Permitirle a Grace que fuera a trabajar al día siguiente y después al parque, sola, fue una de las cosas más difíciles que había hecho Ben en toda su vida. Y no porque se preocupara por su seguridad, sino porque sabía que aquello representaba el final.
Respecto al encargo de Emma, formalmente había cumplido con todo lo que se le había pedido, y su trabajo estaba terminado. Durante toda la mañana y primera hora de la tarde la había estado llamando para informarla de ello, pero, según sus sirvientes, no estaba disponible para atender llamadas de teléfono. Ben no sabía qué diablos quería decir eso exactamente, excepto que tendría que retrasar su informe final… un informe que, por otro lado, no tenía ninguna gana de entregarle. Miró su reloj. Eran cerca de las cinco y todavía tenía que bajar el equipo de masaje y dejárselo al portero, así que sacó la llave que le había dado Grace y entró en su apartamento. Al pasar al dormitorio el aroma del aceite de coco asaltó sus sentidos. Jamás olvidaría aquella fragancia, que siempre asociaría con el cuerpo desnudo de Grace, tenso de deseo, esperando a que le hiciera el amor. Aquella confianza que le había otorgado permanecería para siempre en su corazón. Sólo esperaba que una vez que ella descubriera la verdad, le diera alguna oportunidad…
Se había acercado a la mesilla para recoger las cintas de música y los frascos de aceites cuando su mirada se posó en la cama. Evidentemente Grace había estado muy ocupada aquel día, pero no sólo en el estudio de fotografía para el que trabajaba. Ahora que pensaba sobre ello, cuando se habían separado aquella mañana, Ben había supuesto que era en el estudio donde tenía intención de pasar el día. Pero al parecer había tenido otras cosas que hacer, entre las cuales figuraba la de revelar fotos.
Sobre la cama había un álbum abierto, con fotografías sueltas y desperdigadas sobre el colchón. Fotografías de Ben. De Ben descargando su Mustang, jugando al baloncesto en el parque, lavando el coche… y durmiendo en su cama la noche anterior. Se quedó sobrecogido de sorpresa. Por primera vez en su carrera, alcanzaba a vislumbrar lo que se sentía al ser objeto y no sujeto de una investigación, a ser el observado y no el observador.
Sentándose en la cama, colocó todas las fotos sobre la colcha, observándolas con detenimiento. Grace era una gran fotógrafa. Ya había visto fotografías suyas y sabía lo bien que se le daba capturar y retener la vida en imágenes. Pero aquéllas eran distintas y, de repente, Ben se dio cuenta de que había logrado captar su alma: cada aspecto de su personalidad, desde el tipo que intentaba ser uno más entre los chicos de la calle, hasta el hombre saciado y contento después de haber hecho el amor. Grace había descubierto y saboreado todas aquellas facetas.
Empezó a sudar, dándose cuenta de lo bien que lo conocía aquella mujer. Grace había dicho que sus fotos eran un reflejo de sus sentimientos por lo que la rodeaba, y Ben tenía la prueba en sus manos. Lo que sentía por él se podía palpar en cada instantánea, y al verse a sí mismo a través de sus ojos, tomó conciencia de lo muy profundo que era ese sentimiento. Tan profundo como el suyo, que ya estaba enamorado…
Musitó una maldición. Jamás había pensado en la posibilidad de que Grace llegara a enamorarse de él. Había estado demasiado ocupado pensando en la imposibilidad de su relación y en las abismales diferencias que los separaban. Diferencias que aún persistían. Con el corazón acelerado, se dio cuenta de lo apurado de su situación. Amor, cariño… todo eso era lo que sentía por Grace, pero… ¿le perdonaría ella su engaño? La mujer que había intentado labrarse una vida propia al margen del apellido Montgomery, ¿comprendería que él le había estado ocultando una verdad tan trascendental como que, durante todo ese tiempo, había estado trabajando para Emma Montgomery?
Ben volvió a dejar las fotografías tal y como las había encontrado y se levantó. Después de lanzar una última mirada a la cama donde había pasado los mejores momentos de su vida, se dirigió hacia la puerta. No quería estar allí cuando volviera Grace, porque necesitaba tiempo para pensar. La verdad, el único medio que podía garantizar el futuro de su relación, también podía separarlos para siempre. Pero por mucha necesidad que tuviera de contárselo a Grace, su ética profesional y su respeto hacia Emma exigían que hablara primero con la anciana.
Si Emma se ponía furiosa, y tenía razones suficientes para hacerlo, podría reclamarle el dinero que ya se había gastado en el caso… y Ben necesitaba pensar en su madre antes de tomar cualquier decisión. Si la decisión sólo hubiera dependido de él, habría estado dispuesto a devolverle hasta el último céntimo, pero también era responsable de su madre.
Y sin embargo su madre, Ben estaba seguro de ello, lo comprendería. Bien podía aligerar esa carga de sus hombros. Al haber vivido ella misma la experiencia del amor, no podría negarle a su hijo lo mismo, incluso aunque ello significara retrasar su traslado a una residencia en mejores condiciones. Además, ya encontraría otra manera de financiar la atención que necesitaba, aceptando quizá más casos y trabajando más horas. La posibilidad de conservar a Grace a su lado hacía que mereciera la pena cualquier sacrificio.
Pero quedaba el mayor riesgo de todos, el único que le asustaba más que cualquier otra cosa, y ese riesgo era Grace. Cuando se destapara el engaño, muy bien podría expulsarlo para siempre de su vida.
Grace salió a toda velocidad del estudio. No sabía por qué, pero sentía la imperiosa necesidad de volver a casa… casi como temiendo que no estuviera Ben si no se daba la prisa suficiente. Así que corrió, prometiéndose que tan pronto como lo viera, tan pronto como lo tuviera delante, pronunciaría aquellas dos palabras que temían la mayoría de los hombres. La palabra con la que ella misma temía ahuyentarlo.
Sin embargo, no estaba dispuesta a dejarse llevar por el miedo. Antes de conocer a Ben, había querido salir de su caparazón, de la protección y de la falsa seguridad que le habían ofrecido el apellido y el dinero de los Montgomery. Se había despojado de todas aquellas trampas, pero hasta que se encontró con Ben no llegó a descubrir la esencia de la mujer que llevaba dentro. A Grace Montgomery no le impresionaban ni la posición social ni el dinero, así como tampoco se dejaba influir por las apariencias. Le interesaba más lo que había en el corazón de una persona que lo que llevaba en su cartera, y era la sinceridad lo que valoraba por encima de todo.
Si encontraba tan atractivo a Ben no era sólo por su inherente sensualidad, aunque tenía que admitir que era su apariencia lo que le había deslumbrado al principio. Ben Callahan representaba la antítesis de todo aquello con lo que había crecido… porque era un hombre abierto, honesto y verdadero. Incluso cuando le había confesado su aversión al compromiso, había confiado lo suficiente en ella como para decirle la verdad.
Y antes de nada, lo que Grace le debía era precisamente la verdad. Lo amaba y tenía toda la intención de revelarle sus verdaderos sentimientos. Incluso aunque eso le costara perderlo para siempre.
Entró en su apartamento, sorprendida al encontrar la puerta abierta.
– ¿Ben? -aunque le había dejado su llave para que recogiera el equipo de Marcus, no podía imaginárselo siendo tan poco cuidadoso como para dejar el apartamento abierto-. ¿Todavía sigues aquí?
– ¿Que si sigo todavía aquí? Acabo de llegar ahora mismo. Ha sido el viaje más largo del mundo. Por supuesto, si tu padre no me hubiera retirado el carné de conducir, a mis ochenta y cinco años, habría conducido yo. Imagínate lo aburrido que es estar tres horas sentada en una limusina mientras el chófer va a noventa todo el rato.
– ¿Abuela? -inquirió Grace, corriendo hacia el salón.
– ¿Qué otra persona tiene la llave de tu apartamento? -le preguntó Emma, de pie en el centro de la habitación, con los brazos bien abiertos.
– Primero Logan y Cat, ahora tú -la abrazó, emocionada-. ¿Qué estás haciendo aquí?
– No pensaba dejar pasar otro cumpleaños tuyo sin visitarte -la miró de cerca, examinándola con atención-. Estás preciosa. Te haría falta engordar un poco, pero sigues siendo la Gracie de siempre.
Observó a su vez a su abuela, admirada.
Emma seguía conservando su majestuosa y hermosa apariencia de siempre, con su cabello blanco recogido y su elegante vestido de diseño, inmaculado a pesar del largo viaje a Nueva York.
– Tienes un aspecto maravilloso, abuela.
– Pues claro que sí -sonrió la anciana-. Y puedes dar gracias a Dios de que tú lleves mis genes. Pero estás eludiendo mi pregunta, jovencita. ¿Quién más tiene la llave de tu apartamento?
Grace tomó a su abuela de la mano y la llevó a sentarse al sofá.
– Tenemos que hablar de un montón de cosas -de repente aquellos meses de silencio le parecieron una carga, y ansió desahogarse con la única persona con la que podía hacerlo.
Emma no le echaría nada en cara, porque ella misma la había educado para ser independiente y tomar sus propias decisiones. Pero cuando conociera a Ben, a buen seguro que lo sometería a una especie de proceso inquisitorial. Grace esperaba o bien poder advertir antes a Ben, o bien poner a su abuela sobre antecedentes para reducir el impacto de su interrogatorio.
– Hay un hombre de por medio -empezó a decir Grace, decidida a no ocultarle nada-. Le amo.
Como si hubiera sido a propósito, en aquel momento se oyeron unos golpes en la puerta, seguidos del ruido de una llave en la cerradura. Era Ben. Aquél era el momento menos oportuno de todos. No había tenido tiempo de informar a Emma de lo más básico, ni de poner a Ben sobre aviso.
– Supongo que es él, ¿no? -inquirió Emma.
– Pues sí, y procura comportarte, por favor -Grace sabía que, cuando quería, Emma podía ser la interlocutora más desagradable del mundo.
– Yo siempre me comporto. ¿Se trata del vecino que conoció tu hermano?
– Sí -se apresuró a responder Grace. Sólo esperaba que su hermano hubiera sido discreto.
– ¿Grace? -la voz de Ben resonó en el apartamento, mientras se acercaban sus pasos-. Tenemos que hablar.
– Parece que todo el mundo aquí necesita hablar -comentó la anciana con una carcajada.
– Sss -Grace apretó los dientes. Aunque no podía estar más contenta de ver a su abuela, estaba empezando a lamentar aquella sorpresiva visita.
– Espero que ésta sea una buena ocasión para… -Ben se interrumpió nada más entrar en el salón y verla en compañía de su huésped.
– Hola, Ben -lo saludó Grace.
Se había quedado helado. No era de extrañar.
– Quiero presentarte a mi abuela -se levantó del sofá, y ayudó a Emma a hacer lo mismo-. Te he hablado tanto de ella que supongo que ya es como si la conocieras…
A Ben se le había quedado congelada la sonrisa, y Grace supuso que no debía de estar muy contento por aquella repentina reunión familiar. Aun así, la entusiasmaba la perspectiva de presentar a las dos personas que más quería en el mundo.
– Ben, ésta es mi abuela, Emma Montgomery. Abuela, éste es mi… nuevo vecino, Ben Callahan.
Dado que la posesión de la llave por parte de Ben ya evidenciaba el tipo de relación que mantenían, Grace optó por presentarlo como vecino suyo para ahorrarle cualquier mal trago. Emma podría sacar las conclusiones que quisiera.
– Es un placer -Emma saludó a Ben con expresión radiante.
Grace pensó que, evidentemente, el hecho de haber visto a un hombre en su apartamento debía de haber complacido mucho a su abuela. Después de tanto tiempo sin recibir noticias suyas, la anciana debía de estar frotándose las manos ante el interrogatorio que se avecinaba. Le tendió la mano y él se la estrechó suavemente, con formal cortesía.
– El placer es mío.
– Yo esperaba un saludo más cordial por parte del hombre al que ha escogido mi nieta.
Grace fue incapaz de reprimir una carcajada. Ben, ruborizado, le estrechó la mano con algo más de calidez.
– Así está mejor. Ahora sentémonos para que pueda escuchar todos los detalles. A mi edad, no corro el riesgo de que se me alboroten demasiado las hormonas -se dirigió a Grace.
– Por favor, compórtate un poco, abuela…
– De acuerdo. Bueno, sentaos de una vez. ¿Me permitiréis o no que disfrute de un joven amor como el vuestro?
– Señora Montgomery…
– Llámame Emma -lo interrumpió la anciana-. De verdad que me alegro muchísimo de verte aquí. Si le caes bien a mi nieta, con eso es suficiente para mí. Gracie, abre una botella de vino.
Grace empezó a sospechar. Había contado con la aprobación de Emma, aunque sólo fuera por respeto al buen juicio de su nieta. Pero también había esperado que lo acribillara a preguntas antes de darle su pleno visto bueno.
Y la molestaba que su abuela se mostrara tan complaciente. No porque quisiera ver a Ben sometido a un proceso inquisitorial, sino porque no conseguía comprender por qué Emma no se mostraba más insistente e inquisitiva.
– ¿Por qué no charláis un rato los dos y os conocéis un poco mientras yo intento encontrar una botella de vino decente? -se le ocurrió que, quizá si los dejaba solos, Emma podría hablar con más libertad. Y quizá entonces desaparecería la molesta sensación que ella misma estaba sintiendo en el estómago.
– Buena idea -asintió la anciana-. Toma asiento, Ben.
Grace suspiró de alivio: todavía había esperanza para ella. Ben se sentó lentamente a su lado, como si estuviera a punto de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento en vez de a una abuela de ochenta y cinco años.
– No te dejes intimidar por ella, Ben -le aconsejó antes de desaparecer en la cocina.
Grace se dedicó a buscar una botella de vino en los armarios, sin éxito, y al cabo de un rato se levantó para echar un vistazo al salón por la puerta entreabierta. Emma y Ben ya se habían abismado en una conversación. Parecían dos conspiradores.
Sin saber por qué retornó la molestia que antes había sentido, a modo de mal presagio. Cuando volvió a reunirse con ellos, se hizo de repente el silencio. Un silencio tan extraño a un carácter como el de Emma que Grace sintió un estremecimiento.
– No hay vino.
Emma se encogió de hombros.
– Supongo que las dos tendréis que hablar de un montón de cosas, así que…
Pero Grace lo detuvo poniéndole una mano en el hombro.
– Por favor, no te vayas.
Ben se vio nuevamente obligado a sentarse con Emma.
– Tu abuela me ha dicho que en alguna ocasión le gustaría ver mi Mustang.
– ¿Ah, sí?
– Sí. Adoro los coches antiguos.
Grace entrecerró los ojos, sospechando de inmediato.
– ¿Desde cuándo? A ti te gustan los nuevos, último modelo. Cuanto más rápido, mejor. ¿No es eso lo que dijiste cundo el juez se negó a jubilar su viejo Lincoln? Le dijiste que podía enterrarse en él -musitó.
– Bueno, sí, pero tu padre es un papanatas. El coche de Ben sí que debe de tener carácter, y…
– Si apenas conoces a Ben, ¿cómo puedes decir una cosa así? -con las manos en las caderas, se encaró con su abuela-. Desde que entró por esa puerta, todavía no le has hecho ni una sola pregunta indiscreta. Eso no encaja para nada contigo, porque lo haces incluso con la gente a la que conoces bien. Tú no conoces a Ben, así que debería ser pasto de tus preguntas y… -de repente se interrumpió.
Se quedó helada. Recordó de pronto las técnicas casamenteras que su abuela había utilizado con Cat y Logan. Imposible. Su abuela y Ben no podían conocerse de antes.
En ese instante Emma le dio una palmadita a Ben en la mano.
– Es pura intuición, querida. Ben me parece un gran chico y confío en tu buen juicio. Ya lo sabes.
Grace recordó entonces otra cosa. Las palabras que le dirigió Emma durante el banquete de la boda de Logan: «Grace, tú eres mi proyecto final. Me niego a dejar este mundo sin verte felizmente casada. Creo que se impone un viaje a Nueva York». Sacudió la cabeza. «Imposible», se repitió. Pero entonces, ¿a qué se debía la expresión culpable de aquellos dos?
– ¿Qué me estáis escondiendo?
– No estamos escondiéndote nada. Sólo estoy complacida de que todo haya salido de la manera que yo esperaba… -respondió Emma.
– ¿Y cómo es eso? -le preguntó Grace, todavía recelosa.
– Ya me conoces. Sólo quiero verte feliz -Emma se removió en su asiento, incómoda.
– ¿Y qué hiciste tú para que eso sucediera? -Grace miró a una y a otro-. ¿Qué diablos habéis podido hacer los dos? Porque es evidente que estáis escondiendo algo.
– Absurdo -pronunció la anciana, pero sin atreverse a mirarla.
– ¿Ben? ¿Qué es eso que mi abuela no quiere decirme?
– Grace, ¿no podríamos hablar de esto más tarde… a solas?
– Hasta ahora lo que sentía era solamente una intuición, sin ninguna evidencia concreta. Pero dado que tú acabas de admitir que sí hay algo entre vosotros dos, necesito saberlo de una vez. Ahora mismo.
– Preferiría no hacer esto ahora -la reluctancia de Ben no podía resultar más evidente.
Emma le puso entonces una mano en el brazo, un gesto que no le pasó desapercibido a Grace.
– Me temo que nos tiene acorralados -pronunció la anciana, nada encantada con la perspectiva.
La molestia que antes había sentido Grace en el estómago se convirtió en un doloroso nudo.
– ¿Acorralados? ¿A qué diablos te refieres?
– A esta maldita farsa -dijo Ben, y se levantó para acercarse a ella e intentar tocarle una mejilla.
Pero Grace retrocedió; necesitaba espacio para pensar.
– Así que os conocéis.
– Acabamos de conocernos -terció Emma.
– No intentes distraernos, abuela. ¿Cómo os conocisteis? ¿Dónde?
Ben y Emma se miraron como cediéndose mutuamente la palabra, mientras Emma los miraba expectante, con el corazón acelerado. Finalmente fue él quien habló primero.
– Nos conocimos en la finca de los Montgomery hace unas semanas, cuando Emma me contrató -dejó escapar un gemido y se pasó una mano por el pelo, ya despeinado.
– ¿Que te contrató? -ésa era una posibilidad que nunca había contemplado.
– Podríamos hablar de esto más tarde. Por favor…
Grace detectó el tono de súplica de su voz, pero lo ignoró.
– ¿Te contrató para hacer qué?
– Para vigilarte, informarla de tus actividades y protegerte.
Era como si alguien le hubiera arrancado las palabras del pecho, pero el conocimiento de que también Ben se sentía dolido no consiguió atenuar el impacto que recibió Grace.
– Tienes que comprender los motivos de Emma -continuó él-. No sabía nada de ti y estaba preocupada.
– Eres muy amable al intentar disculpar el comportamiento de mi abuela, pero eso no la exonera de culpa. Ni a ti tampoco -Grace se dejó caer en la silla más cercana, desgarrada de dolor.
El hombre que había creído que no tenía nada que ver con el apellido de la familia Montgomery ni con su dinero… había sido contratado para dedicarle la atención que le había prestado desde un principio. No había velado por su bienestar porque la quisiera. Empezó a abrumarla una sensación de traición. Le faltaba el aire. Apenas podía hablar. No la extrañaba ahora que Ben no hubiera podido prometerle nada más que una relación a corto plazo… hasta que Emma dejara de pagarle sus servicios.
Alzó la mirada y no se sorprendió de que su abuela no se atreviera a mirarla a los ojos. Pero Ben sí lo estaba haciendo. Grace había visto aquellos mismos ojos brillando de pasión e iluminados por la risa. En aquel instante una emoción temblaba en sus profundidades, y ella quería agarrarse a ese sentimiento como si fuera una tabla salvavidas. Pero qué patética le resultaba esa reacción. Debido a su ansia de esperanza, estaba deseosa de ver amor y cariño donde no había nada de eso. Se había engañado al pensar que Ben se había enamorado de ella como ella de él.
Lo había creído sólo porque había querido creerlo. Pero al mirar a Ben en aquel momento, con sus mentiras al descubierto, era como si no lo reconociera. Eso dolía. Y mucho.
– Grace… -su voz penetró a través de la nube de dolor.
Sacudió la cabeza. No quería escuchar nada de lo que tuviera que decirle. ¿Qué podía justificar una mentira tan colosal? A partir del momento en que se convirtieron de vecinos en amantes… ¿cómo pudo no haberle revelado la verdad?
– Si me permites que te lo explique…
La voz de Emma parecía más frágil de lo normal. Grace se sentía como si estuviera a punto de resquebrajarse en mil pedazos si seguía escuchándolos. Necesitaba huir de ellos. De las dos personas a las que más quería en el mundo. Las mismas que la habían traicionado.