Cinco

– ¿Que tú tienes preguntas? -le preguntó Kelly. Estaba frente a él en el porche, tratando de ignorar la innata sexualidad que emanaba de él-. Dispara.

– Evidentemente, no has encontrado a la persona que trató de matar a Randi.

– Seguimos trabajando en el caso.

– Pon más policías a trabajar -replicó él. Su mirada parecía haberse intensificado, lo que dejó a Kelly sin aliento.

– Te recuerdo que no se trata del único caso que tenemos.

– Sí, pero si esos casos son que un toro ha roto la valla de un vecino o que unos niños utilizan los buzones como dianas, no se puede decir que estén al mismo nivel, que el de mi hermana, ¿no te parece?

– Confía en mí si te digo que el intento de asesinato que ha sufrido tu hermana está a la cabeza de nuestras prioridades.

Matt se hizo a un lado y abrió un poco más la puerta de entrada al rancho.

– Eso espero.

Kelly no respondió. Se limitó a limpiarse las botas sobre el felpudo del porche y entró en la casa. Inspeccionó el lugar donde Matt McCafferty había crecido. El viejo rancho tenía un interior muy acogedor y cálido a pesar de su tamaño. Focos de luces doradas iluminaban las paredes de madera y los sueños que habían soportado el paso de tres generaciones de McCafferty. Una hermosa escalera llevaba a la planta superior y el aroma de madera ardiendo, de asado de carne y de jengibre impregnaba el aire. Desde la planta de arriba se escuchaban las risas de las niñas. Eran las hijas de Nicole.

– ¿Hay algún sitio en el que podamos hablar? -preguntó Kelly mientras se desabrochaba el chaquetón. Matt la ayudó a quitárselo y, en el proceso, le rozó el cuello con las yemas de los dedos. Ella trató de no darle demasiada importancia, pero tuvo una extraña sensación de hormigueo mientras él colgaba el chaquetón en la percha.

– Por aquí -dijo. La condujo hacia el salón, donde Thorne McCafferty estaba hablando con un hombre rubio y alto que no se había molestado en quitarse el abrigo y que tenía el sombrero en las manos-. Larry Todd. Esta es la detective Dillinger. Larry es el capataz aquí y la detective Dillinger trabaja en el departamento del sheriff y está tratando de averiguar quién trató de matar a Randi.

– ¿Ha habido suerte? -preguntó Larry.

– No la suficiente -admitió ella. En la sala ardía un alegre fuego. Sobre la repisa de la chimenea, había numerosas fotos enmarcadas y encima de ésta colgaba una enorme cornamenta de ciervo que sujetaba un antiguo rifle. En una de las paredes había un piano y, enfrente, una serie de sillas raídas, mesas y un sofá de cuero estaban colocados sobre una alfombra.

– Atrape a ese hijo de perra -comentó Thorne. Estaba tratando de ponerse de pie.

Kelly levantó una mano para indicarle que no era necesario que se levantara.

– Lo haremos.

– Que sea pronto -insistió Matt.

– Precisamente por eso estoy aquí. Como he dicho, me gustaría preguntarles a todos algunas cosas más. A usted también -dijo, refiriéndose a Thorne.

– Bueno, pues parece que tienen algunos asuntos de los que ocuparse, por lo que creo que es mejor que yo me marche -comentó Larry-. Piensa en lo de cambiar algunos de los potros por las yeguas de Lyle Anderson. Creo que mejoraría mucho la ganadería.

Thorne miró a Matt. Este asintió.

– Yo estoy a favor de introducir nuevas líneas de sangre en la ganadería.

– En ese caso, hazlo -le dijo Thorne al capataz-. A mí me parece bien lo que Matt y tú decidáis.

– Hecho -afirmó Larry. Con eso, se dispuso a dirigirse hacia la puerta.

– Espere un momento, señor Todd -lo interrumpió Kelly-. Dado que está usted aquí, tal vez podría aclararme algunas cosas -añadió. Se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño cuaderno-. Un par de semanas antes de que Randi McCafferty sufriera su accidente, lo despidió a usted, ¿verdad?

El hombretón se sonrojó y se frotó la nuca con nerviosismo.

– Sí. Así fue como ocurrió -admitió Larry sin molestarse en ocultar su irritación-. Y me dolió muchísimo. Yo llevaba dirigiendo este rancho desde la muerte de su padre y, de repente, me llama y me dice que ya no me necesita.

– ¿Le dio algún motivo?

– No. Yo siempre me había llevado bien con ella y lo último que supe era que estaba satisfecha con mi trabajo. Supongo que cambió de opinión. No se molestó en darme explicaciones, pero me dio la sensación de que se iba a volver a mudar aquí y que ya había pensado en otra persona para que se ocupara del rancho. No me dijo nada, pero lo deduje por la manera en la que dirigió la conversación. Supongo que se mostró bastante agradable -añadió mirando a los hermanos-. Incluso me pagó tres meses extra, lo que se suponía que iba a ser mi finiquito. Entonces, me dio las gracias y, básicamente, me indicó la puerta. Ya está. Años de trabajo a la basura. A mí me enojó mucho todo el asunto, pero me imaginé que no había nada que yo pudiera hacer al respecto. Ella era la jefa y la dueña de la mitad de este rancho.

– Sin embargo, no le pidió opinión a ninguno de sus hermanos para despedirlo a usted -aclaró Kelly.

– Que yo sepa no.

– Ninguno de nosotros sabía nada -dijo Matt-. Desde que nuestro padre murió, Randi estaba al mando. Ella siempre ha sido bastante independiente.

– Demasiado -gruñó Thorne.

– Y dado que cada uno de nosotros tres sólo es dueño de una sexta parte del rancho, le dejábamos que hiciera lo que quisiera. Yo pensaba que si necesitaba mi ayuda la pediría -comentó Matt. Tensó la boca. Parecía algo avergonzado-. A decir verdad, yo creía que lo dejaría todo después de un invierno. Aunque trabajaba en Seattle, se mostraba muy responsable por lo que ocurría aquí, pero supuse que terminaría queriendo vender.

– ¿A sus hermanos?

– A quien se lo comprara, pero sí, imaginé que vendría a mí o a mis hermanos -dijo Matt-. Supongo que me equivocaba.

La ira de Larry parecía haberse disipado.

– Es increíble -dijo, frunciendo los labios-. Me despide y, dos semanas después, da a luz a un hijo y se encuentra peleando por sobrevivir.

– Y usted vuelve a recuperar su trabajo.

– Sus hermanos me lo pidieron -dijo Larry entornando un poco los ojos-. Necesitaron esforzarse un poco para convencerme, he de admitir. No me gusta que me despidan.

– Lo comprendo. ¿Le preguntó quién se ocuparía del rancho cuando usted no estuviera aquí? -preguntó Kelly-. Es bastante grande y, dado que ella no vivía aquí, ¿cómo esperaba que las cosas funcionaran adecuadamente?

– Buena pregunta… que no le hice. Supongo que estaba demasiado enfadado. ¿Sabe una cosa? Tengo una sensación… no se trata de nada que ella me dijera, pero creo que quería encerrarse aquí y estar sola. No despidió a los vaqueros. Sólo a mí. Tal vez pensó que podría ocuparse del rancho sola, pero… bueno, supongo que no lo sabremos hasta que no se despierte.

– Maldición -susurró Thorne.

Larry consultó su reloj.

– Ahora, es mejor que me vaya.

– Si se le ocurre otra cosa que ella pudiera haberle dicho, llámeme -dijo Kelly, y le entregó una tarjeta.

– Lo haré -asintió Larry. Entonces, miró a Thorne y a Matt-. Hasta mañana -añadió, antes de marcharse.

– Supongo que ninguno de los dos podrá arrojar algo más de luz sobre el motivo que llevó a Randi a despedir a Larry -quiso saber Kelly.

– Ninguno de nosotros tres habló con Randi durante un tiempo -admitió Matt. Thorne frunció el ceño.

– ¿Y qué hay del padre de su hijo?

– Aún estamos tratando de localizarlo, sea quien sea. Kurt Striker se está ocupando de ello -comentó Thorne. A saltitos se dirigió a la chimenea. Allí, tomó una fotografía de la repisa. Era de su hermana-. Se supone que Striker debería estar de vuelta mañana.

– Me gustaría hablar con él.

Matt dudó.

– ¿Es el procedimiento habitual?

Kelly sintió que se le desataba la ira.

– Escuche, señor McCafferty, no hay nada de este caso que sea habitual.

– Pensaba que para ti era Matt, no señor McCafferty.

– Lo que sea -replicó ella, a la defensiva-. Ahora, ¿qué hay de los novios que Randi pudiera tener?

– Jamás conocí a ninguno de ellos aunque, evidentemente, había alguien en su vida… -susurró él-, pero no tengo ni idea de cuál de los tipos con los que salía puede ser el padre de J.R.

– El padre de J.R. podría ser alguien del que nadie supiera nada, un hombre al que estaba viendo a escondidas -comentó Thorne.

– La verdad del asunto es que todos nos sentimos unos estúpidos por no saber nada sobre nuestra hermana.

– Tengo varios nombres de hombres con los que salió -comentó Kelly mientras buscaba entre sus notas-. Joe Paterno, que trabajaba como autónomo en el Seattle Clarion. Brodie Clanton, un abogado cuyo padre es juez y Sam Donahue, un ex jinete de rodeo que tiene un rancho a las afueras de Spokane, Washington.

– No conozco a ninguno de los otros tipos, pero ese Donahue es un canalla -gruñó Matt-. De hecho, no me puedo creer que Randi haya tenido una relación con él.

– No podemos estar seguros -comentó Thorne. Por la expresión de su rostro, Kelly decidió que tampoco le hacía gracia que Randi pudiera haber estado con Donahue, igual que le ocurría a Matt-. Kurt Striker está comprobando los grupos sanguíneos, lo que nos debería ayudar. Aunque no podamos determinar quién es el padre del hijo de Randi, podremos descartar a los que es imposible que lo sean.

– Exactamente. Nosotros estamos trabajando con las mismas premisas -dijo. En aquel momento, unos ruidosos pasos captaron su atención.

Nicole Stevenson, con las gemelas pisándole los talones, bajaba las escaleras con un bebé en brazos, que debía de ser el hijo de Randi. La dura y eficaz doctora había desaparecido para dar paso a la sonriente madre que bromeaba y charlaba con sus niñas y con el bebé.

Kelly experimentó una extraña sensación en el corazón cuando Nicole la vio. El rostro de la doctora se endureció durante un instante antes de que una sonrisa se le dibujara en el rostro.

– Creo que te debo una disculpa -dijo-. Anoche estaba muy disgustada de que se hubiera quebrantado la seguridad del hospital y Randi fue atacada. No debería haberte hecho pagar por ello.

– Fue muy desagradable para todos.

– Lo sé, pero no fue muy profesional por mi parte.

– No pasa nada, de verdad.

Aunque se recordó que no debía sentir simpatía por nadie que formara parte del círculo de los McCafferty, no pudo dejar de experimentar afecto por la joven doctora. Le pareció que, en otras circunstancias, Nicole y ella habrían podido ser amigas.

– Gracias -contestó la doctora.

– ¿Es éste el bebé de Randi? -quiso saber Kelly.

Matt se acercó para mirar a su sobrino.

– Sí. Por él se ha montado todo este lío -comentó.

Para sorpresa de Kelly, Matt tomó al bebé de los brazos de Nicole. Las enormes manos callosas lo acurrucaron contra su pecho y, aunque parecía algo incómodo con J.R., no dejaba de sonreír al niño.

– Ojalá pudiera hablar…

«O su madre», pensó Kelly, sorprendida de la transformación que se había producido en los dos hermanos. Matt se deshacía mirando a su sobrino y Thorne, apoyado contra su muleta, se había acercado a Nicole y le había rodeado los hombros con un brazo. El ambicioso ejecutivo y empresario se había transformado en un orgulloso y cariñoso novio. Revolvió el cabello de una de las gemelas con una mano mientras que la otra, la más tímida, se escondía detrás de él. Durante unos segundos, Kelly envidió a aquella familia tan unida.

Nicole miró a Thorne y a Matt.

– ¿No te han ofrecido ninguno de estos caballeros, y creo que estoy exagerando bastante con el término, nada? ¿Café, té, una copa de vino?

– Estoy bien, gracias.

– Yo quero una bebida -dijo una de las niñas tirando de la blusa de su madre-. Yo quero una bebida.

– Dentro de un instante, Molly Ahora… ¿a quién le toca cuidar de J.R.? -preguntó Nicole-. Necesita tomar un biberón y luego, sin duda, habrá que cambiarle el pañal. ¿Al tío Thorne o al tío Matt?

Desde los brazos de Matt, el pequeño lanzó un suave gorjeo que provocó una extraña sensación en el corazón de Kelly.

– Creo que me toca a mí -dijo Thorne, extendiendo los brazos para que Matt le entregara al niño-, pero es mejor que lo llevéis a la cocina para que yo me pueda acomodar y darle el biberón que me tenéis que preparar.

– ¡Yo lo hago! -exclamó una de las niñas echando a correr hacia la cocina.

– Yo también -dijo la hermana.

– Creo que es mejor que vaya a supervisar. Te espero en la cocina -le dijo Nicole a Thorne mientras le quitaba el bebé de los brazos-. Ah, una última cosa -añadió mirando a Kelly-. ¿Se sabe ya qué fue lo que le inyectaron a Randi en la vía? Desde anoche no he regresado al hospital.

– Insulina -respondió Kelly-. Puede matar una sobredosis. ¿Te acuerdas del caso de Sunny von Bulow? Se acusó al esposo de tratar de matarla inyectándole insulina.

– Pero salió libre, ¿no? -preguntó Matt.

– Sí, pero su esposa siguió en coma. Viva, pero hospitalizada. Casi muerta. Durante años.

– Maldita sea…

Nicole frunció el ceño y suspiró.

– Lo sospechaba por los síntomas. ¿Se sabe algo de quién pudo haberlo hecho?

– Todavía no -admitió Kelly.

– Bien, en ese caso, te pido que me hagas un favor. Que atrapes al canalla que le hizo eso.

– Lo haremos -prometió Kelly.

Se escuchó un golpe y un grito al final del pasillo y Nicole, con el bebé en brazos, fue a ver qué era lo que había ocurrido. Thorne la siguió inmediatamente, con toda la velocidad que le permitía su muleta.

– ¡Dios, niña! ¡Mira lo que has hecho! -exclamó una voz. Entonces, murmuró una frase en español que Kelly no pudo comprender.

A los pocos segundos, se escuchó el sonido del llanto de una niña pequeña y una serie de negativas de la otra.

– ¡Yo no lo he hecho! -gritaba una de las gemelas.

– Sí que lo has hecho -respondió la otra.

Matt esbozó una media sonrisa.

– Aquí jamás hay un momento de aburrimiento -dijo.

– Eso parece.

Nicole, que llevaba en aquel momento en brazos a una de las gemelas, guiñó el ojo a Kelly y a Matt al llegar al pie de las escaleras. La niña tenía la cabeza acurrucada contra el hombro de su madre y se negaba a levantar la mirada. Se limitaba a sollozar como si el corazón se le estuviera rompiendo.

– Menos mal que soy doctora de urgencias -comentó Nicole mientras llevaba a la niña a la planta de arriba-. Creo que Mindy podría necesitar cirugía…

– No -susurró Mindy, sabiendo que su madre estaba bromeando.

– ¿Está bien?

– Sí. Se aplastó los dedos cuando se rompió el tarro del azúcar. No estoy segura de cómo ocurrió.

– ¡Lo hizo Molly! -insistió la niña, tras levantar la cabeza por fin, presa de la indignación. No hacía más que sorber por la nariz y el labio inferior le temblaba constantemente-. Me empujó la silla.

– Eso no es cierto -gritó la otra gemela, saliendo de la cocina como una bala para proclamar su inocencia-. Tú te caíste.

– Creo que Mindy sobrevivirá -dijo Nicole mientras subía la escalera con su hija para desaparecer en el piso superior.

– ¡Te caíste, te caíste, te caíste! -repetía Molly una y otra vez subiendo también la escalera.

– Esto es como un maldito circo -gruñó Matt mientras miraba el reloj-. Mira, tengo que ir a ver a las yeguas. ¿Tienes más preguntas? -añadió con una mirada que Kelly no supo comprender.

– Unas pocas.

– Entonces, vente conmigo.

Matt fue al vestíbulo para tomar un chaquetón y un sombrero de un perchero. A continuación, se dirigió hacia la parte posterior de la casa a través de un pasillo adornado con fotos de los McCafferty en diferentes épocas de su vida: Thorne con equipación de fútbol americano, Slade bajando por una montaña con unos esquíes, Randi con un vestido largo y del brazo de un muchacho muy apuesto y Matt montado sobre un caballo de rodeo. El caballo tenía las patas traseras levantadas y la cabeza agachada y parecía completamente empeñado en tirar a su jinete, un esbelto y fuerte vaquero que parecía tan decidido a permanecer sobre el caballo como éste a derribarlo. Matt tenía la mano derecha levantada hacia el cielo y la otra enterrada en las riendas que rodeaban el torso del caballo.

– ¿Quién ganó? -preguntó Kelly mirando la foto.

– Yo.

– Por supuesto.

– Eso no ocurría siempre, en especial cuando montaba a Zanzibar -dijo señalando la fotografía-. Era un caballo muy duro…

Los ojos se le llenaron de nostalgia. Kelly sospechó que echaba mucho de menos la excitación de los rodeos. Matt había dejado el circuito hacía años y se contentaba con el rancho que tenía en las colinas del oeste de Montana.

A través de un arco, salieron a una enorme cocina, donde la fragancia del asado de cerdo y de los pastelillos suponía una excitación para los sentidos. Kelly vio que en un rincón estaban los trozos de cerámica azul y el azúcar, recogido todo sobre un recogedor, testamento del accidente que habían sufrido las gemelas. Thorne estaba sentado a la mesa, con la pierna apoyada en una silla cercana. El bebé que tenía en brazos se tomaba plácidamente su biberón sin dejar de mirarlo.

Matt chasqueó con la lengua y se puso el chaquetón.

– Jamás pensé que vería el día…

– No sigas hablando -le advirtió Thorne, pero le brillaban los ojos, como si el millonario disfrutara profundamente de su papel como padre temporal.

– ¿Y quién va a detenerme? ¿Un hombre con una pierna rota y un bebé en brazos?

– Ponme a prueba.

– Cuando quieras, hombre. Cuando quieras.

– ¡Basta ya! -exclamó una mujer corpulenta, de piel oscura y ojos negros que acababa de salir de la alacena. Colocó una bolsa de cebollas y otra de patatas sobre la encimera-. Vosotros dos sois como dos… toros. Siempre arañando la tierra con las patas y bufando… ¡Dios! -exclamó al ver a Kelly-. ¡La policía!

– Es la detective Kelly Dillinger, de la oficina del sheriff -explicó Matt-. Esta es nuestra cocinera, ama de llaves y ángel de la guarda, Juanita Ramírez.

– ¿Ángel de la guarda? -repitió Juanita con desdén, pero tuvo que ahogar una sonrisa mientras rodeaba la mesa y recogía el recogedor para tirar su contenido a la basura-. Os podríais haber ocupado de esto… Y usted, ¿está buscando a la persona que está detrás de los problemas de Randi?

– Sí.

– Pero aún no lo ha encontrado.

– Todavía no.

Juanita suspiró. Sus enormes pechos subieron y bajaron como si soportaran el peso de la injusticia del mundo.

– Tantos problemas para la pobre Randi… El bebé, su trabajo… y el libro -comentó. Entonces, tomó un cuchillo y comenzó a pelar las cebollas con admirable destreza-. Si quiere saber mi opinión, esto es por su libro…

– ¿Lo ha leído usted? -preguntó Kelly.

– ¿Yo? -respondió Juanita, con el cuchillo apoyado sobre la cebolla-. No.

– Pero lo ha visto. Sabe que existe.

– Ella hablaba sobre el libro. Estuvo aquí durante unos días y se pasaba todo el rato hablando por teléfono.

– ¿Sobre el libro?

– Sí. Con su… -se interrumpió. Trababa de encontrar la palabra exacta-. Dios con su… con su… agente.

Thorne la miró muy sorprendido.

– ¿Con su agente? -repitió entornando los ojos-. ¿Randi tenía agente?

– Sí.

– ¿Quién? -preguntó Matt. Kelly sintió que el corazón se le aceleraba. Acababa de encontrar una nueva pista, algo que nadie había averiguado antes.

– No sé… Tendrán que preguntárselo a ella cuando se despierte.

– ¿Y cuándo fue eso? -preguntó Kelly-. ¿Cuánto tiempo antes del accidente?

– Oh… veamos… creo que a mediados de verano. Sí -afirmó, mientras Kelly anotaba frenéticamente en su cuaderno-. No fue mucho tiempo después de que falleciera el señor John -añadió. Entonces, sin soltar el cuchillo, se hizo la señal de la cruz sobre el pecho-. Vino de visita.

– ¿Y no te diste cuenta de que estaba embarazada? -le preguntó Matt con incredulidad-. Entonces, debía de estar embarazada de cinco o seis meses.

– No. Sí… Vi que estaba más redonda… más pesada… pero pensé que simplemente había engordado.

– ¿La vio usted trabajando en el libro? -preguntó Kelly.

Juanita comenzó a cortar la cebolla.

– La vi trabajando en algo en su ordenador. Me dijo que era un libro, pero no, no leí ninguna de las páginas.

– Es decir, que volvemos al principio -susurró Matt.

Kelly no estaba de acuerdo. En aquel momento, tenían más información con la que trabajar. Podría ser algo sin importancia, pero al menos era algo. Se metió el cuaderno en el bolsillo de su chaquetón y siguió a Matt a través de la puerta trasera.

En el exterior hacía mucho frío. El viento le golpeaba el rostro y la ventisca de nieve los rodeaba en la oscuridad de la noche. Siguió a Matt hasta los establos. Él abrió la puerta y encendió las luces.

Un caballo relinchó nerviosamente y otro asomó la cabeza por encima de la puerta de su pesebre.

– ¿Cómo estás, preciosa? -le preguntó Matt mientras le acariciaba la mancha blanca que le recorría la nariz al animal-. Estas son las damas del Flying M -le explicó a Kelly mientras el resto de las yeguas comenzaban a sacar las cabezas por las verjas-. Están preñadas.

Kelly se acercó para saludarlas. Unas se mostraban más nerviosas y otras se apartaban directamente. Sin embargo, unas cuantas le permitieron que les acariciara el morro.

Matt comprobó la comida y el agua. Después, fue saludándolas a todas individualmente, hablándoles en tonos suaves mientras les acariciaba el lomo y les rascaba la nariz.

Resultaba difícil imaginárselo a él o a cualquiera de sus hermanos como un asesino decidido a matar a su hermanastra para quedarse con la parte que ella tenía del Flying M. Imposible. Eso sólo eran rumores infundados. Nada más.

Todos ellos parecían muy preocupados por el bienestar de su hermana. No hacían más que insistir para que la policía encontrara al responsable de lo ocurrido a su hermana. Además, todos adoraban al bebé.

Mientras observaba cómo Matt trataba a las yeguas, cómo sus fuertes manos acariciaban los brillantes cuellos y rascaban los morros de los equinos, estuvo más segura que nunca de que alguien que no pertenecía a los McCafferty era el responsable de los ataques a Randi y posiblemente a Thorne.

– Bueno, ¿qué era lo que querías preguntarme? -quiso saber él.

Kelly se subió al madero más alto de una valla y enganchó los tacones de las botas en el más bajo, tal y como solía hacer años atrás, en la granja de su abuelo.

– Esperaba que pudieras contarme por qué tu padre le dejó la mitad del rancho a tu hermana.

Matt le lanzó una mirada que ella no supo comprender.

– Cada uno de sus hijos obtuvo una sexta parte, pero Randi heredó la mitad, con la casa y todos los edificios, ¿no? -insistió ella-. Vosotros, los chicos, heredasteis sólo una sexta parte.

– Así es. Supongo que mi padre pensó que debía cuidar de Randi más que del resto de nosotros.

– ¿Porque era una mujer?

– Bingo.

– ¿Sabía ella algo sobre cómo llevar un rancho?

– No lo suficiente.

– ¿Y qué te parece a ti eso? Es decir, ¿no os ha molestado a ti y a tus hermanos que ella se haya quedado con la mejor parte?

Matt se encogió de hombros. Algo se reflejó en su mirada.

– Siempre fue la favorita de mi padre.

– ¿Por qué?

– Porque era la hija de Penelope -dijo fríamente-. Mi padre hubiera ido al infierno por esa mujer y, al final, ella lo mandó a paseo. Es un poco justicia divina, si uno piensa en lo que él le hizo a mi madre. Sin embargo, ahora es todo agua pasada. Ya no importa demasiado.

– Entonces, ¿piensas que John Randall no dividió sus bienes con igualdad?

– Probablemente, pero no podré saber nunca qué fue lo que pensó mi viejo. En aquellos momentos, cuando mi padre se dio cuenta de que se estaba enfrentando a la muerte, Thorne ya era millonario, yo tenía mi propio rancho, Slade… Bueno, Slade siempre juega según sus propias reglas. No le dio nunca a mi padre ni la hora. En cuanto a Randi… Ella tenía su trabajo en Seattle, sí, pero a mi padre nunca le gustó. A Randi no le importó, de todos modos. Siempre hizo lo que le vino en gana.

– Un rasgo familiar.

– Veo que te has dado cuenta…

Matt se dirigió a una escalera que había en una de las paredes y comenzó a subir al falso techo donde guardaban el heno. Kelly no pudo apartar la vista de su trasero hasta que desapareció a través de una abertura superior.

¡Plof!

Una paca de heno cayó al suelo.

¡Plof! ¡Plof!

Cayeron más pacas. A los pocos segundos, Matt bajó de nuevo al piso principal y cortó el cordel que ataba el heno con su navaja. Mientras se inclinaba para hacerlo, Kelly no pudo apartar la mirada de sus caderas y de sus fuertes piernas. La sangre se le caldeó de tal manera que decidió centrar la atención en la yegua que tenía a sus espaldas. Dios, ¿qué demonios le pasaba? ¿Por qué no podía apartar la vista de aquellos vaqueros sin dejar de preguntarse cómo era lo que había debajo? Nunca en su vida había pensado en qué aspecto tendría un hombre en concreto sin ropa. Hasta aquel momento. No podía dejar de preguntarse lo que sentiría con aquel cuerpo estirado encima del de ella, tocando, sudando, saboreando…

Cuando él cerró la navaja, Kelly se sobresaltó y regresó a la realidad. Entonces, Matt agarró una horca y comenzó a sacudir enormes montones de heno en los pesebres.

– ¿Sabes? Hacía tiempo que no veía a Randi. Lo mismo le ocurrió a Slade o a Thorne y los tres nos sentimos muy mal por ello. Deberíamos haber mantenido el contacto con ella.

– Entonces, como dijiste, no conocíais los hombres que había en su vida, ¿verdad?

– Bueno, por supuesto sabíamos que Randi tenía novios, pero jamás oí que fuera en serio con nadie, ni siquiera últimamente -dijo.

Pinchó la horca en una paca sin romperla y miró a Kelly bajo la luz de las bombillas que colgaban del techo. Sintió que se le secaba la garganta, pero consiguió concentrarse en la conversación.

– Para ser alguien que se gana la vida dando consejos, es una persona muy reservada -añadió Matt-. Muy independiente. Bueno, eso ya lo sabes tú muy bien.

– No estamos hablando sobre mí.

– No, pero me pareció que tú lo entenderías perfectamente. En realidad, no me sorprende que Randi tuviera relación con un hombre y que no lo supiéramos, pero resulta extraño que no comentara nada a ninguno de nosotros tres de que estaba embarazada.

– Tal vez pensaba dar al niño en adopción.

– Lo dudo. Mi hermana no es una adolescente que ni siquiera ha terminado sus estudios y que no sabe lo que quiere en la vida ni si se puede permitir tener un hijo. No. Estoy seguro de que pensaba quedarse con el bebé, pero había algo que tenía que hacer antes de decírnoslo.

– ¿Escribir un libro?

– Más probablemente enfrentarse al padre. ¿Quién será el tipo? ¿Dónde está? Si mi hermana le importara lo más mínimo, ya se habría presentado aquí.

– Si sabe lo del accidente.

– Debería saberlo, maldita sea. Si estuvo con ella hasta el punto de dejarla embarazada, debería estar cerca de ella y saber dónde se encuentra.

– Tal vez rompieron antes de que él descubriera que ella estaba embarazada. Tal vez Randi no se lo dijo, igual que no os lo contó a vosotros. Tal vez no quiere que lo sepa… O puede que seas tú quien tiene razón y que a él no le importe.

– Maldito sea todo -comentó Matt, y le dio una patada a una paca de heno. Entonces, se acercó a Kelly, que seguía subida al madero, y colocó la nariz muy cerca de la de ella-. Deja que te diga que si mi mujer estuviera en el hospital y ese niño fuera mío, las cosas serían muy diferentes. Muy diferentes.

El corazón de Kelly se desbocó. Se tuvo que lamer los labios que, de repente, se le habían quedado completamente secos. Matt McCafferty tenía una irresistible sensualidad. Sin poder evitarlo, ella se preguntó qué se sentiría al besar aquellos labios y sentir aquellas fuertes manos acariciándole la piel. ¿Qué clase de amante sería?

El mejor.

Se recriminó por aquel pensamiento. Aquello era una tontería. Ridículo. Poco profesional.

La mirada de Matt atrapó la de ella durante un instante. Algo oscuro y peligroso hervía en aquellas oscuras profundidades pardas y conectaba con una parte de su ser que Kelly ni siquiera quería examinar demasiado cuidadosamente. Matt era peligroso emocionalmente, pero no se trataba de un asesino. No era la clase de hombre que realizaría un complot para asesinar a su hermanastra.

El momento duró demasiado. Las yeguas se inquietaron y relincharon en sus corrales.

Kelly pudo oír cómo los latidos de su corazón parecían contar los segundos. Tenía la garganta tan seca como si fuera una baldía pradera de Montana.

Matt le miró la boca, como si él también sintiera la repentina intimidad y el cambio que se había producido entre ellos.

«Esto no puede estar ocurriendo… Ella no puede desear que la tome entre sus brazos y la baje de lo alto de la valla para estrecharla contra mi cuerpo y besarla hasta que… Dios…», pensó Matt.

Como si él sintiera también el cambio que se acababa de producir entre ellos, dio un paso atrás y se aclaró la garganta. Sin embargo, siguió mirándola y Kelly vio sexo y promesa en aquellos ojos…

Con más agilidad de la que se hubiera creído poseedora, saltó al suelo.

– Si… si…

Se lamió los labios y sintió que el rubor le cubría las mejillas. ¿En qué diablos estaba pensando?

– Si se te ocurre alguna otra cosa, llámame -añadió.

Matt dudó.

– Estoy hablando del caso.

– Lo sé.

El corazón no se le tranquilizaba. En algún lugar del establo, una yegua relinchó suavemente. Kelly apartó su mirada de la de él. Dios santo. ¿Qué era lo que le ocurría? Jamás le había ocurrido algo así. Nunca. Había trabajado con docenas de hombres, había entrevistado testigos, sospechosos y víctimas con regularidad, pero jamás se había encontrado con los sentimientos que estaban batallando en aquel momento en su interior.

– Y tú mantenme al día de cómo van las investigaciones -dijo él.

«Ni hablar», pensó Kelly mientras se dirigía hacia la puerta. Sí, por supuesto que la familia estaría informada, pero algunos detalles quedarían exclusivamente en poder de las fuerzas de seguridad con el propósito de atrapar al asesino.

Como si Matt le leyera el pensamiento, la agarró por el codo y la obligó a darse la vuelta.

– Lo digo en serio -insistió-. Quiero saber lo que ocurre a cada paso de la investigación. Si hay algo que yo pueda hacer para atrapar al hijo de perra que le ha hecho esto a mi hermana, lo haré -afirmó-. No podemos dejar que ese tipo se largue sin recibir su castigo.

– Lo sé.

– De otro modo, me podría ver obligado a tomarme la justicia por mi mano.

– Eso sería un error.

– En ese caso, asegúrate que no tenga que ocurrir así. Atrapa a ese canalla.

– Lo haremos -prometió ella.

– No estoy bromeando, detective -dijo él apretándole el brazo un poco más-. Quiero que arresten a ese asesino para que reciba su castigo. Estoy harto de esperar mientras la vida de mi hermana está en peligro. O lo arrestas tú o yo lo encontraré y, cuando lo haga, no esperaré a que los tribunales decidan lo que hacer con él. Me ocuparé yo mismo.

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