Once

Matt puso heno en el establo de Diablo Rojo. El potro lo miró con cautela.

– Sigues sin confiar en mí, ¿verdad?

El potrillo bufó y comenzó a patear la paja.

– Pues ya somos dos. Yo tampoco confío en ti.

Diablo levantó la cabeza y la sacudió con gran estrépito, poniendo nervioso al bayo que había en el establo de al lado.

– Mira lo que has hecho -gruñó Matt, pero Diablo, tan testarudo como siempre, no pareció sentirse intimidado. Como siempre. Tal vez por eso Matt sentía un fuerte vínculo con la bestia.

Terminó de dar de comer a los animales y salió del establo. Era muy temprano. Aún no había amanecido y la luz proporcionaba una luz fantasmagórica que creaba sombras sobre la nieve.

Matt recorrió el mismo sendero hasta llegar al porche trasero. Allí, se quitó la nieve de las botas y entró en la casa. No había nadie despierto. Él se había levantado después de una noche inquieta y sin descanso. Cuando se quedaba dormido, soñaba con Kelly, y cuando estaba despierto, no hacía más que recordar los momentos en los que los dos estaban haciendo el amor una y otra vez. Veía la blanca piel, los rosados y erguidos pezones, el hermoso cabello rojizo… por eso, se había levantado. Tras entretenerse lo suficiente para vestirse y poner la cafetera, se había marchado a los establos para tratar de olvidarse de la imagen de Kelly trabajando.

No lo había conseguido. Cada vez que echaba comida o heno en los establos, pensaba en ella y en el hecho de que, tanto si lo quería como si no, se estaba enamorando de ella.

Apretó los dientes al darse cuenta. Se sirvió una taza de café, que se tomó sentado junto a la ventana mientras se preguntaba qué iba a hacer al respecto. Siempre había pensado que algún día se casaría. Algún día. Cuando llegara el momento. Se imaginó que encontraría una buena chica, guapa, inteligente y no tan testaruda como ella. Ni tampoco policía. Nunca.

Sobre todo, no una mujer que estuviera tan unida a Grand Hope como lo estaba Kelly. Toda su familia vivía allí. Kelly jamás abandonaría aquel lugar para marcharse a un remoto rancho en las colinas. Además, había mala sangre entre las dos familias.

Demasiado equipaje.

Demasiada agua bajo el puente.

Demasiado… demasiado de todo.

No podía implicarse con ella más de lo que ya estaba. No quería una relación amorosa en la distancia y suponía que ella tampoco. No. Kelly era la mujer equivocada para él. No había nada más que considerar.

Sin embargo, en aquellos momentos, aun cuando estaba tratando de convencerse de que no debía enamorarse de ella, el pulso se le aceleraba y se le tensaba la entrepierna. Demonios. Parecía un adolescente. No se había sentido así desde hacía años. Tal vez nunca se había sentido así.

Nunca antes, en sus treinta y siete años, había invitado a una mujer a compartir con él una celebración familiar. Siempre había decidido que la mujer lo consideraría una señal de compromiso. Tampoco había aceptado ninguna invitación similar. Sin embargo, a pesar de los problemas que existían entre los McCafferty y los Dillinger, él estaba dispuesto a dar ese paso. Sí. Efectivamente, aquella vez era diferente.

Dio un trago de café y se obligó a pensar en otros asuntos. Randi iba a regresar a casa aquella misma mañana e iba a conocer a su hijo por primera vez. Tendría que concentrarse en esa reunión. Algunos de los médicos del hospital no se sentían muy contentos por el hecho de que se le fuera a dar el alta, pero Randi se había mostrado inflexible. Dado que Nicole vivía en el rancho, le costó mucho menos obtener el alta. La habitación de invitados que había en la planta principal se había transformado en un dormitorio para Randi. Aquella misma mañana, iban a llevar una cama de hospital a la casa antes de que ella llegara.

Sólo cabía esperar que Randi estuviera a salvo y que mejorara. Al menos, estar cerca de su hijo le daría paz mental e incluso podría ser que la ayudara a recuperar la memoria… si Randi estaba diciendo la verdad sobre su amnesia. Matt no estaba tan seguro. Randi había sido la hija favorita de John Randall, la única que había concebido con su segunda esposa y, además, la única chica. Aunque de niña había sido muy masculina, probablemente por el hecho de que vivía con tres hermanos, también había sido tratada como si fuera una princesa. De hecho, su padre se refería a ella con frecuencia con este apelativo. Había crecido pensando que podía hacer todo lo que quisiera y que todo el mundo la trataría con la misma consideración y la misma adoración que su padre.

Se había equivocado. Fuera lo que fuera lo que había ocurrido entre ella y el padre de su hijo, no podía haber sido bueno. Ese era el problema con las relaciones. Incluso con las mejores intenciones, normalmente terminaban mal. Su padre se había casado en dos ocasiones y se había divorciado otras tantas.

La luz de unos faros se reflejó en la pared del establo, anunciando la llegada de Juanita. A los pocos minutos, el ama de llaves entró a toda prisa en la casa temblando de frío.

– Te has levantado muy temprano -comentó al verlo en la cocina. Se sirvió también una taza de café.

– Hoy es un día muy importante.

– Sí. La señorita Randi regresa a casa -dijo ella, con una sonrisa en los labios.

– Ese es el plan. Supongo que es mejor que empiece a sacar muebles de la habitación de invitados para dejar sitio al resto de las cosas.

– Entonces, cuando esté en casa, podremos tener la boda -susurró la mujer, con los ojos brillantes de alegría-, ¿verdad?

– Sí. Claro que sí.

– Tal vez tú serás el siguiente.

– ¿Para qué? ¿Para casarme? No lo creo -respondió, tal y como hacía siempre cuando alguien sacaba a colación el tema del matrimonio.

Juanita no respondió. Se limitó a colgar su abrigo, pero a Matt no se le pasó por alto la sonrisa que se dibujó en los labios de la mujer. Parecía que, en opinión de Juanita, Matt estaba también a un paso del altar. ¿Tan evidente era?

Pensó en Kelly. Dios, la deseaba tanto… Sin embargo, no podía imaginarse que ella quisiera ser la esposa de un ranchero ni irse a vivir tan lejos. Por décima vez, concluyó que aquello no progresaría.

Al oír que el bebé comenzaba a llorar, se dirigió a la habitación de J.R.

– Eh, campeón -le dijo Matt. Lo tomó en brazos y se lo colocó sobre el hombro-. ¿Qué te pasa? ¿Tienes hambre?

Mientras el bebé lo miraba, Matt lo colocó sobre el cambiador y, con más destreza de la que hubiera creído posible, le cambió el pañal. Cuando terminó, se lo llevó a la cocina, donde Juanita ya le estaba preparando su biberón. Cuando estuvo terminado, Matt se lo llevó al salón y allí se sentó sobre la vieja mecedora al lado del fuego de la chimenea.

Con ojillos brillantes, J.R. se tomó ávidamente su biberón mientras Matt lo miraba lleno de asombro.

– Mamá va a venir a casa hoy mismo -susurró-. Y ya verás. En cuanto te vea, se va a deshacer. Tú y yo vamos a tener que cuidar de ella, ¿sabes?

Se reclinó en la mecedora y, sin poder evitarlo, pensó en Kelly. Se imaginó un bebé, tal vez una niña, con brillante cabello rojo y enormes y curiosos ojos pardos.

Sorprendentemente, aquel pensamiento no le asustó. En realidad, le resultó de lo más seductor.


– Escuche, les he contado a usted y a Roberto Espinoza todo lo que recuerdo -insistió Randi. Estaba semitumbada en la cama del hospital, pero ya no llevaba una vía. Iba vestida con un chándal, se había pintado los labios y tenía una actitud arrogante. Atravesó a Kelly con la mirada-. Me marcho a mi casa y voy a conocer a mi hijo por primera vez. Mañana, mi familia va a celebrar el día de Acción de Gracias con algo de retraso y, en estos momentos, me gustaría olvidarme de todo lo que ha ocurrido, ¿de acuerdo? Sé que usted sólo está intentando realizar su trabajo, pero le ruego que me deje respirar.

– Efectivamente, el detective Espinoza y yo sólo queremos ayudarla -afirmó Kelly con firmeza-. Tratar de protegerla a usted y a su bebé.

– Lo sé. De verdad. Sin embargo, le ruego que no me sermonee sobre mi seguridad, ¿de acuerdo? Créame si le digo que ya he escuchado todas las razones por las que debería quedarme en el hospital, colaborando con la policía y viviendo una vida de prisionera hasta que consigan arrestar a la persona que anda detrás de mí, pero eso no va a ocurrir. Mire, no quiero resultar desagradecida, porque agradezco mucho lo que ustedes intentan hacer. Se trata simplemente de que me muero de ganas por ver a mi hijo. Me estoy volviendo loca sentada aquí. Aún no he tenido oportunidad de ejercer como madre y mi hijo ya tiene más de un mes. Creo que ahora lo más importante para mí es establecer un vínculo emocional con mi hijo -confesó. La sinceridad de sus palabras le llegó a Kelly muy dentro-. ¿Sería demasiada molestia para usted ir al rancho dentro de unas pocas horas, después de que yo me haya instalado y haya tenido oportunidad de ver a mi hijo?

Kelly no era inmune a lo que Randi le estaba diciendo. A Espinoza no le gustaría, pero a Kelly no le interesaba especialmente estar a buenas con él. Aún se sentía dolida por las insinuaciones que el detective había hecho sobre su vida amorosa.

«No se trata de tu vida amorosa. No te engañes. La otra noche te lo pasaste bien, pero fue sexo. Nada más. Al menos para Matt»

Acababa de pensar en estas palabras cuando él entró por la puerta. Matt la miró a los ojos y, durante un instante, ella sintió el mismo calor y la misma intensidad que antes. El estómago se le tensó. Tuvo que mirar de nuevo a Randi.

– Lo comprendo. Pasaré a verla más tarde. Después de cenar.

– Gracias -dijo ella-. Estoy segura de que mis hermanos podrán ocuparse de mí hasta entonces.

– Lo intentaremos -afirmó Matt. Entonces, ofreció a Kelly una sonrisa que a ella le recordó la pasión que habían compartido. Lo más ridículo fue que se sonrojó. Por el amor de Dios, era policía. No podía consentir que un vaquero le hiciera comportarse como si fuera una estúpida colegiala-. ¿Cómo estás?

– Bien. Sólo quiero salir de aquí… oh… veo que no estabas hablando conmigo -dijo Randi.

– Me refería a ambas.

– Estoy bien -replicó Kelly-. Estaré en el pasillo y me aseguraré de que puede entrar en el vehículo sin problemas con la prensa.

– Creo que podremos arreglárnoslas. Slade se está ocupando de los papeles del alta y hemos aparcado el coche cerca de una entrada trasera.

– Muy bien -afirmó Kelly-. Iré a verla esta noche sobre las siete, ¿le parece bien?

– Sí. Y gracias.

Kelly salió de la habitación. ¿Por qué se sentía tan incómoda con Matt? Habían hecho el amor. ¿Y qué? Tenía treinta y dos años, por el amor de Dios, y era detective de profesión. Tenía todo el derecho a hacer lo que quisiera, pero jamás había sido una mujer promiscua. Jamás había creído en el sexo por el sexo ni se había permitido tener aventuras sin alguna clase de sentimiento. De hecho, aparte de su novio del instituto, el de la universidad y otro hombre, no había tenido más relaciones. Su hermana, por el contrario, se había enamorado en una docena de ocasiones y se había casado dos veces. Kelly siempre se había mostrado muy cautelosa y había vivido su vida utilizando la cabeza en vez de escuchar al corazón.

Hasta aquel momento.

Hasta Matt.

Él la alcanzó antes de que se marchara.

– Sólo quería decirte que la cena de Acción de Gracias será mañana a las seis.

– No salgo hasta las cinco, pero sí, me encantaría.

– Bien. Además… el sábado es la boda de Thorne y Nicole. Me gustaría que fueras mi pareja.

– Sí, ¿verdad? -bromeó ella.

– A menos que tengas otros planes.

Kelly se echó a reír. ¿Qué era lo que tenía Matt McCafferty? Un minuto hacía que ella se sintiera muy tímida y, al siguiente, la hacía flirtear con él como nunca lo había hecho en toda su vida.

– Los cancelaré -bromeó ella. Entonces, echó a andar de nuevo, pero Matt la agarró por el brazo y, tras darle la vuelta, la besó hasta hacerle perder el sentido.

– Hazlo -afirmó. Con eso, se dio la vuelta y volvió a entrar en la habitación de Randi.

Kelly se aclaró la garganta. Vio que dos enfermeras apartaban rápidamente la mirada, fingiendo que no habían visto nada. Entonces, vio a Nicole que avanzaba por el pasillo.

– Es un canalla arrogante, ¿verdad? -comentó la doctora mientras Kelly trataba de recuperar un poco de integridad.

– El peor.

– Como sus hermanos -replicó Nicole con una sonrisa-. Sé que a veces me he excedido un poco, sobre todo en lo que se refiere a mis pacientes, pero espero que comprendas que no se trataba de nada personal.

– Lo comprendo.

– Y espero que vengas a la boda. Sé que no te he avisado con mucho tiempo, pero Thorne y yo queríamos esperar hasta que Randi pudiera asistir. Es este sábado por la noche.

– Allí estaré -prometió Kelly.

Regresó a su despacho y se encerró para poder avanzar un poco con todo el papeleo que tenía atrasado de otros casos, pero, como siempre, terminó hojeando el expediente de Randi McCafferty. Releyó los mismos nombres de siempre, pero ninguno de ellos le pareció ser un enemigo en potencia. Aparte de sus hermanos, tenía una tía por parte de madre que se llamaba Bonnie Lancer, y una prima, Nora. Se mantenía en contacto con sus amigos a través del correo electrónico y ocasionales llamadas de teléfono. Kelly había hablado con todos los que habían mantenido contacto con Randi durante los tres meses anteriores al accidente, pero no había conseguido nada. No habían sacado nada en claro del Ford rojo oscuro que supuestamente la había echado de la carretera, y Kelly no se imaginaba cómo el libro de Randi podría tener algo que ver con lo sucedido.

Estaba a punto de dar su jornada por terminaba cuando Stella la llamó por el interfono.

– Detective Dillinger… hay alguien aquí que quiere… un momento, no lo haga otra vez…

Justo en aquel momento, la puerta del despacho de Kelly se abrió de par en par. Era Matt.

– Tienes que dejar de hacer esto -lo amonestó ella. Una vez más, Stella apareció en la puerta con aspecto muy abrumado-. No importa -añadió antes de que Stella tuviera oportunidad de disculparse-. Estás en la oficina del sheriff, no puedes entrar como si fuera tu casa. La pobre Stella va a tener ataques de ansiedad.

– Tenemos que hablar.

– Supongo que se tratará de algo profesional.

– En parte.

– Estoy en mi puesto de trabajo -insistió ella, pero le indicó que tomara asiento-. Tiene que ser algo profesional. Al cien por cien.

– ¿Sí? -la desafió él. Kelly vio el brillo de los ojos de Matt y sintió que el corazón estaba a punto de detenérsele. En un instante, supo que él estaba recordando la noche que pasaron juntos. La garganta se le secó ante los recuerdos de las febriles caricias.

– Sí. Bueno, creo que eso sería lo mejor. ¿Qué puedo hacer por ti?

Matt tuvo la audacia de sonreír. Lentamente.

– Vaya, ésa sí que es una pregunta comprometida…

– Supongo que tienes una razón, que espero que sea buena, para haber entrado aquí de ese modo.

– Te he oído decir que esta noche ibas a venir a mi casa.

– Más tarde. Sobre las siete.

– ¿Qué te parece ahora mismo?

– ¿Por qué?

– Se trata de Randi. No está cooperando.

– ¿Y eso qué significa?

– No parece estar tomándose en serio los ataques que sufrió. Se niega a tener guardaespaldas y no hace más que contestar de mala manera. Afirma que todos estamos paranoicos y que todo está igual que antes.

– ¿Por qué?

– No lo sé… Se me ha ocurrido que tal vez tú puedas instilarle un poco de sentido común. En el hospital, pareció que te escuchaba.

– No mucho.

– Siempre ha sido muy testaruda, pero tal vez una mujer pueda convencerla. Nicole sigue en el hospital y Jenny se está ocupando de las gemelas y, además, es muy joven… ¿Qué te parece?

– Dame diez minutos. Te seguiré.

– Bien.

Matt se dirigió a la puerta. De repente, sin saber qué se apoderó de ella, Kelly lo agarró del brazo. Le hizo darse la vuelta y, tras ponerse de puntillas, le dio un beso en los labios. Matt la abrazó inmediatamente. Por suerte, había echado las persianas de su despacho para poder trabajar en paz aquella tarde.

– Estás buscándote problemas -le advirtió él mientras la besaba de nuevo.

– ¿Y quién me los va a dar? -replicó Kelly tras echarse un poco hacia atrás-. Además, sólo te estaba dando un poco de tu propia medicina.

Para su sorpresa, Matt se echó a reír.

– No pierdas ese pensamiento -dijo, antes de tocarse levemente el sombrero y abrir la puerta-. Te veré en el rancho.

«Así será, vaquero».

Kelly agarró el teléfono y buscó entre sus notas el número de Kurt Striker. Necesitaba ponerse en contacto con él para comprobar si tenía nueva información. Llamó a su motel y esperó. Al ver que él no contestaba, dejó un mensaje en el contestador.

Decidió que volvería a llamarlo más tarde. Colgó el teléfono y tomó su chaquetón y sus guantes. Mientras salía de su despacho, se encontró con Roberto Espinoza.

– No me lo digas. Vas de camino al Flying M, ¿verdad? -comentó él, muy serio.

– Hoy han dado el alta a Randi McCafferty y ahora ha decidido no cooperar ni con los médicos, ni con sus hermanos ni con nadie.

– Y el guaperas pensó que tú podrías instilarle a su hermanita un poco de sentido común, ¿no?

– Tengo que volver a interrogarla -dijo Kelly tensándose.

Espinoza parecía furioso.

– Mientras se trate de una visita profesional…

– ¿Y qué si no lo es? -replicó ella. ¿Quién diablos se creía Espinoza que era?-. Te recuerdo que soy una profesional, Bob.

– Lo sé, pero es que…

Fuera lo que fuera lo que estaba pensando el detective, no lo dijo. Frunció el ceño, se quitó el sombrero y se mesó el cabello con las manos.

– Supongo que es tu funeral.

– Lo recordaré.

Kelly trató de contenerse. Estallar en aquel momento sólo conseguiría empeorar las cosas. Durante el momento, tenía que mantener la compostura, reunirse con Randi McCafferty y tratar de decidir cuánto era lo que no recordaba. A Kelly le daba la sensación de que Randi sabía mucho más de lo que decía.

Kelly debía averiguar si era así y, pasara lo que pasara, iba a hacerlo.

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