Doce

– Ya te he dicho que no recuerdo nada -insistió Randi, pero Kelly no se lo creía.

Estaba acostada sobre la cama del hospital, con el niño en brazos. Kelly estaba segura de que Randi no le estaba contando más que mentiras y no se le daba demasiado bien. Además, no le interesaba nada más que su hijo. Mientras lo tuviera en brazos, no parecía importarle que alguien estuviera tratando de matarla. Probablemente no se habría dado ni cuenta aunque el mundo hubiera dejado de girar.

Kelly estaba de pie cerca de la cama y Matt en la puerta, apoyado contra el umbral. Le dedicó a Kelly una mirada que contenía un gesto de «ya te lo había dicho».

– Me pediste que viniera y me prometiste que me responderías algunas preguntas -le recordó a Randi.

– Lo haré, cuando J.R., y que conste que ése no es su nombre, se acueste. No me mires como si estuviera loca, ¿de acuerdo? Muchas personas se marchan a sus casas después de dar a luz sin que el bebé tenga nombre… Bueno, de acuerdo, no muchas -corrigió al ver la mirada que le dedicaba Matt-, pero sí algunas. Quiero el nombre adecuado para mi hijo, así que no me incordiéis. Podéis llamarlo J.R. si queréis, pero en cuanto se me ocurra el nombre perfecto, se lo vamos a cambiar.

– Podría ser demasiado tarde -comentó Matt.

– Nunca. He hablado de esto en alguna ocasión en mis artículos -replicó ella-. El valor de un nombre y todo esto.

– ¿Es que no habías escogido ninguno?

– Sí. Sara, pero, de algún modo, no me parece que le vaya a ir bien a mi hijo. Oh…

Randi sonrió al ver que Juanita entraba en la habitación con un biberón caliente para el niño.

– Gracias, Juanita. Eres un amor.

El ama de llaves se sonrojó. Randi tomó el biberón, se colocó bien al bebé y le ofreció la leche. El pequeño J.R. contemplaba a su madre con enormes ojos mientras comía ávidamente.

– ¿No es precioso? -susurró Randi, completamente enamorada de su hijo. Kelly, con cierta envidia, asintió en silencio.

– Y más listo que el diablo y sin duda muy atlético. Creo que lo van a llamar de Harvard cualquier día de éstos -bromeó Matt. Randi se echó a reír.

– No me sorprendería. ¿Y a ti, calabacita? -le preguntó al bebé, mientras Juanita lo observaba también con una sonrisa en los labios.

– Oh, no. No le llames esas cosas al niño… «campeón», «chaval» o algo parecido sí está bien, pero nada de «calabacita» ni «precioso» ni ninguna de esas cosas de niñas, ¿de acuerdo? -insistió Matt.

– Cállate -le espetó Juanita-. Es un ángel. Es perfecto.

– Le vais a engordar el ego desde pequeñito -gruñó Matt-. Mira lo que le ocurrió a Slade.

– Te he oído -dijo éste, que justamente en aquel momento se detenía al lado de la puerta.

Kelly comprendió que no iba a sacarle más información a Randi hasta que estuviera sola.

– Volveré cuando el niño se haya dormido.

– Gracias -respondió ella muy agradecida.

– Y yo… es mejor que yo me vaya a echarles un vistazo a los pasteles que tengo en el horno para mañana -observó Juanita, y se marchó en dirección a la cocina.

Kelly salió de la habitación.

– ¿Ves lo que yo decía? Se niega a hablar de nada en serio -gruñó Matt tras salir al pasillo con ella.

– Sólo quiere ocuparse de su hijo.

– Y enterrar la cabeza en la arena. Si no descubrimos quién trató de matarla y él vuelve a golpear otra vez, ella no tendrá que preocuparse por nada más. Ni siquiera por su bebé.

– ¿No te parece que está más segura aquí?

– Sí. Está mejor que en el hospital. Aquí no hay tanta gente entrando y saliendo. No hay desconocidos ni periodistas.

– Hasta ahora -comentó Kelly-, pero eso podría no durar.

– Maldita sea… El problema es que Randi no se da cuenta de que ahora lo más importante, lo único que importa, es descubrir quién la tiene tomada con ella. Ninguna otra cosa puede ser una prioridad.

– ¿Ni siquiera un hijo?

– Todo esto es precisamente por ese niño -replicó Matt, muy serio-. Por su seguridad. ¿Qué crees que pasaría si Randi lo perdiera?

– Ni siquiera consideremos esa opción -susurró Kelly. El corazón se le había parado con sólo pensarlo.

– Por mucho que nos cueste, tenemos que encontrar quién está detrás de esto…

De repente, unos fuertes pasos resonaron en la escalera. Al mismo tiempo, el teléfono comenzó a sonar. Las gemelas no tardaron mucho en aparecer, seguidas de Nicole, que llevaba dos pares de pantaloncitos vaqueros en las manos. Estaba tratando de terminar de vestir a sus hijas, pero éstas, cuando llegaron al pie de la escalera, salieron corriendo con una enorme sonrisa en el rostro y los ojos brillantes de alegría. Las dos iban vestidas tan sólo con una sudadera y unas braguitas.

– Aquí no hay nunca ni un minuto de aburrimiento -dijo Nicole-. Lo único que quiero es que se prueben los vestidos de la boda, pero cualquiera pensaría que les he pedido que se pongan unas esposas.

Matt sonrió.

– Tal vez deberías dejar que su padrastro se ocupara de eso.

– ¡Qué idea más estupenda! -exclamó Nicole.

Justo en aquel momento, Thorne salió del despacho.

– Matt, Kavanaugh te llama por teléfono.

– Perdón -dijo éste entrando inmediatamente en el despacho.

– Volveré enseguida cuando acorrale a las niñas -le dijo Nicole a Kelly-. ¿Por qué no te reúnes conmigo en la cocina para que podamos conocernos un poco?

– Dentro de un minuto -prometió Kelly, pensando que podría tratar de hablar con Randi una vez más. Matt tenía razón. La prioridad era averiguar quién había tratado de matar a Randi. Además, se trataba de su trabajo, algo que parecía estar perdiendo un poco de vista por lo que sentía por Matt.

Durante toda su vida, había querido ser policía, seguir los pasos de su padre. No la había distraído nada en su camino. Hasta aquel momento. El amor que sentía por Matthew McCafferty lo había cambiado todo.

Se quedó parada en la puerta de la habitación de Randi, esperando que Slade se despidiera de ella y saliera. Oyó que las gemelas, ya en la cocina, hablaban y reían mientras el aroma de la canela y de la nuez moscada se mezclaba con las fragancias de las manzanas asadas y de la calabaza. No podía oír qué era lo que decía Matt, pero escuchaba el murmullo de su voz de vez en cuando. Le había resultado tan fácil enamorarse de él…

Miró las fotografías que componían la galería de fotos de los McCafferty y, una vez más, se detuvo en la de Matt montado a lomos de un caballo de rodeo. Era mucho más joven, por supuesto, pero resultaba tan salvaje como el animal que estaba tratando de dominar. Un alborotador. Un rompecorazones. Anita Espinoza había sido sólo una de las muchas mujeres que habían esperado poder ser la elegida para capturar su indomable corazón.

«Igual que tú».

De repente, el ruido que provenía de la cocina remitió y Kelly no pudo evitar escuchar la conversación que Randi estaba teniendo con Slade a través de la puerta abierta del dormitorio.

– Quiero decir, ¿qué es lo que está pasando? -preguntaba Randi-. He estado fuera de combate durante poco más de un mes y cuando me despierto, no sólo me encuentro con este precioso bebé en el mundo, sino también con que Thorne, Thorne nada menos, está perdidamente enamorado y se va a casar. ¿Quién lo habría pensado? Era el soltero más recalcitrante que he visto nunca. En cuanto a Matt… ¿Qué demonios le pasa? Siempre había pensado que el rancho que tanto le costó comprar era lo más importante de su vida y que nada ni nadie podría superarlo nunca en su estima. Prácticamente le vendió el alma a Satán para comprar esas malditas tierras. Ahora, todo ha cambiado.

– Sólo está preocupado por ti -dijo Slade.

Randi se echó a reír.

– ¡Sí, claro! Por eso no le pierde la pista a esa detective, la que ha estado aquí antes.

– Se llama Kelly.

Al oír su nombre, Kelly se tensó.

– Sí, Kelly. Matt es un hombre completamente diferente con ella. De hecho, se diría que es la única mujer sobre este planeta por el modo en el que la mira.

Kelly sonrió. Sabía que estaba mal escuchar las conversaciones ajenas, pero no podía evitarlo.

– Podría no ser tan serio como tú crees.

– ¿Cómo? ¿Por esa mujer, Nell, la de la ciudad donde él vive?

– No. Eso terminó hace meses.

Kelly se quedó inmóvil. Matt nunca le había hablado de otra mujer. Nadie lo había hecho. «Tú sabías que siempre había tenido muchas aventuras, ¿no? Es un hombre muy viril. ¿Por qué no iba a tener una mujer en la ciudad en la que él vivía?».

– Tengo ojos, Slade. Matt está enamorado, tanto si él lo sabe como si no.

– O está fingiendo. Ya sabes cómo es con las mujeres. Llega una y se enamora perdidamente durante unas semanas y luego…

Se produjo una larga pausa. Kelly sintió que el corazón se le encogía en el pecho.

– Hasta que ella se convierte en otra muesca en su cinturón.

– Yo no iba a decirlo de ese modo.

– Muy bien. Digamos que puede ser otra conquista más, otro revolcón en el heno. Como tú quieras decirlo. Es lo mismo.

Al escuchar aquellas palabras, Kelly quiso morirse.

– No me gusta nada eso -comentó Randi-. Resulta degradante para las mujeres. En mi trabajo, lo veo todos los días. Las mujeres escriben para hablarme sobre hombres que las utilizan, fingen estar interesados, hacen que piensen que se están enamorando y entonces salen corriendo en la dirección opuesta en el momento en el que ellas empiezan a ir en serio. Es algo tan viejo como el mundo, Slade. Muy normal.

– Yo simplemente te estoy contando los detalles. Además, pensaba que no te acordabas mucho de tu trabajo, de tu vida. ¿Sabes una cosa? Estoy empezando a creer que eso de tu amnesia es una estratagema, hermanita. No me lo digas. Deja que lo adivine. Alguien te hizo algo. ¿No? ¿Tal vez el padre de tu hijo?

Se produjo un momento de tensión. Kelly deseó poder ver la expresión de Randi. A pesar de su propia vergüenza, necesitaba averiguar quién era el padre de J.R.

– Estábamos hablando de Matt y de sus mujeres… Yo esperaba que hubiera superado esa tontería adolescente de ligarse a una mujer para luego dejarla plantada.

– Fue idea de Striker -confesó Slade-. Pensó que uno de nosotros debía mantener una buena relación con la policía para seguir de cerca la investigación.

– ¿Por qué? ¿Es que no confiáis en la policía? -preguntó Randi. Justo en aquel momento, el bebé empezó a llorar.

– Simplemente queremos saber qué es lo que está pasando. Algunas veces los policías pueden ser bastante herméticos.

– Por eso Striker sugirió que Matt se enamorara de… No, un momento. Que Matt se llevara a la cama a la detective… Oh, Dios, Slade. Dime que no se trata de eso. Dime que Matt no está utilizando a esa detective. No lo creo, porque ella es bastante lista y estoy segura de que no va a caer en ese tipo de trampas. Además, me parece algo… asqueroso.

En ese momento, Kelly deseó que se la tragara la tierra.

– Bueno, sólo esperaba que tuvieran una pequeña conversación de almohada -comentó Slade por encima del llanto del bebé.

Completamente asqueada, Kelly sintió que se le doblaban las rodillas.

«No flaquees, Dillinger. Levanta la barbilla. La espalda recta. Cuadra los hombros. Eres una profesional. Una detective».

– En ese caso, Matt es un idiota porque esa mujer me parece demasiado inteligente como para picar en eso. De hecho, probablemente sea demasiado buena para él -añadió Randi. Evidentemente, se sentía furiosa-. Y, tanto si él lo sabe como si no, se está enamorando. Me encantaría estrangularlo, y a ti y a Striker y a todos los demás que estén implicados.

El rubor cubrió las mejillas de Kelly. Se sentía completamente mortificada. Que estúpida había sido.

El bebé seguía llorando, pero Randi debía de haber centrado su atención en él porque ella dijo:

– Venga, venga… calla…

Kelly, por su parte, había oído más que suficiente. Con mucho cuidado, se dirigió al salón y fingió interés por una revista que había sobre la mesa. Slade salió del dormitorio. De soslayo, ella vio que él la miraba y que luego se marchaba hacia la cocina justo cuando Matt salía del despacho.

El corazón de Kelly dio un vuelco. En silencio, se volvió a decir que era una idiota de la peor clase imaginable.

– Lo siento mucho -dijo él. No había ningún tipo de mofa en su voz-. El tipo que se suponía que debía estar cuidando de mi rancho me acaba de llamar. Se ha caído y se ha roto una pierna, por lo que parece que voy a tener que tomar el próximo avión para regresar a casa.

Kelly forzó una sonrisa que no sentía.

– Lo comprendo -dijo. «Mucho más de lo que te imaginas, McCafferty. Muchísimo más».

– No voy a estar aquí mañana para la fiesta de Acción de Gracias -añadió él.

No dijo que, por lo tanto, ella ya no estaba invitada. No tuvo que hacerlo.

Kelly agarró su chaquetón y se lo puso. Entonces, metió la mano en el bolsillo para sacar los guantes.

– No te preocupes por ello. Yo ya lo he celebrado -repuso ella con voz gélida-. Es mejor que me marche. Randi no parece estar muy interesada en hablar con nadie del departamento del sheriff en estos momentos. Volveré.

Se dirigió hacia la puerta. Cuando él trató de agarrarle el codo, ella se zafó. Había caído en aquel truco en demasiadas ocasiones. Incluso ella misma lo había hecho víctima de aquel juego una vez. Qué idiota había sido.

– ¿Kelly?

– Sé de qué vas, McCafferty.

Abrió la puerta sin molestarse en explicarle nada. Quería que él pensara que se refería a lo de agarrarla por el codo cuando ella se marchaba para besarla después. Ya no importaba que se refiriera a algo mucho más serio.

Salió al exterior. El viento soplaba con fuerza, pero no le importaba. El gélido aire la hizo reaccionar y hacerse más fuerte, recordándola que no estaba muerta aunque se estaba empezando a sentir muy vacía por dentro.

– Te acompañaré al coche -anunció él. Se puso a caminar a su lado, sin preocuparse de ponerse un abrigo ni nada por el estilo.

– No te molestes.

– No es molestia alguna.

– Soy policía, McCafferty. Puedo llegar sola a mi coche sin problemas.

– Espera un minuto.

Kelly no lo hizo. Simplemente siguió andando sobre la crujiente nieve.

– Kelly, ¿qué diablos ha pasado? -le preguntó Matt mientras ella abría la puerta del todoterreno.

– He despertado -respondió ella mientras se sentaba al volante-. Ahora, tengo que marcharme. Regresaré para hablar con Randi y te mantendré informado sobre todo lo que ocurra con la investigación, pero he estado pensando y creo que no es buena idea que ninguno de los dos se implique demasiado en una relación en estos momentos…

– Espera un minuto, maldita sea…

– Mira, lo de Seattle estuvo bien, pero creo que es mejor que yo mantenga la perspectiva. No me gustaría hacer nada que comprometiera mi profesionalidad.

– Pensaba que ya habíamos hablado de esto.

– Y te repito que lo he estado pensando otra vez. Lo que ocurre es que tú y yo tenemos intereses muy diferentes. Estamos en etapas muy distintas de nuestras idas.

– Eso suena como si fuera un discurso enlatado.

– No lo es. Tengo mi trabajo. Tú tienes tu rancho.

– ¿Y?

– No hay nada más que decir. Voy a terminar esta investigación o moriré intentándolo, y tú vas a regresar a la frontera de Idaho -afirmó. Entonces, arrancó el motor del coche-. Adiós, Matt…

El corazón se le retorció de dolor al escucharse decir aquellas palabras. Vio los sentimientos encontrados que se reflejaban en el rostro de Matt. Incredulidad, desconfianza e ira.

Mala suerte.

Decidió que él lo superaría. Metió la primera marcha del todoterreno y puso el vehículo en movimiento.

Él siempre lo superaba.


¿Qué diablos acababa de ocurrir? Matt metió un par de vaqueros, dos camisas y sus cosas de aseo en su bolsa de viaje. No entendía nada del cambio de actitud que se había producido en Kelly. Un minuto antes había estado flirteando con él y, a continuación, después de que él estuviera unos minutos hablando por teléfono, se había mostrado tan fría como el hielo mientras le decía en pocas palabras que su relación, tan tórrida y apasionada pocos días antes, había terminado. No se lo podía creer.

Ninguna mujer respondería del modo en el que ella lo había hecho para terminar dándole la espalda sin una buena razón.

Cerró la cremallera y se colgó el asa del hombro. Con una última mirada a su dormitorio, que había vuelto a ocupar después de tantos años, decidió no prestar atención a la sensación de que dejaba atrás mucho más que una vieja cama y una colección de antiguos y polvorientos trofeos de rodeo.

No. Había algo más. No sólo sus hermanos y su hermanastra, sino también las gemelas, el bebé y Kelly. Dios. ¿Por qué le dolía tanto pensar que no volvería a verla durante unos días y, peor aún, que tal vez no volvería a besarla, ni a tocarla ni a hacerle el amor nunca más?

«Tienes que superarlo. Se trata tan sólo de una mujer».

Las palabras de ánimo no le sirvieron de mucho. Esa era verdaderamente la clave del problema. Kelly no era tan sólo una mujer.

Demonios.

No tenía tiempo para pensar. Tenía que regresar a su rancho aquella misma noche. Ya lo había pospuesto demasiado tiempo. Striker se había trasladado al rancho. Randi y el bebé deberían estar completamente a salvo con Thorne, Slade y el arsenal de armas de su padre.

Además, tenía intención de regresar muy pronto a Grand Hope. Por su familia. Por las preguntas sin respuesta que aún rodeaban los intentos de asesinar a Randi, pero, lo más importante, por Kelly.


– ¿Qué quieres decir con eso de que no vas a ir a la boda? -le preguntó Karla, tras consultar su reloj y ofrecerle a Kelly el resto de la pizza que acababa de compartir con ella.

Habían quedado para comer juntas en el Montana Joe's. El restaurante estaba a rebosar. En los altavoces sonaba una vieja canción de Madonna, que iba aderezada de vez en cuando por una voz que anunciaba que un pedido ya estaba terminado. El murmullo de voces era incesante y constante.

– Creía que estabas dispuesta a seguir a todas partes al clan McCafferty.

– Lo dices como si yo fuera una traidora.

– ¿Y lo eres? -preguntó Karla mirando fijamente a su hermana. Entonces, extendió la mano y tomó un trozo de jamón de la pizza que había sobrado.

– No lo creo, pero sí me pareció que mezclar negocios con el placer no era muy buena idea.

Karla suspiró y se dejó caer sobre el respaldo de la silla.

– ¡Qué deprimente! -exclamó, y arrojó la servilleta sobre la mesa.

– No me pareció que contara con tu aprobación.

– Y así era. Y es, pero… estaba empezando a creer que el amor verdadero volvía a existir, ¿sabes? Es decir… era algo así como una de esas historias de amor de familias enfrentadas en la que triunfan los sentimientos. Algo así como un Romeo y Julieta de la actualidad.

– En tus sueños.

– Pensaba que yo simplemente había tenido mala suerte y que aún había una oportunidad. Que si tú encontrabas el amor, tal vez yo también tendría esa suerte. Y que a la tercera iría la vencida.

– Siento haber aplastado tus esperanzas -dijo Kelly. Suspiró y miró el reloj-. ¿Sabes una cosa, Karla? Eres una romántica empedernida.

– Lo sé. Es uno de los fallos que tengo en mi personalidad.

– ¿Acaso tienes más?

– Claro que sí.

– Más malas noticias. Es la una menos diez.

– Maldita sea, tengo que marcharme. Tengo un lavado y marcado con una de mis clientas habituales -observó Karla. Se levantó de la mesa y se puso un poncho de lana y un gorro de ante.

– Pareces el malo de una de esas antiguas películas de Clint Eastwood.

– Explícate.

– No. Más antiguas. De uno de esos espagueti westerns.

– Supongo que siempre me pierdo las películas de medianoche -replicó Karla-. En serio, Kelly, tal vez desees volver a retomar tu relación con Matt. Mamá y papá se acostumbrarán a la idea. No le ha dado a nadie un ataque al corazón al enterarse. Bueno, al menos todavía no.

– ¿A qué viene este cambio de parecer? -preguntó Kelly mientras se empezaba a poner también el abrigo.

– Es sencillo. Sólo quiero que seas feliz y durante estas últimas semanas lo has parecido mucho más. Resulta agradable verte sonreír.

– Yo sonrío.

– No todo el tiempo. El trabajo te afecta, tanto si quieres admitirlo como si no. Y estás sola. Eso no es bueno. Tu trabajo es tu vida, lo sé. Prácticamente trabajas veinticuatro horas los siete días de la semana y esto tampoco es bueno. Te está deprimiendo, Kelly. Pareces medio muerta.

– Muchas gracias.

– No estoy bromeando. No se puede ser policía durante todos los minutos del día.

Kelly quiso protestar, pero no lo hizo. Por una vez, Karla tenía razón. Había estado trabajando mucho. Desde que dejó a Matt la otra noche, se había entregado en cuerpo y alma al caso. Alguien quería que Randi estuviera muerta y Kelly estaba decidida a averiguar de quién se trataba. Pronto. En dos noches, había dormido menos de cinco horas, pero se estaba acercando a la verdad. Lo sentía.

– Es un trabajo muy duro y a ti se te da muy bien, pero te está chupando la sangre por completo -añadió Karla-. Lo he visto. Necesitas divertirte un poco. Todos lo necesitamos. No creo que sea una coincidencia que recuperaras la alegría en el mismo momento en el que Matt McCafferty entró en tu vida.

– Ahora sabes lo que es mejor para mí.

– Siempre lo he sabido -replicó Karla con una sonrisa-. Ojalá pudiera saber del mismo modo lo que es bueno para mí.

Karla se despidió de Kelly con un gesto de la mano. Esta última aún no se había recuperado de la sorpresa producida por el cambio de opinión en su hermana. Se montó en su coche y se marchó fuera de la ciudad. Había evitado acudir al Flying M el día en el que los McCafferty iban a celebrar Acción de Gracias, pero tenía que hablar con Randi. Tenía que hacer su trabajo y sería más fácil sin la presencia de Matt.

Al evocar su imagen, sintió que se le hacía un nudo en la garganta y un fuerte dolor en el corazón.

– Lo superarás -se dijo-. No te queda elección.

Con sus propias palabras sonándole en los oídos, llegó al rancho. Jenny Riley, una esbelta joven con un pendiente en la nariz y una larga túnica sobre la falda, le abrió la puerta de la casa.

– Randi está en el salón y Kurt Striker está hablando con Thorne en el despacho -explicó la muchacha cuando Kelly le dijo lo que la había llevado hasta allí-. ¿Quiere que les diga que está usted aquí?

– No. Preferiría hablar con Randi a solas.

– En ese caso, ¿le apetece algo? ¿Café, té, chocolate caliente? Ahora me marcho a llevar a las niñas a su clase de ballet, pero tengo tiempo de traerle lo que le apetezca. Juanita me despellejará viva si se entera de que no le he ofrecido nada.

– No, gracias, estoy bien. De verdad. Acabo de comer.

Jenny asintió y se fue a buscar a las niñas mientras Kelly se dirigía hacia el salón. Randi estaba medio tumbada en el sofá, con un moisés a su lado en el que el bebé dormía plácidamente. Kelly no pudo evitar sonreír al ver el suave pelito rojo que coronaba la cabeza del pequeño.

– Es adorable -dijo. Deseó por primera vez tener un hijo propio.

– Así es -respondió Randi. Le señaló una silla cerca de la chimenea, en la que Kelly se sentó-. Siéntate. ¿Quieres algo?

– Sólo respuestas, Randi. Sé que quieres mantener a salvo a tu hijo y creo que sabes mucho más de lo que estás diciendo. O estás cubriendo algo, o tienes miedo de decir la verdad, o no eres consciente del peligro en el que os encontráis tu hijo y tú. Tengo que decirte que, sin tu ayuda, la investigación no puede progresar más. Te voy a hacer una vez más la misma pregunta. ¿Conoces a alguien que pudiera querer matarte?

– ¿Quieres decir aparte de mis hermanos? -bromeó Randi.

– Hablo en serio.

– Lo sé -dijo Randi. La sonrisa desapareció de sus labios-. Probablemente tengo algunos enemigos, pero no los recuerdo.

– ¿Recuerdas quién es el padre de tu hijo?

Randi se tensó y pasó el dedo muy suavemente por un arañazo que había sobre el brazo del sofá de cuero.

– Yo… aún estoy trabajando en eso.

– Las mentiras no me ayudan.

– He dicho que estoy trabajando en eso.

– Bien. ¿Qué me dices sobre el libro que estabas escribiendo?

¿Fueron imaginaciones de Kelly o Randi palideció un poco?

– Es ficción.

– Trata sobre la corrupción en el circuito de rodeo.

– Así es.

– ¿Tiene algo que ver con tu padre o con tus hermanos?

– No, pero fue mi padre quien me dio la idea, creo. Mira, todo está muy liado en mi cabeza…

– ¿Qué me dices de Sam Donahue? Es vaquero y estuvo en el mundo del rodeo. Aún proporciona ganado para las competiciones nacionales, ¿no?

– He dicho que todo está muy liado en mi cabeza…

– Estuvisteis saliendo juntos.

– Yo… creo que sí. Me acuerdo de Sam.

– ¿Podría ser él el padre de tu hijo?

Randi no respondió. Un gesto de testarudez se le dibujó en el rostro.

– Muy bien -siguió Kelly-. ¿Qué me dices de tu trabajo? ¿Te acuerdas de algo al respecto? ¿De algo sobre lo que podrías haber estado trabajando y que podría haber molestado a alguien hasta el punto de querer matarte?

– Yo escribía una columna en la que aconsejaba a la gente. Supongo que alguien se podría haber ofendido, pero no me acuerdo.

– ¿Y qué me dices de Joe Paterno? ¿El fotógrafo y periodista que trabajaba contigo? ¿Te acuerdas de él?

Randi tragó saliva.

– También saliste con él.

– ¿Sí?

– Cuando estaba en la ciudad. Ahora se ha marchado para hacer un artículo. Tiene alquilado un estudio sobre un garaje de una de esas viejas casas del distrito de la Reina Anne en Seattle.

– Como ya te he dicho, no me acuerdo de nada. De ningún detalle. Los nombres me resultan familiares, pero…

Kelly estaba preparada. Abrió su maletín y colocó tres fotografías sobre la mesa. Una era de Joe Paterno; la otra, de un periódico de Calgary, pertenecía a Sam Donahue; la tercera era de Brodie Clanton. Llevaba puesto traje y corbata y esbozaba la radiante sonrisa de un abogado con ambiciones políticas.

– Vaya -dijo Randi. Se inclinó sobre las tres fotografías y las miró una a una-. Ciertamente has estado muy ocupada.

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