Capítulo 11

“… no soporto que un hombre beba demasiado. Por eso estoy convencida que entenderás por qué no puedo aceptar la proposición de matrimonio de Lord Wescott.”


Eloise Bridgerton a su hermano Benedict, después

de rechazar su segunda proposición de matrimonio.


– ¡No! -exclamó Sophie Bridgerton, la menuda y casi etérea mujer de Benedict-. ¡No puede ser!

– De verdad -dijo Eloise, sonriendo, mientras se volvía a sentar en la silla y bebía un sorbo de limonada-. ¡Y estaban todos borrachos!

– Amigos -susurró Sophie, dándole a entender a Eloise que lo que la había sacado de sus casillas la noche anterior era ese comportamiento de camaradería de los hombres. Obviamente, sólo necesitaba a una mujer para poder desahogarse tranquilamente.

Sophie frunció el ceño.

– ¿No me digas que otra vez estaban hablando de esa pobre Lucy?

Eloise se sorprendió.

– ¿Sabes quién es?

– Todo el mundo sabe quién es. Dios sabe que es imposible no verla si te cruzas con ella por la calle.

Eloise intentó imaginárselo pero no pudo.

– Para serte sincera -susurró Sophie, a pesar de que no había nadie cerca de ellas-, lo siento mucho por ella. Toda esa atención y, además, tanto peso no debe ser bueno para la espalda.

Eloise intentó no reír, pero no pudo evitarlo.

– ¡Un día, Posy incluso se lo preguntó!

Eloise abrió la boca, sorprendida. Posy era la hermanastra de Sophie que, antes de casarse con el jovial vicario del pueblo, que vivía a pocos kilómetros de Benedict y Sophie, había vivido varios años con ellos. También era la persona más simpática que Eloise había conocido en su vida y si había alguien capaz de hacerse amiga de una moza de taberna con los pechos enormes, ésa era Posy.

– Está en la parroquia de Hugh -continuó Sophie. Hugh era el marido de Posy-. Así que seguro que se conocen.

– ¿Y qué le dijo? -preguntó Eloise.

– ¿Posy?

– No, Lucy.

– Ah, no lo sé -dijo Sophie, haciendo una mueca-. Posy no quiso decírmelo. ¿Te lo puedes creer? Posy y yo jamás hemos tenido secretos. Me dijo que no podía traicionar la confianza de una feligresa.

A Eloise le pareció un gesto muy noble.

– Aunque no me concierne, claro -dijo, con toda la seguridad de una mujer que se sabe querida-. Benedict jamás me engañaría.

– Claro que no -añadió Eloise. La historia de amor de Benedict y Sophie era legendaria en la familia Bridgerton. De hecho, era una de las razones por las que Eloise había rechazado tantas propuestas de matrimonio. Quería esa clase de amor, pasión y drama. Quería más que ese “Tengo tres casas, dieciséis caballos y cuarenta y dos perros de caza” que le había dicho uno de sus pretendientes.

– Sin embargo -continuó Sophie-, no creo que sea tan difícil cerrar la boca cuando la ve por la calle.

Eloise estaba a punto de afirmarle, con vehemencia, lo muy de acuerdo que estaba con ella cuando vio que sir Phillip se acercaba hacia ella por el jardín.

– ¿Es él? -preguntó Sophie, sonriendo.

Eloise asintió.

– Es muy apuesto.

– Sí, supongo que sí -dijo Eloise, muy despacio.

– ¿Lo supones? -preguntó Sophie, impaciente-. No te hagas la tonta conmigo, Eloise Bridgerton. Fui tu doncella y te conozco mejor de lo que nadie debería.

Eloise se abstuvo de comentar que sólo había sido su doncella durante dos semanas, el tiempo necesario para que ella y Benedict aclararan sus sentimientos y decidieran casarse.

– De acuerdo -admitió-. Es muy apuesto, si te gustan los hombres rudos y rurales.

– Y a ti te gustan -apuntó divertida Sophie.

Para su completa mortificación, Eloise se sonrojó.

– Puede -murmuró.

– Además -añadió Sophie-, ha traído flores.

– Es botánico -dijo Eloise.

– Bueno, eso no le quita mérito al gesto.

– No, sólo lo facilita.

– Eloise -la regañó Sophie-. Deja de hacer eso.

– ¿El qué?

– Intentar descuartizarlo antes de darle una oportunidad.

– No estoy haciendo eso -protestó Eloise, aunque sabía perfectamente que estaba mintiendo. Odiaba que su familia estuviera intentando arruinarle la vida, aunque lo hicieran con la mejor intención, y se sentía huraña y poco cooperativa.

– Pues a mí me parece que las flores son muy bonitas -dijo Sophie, muy decidida-. No me importa si tiene ochocientas variedades en casa. El hecho es que ha pensado en traerlas.

Eloise asintió, odiándose. Quería sentirse mejor, quería estar contenta y optimista, pero no podía.

– Benedict nunca me explicó los detalles -continuó Sophie, ignorando la angustia de Eloise-. Ya conoces a los hombres. Nunca te dicen lo que quieres saber.

– ¿Qué quieres saber?

Sophie miró a sir Phillip, para calcular el tiempo que todavía tenían para hablar.

– Está bien, para empezar, ¿es verdad que no lo conocías cuando te escapaste?

– En persona, no -admitió Eloise. Cuando lo explicaba, parecía una estupidez. ¿Quién iba a pensar que una Bridgerton se escaparía con un hombre al que no conocía?

– Bueno -dijo Sophie, con una voz muy práctica-. Si, al final, todo sale bien será una historia maravillosa.

Eloise tragó saliva, un poco incómoda. Todavía era demasiado temprano para saber si, al final, todo saldría bien. Sospechaba, bueno estaba segura, que acabaría casada con sir Phillip, pero ¿quién sabía qué clase de matrimonio iban a tener? No lo quería, al menos, no de momento, y él tampoco la quería y, aunque al principio creía que no pasaba nada, ahora que estaba en Wiltshire, intentando no darse cuenta de cómo Benedict miraba a Sophie, se preguntaba si habría cometido un error monumental.

Además ¿quería casarse con un hombre que, básicamente, lo que quería era una madre para sus hijos?

Si no podía tener amor, ¿no era mejor estar sola?

Por desgracia, la única manera de responder a esas preguntas era casándose con sir Phillip y ver cómo les iba. Y, si no salía bien…

Estaría atrapada.

El camino más fácil para terminar un matrimonio era la muerte y, honestamente, era una opción que Eloise jamás se había planteado.

– Señorita Bridgerton.

Phillip estaba frente a ella, ofreciéndole un ramo de orquídeas blancas.

– Le he traído esto.

Eloise sonrió, animada por el cosquilleo que sintió ante su presencia.

– Gracias -dijo, aceptando las flores y oliéndolas-. Son preciosas.

– ¿Dónde las ha conseguido? -preguntó Sophie-. Son exquisitas.

– Las cultivo yo mismo -respondió él-. Tengo un invernadero.

– Sí, es verdad -dijo Sophie-. Eloise me ha comentado que es botánico. Yo intento cuidar el jardín, aunque debo admitir que, la mitad del tiempo, no tengo ni la menor idea de lo que hago. Estoy segura que los jardineros me consideran su cruz.

Eloise se aclaró la garganta, consciente de que no había hecho las obligadas presentaciones.

– Sir Phillip -dijo, haciendo un gesto hacia su cuñada-, le presento a Sophie, la mujer de Benedict.

Phillip la tomó de la mano e hizo una reverencia, diciendo:

– Señora Bridgerton.

– Es un placer conocerlo -dijo Sophie, con su mejor sonrisa-. Por favor, llámeme por mi nombre de pila. He oído que con Eloise lo hace y, además, parece que prácticamente es un miembro más de la familia.

Eloise se sonrojó.

– ¡Oh! -exclamó Sophie, avergonzada-. No lo decía por ti, Eloise. Jamás asumiría que… Oh, cielos. Quería decir que lo decía porque los hombres… -Bajó la cabeza al tiempo que notaba la cara colorada como un tomate-. Bueno -susurró-, he oído que ayer bebieron mucho vino.

Phillip se aclaró la garganta.

– Un detalle que prefiero no recordar.

– El hecho de que lo recuerde ya es mucho -dijo Eloise, con dulzura.

Phillip la miró, dejando claro que no lo había engañado con ese tono inocente.

– Es muy amable.

– ¿Le duele la cabeza? -preguntó ella.

Él hizo una mueca.

– Mucho.

Ella debería haberse preocupado. Debería haber sido amable con él, sobre todo después de que se hubiera tomado la molestia de traerle aquellas orquídeas tan especiales. Sin embargo, no pudo evitar pensar que tenía lo que se merecía y dijo, tranquilamente, pero lo dijo:

– Me alegro.

– ¡Eloise! -la riñó Sophie.

– ¿Cómo está Benedict? -le preguntó Eloise, dulcemente.

Sophie suspiró.

– Lleva toda la mañana tirado por ahí, y Gregory ni siquiera se ha levantado de la cama.

– En comparación con ellos, parece que he salido bastante bien parado -dijo Phillip.

– A excepción de Colin -dijo Eloise-. Jamás se resiente de los efectos del alcohol. Y Anthony bebió menos que los demás, por supuesto.

– Un hombre con suerte.

– ¿Le apetece beber algo, sir Phillip? -preguntó Sophie, arreglándose el sombrero para que le hiciera sombra en los ojos-. Sin alcohol, claro, teniendo en cuenta las circunstancias. Sería un placer invitarlo a un vaso de limonada.

– Lo aceptaré encantado. Gracias. -Vio cómo se levantaba y se alejaba hacia la casa y se sentó en su silla, delante de Eloise.

– Me alegra mucho verla esta mañana -dijo, aclarándose la garganta. Nunca había sido un hombre muy hablador y, obviamente, ese día no era una excepción, a pesar de las extraordinarias circunstancias que los habían llevado a esa situación.

– A mí también -dijo ella.

Phillip cambió de postura. La silla era demasiado pequeña para él, como casi todas.

– Debo disculparme por mi comportamiento de anoche -dijo, con rigidez.

Ella lo miró, perdiéndose unos segundos en aquellos ojos negros, antes de bajar la vista hacia el césped. Parecía sincero, seguramente lo era. No lo conocía muy bien; al menos, no lo suficiente como para casarse aunque eso ahora había quedado en un segundo plano, pero no parecía de los que piden perdón a la ligera. Sin embargo, todavía no estaba preparada para caer a sus pies agradecida, de modo que, cuando le contestó, lo hizo en un tono moderado.

– Tengo hermanos -dijo-. Ya estoy acostumbrada.

– Puede que usted lo esté, pero yo no. Y le aseguro que no tengo por costumbre beber en exceso.

Eloise asintió, aceptando sus disculpas.

– He estado pensando -dijo él.

– Yo también.

Phillip se aclaró la garganta y se tocó el nudo de la corbata como si, de repente, le apretara.

– Tendremos que casarnos, claro.

No le dijo nada que ella no supiera, pero había algo terrible en su voz. Quizá fue la ausencia de emoción, como si fuera un problema más que tuviera que resolver. O quizá fue la manera tan resuelta de decirlo, como si ella no tuviera otra opción, y aunque, en realidad, era así, no le gustaba que se lo recordaran.

Fuera lo que fuera, la hizo sentirse extraña, e incómoda, como si necesitara saltar y salir de su cuerpo.

Se había pasado su vida de adulta tomando sus propias decisiones y se consideraba la mujer más afortunada del mundo porque su familia se lo había permitido. Quizá por eso ahora le parecía insoportable que la obligaran a ir por un camino antes de estar preparada para ello.

O quizás era insoportable porque había sido ella la que lo había empezado todo. Estaba furiosa consigo misma y, por eso, estaba de lo más insolente con todo el mundo.

– Haré lo que esté en mi mano para hacerla feliz -dijo él, un poco brusco-. Y los niños necesitan una madre.

Eloise sonrió. Le habría gustado que se casaran por algo más que los niños.

– Estoy seguro de que será una gran ayuda -dijo él.

– Una gran ayuda -repitió ella, odiando el sonido de esas palabras.

– ¿No está de acuerdo?

Eloise asintió, básicamente porque tenía miedo de que, si abría la boca, empezaría a gritar.

– Perfecto -dijo él-. Entonces está todo arreglado.

“Está todo arreglado.” Aquella sería, para el resto de su vida, su gran proposición de matrimonio. Y lo peor de todo era que no tenía derecho a quejarse. Era ella la que se había escapado de casa sin darle a Phillip tiempo suficiente para encontrar una acompañante. Era ella la que había decidido ir en busca de su destino. Era ella la que había actuado sin pensar y ahora lo único que tenía eran esas palabras.

“Está todo arreglado.”

Tragó saliva.

– Perfecto.

Phillip la miró, extrañado.

– ¿No está contenta?

– Claro -dijo, muy seca.

– Pues no lo parece.

– Estoy contenta -repitió ella.

Phillip dijo algo entre dientes.

– ¿Qué ha dicho? -preguntó ella.

– Nada.

– Ha dicho algo.

La miró con impaciencia.

– Si hubiera querido que lo escuchara, lo habría dicho en voz alta.

Eloise contuvo el aliento.

– En tal caso, no debería haber dicho nada.

– Hay algunas cosas -dijo Phillip-, que es imposible guardarse dentro.

– ¿Qué ha dicho? -insistió ella.

Phillip se pasó la mano por el pelo.

– Eloise…

– ¿Me ha insultado?

– ¿De verdad quiere saberlo?

– Puesto que parece que vamos a casarnos -dijo ella-, sí.

– No recuerdo las palabras exactas -respondió-. Pero creo haber combinado las palabras “mujeres” y “poco sentido común” en la misma frase.

No debería haberlo dicho. Sabía que no debería haberlo dicho; era de mala educación en cualquier circunstancia y, en la actual, mucho más. Sin embargo, lo había pinchado una y otra vez hasta que lo había hecho explotar. Era como si le hubiera clavado una aguja debajo de la piel y luego, para divertirse, la hubiera empezado a mover.

Además, ¿por qué estaba de tan mal humor, esta mañana? Él sólo había puesto las cartas sobre la mesa. Tendrían que casarse y, sinceramente, debería alegrarse de que, ya que se había metido en una situación tan comprometida, al menos fuera con un hombre que estuviera dispuesto a hacer lo correcto y aceptara casarse con ella.

No esperaba que le diera las gracias. Demonios, él tenía la culpa igual que ella; la había invitado a visitarlo. Pero ¿esperar una sonrisa y buen humor era pedir demasiado?

– Me alegro de que hayamos mantenido esta conversación -dijo, de repente, Eloise-. Ha estado muy bien.

Phillip la miró, sospechando algo malo enseguida.

– ¿Cómo?

– Ha sido muy beneficiosa -dijo-. Una siempre debería conocer a su futuro marido antes de casarse y…

Phillip gruñó. Aquello no iba a terminar bien.

– Y -añadió Eloise, muy seca, interrumpiéndole el gruñido-, ha quedado muy claro su sentimiento hacia las mujeres.

Phillip solía huir de los conflictos pero es que aquello ya era demasiado.

– Si no recuerdo mal -respondió-, nunca le he expresado mi sentimiento hacia las mujeres.

– Lo suponía -dijo ella-. Y la frase con las palabras “mujeres” y “poco sentido común” sólo me lo ha confirmado.

– ¿De veras? -preguntó él arrastrando las palabras-. Bueno, pues ahora pienso otra cosa.

Ella entrecerró los ojos.

– ¿Qué quiere decir?

– Que he cambiado de opinión. Acabo de decidir que no tengo ningún problema con el género femenino. De hecho, a la única que encuentro insoportable es a usted.

Eloise se echó hacia atrás, ofendida.

– ¿Es que nadie la ha llamado insoportable antes? -le costaba creerlo.

– Nadie que no fuera de mi familia -respondió ella.

– Pues debe vivir en una sociedad muy educada. -Phillip volvió a cambiar de posición. ¿Es que nadie hacía sillas para hombres corpulentos?-. Eso o es que le tienen tanto miedo que se acomodan a sus caprichos.

Eloise se sonrojó y Phillip no supo si era porque había dado en el clavo y le daba vergüenza o si estaba tan enfadada que no podía ni hablar.

Seguramente, por ambas cosas.

– Lo siento -dijo Eloise, entre dientes.

Phillip la miró, sorprendido.

– ¿Cómo dice? -No podía ser cierto.

– He dicho que lo siento -repitió ella, dejando claro que no iba a repetirlo una tercera vez, así que sería mejor que prestara atención.

– Oh -dijo él, que estaba demasiado sorprendido como para decir cualquier otra cosa-. Gracias.

– De nada. -El tono no era muy amable, pero parecía estar haciendo un esfuerzo por controlarse.

Por un segundo, Phillip no dijo nada. Pero luego no pudo evitar preguntar:

– ¿Por qué?

Ella lo miró, irritada por el hecho de que no hubiera dado por terminada la conversación.

– ¿Tenía que preguntarlo?

– Bueno, sí.

– Lo siento -gruñó Eloise-, porque estoy de mal humor y he sido muy maleducada con usted. Y si me pregunta cuán maleducada he sido, le juro que me levantaré, me marcharé y no me volverá a ver en la vida porque, se lo advierto, esta disculpa ya es muy difícil por sí misma para que encima tenga que darle más explicaciones.

Phillip decidió que aquello bastaría.

– Gracias -dijo, con suavidad.

No dijo nada en un minuto que fue, seguramente, el minuto más largo de su vida, pero entonces decidió atreverse y decirlo.

– Si le sirve de algo -le dijo-, ya había decidido que nos adaptaríamos bien antes de que llegaran sus hermanos. Ya había decidido pedirle que se casara conmigo. Como Dios manda, con un anillo y lo que sea que se supone que tenga que hacer. No sé. Ha pasado mucho tiempo desde que le propuse matrimonio a mi difunta mujer y, en cualquier caso, aquello no se produjo en las mejores circunstancias.

Eloise lo miró, sorprendida… y quizá también un poco agradecida.

– Siento mucho que la llegada de sus hermanos haya acelerado algo para lo que todavía no estaba preparada -dijo-, pero no lamento que haya sucedido.

– ¿No? -susurró ella-. ¿De verdad?

– Le daré todo lo que pueda necesitar -dijo-, dentro de los límites de lo razonable, claro. Pero no puedo… -Levantó la cabeza y vio que Anthony y Colin venían hacia ellos, seguidos de un camarero con una bandeja llena de comida-. No puedo hablar por sus hermanos. Me imagino que estarán dispuestos a esperar el tiempo que usted necesite. Sin embargo, y para serle sincero, si fuera mi hermana ya la habría arrastrado a la iglesia ayer por la noche.

Eloise miró a sus hermanos; todavía tardarían medio minuto en llegar. Abrió la boca y luego la cerró porque, obviamente, se lo había pensado dos veces antes de hablar. No obstante, después de varios segundos, durante los cuales Phillip casi pudo ver cómo giraba la maquinaria dentro de su cabeza, Eloise le preguntó:

– ¿Por qué decidió que nos adaptaríamos bien?

– ¿Perdón? -Sólo era una maniobra dilatoria, claro. No se esperaba una pregunta tan directa.

Aunque sólo Dios sabía por qué no. Al fin y al cabo, era Eloise.

– ¿Por qué decidió que nos adaptaríamos bien? -repitió ella, muy decidida.

Aunque, claro, así es cómo Eloise hacía las preguntas, con decisión. Cuando podía ir directa al grano y llegar al fondo de una cuestión, nunca se andaba con rodeos.

– Eh… Yo… -Phillip tosió para aclararse la garganta.

– No lo sabe -dijo Eloise, decepcionada.

– Claro que lo sé -protestó él. A ningún hombre le gustaba que le dijeran que no sabía por qué hacía las cosas.

– No lo sabe. Si lo supiera, no estaría ahí sentado sin decir nada.

– ¡Por el amor de Dios, mujer! ¿Es que no tiene ni un poco de compasión? Un hombre necesita un tiempo para formular una respuesta.

– Ah -dijo la siempre genial voz de Colin Bridgerton-. Aquí está la pareja feliz.

Phillip jamás había estado tan contento de ver a otro ser humano en toda su vida.

– Buenos días -les dijo a los dos Bridgerton, increíblemente feliz de escapar del interrogatorio de Eloise.

– ¿Tiene hambre? -le preguntó Colin, sentándose a su lado-. Me he tomado la libertad de pedir que nos sirvieran el desayuno al aire libre.

Phillip miró al lacayo y se preguntó si debería ofrecerle su ayuda. Daba la sensación de que el pobre hombre caería redondo en cualquier momento por el peso de la bandeja.

– ¿Cómo estás esta mañana? -le preguntó Anthony a su hermana mientras se sentaba en el banco, a su lado.

– Bien -respondió ella.

– ¿Tienes hambre?

– No.

– ¿Estás contenta?

– No por ti.

Anthony miró a Phillip.

– Normalmente es más habladora.

Phillip se preguntó si Eloise sería capaz de pegarle a su hermano. Era lo que se merecía.

El lacayo dejó caer la bandeja en la mesa haciendo más ruido de lo normal y, aunque se disculpó, Anthony le dijo que no pasaba nada, que ni el mismísimo Hércules sería capaz de transportar toda la comida que Colin podía engullir.

Los hermanos Bridgerton se sirvieron ellos mismos y luego Anthony se giró hacia Eloise y Phillip y dijo:

– Los dos parecéis muy en sintonía.

Eloise lo miró sin esconder la hostilidad que sentía hacia él.

– ¿Ah, sí? ¿Y cuándo te has dado cuenta?

– Lo he visto enseguida -dijo, encogiéndose de hombros. Miró a Phillip-. Ha sido por la pelea. Las mejores parejas siempre discuten.

– Me alegra saberlo -murmuró Phillip.

– Mi mujer y yo solemos tener conversaciones similares aunque siempre acaba dándome la razón -dijo Anthony, tranquilamente.

Eloise lo atravesó con la mirada.

– Por supuesto, la versión de mi mujer es totalmente distinta -añadió, encogiendo los hombros otra vez-. Le dejo creer que soy yo el que le da la razón a ella. -Miró a Phillip y sonrió-. Así es más fácil.

Phillip miró a Eloise. Por lo visto, estaba haciendo un gran esfuerzo por contenerse.

– ¿Cuándo ha llegado? -le preguntó Anthony.

– Hace unos minutos -respondió Phillip.

– Sí -dijo Eloise-. Y me ha propuesto matrimonio. Supongo que te alegrará saberlo.

Phillip, sorprendido por el repentino anuncio, empezó a toser.

– ¿Disculpe?

Eloise se giró hacia Anthony y dijo:

– Ha dicho: “Tendremos que casarnos”.

– Bueno, y tiene razón -respondió Anthony, mirándola fijamente-. Tenéis que casaros. Y debo felicitarlo por coger el toro por los cuernos. Creía que tú, más que nadie, eras partidaria de ser directo y de decir las cosas a la cara.

– ¿Alguien quiere un bollo? -preguntó Colin-. ¿No? Mejor, más para mí.

Anthony miró a Phillip y dijo:

– Está un poco alterada porque odia que le den órdenes. En unos días, estará bien.

– Estoy bien -gruñó Eloise.

– Sí, claro -murmuró Anthony-. Tienes toda la pinta de estar bien.

– ¿No tienes que estar en otra parte? -le preguntó Eloise entre dientes.

– Una pregunta muy interesante -respondió su hermano-. Cualquiera diría que debería estar en Londres, con mi mujer y mis hijos. De hecho, si tuviera que estar en otra parte, supongo que sería con ellos en casa. Sin embargo, por extraño que suene, estoy aquí. En Wiltshire. Donde, cuando hace tres días me desperté en mi espléndida cama de Londres, jamás pensé que estaría. -Forzó una sonrisa-. ¿Alguna otra pregunta?

Eloise no dijo nada.

Anthony le dio un sobre.

– Ha llegado esto para ti.

Eloise miró el sobre y Phillip vio que había reconocido la letra enseguida.

– Es de mamá -le dijo Anthony, aunque estaba claro que ella ya lo sabía.

– ¿Quiere leerla? -le preguntó Phillip.

Eloise negó con la cabeza.

– Ahora no.

Y él supo que quería decir: “Delante de mis hermanos, no”.

Y entonces, de repente, Phillip supo exactamente qué tenía que hacer.

– Lord Bridgerton -le dijo a Anthony, poniéndose en pie-. ¿Me permite hablar a solas con su hermana un momento?

– Acaba de hablar a solas con ella -dijo Colin, entre dos bocados de bacon.

Phillip lo ignoró.

– ¿Milord?

– Por supuesto -dijo Anthony-. Si ella está de acuerdo.

Phillip cogió a Eloise de la mano y la puso en pie.

– Está de acuerdo -dijo él.

– Mmm -intervino Colin-. Sí, parece que está muy de acuerdo.

En ese instante, Phillip decidió que todos los Bridgerton necesitaban bozales.

– Venga conmigo -le dijo a Eloise, antes de que ella empezara a discutir.

Y lo haría, seguro, porque era Eloise y, si veía la posibilidad de una discusión, era incapaz de sonreír y hacer caso.

– ¿Adónde vamos? -dijo ella, cuando estaban lejos de su familia y él la estaba arrastrando por el jardín, sin darse cuenta de que prácticamente tenía que correr para seguirle el paso.

– No lo sé.

– ¿No lo sabe?

Phillip se detuvo en seco y Eloise chocó contra él. Fue bastante agradable, la verdad. Pudo notar toda su silueta, desde los pechos hasta los muslos, aunque ella recuperó la compostura enseguida y se separó antes de que él pudiera saborear el momento.

– Es la primera vez que estoy en esta casa -dijo, explicándoselo como si fuera una niña pequeña-. Tendría que ser adivino para saber adónde voy.

– Ah -dijo ella-. Entonces, siga adelante.

Se dirigió hacia la casa y entró por una puerta lateral.

– ¿Adónde lleva esta puerta? -le preguntó.

– Adentro -respondió ella.

Phillip la miró con sarcasmo.

– Es el despacho de Sophie, y da al pasillo -explicó Eloise.

– ¿Y Sophie está en su despacho?

– Lo dudo. ¿No había ido a buscarle un vaso de limonada?

– Bien. -Abrió la puerta, dando las gracias de que no estuviera cerrada, y se asomó. No había nadie, pero la puerta que daba al pasillo estaba abierta, así que cruzó la habitación y la cerró. Cuando se giró, vio que Eloise seguía en la otra puerta, observándolo con una mezcla de curiosidad y diversión.

– Cierra la puerta -le ordenó.

Eloise arqueó las cejas.

– ¿Perdón?

– Que cierres la puerta. -No solía usar ese tono de voz pero, después de un año de incertidumbres, de sentirse perdido en las corrientes de su vida, por fin lo tenía todo bajo control.

Y sabía perfectamente lo que quería.

– Eloise, cierra la puerta -le dijo, en voz baja, caminando despacio hacia ella.

Eloise abrió los ojos como platos.

– ¿Phillip? -dijo, en un suspiro-. Yo…

– No digas nada -dijo él-. Sólo cierra la puerta.

Sin embargo, estaba allí inmóvil, mirándolo como si no lo conociera. Que, en realidad, era verdad. Demonios, ni siquiera él estaba seguro de conocerse, en ese mismo momento.

– Phillip, ¿qué…?

Él llegó hasta la puerta y la cerró, con llave.

– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.

– Estabas preocupada por si no nos adaptábamos bien -le dijo él.

Ella abrió la boca.

Phillip se le acercó.

– Creo que ha llegado la hora que te demuestre que no tienes por qué preocuparte.

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