Diez

– Randi se ha despertado.

La voz de Slade resonó por la línea de teléfono con fuerza y penetró en el cerebro de Matt a la mañana siguiente. Matt miró al lado de la revuelta cama en la que Kelly, con el cabello pelirrojo cubriéndole el rostro, se estiraba y bostezaba. Sus hermosos ojos marrones parpadeaban para ayudarla a salir de un profundo sueño.

– ¿Cuándo?

– Hace un rato.

– ¿Ha dicho algo? -preguntó él.

Kelly se despertó inmediatamente. Su sopor desapareció por completo. Se levantó todo lo rápidamente que pudo por el otro lado de la cama para tomar su ropa.

– Todavía no. Yo voy ahora de camino al hospital.

– Nosotros tomaremos el siguiente vuelo de regreso.

– ¿Nosotros? -repitió Slade.

Matt se dio cuenta de su error.

Slade soltó una carcajada. Su sonido molestó profundamente a Matt.

– Espero que me lo cuentes todo cuando regreses a Grand Hope, hermano -dijo Slade. Con esto, colgó el teléfono.

Matt comenzó a vestirse.

– ¿Randi? -preguntó Kelly.

– Se ha despertado.

Kelly se puso en marcha inmediatamente.

– ¿A qué estamos esperando?


– Tal vez vosotros me podáis decir qué es lo que está pasando -dijo Randi al ver que Matt y Kelly estaban en una concurrida habitación de hospital. Slade, Thorne y Nicole rodeaban la cama en la que Randi parecía dispuesta a comenzar una guerra-. Quiero ver a mi hijo.

Randi no sólo estaba despierta, sino que parecía dispuesta a matar a cualquiera que cometiera el error de decirle que no podía ver a su hijo. Los miraba a todos con frialdad, pero, al mirarla, Matt sintió que le habían quitado un enorme peso de los hombros.

Randi tenía los ojos muy alerta, aunque su rostro estaba algo hinchado y el cabello despeinado. Cuando levantaba el brazo derecho, hacía gestos de dolor como si las costillas que se había roto aún le dolieran. Sin embargo, resultaba fácil leer la expresión de su rostro. Estaba furiosa. Y mucho.

– ¿Hay alguna razón por la que no pueda ver a J.R.? -preguntó Matt mirando a Nicole.

– Lo estamos organizando.

– Pues que sea rápido -insistió Randi mientras leía la placa con el nombre que Nicole llevaba sobre la bata-. ¿Quién es usted?

– La doctora Stevenson -respondió Nicole.

– Eso ya lo veo, pero ya he conocido a dos médicos más que afirman estar ocupándose de mí -dijo. Hablaba con dificultad, forzando las palabras. Estas sonaban algo ahogadas, pero el mensaje estaba claro. Randi McCafferty estaba despierta y se sentía furiosa. Bien. Eso significaba que, definitivamente, se estaba poniendo mejor.

– Yo estaba aquí cuando te trajeron -explicó Nicole-, y estabas en muy mal estado. Aparte de estar en coma, tenías conmoción cerebral, un pulmón perforado, costillas rotas, la mandíbula fracturada y un fémur prácticamente destrozado. Algunos de tus huesos ya han sanado y puedes hablar, pero tardarás algún tiempo en poder volver a caminar. Además, tenemos la complicación de que se te tuvo que hacer una cesárea. Después, alguien decidió inyectarte insulina y estuviste a punto de morir. Por todo esto, creo que sería mejor que te tomaras tu tiempo, que escucharas las órdenes de los médicos y que trataras de ponerte bien antes de empezar a hacer demasiadas peticiones.

– Entonces, ¿es usted la que está al mando?

– No. Te atiende un equipo entero. A mí sólo me interesa porque eras mi paciente y… y porque tengo algo que ver con tu familia.

– ¿Con mi familia? ¿Qué quieres decir con eso?

– Nicole es mi prometida -explicó Thorne. Se acercó un poco a la cama y entrelazó los dedos con los de Nicole-. Créeme. Te traeremos al niño en cuanto el pediatra y tus médicos digan que es el momento adecuado.

– ¿Prometida? -susurró Randi. Entonces, hizo un gesto repentino, como si un fuerte dolor le hubiera atravesado el cerebro-. Espera un momento, Thorne. ¿Te vas a casar?

– Así es. Sólo estábamos esperando a que tú te recuperaras para que pudieras asistir a la ceremonia.

– Un momento… Todo esto es demasiado para mí… ¿Cuánto tiempo he estado en coma?

– Mas de un mes -dijo Slade.

– ¡Santa María! -exclamó. Entonces, levantó la mano para que nadie le dijera nada más-. Ahora, esperad un minuto -dijo. Por fin se había dado cuenta de que Thorne llevaba escayola y un bastón-. ¿Y a ti qué te ha pasado?

– Tuve un accidente, pero hubo suerte. Mi avión cayó.

– ¿Cómo? ¿Y tú? -le preguntó a Slade-. ¿A ti también te ha pasado algo?

Slade se tocó la fina cicatriz que le recorría toda la mejilla, desde la ceja hasta la barbilla.

– No. Es por un accidente de esquí. ¿Es que no te acuerdas?

Randi negó con la cabeza.

– Ocurrió el invierno pasado. No hace ni un año. Viste la cicatriz en el entierro de papá.

Los ojos de Randi se llenaron de lágrimas.

– Hay muchas cosas de las que no me acuerdo -admitió. Entonces centró su atención en Matt-. ¿Se está desmoronando toda la familia? ¿Y tú? Parece que todos los que tienen el apellido McCafferty están malditos. ¿Qué te ha pasado a ti?

– Nada.

– ¿No has tenido ninguna experiencia cercana a la muerte, ni ninguna herida, ni te has comprometido?

– Hasta ahora no -comentó él, y vio que los hombros de Kelly se tensaban ligeramente.

– Bien. En cuanto a ti -le dijo Randi a Thorne-. Me pondré al día de tu vida amorosa más tarde. Por el momento, lo que quiero es ver a mi hijo. Por lo tanto, o me lo traéis o me marcho ahora mismo.

– Espera un poco, ¿quieres? -le pidió Slade-. Le hemos puesto el nombre de J.R., como si fuera Júnior o por el nombre de papá. Está con Juanita en el rancho y, tan pronto como sea posible, os reuniremos a los dos.

– No perdáis ningún momento -insistió Randi. Evidentemente, se estaba empezando a cansar-. En cuanto al nombre, ya hablaremos de eso. No creo que yo quiera que mi hijo se llame J.R. ¡Venga ya! ¿Como papá? ¿De quién ha sido la brillante idea? -preguntó mirando a todos sus hermanos.

– Mía -confesó Thorne.

– Me lo tendría que haber imaginado. Tú siempre fuiste el más mirado de todos, aunque no podías soportar a papá.

Thorne abrió la boca para protestar, pero decidió contener la lengua. Kelly dio un paso al frente y se acercó a la cama de Randi.

– Me llamo Kelly Dillinger. Trabajo para el departamento del sheriff -dijo muy claramente, mientras le dedicaba a Randi una sonrisa-. Cuando los médicos estén de acuerdo, me gustaría hablar con usted sobre el accidente.

A Randi se le nubló la vista.

– El accidente… -repitió sacudiendo la cabeza.

– Sí, cerca de Glacier Park. La obligaron a salirse de la carretera, o, al menos, eso es lo que creemos.

– ¿Quiere decir que alguien trató de matarme?

– Es una posibilidad -admitió Kelly-. También pudo ser un mero accidente y el conductor del otro coche decidió huir sin ayudarla, aunque esta posibilidad parece poco probable dado que alguien entró en su habitación de hospital hace unos días y le inyectó insulina. Estamos tratando lo ocurrido como un intento de homicidio.

Randi miró a sus hermanos.

– Decidme que esta mujer está exagerando.

– Me temo que no -replicó Matt.

– Oh, Dios…

Randi perdió por completo la compostura y se desmoronó sobre su almohada.

– Yo… no me acuerdo de nada… De hecho, no recuerdo mucho -admitió-. Es decir, os conozco a todos y sé que estoy en un hospital. Sé que soy escritora y que normalmente vivo en Seattle, pero… todo lo demás está completamente borroso…

Thorne tensó los hombros.

– ¿Y qué me dices del padre de tu hijo? -preguntó él. La habitación quedó inmediatamente sumida en un completo silencio-. ¿Quién es el padre de J.R.?

Randi tragó saliva y palideció. Se miró las manos. Sobre una de ellas aún llevaba puesta la vía. No llevaba alianza alguna.

– El padre de mi hijo… -susurró. Se mordió el labio-. Yo… no me acuerdo… es decir… maldita sea… -añadió. Parpadeó rápidamente, como si estuviera tratando de contener las lágrimas.

– Ya basta -dijo Nicole-. Necesita descansar.

– ¡No! -insistió Randi-. ¿Tienes hijos? -le preguntó a la que muy pronto iba a ser su cuñada.

– Sí. Tengo dos hijas.

– En ese caso, creo que me comprenderás. Quiero ver a mi hijo. Y, en cuanto a usted -añadió, mirando a Kelly-, la ayudaré en todo lo que pueda, pero en estos momentos no recuerdo nada. Tal vez el hecho de ver a mi hijo me ayude a recuperar la memoria.

– Yo me encargaré de eso -dijo Matt, a pesar de que conocía a su hermana y no estaba del todo seguro de que ella no estuviera mintiendo para conseguir salirse con la suya.

– Un momento.

Nicole había dado un paso al frente. Educada, pero firmemente, le recordó:

– Por supuesto que traeremos a J.R. En cuanto sea posible.

Matt miró a su hermana, que seguía tumbada sobre la cama.

– Te prometo que yo me encargaré de ello -le dijo. Lo decía en serio. Al diablo con el procedimiento médico y hospitalario y la investigación policial. En aquellos momentos, lo único que importaba era que J.R. pudiera descansar por fin en los ansiosos brazos de su madre.


– Más o menos eso es todo -concluyó Kelly, tras contarle a Espinoza todo lo que ocurrido a última hora del día. Él también había estado en el hospital, pero el personal médico no le había permitido ver a Randi. Por lo tanto, escuchó atentamente todo lo que Kelly tenía que contarle sobre su viaje a Seattle y su breve conversación con Randi McCafferty.

– ¿Crees que está amnésica?

– No lo sé -respondió ella-. Evidentemente, se acordaba de sus hermanos, de su trabajo, de la ciudad en la que trabajaba, pero del accidente nada. Cualquier referencia al hecho de que alguien pudo intentar matarla le quitaba las ganas de hablar, pero estaba más que decidida a ver a su hijo. Hasta que J.R. y ella se reúnan, no creo que podamos sacarle mucho. Ni siquiera el nombre del padre de su hijo.

– Qué raro -comentó Espinoza.

– En realidad, no. Creo que el instinto materno es el más fuerte del planeta.

Espinoza la miró como si fuera a preguntarle que cómo lo sabía ella, pero no lo hizo. Estuvieron charlando un rato más. Entonces, él le preguntó cómo se había enterado de que Randi se había despertado. Le explicó que él había llamado a la habitación de su hotel, pero que nadie había contestado. Kelly tuvo que admitir que se había enterado a través de Matt McCafferty, con quien se había encontrado en Seattle. Espinoza hizo un gesto de extrañeza, como invitándola a que se explicara, pero Kelly evitó hacerlo. Aún estaba tratando de ordenar sus sentimientos en aquel tema. No quería consejos ni paternales ni fraternales de nadie, y mucho menos de su jefe.

– Algunas personas siguen pensando que uno o tal vez todos los McCafferty deberían ser sospechosos.

– ¿Por qué?

– Por el hecho de que la hermana heredara la mitad del rancho, para empezar. Evidentemente, era la favorita del viejo. Si ella quedaba fuera de combate, el niño heredaría todo y, dado que no hay padre conocido, los hermanos de Randi serían nombrados tutores del pequeño.

– Creo que te dije que pensaba que esa teoría resulta descabellada.

– Simplemente te lo recuerdo.

– Bien. Pues ya está -le espetó Kelly. Entonces, notó la censura en los ojos de Espinoza. La había estado poniendo a prueba y ella había mordido el cebo sin pensárselo.

Irritada con Espinoza, con su trabajo, consigo misma y con la vida en general, Kelly se marchó del despacho de su jefe. Fue a por una taza de café y se dirigió a su despacho, donde empezó a redactar informes, a devolver llamadas y, en general, a ponerse al día. Trabajó durante su hora de almorzar y luego se pasó la tarde repasando el caso McCafferty. Había algo de lo que Espinoza había hecho que la había empujado a repasar sus notas. El motivo. Eso era lo que necesitaban. Aparte de sus hermanos, ¿quién se beneficiaría de la muerte de Randi? ¿Estaba alguien tratando de quedarse con su trabajo? ¿El padre de J.R., fuera quien fuera? ¿Alguien con una rencilla del pasado hacia la familia, como su propia madre?

Efectivamente, John Randall se había forjado muchos enemigos a lo largo de su vida, pero ya estaba muerto. Ciertamente, nadie buscaría venganza contra su progenie. ¿Y Randi? ¿Había ofendido a alguien en sus columnas, provocando sin saberlo una respuesta homicida en alguien que le había escrito para buscar consejo? ¿Y el libro? ¿Sabía alguien que estaba escribiendo sobre el rodeo y la corrupción? Si era así, ¿de quién se trataba?

Con más preguntas que respuestas, se dio finalmente por vencida y se estiró. Apagó el ordenador y se levantó de su silla. Se puso su chaquetón y se marchó de la comisaría.

Hacía casi diez grados bajo cero, sin contar con la sensación de frío que producía el viento. Había empezado de nuevo a nevar y bailaba delante de los faros del coche y se le pegaba al parabrisas.

Ajustó la calefacción y encendió la radio. Un locutor le recordó que Randi McCafferty había salido del coma.

Llegó a su casa a las siete. Subió las escaleras, se quitó la ropa y se dio una larga ducha. Acababa de abrir una lata de sopa cuando el teléfono comenzó a sonar. El corazón se le sobresaltó al pensar que podía ser Matt. Cuando respondió, se sintió algo desilusionada al comprobar que era su hermana.

– Ya iba siendo hora de que llegaras a casa -la regañó Karla.

Kelly tiró del cordón del teléfono para poder remover la sopa mientras se calentaba.

– Trabajo para ganarme la vida.

– Y yo también.

– Mira, no estoy para bromas. Estoy de muy mal humor.

– Vaya… Yo creía que estarías contentísima de que Randi McCafferty se hubiera despertado.

– Veo que ya te has enterado.

– Todo el mundo se ha enterado. Me pregunto qué es lo que ha dicho.

– No mucho… Además, ya sabes que no puedo hablar de mis casos contigo.

– Sí, pero he oído en el Pub'n'Grub que Randi no le ha dicho a nadie quién es el padre de su hijo.

– No deberías escuchar los rumores.

– Ah, claro. Da la casualidad de que trabajo en un salón de belleza, Kelly.

– En ese caso, ya lo deberías saber todo.

– Muy graciosa. Además, he oído las noticias de mediodía. Sugerían que había más información, e incluso una entrevista con Randi en el telediario de la noche.

Kelly apoyó un hombro contra la pared de la cocina y miró por la ventana.

– Tendrán que romper una barricada de hermanastros y de la seguridad del hospital para conseguir llegar hasta ella. Y de ser así, no creo que ella tuviera mucho que decir.

– ¿A qué te refieres?

– Mira, ya te he dicho mucho más de lo que debería -replicó Kelly-. ¿Cómo están mis sobrinos favoritos? -preguntó, esperando cambiar de tema.

– En un buen lío -respondió Karla-. Aaron encontró unos tubos de tinte para el cabello en casa y Spencer decidió darle al conejo un nuevo color de pelo. Trató de teñirle el pelaje a Honey de color rojo… Deberías ver al pobrecito animal. Está lleno de manchurrones rojos. Este año no vamos a teñir huevos de Pascua. Nosotros teñimos conejos para el día de Acción de Gracias.

– ¿Y Honey está bien?

– Sí. Sólo le da vergüenza que lo vean. A lo mejor voy a tener que llevarlo a uno de esos psiquiatras de animales, porque parece que está completamente traumatizado -respondió Karla. Kelly se echó a reír-. Supongo que debería considerarme afortunada de que no se le ocurriera hacerle una permanente. Piensa en lo que habría salido de ahí… En realidad, no tiene ninguna gracia. Le podrían haber echado tinte en los ojos y entonces, imagínate. Bueno, dejemos este tema. Háblame de tu vida amorosa.

– ¿Cómo? -preguntó Kelly. La pregunta de su hermana le había sorprendido por completo.

– Ayer estabas en Seattle, ¿no? Matt McCafferty también. De eso me enteré en la cafetería. Supongo que no se trata de ninguna coincidencia.

– Estás cotilleando otra vez.

– Y tú estás evitando la pregunta.

– ¿Desde cuándo es mi vida amorosa asunto tuyo?

Se produjo una pausa. Entonces, la voz de Karla resonó sin el humor que la había acompañado hasta entonces.

– Desde que te enamoraste de ese hijo de perra de Matt McCafferty.


El día de Acción de Gracias fue una pesadilla. Aunque Kelly disfrutaba estando con su familia, se sentía distante, apartada en cierto modo de la festividad. Su madre y su padre se tenían el uno al otro, Karla tenía a sus hijos y, aunque Kelly formaba parte de todo aquello, se sentía muy sola.

Por Matt.

Una parte de ella deseaba compartir aquella festividad con él. Había encargado un pastel de manzana y otro de calabaza de la panadería local y se había pasado toda la mañana ayudando a su madre a rellenar el pavo y a preparar las batatas, pero le faltaba algo.

La familia había rezado junta y su padre había trinchado el pavo, pero, por primera vez en su vida, Kelly se sentía como si debiera estar en otro lugar, lo que era una completa estupidez.

– Sé que algo te preocupa -le dijo su madre mientras cargaban el lavavajillas. Karla estaba limpiando la mesa y no pudo evitar escuchar la conversación dado que sus hijos estaban con su abuelo preparando las listas de regalos de Navidad.

– Estoy bien -replicó Kelly.

– ¿Se trata del caso?

Karla lanzó un bufido.

– No exactamente -dijo.

– ¿Qué diablos significa eso? -preguntó Eva muy preocupada-. ¿Kelly?

– No es nada, mamá.

– Kelly está enamorada, mamá -anunció Karla.

– ¿De verdad? -preguntó Eva. La preocupación desapareció de su rostro y sonrió. Aquélla era la noticia que llevaba años esperando.

Kelly le lanzó a su hermana una mirada de advertencia.

– ¿Y quién es el afortunado? -quiso saber Eva.

– Karla no debería haber dicho eso. No es cierto que esté enamorada -mintió Kelly.

– Pero estás saliendo con alguien. ¿De quién se trata?

Kelly cuadró los hombros.

– No es nada serio, de verdad… -susurró. Sentía deseos de estrangular a su hermana. Si las miradas pudieran matar, Karla ya estaría enterrada con dos metros de tierra encima.

– Yo no…

La voz y la sonrisa de Eva se desvanecieron al ver que su esposo entraba en la cocina.

– ¿Qué ocurre? -preguntó él-. ¿De qué estáis hablando? ¿Kelly tiene novio?

Kelly lanzó una maldición en silencio.

– No es un novio. Simplemente he estado viendo a Matt McCafferty. Por el caso.

Nadie dijo ni una sola palabra. Sólo se escuchaba el sonido de la televisión del salón. Karla hizo un gesto de arrepentimiento, como si por fin hubiera comprendido el verdadero alcance de su desliz.

– No debería haber dicho nada.

– No. No. Me alegro de que lo hayas hecho -dijo Ronald. Su rostro estaba completamente congestionado, mientras que el de su esposa había palidecido hasta el punto de que tuvo que apoyarse sobre la encimera para no caerse-. Ya sabes, Kelly, que tu madre y yo sólo queremos lo mejor para ti y… y no me puedo imaginar por qué estás… estás…

– Calla, Ron. Kelly es lo suficientemente mayor para tomar sus propias decisiones -afirmó la madre. Aquel apoyo acompañado del gesto de contrariedad del rostro de su padre le dolió a Kelly hasta lo más hondo. Quería disculparse, pero no veía muy bien por qué debía hacerlo.

Ron cerró la boca y regresó al salón en su silla de ruedas.

– Feliz día de Acción de Gracias -musitó Karla en voz baja-. Debería haber mantenido mi bocaza cerrada.

Kelly no le dijo nada a Karla. Se limitó a comentar:

– Por lo menos, ya no hay nada que ocultar.

El resto de la velada transcurrió en tensión. La conversación se centró en Aaron y en Spencer. Kelly se moría de ganas por marcharse. Se sentía inquieta, agobiada y, por primera vez en su vida, indecisa sobre su futuro.

Desde que era una niña, siempre había pensado que quería ser policía y jamás había dejado que nadie la convenciera de lo contrario. Ningún hombre había conseguido apartarla de su objetivo, pero jamás había estado tan cerca de ningún hombre como de Matt McCafferty. Regresó a casa casi sin fijarse en los semáforos ni en las señales de tráfico. Cuando llegó a su casa, abrió la puerta del garaje con el mando a distancia.

De algún modo, tendría que decidir qué iba a hacer con el resto de su vida. Peor aún. Tendría que decidir si Matt McCafferty iba a formar parte de ella. ¿Cómo iba a ser eso posible? Su hogar, su amor, era su rancho. Ella no podía pedirle que lo dejara sólo porque la vida de ella estuviera en Grand Hope. La situación era imposible.

Salió del coche y subió las escaleras que llevaban a la planta principal de la casa. Allí, se quitó su chaquetón y lo dejó sobre el sofá. Entonces, vio que había una luz roja parpadeando en su contestador. Se quitó las botas y apretó el botón. Entonces, escuchó la voz de Matt. El corazón le dio un vuelco.

– Hola, soy Matt. Había pensado que tal vez te gustaría unirte a mí y a mi familia para la cena del día de Acción de Gracias -decía. Kelly sintió que el alma se le caía a los pies. Consultó el reloj. Eran más de las nueve. Demasiado tarde-. La vamos a celebrar dentro de unos días, no se cuándo, pero será cuando le den el alta a Randi. Simplemente no tenía sentido hacerlo todo dos veces. Bueno, ya te lo diré cuando elijamos un día y… bueno… ya hablaremos.

La cinta se paró y rebobinó automáticamente.

Kelly volvió a escuchar el mensaje. Matt la estaba invitando a una celebración familiar.

– Qué fuerte… -murmuró.

Se miró en el espejo y vio que tenía un brillo de esperanza en los ojos. Además, el rubor que le cubría las mejillas no se podía atribuir exclusivamente al frío que hacía en la calle.

– Oh, Dillinger… te ha dado fuerte… muy fuerte…

Tendría que blindar su corazón. Pasara lo que pasara, Matt terminaría marchándose. Estaba atado a un rancho que estaba a cientos de kilómetros al oeste de Grand Hope, el lugar donde ella vivía. No había futuro para ellos. Ninguno.

Lo que habían compartido había sido muy agradable, pero no significaba nada en términos de compromiso. Él era un vaquero que llevaba una vida solitaria en su rancho. Ella era policía, una dedicada detective al servicio de la ley cuyos vínculos estaban en Grand Hope. Pensó en sus padres, en Karla y en los niños. Allí estaba su familia.

Se miró la mano izquierda, en la que no llevaba anillo de ninguna clase. ¿De verdad albergaba la esperanza de poder casarse algún día con Matt McCafferty sólo porque se habían acostado juntos?

Sabía muy bien la respuesta.

Cuadró los hombros y se apartó el cabello del rostro. Se dijo que no importaba. Durante el momento, disfrutaría de la sensación de sentirse enamorada, aunque sabía que no sería para el resto de su vida.

Y que esa sensación podría ser sólo por su parte.

Después de todo, ¿qué era lo peor que le podía ocurrir?

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