Ocho

Kelly pisó el acelerador y se dijo que acababa de ganar la medalla a necia del siglo. ¿Qué diablos le había ocurrido? ¿En qué estaba pensando al flirtear tan descaradamente con Matty, encima, besarlo? ¡Era una locura! No podía ni debía enamorarse de Matt McCafferty. No se lo permitiría. Dejarle que la besara ya había sido ya lo suficientemente malo, pero ¿se había quedado en un simple beso en un determinado momento? No. Había tenido que desafiarlo e incluso en aquellos momentos, diez minutos más tarde, sentía el calor, el hormigueo y la impresión de los labios de él sobre los suyos.

– Idiota -gruñó.

Agarró con fuerza el volante y se dirigió a Grand Hope como si estuviera poseída. Aparcó y subió a su casa. Aquel maldito caso la estaba volviendo loca. De eso se trataba. Estaba perdiendo la perspectiva.

Se pasó el resto de la noche repasando el manuscrito impreso de la novela de Randi, tomando notas, leyendo ciertos pasajes una y otra vez y tratando de adquirir cierta perspectiva sobre la personalidad de la hermanastra de Matt. El ama de llaves de los McCafferty parecía estar convencida de que el libro era importante. Kelly no veía cómo. Por lo que ella podía ver, era ficción. No encontró pista alguna sobre la identidad del atacante de Randi ni tampoco halló nada que pudiera indicar quién era el padre de J.R.

Sin embargo, el hecho de que la novela tuviera lugar en el mundo de los rodeos le preocupaba. El padre de Randi no sólo había seguido el circuito de rodeos, sino que dos de sus hermanastros, Matt y Slade, también. Además, estaba la propia Randi.

Resultaba evidente que el mundo de los vaqueros le resultaba fascinante hasta el punto de que, recientemente, había mantenido una breve relación con Sam Donahue, un hombre muy vinculado también a ese ambiente desde una edad muy temprana.

¿Cómo encajaba todo aquello en el libro de Randi? ¿Era significativo o se trataba de otra falsa pista? Una de tantas.

– Esto es una pérdida de tiempo -se dijo estirándose en la silla mientras miraba el reloj. Era más de medianoche.

Como estaba ya muerta de sueño, se metió en la cama, donde pasó una noche muy inquieta. No hacía más que dar vueltas, soñando con un apuesto vaquero cuyos besos le quitaban el aliento.

Cuando entró en la oficina al día siguiente, fue al despacho de Espinoza y dejó el manuscrito sobre la mesa.

– Esto ha sido más o menos todo lo que ha encontrado Striker -dijo mientras Espinoza empezaba a hojear el manuscrito. Colocó el CD también sobre la mesa.

– ¿Significa algo?

– Sólo que tiene una imaginación muy viva -respondió Kelly. Entonces, le hizo un resumen de la noche anterior.

– Me preocupa que la policía de Seattle no encontrara esto -comentó Espinoza.

– A mí también.

– Creo que es mejor que hables con ellos y les preguntes sobre Striker cuando estés allí -dijo. Abrió un cajón y sacó un sobre, que colocó inmediatamente sobre la mano de Kelly-. Tu billete de avión -explicó-. Te marchas mañana.


– ¡Maldita sea…! -exclamó Matt. Colgó con fuerza el teléfono y captó una mirada de advertencia de Thorne, que estaba sentado a la mesa de la cocina con Nicole, J.R. y las gemelas.

Thorne estaba tratando de enseñarles a las niñas las reglas de un juego de mesa. Nicole tenía al bebé sobre el regazo. Encima de la mesa, había tazas de chocolate caliente a medio tomar y un enorme bol de palomitas que, en aquellos momentos, se había visto reducido a unas pocas semillas de maíz sin explotar.

La escena resultaba demasiado doméstica para Matt. ¿Quién habría podido pensar que Thorne se convertiría en un hombre de familia? Allí estaba, hablando de los preparativos de su inminente boda con su prometida, riéndose con las gemelas y relajándose.

– ¿Problemas? -le preguntó a Matt.

– Sí. Ha caído mucha nieve en las montañas y ha tirado muchos de los postes de la luz y del teléfono. No me puedo comunicar con Kavanaugh…

Matt miró por la ventana y lanzó una silenciosa maldición. Había trabajado muy duro para conseguir aquel trozo de tierra, que era su orgullo, la prueba de que podía salir adelante solo, sin la ayuda de John Randall. Sin la de nadie. Siempre se había imaginado que encontraría a una buena mujer para sentar la cabeza allí, criar a su familia y morir en la tierra que le pertenecía. Cuando llegara ese momento, sus cenizas se esparcirían al viento, cerca del estanque que había junto al granero.

Sin embargo, últimamente había estado pensando en dejarlo todo, en abandonar su sueño.

¿Y por qué?

Por Kelly Dillinger.

Demonios, ¿qué era lo que le había ocurrido en las últimas dos semanas?

– Tendrás que ser paciente -le dijo Thorne mientras tomaba una carta de un montón y tiraba otra-. Mike te llamará cuando pueda.

A Matt no le gustaba. Se sirvió una taza de café y se puso a mirar por la ventana. Necesitaba regresar a su casa, comprobar el estado de su ganado y recobrar el contacto con lo que era suyo. Día a día, se iba sintiendo menos parte de su propio rancho y más sincronizado con la vida en Grand Hope. Sus hermanos, los niños, Randi… y, aunque no quería admitirlo, Kelly Dillinger… Todos lo estaban ayudando a echar raíces de nuevo en el Flying M.

Tomó un sorbo del café y, al notar lo amargo que estaba, tiró el resto al fregadero. Entonces, trató de luchar contra la inquietud que parecía ser su compañera constante aquellos días.

– Creo que me voy a marchar un rato a la ciudad -dijo. Se dirigió a la puerta trasera y agarró su chaquetón-. Voy a ver cómo está Randi.

– ¿No quieres jubar? -le preguntó Mindy.

– Ahora no, cariño -respondió-. Ya jugaremos en otra ocasión, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -replicó la niña. Matt tuvo una sensación extraña en el corazón. Sí. Efectivamente, se estaba atando demasiado a aquel lugar.

Se marchó, acompañado por un coro de palabras de despedida. Por un lado, se alegraba de que su hermano se fuera a casar. Ya iba siendo hora, y Nicole, con su familia ya hecha, era un buen partido, una hermosa mujer que podía manejar a Thorne como ninguna otra. Resultaba evidente que se querían mucho. Pensaban quedarse en la casa, alquilar la de Nicole y construirse algo cerca cuando Randi se hubiera recuperado.

Es decir, si Randi se recuperaba alguna vez. Matt miró al cielo y se dirigió hacia su coche. Decidió que, en primer lugar, iría al hospital para ver cómo estaba Randi y que luego se dirigiría a la oficina del sheriff para ver si la detective Dillinger estaba trabajando y si no…

¿Si no, qué?

Salió a la carretera y condujo hacia Grand Hope sin haber podido encontrar una respuesta.


– Iba a invitarte a casa para que te tomaras conmigo una copa de vino, pero, como ya estás fuera, tendremos que esperar hasta que regrese de Seattle -dijo Kelly. Acababa de dejar un mensaje en el contestador automático de su hermana-. Regresaré la noche antes del día de Acción de Gracias. Hasta pronto.

Colgó el teléfono y se estiró. Se sirvió una copa de vino. Había esperado que su hermana se reuniera con ella, pero, dado que no podía localizarla, tendría que cambiar ligeramente de planes. En vez de hablar con ella de cosas de chicas o de jugar a algo con los hijos de su hermana, decidió que utilizaría su tiempo en darse un buen baño y leer un buen libro. Aquello era algo que no había hecho desde hacía mucho tiempo, dado que nunca tenía tiempo suficiente. Solía ducharse por las mañanas y, si volvía a necesitarlo, otra vez por las noches. Rápido y fácil. Sin embargo, aquella noche, después de haberse pasado el día trabajando en la calle, estaba congelada, por lo que decidió que se merecía ese lujo.

Se quitó el uniforme, se recogió el cabello en lo alto de la cabeza y encendió dos pequeñas velas antes de llenar la bañera de agua caliente. Dejó su copa de vino y su libro sobre el borde de la bañera y se sumergió en el agua cálida y aromática.

Era como estar en el paraíso.

Se hundió un poco más y cerró los ojos. El calor empezó a caldearle la sangre y a relajarle la tensión de los músculos. La mente se le desaceleró por completo hasta llegar al lugar de su pensamiento que ocupaba Matt McCafferty. A pesar de que sabía que no debía hacerlo, no hacía más que pensar en cómo lo había besado y cómo había respondido ella. El corazón se le detuvo. Se quedó sin aliento. El la había dejado con la sensualidad latiéndole con fuerza en su interior.

Sabía que estaba jugando con fuego con aquel hombre. Besarlo era un lujo que no se podía permitir, al menos, no hasta que se resolviera el misterio que rodeaba a Randi, y sólo Dios sabía cuándo iba a ser eso. Sólo podía esperar, y desear, que ocurriera pronto.

Se tomó un trago de vino y trató de empezar a leer. Muy pronto, se dio cuenta de que estaba leyendo el mismo párrafo una y otra vez. Entonces, se preguntó por la novela inacabada de Randi McCafferty y se preguntó qué significado podría tener en medio de aquel misterio. Rodeos, caballos… Matt McCafferty. Casi se lo podía imaginar allí, con una mano levantada y la otra agarrando con fuerza al fuerte y testarudo caballo de rodeo. Con un suspiro, trató de apartar aquella imagen de su pensamiento.

– Olvídate de él -se ordenó.

Cerró los ojos y estuvo a punto de quedarse dormida. Seguramente lo habría hecho si el timbre de su puerta no hubiera sonado suavemente por encima de la música de la radio.

Kelly abrió los ojos de par en par.

¿Quién diablos podría ser?

Karla.

Seguramente, su hermana había llegado a casa, había escuchado el mensaje y había decidido ir a visitarla.

– ¡Ya voy! -exclamó.

Salió de la bañera y se puso un albornoz, cuyo cinturón se ató con fuerza alrededor de la cintura. Se puso unas zapatillas y bajó corriendo las escaleras para abrir la puerta. Una vez allí, miró por la mirilla, pero no vio a Karla por ninguna parte. Tan sólo consiguió vislumbrar la imagen de Matt McCafferty a través de la lente.

El corazón se le sobresaltó. Quitó el cerrojo y abrió la puerta antes de darse cuenta de que no llevaba nada debajo del albornoz amarillo.

El abrió los ojos sólo una fracción y, durante un segundo, pareció haberse quedado completamente sin palabras.

– No me había dado cuenta de que era tan tarde -dijo.

Kelly se tragó una sonrisa. Evidentemente, estaba esperando que la detective Dillinger fuera la que abriera la puerta, vestida como siempre con su uniforme.

– ¿Puedo hacer algo por ti? -le preguntó.

– Sí -dijo él-. Estaba en la ciudad y pensé que… Bueno, supongo que debería haber llamado -concluyó-. Apretó los labios y miró hacia un lado-. Pensé que tal vez te apeteciera salir a tomar algo… Debería haber llamado.

– Sí, normalmente eso es lo que se hace, sí -dijo ella, sin ceder ni un ápice. A pesar de todo, se sentía muy halagada. El pulso le latía con rapidez en las venas y el corazón no era menos.

«Dios, es tan guapa…», pensó Matt mientras se preguntaba qué era lo que lo había llevado a la puerta de la casa de Kelly. Se había asegurado que lo hacía para vigilar el desarrollo de la investigación, que sólo tenía que ver con el caso, pero si era sincero consigo mismo, sabía que era por mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Allí estaba, víctima de sus propios impulsos sexuales. Quería ver a Kelly porque resultaba una mujer intrigante y hermosa. Había esperado encontrarla vestida como siempre con su uniforme, pero aquella… aquella fascinante mujer resultaba así más irresistible. Kelly parecía más menuda, más vulnerable, más femenina y más sexy con aquel albornoz amarillo. Llevaba el cabello recogido y tenía el rostro sonrojado, unos pómulos increíbles y una atractiva boca que se curvaba en una sonrisa.

– Supongo que es demasiado tarde.

– ¿Para una cita? ¿Esta noche? -preguntó ella-. Creo que sí.

Matt se sintió como un adolescente. No hacía más que darle vueltas a su sombrero entre los dedos.

– Tal vez mañana.

– No estaré en la ciudad. Regresaré dentro de dos días…

– Tal vez podamos vernos entonces.

– No creo que eso sea buena idea.

– ¿No? -replicó él. Algo en la voz y en el gesto de Kelly lo estaba desafiando.

– Bueno, no creo que sea lo más adecuado.

– ¿Te preocupa lo que pueda ser adecuado y lo que no?

– Sí. No me gustaría hacer nada por lo que se pudiera dudar de mi profesionalidad o de mi objetividad.

¿Eran imaginaciones suyas o los ojos de Kelly brillaban con un desafío? Notó el aroma de jazmín y no pudo contenerse.

– Al diablo con la profesionalidad -gruñó.

La rodeó con sus brazos.

– Eh, espera un momento.

– Y con la objetividad.

Le cubrió la boca con la suya. Kelly tenía los labios muy cálidos y sabían ligeramente a vino. Ella gimió suavemente, lo que animó a Matt a besarla con más pasión, frotándole la boca con la suya, abrazándola con fuerza y sintiendo cómo ella se deshacía contra él.

La sangre le ardió. Agarró con fuerza los suaves pliegues del albornoz y sintió cómo ella temblaba. Aquello fue todo lo que necesitó sentir. Con un rápido movimiento, se inclinó un poco y la tomó en brazos para cruzar el umbral con ella.

– Eh… -susurró Kelly-. ¿Qué crees que estás haciendo?

Matt cerró la puerta con un movimiento de talón.

– Lo que he querido hacer desde el momento en el que te vi -dijo. Subió con ella las escaleras y la condujo hacia el dormitorio.

Las velas del baño contiguo proporcionaban una suave luz, que los acompañó cuando él se dejó caer con ella sobre la cama.

Kelly sabía que debería oponerse, que debería resistirse a la tentación de aquellas caricias, pero los labios de Matt eran mágicos y sus manos cálidas y persuasivas. Le besó los párpados, las mejillas y el cuello. De algún modo, él se quitó el chaquetón y lo dejó caer al suelo. Con los dedos endurecidos por el trabajo físico le abrió el albornoz lo justo para poder apretar los labios contra la curva de su suave y desnudo hombro.

Las llamas del deseo hicieron hervir la sangre de Kelly. Matt le desabrochó el nudo del cinturón. Kelly notó el cálido aliento contra los pechos y sintió un hormigueo en el centro de su ser, las primeras indicaciones del despertar del deseo.

«No lo hagas, Kelly. No lo hagas. Este es el mayor error de tu vida. Piensa, maldita sea…».

No podía hacerlo. Las manos y la boca de Matt resultaban de lo más seductoras, provocando que ella no pudiera encontrar credibilidad en ninguna de las razones que esgrimía para tratar de poner fin a lo que estaba ocurriendo entre ellos. Sabía que sus padres se disgustarían mucho, que su jefe consideraría aquello un acto de traición y que ella podría poner en juego la investigación e incluso su placa, que su hermana le diría que no se podría haber buscado un amante peor que un McCafferty, pero a pesar de todo… Los labios de Matt eran demasiado seductores y el deseo que sentía en su interior era ya imposible de negar.

El le quitó las horquillas del cabello y se lo soltó por los hombros. A continuación, deslizó una mano por debajo del albornoz. La oleada de deseo que Kelly sintió fue imposible de negar. Deseaba tanto a aquel hombre… Se ofreció más a él y Matt no lo rechazó. Tomó un pezón entre los labios y le arañó suavemente la piel con los dientes para luego lamérselo ávidamente.

Kelly sintió que se estaba deshaciendo por dentro. Se sentía cálida, húmeda, entre las piernas. Como si él le hubiera leído el pensamiento, deslizó la mano hacia abajo, acariciándole suavemente el abdomen hasta hundirse en los rizos que le adornaban la entrepierna. Siguió buscando más allá para encontrar por fin el pequeño montículo que la hacía volverse loca de pasión. Comenzó a estimulárselo sin dejar de besarle los pechos. Poco a poco, la lujuria fue apoderándose de ella. Kelly comenzó a gemir y a agitarse, deseando mucho más… todo lo que él pudiera darle. La piel le ardía y el sudor le empapaba la frente.

Kelly prácticamente le arrancó los botones de la camisa. Deslizó las manos por debajo de la tela para encontrar un musculoso torso cubierto de mullido vello negro. Tocó los fuertes y fibrosos músculos, sintió cómo él gozaba, pero no le resultó suficiente. Necesitaba sentirlo aún más, sentirlo en su totalidad, frotarse contra él, piel contra piel, corazón contra corazón…

Matt por su parte, profundizó aún más sus caricias. Ella gimió de placer y se agarró con fuerza a los hombros de su amante.

– Oh… oh…

Tragó saliva y sintió como si todo su ser estuviera centrado en aquella pequeña parte que él frotaba con tanta intensidad. Ella se estiró. Sudaba como si estuviera presa de la fiebre y sentía que aquella tormenta iba a hacerse más fuerte y más salvaje.

– Esa es mi chica -susurró él, sobre los senos de Kelly-. Déjate llevar…

A ella le pareció que el mundo comenzaba a dar vueltas a su alrededor. Los labios de Matt volvieron a encontrar los de ella, para delinearle la boca con la lengua y acalorarle aún más la arrebolada piel con su cálido aliento.

– Por favor… -murmuró ella, con una voz que casi no reconoció-. Por favor… Matt… oh, por favor…

– Lo que tú quieras, cariño.

Kelly le agarró la cinturilla de los vaqueros y sintió cómo su erección se erguía contra la tela.

– En ese caso…

Con la mano que le quedaba libre, él le agarró la muñeca.

– Espera, cariño, espera…

El ritmo de sus caricias se incrementó. Ella echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, retorciéndose y gritando de placer al sentir el primer espasmo, que la mandó a la gloria a través del espacio.

– Ooohh… -susurró, gimiendo de placer.

Sin embargo, Matt no había terminado. Le volvió a introducir los dedos más profunda y rápidamente, volviendo a empujarla hasta los límites. Kelly le clavó las uñas en los hombros y gritó de placer a medida que las convulsiones se iban adueñando de ella.

– Matt… oh… Matt.

Casi no podía respirar ni pensar, pero sabía que necesitaba sentirlo dentro, sentirlo por completo, anhelaba el contacto pleno de la unión de ambos cuerpos.

Agarró el cinturón. Le costó un poco desabrochar la enorme hebilla de rodeo que él llevaba puesta. Antes de que él pudiera negarse, lo besó, le tocó la punta de la lengua con la suya y lo invitó a penetrarla.

Matt se estiró a su lado para facilitarle el acceso. Ya no se oponía…

Clic.

La hebilla estaba abierta. Al segundo, también la cremallera del pantalón.

Matt sintió una oleada de aire fresco sobre la piel. Se mordió los labios al sentir cómo ella le acariciaba el miembro viril con la yema de los dedos.

Ding.

En algún lugar de la casa, sonó una campana. Un timbre.

– Oh, no… -susurró Kelly. Apartó la mano inmediatamente y se sonrojó.

– ¿Estabas esperando a alguien? -preguntó él. Parecía muy divertido.

– No.

El timbre volvió a sonar. Con insistencia.

– Alguien tiene muchas ganas de verte.

– Maldita sea… ¡Es Karla! Yo… yo le dejé un mensaje antes en su contestador… probablemente se ha traído también a sus hijos -dijo, presa del pánico, mientras se apartaba el cabello de los ojos.

– ¿Quién es Karla?

– Oh. Es mi hermana. Sólo… espera -respondió.

Kelly se bajó de la cama y se dirigió corriendo a toda velocidad hacia el armario. Allí, agarró una camisa y un par de vaqueros. Después, se dirigió al cuarto de baño.

Matt se abrochó los pantalones y el cinturón. El maldito timbre volvió a sonar. Aquella vez, la voz preocupada de una mujer sonó después.

– ¿Kelly? ¿Estás en casa? Soy yo.

– Lo sé, lo sé… -gruñó Kelly mientras salía del cuarto de baño.

Descalza pero vestida, se estaba recogiendo el cabello con una goma elástica. Entonces, al ver que Matt seguía sobre la cama, susurró:

– Tú ve a sentarte en el salón, por el amor de Dios. Sírvete una copa de vino o lo que quieras. Que parezca que llevas aquí toda la tarde. Que parezca que… estábamos hablando del caso, por el amor de Dios, y luego… y luego…

Ella desapareció por la puerta del dormitorio y Matt oyó que bajaba rápidamente las escaleras. Él se dirigió al salón. Allí, encontró una botella de vino abierta. Fue al aparador y encontró una copa. Entonces, oyó voces en la planta de abajo.

– Maldita sea, Kelly. ¿Es que no oías el timbre? ¡He estado a punto de congelarme ahí fuera, esperando que abrieras! -comentó una voz. Matt oyó que subían las escaleras-. ¿Por qué has tardado tanto en…?

Una mujer menuda, con cabello rojo muy corto y enormes ojos verdes que clavó en Matt inmediatamente, apareció en el salón.

– Oh…

La mujer se detuvo en seco. La relajada sonrisa que había llevado hasta entonces en los labios desapareció.

– Kelly… ¿qué está pasando aquí? -preguntó, y centró su atención en la copa que Matt tenía en la mano.

– Oh, bueno. Matt ha venido a hablar del caso.

– ¿Matt? -repitió la mujer.

Kelly entró en el salón y, a pesar de las circunstancias, permaneció tranquila.

– Sí. Matt McCafferty. Esta es mi hermana Karla.

– Encantado de conocerte -dijo Matt a pesar de que la hermana de Kelly parecía completamente desconcertada. Extendió la mano y Karla se la estrechó de mala gana.

– Oh, sí, claro. Yo también -replicó ella-. Espera un minuto. ¿Esto es de verdad?

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Kelly-. Matt y yo estamos repasando el caso…

– Vaya… -dijo Karla, y, atravesó a Kelly y a Matt con la mirada-. No digas tonterías. Tengo ojos, Kelly. Sólo espero que sepas lo que estás haciendo.

– Por supuesto que sí.

– ¿Te apetece beber algo? ¿Una copa de vino? -preguntó Matt mientras agarraba otra copa del aparador y comenzaba a servirle.

– Sí, pero creo que necesito algo más fuerte que el vino.

– No hay nada más fuerte. Ya he preguntado yo.

Karla ni siquiera parpadeó. Tomó la copa que Matt le ofrecía y, con una última mirada de condenación a su hermana, se sentó en una silla de ratán.

– Bueno, entonces, ¿cómo va la investigación? -preguntó con la voz llena de sarcasmo.

– Tenemos ciertos contratiempos y no hacemos más que encontrarnos con callejones sin salida, pero creo que estamos haciendo progresos.

– Hmmm -comentó Karla. Tomó un trago del vino. Evidentemente, no se estaba creyendo nada de la historia.

Matt sirvió otra copa y se la dio a Kelly.

– Me marcho mañana a Seattle -explicó ella. Entonces, comenzó a contestar las preguntas que le hacía Karla.

Por lo que Matt pudo sacar en claro de la conversación, Karla, después de escuchar el mensaje de su hermana, había decidido ir a verla. Había dejado a sus hijos con sus padres y se había dirigido hacia la casa de su hermana para encontrar a Matt allí. Por alguna razón, su presencia en la casa había molestado mucho a Karla, y parecía que dicha desilusión se debía a mucho más que al hecho de tener que compartir a su hermana con él durante aquella tarde. No. Matt percibía resentimiento en la actitud y en la mirada de la recién llegada.

Rodeó la barra de la cocina americana y se reunió con las dos hermanas en el pequeño salón. Había esperado que la casa de Kelly fuera limpia y ordenada, funcional y espartana, pero, como con todo lo que se refería a Kelly, se había equivocado. La casa no estaba desordenada, pero no se notaba que viviera alguien en ella. Un mostrador separaba la cocina del salón. Junto con la silla de ratán, había una mecedora, un sofá con cojines mullidos y una mesa de cristal, además de una estantería repleta de libros. Un aparador ocupaba un rincón y, sobre la chimenea, había una colección de fotografías.

– En el mensaje me decías que estarías de vuelta para el día de Acción de Gracias -dijo Karla.

– Ese es el plan.

– Bien. No me gustaría tener que explicarles a mamá y a papá que no ibas a presentarte en la casa por el trabajo.

– Papá lo comprendería. Él fue policía.

– Hace mucho tiempo.

– Es decir, que vienes de una familia con tradición policial -observó Matt.

– Mmm… mi padre, mi abuelo y creo que mi bisabuelo.

– Nuestro padre fue policía hasta que le dispararon y tuvo que jubilarse antes de la edad por su discapacidad -comentó Karla. Se terminó su copa de vino con un ademán exagerado-. Bueno, ¿y tú? -le preguntó a él, aunque Matt supuso que sabía más sobre su familia que él sobre la de ella-. ¿A qué se dedica tu familia?

No se molestó en ocultar el veneno que tenía en la voz.

– Mi padre fue jinete de rodeo y luego se hizo ranchero. Compró el Flying M hace más de cincuenta años y lo hizo más grande para poder incluir otros negocios en la zona de Grand Hope.

Karla apretó los labios y lanzó una dura mirada a su hermana.

– No se acuerda, ¿verdad?

– ¿Acordarme de qué? -preguntó Matt.

Karla realizó un gesto de irritación, pero fue Kelly la que contestó.

– Nuestra madre trabajó para tu padre durante unos pocos años.

– No fueron unos pocos -dijo Karla-. Dedicó su vida a ese hombre, como su secretaria, o asistente personal, tal y como él la llamaba -miró a Matt con dureza-. ¿Y qué ocurrió cuando las cosas empezaron a ir mal para los negocios de tu padre? Nuestra madre fue historia. Así de fácil -añadió, chasqueando con los dedos para darle más énfasis a sus palabras-. Sin trabajo, sin fondo de pensiones, sin finiquito. Nada.

– Espera un minuto… ¿Has dicho que era su secretaria?

– Y más. Era como su mano derecha. Su ayudante ejecutiva. Estoy segura de que te acuerdas de ella. Eva. Eva Dillinger.

– ¿Eva?

Efectivamente, el nombre le resultaba familiar, pero Matt jamás había hablado con ella. Sólo había escuchado el nombre en un par de ocasiones, cuando John Randall la mencionó de pasada. Matt no prestó nunca mucha atención. Por aquel entonces, estaba muy metido en sus cosas.

– Supongo que papá la mencionó en alguna ocasión.

– ¿En alguna ocasión? Eso espero -replicó Karla. Entonces, miró hacia el dormitorio y vio el albornoz amarillo de su hermana sobre la cama medio deshecha. Entonces, frunció los labios. Parecía estar a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor y se puso de pie-. Tal vez sea mejor que me marche. Creo que he interrumpido algo.

– Quédate -dijo Matt mirando el reloj-. Yo ya me iba -añadió. Se tomó de un trago su copa y la dejó encima de la mesa. Tomó su chaquetón y se dirigió a Kelly-. Sólo quiero que me digas si te enteras de algo más de lo que le ocurrió a mi hermana.

– Lo haré.

Kelly lo acompañó a las escaleras. Allí, él se detuvo para abrocharse el chaquetón.

– Hablaré contigo más tarde… Oh… Hay una cosa más.

– ¿De qué se trata? -preguntó ella, visiblemente tensa.

– Que tengas buen viaje.

– Lo tendré.

Matt se volvió hacia Karla.

– Encantado de conocerte.

– Lo mismo digo -replicó ella, pero de mala gana. Lo miraba como si él fuera el diablo reencarnado.

Con eso, Matt se dio la vuelta. Entonces, rodeó la cintura de Kelly con los brazos y la estrechó contra su cuerpo.

– Gracias por la hospitalidad, detective. Y no te olvides de mí -susurró. Se inclinó hacia delante y la besó. Con fuerza. Del modo en el que había tenido la intención de poseerla.

Cuando Matt la soltó, Kelly dio un paso atrás y dejó que él bajara las escaleras.

– Dios mío -murmuró Karla-. Dios mío…

Kelly se preparó para escuchar el sermón que, con toda seguridad, su hermana le iba a echar.

– Estás enamorada de él, ¿verdad? -dijo Karla. La furia había desaparecido de su voz.

En la planta baja, la puerta se cerró. Unos segundos más tarde, se escuchó el sonido del motor de un coche que arrancaba y se marchaba.

– Lo estás, ¿verdad?

– No, por supuesto que no -le espetó Kelly. Se terminó de un trago su vino y trató de pensar. ¿Enamorada? ¿De Matt McCafferty? El corazón se le aceleró con sólo pensarlo. ¿Sería cierto? ¿Era posible que se hubiera enamorado de aquel arrogante vaquero?

– Eso es ridículo -añadió.

– Lo veo en tus ojos -replicó Karla-. No me lo puedo creer, Kelly. Alguien ha conseguido deshacer el hielo que rodeaba tu corazón, y ha tenido que ser un maldito McCafferty -añadió. Se cruzó de brazos-. En otro momento te habría dicho que deberíamos celebrarlo, pero dado que el hombre de tus sueños es el hijo de John Randall, creo que sería mejor que llamara a un sacerdote y le pidiera que te realizara un exorcismo.

– Muy graciosa…

– Sé que no lo es, pero, de verdad, ¿es que has perdido el juicio? Mamá y papá van a alucinar cuando se enteren, y tu jefe seguramente te despedirá. ¿Y la investigación?

– Mamá y papá no dirigen mi vida y mi jefe no puede decirme lo que tengo que hacer cuando no estoy de servicio. Además, no me he comprometido a nada.

– Aún -replicó Karla. Entonces, se dirigió a la puerta del dormitorio y lanzó una intencionada mirada-, pero no vas a tardar mucho.

– Eso no es asunto tuyo…

– Kelly, no seas tonta, ¿de acuerdo? -afirmó Karla agarrando el brazo de su hermana-. Los McCafferty son pájaros de mal agüero. Todos ellos. No se puede confiar en ninguno.

– He oído antes ese sermon.

– Perdona. Creía que tú eras la que lo daba. Escúchame, por Dios. Hagas lo que hagas, Kelly, no te enamores de Matt McCafferty -le aconsejó su hermana con toda la sabiduría de alguien que había cometido muchos errores en lo que se refería a asuntos del corazón.

– No lo haré.

– Sería un error terrible.

– He dicho que no lo haré.

– Y yo creo que eres una mentirosa. Probablemente ya ha ocurrido -observó Karla. Entonces, levantó las manos para impedir que ella siguiera protestando-, pero si estás enamorada de él, estás metida en un buen lío. Lo único que vas a sacar de todo esto es un corazón roto. Eso te lo garantizo.

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