Grace captó el desafío que destilaban las palabras de Ben. No la creía capaz de llevar la iniciativa. Pero sabía que si no actuaba ahora, rápido, ya no habría un después. De repente sintió un escalofrío, quieta como estaba en el asiento con la camiseta empapada.
– ¿Tienes frío? -le preguntó él, guardando las distancias.
– Sí. Menos mal que sé cómo entrar en calor.
Se movió con rapidez, antes de perder el coraje y con la esperanza de tomarlo desprevenido. En un santiamén, se sentó en su regazo. Frente a él, colocó las piernas a ambos lados de sus muslos y se sentó a horcajadas. Ben dejó escapar un gruñido.
– Calor corporal -le explicó ella. Pero lo que estaba sintiendo en aquel instante era mucho más que calor corporal. Era más bien una ardiente llamarada que no se parecía a nada de lo que hubiera sentido antes.
Al acomodarse mejor, pudo percibir el abultamiento de sus vaqueros. Estaban tan mojados como los suyos, pero eso no le importó. Ben tensó la mandíbula, luchando contra el evidente placer que le provocaba aquel contacto tan íntimo.
– ¿Siempre consigues lo que quieres, princesa?
– Buen intento, pero no voy a morder el anzuelo -Grace reconoció aquel truco. No le permitiría que se aprovechara nuevamente de su debilidad para ahuyentarla.
– ¿Y bien? -arqueó una ceja, intentando aparentar indiferencia.
Pero a Grace no la engañaba. Había captado una sombra de remordimiento en sus ojos oscuros.
– Digamos que aunque sí que he nacido en un ambiente privilegiado, raramente he conseguido lo que he querido. Por otro lado, tengo la sensación de que tú sí tiendes a lograr lo que deseas.
– No cuando era niño o adolescente. No pertenecemos al mismo mundo.
– Ya lo sé, pero creo que deberías considerarte afortunado. ¿Te dieron amor? -al ver que asentía, Grace añadió-: Entonces tuviste mucha más suerte que yo. Y Ben, quiero advertírtelo: puede que no consiguiera en aquel entonces lo que quería, pero…
– ¿Pero estás decidida a conseguirlo ahora?
– Pues sí. Puedes estar seguro de ello.
Un fulgor de deseo apareció en los ojos de Ben, pero en lugar de atraerla hacia sí para besarla, cerró los puños a los costados. Grace soltó un suspiro exasperado.
– Puedo hacer esto de la manera fácil o de la difícil. Con tu colaboración o sin ella. En cualquier caso, no tengo la menor duda de que al fin tendremos lo que los dos queremos -alzó las manos y las apoyó sobre su pecho desnudo.
Aquel movimiento inicial fue difícil, pero una vez que hubo tocado su piel, el resto fue mucho más fácil. Grace cerró los ojos por un instante para saborear su textura bajo sus palmas. Luego pasó a acariciarle los pezones con los pulgares, endureciéndoselos. Fue entonces cuando una inesperada ola de puro deseo barrió todo su ser. Las sensaciones que Ben le despertaba eran nuevas y excitantes. Se humedeció los labios con la punta de la lengua.
– Antes de que pase a una táctica más agresiva, vas a tener que explicarme por qué te estás conteniendo tanto.
– ¿Quieres decir que todavía puedes ser más agresiva? -una sonrisa bailó en sus labios.
Grace bajó la mirada y descubrió que sus cuerpos estaban muy juntos, casi entrelazados.
– Bueno, sí, me temo que me estoy mostrando un poquito… dominante.
Ben deslizó entonces las manos por debajo de su camiseta, hasta que sus pulgares hicieron contacto con el nacimiento de sus senos. Grace sabía que estaba intentando ahuyentarla de nuevo.
– Me excitan las mujeres dominantes -fue subiendo cada vez más las manos hasta rozarle los pezones, en una leve y fugaz caricia que la inflamó por dentro.
– ¿Ah, sí?
– Desde luego.
Grace cambió entonces de postura, moviendo las caderas hacia delante y rozando su potente erección. Ben emitió un gemido.
– Puedo jugar al mismo juego que tú. Puedo seducirte y atormentarte tanto como tú a mí, quizá más. Y lo haré. Lo haré hasta que me digas por qué te has resistido y resistes tanto a la atracción que sentimos el uno por el otro.
A esas alturas, los movimientos de la pelvis de Grace lo estaban excitando casi hasta el orgasmo. La parte más racional de su cerebro no la culpaba, sino que comprendía la necesidad que había tenido de recurrir a unas tácticas tan agresivas. Unas tácticas en las que era una verdadera maestra. Tan buena maestra que a punto estaba de arrancarle todos sus secretos…
– Te deseo, Ben -pronunció.
A pesar de su tono de seguridad, Ben pudo leer un brillo de incertidumbre en las profundidades de sus ojos, como si todo aquello fuera obviamente nuevo para ella. Le temblaba el cuerpo del esfuerzo que estaba haciendo por contenerse, para no estrecharla en sus brazos y besarla hasta hacerle perder el sentido, para no desgarrarle la ropa y enterrarse profundamente en su ser…
Se obligó a reflexionar sobre las implicaciones de aquella declaración. Ella lo deseaba, pero no sabía quién era realmente. Deseaba saber por qué se contenía, pero Ben no podía revelarle que estaba guardando las distancias debido a la naturaleza de su trabajo. Y por su abuela. Así que optó por el camino más seguro.
– Yo no me comprometo con nadie.
Al menos así había sido hasta ahora. Ninguna mujer le había durado más de un mes. Entre el trabajo y las atenciones a su madre, nunca había tenido tiempo para intentar que una relación le durara. O tal vez porque ninguna mujer le había interesado o fascinado lo suficiente.
– Oh, hace mucho tiempo que a mí me pasa lo mismo -comentó Grace, encogiéndose de hombros-. Y no recuerdo haberte pedido ningún compromiso por tu parte -deslizó un dedo a lo largo de su pecho, descendiendo lentamente hasta la línea de vello que desaparecía en la cintura de sus vaqueros.
Aquella deliciosa sensación estaba acabando con todas sus defensas. Tragó saliva, nervioso.
– Puede que no me lo hayas pedido, pero tienes derecho a hacerlo.
– Creo que yo sé mejor que nadie lo que quiero, lo que necesito… -le soltó el botón de los vaqueros-… y lo que me merezco.
Ben le sujetó las muñecas. Su cuerpo estaba soportando una terrible tensión mientras su mente vagaba en variadas direcciones. Podía ceder, tanto por su propia necesidad como por la de Grace, y, al final, desaparecer de su vida como estaba previsto. Pero se lo impedía su conciencia.
Podía incluso engañarse a sí mismo, diciéndose que una relación provisional con Grace le permitiría protegerla con mayor eficacia en todo momento. Ella se había negado a que la acompañara; en cambio, siendo pareja suya, podría vigilarla de cerca mientras durara el encargo de Emma…
¿Pero qué sentido tenía mentir? Quería protegerla, tanto si eso figuraba dentro de sus tareas profesionales como si no. Cuando desapareciera al cabo de unas semanas, querría dejarla sana y salva, a toda costa. Y el hecho de que se dejara seducir en aquel instante podría contribuir a ese objetivo, a esa causa. Eso era lo prioritario.
– Te mereces lo mejor.
Grace arqueó la espalda, y el efecto fue un más íntimo contacto corporal, si acaso eso era posible. Su pubis descansaba ahora sobre su tensa erección. Bajó la mirada a sus muñecas, que él aun mantenía prisioneras.
– Pues entonces tendrás que soltarme -murmuró.
Así lo hizo Ben. Pero tenía que tocarla; lo necesitaba desesperadamente. Extendió una mano para soltarle la cola de caballo con que se había recogido el pelo, liberando su melena de seda.
– Soy todo tuyo, princesa -se apartó un poco para observarla mejor. Tenía las mejillas ruborizadas y en sus ojos castaños había un brillo de deleite… y determinación.
Por un instante vaciló, y Ben percibió su indecisión. Esperó, dejándole a ella la iniciativa.
Y entonces lo hizo: le bajó la cremallera de la bragueta con insoportable lentitud, acariciando su miembro excitado a través de la tela del vaquero, a cada movimiento. Ben creía saberlo todo sobre la seducción erótica. Creía que sabía dominarse, pero aquellas peligrosas maniobras le estaban arrastrando inconteniblemente hacia el orgasmo, sin que pudiera hacer nada para evitarlo…
– Será mejor que sepas lo que estás haciendo -murmuró, con los dientes apretados.
– ¿Estás poniendo en duda mi destreza? -sonrió, provocativa.
– Sería un loco si negara lo evidente.
Como si sus palabras le hubieran concedido carta blanca, terminó de bajarle la cremallera. Hundió una mano en su bragueta y liberó su erección. Ben soltó un gemido.
– Sólo quiero asegurarme de que sabes en lo que te estás metiendo…
– Como tú mismo has dicho, sería ridículo negar lo evidente -empezó a deslizar la palma de la mano arriba y abajo por su rígido miembro-. Además, estamos en un lugar muy discreto. Nadie nos está viendo.
Ben dejó escapar otro gemido. Evidentemente estaba muy segura de lo que decía. Quería jugar con fuego. Y dado que ya había tomado la decisión de no echarse atrás, el control del que antes había hecho gala estalló en mil pedazos. El siguiente movimiento consistió en despojarla de los vaqueros. Lo consiguieron a pesar del estrecho espacio en el que se movían, y la prenda no tardó en salir volando hacia el otro lado del coche.
Vestida únicamente con su camiseta mojada y la ropa interior, se sentó sobre sus talones, a su lado. Cuando Ben contempló su piel cremosa y los perfectos senos que se traslucían bajo la tela, silbó de admiración. Las mejillas de Grace ardieron de vergüenza. Puro fuego.
– ¿Tengo que suponer que te gusta lo que ves? -le preguntó, con un brillo de esperanza en los ojos.
Aquella pregunta era mucho más elocuente que los audaces gestos que había estado exhibiendo. Tal vez sabía lo que estaba haciendo, pero de lo que no estaba segura era de su aprobación. No estaba segura de él. Quizá Ben no fuera capaz de revelarle toda la verdad, pero al menos sí podía darle esa seguridad que no tenía.
– Ven aquí, Gracie.
– ¿Ya no me llamas «princesa»? -preguntó con tono ligero. Tan ligero que resultaba sospechoso.
Hasta entonces Ben no se había dado cuenta de lo importante que resultaba aquella distinción para ella.
– Te deseo -sin dejar de mirarla a los ojos, añadió-: Creo que sabes cuánto te deseo. Y también que a quien deseo es a Grace, y no a nadie que haya imaginado que eres. A mi vecina, mi maravillosa e insoportablemente sexy vecina. ¿Y bien? ¿Me vas a tener esperando durante mucho tiempo?
Su expresión resplandeció de alegría antes de sentarse a horcajadas en su regazo, sólo que en esa ocasión sólo una ligera barrera de seda separaba sus cuerpos desnudos. Ben la sentía. Su erección estaba arropada por completo en aquel húmedo calor, en aquella deliciosa suavidad.
– Dios mío, esto es el paraíso.
– Tú tampoco estás mal.
Ben la tomó suavemente de la nuca.
– Aunque sólo sea por esta vez, espero que no te importará que tome yo la iniciativa -y sin esperar su respuesta, la acercó hacia sí y la besó en los labios.
Antes de seguir adelante, había querido saborear la dulzura de su boca y la promesa de lo que vendría. Había necesitado la intimidad de aquel beso.
De pronto, unos golpes en la ventanilla del coche los sobresaltaron; Grace dio un respingo, y habría caído hacia atrás si Ben no la hubiera sujetado de las caderas. Afortunadamente, quien quiera que estuviera allí no podía verlos debido a que los cristales eran ahumados.
– ¿Es que no podéis hacerlo dentro de casa?
Ben reconoció la voz de su casera y su risa estridente. Y Grace también.
Avergonzada, recogió sus pantalones. Ben maldijo entre dientes y se recostó en el asiento. Por mucho que hubiera estado disfrutando, no podía negar que una parte de su ser agradecía aquella interrupción. Porque cuando las campanas de alarma resonaron en su cerebro… no había escuchado el menor eco.
Grace abrió el grifo de la ducha. No sabía si elegir el agua caliente para que se le quitaran los escalofríos o la fría para apagar el fuego que la quemaba por dentro. Tenía el cuerpo sensibilizado, especialmente vivo, y no había nada que pudiera cambiar eso… excepto Ben. Y Ben había desaparecido en su apartamento con la estúpida excusa de que tenía que tomar una ducha. A Grace le habría encantado -que tomaran una juntos.
Para ella habría sido la primera experiencia de ese tipo, y seguro que le habría gustado…
Salió y se envolvió en una toalla, consciente de que todavía no estaba preparada para dar ese paso. Por mucho que hubiera estado buscando una experiencia sexual, había encontrado más… mucho más. Aparte de descubrir su propia capacidad para seducir y excitar a un hombre, había aprendido muchísimas cosas sobre Ben, y también sobre sí misma.
Buscaba cariño, y él sabía cómo proporcionárselo. El problema era que su tiempo con Ben era limitado. Tenía solamente un mes de duración, y por propio consentimiento, se habían enredado nada más que en una simple aventura, sin lazos ni compromisos de ningún tipo. Y era una verdadera pena, sobre todo cuando lo comparaba con la relación de su hermano Logan con Catherine… Pero debía dejar de pensar en esas cosas. Ben no tenía ninguna intención de entrar a formar parte de su vida y, además, ¿qué le hacía pensar que ella sí lo deseaba?
El timbre del teléfono la evitó seguir profundizando en aquellos análisis. Descolgó el teléfono portátil que había dejado al lado del lavabo.
– ¿Diga?
– Al fin. ¿Tienes alguna idea de lo que me ha costado dar contigo?
– Hola, abuela. Perdona por no haberte devuelto la llamada. He estado… -«intentando seducir a un hombre», añadió para sí, sonriendo-. Muy ocupada.
– ¿Tan ocupada que no podías llamar a tu abuela para hacerle saber que estabas bien?
– Tienes toda la razón. Perdóname.
– Bueno -suspiró Emma-, ese tono de arrepentimiento tuyo me ha ablandado.
– Realmente te echo mucho de menos, abuela.
– Entonces ven a verme.
– Yo… lo haré. Sólo dame un poco de tiempo para ajustar mi agenda -«apenas un par de semanas, hasta que se vaya Ben», pensó. Tenía la sensación de que, para entonces, iba a necesitar más que nunca a su abuela.
– Claro. Eso es lo que llevas diciéndome desde la boda de Logan, y ha pasado un año desde entonces.
– Mi vida está cambiando mucho. No puedo explicártelo por ahora, pero, en muchos aspectos, me siento mejor.
– No hay razón por la que no debieras sentirte así. Eres la más grande. Y ahora, dime, ¿a qué se debe el cambio? ¿Algún nuevo empleo?
– En parte sí.
– ¿Un hombre?
– Quizá.
– Bueno, muy bien. Guárdatelo todo, como es tu costumbre. Sólo asegúrate de que te trate bien el día de tu cumpleaños. Y antes de que protestes, no estoy hablando de regalos caros. Hay muchísimas cosas que se pueden hacer con un presupuesto reducido. Por cierto, tengo entendido que en Nueva York hay muchas sex shops con precios muy asequibles…
– ¡Abuela! -a pesar de todo lo que había hecho aquel día con Ben, se ruborizó al escuchar aquel comentario.
– ¿Desde cuándo tú y tu hermano os habéis vuelto tan puritanos? Tendré que suponer que no has usado las sales de baño y las velas que te envié por tu cumpleaños, ¿verdad?
Grace se echó a reír, negándose a responder. Años atrás, tanto Logan como ella se habían acostumbrado a las extravagancias de su abuela. Era su padre, el juez, quien no había comprendido nunca a su propia madre y constantemente la había amenazado con enviarla a un asilo. Pero dado que ni Logan ni Grace se habían mostrado inclinados a consentir tal cosa, había tenido que dar marcha atrás. Y mientras Emma no montara un escándalo público, el juez Montgomery se daba por satisfecho.
– ¿Cómo les va a Logan, a Cat y a la princesita? -inquirió Grace.
– Perfectamente, por supuesto. Y dado que tampoco irás a verlos, están pensando en visitarte. Aunque como acabas de decirme que tienes intención de venir a verme…
– Cada cosa a su tiempo, ¿vale, abuela? Oye, ahora tengo que dejarte. Te quiero.
– Yo también te quiero. Y sea quien sea ese tipo, no te muestres remilgada y puritana con él. Eso no los excita. Adiós, querida.
Grace alzó los ojos al cielo y colgó el teléfono. Se imaginó a sí misma un par de horas antes, en el asiento trasero del Mustang de Ben. Sin pantalones, sentada a horcajadas en el regazo de Ben, con su erección en contacto con su húmedo sexo y aquella expresión de puro éxtasis en los ojos. Un temblor de excitación la recorría de sólo recordarlo, un temblor que quedó alojado en su sexo, en el preciso lugar que tanto ansiaba llenarse… de Ben.
Aquella tarde no se había mostrado ni remilgada ni puritana. En absoluto. Había representado el papel de «chica mala». Y quería repetir la experiencia. Resultaba sorprendente que una anciana de ochenta y pico años le hubiera dado a Grace un consejo tan oportuno respecto a su vida sexual.
Y era un consejo que ya estaba siguiendo. Si no supiera que era un absurdo, casi podría asegurar que su abuela conocía personalmente a Ben…