Capítulo 6

Ben pensó que Grace significaba problemas. Pero no más problemas de los que se merecía, en orden a su valor como persona, y ése era el principal problema. Acababa de tomar una ducha fría cuando el portero del edificio le llamó para informarle de que Grace había salido de su apartamento. Detestaba tener que recurrir a tácticas de estrecha vigilancia, pero ella no le había dejado otra opción.

Así que esperó a que Grace entrara en el ascensor para bajar a toda velocidad las escaleras.

– Ha girado a la izquierda -le señaló el portero, con una enorme sonrisa pintada en el rostro.

– Me alegro de que encuentre tan gracioso todo esto -musitó Ben, irónico. La siguió fuera del edificio, incapaz de desviar la mirada del hipnótico movimiento de sus caderas, enfundadas en unos vaqueros blancos. Esperó detrás de una esquina cuando ella entró en el metro, y nada más perderla de vista paró un taxi y se dirigió al parque.

No pretendía tener una confrontación, por lo que intentaría que no lo descubriera. De esa forma podría vigilarla a ella y a cualquier otro que se le ocurriera hacer lo mismo. Su único consuelo descansaba en el hecho de que no se había llevado la cámara y, por tanto, no era un objetivo tan llamativo. Pero tan pronto como la vio acercándose a las canchas de baloncesto, con su melena rubia brillando al sol, comprendió que habría llamado la atención incluso en medio de una multitud. Grace, sólo por ser quien era, era un objetivo andante.

Grace entró en la zona de deportes, donde un grupo de mujeres estaba sentado en un banco mientras sus hijos jugaban en los columpios. No había ningún asiento libre, pero no vaciló; se reunió con ellas, sentándose en el suelo al lado de una mujer morena, sin importarle mancharse los vaqueros blancos. Dado que estaba de espaldas a él, Ben se desplazó hasta quedarse apoyado en la valla.

Vio que estiraba las piernas, recostándose con los codos apoyados en el suelo: una actitud absolutamente relajada que no podía contrastar más con la de Ben. No le había mentido cuando le dijo que las mujeres dominantes le excitaban. Pero había omitido algo: que era el dominio que ella ejercía sobre él lo que le producía ese efecto. Jamás antes había tropezado con una mezcla tan erótica de seducción e inocencia, y en un envoltorio tan deseable.

Un grito infantil cortó el aire, sacando a Ben de sus reflexiones. Un niño había quedado colgado por los pies de uno de los columpios. En seguida se levantó una joven madre, pero Grace la detuvo poniéndole una mano en el brazo. La mujer asintió y fue Grace la que corrió a rescatar al crío, que en lugar de marcharse apresurado a jugar, le dio un cariñoso abrazo. Aparentemente se conocían, y Grace lo levantó en brazos para llevarlo con su madre.

Un inesperado nudo de emoción se formó en la garganta de Ben. Se resistió, intentó tragárselo, pero aquel condenado nudo se obstinaba en permanecer. Aquel incidente le recordaba otros similares durante su infancia: habitualmente los domingos, el único día libre de su madre. Por muy cansada que estuviera, siempre preparaba una comida de picnic y se lo llevaba al parque. Una vez allí se reía con él, lo observaba, jugaban juntos, lo consolaba y curaba de las ocasionales heridas que se hacía… Justo lo que estaba haciendo Grace en aquel mismo instante. Estaba convencido de que tenía instintos maternales, incluso aunque no le hubiera mencionado su deseo de formar una familia. Diablos, se estaba alejando tanto de su propia familia que no le extrañaba que no tuviera muchas ganas de formar otra. Pero ese deseo existía. Eso era seguro.

El trabajo de Ben estaba basado en la observación, el instinto y la intuición. Y, ahora mismo, los tres le estaban alertando del peligro que aquella mujer poseía. Peligro para su vida, para su cordura… para su corazón. Había visto ya muchos aspectos de Grace, pero la Grace Montgomery con un crío abrazado a su cuello era mucho más amenazadora que la sirena desnuda que se le había sentado encima.

Sintiéndose como un intruso en su vida tanto como en la suya propia, dio media vuelta para marcharse. Pero no antes de que Grace mirara en su dirección. No podía estar seguro de que lo hubiera visto. De todas formas, si ése era el caso, no tardaría en saberlo.


Grace releyó la nota que sostenía en la mano: Sé una chica lista. No vuelvas. Temblando, la lanzó a la papelera. Quienquiera que fuese, el autor de aquella nota había caído lo suficientemente bajo como para manipular a un niño con el fin de que le transmitiera sus amenazas. Grace recordó el instante en que Kurt le había entregado aquel papel de apariencia inocente… casi al mismo tiempo que descubría a Ben. Y era en Ben en quien quería concentrarse ahora. Las amenazas no desaparecerían por el momento, así que ya se ocuparía de ellas más tarde.

Salió del edificio. Sabía que no estaba jugando limpio. Pero… ¿acaso Ben había jugado limpio cuando antes la estuvo siguiendo? No estaba tan furiosa con él como debería haberlo estado, teniendo en cuenta que no había confiado en ella lo suficiente para que saliera sola a la calle. Si la había seguido era porque estaba preocupado. Y cuando recibió aquella nota, lo cierto era que había sentido la necesidad de recurrir a él. Pero se la había ocultado porque sabía que habría reaccionado de manera exagerada. Se habría opuesto seguramente a su necesidad de volver al lugar que tanto amaba, al lugar que tanto la había ayudado a reencontrarse a sí misma.

No estaba furiosa porque Ben hubiera sentido la necesidad de seguirla; de hecho, comprendía sus razones… pero estaba decidida a darle una buena lección: una que tardara mucho tiempo en olvidar. Después de lo ocurrido en el parque, había concentrado todas sus energías en prepararle una sorpresa para la tarde. Tomó otra ducha y se arregló, asegurándose de utilizar las sales de baño y los perfumes que le había regalado Emma, y cuyos poderes afrodisíacos ella le había dado por garantizados. Por último, se puso un precioso vestido diseñado para encender a Ben y salió del apartamento.


«Otra vez no». Ben no se había recuperado de los efectos de la última salida de Grace cuando el portero volvió a avisarle de que salía de nuevo. Variando en esa ocasión su rutina habitual, esperó a que bajara en el ascensor para bajar a su vez en el siguiente. El portero le había prometido que no la perdería de vista, y cuando llegó al vestíbulo, le señaló la dirección que había tomado: hacia el centro de la ciudad, tal y como temía.

Salió del edificio. ¿Por qué diablos había tenido que elegir aquellos barrios para pasear? ¿Y además vestida de esa manera?

Estaba más bella que nunca, con aquella melena rubia derramándose sobre sus hombros, aquellas piernas largas y bien torneadas y aquella esbelta figura… que resultaba perfectamente visible gracias al ajustado top y a la minifalda que llevaba. Suspiró profundamente. No tenía ni idea de adonde se dirigía, pero no iba a ir sola a ninguna parte…

La siguió al metro, incapaz de dejar de mirarla. Incapaz de dejar de fantasear con aquellas largas piernas y con las ganas que tenía de sentirlas de nuevo en torno a su cintura, sin ninguna barrera de ropa de por medio… Pero vestida como iba no podía imaginarse otro destino para aquel paseo que la cita con un hombre. Ben maldijo entre dientes. Se hubiera citado con ella o no, ningún otro hombre se interpondría entre ellos. Jamás.

Perlaron su frente unas gotas de sudor que nada tenían que ver con la alta temperatura del vagón de metro en el que entraron. Escondido entre la multitud, la observó mientras se sujetaba delicadamente un mechón de cabello en la oreja, ansiando hundir los dedos en su melena de seda. Sudaba cada vez más. Se le aceleró la respiración al recordar el episodio de aquella mañana en su coche, cuando…

El chirrido de los frenos lo devolvió de repente a la realidad y siguió a Grace fuera del vagón. Vio que subía las escaleras pero, para su sorpresa, antes de salir a la calle, dio media vuelta y volvió a internarse en la estación de metro que la llevaría de regreso a Murray Hill, donde residía.

Y en el preciso instante en que se sentó en el vagón y se volvió de repente para saludarlo con la mano, entre la multitud, Ben lo comprendió todo. Lo había cazado. Le devolvió el saludo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Los labios de Grace, brillantes de carmín, esbozaron una sonrisa divertida. Ben ansió besarlos y saborear el dulce interior de su boca, pero dado que estaba jugando con él, dudaba que pudiera llegar a hacerlo pronto. De todas formas ya había aceptado que una relación íntima entre los dos era algo inevitable. Era su culpa lo que seguía torturándolo.

Grace se levantó de su asiento para acercársele. De pie frente a él, se agarró a la barra a la que él estaba agarrado. Y Ben ya no pudo hacer otra cosa que aspirar su fragante aroma.

– Supongo que no irás a ningún sitio en concreto.

– Has acertado -pronunció ella.

– Dando un paseo por puro placer, ¿no? -como no respondió, la miró atentamente, deteniéndose en sus zapatos de tacón alto, en sus largas piernas y en su fantástico y seductor vestido-. ¿Nada de citas con algún tipo… sexy?

– Eso depende -contestó, provocativa.

– ¿De qué depende?

– Bueno, lo cierto es que tú eres bastante sexy cuando no me estás siguiendo como si fuera una niña en la que no se puede confiar para que salga sola a la calle.

Ben era demasiado precavido para sumergirse en el debate que ella le estaba proponiendo. En lugar de ello, se concentró en el asunto que más le importaba.

– ¿Entonces piensas que soy sexy?

– Hum… -ladeó la cabeza-. Creo que no me gusta mucho esa sonrisa de gallito que estás poniendo -se echó a reír-. Eres muy masculino: eso te lo concedo.

El vagón se detuvo y la mayoría de los pasajeros bajó en aquella estación, dejándolos prácticamente solos.

– ¿Quieres sentarte?

– No -Grace sacudió la cabeza-, gracias. Prefiero quedarme de pie. Así estoy más cerca de ti -le rozó con la cadera cuando el vagón volvió a ponerse en marcha.

Tanto le estaban sudando a Ben las palmas de las manos que la barra de sujeción se le escurría entre los dedos.

– ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, estábamos hablando de ti, de lo muy masculino que eres -sonrió-. Con esa boca y esos ojos, eres un hombre extremadamente sexy -con gesto seductor, le delineó con un dedo el contorno de los labios.

El solo hecho de mirar aquellas uñas pintadas de un rojo a juego con sus labios le hacía estremecerse de deseo. Aquel tono de rojo era lo suficientemente sexy como para derretir a un hombre. De hecho, ya se estaba excitando.

– Este es el precio que me estás haciendo pagar por haberte seguido, ¿verdad? -le preguntó con voz ronca.

– Si lo fuera, sería un precio insignificante, ¿no te parece?

Una respuesta de lo más evasiva, pensó Ben. Y dado que aquel viaje en metro había sido cuidadosamente planeado, no podía evitar preguntarse por lo que debía de haber estado tramando. Aparte de que no había respondido a su pregunta.

– ¿Estás insinuando que yo podría ser tu cita?

– Es una posibilidad… -le brillaron los ojos mientras se acercaba más hacia él-… si es que no estás dispuesto a tratarme como si fuera una chiquilla.

Ben bajó la mirada a su escote, claramente visible desde su aventajada posición dada su mayor altura, y vislumbró sus redondeados senos, enfundados en un sostén de encaje, color crema.

– Tú no eres ninguna chiquilla, Gracie.

– Me alegro de que lo hayas notado.

– Sabes que no tenía otra elección que seguirte, por si acaso volvía a sucederte algo.

Grace desvió la mirada por un instante antes de acariciarle una mejilla.

– Sí, lo sé. Eres un hombre bueno, Ben. Te preocupas por mí y yo te lo agradezco. Pero quiero que me trates como la mujer que soy. Y para eso quizá tenga que recordarte lo muy mujer que puedo llegar a ser.

Ben miró a su alrededor. Los únicos pasajeros que quedaban en el vagón estaban sentados, conversando o leyendo el periódico. Era casi como si Grace y él estuvieran absolutamente solos.

– Confía en mí. No tengo ninguna duda sobre lo muy mujer que eres -la adrenalina corría a toda velocidad por sus venas.

– La pregunta es: ¿sabrás tratarme como me merezco?

– Oh, creo que podría aceptar el desafío -dado que ella se estaba aprovechando de su situación… ¿por qué no habría de hacer él lo mismo?-. Fíjate en el efecto que me provocas -se le acercó más, rozándola y asegurándose de que sintiera la dureza de su erección presionando insistente contra su pierna.

Grace ahogó un jadeo. A Ben le encantó que las tornas hubieran cambiado: estaba disfrutando tremendamente con aquella situación. Sabía muy bien adonde los llevaba todo aquello. Y ella también lo sabía, a no ser que su asombrado silencio significara que había cambiado de idea.

Grace tragó saliva. Un ardor se extendía por su muslo allí donde seguía presionando su erección, como ilustrando lo que ella misma había desencadenado.

– No es demasiado tarde para que cambies de idea -la ronca voz de Ben reverberó en su oído-. Por supuesto que me llevaré una gran decepción, pero lo entenderé. Mi madre me educó para ser un caballero.

– ¿Ah, sí?

– No tanto como para que lo adivinaras a primera vista, pero sí.

– Bueno, pues entonces dile que hizo contigo un buen trabajo.

– Lo haré. Y a ella le encantará. Ya no recibe muchas noticias del exterior.

Aquél era el primer fragmento de información personal que le ofrecía, y de manera voluntaria. Grace se sintió agradecida por ello.

– Suena como si estuviera viviendo en una cárcel.

– Se llama centro residencial privado para la tercera edad, pero está a la vista de todo el mundo, así que lo de «privado» no tiene mucho sentido. No sale mucho de allí.

A Grace no le pasó desapercibido el tono de amor y de cariño con que había hablado de su madre. Un motivo más para admirarlo.

– Pero apuesto a que te ve con frecuencia.

– Todos los domingos por la tarde y siempre que puedo dejarme caer por allí.

– ¿Sabes? Eres un tipo muy especial -murmuró.

Se sentía profundamente conmovida de saber que tenía un punto débil. Aquel hombre, el único al que había elegido para que la ayudara a descubrir y liberar su verdadera identidad, era mucho más que un vecino atractivo y sexy.

– Tú también eres muy especial.

– ¿Por qué?

– Bueno, has desarrollado en muy poco tiempo un talento muy especial como investigadora privada.

Grace se echó a reír, sabiendo que la había sorprendido investigando sobre su vida. Y además no le importaba que lo hubiera hecho. Ya había decidido dejar la vergüenza y el pudor a un lado, por lo que se refería a Ben. ¿Por qué no buscar más cumplidos?

Podrían servirle para estimular su coraje.

– Eres una mujer increíble -tomándole una mano, se la apretó.

Aquel simple gesto, junto con su apoyo, admiración y respeto, consolidaron definitivamente sus sentimientos por él. Ben era exactamente lo que ella veía de él, ni más ni menos. Pero lo más importante, y lo único que lo convertía en el hombre perfecto en aquella fase de su vida, era que la respetaba como persona, más allá de su apellido o del dinero de su familia. Ben Callahan era un hombre sincero, que escapaba a la influencia de los Montgomery.

Sin previo aviso, el vagón frenó de golpe. Grace perdió el equilibrio y Ben la sujetó de la cintura. Envuelta en su calor, en su aroma, no pudo menos que preguntarse quién era el seductor y quién el seducido.

– Creo que ésta es nuestra parada.

– Sí -repuso Grace, irguiéndose.

Las puertas se abrieron y Grace salió del vagón. Con las manos temblorosas y el corazón acelerado, esperó a que se reuniera con ella en el vagón. Con su barba de varios días, sus vaqueros viejos y su gastada sudadera, él era su rebelde. Antítesis de todos aquellos a quienes había dado la espalda, Ben representaba todo lo que había querido ser y no había tenido el coraje de alcanzar… hasta ahora.

Se humedeció los labios, que ya ansiaban sus besos. A pesar de su promesa de no establecer con él lazos de ningún tipo, sabía que no había escogido a Ben sólo porque pudiera ayudarla a descubrir el lado apasionado de su personalidad. Podía ofrecerle mucho, muchísimo más.

– Cuando quieras -le dijo ella.

– Ya me has invitado a entrar en tu casa, así que…

– Así que supongo que la pregunta es ésta -suspiró profundamente-: ¿Estás listo para recibirme en la tuya, esto es, en tu cama?

¿Quién era aquella mujer que tan descaradamente acababa de pedirle relaciones a Ben Callahan? No se reconocía a sí misma. Pero le gustaba. Mucho.

Tenía que estarle agradecida a Ben por haberle ayudado a descubrir aquel aspecto de su personalidad. Por haberle presentado a la verdadera Grace Montgomery. Y sabía exactamente cómo recompensarlo…

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