Capítulo 18

“… sé que no te digo muy a menudo, querida madre, lo agradecida que estoy de ser tu hija. No es habitual que un padre ofrezca tanto tiempo y comprensión a un hijo. Y es menos habitual todavía que un padre considere a uno de sus hijos su amigo. Te quiero, mamá.”


Eloise Bridgerton a su madre después de rechazar

su sexta proposición de matrimonio.


Cuando se despertó, Eloise se quedó muy sorprendida de ver que el otro lado de la cama estaba intacto. Phillip estaba tan cansado como ella, o incluso más, porque la noche anterior había ido hasta casa de Benedict soportando el viento y la lluvia.

Después de arreglarse, empezó a buscarlo por toda la casa pero no lo encontró en ningún sitio. Se dijo que no había motivo para preocuparse, que había vivido unos días muy difíciles y que seguramente necesitaba un tiempo a solas para pensar.

Que ella prefiriera estar con gente no significaba que todo el mundo fuera igual.

Se rió. Era una lección que había intentado aprender toda su vida, aunque sin éxito.

Así que se obligó a dejar de buscarlo. Estaba casada y, de repente, entendió lo que su madre le había dicho la noche de su boda. El matrimonio era un compromiso y Phillip y ella eran muy distintos. Puede que fueran perfectos el uno para el otro, pero eso no quería decir que fueran iguales. Y si ella quería que él cambiara algunas actitudes por ella, ella tendría que hacer lo mismo por él.

No lo vio en toda la tarde, ni cuando fue a tomar el té, ni cuando subió a darles las buenas noches a los niños, ni en el comedor, donde tuvo que cenar sola, sintiéndose muy pequeña e insignificante en aquella enorme mesa de caoba. Comió en silencio, aunque vio perfectamente que los lacayos la miraban con lástima mientras le traían y retiraban los platos.

Eloise les sonrió, porque creía que siempre había que ser educada, pero por dentro estaba resignada. Debía de dar mucha pena cuando dos lacayos, dos hombres, por el amor de Dios, que normalmente vivían ajenos a las preocupaciones de los demás, se compadecían de ella.

Y es que allí estaba, después de una semana de casada, y cenando sola. ¿Quién no se compadecería de ella?

Además, lo último que los sirvientes sabían era que sir Phillip había salido como una exhalación por la puerta para ir a buscar a su mujer que, por lo visto, había huido a casa de su hermano después de una fuerte pelea.

Visto así, a Eloise no le extrañó que Phillip pensara que lo había abandonado.

Comió deprisa, porque no quería alargar la cena más de lo necesario y, después de las dos cucharadas de pudin obligatorias, se levantó con la intención de irse a la cama, donde pasaría la noche como había pasado casi todo el día: sola.

Sin embargo, cuando salió al pasillo, estaba un poco inquieta y no tenía ganas de acostarse. Así que empezó a caminar, sin rumbo fijo, por la casa. Para ser mayo, hacía bastante frío y Eloise se alegró de haber traído un chal. Había pasado algunas temporadas en grandes casas de campo donde no se apagaba el fuego, y así estaban iluminadas y cálidas por la noche, pero Romney Hall, aunque era una casa muy cómoda y acogedora, no tenía esos delirios de grandeza, así que las habitaciones se cerraban por la noche y sólo se encendían los fuegos necesarios.

Y hacía mucho frío.

Se abrigó más con el chal mientras caminaba, disfrutando con que la única guía fuera la luz de la luna. Pero entonces, cuando se acercó a la galería de retratos, vio la luz de una lámpara.

Allí había alguien y Eloise supo, incluso antes de acercarse más, que era Phillip.

Avanzó en silencio, contenta de haberse puesto las zapatillas de suela blanda, y se asomó por la puerta.

Lo que vio casi le rompió el corazón.

Phillip estaba de pie, quieto, frente al retrato de Marina. No se movía, sólo parpadeaba de vez en cuando; estaba contemplando el retrato de su difunta esposa y la expresión de su cara era tan triste que Eloise estuvo a punto de gritar.

¿Le había mentido cuando le había dicho que nunca la había querido? ¿Y cuando le había dicho que jamás había sentido pasión por ella?

¿Importaba? Marina estaba muerta. No es como si supusiera una competencia real por ganarse el corazón de Phillip. Y, aunque lo fuera, ¿importaría? Porque él no la quería y Eloise tampoco lo…

O quizá sí, pensó en uno de esos momentos en que uno siente que no tiene aire en los pulmones.

Le costaba imaginar cuándo habría podido suceder, o cómo, pero el afecto y el respeto que sentía por él se habían convertido en algo más profundo.

Y ahora deseaba con todas sus fuerzas que él sintiera lo mismo.

La necesitaba. De eso estaba segura. La necesitaba quizá más de lo que ella lo necesitaba a él, pero no era sólo eso. Le encantaba que la necesitara, que la quisiera, incluso que sintiera que era indispensable para él, pero quería más.

Le encantaba cómo sonreía, torciendo ligeramente la boca, como un niño, y siempre sorprendido, como si no diera crédito de su felicidad.

Le encantaba cómo la miraba, como si fuera la mujer más hermosa del mundo cuando ella sabía, perfectamente, que no lo era.

Le encantaba que escuchara lo que tenía que decir y cómo no se dejaba intimidar por ella. Incluso le encantaba la manera que tenía de decirle que hablaba demasiado porque casi siempre lo decía con una sonrisa y porque, claro, era verdad.

Y le encantaba cómo, incluso después de decirle que hablaba demasiado, la seguía escuchando.

Le encantaba cómo quería a sus hijos.

Le encantaba su honor, su honestidad y su pícaro sentido del humor.

Y le encantaba cómo ella se adaptaba en su vida y él en la de ella.

Era muy agradable. Estaba bien.

Y, al final, descubrió que era aquí donde pertenecía.

Sin embargo, ahora Phillip estaba de pie, contemplando el retrato de su difunta esposa y a juzgar por su posición tan inmóvil… bueno, sólo Dios sabía el tiempo que llevaba allí. Y si todavía la quería…

De repente, se sintió muy culpable. ¿Quién era ella para sentir algo que no fuera lástima por Marina? Había muerto muy joven, disfrutando de buena salud. Y se había perdido lo que para Eloise era el mayor regalo de una madre: ver crecer a sus hijos.

Tener celos de una mujer así era casi un delito.

Sin embargo…

Sin embargo, ella no debía ser tan buena persona porque era incapaz de presenciar aquella escena; era incapaz de observar cómo Phillip miraba el retrato de su primera esposa sin sentir cómo se le encogía el corazón de envidia. Se acababa de dar cuenta de que quería a ese hombre, y que lo haría hasta el final de sus días. Ella lo necesitaba y una mujer muerta, no.

“No”, pensó de repente. Era imposible que siguiera queriendo a Marina. A lo mejor, nunca la había querido. El día anterior, por la mañana, le había dicho que hacía ocho años que no estaba con una mujer.

“¿Ocho años?”

Y entonces, Eloise lo comprendió todo.

Madre mía.

Los dos últimos días había estado tan alterada, entre una cosa y otra, que no se había parado a pensar en lo que Phillip le había dicho.

Ocho años.

Nunca se lo hubiera imaginado. Y mucho menos de Phillip, un hombre que era obvio que disfrutaba… no, era obvio que necesitaba las relaciones físicas.

Marina había muerto hacía quince meses. Si Phillip llevaba ocho años sin estar con una mujer, eso significaba que no se habían acostado juntos desde que concibieron a los gemelos.

No…

Eloise hizo unos cálculos mentales. No, debió ser después de nacer los gemelos. Un poco después.

Puede que Phillip se hubiera equivocado con las fechas, o quizás hubiera exagerado, aunque Eloise tenía la sensación de que Phillip tenía razón. Tenía la sensación de que sabía exactamente la última vez que se había acostado con Marina y se temía, y más ahora que había hecho los cálculos, que debió de ser horrible.

Sin embargo, Phillip no la había traicionado. Se había mantenido fiel a una mujer en cuya cama no podía meterse. A Eloise no le sorprendió, porque sólo era una muestra más del honor y la dignidad de su marido, aunque no le habría parecido mal que hubiera ido a buscar refugio en otros brazos.

Y el hecho de que no lo hiciera…

Hacía que lo quisiera todavía más.

Y entonces, si su matrimonio con Marina había sido tan difícil y complicado, ¿por qué había ido allí esa noche? Porque la estaba mirando como si le estuviera rogando algo, suplicando una cosa.

Estaba suplicándole a una mujer muerta.

Eloise no podía soportarlo más. Dio un paso adelante y se aclaró la garganta.

Phillip la sorprendió al girarse enseguida; ella había pensado que tendría la cabeza tan lejos de allí que no la escucharía. No dijo nada, ni siquiera su nombre, pero entonces…

Alargó la mano.

Eloise se acercó a él y lo cogió de la mano porque no sabía qué otra cosa hacer ni, por extraño que parezca, qué decir. Se quedó a su lado y levantó los ojos hacia el retrato de Marina.

– ¿La querías? -le preguntó, aunque sabía que ya se lo había preguntado antes.

– No -dijo Phillip y Eloise se dio cuenta que una pequeña parte de ella todavía tenía miedo que dijera que sí porque, en cuanto Phillip dijo “No”, el alivio que sintió fue sorprendente.

– ¿La echas de menos?

Phillip respondió en un tono más suave, aunque seguro.

– No.

– ¿La odiabas? -susurró Eloise.

Phillip negó con la cabeza y, con una voz muy triste, dijo:

– No.

Ella no sabía qué más decir, o si debería decir algo más, así que esperó a que él hablara.

Y, después de un buen rato, lo hizo.

– Estaba triste -dijo Phillip-. Siempre estaba triste.

Eloise lo miró, pero él mantuvo la mirada fija en el cuadro, como si tuviera que mirarla mientras hablaba de ella. Como si, al menos, le debiera eso.

– Siempre estaba deprimida -continuó-. Siempre un poco serena, si se puede decir así, pero fue peor después del nacimiento de los gemelos. No sé qué pasó. La partera dijo que era normal que las mujeres lloraran después de dar a luz, que no me preocupara, que se le pasaría en unas pocas semanas.

– Pero no se le pasó -dijo Eloise.

Phillip negó con la cabeza y entonces, con un movimiento brusco, se apartó un mechón de pelo que le había caído encima de la ceja.

– Sólo empeoró. No sé cómo explicarlo. Era casi como si… -intentó encontrar las palabras que buscaba y, cuando lo hizo, habló en un suspiro-… casi como si hubiera desaparecido… Apenas salía de la cama… Nunca la vi sonreír… Lloraba mucho. Mucho.

Dijo las frases muy despacio, una a una, como si fuera recordando cada pedazo de información lentamente. Eloise no dijo nada, no quería interrumpirlo o decir algo sobre un tema que desconocía por completo.

Y entonces, al final, Phillip apartó los ojos de Marina y miró a Eloise, fijamente.

– Lo intenté todo para hacerla feliz. Todo lo que estaba en mi mano. Todo lo que sabía. Pero no fue suficiente.

Eloise abrió la boca y emitió un pequeño ruido, el principio de un susurro en el que pretendía decirle que lo había hecho lo mejor que había podido, pero él la interrumpió.

– ¿Lo entiendes, Eloise? -le preguntó, un poco más alto, en un tono más urgente-. No fue suficiente.

– No fue culpa tuya -dijo ella, con dulzura porque, aunque no había conocido a Marina de mayor, conocía a Phillip, y seguro que era verdad.

– Al final, me rendí -dijo, con una voz totalmente inexpresiva-. Dejé de intentar ayudarla. En lo referente a ella, me cansé de darme golpes con la cabeza contra una pared. Y lo único que hice fue intentar proteger a los niños, intentar mantenerlos lejos de ella cuando tenía un mal día. Porque la querían mucho. -La miró suplicante, quizá para que lo entendiera o quizá para algo que Eloise no entendía-. Era su madre.

– Lo sé -susurró ella.

– Era su madre y no… no podía…

– Pero tú estuviste con ellos -dijo Eloise, con entusiasmo-. Estuviste con ellos.

Phillip se rió de mala gana.

– Sí, y ya ves lo bien que les ha ido. Una cosa es tener un padre horrible pero ¿los dos? Jamás hubiera deseado eso para mis hijos y, a pesar de todo… aquí estamos.

– No eres un mal padre -dijo Eloise, incapaz de esconder el tono de reprimenda de su voz.

Phillip se encogió de hombros y se volvió a girar hacia el cuadro, incapaz de pensar en lo que Eloise le estaba diciendo.

– ¿Sabes lo que duele? -susurró él-. ¿Tienes alguna idea?

Ella negó con la cabeza, aunque Phillip no la estaba mirando.

– ¿Intentarlo tanto, tantísimo, y no conseguir nada? Diablos… -Rió, una risa breve y fuerte llena de odio hacia sí mismo-. Diablos -repitió-. No me gustaba y, a pesar de eso, me dolió mucho.

– ¿No te gustaba? -preguntó Eloise, tan sorprendida que incluso la voz le cambió.

Phillip hizo una mueca irónica.

– ¿Te puede gustar alguien a quien no conoces? -Se giró hacia Eloise-. No la conocía, Eloise. Estuve casado con ella ocho años y nunca la conocí.

– A lo mejor no dejó que la conocieras.

– A lo mejor debería haber puesto más empeño.

– A lo mejor -dijo Eloise, impregnando su voz con toda la convicción del mundo-, no podías hacer más. Hay gente que ya nace triste, Phillip. No sé por qué, dudo que alguien lo sepa, pero es así.

Él la miró con los músculos de la cara contraídos, dejando claro con aquella mirada oscura que no estaba de acuerdo con ella, así que Eloise añadió:

– No olvides que yo también la conocí. De pequeña, mucho antes que tú.

Phillip cambió la expresión y la miró con tanta intensidad que Eloise estuvo a punto de retroceder.

– Nunca la escuché reír -dijo, con dulzura-. Ni una sola vez. Desde que te conocí, he estado intentando recordarla mejor y comprender por qué todos los recuerdos que tengo de ella son muy extraños, y creo que es por eso. Nunca se reía. ¿Dónde has visto a un niño que no se ría?

Phillip guardó silencio unos segundos y, después, dijo:

– Creo que yo tampoco la escuché reírse nunca. A veces sonreía, sobre todo cuando los niños iban a verla, pero nunca se reía.

Eloise asintió, y dijo:

– Yo no soy Marina, Phillip.

– Ya lo sé -dijo él-. Créeme, lo sé. Por eso me casé contigo.

No era lo que Eloise quería oír pero se guardó la decepción para ella sola y lo dejó continuar.

Las arrugas en la frente de Phillip eran cada vez más profundas, así que se las alisó con la mano. Parecía cansado, harto de tantas responsabilidades.

– Sólo quería a alguien que no estuviera triste -dijo-. Alguien que estuviera con los niños, alguien que no…

Se interrumpió y se giró.

– ¿Alguien que no qué? -preguntó ella, con un poco de urgencia, porque presentía que aquello era importante.

Durante un buen rato, Eloise creyó que no le iba a contestar y, al final, cuando ya había perdido las esperanzas, él dijo:

– Murió de gripe. Lo sabías, ¿verdad?

– Sí -dijo ella porque, como Phillip le estaba dando la espalda, si asentía no la vería.

– Murió de gripe -repitió él-. Eso es lo que le dijimos a todo el mundo…

De repente, Eloise se sintió mareada porque sabía, con toda la certeza del mundo, lo que iba a decirle.

– Bueno, era la verdad -dijo él, con brusquedad, sorprendiéndola. Estaba convencida que iba a decirle que era mentira.

– Es la verdad -repitió él-. Pero no es toda la verdad. Murió de gripe, pero nunca le dijimos a nadie cómo enfermó.

– El lago -susurró Eloise, que no pudo evitarlo. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo estaba pensando hasta que lo había dicho.

Phillip asintió, muy serio.

– No cayó al agua por accidente.

Eloise se tapó la boca con la mano. No le extrañaba que Phillip se pusiera como una fiera el día que se había llevado a los niños a nadar. Se sentía horrible. Pero ella no lo sabía, jamás se lo hubiera imaginado pero, de todas formas…

– La saqué justo a tiempo -dijo Phillip-. Bueno, justo a tiempo antes de que se ahogara. Aunque no llegué a tiempo para evitar que muriera de fiebre tres días después. -Soltó una risa muy amarga-. Ni siquiera mi famoso té de corteza de sauce pudo hacer nada por ella.

– Lo siento mucho -susurró Eloise, y era verdad, a pesar de que la muerte de Marina hubiera significado que Eloise fuera feliz.

– No lo entiendes -dijo Phillip, sin mirarla-. Es imposible que lo entiendas.

– Nunca he conocido a nadie que se quitara la vida -dijo ella, con cuidado, porque no sabía si aquellas eran las palabras que debía decir en una situación como aquella.

– No me refiero a eso -dijo él. En realidad, lo espetó-. No sabes qué es estar atrapado, impotente. Intentarlo de todas las maneras y nunca, ni una sola vez -la miró y Eloise vio que sacaba fuego por los ojos-, obtener nada a cambio. Lo intenté. Lo intenté cada día. Lo intenté por mí y por ella pero, sobre todo, por Oliver y Amanda. Hice lo que pude, lo que me dijeron y nada, nada funcionó. Lo intentaba y ella lloraba, lo intentaba una y otra y otra vez y ella se escondía debajo de la colcha, tapada hasta la cabeza. Vivía a oscuras, con las cortinas siempre cerradas, las lámparas con muy poca luz y va y se mata el único maldito día de sol de todo el invierno.

Eloise abrió los ojos.

– Un día de sol -dijo-. Todo el mes estuvo nublado y un día, por fin, que salió el sol, va ella y decide matarse. -Se rió, con dolor y amargura en la voz-. Después de todo lo que había hecho, encima tenía que dejarme ese mal recuerdo para el resto de días de sol de mi vida.

– Phillip -dijo Eloise, tocándole el brazo.

Pero él la apartó.

– Y, por si eso no fuera bastante, ni siquiera se mató como Dios manda. Bueno, no -dijo, muy seco-. Supongo que eso fue culpa mía. Si no la hubiera sacado del agua y la hubiera obligado a torturarnos tres días más con la incertidumbre de si sobreviviría o no, ella habría estado encantada de ahogarse. -Se cruzó de brazos y se rió-. Claro que se murió. No sé ni por qué albergamos ninguna esperanza. No luchó, no usó ni un gramo de energía para luchar contra la fiebre. Se quedó en la cama dejando que la enfermedad se la llevara, y yo esperaba que sonriera como si, por fin, se alegrara por haber conseguido lo que tanto quería.

– Dios mío -susurró Eloise, con los pelos de punta por aquella imagen-. ¿Y lo hizo?

Phillip negó con la cabeza.

– No. No le quedaban fuerzas ni para eso. Murió con la misma expresión que siempre. Vacía.

– Lo siento mucho -dijo Eloise, aunque sabía que sus palabras nunca serían suficiente-. Nadie debería pasar por algo así.

Phillip se la quedó mirando, escrutándola con la mirada, buscando algo en sus ojos, una respuesta que ella no estaba segura de poseer. Entonces, de repente, Phillip se giró y caminó hasta la ventana, perdiendo la mirada en la noche.

– Lo intenté todo -dijo, con la voz llena de resignación y arrepentimiento- pero, aún así, cada día deseaba estar casado con cualquier otra persona. -Echó la cabeza hacia delante hasta que apoyó la frente en el cristal-. Cualquiera.

Se quedó callado mucho rato. Para Eloise, demasiado, así que se acercó a él y susurró su nombre, sólo para escuchar su respuesta. Para saber que estaba bien.

– Ayer -dijo él, con la voz muy brusca-, dijiste que tenemos un problema…

– No -lo interrumpió ella, lo más rápido que pudo-. No quería decir…

– Dijiste que tenemos un problema -repitió él, tan alto y con tanta fuerza que Eloise dudó que la escuchara si lo volvía a interrumpir-. Pero hasta que pases por lo que he pasado yo -continuó-, hasta que no te veas atrapada en un matrimonio desgraciado, atada a un marido deprimido, hasta que no te hayas ido a la cama durante años suplicando que otro ser humano te roce…

Se giró, se acercó a ella y le clavó una mirada tan intensa que la empequeñeció todavía más.

– Hasta que no hayas pasado por todo eso -dijo-, no vuelvas a quejarte de lo que tú y yo tenemos. Porque, para mí… para mí… -se asfixió un poco pero no se detuvo-… esto, lo nuestro, es el paraíso. Y no podría soportar que dijeras lo contrario.

– Oh, Phillip -dijo ella, y entonces hizo lo único que se le ocurrió. Se acercó a él y lo abrazó con todas sus fuerzas-. Lo siento mucho -susurró, empapándole la camisa de lágrimas-. Lo siento mucho.

– No quiero volver a fracasar -dijo él, hundiendo la cabeza en el cuello de Eloise-. No puedo… No podría…

– No fracasarás -le prometió ella-. No fracasaremos.

– Tienes que ser feliz -dijo él, como si las palabras le salieran directamente del corazón-. Tienes que serlo. Por favor, di que…

– Lo soy -le aseguró ella-. Lo soy. Te lo prometo.

Él se separó y le tomó la cara entre las manos, obligándola a mirarlo a los ojos. Parecía que buscaba algo, un confirmación, o un absolución o quizá sólo una promesa.

– Soy feliz -susurró ella, cubriéndole las manos con las suyas-. Más de lo que jamás soñé. Y estoy orgullosa de ser tu mujer.

Phillip tensó los músculos de la cara y le tembló el labio inferior. Eloise contuvo la respiración. Nunca había visto llorar a un hombre; de hecho, no sabía que fuera posible pero, entonces, una lágrima resbaló por la mejilla de Phillip y se detuvo en la comisura de los labios hasta que Eloise alargó la mano y se la secó.

– Te quiero -dijo él, con la voz ahogada-. Y no me importa si tú no sientes lo mismo. Te quiero y… y…

– Oh, Phillip -susurró ella, secándole las otras lágrimas-. Yo también te quiero.

Él movió los labios como si quisiera decir algo hasta que se rindió y la abrazó con toda su fuerza e intensidad. Hundió la cara en su cuello, susurrando su nombre una y otra vez, hasta que las palabras se convirtieron en besos y movió la cabeza por la piel de Eloise hasta ir a parar a su boca.

Eloise no supo el tiempo que estuvieron allí, de pie, besándose como si el mundo fuera a desaparecer esa misma noche. Entonces, él la levantó en brazos, la sacó de la galería de retratos, la subió por las escaleras y, antes de darse cuenta, estaban en la cama y Phillip se había colocado encima de ella.

Y sus labios no se habían separado ni un segundo.

– Te necesito -dijo él, con urgencia, quitándole el vestido con dedos temblorosos-. Te necesito como el aire que respiro. Eres mi pan y mi agua.

Ella intentó decir que también lo necesitaba pero no pudo, ya que cuando Phillip le cubría los pezones con la boca, succionándola de aquella manera que la encendía de arriba abajo, y la tomaba prisionera, lo único que podía hacer era buscar a ese hombre, a su marido, y entregarse a él con todo lo que tenía, sin poder hacer nada.

Phillip se levantó, aunque sólo para quitarse la ropa, y luego volvió a la cama junto a ella. La atrajo hacia él hasta que estuvieron de lado, frente a frente, y empezó a acariciarle el pelo con suavidad mientras con la otra mano la tenía bien agarrada por la parte baja de la cintura.

– Te quiero -le susurró-. Sólo quiero cogerte y… -Tragó saliva para tranquilizarse-. No tienes ni idea de lo mucho que te deseo en este momento.

Ella sonrió.

– Creo que me hago una idea.

Aquello le hizo sonreír.

– Me muero por ti. No he sentido nada así en mi vida y, a pesar de todo… -Se acercó a ella y le dio un suave beso en la boca-… Tenía que parar y decírtelo.

Eloise no podía hablar, casi no podía ni respirar. Sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas hasta que resbalaron y cayeron en la mano de Phillip.

– No llores -le susurró.

– No puedo evitarlo -dijo ella, con voz temblorosa-. Te quiero tanto. Jamás pensé… Siempre había tenido la esperanza, pero supongo que nunca pensé que de verdad…

– Yo tampoco -dijo él, sabiendo lo que ambos estaban pensando.

“Jamás pensé que me pasaría a mí.”

– Soy muy afortunado -dijo él, mientras le acariciaba el costado, la barriga y la espalda-. Creo que he estado toda la vida esperándote.

– Yo sé que te esperaba a ti -dijo ella.

Él la apretó y la atrajo contra sí, casi inflamándole la piel.

– No voy a poder ir despacio -dijo, con voz temblorosa-. Creo que acabo de agotar toda mi fuerza de voluntad.

– No vayas despacio -dijo ella, rodando sobre su espalda y colocándolo encima de ella. Separó las piernas para que él se colocara entre ellas y acercara su verga al núcleo de su deseo. Entrelazó los dedos en el pelo de Phillip y lo atrajo hacia abajo-. No me gusta que vayas despacio -dijo.

Y entonces, en un movimiento fluido, tan rápido que la dejó sin respiración, la penetró, hasta el fondo, de modo que Eloise soltó un “¡Oh!” de sorpresa.

Él sonrió, con picardía.

– Has dicho que querías que fuera deprisa.

La respuesta de Eloise fue enrollar las piernas a su alrededor, levantar la cadera para tenerlo todavía más adentro, y sonreír.

– No estás haciendo nada -le dijo.

Y entonces Phillip lo hizo.

Y cuando empezaron a moverse, todas las palabras desaparecieron. No eran movimientos suaves y compenetrados. No se movían como un único cuerpo y los sonidos que emitían no eran musicales ni dulces.

Sólo se movían, con necesidad, pasión y entrega total al otro, para intentar llegar a la cumbre. Y no tuvieron que esperar demasiado. Eloise intentó aguantar, pero era imposible. Con cada empujón, Phillip encendía un fuego en su interior imposible de ignorar. Y al final, cuando ya no podía contenerse ni un segundo más, gritó y se arqueó debajo de él, levantándolos a los dos del colchón con la fuerza del orgasmo. Sintió cómo el cuerpo entero se le estremecía e intentó respirar, y lo único que podía hacer era agarrarse a la espalda de Phillip, clavándole los dedos con tanta fuerza que estaba segura que le dejaría moretones.

Y luego, antes de que ella bajara a la tierra, Phillip gritó y empezó a sacudirse cada vez con más fuerza, derramándose dentro de ella, hasta que se dejó ir y cayó con todo su peso encima de Eloise.

Pero a ella no le importaba. Le encantaba la sensación de tenerlo encima, le encantaba el peso, el olor y el sabor de su piel sudada.

Lo quería.

Era así de sencillo.

Lo quería, y él la quería, y si había otra cosa en el mundo, cualquier otra cosa, no importaba. En ese momento, no.

– Te quiero -susurró Phillip, rodando hacia un lado y dejando que los pulmones de Eloise se llenaran de aire.

“Te quiero.”

Era todo lo que necesitaba.

Загрузка...