El tren del que habían bajado arrancó. En el andén, Ben le tomó una mano. Le sudaba la palma, lo que significaba que la había puesto nerviosa aquel pequeño ejercicio de seducción. El deseo que latía entre ellos era recíproco, pero podía adivinar, por la pregunta que acababa de hacerle, que no estaba tan segura y decidida como aparentaba. La única manera de convencerla era demostrárselo. Sin vacilar, la levantó en brazos.
– ¿Qué crees que estás haciendo? -le preguntó, indignada pero sonriendo.
Ben no podía apartar la mirada de aquellos labios, rojos y húmedos.
– Estoy respondiendo a tu pregunta. Diablos, claro que te quiero en mi cama -le dijo, y bajó la cabeza para besarla.
Fue un beso en un principio cálido y cariñoso, que pronto se tornó ávido y ardiente. Había ansiado tanto saborear aquella boca… Ahora que lo había hecho, era como si nunca pudiera saciarse de ella. Pero estaban en un lugar público, donde muy probablemente debían de estar ofreciendo un bonito espectáculo gratis. Haciendo un supremo esfuerzo, dio por terminado el beso y apoyó la frente contra la suya.
– No está mal -comentó Grace, sin aliento y aparentemente muy complacida.
– Ya, bueno, he hecho lo que he podido.
– Diablos. Ha funcionado -sonrió.
– ¿A qué te refieres?
– Me he comprado este lápiz de labios especialmente para ti. El eslogan decía: «el carmín se queda en tus labios, no en los de él». Y es cierto -le acarició provocativamente el labio inferior.
Ben no pudo resistirse y le mordisqueó el dedo, gimiendo de deseo.
– Tenemos que salir de aquí -murmuró ella.
– No me digas -se dirigió a la salida de la estación, con ella en brazos, ignorando las miradas de los curiosos.
– Puedo andar, ¿sabes?
– Claro que lo sé -empezó a subir las escaleras.
– ¿Es que no piensas bajarme al suelo?
Ben le contestó con un corto gruñido y siguió andando. Ella ya le había dado suficientes muestras de su maestría en el arte de la seducción. No había duda: había intentado despertar sus instintos más primarios, y lo había conseguido. Sólo estaban a una manzana del edificio de apartamentos. Cuanto antes la llevara a casa, antes estarían donde tenían que estar.
– ¿Sabes? Creo que estoy disfrutando de esto. Me refiero a que me lleves en brazos.
– Adelante. Es tu disfrute lo que tengo precisamente en mente.
Grace apoyó la cabeza en su hombro, y el fragante aroma de su cabello asaltó sus sentidos. El suave contacto de su piel y su cálido aliento contra su cuello era como un preludio de lo que estaba por llegar. Ben entró en el portal y pasó delante del portero, que los observó sonriente. Pulsó el botón del ascensor; afortunadamente se abrió en seguida, sin mayor demora.
Nada más entrar y pulsar el botón de su piso, sintió que Grace comenzaba a mordisquearle el lóbulo de la oreja, alterando en esa ocasión todo su sistema nervioso. El corazón le latía a toda velocidad. Y para cuando salieron al pasillo, apenas podía esperar de lo excitado que estaba.
– ¿Te va bien mi apartamento? -le preguntó ella, también sin aliento.
– Dado que el mío no es realmente mío, el tuyo me vale perfectamente -prefería mil veces estar en un lugar en el que Grace hubiera dejado su huella antes que en un apartamento tan poco acogedor como su residencia provisional.
– ¿Las llaves? -le pidió.
Grace se mordió el labio inferior, avergonzada, como si acabara de sorprenderla en una mala acción.
– La puerta está abierta -al ver que estaba a punto de recriminarle su actitud, se le adelantó-: No me eches sermones, Ben. No suelo llevar conmigo nada donde pueda guardar las llaves. Además, tú has estado observando mis movimientos. Probablemente incluso hayas instalado cámaras de videovigilancia en mi puerta.
– No vuelvas a hacerlo -se limitó a decirle Ben, y se dispuso a abrir.
– Espera.
La miró. En sus ojos, muy abiertos, brillaba una emoción que no conseguía interpretar.
– ¿Has cambiado de idea? -le preguntó él.
– No. Evidentemente yo he planeado esto, es cierto, pero no es una cosa que haga todos los días. Y sólo quería asegurarme… quiero decir que sé que todo esto te va a parecer estúpido, pero… ¿me respetarás por la mañana? -inquirió, ruborizándose.
– Haré algo más que respetarte, Gracie -aquél era precisamente su mayor miedo: la profundidad de la atracción que sentía hacia ella.
Abrió la puerta y entró con Grace todavía en brazos. Se sorprendió al ver las velas, todas ellas encendidas. Estaban estratégicamente distribuidas, conformando un espacio ideal para la seducción. Un estimulante aroma que no pudo precisar excitaba sus sentidos, envolviéndolo por completo. Ahora sabía a qué se había referido cuando le dijo que había planeado aquello deliberadamente, y se sintió conmovido por el esfuerzo y el interés que había puesto en aquel primer encuentro.
– Increíble -le susurró al oído. La bajó lentamente al suelo de modo que su cuerpo resbaló contra el suyo, dejándole sentir lo mucho que la deseaba-. Te has tomado un montón de molestias por nosotros, Grade.
– Me alegro de que lo hayas notado. Le pedí al portero que encendiera las velas mientras estábamos fuera. ¿Ves ahora por qué no necesitaba llaves?
El resplandor de las velas creaba una atmósfera de calor e intimidad que nunca antes había experimentado Ben. Las luces del ocaso se filtraban por la ventana. Aspiró profundamente aquel embriagador aroma que sabía nunca olvidaría. Grace se acercó a la mesa, donde había desplegado un surtido de artículos sensuales, para que pudieran elegir. Al lado de un florero con un ramo de rosas frescas, había una rica selección de frascos de cremas y aceites.
– Bienvenido a mi mundo de seducción.
Ben se dijo que en realidad Grace había estado seduciéndolo desde el primer día que se conocieron, y aun así se sentía como si hubiera estado esperando aquel momento desde mucho tiempo atrás. Toda una vida. Se le acercó y no perdió el tiempo en acunarle el rostro con las manos y en darle un profundo y apasionado beso, como si quisiera sellar el destino de la noche que iban a compartir. Su boca era tan dulce, tan cálida y tan invitadora que estuvo a punto de volverse loco de deseo.
Interrumpió el beso el tiempo suficiente para bajarle la cremallera del top. Luego deslizó la prenda por sus hombros, yendo a caer al suelo. Sin aliento, admiró la vista que se le ofrecía. Un sostén de fina lencería, de color carne, cubría sus cremosos y redondeados senos. Y como si aquello no hubiera bastado para hacerle caer de rodillas ante ella, la tela era transparente; a su través se vislumbraban los oscuros pezones, endurecidos y excitados bajo su ávida mirada. Con el pulgar siguió delicadamente su contorno, saboreando aquella maravillosa textura.
La miró a los ojos, y pudo ver cómo se dilataban sus pupilas a cada caricia. Optó por no precipitarse, conteniéndose, ansiando saborear aquello que compartían: no sólo su atracción física, sino también la emocional. Porque el juego de expresiones que estaba viendo en su rostro, desde el éxtasis hasta el deseo, lo conmovían más profundamente de lo que ninguna otra mujer había hecho antes.
– ¿Te gusta así? -le preguntó, extendiendo una mano y acariciándole un seno.
– Sí -suspiró lentamente-. Y esto también me gusta -añadió mientras tocaba su erección.
Movió las caderas hacia delante, estremecido por aquella caricia. Una maliciosa sonrisa asomó a los labios de Grace en el momento en que le sacó la camiseta de debajo de los vaqueros. Ben sabía lo mucho que ella estaba disfrutando con su control, pero caro le estaba costando. Había empezado a sudar copiosamente.
Terminó de despojarle de la camiseta, que salió volando hacia el otro extremo de la habitación. Luego bajó la cabeza y se dedicó a sembrarle el pecho de estratégicos besos; de húmedos besos con aquellos labios tan rojos… No tardó en sentir la caricia de su ágil lengua en el vello de su torso, en sus pequeños pezones, siguiendo un curso descendente hacia su sexo. Ben ya no podía soportar aquel tormento tan sensual; enganchando los dedos en los tirantes de su sostén, se los deslizó por los hombros. De inmediato le soltó el broche delantero y expuso sus desnudos senos a su mirada, a su contacto, a su boca. Bajó la cabeza y capturó un pezón entre sus labios, lamiéndoselo y mordisqueándolo hasta que la sintió temblar bajo la fuerza de su deseo.
Aunque su propio cuerpo se resistía, Ben quería que Grace estuviera plenamente preparada y dispuesta para cuando llegara el momento de la unión. Y aparentemente ella estaba disfrutando de aquellas caricias previas, porque llegó a agarrarle la cabeza para acercarla a sus senos, suplicándole más.
– Tranquila -murmuró, alzándola de nuevo en vilo.
– Oye, esto se está convirtiendo en una costumbre -bromeó.
– Me encanta. ¿Adónde?
Grace le echó los brazos al cuello y se acurrucó en su regazo. La sensación de sus senos desnudos contra su torso la excitó todavía más.
– El preservativo estaba sobre la mesa. Podríamos ir al dormitorio… si es que quieres ir tan lejos. Personalmente no quiero esperar.
De pronto Ben soltó un gruñido.
– Finalmente lo has conseguido, Gracie… -acto seguido la tumbó de espaldas en la alfombra del salón y se inclinó sobre ella, con las manos a cada lado de sus hombros, contemplándola con avidez-. Acabas de hacer trizas el poco autocontrol que me quedaba.
– Bueno, ya era hora -suspiró de alivio, sonriendo, y se apresuró a desabrocharle los vaqueros, impaciente. No sin cierta dificultad Ben terminó de despojarse de ellos, junto con los calzoncillos, y toda aquella ropa fue a reunirse con el top de Grace.
Grace temblaba de anticipación. Había sentido antes la presión del cuerpo de Ben contra el suyo, pero siempre había habido alguna barrera de ropa de por medio, eso cuando no se habían encontrado comprimidos en el asiento trasero de un coche. Nunca lo había visto tan excitado como ahora. El corazón empezó a latirle acelerado, consciente de que la deseaba con la misma desesperación con que ella lo deseaba a él. Porque jamás antes había sentido tanto deseo por un hombre. Por aquel hombre.
Vio que recogía un preservativo de la mesa y lo dejaba en la alfombra, a su lado. Luego se arrodilló en el suelo, y sin dejar de mirarla a los ojos, le bajó la minifalda hasta las rodillas y más abajo, hasta que ella pudo librarse de la prenda con una patada.
Ben la contempló, admirado. Y Grace contuvo el aliento mientras él se embebía de su desnudez apenas cubierta por su diminuta braga.
– Si hubiera sabido que llevabas esto, me temo que ni siquiera habríamos llegado a salir del metro.
Deslizó una mano debajo de la prenda, apoderándose de su sexo. Con su palma grande y cálida la acarició lentamente al principio, arriba y abajo, hasta que una inmensa ola de placer la barrió sin previo aviso y sus caricias se tornaron más violentas e insistentes. Grace alzó las caderas, perdida en aquellas exquisitas sensaciones, y soltó un estremecedor suspiro de frustración y necesidad.
Ben aumentó el ritmo de sus caricias. La cascada de contracciones empezaba en el punto de presión y se extendía en círculos concéntricos, abrasándola por entero: era como si todo su ser girara en torno al eje de su mano. Grace escuchaba sus propios gemidos y gritos, sabía que procedían de su garganta, y no le importaba. No mientras duraran aquellas asombrosas ondas…
Justo cuando el orgasmo estaba llegando a su fin y ella empezaba a recobrar la consciencia, Ben realizó un movimiento circular con su palma, una maravillosa rotación que desencadenó un nuevo éxtasis. Grace no creía ya que pudiera soportarlo. Al menos no por una segunda vez, sin que lo sintiera enterrado profundamente en el interior de su cuerpo… Pero él no le dejaba otra elección, y continuó proporcionándole un placer que nunca antes había experimentado. Su mano despedía pura magia mientras sus dedos la acariciaban íntimamente a través de la fina y húmeda barrera de seda. Su segundo clímax fue tan violento como el anterior, igual de rápido, con la pura fuerza de pasión asaltándola por sorpresa.
Poco a poco su mente empezó a aclararse. La mirada de Ben seguía clavada en sus ojos. Una tensa pero complacida expresión se dibujaba en su rostro mientras su mano seguía descansando entre sus muslos.
– Estás tan húmeda, tan receptiva -su voz ronca penetró a través de la niebla de su todavía aturdido cerebro.
– Todo para ti -murmuró, apenas capaz de hablar. Pero finalmente pudo pensar, y se concentró en el hombre que acababa de regalarle aquel placer tan intenso y singular. Un nudo de emoción se le formó en la garganta: una emoción que se negaba a analizar o a nombrar.
Los dedos de Ben empezaron a moverse otra vez, presionando nuevamente contra la seda de su braga. Un nuevo placer, más reposado esta vez, se abrió paso.
– ¿Otra vez? -Grace no creía que eso fuera posible.
– Pero esta vez juntos.
Se inclinó para depositar un beso en el triángulo de tela que todavía cubría su sexo. Su aliento era cálido, su boca quemaba, y Grace se abrasó nuevamente de deseo.
– Ben -le estalló el nombre en los labios.
Él comprendió lo que quería, porque de inmediato la despojó de la braga, liberando sus femeninos secretos y exponiéndolos a su mirada. Estaba caliente y húmeda.
– ¿Tienes alguna idea de lo que me estás haciendo? -le preguntó Ben, embebido con ella, respirando aceleradamente.
– Muéstramelo.
Recogió el preservativo, rasgó el sobre con los dientes y se lo puso rápidamente. Un estremecimiento de placer la recorrió mientras lo contemplaba, y segundos después las manos de Ben ya estaban sobre sus muslos, ascendiendo hacia su sexo. Con exacta precisión, apartó con los pulgares los húmedos pliegues. Acercó luego su erección y entró en ella, con un único y fluido movimiento.
Mientras él la penetraba, Grace podía sentir cada ardiente centímetro de su miembro. Y cuando se inclinó sobre ella para darle un cálido y tierno beso, un beso lleno de la mezcla de su maravilloso sabor y de su propio y femenino aroma, una inesperada emoción la barrió por completo. Se dio cuenta entonces… de que acababa de llenarle también el corazón.
Un poderoso torrente de deseo corría por las venas de Ben. Sujetándola de las muñecas, le alzó los brazos por encima de la cabeza. Aquel movimiento provocó un contacto todavía más íntimo de sus cuerpos, sellando sus pieles desnudas, obligándolo a entrar más profundamente en ella.
Envuelta en su calor, Grace experimentó un nuevo y definitivo orgasmo.
Ben apretó los dientes, sabiendo que sólo le quedaban algunos segundos para que se desahogara por completo. Grace no dejaba de temblar, presa de un enfebrecido estado idéntico al suyo. Necesitado de un mayor espacio de maniobra le soltó las manos, pero antes de que pudiera moverse, ella le agarró de los hombros.
– Siéntate -le susurró, con su ardiente aliento acariciándole la oreja. Al ver que la miraba con curiosidad, añadió-: Confía en mí.
Consiguió quedarse dentro de ella mientras se colocaban en la posición que le había ordenado. Finalmente se sentó en la alfombra, con ella en su regazo, enredadas sus piernas en su cintura. Sus cuerpos encajaban perfectamente el uno en el otro, la penetración se profundizaba, sus senos se apretaban contra su musculoso pecho. El resultado fue la más abrasadora intimidad que Ben había experimentado en su vida con una mujer.
Los ojos de Grace, muy abiertos, se encontraron con los suyos, diciéndole sin palabras que ella estaba experimentando justamente lo mismo.
– Vaya. Supongo que ese artículo no engañaba…
– Eres mala, Gracie -pronunció Ben, retirándole delicadamente el cabello de la cara-. ¿Es que has estado leyendo sobre esto?
– ¿Me creerías si te dijera que descubrí ese artículo por accidente? -inquirió, humedeciéndose los labios con la lengua.
– Por supuesto que no, corazón -se inclinó para besar aquella humedad que había creado, mordisqueándole el labio inferior-. Me siento más inclinado a pensar que te estabas preparando para mí.
Grace le tomó los brazos para que la abrazara de la cintura, y aquella amenazadora ola se levantó de nuevo para anegarlo. Ben estaba temblando de pies a cabeza por el esfuerzo de contención que estaba haciendo, y ya no lo dudó: ella estaba más que preparada, y él también.
Juntó las piernas bajo sus nalgas, presionando las caderas contra las suyas. Arqueando la espalda, ella se adaptó a sus movimientos, cada vez más rápidos e intensos. Ben se llenó las manos de sus senos, los pezones aplastados bajo sus palmas. Sin previo aviso, Grace echó la cabeza hacia atrás y gimió. La pulsante erección se desplazó un poco más, penetrando más profunda, más violentamente que antes. Sus sinuosos movimientos le estaban enloqueciendo por momentos.
Quería verla alcanzar el orgasmo, deseaba ver su rostro antes de explotar en su interior, pero ella lo tomó desprevenido. El clímax la asaltó sin previo aviso, anegando su cuerpo en una estremecedora liberación que lo afectó también a él, contagiándolo con su abrumador poder. Cuando todo terminó, se encontró perdido en la contemplación de sus ojos castaños, oscurecidos por la pasión y el asombro.
– Esto ha sido… increíble -murmuró Grace.
«Mucho más que eso», pensó Ben. En aquel instante, hundido todavía en su húmeda suavidad, con su rostro tan cerca del suyo, estaba experimentando un remolino de emociones que temía identificar y precisar.
– Me alegro de que te haya gustado -forzó un tono ligero que no sentía en absoluto.
Había llegado la hora de retirarse, de poner fin a aquella situación. Se dispuso a apartarse, pero Grace lo mantuvo cautivo con las piernas enredadas en torno a su cintura, provocándole nuevas punzadas de excitación.
– No tienes por qué irte a ninguna parte. Ni física ni emocionalmente necesitas apartarte de mí… -pronunció ella, acunándole el rostro entre las manos-. No voy a pedirte ni exigirte nada más que lo que tenemos aquí y ahora. Y si tengo que darte mi opinión, esto ha sido absolutamente maravilloso -y empezó a mover provocativamente las caderas, excitándolo aun más.
– Sí que lo ha sido -convino Ben, gimiendo de deseo.
Y aunque habría debido sentirse aliviado por su respetuosa aceptación de lo poco que había querido de ella, de lo poco que estaba dispuesto a ofrecerle, no fue así. Ni mucho menos. Y sintió en sus entrañas una ridícula punzada de remordimiento.
– Desde luego -Grace se inclinó hacia él, rozándole el pecho con los senos-. Y no tienes nada de qué preocuparte. Francamente, no veo a mi padre por aquí persiguiéndote con una escopeta, así que… ¿por qué no te relajas y disfrutas del resto de la noche?
Ben se echó a reír. Pero fue una risa quebradiza y triste, porque sus palabras confirmaban lo que él siempre había sabido. Que no era digno de Grace Montgomery ni de su privilegiado y selecto mundo. Su padre nunca saldría en su persecución exigiéndole que se casara con su hija. Pertenecían a universos distintos… para no hablar de que Ben había entrado en su vida bajo falsas pretensiones, engañándola. Ni él podía reparar esas mentiras ni ella perdonárselas cuando descubriera la verdad.
Sacudió la cabeza. No era propio de su carácter pensar tanto. Tenía que dejar de hacerlo. Tomaría lo que pudiera en el menor tiempo posible y desaparecería. Sin análisis ni lamentaciones.
– ¿Ben?
La tomó de la cintura, deslizando las manos por sus caderas y por su vientre plano, hasta llegar a la mata de vello que escondía su sexo.
– Lo de disfrutar del aquí y el ahora me parece muy bien, Gracie.
– Sabía que te convencería.
Ben señaló con la cabeza los frascos de gel y artículos de baño que había sobre la mesa.
– ¿Qué te parecería si continuamos la diversión en la ducha?
– Estupendo. Perversamente estupendo -sonrió Grace.
Si advirtió que su sonrisa no llegaba hasta su mirada, no quiso reconocerlo. Si descubrió una sombra de preocupación en sus ojos castaños, se negó a preguntarle por su origen. «Aquí y ahora», se recordó. Eso era lo único que tenían.