– Tenías razón. Sí que puedo -pronunció Ben, levantándola de la camilla para tumbarla en la cama-. Dado que no me enteré hasta esta mañana de que era tu cumpleaños, no he tenido tiempo de prepararme. No quiero que te lleves una decepción.
Sabía que su tiempo de estar juntos tenía que llegar a su fin, pero se negaba a renunciar a Grace sin oponer resistencia. Por el momento no había nada que pudiera hacer para evitarlo; sin embargo, lo primero que haría al día siguiente sería desenredar aquel cúmulo de mentiras. Mientras tanto, se concentraría en ella con la esperanza de que algún día llegara a perdonarlo. Y de que pudiera existir un futuro para su relación.
– Tú nunca podrías decepcionarme.
Si supiera lo muy falsa que era aquella frase… Ben tuvo que obligarse a dejar de pensar en sus propias mentiras. Los grandes ojos castaños de Grace buscaron su mirada, llenos de emoción y necesidad, cautivándolo.
– No quiero regalos. Sólo te quiero a ti.
– Entonces estábamos pensando en lo mismo, corazón -porque lo que le tenía reservado era un regalo procedente de lo más profundo de su ser-. Pero necesito tu cooperación. Y también tu confianza.
– La tienes -declaró sin vacilar.
«Así de fácil», pensó Ben. «Y así de complicado». Estaba a punto de demostrarle lo que se sentía al perder el control… de la misma manera que ella le había hecho perder el suyo. Se inclinó para besarla ligeramente en los labios, y Grace le echó los brazos al cuello, atrayéndolo hacia sí.
– No, no -pronunció Ben, apartándole las manos y colocándoselas a los costados.
Grace lo miró curiosa. Ben le abrió la sábana en la que todavía seguía envuelta, desnudándola por delante y revelando sus senos a su hambrienta mirada. Quería que no olvidara jamás ese cumpleaños. Comenzó a lamerle un pezón, humedeciéndole la punta y la aureola. Olía y sabía tan maravillosamente bien… Sólo el hecho de concentrarse en su placer podía capacitarlo para conservar el control, y se detuvo un momento para soplar ligeramente sobre la zona que acababa de bañar en saliva.
Grace emitió un gemido estrangulado, que lo hizo temblar de deseo. Le pasó luego una mano por el cuello en un intento de atraerlo hacia sí, diciéndole sin palabras lo que necesitaba…
– Me estás obligando a hacer algo que no quiero, corazón.
– ¿Y eso? -inquirió ella, con voz ronca de deseo.
– Porque me estás distrayendo con esas manos tuyas, y ha llegado la hora de que descubras lo que significa sentirse absolutamente indefenso… como me sentí yo cuando te fuiste hoy al parque.
Se había preocupado terriblemente. Habría sido capaz de cortarse un brazo con tal de que nada le sucediera. El único motivo por el cual todavía no se lo había echado en cara no era otro que aquella inesperada celebración de cumpleaños. Se estiró a un lado para abrir el cajón de la mesilla y sacar el par de pañuelos de cuello que había guardado allí antes.
Grace abrió mucho los ojos, pero no protestó. De hecho, parecía estar gozando de cada instante. Ben le alzó una muñeca y empezó a hacerle un ligero masaje con las dos manos.
– Quiero que me des el visto bueno para hacer esto.
– Te lo doy.
Casi podía leerle el pensamiento, y de repente ansió poder ser todo aquello que ella creía que era. Ató la punta de un pañuelo a una de las barras de la cabecera de bronce y le aseguró la otra a la muñeca, antes de hacer lo mismo con la otra mano.
– ¿Estás cómoda?
– Excitada -murmuró.
– De eso se trata.
Al mirarlo, comprendió que le estaba diciendo la verdad. No había ninguna otra persona en el mundo en quien confiara tanto como para entregarle su cuerpo, su corazón y su alma. Con las manos atadas de aquella forma, nunca se había sentido más vulnerable ante nadie. Ni más excitada.
– Necesito que hagas algo por mí.
– Me temo que no estás en situación de pedir favores -repuso Ben con una sonrisa.
– Desnúdate. Una vez que estemos los dos desnudos, podrás hacer conmigo lo que desees.
Ben se desabrochó el botón superior de la camisa y se la sacó limpiamente por encima de la cabeza para dejarla caer al suelo. Los pantalones siguieron el mismo camino, de modo que finalmente quedó ante ella completamente desnudo. Desnudo y excitado.
– ¿No llevas ropa interior?
– Sé de cierta persona que me ha mantenido demasiado ocupado como para ponerme a pensar en cosas tan básicas como lavar la ropa.
Grace se echó a reír, pero no podía apartar la mirada de su erección. Aunque habían hecho el amor más de una vez, su tamaño y fortaleza seguían asombrándola. Los pezones se le endurecían, y su sexo comenzó a humedecerse. No había nada que pudiera hacer para esconder aquellas femeninas reacciones a su mirada, en el caso de que hubiera querido hacerlo. Y no quería porque abrirse a él de todas las formas imaginables era su única oportunidad de retenerlo junto a sí cuando todo terminara.
Ben se tumbó a su lado en la cama y la acarició íntimamente.
– Tan caliente y húmeda… para mí -murmuró. Deslizaba los dedos por sus sensibles pliegues, excitándola cada vez más.
Con un suspiro, Grace cerró los ojos y se dedicó a disfrutar plenamente de aquellas sensaciones. De Ben. Con las manos atadas y las piernas abiertas, plenamente expuesta, en la oscuridad, lo encontraba todo doblemente erótico. Aun así, se llevó una sorpresa cuando sintió de repente sus labios en la cara interna de sus muslos, y más todavía cuando aquellos labios encontraron sus más femeninos secretos y empezaron a embeberse en ellos. Sus fuertes manos le separaron aun más las piernas mientras su boca obraba una magia que nunca antes había sentido Grace. Su lengua delineaba todos los contornos de su sexo, memorizando su sabor y descubriendo lo que la hacía gemir y convulsionarse de placer.
Grace descubrió que si gemía de una determinada forma, aquella perversa lengua profundizaba sus caricias, y si alzaba las caderas, sus dedos le separaban mejor los finísimos pliegues, facilitando un mejor acceso a su boca. Su contacto siempre era tierno y suave, incrementándose cada vez en ritmo y presión. Su cuerpo se estremecía al borde del orgasmo. Olas de placer empezaban a anegarla por dentro, acercándola al clímax mientras se aferraba con fuerza a los barrotes de la cabecera de la cama. Hasta que ya no pudo soportar ni un minuto más de aquella deliciosa tortura.
– ¡Oh, por favor! Por favor… -sollozaba, con los ojos todavía cerrados y el cuerpo tenso de deseo y anhelo como la cuerda de un arco.
Sin previo aviso Ben se colocó encima de ella y se hundió en su interior, concediéndole exactamente lo que le había rogado. Su magnífica erección alivió maravillosamente su agonía, hasta que de pronto se retiró, dejándola vacía e inerme.
– Otra vez -Grace apenas reconocía aquella voz suplicante como propia. ¿Cómo habría podido hacerlo cuando su hipersensible y tembloroso cuerpo tampoco le resultaba familiar? Jamás antes había sentido tanto en tan poco tiempo.
La mirada de Ben contenía una intensidad de sentimientos que reflejaba la suya propia, provocándole un nudo de emoción en el pecho que amenazaba con ahogarla. Y aun así, esperó. ¿A qué? Grace lo ignoraba.
– ¡Ben! -gritó su nombre, alzando las caderas.
Una inmensa satisfacción asomó a sus ojos un instante antes de agarrarla de los hombros para hundirse nuevamente en ella. A partir de entonces nada pudo detener el clímax que tanto habían estado demorando. Mientras se movía en interior, hacia dentro y hacia fuera, cada embate la hacía sentir más, ansiar más… Hasta que el orgasmo estalló como una explosión, destrozando todo aquello que creía seguro y fiable y dejándola más expuesta y vulnerable que nunca.
Pero no estaba sola. Ben estaba con ella, estrechándola entre sus brazos y alcanzando su propio orgasmo en aquel preciso instante, con igual intensidad que el suyo. Cuando las convulsiones de Grace empezaron a atenuarse, sin desaparecer por completo, Ben le apartó el cabello de la cara y la besó en los labios. No fue un beso suave ni tierno, sino posesivo y exigente que la emocionó hasta hacerla llorar.
Finalmente se derrumbó en sus brazos, tan agotado como ella.
– Feliz cumpleaños, Gracie -le murmuró al oído.
«Te amo», pensó ella, pero se guardó aquellas dos palabras en lo más profundo de su corazón, intuyendo que Ben no querría escucharlas.
Ben desató los nudos de los pañuelos, liberándola. Le dio un masaje en cada muñeca, dándose cuenta por primera vez de la magnitud de la confianza que Grace había depositado en él. Grace valoraba sobre todas las cosas su independencia y su libertad, y aun así le había permitido que le hiciera aquello… sin hacerle preguntas.
– ¿Estás bien?
– Nunca he estado mejor -se acurrucó en su regazo.
Ben se relajó, lleno de una felicidad tan inmensa que le daba miedo. El, un hombre que no necesitaba a nadie, necesitaba a aquella mujer tanto como el oxígeno para respirar. No era algo fácil de admitir. Y no veía ninguna solución a la vista… excepto la verdad. Y eso era algo que todavía no estaba preparado para revelar. No mientras no hubiera arreglado antes algunas cosas, y celebrado el cumpleaños que le había prometido a Grace: un cumpleaños que nunca olvidaría… por buenos motivos, y no malos.
– Grace, tenemos que hablar.
– No es necesario hablar -deslizó una mano por su vientre plano, descendiendo cada vez más.
Su erección parecía estar conforme con ella. De nuevo volvía a desearla.
– No cuando se trata de tu seguridad. Hoy has corrido un gran riesgo. Un riesgo enorme.
– Tienes razón. Lamento haberte preocupado tanto y te agradezco que fueras a buscarme. ¿Sabes? He pensado mucho últimamente. Me he liberado de mi familia, del dinero y de los compromisos que entrañaba. Para conseguirlo, necesitaba demostrarme a mí misma que podía ser independiente. Lo único que lamento es haberte asustado a ti en el proceso.
– Bueno, supongo que eso puedo perdonártelo -bromeó, besándola en el pelo.
– Eres demasiado generoso -rió Grace-. Supongo que eso quiere decir que puedo admitir que no me importa que seas mi protector, siempre y cuando esté justificado. ¿Sabes? Me gusta saber que alguien me aprecia lo suficiente como para velar por mí. Siempre es mejor eso a que lo haga alguien que recibe dinero de mi padre por hacerlo.
Ben maldijo en silencio. Odiaba vivir aquella mentira.
– Necesitas olvidarte de la familia Montgomery. Dejarla atrás, superarla.
– Eso me resulta mucho más fácil cuando estoy contigo -se acurrucó contra él, bostezando, y Ben apagó la luz de la mesilla.
El silencio invadió la habitación. ¿Había imaginado alguna vez que encontraría tanta paz y serenidad al lado de una mujer?, se preguntó Ben. Y con Grace Montgomery, precisamente: la nieta de una cliente, de una familia y un mundo tan distintos a los suyos. Casi tuvo que reprimir una carcajada.
Aunque una parte de su ser todavía creía que algún día Grace echaría de menos su anterior vida de lujos, casi se arrepentía de pensar algo semejante. Se trataba de un prejuicio bien arraigado, pero prejuicio al fin y al cabo. No era de la misma opinión el hombre que conocía tan bien la bondadosa naturaleza de Grace Montgomery.
Sin duda alguna, se había enamorado demasiado como para poder dar marcha atrás. Pero si optaba por luchar, tenía una encarnizada batalla por delante…
Grace se despertó con un sobresalto. No estaba segura de qué era lo que la había despertado, pero una vez despierta no hizo más que dar vueltas y vueltas, incapaz de volver a dormirse. ¿Cómo podía haberse acostumbrado tan rápidamente a la presencia de Ben? ¿Y cómo se acostumbraría a estar sola otra vez una vez que él se hubiera ido? Encendió la pequeña lámpara de una esquina de la habitación, y no se sorprendió de que Ben ni se inmutara. Dormir tan profundamente era algo normal en él. Además, lo había dejado agotado. Evocó la sensación de sus labios en aquellos lugares tan íntimos, abrasándola y grabándola a fuego con sus caricias. Y ella le había dejado hacer. Porque nada era más sagrado que su corazón, y Ben se lo había robado casi sin quererlo.
Dormido, el cabello le caía sobre la frente, atenuando la dureza que tenían sus rasgos y su expresión durante el día. Pero seguía siendo tan sexy como siempre. La sensualidad formaba parte de su ser. Estaba tumbado de espaldas, con un brazo sobre la cabeza, la sábana deslizada hasta la cintura. El oscuro vello de su pecho descendía en una fina línea por su abdomen hasta desaparecer bajo la sábana. Y lo que había debajo…
El corazón se le aceleró y empezó a excitarse. Grace no necesitaba ver lo que había debajo de aquella sábana, porque lo había memorizado hasta el último detalle. No era sólo el aspecto de su erección, sino también su textura entre sus dedos, y dentro de su propio cuerpo. Por vez primera comprendía la metáfora compuesta que describía aquella parte del cuerpo masculino como formada por acero y terciopelo. Suave al contacto, pero dura y poderosa.
Si sólo se tratara de eso… si sólo fuera atracción sexual y deseo lo que sentía por Ben, todo sería mucho más fácil. Se acurrucó contra su cuerpo. Enterrada en lo más profundo de su ser, se escondía una ternura y una suavidad que conocía muy poca gente. Una infancia y una adolescencia de trabajo duro y pobreza lo habían moldeado como persona, pero Grace había descubierto un aspecto mucho más vulnerable: su amor por su madre enferma, su dedicación por los niños pobres y desfavorecidos del mundo, y la preocupación que había demostrado por su bienestar y seguridad. Debajo de aquel exterior de tipo duro que tanto la había atraído, se ocultaba el hombre al que amaba.
Sigilosamente se levantó de la cama y cruzó la habitación. Recogiendo su cámara, enfocó a Ben. Le había sacado fotografías inmerso en variadas actividades, pero el hombre que yacía en aquel momento delante de ella era el hombre de sus sueños, y si desperdiciaba aquella oportunidad, tal vez nunca se le presentara otra. Aquellas fotos serían lo único que tendría Grace para nutrir su corazón y su alma durante las largas y solitarias noches que se avecinaban.
Con un nudo de emoción en la garganta, empezó a sacarle fotos, moviéndose por la habitación y capturándolo desde diferentes ángulos. En lo más profundo de su corazón, sabía que aquellas instantáneas eran las mejores que había hecho en su vida, porque cada una de ellas contenía una parte fundamental de sí misma. Porque, muy pronto, esas imágenes serían lo único que le quedaría de Ben Callahan.