Trece

– Quiero encontrar al canalla que trató de matarte, Randi, pero no puedo hacerlo sin tu ayuda -dijo Kelly-. Por lo tanto, necesito que me digas quién crees que es.

Randi observó las fotografías que había sobre la mesa. Se mordió el labio inferior. En aquel momento, Kelly sintió que alguien la estaba observando. Justo entonces, Randi centró su atención en el arco que separaba el vestíbulo del salón. Se quedó completamente inmóvil.

– ¿Quién es usted?

Kelly miró por encima del hombro y vio que el investigador privado estaba de pie junto a las escaleras.

– Kurt Striker.

– El detective privado… -dijo Randi mirándolo muy atentamente-. Mis hermanos lo contrataron para que tratara de averiguar quién está intentando matarme, ¿no?

– Así es -afirmó Kurt. Entró en el salón y extendió la mano. Kelly apretó los dientes para poder contener la lengua.

Randi no se molestó en darle la mano. Con gesto serio, dijo:

– No sé en qué estaban pensando mis hermanos, pero no necesitamos a nadie que investigue el accidente.

– No fue un accidente -observó Kurt.

Randi volvió a mirar a Kelly.

– ¿Estáis seguros?

– Bastante -admitió Kelly.

Randi lanzó una mirada al detective privado.

– Creo que la policía se puede ocupar del asunto.

Kurt sonrió y tuvo la audacia de sentarse en una esquina de la mesa de café, colocándose justo delante de Randi.

– ¿Tiene usted algún problema conmigo, guapa?

– Probablemente -replicó ella, y extendió la mano para ajustarle la mantita a su bebé-. Sólo quiero que las cosas estén tranquilas. Pacíficas. Para mí y para él. Y, para que conste, no quiero que vuelva a llamarme guapa. Lo considero un gesto machista.

– Yo lo había dicho como un cumplido.

– Tengo nombre.

– Está bien -dijo Striker sin prestar atención a la puya que Randi le había dado-. Si quiere que las cosas vuelvan a la normalidad, terminemos con esto. La detective le estaba haciendo una buena pregunta cuando yo entré. ¿Quién cree que trató de matarla?

– Yo… sinceramente no lo sé -admitió Randi.

– Pero debería recordar al padre de su hijo.

– Debería.

Kelly sonrió. Randi no iba a ceder ni un ápice ante Striker. Se inclinó hacia ella.

– Esto es muy importante -le dijo-. Creemos que el vehículo que te echó de la carretera era un Ford de color rojo oscuro, tal vez una furgoneta o un todoterreno. ¿Recuerdas algo sobre el día del accidente?

– Sólo que tenía prisa. Tenía una sensación de urgencia -dijo Randi. Se reclinó sobre el sofá y miró el fuego-. Sí, recuerdo que tenía prisa. Sólo me faltaban unas pocas semanas para salir de cuentas y tenía muchas cosas que hacer -añadió. Frunció el ceño y arrugó la frente con el esfuerzo de pensar-. Quería regresar a Grand Hope sin ponerme de parto.

– Pero tu tocólogo estaba en Seattle.

– Lo sé. Eso era un problema. Es decir, creo que me preocupaba, pero pensaba que si podía… pasar algún tiempo aquí y terminar la sinopsis, ya sabes, el hilo argumental de mi libro, cuando el bebé hubiera llegado podría pulir los primeros capítulos mientras estaba de baja por maternidad para poder enviárselos a mi agente. Él creía que podría encontrar una editorial interesada… No me acuerdo de más.

– ¿No te siguió ningún coche o furgoneta ni trataron de echarte al arcén?

– No -respondió Randi negando muy lentamente con la cabeza.

– ¿No conoces a nadie que tenga un coche rojo oscuro?

– No que recuerde -afirmo Randi. Entonces, miró las tres fotografías que Kelly había colocado sobre la mesa-. ¿Sabes algo más? -preguntó-. ¿Fue alguno de estos hombres…? No, no pudo ser alguien con quien estuviera saliendo. ¿Alguno de ellos tiene el tipo de coche que me echó de la carretera? -quiso saber. Había palidecido visiblemente al considerar aquella posibilidad.

– Ninguno de estos hombres ha tenido nunca un vehículo que se parezca al que estamos buscando -admitió Kelly-, pero eso no significa que el culpable no pudiera haber tomado prestado el coche de algún amigo o uno robado. El departamento ha realizado una búsqueda muy exhaustiva en todos los talleres de chapa en los alrededores de Glacier Park, Grand Hope y Seattle. Por supuesto, había algún que otro vehículo que podría haber sido el implicado en tu accidente, pero, hasta ahora, no hemos podido establecer relación alguna -añadió. Volvió a tomar su maletín otra vez y le entregó a Randi un listado de nombres-. ¿Conoces a alguna de estas personas? ¿Te suena de alguno de estos nombres?

Randi examinó el listado.

– No lo creo -dijo ella-. Es decir, no recuerdo ningún nombre.

Kurt trató de agarrar el listado.

– ¿Te importa si echo un vistazo?

Kelly quería decirle que se fuera a freír espárragos, pero no lo hizo. Existía la posibilidad de que pudiera ayudar.

– Claro que no.

Striker examinó el informe con una mirada de apreciación. Cuando terminó, observó a Kelly por encima de las hojas.

– Buen trabajo.

– Gracias -dijo, a pesar de que no lo sentía así. No confiaba para nada en aquel tipo. Parecía carecer por completo de escrúpulos.

– Estoy buscando un socio.

– Yo ya tengo trabajo.

– Probablemente podría hacer que te mereciera la pena.

– No me interesa -replicó, y centró su atención en Randi-. Házmelo saber si recuerdas algo más. Todo esto te lo puedes quedar -añadió, señalando las fotografías y el informe-. Tengo copias.

– Gracias. Te lo haré saber.

– Te acompañaré hasta la salida -dijo el detective.

– No es necesario.

Él la acompañó de todos modos y, cuando la puerta principal se cerró tras ellos, le dijo a Kelly:

– No sé por qué no te fías de mí, pero esto no ayuda al caso. Podemos trabajar juntos o por separado, pero sería más fácil, más rápido y más eficaz que uniéramos nuestros recursos.

– Lo que quieres decir es que yo debería darte toda la información que tengo, todo lo que sabe el departamento del sheriff y facilitarte de ese modo el trabajo y ayudarte a resolver el caso, y así llevarte todo el mérito y el dinero sin poner las horas y el esfuerzo.

– Yo sólo quiero llegar al final de todo esto -replicó Striker, con la expresión tan fría como la noche.

– Está bien -murmuró ella-. Lo tendré en cuenta.

Kelly bajó dos escalones del porche. Justo entonces, Striker volvió a tomar la palabra.

– ¿Sabes una cosa, detective? A menos que me equivoque, creo que estás enojada y no tiene que ver tanto conmigo como con Matt McCafferty.

Kelly se mordió los labios para no responder y siguió andando. No pensaba morder el anzuelo, sobre todo porque, maldita sea. Striker tenía razón.


– Te pagaré bien, McCafferty. Ya he hecho que valoraran el rancho dos inmobiliarias de la zona, pero si no te gusta la cifra que me han sugerido, puedes hacer que haga la valoración otra empresa.

Mike estaba sentado en su vieja furgoneta con sus muletas y Arrow, su viejo perro, sentado a su lado. Matt, por su parte, estaba de pie en el sendero, charlando con Mike Kavanaugh a través de la ventana. Mike se metió la mano en el bolsillo y sacó un sobre doblado.

– ¿Por qué deseas tan fervientemente ser el dueño de estas tierras?

Mike sonrió y le entregó el sobre a Matt.

– Carolyn está embarazada y nuestra casa se nos está quedando pequeña. Se me ha ocurrido que podríamos arreglar la vieja granja y que, mientras tanto, podríamos vivir aquí -añadió señalando la casa que Matt consideraba su hogar-. Seguramente dentro de un par de veranos, para cuando el niño haya empezado a andar, estaremos listos para mudarnos aquí y yo podré alquilar mi casa al capataz.

– ¿Tienes capataz?

Mike sonrió de nuevo.

– Para entonces, lo tendré. Si las cosas salen bien. Ya sabes que habría comprado todo esto la última vez que salió a la venta, pero tú te me adelantaste. Ahora, tengo un poco de dinero y tú nunca estás aquí, así que supongo que es lo mejor para los dos. No me irás a decir que me equivoco, ¿verdad?

Matt frunció el ceño y miró a su alrededor. La casa era bastante grande, pero la planta superior no estaba terminada. En la planta baja, había que reformar la cocina y lo mismo se podía decir del cuarto de baño, que era poco más que un armario. Toda la casa necesitaba una nueva instalación eléctrica, nueva fontanería y aislamiento.

Había estado bien para él. A Matt no le importaba no tener comodidades, pero seguramente no serviría para una familia con esposa e hijos. Junto con los dos establos, uno de cien años y el otro de cinco, el rancho se componía de bastantes hectáreas que llegaban hasta el bosque. El riachuelo que recorría la propiedad iba a desembocar en la finca de Kavanaugh.

Abrió el sobre y vio la oferta. Era justa. Sabía muy bien lo que valía su rancho, al menos en términos económicos. Emocionalmente, nada lo ataba allí.

– Faltaría firmar un contrato. Está todo detallado en la oferta -dijo Kavanaugh.

Matt apretó los labios y miró la casa por última vez.

– Está bien, Mike. El rancho es tuyo -añadió. Estrechó la mano de su vecino a través de la ventana.

– ¿Así de fácil?

– Así de fácil. Llamaré a los abogados que se ocuparon de todo el papeleo cuando lo compré yo. Se trata de un bufete llamado Jansen, Monteith y Stone, en Missoula. Thorne trabajó allí cuando terminó el instituto y siempre se ocuparon de los asuntos legales de mi padre.

Mike asintió.

– He oído hablar de ellos.

Estuvieron hablando durante unos minutos más. Después, Kavanaugh se marchó. Matt se dirigió a la casa. De repente, sintió que no había nada que lo atara a aquel lugar. No perdió tiempo y marcó enseguida el número del bufete y habló con Bill Jansen, el abogado que se había ocupado de la división del Flying M según la última voluntad de John Randall.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -le preguntó Bill, después de una breve conversación de cortesía.

Matt le explicó lo que quería hacer. Quería ofrecerles a sus hermanos el dinero que sacara de la venta de su rancho para comprarles su parte del Flying M. Además, quería crear una especie de fondo para Eva Dillinger, según el acuerdo que ella había tenido con John Randall cuando trabajaba para él.

– Eso podría ser más difícil de lo que te imaginas -admitió Bill-. Sé que John Randall y Eva habían hablado de una especie de fondo de pensiones, pero las condiciones de ese acuerdo jamás se redactaron legalmente.

– Sabías del asunto, ¿verdad?

– Él lo había mencionado alguna vez.

– En ese caso, veamos cómo se puede enmendar la situación. No estoy tratando de dejar acomodada a Eva para el resto de su vida, simplemente darle lo que se le debe. Hablaré con mis hermanos. Por supuesto, esto tiene que ser completamente anónimo.

– No creo que eso sea posible.

– Todo es posible.

– En realidad, no. No sólo los beneficiarios querrán respuestas, sino también el Gobierno.

– ¿No puedes crear una especie de identidad ficticia? -preguntó. Al darse cuenta de lo que había dicho, se echó a reír. Había hablado como si fuera un experto en economía-. No importa. Simplemente no quería tener que ocuparme ahora de ese asunto. No importa -repitió- Daré las explicaciones necesarias.

– En ese caso, no será anónimo.

– Está bien. Yo me ocuparé -dijo Matt-. ¿Sería posible recibir todo el papeleo dentro de unos pocos días? Envíalo por fax al rancho y me encargaré de que mis hermanos lo firmen. ¿Puedes trabajar tan rápido?

– Si no me encuentro problemas inesperados…

– No lo creo.

– Una de mis socias va a estar en Grand Hope dentro de un par de días. Le diré lo que está pasando y, si tienes algún problema, te puedes reunir con ella mientras esté en la ciudad. Se llama Jaime Parsons y estudió el último año del instituto allí. Tal vez la conozcas.

El nombre le resultaba a Matt familiar, pero no recordaba por qué.

– No creo.

– Haré que te llame cuando llegue a Grand Hope. Se va a quedar allí durante unas cuantas semanas. Va a vender la casa de su abuela.

– Parsons… -repitió Matt.

– Su abuela se llamaba Nita Parsons.

– El nombre me resulta vagamente familiar.

– Nita murió hace un par de meses. Tal vez tu padre la conocía.

– Posiblemente.

– Bueno, me pondré con lo de la venta y la transferencia de propiedades inmediatamente. Lo único que necesito es la firma de tus hermanos.

– Las tendrás -dijo Matt, a pesar de que no le había mencionado aquel plan ni a Thorne ni a Slade. No obstante, estaba seguro de que no supondría ningún problema. Thorne ya había mencionado que quería irse a un rancho cercano y Slade no era de los que echaban raíces. Matt era el ranchero de los tres hermanos. Les compraría su parte a sus hermanos y se convertiría en el dueño de la mitad del Flying M.

Colgó el teléfono y observó el interior de la vieja casa. Había pasado muchos años allí. Solo. Había estado bien, pero en aquellos momentos esperaba algo más de la vida. Y ese algo tenía mucho que ver con una policía pelirroja.

No había razón alguna para no empezar con las negociaciones. Llamó rápidamente al Flying M, habló con Thorne y le expuso su plan.

– Haz que Slade se ponga en el supletorio. He estado pensando mucho desde que llevo aquí. Mike Kavanaugh me va a comprar mi rancho, por lo que quiero instalarme en Grand Hope. Sugeridme un precio justo y os compraré vuestra parte.

– ¿Así de fácil?

– Si queréis vender…

Thorne se lo pensó durante un instante.

– No veo ningún problema. Deja que Slade se ponga al teléfono y lo solucionaremos en un momento.

– ¿Así de fácil? -replicó Matt, riendo.

– Sí. Así es como hago yo los negocios.


Kelly estaba quemada. Y mucho. El último lugar en el que quería estar era en la boda de Thorne McCafferty, pero no le había quedado elección. Espinoza había insistido.

– Mira, la investigación sigue abierta -le había dicho su jefe-. El asesino podría estar allí. Esta es tu oportunidad para conocer a las personas que están más cerca de la familia.

– ¿En una boda? -había protestado ella.

– En una boda, vestida como uno de los invitados y mezclándote con todo el mundo en la recepción. ¿Te supone eso un problema, detective?

– En absoluto -le había respondido ella.

Por lo tanto, allí estaba, ataviada con un vestido azul medianoche de seda, recogiéndose el cabello en la base del cuello y muerta de miedo ante la perspectiva de volver a ver a Matt.

«Lo superarás. Se trata sólo de trabajo».

Sin embargo, mientras se empolvaba la nariz, se aplicaba rímel en las pestañas y se retocaba el lápiz de labios, se sintió una mentirosa. Tenía una sensación de tensión en el estómago. Ella, una experimentada oficial de policía que no temía enfrentarse a ningún delincuente, se sentía intimidada antes la perspectiva de asistir a una boda.

Sólo era una noche. Conseguiría superarla. Tomó su abrigo y miró en el bolso para asegurarse de que tenía las llaves del coche. Antes de que pudiera marcharse, el teléfono comenzó a sonar. Estuvo a punto de no contestar, pero al final cambió de opinión.

– ¿Kelly? -le dijo su hermana. Parecía estar sin aliento, como si hubiera estado corriendo-. ¿Qué sabes sobre un fondo que ha sido creado para mamá? -preguntó sin andarse por las ramas.

– ¿Un fondo?

– Eso es. Mamá ha recibido una carta de una abogada de Missoula, una tal Jamie Parsons, en la que se le comunica que es la beneficiaria de un fondo.

– ¿De qué?

– Eso es lo que te estoy preguntando.

– ¿No se lo dijeron?

– No. Cuando mamá llamó al bufete y habló con la abogada, ésta no se mostró muy cooperadora a la hora de darle información. Le dijo que ella iba a venir a la ciudad dentro de unas semanas. ¿No te parece muy raro?

– Sí.

– Les dije a mamá y a papá que no le hicieran ascos al dinero, pero ya sabes cómo son. Están convencidos de que ha habido un error. ¿Qué te parece a ti?

– ¿Cómo se llama el bufete?

– Jansen, Monteith y Stone -dijo Karla-. Mamá me ha dicho que cuando trabajó para John Randall, era el bufete que él utilizaba. ¿Te parece que es una coincidencia?

– Soy policía, Karla. Yo no creo en las coincidencias.

– Y yo soy esteticista, Kelly. Creo en el pasado, en la reencarnación, en las personalidades divididas, en ganar la lotería y, por si acaso se me había olvidado, en la coincidencia.

– Lo comprobaré.

– Me imaginaba que lo harías. Ahora, que te diviertas en la boda.

– No va a ser divertido.

– Seguramente, si ésa es la actitud con la que vas. Vamos, Kelly. Anímate. No te puede hacer mal.

Kelly no estaba tan segura.


Matt se metió dos dedos por el cuello de la camisa y tiró de él para poder respirar. Los lugares pequeños le hacían sentir claustrofobia y aquella antesala de la capilla en la que Thorne estaba a punto de casarse era tan minúscula que casi no cabían el reverendo y los tres hermanos McCafferty. Podría ser porque Matt no tenía una buena relación con Dios, o tal vez porque el termostato de la sala debía de estar roto y la calefacción estaba funcionando al máximo. También porque estaba afrontando el hecho de que volvería a ver de nuevo a Kelly.

Kelly. La detective Kelly Ann Dillinger.

La mujer que no le había devuelto ni una sola de sus llamadas.

Hacía doce horas que había regresado a Grand Hope y, en ese tiempo, le había dejado tres mensajes. No había obtenido respuesta alguna, pero Nicole estaba segura de que Kelly iba a asistir a la boda.

Bien. Matt quería respuestas.

– Bueno, firmaremos los papeles la semana que viene -dijo Slade mientras se miraba en un pequeño espejo, fruncía el ceño y se apartaba un mechón de cabello negro de la frente-. En cuanto el abogado se ponga en contacto con nosotros.

– ¿Bill Jansen? -dijo Thorne, aunque resultaba evidente que sus pensamientos estaban en otro lugar.

– No. Su socia. Jamie Parsons.

Slade se quedó completamente inmóvil.

– ¿Quién?

– Jamie Parsons. Ha venido aquí para vender la casa de su abuela. ¿Es que la conoces, Slade? -preguntó Matt, al ver la sombra que acababa de cruzar los ojos azules de su hermano pequeño-. Estudió aquí el último curso del instituto. Su abuela se llamaba Anita.

– Nita.

– Sí. Así es. Veo que has oído hablar de ella.

– Hace mucho tiempo -admitió Slade. De repente, el órgano comenzó a sonar en la capilla-. Ya está -le dijo a Thorne, como si estuviera deseando cambiar de tema-. Tus últimos segundos de soltero.

Thorne sonrió lleno de felicidad.

– Aún puedes echarte atrás -sugirió Slade.

– Por supuesto que no -replicó Thorne, riendo. Matt se preguntó si había visto alguna vez antes tan feliz a su hermano. No era un sentimiento que hubiera atribuido a su hermano mayor. Hasta que conoció a Nicole. Había cambiado en aquel mismo instante y el cambio era, decididamente, para mejor.

La puerta de la capilla se abrió y el reverendo entró en la antesala.

– ¿Estamos listos?

– Por supuesto -respondió Thorne.

– En ese caso, vamos.

Thorne se detuvo un instante para decirles a sus hermanos:

– Os ocurrirá a vosotros también. Vuestros días de solteros están contados.

Slade se mofó de él.

Matt no realizó comentario alguno.

– No para mí -replicó el pequeño de los McCafferty.

– Cuanto más alto, más dura será la caída.

– Bueno, tal vez para Matt. De todos modos, él ya está medio enganchado.

Por una vez, Matt no discutió. Sí, él estaba listo, pero la mujer que quería como esposa parecía estar evitándolo.

Los tres hermanos entraron en la capilla. Era pequeña y muy antigua. Los bancos estaban repletos de familiares y amigos.

Matt se fijó inmediatamente en Kelly. El corazón le dio un vuelco al verla. El resto de invitados pareció desaparecer. A pesar de que su atención debería haberse centrado en las dos damas de honor, Randi y una doctora amiga de Nicole, él casi no podía apartar la mirada de Kelly. Dios, estaba tan hermosa… Se obligó a apartar la mirada de ella para centrarse durante un momento en la novia. Nicole, ataviada con un vestido largo de color crema, avanzaba lentamente hacia el altar. Allí, tomó la mano de Thorne.

Matt no podía dejar de mirar a Kelly. «Debería ser yo. Deberíamos ser Kelly y yo los que estuvieran a punto de intercambiar los votos matrimoniales». Recordó el día en el que su padre lo había observado mientras trataba de domar a Diablo Rojo. John Randall le había aconsejado que sentara la cabeza, que empezara una familia y que se asegurara de que el apellido McCafferty perduraba.

Matt sintió un nudo en la garganta.

El viejo tenía razón.

Matt había encontrado a la mujer con la que quería compartir su vida. Sólo tenía que encontrar el modo de conseguir que ella se convirtiera en su esposa.

De algún modo, consiguió superar la ceremonia. Vio que a Nicole se le saltaban las lágrimas cuando Thorne le colocó una alianza en el dedo y sintió una profunda envidia cuando Thorne besó a su esposa delante de todos los invitados. Cuando la ceremonia terminó, Matt siguió a los novios al exterior.

Mientras Slade lo llevaba al Badger Creek Hotel para el banquete de bodas, Matt no articuló ni una sola palabra. Cuando llegaron al elegante hotel, Slade decidió fumarse un cigarrillo en el aparcamiento, pero Matt se dirigió rápidamente al salón donde se iba a celebrar la recepción con la esperanza de poder hablar con Kelly. Se había sorprendido mucho al verla en la boda y esperaba que asistiera al banquete.

Ya habían llegado algunos de los invitados. Una pequeña orquesta tocaba desde un rincón mientras que una fuente de champán burbujeaba cerca de la escultura de hielo de un caballo.

La vio en el instante en el que ella entró. Sin el abrigo, ataviada con un hermoso vestido azul oscuro, estaba bellísima. Un collar de plata le adornaba el largo cuello. Llevaba el cabello recogido, lo que le daba un aire de sofisticación que terminó de enamorar a Matt.

Tomó dos copas de champán de una mesa y se dirigió hacia ella.

– Bien, detective -susurró-. Estás… fantástica.

Ella sonrió.

– Venga ya, McCafferty. Echas de menos el uniforme. Admítelo.

Al menos, aún le quedaba sentido del humor.

– Te echo de menos.

– No te comprendo.

– Mentirosa -susurró. Le dio una copa de champán, de la que ella comenzó inmediatamente a tomar un sobro.

– Espera. Creo que van a proponer un brindis.

– ¿Por los novios?

– Eso vendrá más tarde -preguntó él, sin explicar nada. Simplemente le tomó la mano y la sacó hacia la terraza que, como era de esperar, estaba cubierta de nieve.

– Espera un momento.

– No. Ya he esperado demasiado.

Sujetando la copa con una mano, la estrechó contra su cuerpo. Antes de que Kelly pudiera protestar, la besó. Esperó hasta que sintió que ella se relajaba para soltarla.

– ¿No te parece mejor así?

– No, es decir… Mira, Matt. He estado tratando de decirte que lo nuestro ha terminado. Puedes olvidarte de la charada.

– ¿Charada? -preguntó él, aunque empezó a presentir de qué se trataba.

– Sé que me has estado cortejando sólo para tener mejor acceso a la investigación.

– No, yo…

– No lo niegues. Escuché una conversación entre Randi y Slade -dijo. La ira volvió a adueñarse de ella-. Sé que este flirteo, o como quieras llamarlo, fue porque Kurt Striker te lo dijo. Para meterme en la cama y sonsacarme información sobre el caso.

– ¿Y te lo creíste?

– Sí.

La ira se apoderó de él. Abrió la boca para responder y vio la tristeza con la que ella lo miraba.

– No me tomes por tonta, ¿de acuerdo? No es necesario.

– No lo haría nunca.

– Bien. En ese caso, podemos seguir con nuestras vidas y olvidarnos de lo que ocurrió entre nosotros.

– No.

– Matt, de verdad…

Kelly se dirigió hacia la puerta, pero, en aquella ocasión, él no se molestó en intentar detenerla.

– Yo jamás lo olvidaré, Kelly. Jamás.

Cuando ella alcanzó la puerta, se volvió para mirarlo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

– No me hagas esto…

– Te amo.

Kelly cerró los ojos. Entonces, una lágrima, iluminada por la luz de la luna, comenzó a deslizársele por la mejilla.

– No tienes que…

– Te amo, maldita sea.

– No quiero hacer esto, Matt. Sólo he venido porque mi jefe me lo ha pedido. Por la investigación.

– ¿Has visto alguien que te parezca sospechoso?

– Tan sólo el novio y sus hermanos -bromeó, pero ninguno de los dos sonrió-. Mira, sé que has creado una especie de fondo para mi madre, probablemente porque tenías mala conciencia por lo que tu padre le hizo y… y… bueno, está muy bien, en realidad, pero no deberías haberlo hecho. El problema era de tu padre, no tuyo.

– Tú eres mi…

– Tu problema… ¿no?

– ¡No me refería a eso!

– El pasado, pasado está. Mi familia está bien… podemos cuidarnos unos a otros. No necesitamos ninguna clase de caridad tardía.

– No se trata de eso…

– No importa.

– ¡Ni hablar! -exclamó Matt. Dejó caer su copa de champán y avanzó hacia ella-. Has venido aquí para verme. Yo hice lo que hice por tu madre para enmendar un error, mis hermanos accedieron a ello y, en cuanto a lo de dejarte en paz, no puedo. Al menos, no hasta que me digas que te vas a convertir en mi esposa.

– ¿Cómo? ¡Oh, Dios! Tu ego no tiene límites.

– Te amo -repitió.

Kelly sintió que el corazón se le hacía mil pedazos. Deseó poder creerlo, confiar en él, pero sabía que no podía hacerlo. Abrió la boca para protestar, pero él le quitó la copa de champán de los dedos, la arrojó hacia el arroyo y volvió a tomarla entre sus brazos.

– ¿Qué tengo que hacer para convencerte?

– No puedes.

– Claro que puedo. Nos fugaremos esta noche.

– Estás loco.

– Hablo en serio.

– Yo… yo no me lo creo -susurró.

– He vendido mi rancho. Me vuelvo a vivir a Grand Hope. Para siempre. Y quiero que seas mi esposa y la madre de mis hijos. ¿Me amas?

– Sí.

– En ese caso, casémonos.

– A mí… a mí me gustaría.

– Entonces, ya está todo acordado -dijo él, con una maravillosa sonrisa.

– Yo… yo no sé qué decir -murmuró Kelly. Se sentía aturdida por el giro que habían dado los acontecimientos.

– En ese caso, no digas nada. Sólo bésame.

Kelly estuvo a punto de echarse a llorar mientras reía, pero hizo lo que él le había pedido. La música se filtró por la puerta abierta. Matt comenzó a bailar con ella sobre la nieve, rodeados por el frío viento del invierno de Montana y las estrellas que relucían en su maravilloso cielo.

Kelly se apoyó sobre él y pensó en la investigación, en el peligro que aún rodeaba a los McCafferty, en especial a Randi y al pequeño J.R. En aquel momento, sabiendo que se iba a casar con Matt, estaba más decidida que nunca a encontrar al culpable de aterrorizar a aquella familia… su familia.

Sin embargo, aquella noche, se limitaría a bailar con Matt y a reír con él, sabiendo que, fuera lo que fuera lo que el destino les deparara, lo afrontarían juntos.

– ¿Lo anunciamos? -preguntó él.

– ¿Esta noche?

– ¿Y por qué esperar?

Tenía razón, pero…

– Esperemos hasta mañana. Esta fiesta les pertenece a Thorne y a Nicole -dijo Kelly. Miró hacia el salón y vio a la feliz pareja bailando. Los ojos de Nicole brillaban como las estrellas. Tenía las mejillas sonrojadas. En cuanto la música terminó, todos aplaudieron.

– En ese caso, mañana -dijo Matt.

– Sí, mañana.

Matt volvió a besarla. Kelly lo abrazó con fuerza.

– Está bien, detective. Unámonos a la fiesta. Parece que has perdido tu copa de champán, pero ¿no se suponía que esta noche debías estar buscando a los malos? ¿No era ésa tu misión?

– Así es, vaquero.

– ¿Y de verdad no has descubierto a ninguno de los malos?

– Sólo a los hermanos McCafferty -volvió a bromear ella. Lo abrazó y comenzaron a bailar junto al resto de los invitados.

El corazón de Kelly latía con fuerza y la cabeza le daba vueltas. Estaba teniendo que hacer un gran esfuerzo para no llorar de pura felicidad. Mientras Matt la llevaba con facilidad por la pista de baile, Kelly sonrió al hombre que amaba, al hombre que llevaba esperando toda su vida, al hombre que muy pronto sería su esposo, un vaquero que le había conquistado por completo el corazón.

Señora de Matt McCafferty.

Detective Kelly McCafferty.

Fuera como fuera, sonaba bien.

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