Capítulo 13

Grace salió del apartamento dando un portazo. Ben no intentó detenerla. La expresión de dolor que se había dibujado en sus delicados rasgos no la olvidaría nunca. Si quitarse de en medio podía servir para algo, eso era lo único que podía hacer. Se volvió hacia Emma. La anciana parecía haberse encogido en su asiento, con aspecto agotado.

– Tenía que haber una manera mejor de decírselo.

Nunca sabría si Grace habría aceptado mejor la noticia de haber hablado antes a solas con él. La llegada de Emma había acabado con cualquier esperanza de ese tipo.

Tenía la mejor de las intenciones, pero aun así le he hecho muchísimo daño.

– No fue culpa suya -Ben le puso una mano en el hombro. Si hubiera dejado las manos quietas, si hubiera hecho su trabajo para luego desentenderse sin más, nada de aquello habría sucedido.

– Siéntate, Benjamin.

Ben parpadeó, convencido de que no debía de haberla oído bien. Nadie le llamaba Benjamin, ni siquiera su madre, y Emma no podía haber recuperado tan rápidamente su coraje y fortaleza. Una mirada a aquellos ojos castaños de majestuosa expresión le confirmó que la había subestimado de nuevo. Así que hizo lo único que podía hacer bajo aquellas circunstancias. Se sentó.

– No consentiré que te culpes a ti mismo por algo de lo que soy yo la responsable. No te equivoques. Había oído maravillas de tu trayectoria profesional y necesitaba de tu ayuda para vigilar a mi nieta, pero nada más fijarme en ti comprendí que serías el hombre adecuado para ella. Intuición femenina, ya me entiendes.

– ¿Me está diciendo que me contrató por un asunto profesional… pero que al mismo tiempo quería que me enredara con su nieta?

Emma asintió.

Así que él se había dejado manipular como Grace. De alguna forma, dudaba que eso pudiera proporcionarle algún consuelo. Y teniendo en cuenta que cada paso lo había dado deliberadamente, todavía se sentía disgustado con sus acciones y con el dolor que había causado. Cerró los puños y se volvió hacia la abuela de Emma.

– No me gusta que me tomen por estúpido.

– Vi tu expresión cuando miraste la foto de Grace que te enseñé. ¿Puedes acaso negar la química que existe ahora entre vosotros dos? ¿Puedes negar que te has enamorado de ella?

A Ben se le encogió el estómago. Decirse una cosa a sí mismo y oírla de labios de otra persona era algo completamente diferente. No podía mentirle a la abuela de Grace, por muy manipuladora que hubiera sido. No cuando se estaba enfrentando con la posibilidad de haber perdido a Grace para siempre.

– Ya no estoy seguro de lo que siento. Probablemente Grace no me perdonará estas mentiras y, francamente, no podría culparla por ello.

Sin previo aviso, Emma le dio un fuerte empellón en el hombro. Ben alzó la mirada, asombrado tanto de la fuerza de aquella anciana como de la confianza que se había tomado con él.

– ¿A qué ha venido eso?

– Te pareces demasiado a Logan, maldita sea. No dejes que las cosas se sosieguen. Tienes que luchar por lo que quieres. Yo podría ayudarte y…

– No, gracias. Puedo arreglármelas solo.

Ben dudaba que pudiera vencer en aquella empresa, pero definitivamente tendría un último cara a cara con Grace antes de verse expulsado de su vida. Al menos ella se merecía comprender los motivos de sus actos. Incluso aunque las explicaciones no consiguieran aliviar el dolor producido por su engaño. Se levantó del sofá.

– ¿Puedo hacer algo por usted antes de que me vaya?

Emma lo miró con una expresión mezcla de preocupación y cariño.

– Decirme que mi nieta está bien.

– Está bien -le apretó una mano-. O al menos lo estaba hasta esta noche -se dijo que había llegado la hora de poner las cartas boca arriba-. No habrá ningún informe más, ni escrito ni oral.

Emma asintió, comprensiva.

– Ya no quiero saber ningún detalle. Ahora comprendo lo equivocado que ha sido todo esto.

– Me alegro, porque no podría suministrarle más informaciones sobre Grace y vivir al mismo tiempo en paz conmigo mismo. Pero sí puedo devolverle el dinero que me adelantó para esta misión y…

– Absurdo. Tú hiciste tu trabajo y yo siempre pago los servicios que contrato.

Ben se dijo que aquél era precisamente el problema. Si aceptaba el dinero de Emma, Grace nunca creería que el interés que había mostrado por ella había sido real, nada que ver con el apellido y la fortuna de los Montgomery. Corría incluso el riesgo de que no le creyera de todas formas.

Porque Ben había hecho realidad el mayor de sus miedos y probablemente había destrozado la autoestima que tanto trabajo le había costado adquirir. Hasta hacía poco había estado tan seguro de que volvería a su privilegiado estilo de vida, una vez agotado el carácter novedoso de su independencia… Pero ahora sabía que nunca abandonaría la vida que se había ganado a pulso. Una vida que él había amenazado con sus engaños.

– Mira -insistió Emma-, no tiene sentido que sigamos discutiendo sobre esto. Ahora mismo tendrías que estar hablando con Grace, así que te sugiero que salgas ya a buscarla.

– Dígame antes una cosa.

– ¿De qué se trata?

– ¿Por qué ha aceptado, como futuro compañero de su nieta, a alguien que no pertenece a su mismo nivel social? ¿Alguien que no podría desagradar más al padre de Grace?

– Muy sencillo. Porque tú la haces feliz.

Ben se dijo que quizá había conseguido hacer eso una vez. Pero ya no. Aun así, le resultaba imposible enfadarse o disgustarse con Emma Montgomery por muchos trastornos que le hubiera causado. En lo más profundo de su ser abrigaba un corazón de oro.

Como Grace. Y Ben había roto ese corazón. Sólo esperaba que pudiera deshacer parte del daño que le había infligido. Si no, dispondría del resto de su vida para lamentar las consecuencias.


Ben se le acercó por detrás. La había localizado en el parque, dando patadas a la arena en la zona de juegos para niños. A primera vista podía parecer una cría que acabara de perder a su mejor amiga, pero no. Era una mujer que acababa de perder a su amante y su fe en el hombre en el que había confiado. Aquella angustia no podía ser aplacada con un caramelo o un beso en la mejilla. De todas formas, tenía que intentarlo.

– Hola.

Grace no levantó la mirada del suelo.

– Supongo que ése es uno de los inconvenientes de ser investigador privado. La capacidad para encontrar a gente que no quiere que la encuentren.

– Si no quisieras que te encontraran, no habrías venido aquí -Ben suspiró profundamente-. Y no te he localizado por ninguna habilidad profesional. Te he encontrado porque te conozco.

– Es una pena que no pueda yo decir lo mismo -Grace soltó una carcajada cargada de amargura, tan distinta de la risa alegre que Ben siempre había asociado a su persona.

– Cuando acepté el caso, no te conocía. Trabajar para Emma sólo era una misión más.

– Muy bien pagada, sin duda.

A Ben le habría encantado negarlo, pero no podía.

– ¿Supondría alguna diferencia si te dijera que necesitaba el dinero para proporcionar una mejor atención a mi madre?

– No estoy furiosa porque aceptaras un trabajo -pronunció Grace dando otra patada a la arena-. Tenías perfecto derecho a hacerlo. Lo que no puedo entender es cómo pudiste… acostarte conmigo sabiendo que habías cobrado dinero por acercarte a mí. No entiendo cómo… cómo hicimos las cosas que hicimos juntos y ni una sola vez intentaste contarme la verdad.

Al verla enjugarse una lágrima que le corría por la cara, a Ben se le encogió el estómago de arrepentimiento y vergüenza. Y comprendió que con unas simples palabras no podría aliviar el daño que le había causado.

– Y, sobre todo -añadió ella, mirándolo con unos ojos desprovistos de la luz y de la vida que tanto había adorado ver-, lo que no entiendo es cómo me dejaste creer durante todo el tiempo que lo que compartíamos era lo único de mi vida… que no tenía que ver ni con el dinero ni con el nombre de mi familia -se le quebró la voz, pero no dejó por ello de hablar y Ben tampoco intentó detenerla-. Tú sabías lo mucho que valoraba yo mi independencia. Sabías, aunque no te lo hubiera dicho yo en voz alta, que toda mi percepción de mí misma estaba conformada por lo que la familia Montgomery podía comprar presuntamente en mi beneficio. Pero tú… jamás pensé que también a ti te podían comprar. Y eso fue exactamente lo que sucedió. Emma te compró.

– Grace…

– Compró tus servicios como investigador privado como un medio para que te enredaras conmigo. Esperaba que tú te enamoraras de mí. Porque no creía en mi propio valor como persona.

Ben sintió verdaderas náuseas al escuchar su versión de lo sucedido. Ni una sola vez se le había pasado por la cabeza que le hubieran comprado para que se enamorara de Grace.

– ¿Me toca hablar a mí ya?

– Sí. Pero como te dije antes, ya es demasiado tarde.

– Quizá, pero no cejaré hasta que me hayas escuchado.

– Adelante -musitó ella-. Este es un país libre y la libertad de expresión está garantizada. Nadie te puede impedir que hables.

– Vaya, gracias -repuso, irónico-. Pero esto es demasiado serio como para que te lo tomes a broma.

Grace ladeó la cabeza y lo miró con sus enormes ojos castaños.

– ¿Más serio que un derecho constitucional tan importante?

– Mira -le tomó una mano-, no sé si lo conseguiré o no, pero voy a intentar explicarte todo esto bien. Con toda mi alma.

El sol se estaba poniendo a su espalda y acababa de levantarse una brisa fresca. Aquélla era su última oportunidad. Su última posibilidad de ganar, o de perder, a la mujer que amaba. Teniendo en cuenta que parecía haberse puesto en contra suya, dudaba que cualquier cosa que le dijera significara alguna diferencia. Pero no podría vivir tranquilo el resto de su vida si no lo intentaba.

– Nunca fue simplemente un trabajo. Desde el momento en que vi tu foto…

– ¿Viste mi foto? -Grace sacudió la cabeza-. No importa. Emma le ha estado enseñando mi foto a más hombres de los que puedo recordar. Continúa.

– Desde el momento en que vi tu foto, quedé seducido. Me dije que debía retirarme, no aceptar el caso, pero no pude.

– El dinero.

– Mi madre, el dinero y tú. Los tres factores mezclados. Ahora mismo mi madre necesita más cuidados de los que yo puedo pagarle. Necesitaré aceptar un buen número de casos en poco tiempo, casos que normalmente no aceptaría, para poder financiarle una residencia con atención personalizada.

Inesperadamente, Grace le puso una mano en el brazo, haciéndolo estremecerse.

– La quieres. Eso puedo comprenderlo.

– No estoy seguro de que puedas. Creciste en una mansión. Yo crecí en el otro polo del espectro social. Sólo ahora puedo entender que, a pesar de la miseria, tuve suerte. Porque yo tuve amor y tú no -le cubrió la mano con la suya-. Tú tuviste que complacer en todo a tu padre, y aun así no conseguiste su amor. Un amor que te merecías, y que habría debido ser incondicional. Pero tenías dinero. Y criados -Ben suspiró profundamente-. Y mi madre fue uno de ellos. ¿Puedes imaginar lo que es eso? Una mujer que había pasado toda su vida trabajando en casa, de repente se encuentra sin dinero.

Así que tiene que hacer lo único que sabe: hacer de ama de casa para los otros. Y esos otros no eran tan generosos como suponía.

Grace sintió un escalofrío al recordar la actitud de su padre para con sus criados, recriminándoles siempre hasta el detalle más nimio.

– Y yo siempre supe lo mal que la trataban -continuó Ben-, y que ella lo soportaba todo para mantenerme. Pero hasta años después no pude hacer absolutamente nada por evitarlo.

Grace vislumbró el dolor que se dibujaba en sus rasgos y sintió una punzada de compasión tanto por él como por su madre, a pesar de que no la conocía. Comprendía su frustración cuando sólo había podido asistir al sufrimiento de su madre, sin poder hacer nada, impotente. Comprendía, también, que todo lo que ahora hacía era para compensar y remediar las cosas que no había sido capaz de cambiar en aquel entonces.

Pero aquello pertenecía al pasado, mientras que Grace era el presente. Y ella había sido la única que había pagado el desagravio de Ben.

– Puedo entender por qué aceptaste el caso. Lo que no consigo entender es por qué, en el preciso instante en que nuestra relación se tornó tan íntima, no me lo contaste todo.

– Ahí fue cuando se enredaron las cosas -se pasó una mano por el pelo-. Le había prometido a Emma absoluta discreción. Al haber aceptado el caso, mi ética profesional era lo primero. Sé que suena estúpido, pero es la verdad -al ver que seguía escuchándolo sin interrumpirlo, prosiguió-: También estaba lo del ataque y las amenazas. Si te hubiera contado que estaba trabajando para Emma, me habrías expulsado de tu vida. No me habrías permitido acercarme a ti lo suficiente para asegurarme de que estabas a salvo. Y no podía asumir un riesgo que afectaba a tu vida.

– Porque Emma te estaba pagando para mantenerme a salvo.

– ¡No! Porque me preocupabas demasiado para dejarte vagar por las calles sola y sin protección -replicó, suplicándole con los ojos que lo creyera.

Grace lo miró fijamente, ansiando que la estrechara entre sus brazos y no la soltara nunca más. Pero por mucho que quisiera creerlo, no podía pasar por alto el hecho de que a Ben le habían pagado por el interés que había demostrado por su vida. En último término, había sido contratado por un miembro de su familia, al que por otra parte quería más que a nadie, para que durmiera con ella. Y eso dolía.

– A ver si lo entiendo. No me lo dijiste porque le debías lealtad a Emma. Y porque querías protegerme de cualquier amenaza en la calle.

– Así es.

Grace dio otra patada a la arena, sin importarle lanzarla contra los pies de Ben.

– Pues no, no es así. Porque tú recibías dinero de mi abuela y tenías una responsabilidad hacia ella. Aceptaste el dinero para tu madre, con la que te sentías responsable. Tú, tu madre y mi abuela. Todos estabais en ese escenario… todos menos yo.

Odiaba el tono de autocompasión de su propia voz, cuando no era eso lo que estaba sintiendo. Lo que sentía más bien era furia y traición, dolor y angustia por un amor perdido. Un amor que, evidentemente, nunca había existido. Al menos por parte de Ben.

– No, no, no -pronunció él, hundiendo las manos en los bolsillos-. En resumidas cuentas, si quieres, tomé una decisión errónea por una cuestión ética, Gracie.

– Respeto tu ética. Lo que no respeto son las mentiras.

– Y yo no respeto el hecho de que no pudiera mantener mis malditas manos alejadas de ti -la agarró de los hombros, atrayéndola hacia sí-. Y sigo sin poder hacerlo.

– No sé muy bien si tomármelo como un cumplido o no.

– Confía en mí -gimió, frustrado-. Y si no crees en nada más, cree al menos en esto: todo este enredo no tenía nada que ver contigo, sino conmigo. Debí haberme retirado. Debí haber limitado nuestra relación a términos puramente platónicos. No debía haberme liado con la nieta de una cliente, el objeto de mi investigación…

– Bueno, pues lo hiciste -la furia que había estado conteniendo afloró de pronto, y lo apartó de sí-. Lo hiciste condenadamente bien. No sólo no me pusiste las manos encima, sino que te metiste dentro de mí, maldita sea. Yo era una mujer a la que no podías resistirte, pero no a la que respetaras lo suficiente como para revelarle la verdad.

Ben suspiró y retrocedió un paso, reconociendo finalmente la barrera que ella había levantado entre los dos.

– Comprendo que te sientas dolida, Grace, pero el dolor no cambia lo que sentías por mí antes de que descubrieras la verdad.

– ¿Y qué era lo que sentía yo por ti? -lo desafió, alzando la barbilla.

– Me amas.

Como si acabara de recibir un golpe en el estómago, casi se dobló sobre sí misma.

– Ésa es una suposición muy prepotente.

– Es un hecho. Vi las fotos que me sacaste. Nadie te había llegado tan cerca, tan profundo. Por eso te sientes tan dolida y traicionada. Es lógico. Pero cuando el dolor desaparezca, ¿qué pasará con el amor?

Grace abrió la boca, pero la cerró otra vez. Una cansada y triste sonrisa asomó a los labios de Ben.

– ¿Qué te pasa? ¿Te has quedado sin habla?

– Al contrario que tú, yo soy incapaz de mentir.

– Me alegro. Porque ésa es una de las cosas que más adoro de ti -alzó una mano a modo de saludo, antes de dar media vuelta.

La dejó sola, tal y como había estado antes de que entrara en su vida. Y tal como estaría durante el resto de su vida.


Ben terminó de cargar su equipaje en el maletero de su Mustang. Debería sentirse contento por volver a su piso del Village. Nunca se había sentido cómodo en aquel apartamento de Murray Hill, propiedad del hermano de la casera. Demasiado lujoso para su gusto. Pero el hecho de tener a Grace al otro lado del pasillo había compensado esas molestias.

De hecho, el tenerla en su vida, aunque sólo hubiera sido por tan poco tiempo, había sido como un don del cielo para un hombre que no tenía derecho a recibir ninguno. Si se hubiera decidido a revelarle la verdad antes, quizá a esas alturas estaría mudándose a su apartamento, en vez de verse obligado a marcharse. Por lo demás, si le hubiera confesado su amor durante la noche anterior, como había sido su intención, posiblemente habría tenido que mascar un puñado de arena para cenar.

Ben tenía que aceptar que un futuro con Grace era algo imposible. Desde el mismo día en que aceptó dinero de Emma a cambio de vigilar a su nieta, había renunciado a la posibilidad de mantener cualquier relación duradera con ella. Haber aclarado antes las cosas con Grace no habría evitado que se sintiera traicionada. Según su punto de vista, la había manipulado y todavía le habían pagado por hacerlo.

Era por eso por lo que no se había molestado en decirle que no tenía ninguna intención de conservar el dinero que le había adelantado su abuela, ni de aceptar cualquier pago posterior. Y era también por eso por lo que no le había confesado que la amaba. Porque sabía que no habría significado ninguna diferencia.

Musitó una maldición y cerró el maletero de un golpe. Cuando se volvió, tuvo la incómoda sensación de que alguien le estaba observando.

Recordando la última vez que había experimentado una sensación parecida, y las fotos resultantes que había descubierto en el apartamento de Grace, no pudo menos que reírse en voz alta.

Grace no podía soportar verlo. En aquel instante, no existía ni la más remota posibilidad de que se hubiera asomado a la ventana para contemplarlo. A no ser que le estuviera diciendo adiós. Un adiós definitivo.


Grace bajó la cámara y la dejó sobre la cómoda. Tomar fotos de Ben mientras cargaba su equipaje en el coche y se disponía a marcharse para siempre era una verdadera tortura. Ni siquiera ella misma sabía por qué había esperado encontrar algo de sosiego al hacerlo. Porque, en lugar de ello, en aquel instante estaba llorando a lágrima viva y llamándose cobarde por haberse negado a enfrentarse con Ben una vez más.

«Lo único que tienes que hacer es bajar las escaleras y detenerle», se dijo de nuevo. Cruzó los brazos sobre el pecho y se volvió para mirar a su abuela. Debido a su avanzada edad y a que se había deshecho en disculpas con ella, Grace la había perdonado la noche anterior. Si la hubiera mantenido al tanto de sus actividades para no causarle tanta preocupación, Emma jamás habría contratado a un investigador privado. Tenía que reconocer que había llevado demasiado lejos su apuesta por su propia independencia. En cierta forma, había sido ella quien había desencadenado los acontecimientos.

Miró por la ventana una vez más. Ben estaba hablando con el portero. Con la cadera apoyada en el Mustang, vestido con su vieja camiseta sin mangas, parecía el «chico malo» del que se había enamorado.

– No es el engaño del que él te hizo víctima lo que te impide bajar ahora mismo a buscarlo, ¿verdad? -le preguntó Emma-. Logan y tú sois iguales. Nunca llegué a daros unos azotes, a pesar de que bien os los merecisteis -un malicioso brillo fulguró en sus ojos-. Pero ése quizá fuera un buen castigo para tu Ben…

Grace no pudo evitar reírse, a pesar del dolor que sentía.

– En efecto, abuela. No es esa mentira lo que me retiene.

Lo había superado la noche anterior. Yaciendo despierta en la oscuridad, recordando el tiempo que Ben y ella habían pasado juntos, rememorando sus caricias. Grace sabía en lo más profundo de su corazón que seguía siendo el hombre decente y honesto que ella había creído que era. Un hombre con demasiadas responsabilidades y con demasiada gente a la que dar cuenta de sus actos.

Emma lo había colocado en una posición insostenible: ya se lo había hecho antes a Logan y a Catherine. Pero Emma no se había dado cuenta de que Ben tenía una madre enferma que anteponer a sus propios sentimientos. A la luz del día, Grace podía incluso respetar su decisión de guardar silencio con tal de asegurar la salud y el bienestar de su madre.

También recordaba la intimidad que habían compartido, y mientras ella le había entregado su cuerpo, también le había dado su corazón. El problema era que Ben no había sentido lo mismo.

– Él no me quiere, abuela. Sólo se divirtió conmigo. Me aprecia, pero no me ama.

– ¿Y cómo sabes eso? ¿Cómo puedes estar tan segura?

Grace se tragó el nudo de emoción que sentía en la garganta.

– Porque sabe que lo amo, y él no me ha dicho lo mismo.

Pero se dio cuenta de que, realmente, ella tampoco se lo había dicho. El corazón empezó a latirle acelerado en el pecho. Emma arqueó una ceja, un gesto con el que Grace se había familiarizado con los años. Un gesto que significaba que su abuela tenía todas las respuestas, mientras que Grace o Logan o quien fuera no tenían ninguna.

– ¿Desde cuándo los hombres expresan sus sentimientos con palabras? -inquirió Emma.

– Es verdad -Grace miró otra vez por la ventana. Ben todavía seguía conversando con el portero. No lo había perdido… todavía. E incluso sin escuchar lo que Emma tenía que decirle, ya había puesto un pie fuera de la puerta… porque ella tampoco había puesto sus sentimientos en palabras, y ahora sabía por qué.

Era una cobarde. Podía dejar que Ben se marchara y culparlo por sus mentiras, o aceptar su explicación y actuar. Se prometió que, antes de que los chanchullos de su abuela le estallaran en la cara, le diría a Ben que lo amaba. Si aun así optaba por marcharse, ella se retiraría sin pronunciar una palabra más.

– No todo el mundo se muestra tan abierto en expresar sus sentimientos como yo -pronunció Emma.

– Es un buen eufemismo -rió Grace.

– Y no todo el mundo es tan frío e insensible como tu padre. Puede que nunca te haya dicho que te quiere, pero lo hace a su manera arrogante y prepotente de siempre. No lo disculpo por comportarse como un asno, pero es cierto que te quiere. Y si tú te enfrentaras a él, es posible que acabara reconociéndolo. O quizá no, y tú te quedarías frustrada y vulnerable. Tal y como te has sentido durante la mayor parte de tu vida.

Grace parpadeó para contener las lágrimas. Su abuela acababa de describir su mayor miedo: que Ben la rechazara de la misma manera que la habían rechazado sus padres. Por eso, en vez de ignorar la mentira, había dejado que se interpusiera entre ellos. Porque resultaba más fácil culpar a Ben que exponerse a un rechazo por su parte.

Pero gracias a Ben había descubierto a la mujer llamada Grace Montgomery. Había aprendido que tenía una innata sensualidad, una profunda capacidad para amar y un inmenso sentido de la honestidad. ¿Cómo podía exigirle la verdad a Ben cuando no estaba dispuesta a exigírsela a sí misma?

– El sexo opuesto se caracteriza precisamente por reprimir sus sentimientos. Nunca los expresan por miedo a resultar heridos. Somos nosotras, las mujeres, quienes tenemos que dar el primer paso. ¿Dónde estaríamos ahora si Eva no hubiera mordido la manzana? Ciertamente no nos divertiríamos tanto, ¿verdad? -Emma le hizo un guiño a Grace-. Bueno, ¿a qué estás esperando?

Grace abrazó emocionada a su abuela.

– Tengo que irme.

– Ya es hora.

Mientras Grace corría hacia la puerta, la voz de su abuela resonó a su espalda.

– ¿Te dije ya que se niega a aceptar mi dinero?

Grace se echó a reír, sintiéndose más esperanzada que unos segundos antes, y salió al pasillo.


Ben lanzó una última mirada al edificio de apartamentos y se volvió para subir al coche. No tenía sentido perderse en lamentaciones. El final había llegado.

– ¿Te vas a alguna parte?

Al oír el dulce sonido de la voz de Grace, se volvió rápidamente. Vio que llevaba unos vaqueros cortos y una camiseta. Pero se había anudado los faldones de la camiseta entre sus senos, como había hecho el otro día, descubriendo su vientre plano y acentuando sus curvas. La boca se le quedó seca al mirarla.

– Te he preguntado si te vas a alguna parte -insistió, cruzando los brazos sobre el pecho.

No estaba seguro de si pretendía ser provocativa, pero el efecto era el mismo.

– Me iba a casa.

– Ah. Nunca me dijiste dónde estaba tu casa.

– En The Village -no tenía ningún deseo de charlar de cosas insustanciales con ella como si fueran dos desconocidos. El hecho de estar frente a Grace y no ser capaz de tocarla le recordaba sus numerosos errores, y lo que podría haber sido su relación si no los hubiera cometido. Así que se volvió hacia el coche, alejándose de ella y de los recuerdos que le evocaba… hasta que Grace lo agarró de la muñeca.

– ¿Huyendo otra vez?

Ben reconoció el desafío de su voz. Si Grace quería retrasar su marcha, algo tendría que decirle. Y él pretendía quedarse y escuchar hasta la última palabra. El habitual flujo de gente seguía entrando y saliendo del edificio.

– ¿Y si hablamos de esto en un lugar más… discreto? -bromeó, repitiendo la misma pregunta que le había hecho el día en que Grace le estuvo ayudando a lavar el coche.

– Claro -respondió con una sonrisa, y se volvió ágilmente para subir al coche, agitando su graciosa cola de caballo. Fue un movimiento tan seductor que lo encendió todavía más. Aquélla era la Grace que le gustaba ver: feliz, alegre, radiante.

Grace abrió la puerta del coche, abatió el asiento del conductor y se instaló atrás. Ben se encontró con su mirada y sonrió antes de sentarse al volante y arrancar. Como era de esperar, salió del aparcamiento para rodear el edificio y detenerse en el callejón trasero, donde habían aparcado la otra vez. Más rápido de lo que hubiera creído posible, apagó el motor y se sentó atrás, a su lado.

– Vaya, quizá estuviera equivocada -dijo ella-. Tal vez no estabas huyendo de nuevo, después de todo -en sus ojos había un brillo mezclado de esperanza e incertidumbre.

Ben le deslizó un dedo bajo la barbilla para obligarla suavemente a que lo mirara.

– No más juegos, Gracie. Estoy aquí y no me voy a ir a ninguna parte. No hasta que me hayas dicho lo que tienes que decirme, y quizá ni siquiera lo haga después.

– Entiendo -asintió. La voz le temblaba ligeramente.

Ansiando borrar esa expresión de vulnerabilidad de su rostro, se acercó todavía más a ella.

– Ya me tienes solo para ti, princesa. Y ahora, ¿qué es lo que vas a hacer conmigo? -el pulso se le aceleró tanto que por un instante creyó que Grace también podría oírlo.

– ¿Hablabas en serio cuando me dijiste que tú no te comprometías con nadie?

Su pregunta la tomó por sorpresa.

– Hablaba en serio en aquel entonces. Pero no sabía que yo…

– ¿No sabías que tú qué? Te amo, Ben, y ése es un sentimiento demasiado intenso como para que lo sienta uno solo -le confesó, y se quedó sentada muy quieta, absolutamente inmóvil, con los ojos muy abiertos.

Hasta ese momento no fue consciente Ben de la desesperación con que había ansiado escuchar aquellas palabras. Ahora que lo había hecho, era como si el mundo hubiera recobrado su sentido.

– No sabía que yo también me había enamorado de ti -sacudió la cabeza-. Sí, me enamoré. En lo más profundo de mi ser lo supe nada más verte en aquella foto. Pero no podía permitirme sentir esas cosas, al igual que no podía permitirme revelarte la verdad. Pero debí haberlo hecho. Porque desde el principio tú fuiste mucho más importante para mí que este maldito caso, que Emma, incluso más que mi madre. Y eso ya es decir mucho.

Le acarició los labios con los suyos. Fue el tacto levísimo de una pluma, un pequeño beso de consuelo que bastaba sin embargo para excitarlos, para hacerlos desear mucho más.

– Hablando de tu madre, tienes que aceptar el dinero de Emma. Y no me discutas esto si no quieres que te vuelva a hacer pasar un mal trago. Y otra cosa: ¿cuándo voy a conocerla?

Grace contuvo el aliento y esperó. No cabía ya ocultar nada. Había vencido su propio miedo pero todavía no sabía si podría retirarse con el corazón intacto. Lo esperaba, pero necesitaba una prueba.

La tuvo cuando Ben la levantó en vilo y la sentó en su regazo, tal y como había hecho aquel día. Grace se acomodó debidamente sobre sus muslos y en seguida sintió la fuerza de su erección presionando entre sus piernas, excitándola.

– Antes tenemos que arreglar algunas cosas.

– Supongo entonces que no te irás a ninguna parte.

– Corazón, nada ni nadie podría separarme de ti. Ni ahora ni nunca -se inclinó hacia ella para enjugarle una lágrima.

– Eso me hace muy feliz.

– ¿Siempre lloras cuando eres feliz?

Grace se echó a reír.

– Quédate por aquí y lo comprobarás…

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