. Además, se había acostado con, ella sabiendo que la estaba engañando y, en una hora, estaría informando sobre su vida a su abuela. No tenía ningún sentido socializar con su familia como si fuera un buen amigo o algo más. A Grace ciertamente no le gustaría la verdad cuando la descubriera… así como tampoco a su hermano.
– ¿Dónde está el bebé? -le preguntó Grace a su hermano, minutos después de la brusca salida de Ben.
– En casa con Emma, y deja de cambiar de tema. ¿Quién es ese tipo?
– ¿Quieres dejarle en paz? -le recriminó Catherine, solidarizándose con Grace.
– ¿Dejaste tú en paz a tu hermana Kayla cuando empezó a salir con Kane? -replicó él.
Grace se dispuso a disfrutar de aquella discusión tan familiar, y a la vez tan inofensiva. Los había echado terriblemente de menos y les estaba muy agradecida por aquella visita: sólo deseaba que hubiera tenido lugar en otro momento. Por la forma en que Ben se había retirado, después de subirles el desayuno, Grace era consciente de que su sorpresiva aparición había echado a perder el calor y la intimidad de la noche que habían pasado juntos. Había replegado velas, y, en esa ocasión, no le resultaría tan fácil hacerle volver.
Después de su corta visita, Grace dejó a Logan y a Cat en el hotel y finalmente se quedó sola. Se sentía inquieta y nerviosa. Todavía corría por sus venas la adrenalina liberada por la noche que había pasado con Ben, y a esas alturas del día no podía quedarse quieta en casa. Además, tenía que hablar con la madre de Kurt antes de que el crío siguiera los pasos de su hermano mayor.
En cuanto a su propia seguridad personal, se dijo que no tenía sentido preocuparse por eso. No cuando el futuro de un inocente niño como Kurt estaba en juego. Así que agarró su cámara y se dirigió a los bajos fondos.